gretchen I.
La luz de la Luna entraba por la ventana, dejando la sombra de los barrotes sobre las sábanas blancas de la cama.
Aquello le recordó a Gretchen un tiempo mejor, cuando se sentaba en su jardín trasero, y veía las estrellas, la Luna. A una época en la que era libre, antes de que la encerraran en aquel internado; Blackhills Boarding School.
La chica miró la hora; 0.54 a.m. Se revolvió en la cama, y fingió estar dormida, justo en el momento en el que la puerta se abrió, dejando paso a una luz cegadora, junto con la figura de una corpulenta mujer.
-La 168037-K dormida -dijo una irritante voz femenina.
La puerta se cerró con un golpe seco. Aquella fue la señal para que Gretchen saliera con un salto de la cama.
Rebuscó unos vaqueros, una camiseta roja sin mangas, una chaqueta de cuero y unas botas negras. Se vistió tan rápido como pudo y dejó caer su cabello azabache por encima de los hombros, el que alguna vez tuvo mechas azules.
Pasó al cuarto de baño, donde abrió la pequeña ventana, que era lo suficiente ancha para que una chica delgada como Gretchen cupiera.
En aquel momento, agradeció todos aquellos años de gimnasia rítmica obligada, mientras se coloca por la ventana, para saltar a la cornisa, de no más de treinta centímetros.
Miró hacia a bajo, y el miedo de estar en la cornisa de un tercer piso a las 1. 16 de la madrugada se apoderó de ella. Respiró hondo y caminó por la cornisa, hasta la ventana que daba al pasillo principal, que, como siempre, estaba abierta.
Entró al pasillo, con un suspiro. Ahora, quedaba la parte más fácil. Todo estaba a oscuras, pero Gretchen se sabía de memoria el camino que debía hacer.
Caminó con sigilo hasta llegar a los grandes puertas metálicas que daban a la cocina, que Bettie, la jefa de la cocina, había dejado abierta, con unos calcetines de dinosaurios para que no se cerrara. Gretchen sonrió, ya que Bettie se la había dejado especialmente abierta a ella.
Entró con cuidado, quitando los calcetines de dinosaurios, lo que hizo que la puerta se cerrara, con un suave sonido metálico. Gretchen dejó los calcetines sobre una encimera metálica y caminó hacia la puerta de servicio, que no estaba cerrada, y salió, al fin, fuera del perímetro rejado del internado.
Hacía un viento frío, pero aquello le supo a gloria a la chica. Junto a la puerta había una maceta de narcisos amarillos, y Gretchen supo que ahí era donde Bettie había escondido su regalo de cumpleaños hacia la chica. Tras rebuscar un poco, encontró un paquete sin abrir de Malboro Lights, junto con un mechero rojo. Sonrió ampliamente, mientras encendía uno y le daba una larga calada. Aquello se sentía como la gloria.
Comenzó a caminar por la calle, sonriendo, mientras se fumaba su cigarro, cuando alguien tocó su hombro. Se dio la vuelta para ver a sus cinco mejores amigos; Maya, Keigh, Cooper, Sean y Fred.
-¿Cómo diantres habéis salido? A mí me ha costado una vida-dijo Gretchen, riendo.
-Sencillo, salimos por el conducto de la lavandería -dijo Maya, la chica de cabello largo y rosa, que llevaba un vestido negro ceñido en la cintura e iba descalza.
-Pásame uno, Gret -dijo Keight, cuyo cabello era de largo medio, ondulado y rubio como el sol, que llevaba una camiseta muy grande negra, en la que ponía en letras blancas I don't mind who are you, just fuck you, junto a unos shorts negros y unas Doctor Martens.
Gretchen encendió un cigarro y se lo pasó, mientras observaba la mirada de desaprobación de Cooper, el chico de cabello pelirrojo y una camisa de cuadros rojos.
-El tabaco mata -dijo Cooper, cruzado de brazos.
