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[ Domingo de relax ]

| Smoke | Drugs | Policía AU |
TW: mención de adicciones, sustancias ilícitas, étc.

El cielo está nublado y parece que va a llover.

Ese es su único pensamiento hasta que un chirrido lo saca de la ensoñación. Hanta voltea, divisa la figura de un hombre con medio brazo izquierdo enyesado y una mirada apagada; un vecino de piso con el que ha intercambiado casuales palabras pocas veces.

—Uh, disculpe. ¿Molesto? —cuestiona él. Y Hanta niega con su cabeza antes de volver a lo suyo.

—Adelante.

Percibe al hombre aproximándose por su espalda y eso no tarda en tensar el ambiente, en tensarlo a él por lo cerca que está. «¿No podía ponerse en la otra punta?» El azabache titubea entre quedarse o no, no quiere parecer desagradable. ¿Sería invasivo observarle otra vez, un segundo demás?

De soslayo, nota como al otro le cuesta encender un cigarro con una sola mano por la lesión. Le es inevitable sentir algo de pena.

—¿Quiere...?

—No no, yo puedo.

No intercambian más palabras. El intruso consigue prenderlo en algún punto y es entonces cuando ambos logran centralizarse plenamente en el firmamento. Para Hanta, cualquier cosa es mejor que pensar en por qué está ahí. Cualquier cosa es mejor que rememorarse a sí mismo y encontrar su verdad, una donde no está bien y debería disculparse con...

Y de nuevo, el cielo se mantiene nublado y con ganas de llover muy pronto. Y ojalá no sea así, ha lavado ropa hoy, dejándola secar en el tender fuera. Sería la cúspide del infortunio que esto le suceda tras averiarse el secarropa.

—¿Qué tal va su brazo? —Sero se entromete cuando una brisa les cala los huesos y el otro azabache se queja del frío. El silencio era casi insoportable, también.

—Podría ser peor —confiesa, expulsando humo en un suspiro. No se miran—. Bien, va bien. Pronto me sacarán esta cosa y... ¿Cómo está usted? ¿Su madre?

—Por ahí anda ella —responde, desinteresado—. Y yo bien, supongo

Podría ser mejor.

—Vaya —Otra calada y, ahora sí, lo está observando—. Parece que va a llover, pero el pronóstico recién diagnosticó lluvias torrenciales para la semana que viene —acota.

—No confíe en esas cosas, son más engañosas que mis exs... Quiero decir-.

Un bufido de gracia escapa del hombre junto con una gran cantidad de humo. Fuma una última vez y tira, apaga la colilla pisándola. «Vaya ansioso», piensa Hanta.

—¿Sero, no es así? —El mencionado asiente—. Dígale a su madre que gracias por la comida, que luego le devuelvo el tapper.

—Quédeselo y no se dará cuenta, es una obsesiva con esas cosas —Rueda sus ojos. Él aún no ha acabado su cigarro y desea no hacerlo por mucho tiempo.

—Aún así...—Duda, antes de retirarse—. Mándele mis saludos. Y tenga bonita tarde.

—Está bien. Igualmente.

Hanta no se considera alguien chismoso; pero sabe que su mamá sí lo es, con todos los del edificio. Sin excepciones.

Así pues, es cómo se enteró de detalles en la vida de Eijirō Kirishima: un vecino apuesto y moreno con el que ha comenzado a fumar frecuentemente en la azotea, con quien ha comenzado a congeniar bastante bien y se ha metido en sus días.

Se ha enterado, entonces, que el hombre trabaja como policía de hace muchísimos años, que está de licencia porque un balazo le rompió el brazo, y que es divorciado; padre de tres niños. Algunos datos que ha obtenido después es que él sonríe por todo, aún si es falsamente; que intenta no fumar más de un cigarro por día y que está soltero.

Ha podido saber, con mucha certeza, que es muy amable y sociable. Al parecer, ambos han tenido pésimas tardes, alguna cajetilla en su bolsillo y un compañero con quien charlar mientras observan, despreocupados, el cielo.

