𝐍𝐈𝐍𝐄. Her Youth
𝐍𝐔𝐄𝐕𝐄. 𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄 𝐁𝐈𝐑𝐃
Su Juventud
Minako no era particularmente buena controlando sus emociones. Ayame y Basile siempre hablaban de la comunicación y cómo hace "maravillas" para el alma. Sí lo intentó cuando era más joven, especialmente cuando Kyoga hacía algo para molestarla o cuando ella se frustraba con las prácticas. Pero por los últimos tres años, no había tenido el lujo de tener una conversación sincera y profunda con sus abuelos o coach Anya o Mathis sobre lo que la molestaba. Tan invasiva como lo era su abuela cuando se trataba de su carrera de patinaje artístico, era testaruda al nivel que te interrumpiría así que hablar no era una opción de verdad. Su abuelo era vergonzoso y tan inseguro de sí mismo que era igual que hablar con la pared. Coach Anya probablemente era la mejor de los tres, pero Minako se encontraba incapaz de hablarle a su coach sobre detalles de su vida personal. Y entonces, estaba Mathis.
Tan terrible que es como persona ahora, Minako no siempre lo vio de ésta forma. Mathis siempre había sido cálido e invitador y, al comienzo de su asociación, siempre fue sencillo hablarle de cualquier cosa. Porque no era solo su compañero, también era su mejor amigo, un chico alrededor de su edad que tenía problemas con adaptarse al mundo atlético profesional a una edad tan joven. No tenían tiempo para jugar o divertirse; su tiempo estaba normalmente a entrenar desde el amanecer hasta el atardecer y eran tratados más como adultos que adolescentes.
Estar con Mathis desvanecía el miedo de perderse. Sus largas noches de práctica se volvieron largas sesiones de estudio para los exámenes o sus días de coreografía se parecían a los bailes de escuela que veían en todas las películas adolescentes. De alguna forma, él se volvió todos esos pequeños momentos de adolescencia con su personalidad, su sonrisa y su calidez.
Él se volvió su juventud.
Su concepto de amor había sido voluble desde que Minako tenía memoria. Su primera noción era, por supuesto, sus padres. Mirar a Basile y Ayame coquetear como chicos de secundaria frente a los jóvenes Kyoga y Minako la volvía envidiosa de cómo su padre siempre trataba a su madre como si fuera la mujer más hermosa del mundo. Y aquellas comedias románticas que miraba mientras se quedaba toda la noche levantada por las prácticas la hicieron darse cuenta de todas las posibilidades de lo que el amor podía ser y sus variantes. Tal vez nunca experimentaría una noche de graduación como la de los adolescentes americanos en sus películas favoritos o tal vez nunca sería invitada por un chico a tener una cita en un cine con servicio al auto.
Pero ella jura que lo que sintió por Mathis fue amor. Debía serlo. Tal vez no quedó aturdida por tantas emociones como suele ser descriptivo en esas estúpidas comedias románticas. Tal vez no era un chico cantándole a una chica con cien rosas y una estúpida canción pop en el fondo. Sin embargo, la forma en que él la arrojaba al aire y la atrapada, y la miraba como si ella hubiera puesto las estrellas en el cielo, detenían su corazón. La forma en que Mathis solía esconder un snack extra para ella así no tenía hambre durante las prácticas la ruborizaba. La forma en que él la encontró antes de una práctica difícil por un nuevo salto y levantamiento la hacían sentir como si no hubiera nada en el mundo que pudiera detenerla.
Eso debía ser el equivalente a lo que es el amor, ¿no?
Kyoga siempre había sido el estilo de hermano protector. Minako no está segura si fue implementado cuando eran jóvenes, que sus padres le dijeran que debía cuidarla, pero no podía recordar un momento en que Kyoga no estuviera para ella. Cuando eran niños y sus padres estaban hablando con padres de otros patinadores, Kyoga siempre estaba allí para sostenerla si ella sentía que necesitaba ahorcar a una de las otras chicas antes de la competencia. Incluso cuando estaba en Francia, él se aseguraba de mandarle un mail de vez en cuando preguntándole cómo estaba, si sus padres eran insoportables, o si su coach no estaba siendo razonable.
La vida en Francia era más fácil. Ahora, sus emociones y sentimientos se interponían en su camino.
Fue cegada por sentimientos y su enfoque en su objetivo se había ido, pero puede arreglarlo. Sabe que puede.
—¿Mon minou? —habló Basile mientras miraba a Minako moverse alrededor de su habitación. Acababa de regresar de su caminata con Yua solo para encontrar a su hija del medio corriendo de un lado al otro y arrojando ropa y otras cosas sobre su cama—. ¿Qué pasa? ¿No deberías estar en la escuela?
Minako lo ignoró mientras continuaba vaciando su armario en búsqueda de sus medias para prácticas al igual que su pasaporte. Lo único en su mente era ir a Francia y resolver las cosas con Mathis para que no la reemplazara. Tan penoso y patético cómo podría ser, Minako estaba lista para ponerse de rodillas y rogar con su vida. El patinaje artístico es su vida y, sin importar lo que otros pienses porque ella abandone su orgullo, no importa. No había oportunidad de ser una ganadora si estaba sola.
Notando el uniforme escolar de su hija colgando del perchero y su forma desesperada de empacar, Basile conectó las piezas. Está segura que Kyoga probablemente había sido la primer persona con la que habló, pero no se podía negar el hecho que Minako ahora sabía. Lentamente la culpa se expandió por si estómago y su pecho se contrajo ante la idea de su hija triste.
