Capítulo I
El sonido inconfundible de pasos acompasados resonaba por el interminable pasillo que se extendía, oscuro y húmedo, hacia el frente, formando ecos que parecían nunca acabar. El bajo murmullo de voces, quejidos y gemidos adoloridos, el arrastrar de animalillos rastreros y el chillido de los ratones se mezclaba con los pasos y sus ecos, todo formando una algarabía inquietante para quién no estuviera acostumbrado.
Sin embargo, para el Rey Black, todo aquello, desde las paredes salpicadas de sangre, hasta el asqueroso olor desprendiéndose de la miseria y el miedo contenido en todo el lugar, le era tan familiar que le resultaba casi relajante.
Mientras más quejidos y olor a sangre fresca hubiera, más a gusto él se sentía.
Sólo que, en ésta ocasión, Jimin, el Rey Black del Tablero Algiz, estaba más intrigado que relajado, con cada paso que daba siguiendo a uno de sus mejores guerreros. Cuando Taehyung Black, su general de los Rooks y fiel amigo, había entrado en el salón de planes estratégicos interrumpiendo una importante reunión donde se decidía cómo sería el siguiente ataque contra las tropas de Knights del Rey White, Jimin supo que algo crucial estaba sucediendo. Taehyung nunca se atrevería a distraerlos de algo tan importante como el futuro de sus propios guerreros si no se tratara de algo aún más importante.
Así que ahí estaba él, de camino a uno de sus tantos calabozos para corroborar lo que Taehyung le había informado con asombro.
Durante la batalla entre los Pawns –sus eslabones más débiles en el Tablero, pero los más numerosos–, el Rey Black sabía que habían capturado algunos de los Pawns del clan White. No dio interés al asunto debido a que era algo que pasaba todo el tiempo. Ya su gente sabía lo que tenían que hacer con los prisioneros: esclavizarlos o matarlos. Mayormente, simplemente matarlos, porque no se podía confiar en un hombre que le había servido al enemigo. Sin embargo, siempre quedaba el joven asustado que haría cualquier cosa por evitar la muerte. Como si fuera lo peor que pudiera pasarles, pensó Jimin con ironía.
Por lo que, ciertamente, el Rey tenía que venir para ver con sus propios ojos cuando Taehyung le dijo que entre los capturados esa tarde, se encontraba alguien considerablemente peculiar.
—Majestad. Aquí es donde yace el prisionero —Taehyung se detuvo frente a una de las viejas y gruesas puertas de hierro, casi al final del pasillo. Jimin miró dicha puerta, su curiosidad aumentando con cada segundo silencioso que transcurría frente al calabozo—. Lo sé, es algo intrigante que de entre todas las puertas en éste pasillo, ésta sea la única ocupada y en silencio que parece haber —una de las comisuras de su boca se elevó ligeramente, sin mirarlo—. Cuando le dije que éste prisionero era algo... distinto, verdaderamente lo quise decir.
—Ya veo —pronunció Jimin, su mente trabajando, analizando la situación—. Entonces, ¿no ha llorado desde que está aquí?, ¿ni siquiera cuando lo han capturado?
—No señor. Nada. Ni un solo sonido —entrelazando sus manos detrás de su espalda, Taehyung continuó, pareciendo dubitativo—. Sin embargo, eso no es lo más curioso. Cuando el chico fue capturado, muy bruscamente como debe imaginar, no parecía siquiera sorprendido. Era como si lo esperara —Jimin lo miró, su ceño levemente fruncido—. Claramente, pensé que sería una trampa, por lo que lo revisé e interrogué duramente. A pesar de ello, sólo me miró fijamente, con expresión aburrida incluso. Fue interesante, a decir verdad.
—A mí me parece que sólo quería morir. Tal vez es uno de esos que ya saben lo que les espera, entonces sólo aguarda la muerte, resignado.
—Puede ser, sí. Pero algo no me calza, es por ello que lo busqué —Taehyung lo miró ésta vez, como esperando que el Rey lo entendiera—. Me gustaría que lo viera y me dijera si mis sospechas son reales.
—¿Y cuáles son esas? —Jimin preguntó con incertidumbre.
—No estoy seguro. Pero casi puedo asegurar que el prisionero, más que esperarla, busca la muerte.
Jimin no respondió. Miró la puerta algo desconcertado, pensando.
¿Busca morir?, sonaba algo descabellado para él, aún así, no podía descartar los instintos de Taehyung. El hombre tenía unos instintos infalibles. Desde que lo conocía sus suposiciones eran, prácticamente, afirmaciones. Así que decidiendo no posponerlo más, quiso saciar su curiosidad.