Cielo el cual se mantuvo tan gris como si quisiera llover por una eternidad. Y se ha largado con todo, todo el día, casi tres semanas después del comienzo.

Así que no han podido salir a fumar. No ha podido ir a verle. 

Hanta agradece que lo que lleva del día no había sido malo, en realidad. Cuando volvió del trabajo, su mamá lo esperaba con un rico almuerzo, y pudieron entablar una conversación lo más normal posible.

Los problemas comenzaron cuando no encontró algo para mantenerse ocupado y se vio aburrido. Ansioso. Y aquella mujer que le dio la vida siempre parece encontrar sus puntos débiles, apuntar y disparar con una lengua afilada.

—Me agrada que te estés juntando con el policía del dieciocho, hijo —Ella comenta, mientras plancha ropa y lo mira en cortos intervalos—. Espero no la jodas. Tal vez podrías aprender una o dos cosas buenas de él.

—Má.

—¿Qué? Juntándote con esos vagos, Shinsō y no sé quién más, solo te vas a volver a cagar la vida.

—Mamá, basta.

—No estoy diciendo nada malo, solo la verdad —reitera. Lo observa amenazante—. Quien te sacó de las calles fui yo, deberías seguir mis-...

El azabache se levanta de la mesa y se dirige a su habitación, en busca de una campera o un rompe vientos, lo que sea. Escucha a su madre levantándole la voz, preguntándole qué está haciendo, pero no le responde. No encuentra paraguas, la capucha servirá.

Decide salir a dar una vuelta, da igual si vuelve enfermo y empapado. Da igual si acaba pescando una neumonía y se muere que no desea estar ahí.

—Olvidé algo en el trabajo —contesta al aire, metiendo sus llaves en la cerradura—. Regreso pronto.

Emi sabe que es mentira, pero apenas amaga a detenerlo cuando él azota la puerta. Ella siente un poco de culpa, al menos.

+

La lluvia paró en algún momento del día, quizás en el ocaso o ya entrada la noche. Hanta no lo sabe y tampoco le interesa. Se ha mantenido el cielo oscuro, de todos modos; ni siquiera la luna ha salido y las estrellas se desdibujan entre las nubes.

Sero está desorientado en la azotea del edificio, cómo no; sentado en alguna esquina y con el cuerpo helado y dolorido. No llora, no encuentra motivos más que rabia interna con la que aún puede lidiar. Es costumbre de enojo y entumecimiento de un cerebro apagado.

Y ojalá tuviera un cigarro encima. Cigarro, weed, anfetamina, o cualquier cosa corrosiva que le sirviera para desconectar completamente de la realidad.

No sabe qué es más abrumante, si el deseo de desaparecer o la abstinencia recorriendo por sus venas; el patetismo de sus acciones. Subir allí no fue su primera opción, pues tuvo una caminata a la nada. Cardio improvisado para evitar gritos, golpes o en lo que hubiese acabado esa discusión. Autodestrucción, probablemente, pues las viejas heridas de jeringas pican, arden en su interior; mas el deseo de un "te dije que podía pasar años limpio" es fuerte.

Tan fuerte como el chirrido de la vieja puerta de chapa. Ruido que lo saca de la ensoñación y busca, esperanzado, una figura alta y masculina. Cree ver la inconfundible silueta del sexy policía que podrá salvarlo a él, a un ex drogadicto homosexual salido de rehabilitación hace más de tres años, y-...

—¡¿Hanta, cielo, estás aquí?!

Ceñudo, cae. La señora explora con una linterna y las pocas farolas que iluminan la noche hasta dar con él.

—¡Hijo, me tenías tan preocupada!

Ella corre a abrazarlo. Y las mentiras y el standby fueron normales en algún punto de su angustiada vida, también.

Trabajando como cajero en un supermercado, el tiempo parece no correr. Sero presiente que la sobriedad le está pasando factura, pequeños momentos donde su autocontrol flaquea, y siente un desierto en su estómago y boca.

