Cap. 1- Los Hijos de Satán
Noroeste de Harlem, Manhattan, Nueva York (7 meses después del final del acto 1 de Eternity). Mayo de 2018
―Perímetro asegurado. No hay hostiles en esta zona.
La voz de Steve sonó en el intercomunicador de Falcon, provocando que, por un efímero instante, el vengador perdiese el hilo de la conversación que el grupo de traficantes mantenía en el muelle de carga a sus pies.
―No me extraña, los tengo a todos aquí ―susurró Sam en respuesta―. Cuento diecisiete, pero mis escáneres detectan otros ocho a unos metros. La información de Romanoff era buena; llevan armas de última generación, por no mencionar las que guardan en esos contenedores blindados.
―Mi información siempre es buena, ¿de qué te sorprendes? ―repuso Natasha divertida, también en el canal de comunicaciones, pero a varios metros de distancia. Se encontraba a los mandos del quinjet, preparada para dirigir una maniobra de retirada en caso de ser necesaria. Cosa que dudaba mucho; el Capitán América y Falcon eran más que suficiente para detener a una banda de traficantes de armas.
―¿Alguna señal de Crossbones? ―cuestionó Steve, refiriéndose al sobrenombre de Brock Rumlow, ese ex agente de SHIELD que había resultado ser un infiltrado de HYDRA, y que los había traicionado cuatro años atrás.
Los Vengadores llevaban varias semanas siguiéndole la pista, pero Rumlow no era una presa fácil.
―No está aquí. ―Sam activó la visión nocturna de sus gafas para captar mejor lo que sucedía en la base del almacén desde cuya terraza evaluaba la situación.
Nunca terminaría de comprender esa manía de los tipos malos de negociar siempre en la oscuridad. Bajo él, apenas un par de faroles parpadeantes, ubicados justo en el límite entre el muelle y la bahía del Hudson, servían de iluminación para el trapicheo de armas.
―Capitán, ¿órdenes? ―insistió Sam, ante el breve silencio al otro lado del canal.
―Adelante. ―La voz de Steve sonó firme, sin atisbo de titubeos.
Esa fue toda la señal que precisó Falcon para lanzarse hacia arriba, alzando el vuelo, y luego hacia abajo, a toda velocidad. Los dardos y micro cañones integrados en su traje noquearon a unos cuatro traficantes antes de que los demás reparasen en la repentina intromisión.
No muy lejos, Steve se hacía cargo de los diez hostiles fuera de su perímetro.
―Me aburro, caballeros ―comentó la espía rusa―. ¿Seguro que no necesitáis ayuda?
―Tienes una seria adicción al trabajo, Natasha ―se burló Sam, a la par que echaba los brazos hacia delante, usando las alas de su traje como escudo contra la lluvia de balas procedente de los traficantes―. Deberías buscarte algún hobby para las noches de sábado, o algún ligue, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una cita?
―No estoy interesada en que me den plantón por no estar nunca disponible ―repuso la pelirroja con un deje irónico―. Eso te lo dejo a ti, Sam.
―Touché. ―Falcon chasqueó la lengua antes de derribar de un puñetazo a uno de los pocos miembros de la banda que quedaba en pie. Mientras, el Capitán se enfrentaba a otros dos.
En pocos minutos, entre ambos tuvieron a todos los traficantes en el suelo; o bien inconscientes, o en el centro del muelle, atados entre sí, a la espera de que llegasen los furgones de policía.
―¿Qué sabéis del hombre que os ha vendido estas armas? ―Steve se acercó a uno de ellos, el que parecía menos aturdido―. ¿Dónde está Rumlow?
El aludido sacudió la cabeza en un gesto de negación. No lo sabía, y no mentía. Muy pocos se atreverían a desafiar al Capitán América.
―Oye, Cap, ―Sam llamó la atención de su compañero―. Aquí solo hay veintitrés tíos ―señaló tanto al grupo de hombres maniatados, como a los que estaban inconscientes en el suelo―. Eran veinticuatro, estoy seguro. Falta uno.
Steve se llevó las manos al cinturón del traje mientras echaba una ojeada a su alrededor.