—Manon —Basile volvió a intentar al tomar otro paso dentro de la habitación. Estiró un brazo para evitar que Yua entrata. No sabía cómo reaccionaria su hija mayor, y lo último que quería era que su hija menor fuera atrapada—. ¿Te gustaría hablar?
Su hija se giró, permitiendo que tomara un vistazo a su rostro. Mejillas manchadas con lágrimas secas y ojos hinchados y rojos por llorar, Minako nunca había lucido tan devastada. Nunca es fácil ver a tu hijo sufriendo sin importar cuánto crezcan. Algo de verlos en un estado tan vulnerable lleva a un padre a pensar en cuando eran niños incapaces que necesitaban a sus padres para guiarlos. Pero Minako ya no era una niña y, mientras podría ya no necesitar su guía, no cambia la necesidad de querer protegerla de toda la maldad en el mundo. Cuando tu hijo llora, tu primer idea es preguntar qué pasó, qué posiblemente te perdiste para permitir que tu hijo esté en tal estado de dolor. El siguiente es preguntarse si siquiera eras un buen padre.
—Yo- necesito volver a Francia y hablar con Mathis y resolver todo esto —soltó Minako mientras se esforzaba por calmar su respiración. Pero era evidente para él que ella seguía en estado de pánico y abrumada por la revelación—. ¡Haré que me entienda! ¡Puedo probarle que soy mejor que Lisette!
Su voz rasposa y su tono de desesperación eran extranjeros para Basile. Y mientras la mayoría de los niños crecían vulnerables y pequeños, su hija estaba lejos de ser ordinaria. Minako siempre contenía las lágrimas y mordía su labio para prevenir las quejas o el llanto. Creciendo en un mundo fiero como el del patinaje artístico no daba lugar para una niñez normal, y eso significaba que no había espacio para lágrimas y crisis. Habían momentos en que se arrepentía de haberla enviado con sus padres mientras entrenaba, pero ella siempre pareció tan feliz. Sin importar lo difícil que el patinaje artístico fuera, ella nunca se quejó ni mostró señales de querer dejarlo. ¿Quién era él para decidir por ella?
Pero entonces habían momentos como este que lo hacían querer arrancar todas las estrellas del cielo que hozaban brillar más que ella, que se atrevían a hacerla sentir pequeña cuando ella es el sol a comparación.
Basile deseó poder protegerla de los horrores del mundo, enmendar las veces que permitió que Minako recibiera golpes sin él cerca para protegerla. Pero no había forma de cambiar el hecho que su hija, su bebé, está dañada y rota debido al mundo que él conoce perfectamente. Y aún así, él le permitió ir con la esperanza que ella triunfara más que él, que las cosas tal vez fueran distintas porque ella es más fuerte de él podría serlo.
Minako era más parecida a él que a Ayame, pero sus ojos eran los de su madre, y la tristeza que inundaba su luz hacían doler su pecho ante la mera vista.
—Mon minou, tienes escuela —Basile intentó razonar—. Y sabes cómo funciona, probablemente ya están trabajando en una rutina y--.
—¡No me importa! ¡No me merezco esto! —chilló Minako mientras arrojaba el sweater que estaba hecho un bollo en sus manos. Golpeó el suelo con los pies y hizo todo lo posible para liberar su dolor y enojo—. ¡Trabajé tan duro y que Mathis simplemente me lo robe no es justo!
—Manon —Basile repitió con calma antes de agacharse y recuperar la ropa en el suelo. Alzó la cabeza hacia Minako, que estaba temblando y esforzándose por mantener la calma. Los puños a sus lados temblaban incluso cuando su piel se tornaba blanca y el hipo que intentaba ocultar tanto no podían permanecer callados. Su respiración era corta y apurada, casi como si no pudiera controlarse debido al enojo.
—Lo lamento, sabes que lo siento —continuó él con una voz pequeña. Minako cerró los ojos ante sus palabras mientras mordía su lengua para evitar llorar—. Pero estas cosas pasan, y a veces está más allá de nuestro control. Sé cómo te sientes. En serio. Pero volver a Francia no lo arreglará. Los Lévésques probablemente firmaron un contrato con la familia de Lisette, volviéndolo oficial. Podemos revisar tu contrato con Mathis y ver si esto lo viola, pero por ahora, no podemos forzarlo a que vuelva a ser tu compañero.
No era como si ella ya no supiera todo esto, lo sabía. Pero escuchar estás palabras con la voz de su padre, confirmando la realidad frente a ella, solo solidificaba su peor pesadilla. Realmente no había nada que Minako pudiera hacer en el momento
Atontada, Minako se sentó en el borde de la cama mientras miraba en blanco su armario abierto y desordenado.
—Pero... todavía no terminé.
Se acabó, pensó. ¿Pero qué consolación pobre podría recibir para hacer que el dolor se fuera? Aquellas dos palabras se repetían una y otra vez en su cabeza como un disco rayado que se burlaba de ella, casi embelezándose con como caían los poderosos.
La una vez gloriosa Manon Clavette es reducida a nada.
—Mon minou, perdón —susurró Basile antes de tomar la mano de ella. Peinó hacia atrás los pelos de bebé que hacían cosquillas en sus ojos antes de rodear su rostro con sus manos y limpiar las lágrimas secas de sus mejillas—. Pero te prometo que este no es el fin de tu carrera.