—Muy bien. Entonces veamos qué tan certeras son ésta vez tus suposiciones. Espero que no te equivoques. —Espetó Jimin, con diversión bailando en su voz.
—Lo dudo, Majestad. —Taehyung respondió, sonriendo en su dirección, antes de inclinarse para abrir la puerta, dándole paso a su Rey.
► ♣ ♥ ♣ ◄
La puerta se abrió con un horripilante chillido que haría a cualquiera estremecerse hasta los huesos, sin embargo, Jungkook White no pudo siquiera inmutarse. Entumecido y frío, él sólo quería –necesitaba– que todo terminara para ver si así, podría descansar en paz por fin.
Él sólo quería morir.
Cada segundo que pasaba sin hacerlo, corría el riesgo de volver a caer bajo ese yugo que lo había atormentado toda su vida, y él se mataría a sí mismo antes de que sucediera.
Cuando el guerrero alto y feroz lo había interrogado hace unas horas atrás hasta casi sucumbir a la violencia, Jungkook pensó que su actitud desinteresada y ligeramente desafiante lo había logrado. Pero el tipo había salido y no había vuelto hasta ahora.
Ojalá viniera a ponerle fin a su miserable existencia de una vez por todas.
Jungkook levantó la mirada y no supo cómo recuperar el aliento por unos instantes tan largos, que pensó que moriría después de todo.
El hombre frente a él, alto e imponente, lo miró con una intensidad que, por ridículo que pareciese, sí lo hizo estremecerse.
Jungkook jadeó en busca de aire, cuando sus pulmones comenzaron a quejarse. Bajó la mirada y, oculto tras la cortina formada por sus largos cabellos que caían sobre su frente, lo evaluó. Tez blanca, ligeramente bronceada, los brazos fuertes y muslos gruesos, la tela de la elegante vestimenta que llevaba encima abrazaba un cuerpo que se adivinaba musculoso y potente. Jungkook se lamió los labios, si su memoria no le fallaba, se encontraba ante el Rey de los Black. Jimin Black, mejor conocido como el "Tirano". Por lo que había escuchado a lo largo de los años de su miserable vida, el tipo era el más temido en el Tablero. Aunque eso no hacía que Jungkook pudiera apartar la mirada de su rostro perfecto. Pómulos altos, mandíbula cuadrada, rojos labios llenos, casi sensuales de no ser por la mueca severa en ellos; sus cejas pobladas y oscuras en contraste con sus ojos grises con matices azules, como un cielo nublado que comienza a despejarse, enmarcados por esas oscuras pestañas que le añadían una intensidad casi asfixiante a su, ya de por sí, intensa mirada.
Jungkook no podía dejar de verlo, sintiendo como lo estudiaba, casi escuchando a su mente trabajar. Inevitablemente, su cuerpo empezó a temblar cuando su voz, profunda, áspera y sofisticada se deslizó como una aserrante caricia por su piel.
—Baja la vista, esclavo. No tienes permitido mirarme directamente —Jungkook salió de su trance y miró a sus pies enfundados en unos lustrosos zapatos, mordiéndose el labio inferior con saña—. Muy bien. Tienes treinta segundos para confirmarme quién eres y qué haces aquí.
—Y-yo... —Él dudó, sin saber qué decir, no podía mentirle, sabía que sus ganas de morir serían un tonto juego de niños comparadas con las que sentiría si éste hombre decidía que Jungkook lo había ofendido de algún modo. Recordando sus palabras, Jungkook frunció el ceño—, dijo, "confirmarme", quiere eso decir que, ¿usted ya sabe quién soy?
Un dolor punzante en su mejilla derecha lo confundió unos instantes antes de percatarse de que el Rey lo había abofeteado, provocando que su rostro se ladeara bruscamente a la izquierda.
—Yo te hice una pregunta. Tú responderás. Si lo que quieres es una muerte sin dolor, es mejor que no vuelvas a desafiarme de esa manera, ni de ninguna otra.
Sintiendo su mejilla derecha comenzar a hincharse, Jungkook escuchó como su voz, antes severa pero suave, adquirió un filo acerado que le erizó. Jungkook sintió un tirón en su mente, instándole a obedecer, pero se resistió, no sabía qué había en ese hombre que lo tenía al borde, con los nervios crepitando agitados bajo su piel. Maldijo, tratando de calmarse, si no lo hacía, estaba seguro de que lo destrozaría.
—S-soy Jungkook White, hijo t-tercero del Rey, Namjoon White. Y estoy aquí p-porque escapé de casa.