-¡Feliz cumpleaños, Gret! -dijo Sean, el chico de cabello corto azabache y ojos azules, que llevaba una camiseta sin mangas blancas, mientras abrazaba a la chica.
-Gracias, Sean -dijo ella, devolviéndole el abrazo.
-Eh, Sean, aparta -dijo Fred, el chico del pelo corto rubio, con ojos verdes, y una camiseta del grupo Arctic Monkeys, acercándose a Gretchen y dándole un largo beso en los labios-. Felicidades, Gretchen.
-Gracias, Freddie -dijo Gretchen, encendiendo otro cigarro y pasándoselo a su novio.
-Venga, tortolitos, menos hablar y más andar hacia la discoteca -dijo Keight, con su típico tono monótono.
Empezaron a caminar, Gretchen con el brazo de Fred sobre sus hombros, mientras Cooper soltaba uno de sus rollos ecologistas, Maya lo miraba como si hablara de lo más interesante del mundo, Keight fumaba con la vista en el horizonte a la derecha de Gretchen, y Sean permanecía callado, con una sonrisa en su rostro, mientras miraba esporádicamente a Keight.
Gretchen a veces sentía lástima de Sean, ya que no sabía el gran secreto de Keight, pero Gretchen sí, obviamente, ya que Keight era su mejor amiga, por eso había prometido no decir nada jamás, ya la estuvieran matando.
Después de diez minutos caminando, llegaron a la discoteca más famosa de toda la ciudad; The Raindrop. Gretchen pensaba que ninguna discoteca con ese nombre podría ser una discoteca de verdad, pero se sorpredió en el momento en el que entraron.
Había luces de colores por todas partes, mucho humo, mucha gente y mucha música electrónica. Aquello casi parecía una rave.
Gretchen pudo notar cómo los ojos azules brillantes de Keight brillaban. Se acercó a su mejor amiga y tomó su mano, lo que hizo que la rubia la mirara.
-Keight, descontrólate. Te lo mereces -dijo Gretchen sobre la música.
Gretchen volvió a donde estaba Fred y le hizo una señal para que salieran fuera.
En la calle hacía frío y aún se podía escuchar la música electrónica. Se sentó en el borde de la acera, mientras su novio hacía lo mismo.
-¿Qué pasa, Gret? -dijo Fred.
La chica encendió un cigarro y le dio una larga calada.
-Cumplo dieciocho años, y la verdad es que no me apetece pasar la madrugada de ese día entre un montón de adolescentes sudorosos -dijo ella, recorriendo las venas del brazo de su novio con sus dedos finos y fríos.
-¿Y qué quieres que hagamos? -dijo Fred.
-¿Qué tal si nos escapamos, vamos a una cafetería y nos hinchamos de tortitas y café? -dijo ella, sonriendo.
-De acuerdo -dijo él, sonriendo.
* * *
-Por Dios, hacía tanto que no comía tortitas que me había olvidado de cómo saben -dijo Gretchen, engullendo la última tortita con caramelo que quedaba en su plato.
-Yo también -dijo Fred, el que se había terminado sus tortitas hace rato.
-Otros dos de lo mismo -le dijo Gretchen a la camarera.
Aquel lugar era una cafetería de los suburbios, con el suelo de lo que un día fue mármol, asientos acolchados rojos, mesas de imitación a granito, una barra con taburetes rojos, encimera de imitación granito y tras esta una cocina. Fred y Gretchen estaban sentados junto a unos grandes ventanales que daban a la calle. Aquella cafetería era mediocre, pero era tal y como Gretchen imaginaba las cafeterías americanas, aunque estaban en Inglaterra.
-Deberíamos volver a la discoteca, se preguntarán donde estamos -dijo Fred, mientras la camarera de piel oscura y corpulenta les ponía otros dos platos repletos de tortitas.
-Sí, por supuesto, cuando me acabe esto -dijo Gretchen, sonriendo, mientras comenzaba a devorar la media docena de tortitas frente a ella.
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