—No lo sabes —dijo Minako en voz baja mientras apretaba su mano, intentando traerse de vuelta a la realidad. Pero sin importar lo mucho que apretara, la sensación de su piel en su mano no estaba allí—. Yo- papá, estoy atrapada aquí. No tengo nada aquí.
—Me tienes a mí. Tienes a tu mamá, a tu hermano, a tu hermana. Incluso tus amigos de la escuela y esa chica, Seina, de la que eres su coach.
—¡Pero no terminé! ¡Todavía puedo hacerlo! ¡Por favor! —espetó Basile con calma antes de tomar asiento al lado de ella. Susurró a la pequeña Yua escondida tras la puerta que podía entrar. Tímidamente, la Saito más joven entró antes de intentar trepar las piernas de su padre. Después de la asistencia de Basile, Yua se sentó en sus piernas y apoyó su cabecita sobre las piernas de Minako.
—Neechama, ¿estás triste? —preguntó Yua con una voz pequeña mientras levantaba la cabeza para mirar a Minako.
Minako rió mientras intentaba limpiar cualquier evidencia de lágrimas de su rostro—. Solo estoy teniendo un mal día, Yu-chan —murmuró Minako en respuesta mientras permitía a Yua jugar con los brazaletes en sus brazos—. No estoy triste.
—Pareces triste. ¡Te vi llorando!
La hija mayor no pudo evitar la sonrisa ante la inocencia que radiaba de su hermana menor—. Preocúpate por tus cosas, mon bébé —susurró antes de apretar una de las mejillas regordetas de su hermana.
Yua sonrió ante el sonido de su apodo antes de volver a sentarse y saltar sobre las piernas de su hermana. Minako arrojó a su hermana por detrás de su espalda antes de comenzar a hacerle cosquillas en el estómago. Risa y chillidos llenaron la habitación de Minako, el sonido rápidamente reemplazando el eco de los gritos y llantos que previamente ocupaban el espacio.
Lo que haría Minako para ser tan despreocupada y pequeña e inocente como su hermana lo es ahora. Sin preocuparse por cosas como el amor y los chicos y su propósito. Pensar en que algún día su hermana, que tiene las mejillas más gordas y rosas, crecería para tener sus mejillas rojas por otras razones contraía su corazón.
Una vez que Minako cesó su ataque de cosquillas contra su hermanita, Yua se encontró ocultándose tras uno de los conejos de peluche de Minako—. ¿Neechama se va a ir?
La sonrisa de Minako cayó ante su pregunta.
No era un secreto que, fuera de su familia inmediata, Minako era una desconocida. Tal vez no para Basile y Ayame. Especialmente no para Kyoga. Pero para la pequeña Yua que no sabe mucho de su hermana mayor, Minako no era nada más que una desconocida al principio. Fue difícil para Yua comprender que ella no es la única hija, pero una idea incluso más difícil de aceptar era que Minako es su hermana.
Minako no podía culparla. Después de todo, solo se habían visto un par de veces en persona ya que su padre detesta volver a Francia y a sus padres, y porque su horario siempre estaba lleno con prácticas. Pero sus padres se esforzaban con videollamadas, llamadas telefónicas, y mostrarle a Yua videos de sus presentaciones de vez en cuando así al menos estaba asociada con Minako. Aún, no fue hasta que ella volvió a Miyagi que fue capaz de construir una relación con su hermana.
Kyoga sigue siendo el favorito de Yua. Entonces está Nishinoya, dejándola a ella en el tercer puesto en la lista que es mejor que nada.
Pero honestamente, no puede imaginarse su vieja rutina sin Yua.
Se había acostumbrado a Miyagi, un lugar donde antes nunca se había sentido como su hogar.
Y eso la aterraba.
—Todavía no lo sé, Yua-chan —respondió Minako con honestidad antes de tomar el peluche en forma de conejo de la mano de Yua. Ella le dio a su hermana una pequeña sonrisa antes de colocar a Yua sobre sus piernas—. Pero sigo aquí. Y podemos jugar y hacer todo lo que quieras.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —un día, ella aprendería que las promesas solo son palabras vacías sin ningún motiva real detrás, Minako no pudo evitar pensar mientras Yua besaba sus dedos presionados por su promesa de meñique.
Casi como si él sintiera el repentino cambio de humor de Minako, Basile fue rápido para ponerse de pie y tomar a Yua entre sus brazos. Haciendo saltar a la risueña niña en su cadera, señaló a la puerta con su cabeza—. ¡Vamos!
—¿A dónde? —Minako cuestionó.
—¡A la pista! —exclamó como si fuera obvio. Con una gran sonrisa que igualaba la de Yua, Basile empujó el pie de ella con el suyo—. Después de todo, hace mucho que tú yo no vamos a patinar, ¿no?
—Pero...
Basile chasqueó la lengua antes de darle una mirada—. No soy un fan de que te saltes la escuela, pero solo por esta vez —dijo con severidad, pero la sonrisa traviesa en su rostro decía otra cosa—. Además, necesito asegurarme que no estés oxidada para tu regreso.
—¿Regreso?
—Por favor, mon minou, ¿realmente crees que papá no tiene un par de trucos bajo la manga? ¡Déjamelo a mí! —Basile asintió hacía los patines casi guardados en su mochila—. Como dije, ¡todavía no se acabó!