―¿Ha escapado uno? ―la voz de Natasha volvió a sonar en los intercomunicadores.
―No. ―Con la mirada, Steve indicó un ligero rastro de sangre que se extendía unos pocos metros, hasta desaparecer tras uno de los contenedores blindados―. Estaba malherido. Alguien ha debido de arrastrarlo. Se lo han llevado.
―No parece que lo hayan hecho con delicadeza. ―Sam frunció el ceño. A juzgar por las marcas, quién quiera que se hubiese llevado al traficante lo había hecho a la fuerza, y sin demasiadas consideraciones―. ¿Quién es el que falta? ―cuestionó, dirigiéndose de nuevo al grupo de maleantes.
―Un novato. Nada que ver con Rumlow, lo juro. Con él solo tuvimos trato una vez, hace semanas, no ha vuelto a contactar desde entonces.
Steve y Sam compartieron una mirada significativa. Los Vengadores ya no eran los únicos que iban tras los pasos de Crossbones.
―Interesante. ―Sam hundió los hombros―. Al parecer, tenemos competencia.
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―¡Ash, escucha, no es una excusa! La misión se complicó, pero ya estoy de vuelta. Puedo llegar en una hora... ―Una serie de pitidos sonaron al otro lado de la línea―. ¿Ash?, ¿Ashley?
Sam Wilson miró la pantalla de su smartphone. Le habían colgado.
―Diría que te lo dije... ―A los mandos del quinjet ocupado por los tres vengadores, Natasha esbozó una sonrisa ufana―. Pero, te lo dije.
―Muy graciosa, Romanoff ―Sam resopló. Con esa, era ya la quinta vez que le daban puerta en lo que iba de año y, de nuevo, a causa de su trabajo con los Vengadores.
No se quejaba, le encantaba formar parte del equipo. Adoraba volar con el traje de Falcon, proteger a los demás y hacer algo bueno por el mundo. Incluso se había acostumbrado a los piques de Natasha, a las manías anticuadas de Steve, a las maldiciones en sokoviano de Wanda, al sarcasmo de Stark, a la hiperactividad de Alex... Eran sus amigos, su familia, no imaginaba un lugar ni una vida mejor para él.
Ser un vengador lo hacía feliz, pero no lo era todo; de vez en cuando, todavía fantaseaba con esos placeres cotidianos que desde hacía años no podía satisfacer; por ejemplo, algo tan sencillo como llegar a tiempo a una cita.
No podía evitar preguntarse cómo rayos se las había apañado Barton para construir esa idílica vida familiar paralela a su papel como agente de SHIELD y como vengador. El muy jodido se negaba a compartir el secreto... En realidad, decía que no había secreto, que simplemente se trataba de encontrar a la persona adecuada...
Sam exhaló un suspiro y se dejó caer en el asiento libre entre sus dos compañeros. ¿Cómo se suponía que iba a encontrar a la persona adecuada si apenas disponía de tiempo para sí mismo?
―Sé que es inoportuno, pero ya que tu cita se ha cancelado, ¿podrías cubrir mi guardia en la sala de control? ―Steve lo miró con una expresión de disculpa anticipada―. Alex vuelve esta tarde. Quiero pasarla con ella, necesitamos hablar.
El aludido rodó los ojos. Ahí estaba otra vez, el mundo recordándole que él era el único pringado incapaz de compatibilizar la vida de superhéroe con una vida normal... por muy extraña que fuese la "vida normal" de Steve últimamente, mejor eso que nada.
―No sabes cómo te odio. ―Chasqueó la lengua, pero sus labios se curvaron hacia arriba en una expresión de ánimo―. Okey, yo te cubro. Alguien tiene que quedarse investigando quién es el hombre que va tras Crossbones.
―O mujer ―precisó la pelirroja.
―O mujer ―asintió Sam, sin vacilar un segundo. A fin de cuentas, convivía con vengadoras; Natasha, Wanda y Alex eran tan o más capaces que cualquiera de los hombres del equipo, por no mencionar a Selene (de quien no sabían nada desde hacía meses, al igual que de Thor. Pero no le cabía duda de que ambos estarían revolucionando el espacio mientras viajaban en busca de información sobre las gemas del infinito; la eterna y el asgardiano juntos eran una explosión en potencia).