—Escapaste... —El Rey dio una vuelta a su alrededor, con las manos enlazadas detrás de su espalda. Dios, tenía que parar de mirarlo, ésta era la persona equivocada por la cual sentirse atraído, sin contar que era hombre, por lo que era desconcertante sentir esa atracción; aún así, Jungkook no pudo evitar notar como la costosa seda del pantalón se estiraba sobre sus musculosos muslos con cada paso que daba—. ¿Por qué, exactamente, querrías escapar de tu hogar?, el único que has conocido hasta ahora y donde se supone que estás seguro, todo para terminar en un calabozo en manos del enemigo mortal de tu asqueroso padre.
Jungkook sonrió, una pequeña risa amarga saliendo de sus labios.
—"Seguro", es la última palabra con la que definiría mi supuesto hogar, Majestad.
—Explícate. —Exigió Jimin.
Y sin encontrar razón aparente, Jungkook se permitió ser sincero por una vez en su vida.
—Mi padre detesta que yo sea el único al que no puede controlar, porque no puede tocarme. No quiero ser de la realeza, lamentablemente lo soy y puesto que me niego a casarme con la Princesa White del Tablero Uruz, represento una amenaza para su gran reputación de "Rey intachable" de la que tanto le encanta jactarse.
—¿Y por qué es eso así?, ¿por qué no quieres casarte?, he visto a esa Princesa, es muy hermosa y lo suficientemente decente.— El rey lo miró con desconcierto.
—Porque me niego a casarme con alguien a quién siquiera conozco. No soy una pertenencia más en su reino, sólo llevo su apellido, y cualquiera de mis otros hermanos podría ocupar mi lugar fácilmente —Jungkook suspiró, y lo miró a través de su cabello suelto—. No tengo el deber de hacer lo que él quiere. Pero él sólo quiere deshacerse de mí, porque, de todas maneras, Namjoon White no es mi padre.
Jimin observó al chico arrodillado frente a él, y no supo qué responder. ¿Cómo es que esto estaba pasando?, de repente tenía en sus manos el arma para acabar con su enemigo de toda la vida y él ni siquiera lo había visto venir. Verdaderamente no sabía que tenía esa clase de suerte, pero no iba a protestar.
De un momento a otro, se encontró sonriéndole al chico.
—¿Sabes lo que acabas de hacer, chico? —el joven subió un poco la cara para mirarlo, haciendo que, en consecuencia, su rostro quedara a la vista. Jimin se tragó una maldición. El jodido era precioso, de una clásica manera, su suave mandíbula casi afeminada, sus labios del color de las rosas rojas que adornaban su inmenso jardín, la tez pálida como de porcelana, y esos ojos... un profundo azul con motas doradas, muy parecidos a las innumerables lapislázuli de su colección de joyas preciosas. Sólo que esas joyas que tenía el chico por ojos, rezumaban inteligencia y pasión, y algo parecido a la inocencia, como un niño curioso sin una pizca de miedo. Jimin se imaginó rompiendo esa ingenuidad, transformando ese semblante puro en uno manchado de lágrimas y dolor y tanto miedo... soltando un suspiro, se instó a la calma. Todavía no—. Acabas de darme la clave para destruirlo, a ese que se hace llamar tu padre.
—Realmente no me importa qué haga con él, Majestad. Si lo mata me estaría haciendo un favor, pero... —el chico cerró los ojos, como meditando lo que diría a continuación—, pero tengo que pedirle un favor, algo a cambio de mi absoluta colaboración.
Jimin lo miró, entre sorprendido e indignado, ¿qué se creía?, aunque encontró su estúpida valentía admirable.
—¿Y qué te hace creer que estás en posición de pedirme algo, o incluso de negociar? —deteniéndose frente al muchacho arrodillado, Jimin se inclinó hasta que sus rostros estuvieron tan cercanos que podían sentirse el tibio aliento el uno al otro—. Estás en mi reino, dentro de una celda de mi castillo, encadenado y obligado a permanecer arrodillado ante mí, indefenso, solo y vulnerable. A mi merced —levantado una mano, Jimin apartó el cabello que le caía en la cara cubriendo sus ojos, enterrando sus dedos en las sedosas hebras cobrizas y apretando, echando su cabeza bruscamente hacia atrás, sacándole un gemido roto de dolor. Él deseó sacarle muchísimos más—. En otras palabras, esclavo, me perteneces. Lo que significa que puedo hacer contigo lo que me plazca.
—Sin embargo, hay una diferencia entre un esclavo dócil y uno que lucha. Yo que usted preferiría la dócil mascota. —Habló entre sus dientes apretados. Jimin rio suavemente, bajo y oscuro.
—Tengo maneras para hacer que un esclavo como tú me obedezca, chico —apretó más su agarre en el cabello cobrizo. El joven soltó pequeños quejidos que Jimin disfrutó—. Si deseas algo, te recomiendo que lo pidas adecuadamente.
