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o. daenys, the forgotten princess


TW. VIOLENCIA FÍSICA.
PENSAMIENTOS SUICIDAS.

BLACK SEA PRÓLOGO:
DAENYS, LA PRINCESA OLVIDADA

El segundo embarazo de la princesa Rhaenyra Targaryen dio mucho de que hablar en comparación al primero, lo cual es todo un mérito al no tratarse del primogénito, los Siete Reinos esperaban expectantes el parto de la heredera solo por la incógnita morbosa acerca del color del cabello del recién nacido, apuestas inundaron el pueblo avivando el rumor de la bastardía del primer hijo, el error más grande de la hija de Aemma Targaryen. Fue un proceso cambiante cada día con un destino incierto hasta el último mes. Rhaenyra no montó a Syrax desde que se enteró de su estado, una medida de precaución que poco sirvió cuando despertaba solo a vomitar a un lado de su lecho por las horribles náuseas, experimentando genuina repulsión por cada alimento fresco proveniente del puerto y los calambres más intensos y tortuosos. La tarde dorada en cual la princesa Daenys Velaryon llegó al mundo, el pueblo de Desembarco del Rey usó el nacimiento de la nieta del rey como una excusa para proclamar tres días de fiesta, una barbaridad exagerada en comparación a sus tíos, hijos de la reina Hightower.

Fue la dicha de Viserys Targaryen despertó el odio en su esposa con justa razón, jamás vio tal sonrisa en el rostro del rey cuando tomó en brazos a Helaena ni mucho menos organizó un banquete en la sala del trono para celebrar a ninguno de sus hijos. No existía una explicación, sin embargo, todos habían caídos rendidos ante la primera y única hija de Rhaenyra; su esposo Laenor Velaryon lloró al enterarse que era padre de una niña, la Serpiente Marina junto a la princesa Rhaenys Targaryen navegaron desde Marcaderiva solo para conocer a su nieta el mismo día que la noticia llegó en un cuervo a sus manos, incluso, la misma Alicent Hightower tuvo el descaro de visitar la cuna de su nieta ante los rumores de la hermosura de la recién nacida. Para su mala suerte, no tuvo nada que reprochar más que el creciente cabello castaño brotando de su cabeza.

El parto fue una odisea incierta hasta el último segundo, temiendo por la integridad de la heredera rompiendo la maldición de su madre, la difunta reina Aemma Arryn, la cual solamente logró dar término a su primer embarazo y varias brujas aseguraron que aquel iba a ser el mismo destino de Rhaenyra, llenando su cabeza de miedo y su corazón de angustia durante su período en cinta, temerosa de llegar al parto sin saber cuál iba a ser su último día. Rezó cada noche por el bienestar de la vida en su vientre, quemando decenas de velas las cuales se consumieron ante sus plegarias en el septo del pueblo. Por eso, cuando tomó a la bebé en sus brazos por primera vez bañada en sangre y ahogada en llanto ruidoso, no dudó que ese íntimo momento fue un regalo de su propia madre.

No hubo dudas quien se mostró más emocionado  ante el nacimiento fue el pequeño príncipe Jacaerys Velaryon, la idea de un nuevo hermano era una fantasía con la que soñaba despierto al ver a sus tíos Aegon y Aemond entrenar juntos en el patio, dejándolo de lado al él no pertenecer. Jace pensó varios nombres valyrios dignos de un nuevo príncipe Targaryen, se imaginó volando junto a Vermax y su futuro hermano encerrado en el vientre de su madre. No obstante, la ilusiones le duraron treinta y nueve semanas hasta el nacimiento de Daenys, Velaryon, una princesa y que por defecto su prometida. Bueno, por el momento Jacaerys todavía era un niño, aún lo bastante inocente y despreocupado por su futuro como para entender de política y cómo funcionaban las líneas de sangre, su única preocupación en ese momento era cuidar de su hermana de las malas intenciones que rodeaban la Fortaleza Roja. Varias veces fue encontrado haciendo guardia en la cuna de la pequeña las primeras semanas de vida, quedándose dormido en el intento, no se despegaba de ella, se dice que estuvo presente cuando el huevo de dragón eclosionó junto a ella una noche estrellada bastante silenciosa.