―Entonces, ¿vas a decírselo hoy? ―intervino Natasha, dirigiéndose a Steve, pero sin apartar la vista del ventanal. Los primeros rayos del amanecer resplandecían en el horizonte, complicando ligeramente el pilotaje.
El aludido solo asintió, con la mirada perdida en el cielo y una expresión reflexiva en el rostro.
Natasha lo observó de reojo y le posó una mano sobre el brazo.
Muchas cosas estaban a punto de cambiar. Lo notaba, era un presentimiento, no solo surgido en base a la información que sí tenía sobre las intenciones de Steve.
Se avecinaba algo grande.
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Alex levantó las gafas de sol, dejándoselas sobre el pelo a modo de diadema, mientras, con la otra mano, tomó la manguera del dispensador de gasolina para rellenar el depósito del coche.
El sol matutino reflectaba sobre el asfalto de la estación de servicio, calentándole la piel que el conjunto de shorts vaqueros y crop top dejaba al descubierto. Con un poco de suerte no parecería un vampiro al regresar a Nueva York.
La primavera estaba llegando a su fin, pero el clima en Boston nunca se había caracterizado por ser especialmente cálido, además, los últimos meses se los había pasado encerrada en la biblioteca, o en el laboratorio, o en la facultad del MIT, estudiando y haciendo exámenes como una posesa.
El esfuerzo había valido la pena, apenas un día atrás había conseguido su título en Ingeniería Mecánica y Computacional. Sin duda en tiempo récord, algo menos de cuatro meses, cuando lo normal eran como mínimo unos cuatro, cinco o hasta seis años... Pero ella no era normal, era una Stark, y con una ventaja genética que ni siguiera Tony o Howard habían disfrutado en su tiempo.
Echó un vistazo a su reloj de pulsera, regalo de Steve, que solía decirle que no podía depender del móvil para todo... Steve.
Un bufido abandonó sus labios de forma inconsciente, al tiempo que la confusión, la rabia y la excitación volvían a apoderarse de su cuerpo, como cada vez que recordaba la noche en la que él le había dado ese obsequio, durante la fiesta de su veintidós cumpleaños.
―¿Te gusta? ―Steve la miró con una ceja levantada mientras ella examinaba el bonito y sencillo reloj, una pequeña esfera dorada sujeta por una elegante correa de cuero negro.
Alex asintió. Esa noche había recibido decenas de regalos, algunos ostentosos, y realmente caros, pero ese era su favorito; recogía toda la esencia de Steve.
Alzó la muñeca y le extendió el reloj, pidiéndole sin necesidad de palabras que se lo pusiera.
Al igual que el año anterior, Tony había organizado una macrofiesta en la Torre Stark para celebrar el cumpleaños de su hija (las instalaciones del Complejo seguían sin ser opción para acoger a decenas de invitados que, supuestamente, no debían descubrir la ubicación de la base oficial de los Vengadores). Tras una noche prácticamente perfecta, cuando ya casi todos los invitados se habían retirado, Steve había tomado la mano de Alex y se la había llevado hasta un pequeño y desierto salón, lejos de las miradas curiosas de sus compañeros.
Era consciente de que sus amigos no tenían intención de ser indiscretos o entrometidos, solo se preocupaban por ellos; desde que él y Alex habían roto, cada mínimo acercamiento entre ambos era motivo de expectación por parte de los demás.
Steve no necesitaba esa atención, no esa noche.
―Me encanta. ―Alex, aún sentada en el sofá junto a él, miró el reloj, ajustado a la perfección a su estrecha muñeca―. Gracias, Steve.
Él le sostuvo la mirada en silencio. Verla ahí, iluminada por el reflejo de la luna que se colaba a través del ventanal, tan hermosa, tan condenadamente preciosa, y saber que ya no tenía el privilegio de poder hacerla suya... era duro, demasiado duro.
Pero él era el único culpable. Él había tomado la decisión.