Es sábado y hace frío.

No le falta mucho para salir del trabajo, por suerte. Unos minutos más y podrá escapar a algún callejón, quizás allí podría volver a caer en el vicio. ¿Qué más daba ya? Ha perdido días laborales por enfermarse y su apariencia no es la mejor, moribunda. ¿Qué más daba morir si el color de tu piel se asemeja a la de un cadáver, si tus palabras son lentas y tus ojeras profundas?

Muerto en vida o secuelas de decisiones mal tomadas. Mismos resultados.

En algún momento, deja de notar cuántos son los clientes que pasan por su caja, y prosigue en automático hasta que un destello lo encandila. Alguien le está hablando para otra cosa que no es una queja del precio de un producto y eso lo trae de vuelta a la realidad.

—Hey, hola —Kirishima saluda, esbozando una sutil sonrisa—. ¿Cómo ha estado? Escuché qué pescó un resfriado hace poco.

—Ehm, hola —Trata de utilizar su mejor tono, uno entendible—. Bien, mejor que antes al menos. Ya superé la fiebre y eso.

Kirishima asiente y pasa sus productos varios por la cinta para después, ir metiéndolos en bolsas de consorcio. No hay alguien más en esa fila y eso le dio pase libre para una corta charla.

—Me alegro.

Sero escanea en bucle, esconde una sonrisa bajo un barbijo blanco. No acota algo porque no sabe cómo continuar. La maquina es el único ruido del momento. Calmo, sin embargo. Y cuando Kirishima va a pagar, halla algo diferente en él.

—Veo que su brazo se está recuperando rápido...—dice vagamente, apuntando con la cabeza al mismo. No lleva el yeso y se ve más libre, fuerte—. Qué bueno.

—Ah, sí —Le extiende la tarjeta de crédito con los dedos—. Antier me sacaron la escayola, ¡por fin! Pero- —Mira todas las bolsas con sus compras, son cuatro y bien llenas— aún debo tener cuidado con el peso que levanto, heh... Debí pensarlo mejor antes de venir.

—¿No quiere ayuda? —suelta, demasiado pronto para su gusto—. Es decir, si me espera unos cinco minutos podríamos volver juntos.

Kirishima hace una mueca dubitativa mientras mete la tarjeta en su billetera. Toma el ticket de compra y lo hace rollito.

—Supongo que si no es mucha molestia —accede, dándole esperanzas al paliducho—. Debo retirar algunas cosas de la verdulería de acá al lado, así que...

—Bien. Deje las bolsas y nos estamos viendo.

Asiente—Claro, gracias.

Minutos más tarde, ambos se encuentran caminando sin apuro y hablando un poco de deporte y el clima, temas genéricos. Hanta lleva casi todas las bolsas encima, a excepción de una, y pesan mucho mas no dice algo.

Llegan a su viejo edificio y van hacia el ascensor. Es extrañamente silencioso para entonces, quizás cómodo. Hanta descansa sus brazos mientras suben. Las puertas se están por abrir tras un tembleque conocido y Kirishima comenta, con cierto tono juguetón:

—Qué fuerte eres, hey.

Sero se atraganta con saliva. Maldición. Ese hombre acabará por matarlo antes que sus vicios.

—No tanto como usted cree —murmura desganado, siendo escuchado aún así.

Caminan y, finalmente, están frente al departamento del mayor. Kirishima abre la puerta y Sero duda entre querer que el momento acabe o no; pasa con tutela al hogar ajeno.

—En serio me ayudó esta noche, ¡muchísimas gracias! —El moreno habla sonriente, acomodando las bolsas puestas sobre una mesa—. ¿Quiere alguna paga por esto? ¿Tomar algo de agua, jugo?

—No, no hay problema —niega, sacándose el barbijo. Tiene mucha sed—. Si quiere ayuda, estoy para servirle. 