—¿Cómo sería eso?
Jimin lo soltó repentinamente sin ningún cuidado y se irguió. El chico, sin embargo, no bajó la mirada.
—Eres un prisionero, actúa según tu posición ante mí.
Jungkook pareció pensarlo por unos minutos. De repente, su mandíbula se apretó, su cuerpo en tensión. Jimin sólo esperó.
—Su Majestad —habló el chico entre dientes, lazándole dagas con los ojos para luego bajar la mirada—. Por favor, Majestad, le ruego que me conceda un favor a cambio de mi total disposición a sus preceptos. Sé que no estoy en posición de pedirle nada pero se lo ruego. Haré lo que sea que desee, sólo concédame un favor, sólo uno. Se lo suplico.
Jimin suspiró, aunque lo había dicho entre dientes y en voz tensa, él sabía que lo había intentado, no obstante, tenía la sensación de que se estaba conteniendo más que obligando, lo que no supo entender. No podía esperar nada más de un joven que estaba acostumbrado a estar en el extremo receptor de un acto de sumisión.
—Escucho tu petición.
Jungkook lo miró con algo de incredulidad, luego regresó la mirada al suelo.
—Le pido que por favor, independientemente de lo que haga con Namjoon White, deje a mi padre Seokjin fuera de todo esto, él no tiene nada que ver con lo que hace ese señor. En realidad, creo que es quién más sufre, puesto que su alma bondadosa le hace renegar de todo lo que ocurre allí. Se lo suplico, él no tiene que pagar por sus pecados.
—¿Y quieres que lo traiga aquí?, ¿crees que estaría dispuesto?, porque no estoy seguro de que yo quiera o me beneficie en algo de traerlo aquí.
Jungkook respiró profundamente, tratando de encontrar una manera de llegar a éste hombre, él realmente necesitaba que su padre, su verdadero padre, estuviera a salvo, se lo debía después de todo lo que hizo por él.
—Su Majestad, piénselo de ésta forma, si usted va contra el Rey White y lo acaba, dándole refugio a su Rey Consorte, porque él no tiene nada que ver en esta guerra, y éste está de acuerdo con usted y se pone de su lado, su pueblo lo verá como un hombre justo. ¿No es eso lo suficientemente beneficioso para usted?
Jungkook se vio de repente, una vez más, apresado del cabello, con más fuerza si cabía, la cabeza tan inclinada hacia atrás que su cuello quedó expuesto, el cuero cabelludo le palpitaba de dolor y los músculos de su cuello se quejaron por tan incómoda posición. Jungkook apretó los dientes tratando de evitar que un gemido de dolor saliera libre, pero fallando puesto que se oyó a sí mismo gimoteando. Maldijo entre dientes por la indignación.
—Estás, una vez más, jugando con tu suerte, esclavo —el Rey lo vio desde su gran altura, porque al tomarlo no se había inclinado sino que se irguió sobre él, viéndose más altivo, magnífico y prepotente de lo que ya era—. ¿Crees que me afecta cómo me vea mi pueblo?, ellos pueden creer lo que quieran, porque a fin de cuentas, sus vidas siguen en mis manos, y ellos no pueden cambiar eso —la presunción en su voz fue inconfundible—, así que tu insinuación de que sea tan débil como para que el "cómo me verán" de un montón de plebeyos, me sea relevante, es una blasfemia.
Jungkook retuvo el aire en sus pulmones cuando el Rey le sonrió, de una manera tan macabra y perversa, que sus piernas temblaron, y agradeció internamente estar arrodillado, porque de otra manera no hubiera podido sostenerse.
—Pero, ¿sabes una cosa, Príncipe?, yo tengo una idea mejor de cómo puedes pagarme el que te deje vivir, a tu padre y a ti —el Rey levantó la otra mano y Jungkook cerró los ojos, en espera de un golpe que nunca llegó. En cambio, sintió una suave y tierna caricia, desde la base de su garganta hasta la comisura de su labio inferior. Jungkook tembló—. No soy ciego, Príncipe. Y tú... tú eres un hombre precioso, exquisito, en realidad —el Príncipe vio los ojos del Rey, pasar de cielo despejándose a una tormenta en pleno apogeo, cuando la lujuria los oscureció. Su piel explotó en piel de gallina, y sintió miedo, porque de un momento a otro, no estaba seguro de que quisiera negarse a todo lo que aquella penetrante mirada le transmitió—, y yo deseo toda esa exquisitez para mí. ¿Qué dices a ello, Príncipe?
Jungkook tragó saliva con dificultad, para decir, casi arrancando la simple palabra desde el fondo de su garganta:
—No.
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