maya I.
Aún era el día del cumpleaños de Gretchen. Maya fue incapaz de volver a dormirse, así que llevaba despierta desde las cinco de la mañana que había llegado, y ya eran las siete.
Estaba sentada en el suelo, mientras en su reproductor de CDs, sonaba una canción que la describía tanto que la asustaba. If you're still breathing, you're the lucky ones, 'cause most of us are heaving through corrupted lungs, setting fire to our insides for fun, collecting names of the lovers that went wrong.
Se levantó del suelo y caminó hacia el baño, donde se miró al espejo, deseando no haberlo hecho segundos después. Sus ojos celestes estaban rojos, decorados con unas grandes ojeras y tenía un color pálido casi enfermizo.
Rebuscó por los cajones un poco de maquillaje, se cubrió las ojeras y le dio un poco de color a sus mejillas. Ya tenía mejor pinta.
Pasó un par de veces el cepillo por su pelo rosa y alborotado, y volvió a la habitación, donde buscó algo que ponerse. Al final, se puso un vestido ceñido a la cintura, con estrellas, Lunas y Soles, junto con sus calcetines hasta la rodilla, sus zapatos con plataforma negros y su sombrero negro.
Apagó la música y salió de su habitación, con rumbo a los jardines del internado.
Odiaba aquel lugar, pero no a la gente en su interior. Cada uno había ido a parar allí por algo que sus familiares, o en el caso de Maya, tutores legales, hubieran considerado que iba en contra de la conducta que debían tener.
Lo que Maya hizo fue algo que ninguno de sus amigos sabían; había desaparecido durante un verano entero, sin dar señales de vida. Ella vivía en Lyon, Francia, con los mejores amigos de sus difuntos padres, cuando conoció a un chico. Su nombre era Cédric Moreau, un chico alto, de cabello rizado y rubio, con seductores ojos verdes, un pequeño lunar sobre su labio superior y una sonrisa que te convencería de cualquier cosa.
Maya se enamoró tan rápida y dolorosamente que parecía que se había tirado desde un duodécimo piso y se había dado de lleno contra el suelo.
Cédric la convenció para marcharse de viaje un verano entero, pero Maya sabía que Jean-Claude y Annabelle no la iban a dejar, así que una noche de madrugada, cogió todas sus cosas, las metió en una mochila, se escapó por la ventana, y se reunió con Cédric en la estación de tren.
Cuando Jean-Claude y Annabelle se dieron cuenta, removieron toda Francia buscando a la pelirrosa. Salió en todos y cada uno de los telediarios a nivel nacional, toda Francia sabía su nombre y aspecto, así que a la joven pareja les costó mucho ocultarse, pero lo consiguieron.
Entonces, Maya y Cédric tuvieron una gran pelea, por algo que la chica ya ni recordaba. Pero cortaron, y la chica tuvo que volver a Lyon, donde Jean-Claude y Annabelle estaban tan enfadados que la mandaron a aquel internado, donde Maya tuvo que aprender a hablar inglés, pero aún quedaba rastro de su acento francés.
Aquella era ella, la chica cuyo error fue enamorarse. Se prometió a si misma no volver a repetir aquel error, pero entonces conoció a Cooper Kelley, el chico pelirrojo, con su acento americano y su conciencia ecologista. Era todo lo contrario a Cédric, y, quizás, aquella era la razón por la que Maya se sentía atraída hacia él.
En los jardines, como siempre, encontró a Keight sentada entre dos rosales, con un libro en sus manos y mordiendo una manzana.
Se sentó junto a a la chica, la cuál levantó la vista hacia la pelirrosa y cerró su libro.
-¿Quieres? -dijo Keight, tendiéndole su manzana.
-Claro.
Maya tomó la manzana verde y le dio un mordisco. Era lo primero que comía en tres días, por lo que sabía como el cielo, pero se la devolvió a Keight.
-¿Por qué te gustan más las manzanas verdes? -preguntó Maya.
-Porque me gusta lo diferente, Candau -dijo Keight, mordiendo de nuevo la manzana, mirando a los ojos de Maya.
Aquello era extraño, ya que Keight jamás miraba a nadie a los ojos, sólo a Gretchen. Y, ahora, a Maya.