Kirishima amaga a insistir, cuando un sonido resuena en su campera. Interrumpiéndolo estrepitosamente, varios mensajes llegaron a su celular. Él lo saca y revisa, frunce su ceño en algún punto y Hanta no sabe dónde meterse.

—Quisieras...—Sube la mirada en dirección al otro. Es tan intimidante—. Quisiera compensártelo de alguna manera, Sero —tutea sin querer, el mencionado lo nota—. ¿No quieres pasar a beber cerveza más tarde? Tengo algunas latas y- mucha resaca en domingo no me apetece.

—Oh, ehm —duda segundos—. Sí, deja me doy una ducha y vuelvo.

El moreno asiente con una sonrisa medio fingida y el ambiente comenzó a ser extraño entre ambos desde entonces.

Reloj marcando casi las doce de la noche y pasos que titubean en un lúgubre pasillo.

Sero camina en dirección a la puerta del apartamento número 18, actual residencia Kirishima; deteniéndose frente a la oscura entrada. Frena hasta su respirar. Casi cancelando todo por vergüenza, su mente divaga entre tocar o no cortos segundos.

Duda. ¿En qué demonios está pensando? En nada, probablemente. Solo siente como una parte de sí tiembla, tiene algo de pánico. Olvida toda la jovialidad, su personalidad extrovertida. Piensa en sus errores pasados y recuerda las miradas de asco de la gente.

Se está prohibiendo pasarla bien con un conocido (o un pseudoamigo), sí; pero hace tiempo nadie lo ha hecho sentir como el mayor. Cómodo. Como una persona normal. ¿Puede perder algo que siquiera está empezando? Quizá.

Mas está acostumbrado a la mala junta.

Así que qué pase lo que tenga que pasar, se dice finalmente.

Golpea fuerte, tres veces la madera dura; sabiendo que no hay una vuelta atrás. Pronto, son los pasos del hombre moreno los que se oyen adentro, y la cerradura chasqueando, la puerta crujiendo.

Kirishima sigue vistiendo lo mismo que antes, una campera rojiza abrigada y unos vaqueros sueltos. Lo único diferente que encuentra es la cabellera azabache algo más desprolija y ligero olor a tabaco. El hombre lo analiza con la mirada; él, al menos, ya no tiene ese estúpido uniforme de trabajo ni el estómago vacío.

—Ah, hola otra vez —saluda Eijirō. Rasca su nuca—. Creí que no vendrías.

—Bueno, una cerveza no se rechaza nunca...—Pasea su vista por otro lado, encogiéndose de hombros—. Y eres agradable.

—Je, verdad. Pasa, pasa.

El pálido asiente y entran ambos, cerrando la entrada sin llave. Sero se atreve a ojear mejor la casa, en busca de dónde acomodarse. El lugar luce recatado al menos, hay varios cuadros en estantes y paredes, una que otra figurita de superhéroes semi escondida. También hay un plato y cubiertos en la mesa ratonera que Eijirō recoge rápidamente.

Kirishima le señala el sillón, le pide que lo espere en lo que va a la cocina a por las cosas y él solo acata a las ordenes. La tele está prendida, en una película de acción al azar. Sero contempla el filme sin interés hasta el anfitrión regresa con las manos ocupadas.

—Están templadas, pero si querés una fría tengo en la heladera —avisa, tendiéndole una lata de las cuatro que lleva encima. Hanta conoce esa marca y es buena, algo fuerte.

—Nah. Así está más que bien, gracias.

Kirishima asiente, se sienta a su lado en una punta del sofá y es algo incomodo hasta que comienza una charla casual de lo que hicieron en el día. Derivó a comentar escenas de la película, quejarse de lo mala de esta y, cuando quisieron darse cuenta, por sus manos pasaron al menos tres latas enteras de cerveza.

El tiempo avanza, las agujas marcan las una y media pasadas y este solo parece el inicio de un desastre amistoso. Inhibidos por el alcohol y, eventualmente, la nicotina; cualquier idiotez que digan suena a genialidad risueña.