Todavía sostenía la muñeca de Alex, ahora adornada por el bonito reloj, entre sus manos. El roce era mínimo, pero bastaba para que su cuerpo y su alma se encendiesen con el recuerdo de otros contactos con esa sedosa piel mucho más intensos, más apasionados, más profundos y duraderos.
Ella pareció leerle la mente, tal vez lo hizo (pese a que Steve lo dudaba; Alex no necesitaba la telepatía para adivinar lo que le pasaba por la cabeza, ambos sabían interpretar hasta el más leve gesto del contrario), pues en ese instante, se inclinó hacia delante y lo besó en los labios.
Los músculos de Steve se tensaron más de lo que ya estaban. Fue incapaz de apartarla, permitió que ella jugara con su boca, y respondió al juego casi de manera instintiva; le mordisqueó con suavidad el labio inferior, y succionó el superior, liberándolo luego con pausado placer.
Sumido en el exquisito trance que ese contacto le provocaba, tiró de ella hasta dejarla sentada a horcajadas sobre sus piernas. Sin embargo, cuando sus bocas se despegaron en busca de aire, algo hizo clic en la mente de Steve.
―¿Qué estamos haciendo? ―susurró, deteniéndose de repente, pese al ardiente deseo que incendiaba cada centímetro de su piel―. Te prometí un tiempo...
―Yo nunca te lo pedí ―lo interrumpió ella, en el mismo tono quedo―. No le des más vueltas, Steve, yo quiero esto, y tú también. ―Con la mirada señaló el bulto rígido en la pelvis del supersoldado.
Él le brindó una sonrisa, tímida, y descarnadamente traviesa a la vez.
Alex tragó en seco. El calor entre sus muslos comenzaba a volverse insoportable; solo Steve podía congeniar dos actitudes tan opuestas en una expresión, y excitarla con una mirada.
Vio como él separaba los labios, a punto de decir algo más, pero ella no le permitió hablar, lo calló con un beso. Se apoderó de la boca del soldado con la pasión de una mujer que sabía lo que quería y con quién lo quería...
Fue en ese momento cuando las posibles excusas que Steve habría expuesto, esas que hasta entonces semejaban tan razonables en su mente, dejaron de importar. La necesidad de sentirla era demasiado acuciante.
―Llevas demasiada ropa.
El tono áspero y ronco del soldado provocó un estremecimiento en el cuerpo de la mutante. Estremecimiento que se intensificó cuando esas manos fuertes y masculinas descendieron sobre sus muslos, por encima de la falda, para volver a ascender a continuación, esta vez colándose bajo la tela, hasta afianzarse en sus nalgas.
Alex jadeó, presa de la anticipación.
Steve sonrió de lado y la ayudó a despojarse de la blusa, para luego deleitarse con el tacto de su piel desnuda. Le fascinaba, todo en ella, su cuerpo, su rostro, su carácter, sus manías y sus locuras... Era perfecta para él, y siempre lo sería. No importaba cuál fuese su situación.
―No soy la única que lleva demasiada ropa ―murmuró Alex, ahogando un gemido al sentir las manos de Steve sobre sus pechos, apretando y acariciando.
El supersoldado se despojó de la camiseta, que desapareció en algún recoveco del pequeño salón, mientras la boca de su pareja continuaba paseándose por su piel, dejándole diminutas y deliciosas marcas en la mandíbula, el cuello y el torso.
―Alex... ―Steve jadeó al notar las manos de la chica colándose bajo la cinturilla de sus vaqueros, en ese momento insoportablemente ceñidos.
Ella le devolvió una expresión divertida y puramente tentadora, al tiempo que le acariciaba la erección, a duras penas contenida por la tela del bóxer, provocándole auténticas descargas de eléctrico placer.
Steve cerró los ojos. Estaba seguro de haber tenido un pensamiento racional unos minutos atrás, pero era un recuerdo lejano. Alex lo estaba llevando al séptimo cielo, y él solo podía pensar en hacer lo mismo por ella.