—Papá--.
—Tienes diez minutos para prepararte y bajar.
—Ok.
—Oh, y no le digas a tu madre, ¿entendido?
Su juventud.
Todavía no se acabó, ¿cierto? Aún hay una oportunidad para las personas como ella para pelear por otra oportunidad. Para hacer espacio y enmendar lo que salió mal y superarlo. Porque no quiere que su juventud esté solo llena de recuerdos de un chico que no alcanzó su idea del amor y solo se apoyó en baratos sentimientos de placer.
Daichi estaba orgulloso de pensar que conocía bien a su equipo, que era capaz de distinguir sus pensamientos, problemas y todas las diferentes soluciones para enmendar lo que sea que los molestara. No era ningún enmendador de problemas, pero le gustaba pensar que conocía a cada uno lo suficiente para descifrar las diferentes formas de ayudarlos. No obstante, eso no significa a que él iba más allá para arreglar todo, después de todo, su trabaja era solo guiarlos y apoyarlos cuando lo necesitaban. ¿Qué clase de capitán sería si hiciera todo por ellos? Pero si hay una persona en el equipo que lo hacía dudar era Minako Saito. Ella es la pieza del rompecabezas de su equipo que no tenía sentido para él con sus bordes ásperos y desgarrados que dejaban la pieza incompleta y a él frustrado con dónde ponerla.
Kyoga volvió al gimnasio después de su conversación acalorada y era evidente para todos que necesitaban darle espacio. No era como si Kyoga estuviera actuando distinta, pero Daichi conocía a su amigo lo suficiente para descifrar entre sus sentimientos y el acto falso que les daba sobre estar bien con sus sonrisas demasiado grandes y las risas exageradas a cada comentario de Tanaka. Por supuesto, nadie se atrevía a mencionarlo y, afortunadamente, los de primer año no creían que algo estaba fuera de lo ordinario como para decir algo.
Respecto a Minako, bueno, ella nunca vino. De hecho, Daichi no la había visto en la escuela en todo el día. No estaba activamente buscándola, pero inconscientemente su cabeza se movía al pasar al lado del salón de Tanaka con la esperanza de ver a su mánager de segundo año. Para el descontento de Daichi, ella no estaba allí.
Por la mayor parte, él pasa su día sin pensar mucho en Minako. Se preocupa por sus trabajos que son para mañana, por cómo Hinata lidiará con un equipo como Seijoh, por volverse a meter en problemas con el vicedirector. Había mucho por lo qué preocuparse y, de alguna forma, la idea de la bonita morena escapaba su mente. Ya no divagaba en ideas sobre Minako, ni su amor por el té amargo y aquellos buns de guisantes rojos que vendían en la tienda cerca de la escuela, ni en el hoyuelo en su mejilla izquierda que resaltaba siempre que sonreía.
No fue hasta que todos estuvieron en el salón del club de volleyball que sus pensamientos sobre Minako lo inundaron con una ola impredecible. No quería pensar en ella, pero viendo a Kyoga hablar con Suga trajo pensamientos indeseados de la mánager más joven. Por qué pensaba en la hermana de Kyoga en lugar de Kyoga era desconocido para él.
Tal vez se relacionaba con su amistad en contrucción con la mánager malhumorada de la que solo había visto un lado hasta entonces. Kyoga ya había mencionado en conversaciones previas cómo Minako se enoja y lo argumentativa que se vuelve cuando está en una confrontación con otros y, mientras que el equipo había escuchado estas historias antes, nunca lo habían presenciado.
De hecho, Minako parece casi una realidad falsa. Las expectativas, las ideas, todo lo que ellos pensaron que ella sería no es nada cercano a la verdad. Ella es una pregunta abierta con ninguna respuesta real. Incluso antes que Minako se transfiriera a la escuela, Kyoga ya les había advertido sobre qué esperar cuando se trataba de su hermana en términos de su posible actitud con ellos al igual que cómo tratar con su personalidad fría. Pero para su sorpresa, Minako estaba lejos de la idea que ellos habían creado. Ella callada, sí, pero nunca fue descortés más que las respuestas cortas y directas a sus preguntas.
Pero conocer a Minako fue completamente distinto a lo que habían esperado.
El pánico de Hinata mantuvo a su mente alejada de Minako por un rato. Con el partido de prácticas contra Seijoh que se aproximaba, ahora no era el momento para preocuparse de cosas fuera de su alcance. Aún, estaba preocupado por Kyoga. Por sobre tener que ver a sus viejos compañeros y juniors, la pelea con Minako no podría haber sido fácil para el protector hermano mayor.
Mientras los chicos se cambiaban y se preparaban para practicar, Daichi se encontró mirando a Kyoga de reojo.
—Sé qué soy lindo pero, ¿es necesario que me mires tanto? —bromeó Kyoga mientras se colocaba la chaqueta de su equipo. Se cruzó de brazos y se apoyó contra uno de los armarios mientras miraba a Daichi ponerse su ropa para practicar—. ¿Qué pasa?
—Solo... estoy pensando —respondió a medias—, en el partido y Hinata.
—¡Nos irá bien! —declaró Kyoga con orgullo—. Somos un equipo sólido, nos llevamos genial y, diablos, lo dijiste esta mañana, tenemos esa combinación rara.
—¿No estás enojado porque no estás en la lineación inicial?