Daenys se convirtió en jinete de Maerax con solo once años.

Al nacer como una dama de la nobleza, fue instruida en las artes de bordado, la pintura, filosofía e historia. Alejada de las espadas de madera y las pesadas armaduras, Daenys nunca mostró interés en las actividades de sus hermanos varones; Jacaerys y el pequeño Lucerys quien llegó a arrebatar su paciencia años después. Sin embargo, la astucia de Daenys parecía ser la de su madre, pues siempre la llevó a conseguir lo que quería y terminaba escapando entre los pasillos del castillo para acompañar a sus hermanos en el patio de entrenamiento a observar junto al rey Viserys por el balcón. Jacaerys le sonreía cada vez que llegaba, sintiéndose completo con la presencia de su hermana acompañándolo a la distancia. La relación de los hermanos Velaryon era una historia aparte cambiante e impredecible, los tres bastardos se complementaban entre ellos en sus actividades diarias, se cuidaban de una forma especial al ser mirados de una forma diferente. Al final, solo se tenían a ellos y el mayor siendo bastante protector con Dany y Luke adjudicándose la carga del cuidado de sus hermanos desde temprana edad.

Pero en el fondo de su corazón, la princesa Velaryon preferiría a sus damas de compañía que tanto la consentían en sus caprichos. La vestían de tonos azules por su casa paterna y su descendencia Arryn, trenzaban su largo cabello castaño en complicados patrones decorando su cabeza con algunas flores frescas, de su cuello colgaban collares finos y costosos, varios eran regalos de otras Casas. Le contaban cuentos y leyendas de la Antigua Valyria antes de dormir, la acompañaban a pasear las tardes soleadas o la llevaban personalmente a visitar al rey quien siempre esperaba por la puntual visita de su única nieta.

Entre Rhaenyra y su esposo Laenor peleaban por la atención y el tiempo de la niña. Su carisma alegraba a cualquiera y su dulzura era una cualidad poco común en la Fortaleza Roja, una pizca de alegría sana e inocente. Daenys era una consentida de su padre, no solo del hijo de la Serpiente Marina, también de su verdadero progenitor, Ser Harwin Strong, el hijo de la Mano del Rey quien cuidaba personalmente de Daenys impidiendo que esta se acercara al peligro, custodiando sus aposentos cada noche sin fallar desde su primer día de vida.

Tanto el nacimiento como la vida de Daenys sacudieron de alguna forma Desembarco del Rey. Avivando los rumores de la bastardía de los hijos de la princesa Rhaenyra Targaryen, ya que la belleza valyria de la princesa iba acompañado con un largo cabello Targaryen pintado de un castaño brillante ondulado en las puntas. Se decía que con el paso de los años, la princesa cortaba su pelo para que este creciera otra vez con la esperanza que quedara igual al de su madre y así no se sintiera mal, claro, sin éxito en sus intentos que terminaban en regaños severos. Odiaba sus rasgos, hasta que Jacaerys Velaryon la convenció que era la princesa más hermosa que había visto en su vida, y desde ese día, Dany no volvió a tocar su pelo.

Mucho se habló de una posible alianza matrimonial entre los jóvenes príncipes Daenys Velaryon y Aemond Targaryen, propuesta por el mismo rey en el Consejo Privado cuando la princesa cumplió su quinto onomástico, edad suficiente a su parecer para establecer una alianza que termine de una vez por todas con el odio entre los verdes y negros, sin embargo, la reina consorte se mostró abiertamente ofendida ante la idea de su segundo hijo amarrado de por vida a una bastarda. Lo que le pareció una ofensa magna por parte de su esposo que no estaba preocupado en lo absoluto por aquello que tanto atormentaba y ahogaba en odio a Alicent, una falta de respeto a la corona.

La decisión impulsiva de la reina haciendo oídos sordos a su esposo y su padre fue el reflejo de su rencor, prefiriendo la muerte antes de celebrar una alianza entre Daenys y Aemond ante los dioses, hasta que el tiempo le dio la razón.