De súbito, la sujetó por las muñecas y, retomando el control de la situación, la colocó tumbada boca arriba en el sofá, bajo su cuerpo, encerrándola en una prisión de férreos músculos masculinos. Sin dejar lugar a reproches, se inclinó sobre ella para saborear una vez más esos deliciosos labios con regusto a fresas, mientras terminaba de desnudarla de forma apresurada y algo brusca, sin la menor consideración hacia esa ajustada falda que a lo largo de la noche había provocado más de una mirada indiscreta por parte de los hombres que pululaban por la fiesta.
Alex juntó los párpados y se mordió el labio inferior cuando los dedos de Steve alcanzaron ese lugar entre sus piernas. Un gemido abandonó su garganta y sus sentidos comenzaron a nublarse como consecuencia del intenso placer que solo él podía provocarle.
El salón no tardó en convertirse en escenario de la pasión desatada entre dos personas que llevaban demasiado tiempo sin disfrutar del mutuo contacto. Ambos vieron las estrellas en más de una ocasión, antes de sucumbir al sueño, exhaustos y abrazados. Como tantas otras veces en el pasado.
Sin embargo, a la mañana siguiente, Alex despertó sola. No hubo reconciliación, ni palabras de disculpa, ni siquiera una triste excusa.
Él sencillamente se había ido, dejando muy clara su posición una vez más.
Desde aquella ardiente noche habían transcurrido ya dos semanas, y la frustración todavía le quemaba la piel. Steve Rogers podía ser todo un caballero, un líder, un héroe, un ídolo patriótico... pero en ocasiones se comportaba de forma más voluble que una mujer durante su periodo, y eso la sacaba de quicio.
Consciente de que no tenía ningún caso buscar una explicación que él no le daría todavía, Alex había regresado a Boston para rendir sus exámenes finales. Wanda había ido a visitarla unos días atrás. De algún modo, la sokoviana había sabido que necesitaba la compañía de una amiga, ir de compras, salir por la noche, simplemente divertirse y quitarse de encima el estrés que provocaba una carrera de cinco años condensada en unos meses, y un ex novio (o novio en pausa, o lo que fuera) que la volvía loca en todos los sentidos.
Alex sacudió la cabeza, en un vano intento por quitarse de encima las sensaciones que el recuerdo le suscitaba. Ahora que oficialmente había terminado los estudios, regresaba a Nueva York; aún no estaba segura de si sería de forma definitiva, tampoco si volvería a ejercer de heroína, o solo de asesora... Lo único que sabía era que volvía con su familia, y con Steve, con todo lo que eso implicaba.
Clavó la mirada en la tienda-cafetería, unos metros más allá de la gasolinera. Esperaba que Wanda no olvidase comprar el batido de fresa que le había pedido, se moría por un trago de ese líquido fresco, delicioso y, sobre todo, frío, muy frío.
Cuando el depósito estuvo lleno, volvió a dejar la manguera en su sitio y se dispuso a abrir la puerta del auto para ir encendiendo el aire acondicionado, pero el rugido de varios motores entrando a toda velocidad en el área de servicio captó su atención.
Unos quince hombres a caballo de escandalosas motocicletas, vestidos con chupas de cuero, vaqueros rotos y pañoletas oscuras, se detuvieron en medio y medio de la explanada de aparcamiento.
Alex no pudo evitar torcer el gesto ante la desfachatez y falta de educación con las que los vio arrojar latas de cerveza y colillas al suelo, mientras hacían un círculo con sus vehículos y ponían música horrible a todo volumen. Toda una banda de salvajes reclamando un territorio virgen.
―No es tu problema ―se dijo a sí misma, volviendo a dirigir la vista a la cafetería. ¿Cuánto se tardaba en ir al baño y comprar unos snacks? Wanda se estaba tomando su tiempo.
―Mirad qué tenemos aquí.
Una risa masculina, ronca y afónica, sin duda consecuencia de toneladas de tabaco y otras substancias menos legales, sonó a su espalda. Con una expresión de anticipación, Alex se volvió, encontrándose cara a cara con cuatro de esos desagradables sujetos.