—¿Por qué estaría enojado? Digo, me encantaría aplastarlos con mis propias manos, pero seamos honestos, no estoy en mi mejor momento —suspiró Kyoga, recordando el pasado—. Si no hubiera tenido ese accidente estúpido, los hubiera aplastado.
Daichi rió—. ¿No eras un rematador en ese entonces?
—Sí, ¡pero sé que también podría haberlos asustado con mi bloqueo! ¿No crees que ahora me queda bien ser un bloqueador central? —Daichi sacudió la cabeza pero sonrió ante las palabras de su amigo.
Kyoga sonrió con orgullo al lograr calmar a su amigo. Se empujó a sí misma de los gabinetes y se movió al otro lado de Daichi—. Ahora que quitamos eso del camino, ¿te importaría decirme por qué me estás mirando? Digo, sé que soy lindo, pero ya tengo dueña, Daichi.
—No eres mi tipo.
—Ah, sí, tu tipo es chicas con grandes —Daichi le disparó una mirada—. Como sea, ¿qué pasa? ¿Estás nervioso porque me enojo porque no me pusiste en la lineación?
—No. Todos sabemos que eres un buen jugador y que eres fuerte —comentó Daichi mientras doblaba su uniforme y lo guardaba en su mochila—. Pero sigues sin estar completamente recuperado, y no quiero que te lastimes por el partido de prácticas.
—¡Así que sí te importo!
—Tu hermana me mataría si te pongo en el juego y sales lastimado.
—Lo superará —Kyoga dijo con simpleza, ninguna pista de juego en sus palabras como antes.
Esta es tu oportunidad, Daichi pensó. Dudó pero, mientras acomodaba el cuello de su chaqueta, alzó la cabeza a Kyoga—. ¿Estás bien? —Daichi comenzó resignado. Kyoga lo miró confundido, forzándolo a continuar—. Ya sabes, contigo y Minako. Pareció feo.
Fue difícil ignorar la repentina tensión en el rostro de Kyoga. Pero como si el bloqueador central no quisiera que alguien lo notara, rápidamente sonrió e intentó relajarse. Ser amigos con Kyoga por tanto como él lo había sido lo había acostumbrado a incluso las cosas más pequeñas como sus manerismos para detectar cuándo su amigo está mintiendo o fingiendo ignorando.
—Oh, eso —Kyoga rió—. Perdón por eso, solo está un poco molesta, eso es todo.
—Hoy no estuvo en ninguna de sus clases.
—¿En serio? Huh, bueno, estoy seguro que no es nada.
—Sabes que puedes decirme lo que pasa.
La duda estaba escrita en el rostro de Kyoga, pero él nunca había sido el mejor ocultando cómo se sentía. Casi como si fuera consciente de su incapacidad para mentir, Kyoga no intentó ocultarlo.
—Solo peleamos —admitió Kyoga, pero la forma en que lo dijo le hizo parecer que era una ocurrencia habitual. Lucía demasiado despreocupado para alguien cuyo único objetivo era asegurarse de la felicidad de su hermana—. Eso es todo, nada especial.
—No parece nada —argumentó Daichi en voz baja. Miró sobre si hombro y notó al resto del equipo fuera del salón antes de continuar—. ¿Todo está bien?
Conflictuado, Kyoga soltó un suspiro antes de encogerse de hombros—. No lo sé. Está enojada y no puedo hacer nada al respecto.
—¿Qué pasó? ¿Ella está bien?
—Probablemente está cavando mi tumba —Kyoga intentó bromear, pero incluso un desconocido sabría que la sonrisa en su rostro parecía más una mueca que otra cosa—. Yo... oculté algo de ella. Un secreto.
—Oh —¿qué secreto era tan grande para que Minako se enojara con su propio hermano?
—Perdón por preocuparte, pero tranquilo, ella está bien.
—No tienes que decirme lo que pasó, pero si necesitas ayuda...
Kyoga sonrió mientras los dos chicos salían del salón para ir al gimnasio—. Ah sí, me olvidé que eres el experto en Minako hoy en día. Mi error.
Daichi se removió incómodo ante el tono sugerente de las palabras de Kyoga—. Todo lo que hacemos es caminar hasta el parque y comer.
—Ooh, entonces se están poniendo cómodos, lo entiendo.
—Basta —Kyoga alzó los brazos en defensa.
—Solo estaba... intentando cuidarla.
Daichi miró a Kyoga de reojo y le dio una pequeña sonrisa—. No creo que tu hermana es el topo de persona que necesita que la protejan.
—Desafortunadamente no conoces a mi hermana lo suficiente —murmuró Kyoga bajo su respiración. Soltando una carcajada seca, miró al cielo antes de gruñir con molestia—. Hace las cosas más tontas y se permite salir lastimada por su estúpido orgullo.
—No creo que Minako sea arriesgada.
—No parece, ¿no? Ha estado viviendo sola con nuestros abuelos, nadie la crió realmente —susurró Kyoga. Daichi notó los puños a sus lados—. Mis papás creen que solo se está rebelando porque sigue pensando cómo una niña. No tuvo una infancia normal.
—¿Qué quieres decir?
—Escuela privada. Distintas oportunidades. No lo que nosotros tuvimos —Kyoga respondió con facilidad. La mirada nublada en sus ojos molestaba a Daichi. Aunque era claro para él que Kyoga estaba mintiendo, arrancarle la verdad tampoco tenía sentido—. Tuvo una vida estricta y dura. Su vida aquí es solo... distinta para ella.