Los dos son un desastre para entonces. Kirishima da una calada a un cigarro recién empezado, bufa el humo y sonríe ante un recuerdo.

—Solía fumarme tres de estos por día todos los días cuando era un adolescente —cuenta, torpe—. Tenía el pelo teñido de rojo y me lo peinaba en punta, también. ¡Parecían cuernos! Pero la gente me tachaba de punk. Ja.

—¿Posta? —Sero se tira para atrás en el sillón, acomodándose y mirando al mayor. Da una bocana corta—. No te imagino así.

—Seh, posta. También salía mucho a beber con mis amigos. Éramos una banda de rebeldes o no sé, vagueábamos por ahí —Observa a la nada con algo de arrepentimiento—. Tuve que dejarlo cuando mi novia de entonces se embarazó de mi primer hijo, me uní a la policía al poco tiempo y acá andamos. Se me invirtieron los roles y estoy contento con eso.

—Wow —Expulsa humo por la nariz, impactado—. Demonios, pero al menos pudiste escapar de ese mundo de mierda —titubea—. Algunos- no la tienen fácil.

—Lo sé. ¿Cuánto llevas limpio tú? —pregunta tosco, mirándole fijo. Arrepintiéndose—. Perdón, pero no es secreto que-

—No importa —Hace una mueca—. Ahm, no importa. Creo que tres o cuatro años, pero es fácil recaer si no tienes una puta razón de seguir limpio —Da una gran calada que le quema la boca, acabándolo, y tirando los restos en el cenicero. Está molesto de pronto.

—Entiendo —murmura algunas cosas para sí—. ¿Y cómo terminaste metido en eso? Si puedo saber.

Sero se encoge de hombros. A estas instancias, le da igual contárselo. Le da igual todo—Mi mamá me echó de casa por homosexual cuando tenía dieciocho. Imagínate, su único hijo varón, al que crío con tanto "esfuerzo" y "desempeño" —Hace comillas— resultó ser un mariquita. Prefiero un drogadicto antes que a un gay, me dijo un día —comenta con sorna—. Y yo, acabé siendo ambos... por culpa de mi ex novio.
» No tuvimos contacto hasta mis veinticinco, que me encontró tirado en las calles. Fue la mierda más complicada en mi vida dejarlo, pero acá estamos. Llevo años sin consumir sustancias ilícitas pero, como verá, tan bien no me está yendo.

Termina el pequeño monologo y hay un silencio inquietante, entonces. El mayor parece tratar de asimilar toda la historia que le fue revelada de golpe, solo para tragar duro y evitarle la mirada unos segundos.

—Maldición. No sabía que eras gay.

—¿Hay algún problema con eso? —contesta a la defensiva.

Mas el moreno niega con una extraña sonrisa—Nah, no soy quien para meterme en tu vida —Parece que es todo lo que va a decir hasta que un rumor, un murmullo escapa de su boca y es apenas perceptible para el otro—. Y menos considerando que mi ex mujer me encontró con mi mejor amigo en la cama. 

Ahora, es Hanta quien queda inmóvil en su lugar. Boquiabierto. Deja de contemplar algo para asimilar lo dicho, aquello que tiró cierta apariencia recatada en el amable policía.

Kirishima, en cambio, da una última calada a su cigarro. Se llena de humo, lo sopla, y apaga los restos en el cenicero antes de pararse y estirarse. 

—Creo que me queda una que otra lata de birra en la heladera. ¿Quieres?

El azabache asiente lento, ido aún.

Afuera, una tormenta parece querer comenzar.

- disculpen la tardanza, aish. esto se me hizo re pesado e incómodo, y tengo mucho trasfondo al pedo; pero ojalá les haya gustado. <33

Kiri en este os tiene hijos con propósito de historia larga (que jamás haré xd), y pueden conspirar quién fue su amante.  👀
El primer final que tenía, si bien era abierto, no lo era tantoooo como este pero no me salió jajan't.

en fin, viva kirishima dilf.

y nos leemos pronto, tal vez. uwu

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