En las solapas de sus chupas y chalecos desgastados, así como en las matrículas de sus motos, en el dobladillo de sus pañoletas, e incluso en los tatuajes de sus cuerpos rezaba el título Hijos de Satán... Qué poco original.
―¿Te has perdido, princesa? Estas carreteras pueden resultar peligrosas ―añadió el mismo que había hablado antes, acercándose hasta posar las manos sobre el coche de Alex, dejándola a ella acorralada entre el capó y su cuerpo.
Ella arrugó la nariz. Apestaba a humo, alcohol y sudor.
―No, no me he perdido ―repuso, tranquila, pero con la advertencia reflejada en su tono―. Si no te importa, agradecería que no invadieras mi espacio personal... Y, ya que estamos, que no toques mi coche, lo he lavado esta semana.
El aludido se carcajeó, acompañado de sus dos socios, llamando así la atención de los demás miembros de la banda, que no tardaron en aproximarse.
―Creo que necesitas una lección de educación, princesa, a mí nadie me habla en ese tono, ¿no sabes quiénes somos? Los Hijos de...
―De Satán. Sí, sí, sé leer ―Alex lo interrumpió―. ¿Y tú sabes quién soy yo?
El hombre que la acorralaba arqueó las cejas y apretó los labios en una mueca que vacilaba entre la sorpresa y el cabreo, sin embargo, una chispa de duda asomó a sus ojos; lo cierto era que la chica sí le sonaba de algo.
―Kane, así no se trata a una dama. ―Uno de los motoristas, casi con peor pinta que el primero, apartó a su compañero empujándolo a un lado―. No le hagas caso, preciosa, Kane es un capullo sin modales. ¿Qué te parece si empezamos de nuevo? Acabamos de adquirir un cargamento de material del bueno. ―Se sacó del bolsillo trasero una bolsa con polvillo blanco―. Vente con nosotros y te prometo que pasarás el mejor rato de tu vida.
―Eso es heroína. ―Alex no lo estaba preguntando―. ¿Dónde la habéis comprado?
―Los Hijos de Satán no compran, princesa, reparten. Controlamos el tráfico en esta región.
La joven mutante tuvo que contenerse para no darse una palmada en la frente. ¿Se podía ser más estúpido?
―Entonces, te apuntas. ―El que había hablado puso una mano sobre el trasero de la chica―. Ya verás cómo será divertid...
No terminó la frase. Alex le apartó el brazo con el que la tocaba con un golpe seco, y aprovechó el mismo agarre para dejarlo tumbado en el suelo y gimiendo de dolor, gracias a una de las muchas llaves que Natasha le había enseñado cuando era su adiestradora.
―Tienes razón, es divertido ―respondió, con una mueca altiva―. ¿Alguno más quiere divertirse?
Era consciente de que estaba jugando con fuego; la posibilidad de acabar quemada estaba ahí, pero ¡al diablo! Llevaba mucho tiempo fuera de juego, extrañaba la acción. Esos tipos eran asquerosos traficantes con tendencia a acosar mujeres...
Era la ocasión perfecta para desquitarse.
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Hello my amores
Okey, este capítulo ha sido raro, I know, pero me ha encantado escribirlo XD. Por si no ha quedado claro, la parte en cursiva (o sease, la escena hot-cutre) es un flasback de algo que pasó en el 22 cumpleaños de Alex, dos semanas antes de los acontecimientos actuales.
Os preguntaréis qué ha pasado con stalex, well, desde el final del acto 1 de Eternity hasta ahora han transcurrido 7 meses, y en 7 meses pueden pasar muchas cosas... 🙈🙈 Lo averiguaréis en el próximo capi, pero puedo ir adelantando que en cierto modo está relacionado con lo que le sucede a Alex en los últimos capítulos de Eternity.
Sé que Lennon no ha aparecido, bueno, solo mencionada indirectamente (ya sabéis en dónde, ¿sí?). En estos 2-3 primeros capítulos no saldrá mucho, ya que son más importantes otras cosas. Pero en el 3 o 4 ya hará acto de presencia en todo su esplendor, y a tope de power xD
Espero que no me odiéis mucho, yo os amo. 💕
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