—¿Eso es malo? —la idea de Minako detestando a Miyagi y su vida diaria lo ponía incómodo.
—Yo no creo que lo sea.
—Bueno, por supuesto que no, tú has vivido aquí por años. Pero la cuestión es si Minako es feliz aquí.
Kyoga se mofó como si la idea fuera absurda—. ¿Por qué no lo sería? Nació aquí, nuestra familia está aquí, ¡y tenemos todo!
—No pienses por ella. Déjala decidir qué quiere por sí sola —aconsejó Daichi con cuidado mientras observaba la reacción de Kyoga—. Ya no es una niña.
Tal vez en ciertos aspectos, ella sigue siendo una niña. Desde la forma en que discutía con Tanaka por las cosas más pequeñas para hacerlos reaccionar, hasta ella quejándose con su hermano por lo que molesto que es simplemente por llamarla por su nombre. De ninguna forma era madura, pero en algunos aspectos, Minako era más callosa que cualquier otra chica de dieciséis años que él conocía. Su naturaleza franca y directa pintaban la imagen de una chica antes intocable solo para que su orgullo y humanidad fueran arrancados por lo peor del mundo. Su lengua malvada era una indicación de que, tal vez, era mejor cortar a otros antes de que siquiera pudieran ponerte una mano encima.
Pero a Daichi le gustaba creer que veía rastros de esa chica despreocupada que Kyoga mencionó en su niñez. La veía por momentos durante sus caminatas de vuelta a casa y esa noche sobre la colina Heartbreak. Él la vio, una chica que quiera volver al mundo sin temer ser lastimada por aquellos que no hacen nada más que causar dolor a la chica de ojos brillantes.
No intentó escuchar su conversación, pero todos en el gimnasio podían jurar que era difícil ignorar los gritos de ira de Minako incluso si hablaban en un lenguaje distinto. La voz rota, los sollozos ahogados, todo era difícil escuchar y ni siquiera el sonido de la pelota contra el suelo podía tapar el dolor de Minako. Mientras él volvía a la puerta donde una de las pelotas había volado, la curiosidad de Daichi afloró. La vista de las lágrimas de Minako y agarrándolo a él del cuello fue demasiado.
—Lo sé, pero no la vi crecer —Kyoga dijo con amargura mientras el gimnasio estaba en la línea de visión. Los dos pararon, todavía no queriendo irse a practicar—. Tres años es mucho tiempo.
—Lo es.
—Mi hermanita tuvo que crecer sin nadie ayudándola. Eso es aterrador.
—Ella está bien —Daichi volvió a repetir. Colocó una mano sobre el hombro de Kyoga para atrapar la atención del chico más alto—. Pero creo que deberías disculparte. Sin importar cuáles son tus intenciones, deberías dejar que ella se encargue sola.
—El secreto está afuera y ni siquiera sé si podemos reparar los daños.
—Eso lo decidirá ella, pero por ahora creo que deberías decir que lo lamentes. Es mejor arreglar las cosas ahora a esperar a que se acabe.
Kyoga bajó la cabeza y asintió, casi pareciendo un niño que acababa de ser regañado por su profesor. Levantó la cabeza y sonrió a su amigo—. ¿Sabes? Me ofende un poco que no estés de mi lado. Como mi amigo, ¿no deberías decir que tengo razón?
—Eso requeriría que realmente tengas razón —corrigió Daichi mientras los dos reían y finalmente se dirigían al gimnasio—. ¿Sabes qué dirás?
Soltando un suspiro cansado, Kyoga se encogió de hombros—. No lo sé. Pero esperemos que ella esté en casa cuando vuelva. No me sorprendería que mi hermana se vaya para evitarme.
—¿Lo lamento?
—No, no lo lamentes —Kyoga lo calmó—. Probablemente me disculparé mañana en la mañana. Debo llevar a Yori-chan a su casa, de todas formas.
—Kyoga.
—No te preocupes, me disculparé en la primer oportunidad que tenga. Y entonces tendrás a tu perfecta y feliz pequeña Minako de vuelta.
—Basta.
—¡Sí, señor!
Tu perfecta y feliz pequeña Minako.
Por los últimos par de años, Minako odiaba cómo lucían sus pies. Comenzó alrededor del momento en que se percató de su carrera en ascenso como una patinadora artística cuando ya había anunciado a sus padres y a todo que conociera que iba a ser una patinadora artística profesional. Después de horas de prácticas y entrenamiento intenso tanto dentro como fuera de la pista de hielo, Minako estudió la forma en que lucían sus pies. No eran necesariamente feos, pero los callos a los lados y en la planta se volvían más evidentes a medida que crecía. Cuando reemplaza las cuchillas y cambia los patines, era peor. Ampollas en la parte trasera de su tobillo crecían hasta volverse claros y, tarde o temprano, sus pies se volvieron la parte de su cuerpo que encontraba la más fea. Pero al mismo tiempo, Minako ama lo fuertes que son ya que eran evidencia de su trabajo duro, la evidencia de su trabajo duro estaba allí incluso durante los momentos en que se sentía que no era suficiente. Las cicatrices, las marcas, los callos, todos eran feos y tal vez aminaraban quién era como persona, pero al mismo tiempo, eran el fruto de su esfuerzo.