-¿Y qué haces despierta tan temprano, Rohde? -preguntó Maya, mirando distraídamente a las rosas junto a ellas.
-No tenía sueño, me gusta pasar mis resacas despierta, así las sufro. ¿Y tú?
-Lo mismo, no tenía sueño.
-¿Te parece si vamos a la biblioteca o algo? Porque esta gente no se despertará hasta la hora de almozar, bueno, excepto Gretchen y Fred, pero sabemos que harán hasta la hora del almuerzo -dijo Keight, soltando una risa.
-Cierto -dijo Maya, riendo.
* * *
La biblioteca era un lugar de altos techos, con dos plantas y decenas de estanterías con cientos de libros en ellas. Maya, sin pensárselo, caminó hacia la sección favorita de Keight; lírica.
-Cómo me conoces, Candau -dijo Keight, riendo.
Maya observó como la rubia pasó sus finos dedos, con sus uñas mordidas y pintadas en negro, por los libros, con sus ojos celestes brillando, sus finos y rosados labios, ligeramente curvados por su comisura, sus mejillas llenas de pecas casi imperceptibles, ligeramente sonrosadas.
Keight, con su ancho jersey de motivos navideños en azul, rojo y blanco (sí, una chica de aspecto duro como Keight amaba la Navidad), unos pantalones cortos vaqueros y sus inseparables Doctor Martens negras, se veía preciosa.
Maya apartó la vista de Keight y apoyó su espalda contra la estantería, agradeciendo que la biblioteca estuviera lo suficientemente poco iluminada para que Keight no viera lo sonrojada que estaba Maya.
-¿Has encontrado algo bueno, Rohde? -preguntó Maya, con su suave voz.
-Hm, sí, algo Allan Poe -dijo Keight, observando concentrada unos libros en sus manos-. Me gusta su pasión por las mujeres muertas.
-Eres rara, Keigh -dijo Maya, sonriendo.
-Ah, ¿qué tú no lo eres? -dijo Keight, mirándola con una ceja alzada y media sonrisa.
-Sí, pero a mí no me fascina la gente a la que le apasionan las mujeres muertas -dijo Maya, soltando una gran risa.
La bibliotecaria pasó en ese momento por delante del pasillo, las miro por encima de sus gafas negras y hizo un sonoro sh.
En el momento en el que se fue, Keight y Maya se miraron y estallaron en carcajadas.
-Dios mío, Maya, vayamos a otro sitio, porque este es una gran mierda -dijo Keight, agarrando a Maya de la muñeca con sus fríos dedos, y conduciéndola fuera de la biblioteca.
Una vez fuera, la condujo por un sin fin de escaleras y pasillos prohibidos a los alumnos, hasta que llegaron a una vieja escalera de madera, que daba a una puerta. Keight se paró en la puerta y, aún con sus dedos al rededor de la muñeca de Maya, la miró a los ojos.
-No he traído a nadie aquí, ni siquiera a Gretchen -dijo Keight.
Maya asintió, sabiendo la importancia oculta de aquellas palabras. Keight acercó sus finos labios a la oreja de Maya.
-Cierra los ojos.
Maya le hizo caso. Esuchó como la puerta se abría, seguida de claridad através de sus párpados y el sonido de golondrinas cantando, y un fuerte olor a mar.
-Puedes abrir los ojos -dijo la voz ronca de Keight.
Maya abrió los ojos y casi se quedó sin respiración. Ante ella se extendía el tejado del internado, con su tono marrón oscuro y sus torres picudas. Más allá, se podía ver un bosque, y detrás el mar grisáceo y agitado. Sobre sus cabezas, en el cielo gris, las golondrinas cantaban y volaban, libres.
-Aquí es donde vengo cuando tengo la necesidad de sentirme libre, cuando las paredes del internado parecen caerse sobre mí -dijo Keight, observando el paisaje.
-Esto es precioso, Keight -dijo Maya, mientras veía cómo Keight saltaba al tejado, con su pelo largo y rubio al viento.
Maya se quedó mirando, como Keight se movía ágilmente por todo el tejado, cómo si fuera un pájaro, cómo si perteneciese a aquel lugar. Aquello sólo se podía definir como hermoso.
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