Minako reposaba sobre su espalda en la cama con sus pies señalando el área. Flexionó los dedos y los observó curvarse. Las presiones rojos de las medias seguían en su piel junto con las marcas dejadas por sus calcetines.
Tal vez me pintaré las uñas de azul, Minako pensó mientras finalmente volvía a bajar los pies. El dolor en sus pantorrillas casi la hicieron encogerse. Las prácticas con su padre siempre la empujaban más allá de sus límites y, siempre que patinaba con él, era como si un interruptor se encendiera, obligándolo a ir de su forma paterna a coach.
Por supuesto, él nunca sería su coach.
Se levantó y se colocó frente a su espejo, examinándose de pies a cabeza. No estaba segura qué de ella era atractivo para los chicos de la escuela. Ella no se sentía especial. Su escuela no permitía usar maquillaje, ni piercings excesivos, o cualquier semblante de individualidad gracias a sus uniformes. Con su cabello sudoroso sujeto en una colega, sus mejillas aún sonrojadas por la práctica y su rostro aceitado por el sudor, Minako se sentía asquerosa.
Imagínate en ese vestido de dos temporadas atrás, pensó. Para esa competencia en Marsella. El azul marino de terciopelo con escarpado, largas mangas azules y diamantes Swarovski acentuando el escote.
—Sigo siendo hermosa. Sigo siendo esa chica —Minako se dijo a sí misma bajo su respiración mientras se giraba de un lado al otro para verse de todos los ángulos. Mordiendo una mueca al notar un grano creciendo en su barbilla, forzó a sonreír su sonrisa ganadora—. Estás bien. Sigues siendo hermosa, Manon.
Silencio.
La chica resopló con frustración antes de volver a caer en la cama con las manos cubriendo sus ojos. Mientras no le gustaría nada más que liberar su enojo a través de gritos o golpeando almohadas, no quería arriesgarse a meterse en problemas por causar alboroto en el vecindario. Tampoco quería que sus padres entraran cuando estaba haciendo un berrinche.
Patinar con su padre aclaró un poco su mente, y fue entretenido ver a Yua caminar con torpeza sobre el hielo, aferrándose a un cono de seguridad. Por la primera vez en meses, Minako finalmente volvió a practicar ser arrojada. Aunque no era nada tan intenso como lo solía ser, como un doble loop, la sensación de ser arrojada al aire y forzada a aterrizar por sí y patinar hacia atrás era tan estimulante como lo fue la primera vez.
¿Cuánto más puedo seguir haciendo esto? Minako se preguntó mientras miraba el techo, en blanco.
¿Cuántas visitas más a la posta hasta que se vuelva una molestia? ¿Cuántos meses más hasta que se convierta en un nombre olvidado? ¿Cuánto más puede quedarse?
Su padre le dijo que él arreglaría todo, que encontraría una forma para que continúe, pero Minako odia eso. Odia que piensen que es la hija de su padre en la pista. Ya que quiere formar su propio camino, convertirse en alguien más grande que su padre, y probar su valor en un mundo donde los títulos tienen más importancia que tu habilidad.
Un golpe en su puerta la apartó de sus reflexiones. Basile asomó la cabeza y le dio una sonrisa pequeña antes de gesticular hacia el pasillo.
—Mon minou, alguien vino a visitarte —le informó mientras abría más la puerta. Yua, que chupaba su botella, la miró con ojos cansados antes de enterrar la cabeza en el hombro de Basile—. Está esperando afuera.
Minako frunció el ceño mientras se levantaba de la cama. ¿Quién la visitaría a esta hora en la noche?
Ninguno de los chicos del equipo eran lo suficiente cercanos a ella como para venir después de las prácticas para verla. Bueno, excepto Tanaka, pero eso es solo a través de una invitación para estudiar o para hacer la tarea juntos.
—Yo iré —Minako suspiró mientras se dirigía a la puerta—. Gracias, papá.
Su mente formaba la lista de individuos potenciales a estar en la puerta. No era como si tuviera muchos amigos en Japón, los pocos eran amigos de la infancia de sus días en la escuela primaria (aunque Minako no les había hablado en años) y el equipo que técnicamente son los amigos de Kyoga más que suyos.
Pero para su sorpresa, no sabía quién estaba frente a la puerta.
Él se paró frente a ella con cabello oscuro, casi verde. Las facciones de su rostro eran gentiles y suaves, pero apuestas. Su altura lo hacía pasarla, y fácilmente alcanzaba la altura de Kyoga. La remera blanca de vestir estaba metida en sus pantalones negros, que le decían que él atendía la misma escuela que ella, junto con el saco negro sobre su mochila de un hombro. La sonrisa nerviosa y dudosa en su rostro relajó sus hombros, casi como si no hubiera nada por lo que preocuparse.
El chico desconocido estiró una mano en su dirección, sosteniendo un montón de papeles y una carpeta en la cima.
Minako observó los papeles y, entonces, su rostro. Inmediatamente, las mejillas de él se ruborizaron con un rosa pálido por la repentina atención que recibía de ella.
—Saito-san, solo quería traerte la tarea de las clases de hoy —murmuró con nervios mientras desviaba sus ojos a sus pies—. Tu profesora notó que no viniste hoy y me ofrecí a alcanzartela.
Con duda, ella tomó los papeles de sus manos. Miró a ambos lados antes de dar un paso atrás—. ¿Cómo sabes dónde vivo?
Ante el sonido de su cautela, él rápidamente levantó la cabeza y tomó un paso atrás para crear distancia entre ellos. El chico lindo sacudió la cabeza y colocó las manos arriba en defensa.
—¡Oh! No, no, no es lo que crees —rápidamente aclaró. Su mano voló a la parte trasera de su cuello mientras lo rascaba con vergüenza—. Yo- vivo en el vecindario siguiente. A veces, cuando estoy volviendo a casa, te veo caminando también. Estoy en el mismo salón que tu hermano.
—Oh.
—Tu profesora de aula es el asesor de mi club así que, durante mi descanso, la escuché mencionar que fuiste a clases hoy y me ofrecí a traértelo —explicó más, lentamente. Observó su rostro por una fracción, casi como esforzándose por no sobrepasar ningún límite.
—Gracias —Minako dijo con sinceridad mientras sus labios formaban una pequeña sonrisa.
Él sonrió de vuelta.
—Soy Saito Minako —se presentó, bajando la cabeza ligeramente. Un segundo después, la bajó un poco más con incomodidad—. Pero ya sabes eso, y ahora soy una idiota.
—Está bien —rió él. Bajó la cabeza también—. Hirano Ryuta. Soy de tercer año.
—Ah, bueno, gracias por venir hasta aquí para darme mi tarea, Hirano-senpai —Minako volvió a agradecer al acercarse. Ya no asustada como antes—. Lamento molestarte por hacerte venir hasta aquí.
—No lo menciones. No estaba fuera de camino de todas formas —afirmó Ryuta. El sonrojo en sus mejillas solo se oscureció ante su elogio—. ¿Pero estás bien? Harada-sensei dijo que es raro que te ausentes.
—Solo no me siento muy bien hoy —Minako mintió a través de los dientes mientras abrazaba su tarea contra su pecho—. Pero gracias por tu preocupación, en serio. Seguro vuelvo mañana.
—Eso es bueno. Estoy seguro que Harada-sensei estará feliz de escucharlo —sus palabras la hicieron sonreír más grande.
—No creo que me está yendo bien en su clase así que no creo que así sea.
—Bueno, espero que todo en esa clase también vaya bien.
—Gracias.
Minako quería agradecerle más, ¿pero qué le dices a un chico? Nunca fue buena con las palabras, de ahí por qué tendía a provocar peleas gracias a sus pobres habilidades de comunicación y su inhabilidad para filtrar sus pensamientos de la manera correcta. No estaba acostumbrada a esto, a nada de esto de hecho. Tener que decir su opinión, interactuar con personas que no son similares a ella. Hablar con otros patinadores era más sencillo porque, al final del día, todos tenían el mismo interés, el mismo objetivo. Pero aquí ella estaba siendo arrojada al aire con ninguna habilidad para navegar y señalar qué está mal y qué está bien.
Por la primera vez en un rato, este chico no quería algo de ella.
Justo cuando abrió la boca para agradecerle una vez más, el sonido de su teléfono la detuvo.
Ryuta tomó su teléfono y miró la pantalla. Le sonrió a ella con timidez antes de agitar su teléfono—. Perdón, probablemente debería irme. Mi mama necesita que cuide a mi hermano y hermana.
—Gracias por venir hasta aquí a darme mi tarea —Minako repitió otra vez. Quería golpearse. ¿Eso era todo lo que podía decirle?
No, ¿por qué siquiera le importa? ¿Porque es bueno con ella?
Tal vez.
Sí.
—No hay problema —Ryuta rió. Volvió a dar una reverencia y se despidió con la mano—. Fue un placer conocerte, Saito-san.
Pero su juventud no solo tiene que ser momentos cortos de intimidad fabricada en la pista de hielo. No tiene que ser citas a las películas o primeros besos en los bailes de la escuela. Nadie puede decidir qué es su juventud, nadie excepto ella.
La juventud no tiene que ser Mathis Lévésque o la forma en que él besaba la esquina de sus labios siempre que estaba orgulloso de ella. La juventud no tiene que ser sostener sus manos para la cámara o pretender ignorar el hecho que él encendía algo más brillante que todo lo que ella había experimentado. Y aunque su juventud y caso todas sus primeras experiencias fueron con un chico de ojos brillantes que ella creyó que sería su amor por siempre, no significa que solo tiene que ser eso. La juventud puede ser más que solo Mathis Lévésque, ¿no? La juventud puede ser hablar con chicos dulces como Hirano Ryuta sin ninguna preocupación en el mundo. La juventud puede ser preocuparse por perderse una clase porque estuviste ausente.
La juventud... todavía no se acabó, ¿cierto?
Dí algo, cualquier cosa, su inconsciente la urgió mientras miraba a Ryuta alejarse de su casa.
Su interior se sentía como si estuviera prendido fuego mientras simultáneamente era pinchado con agujas. Le recordaba al mismo sentimiento enfermo que recibía antes de presentar un nuevo programa o antes de intentar un nuevo movimiento que involucraba ser arrojada con Mathis.
Pero para su sorpresa, Ryuta se gira.
—Oh, ¡Saito-san! Casi lo olvido. ¿Puedo preguntarte algo? —oh no. Recuerdos de cartas de amor y confesiones públicas de amor atocigaron su mente mientras esperaba a que continuara.
Minako asintió lentamente mientras esperaba con la respiración contenida.
—¿Te...? ¿Te gustaría ser la mánager del equipo de natación de chicos?
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