La trágica noche en Marcaderiva luego del funeral de Laena Velaryon fue la marca definitiva que terminó por demostrarle la cruda realidad en forma de una herida que jamás cicatrizó. La memoria de la difunta hija de Rhaenys y Corlys pasó a un triste segundo plano gracias a los dramas familiares propios de los Targaryen, siendo más recordado a Lucerys Velaryon arrancando el ojo de su tío Aemond en discutidas circunstancias, convirtiéndose en el trauma de infancia del cual nunca se habló. El disgusto entre familia llegó al clímax incinerando los lazos, fueron los niños quienes desataron el fuego de la ira sembrada, gritos infantiles de ambos lados quedaron grabados en la memoria de la princesa, el recuerdo de su cuerpo impactado contra la tierra con el pie de Aemond Targaryen en su cuello asfixiándola nunca desapareció. Existió un momento en que había olvidado la razón de la discusión, reclamar a Vhagar a escondidas o la discordia misma de la sangre, un resentimiento arrastrado por el hijo de Alicent o la hija de Rhaenyra vengando a sus hermanos sabiendo las cosas que Aemond decía a sus espaldas desestimando su linaje.

Maldita la curiosidad a levantarse de su cálido lecho a mirar por la ventana de la torre, encontrando la sombra de Vhagar frente a la luna.

Para evitar que la princesa corriese a buscar a las gemelas dragón y confesar lo que Aemond había hecho, este la agarró del cuello en medio de la fría cueva aprovechando su superioridad en tamaño y fuerza. La agarró de los brazos arrancándole un grito lanzándola al piso maldiciéndola con el desprecio con el que mencionaba su nombre, pateando su estómago dejándola sin aire, la pequeña Daenys Velaryon alcanzó a arrastrarse por la tierra que nublaba la cueva tomando una piedra con la que impactó el rostro de su tío. Una pelea física donde se vio desfavorecida en todo sentido, intentó defenderse rasguñando las mejillas de Aemond rompiendo sus uñas en el desesperado intento, recibiendo un puñetazo en su boca con sabor a sangre brotando de las encías.

Ante su ausencia injustificada, sus hermanos acudieron en a rescate encontrándose con el hijo de los reyes ahorcando a la hija de la heredera. Convirtiendo la escena en caos sin pies ni cabeza, un forcejeo entre Jacaerys y Aemond que terminó con ambos en el suelo disputando su honor, el llanto aterrador de Daenys aterrada al divisar sangre fresca derramándose por el rostro de Lucerys con la nariz rota.

Morirán gritando en llamas, al igual que su padre.

Tuvo pesadillas con esa frase.

El agonizante grito de Aemond Targaryen fue el último que se escuchó. Lucerys Velaryon con la daga de su hermano en la mano Jacaerys fue la versión que llegó a Desembarco del Rey, una crónica distorsionada repetida por las damas y los maestres que no pudieron salvar el ojo del niño, no obstante, tampoco se podía afirmar con certeza quién empuñaba el arma al momento del corte. Los tres hermanos guardaron silencio sepulcral frente a los adultos desesperados por respuestas, un pacto silencio donde ninguno iba a delatar al culpable, se cree que esa fue la manera en que intentaron salvar a Lucerys Velaryon, pero Jacaerys ni Daenys eran inocentes por aquel ataque. La princesa Rhaenyra intentó sacar información de sus hijos, apelando a su misericordia sin éxitos, solo respuestas vagas donde negaban acordarse de los sucesos. El llanto de ira de la reina Alicent Hightower estaba justificada ante la ausencia de un culpable, dispuesta a quitarle ambos ojos a la bastarda de Rhaenyra con tal de saciar su sed.

Ojo por ojo.

Alguien debía pagar la deuda tarde o temprano. Sin ningún confeso los tres corrían el mismo peligro de ser castigados, la reina verde exigía un responsable ese mismo instante dispuesta a usar métodos poco ortodoxos para llegar a la verdad. La reina alzó la daga de Viserys I caminando hacia Daenys Velaryon con una determinación aterradora y angustiante dispuesta a derramar sangre Targaryen en nombre de su hijo, la niña se aferró a su hermano Jacaerys abrazándolo con desesperación, el mayor escondió a su hermana tras él protegiéndola con su débil cuerpo mientras su madre se abalanzaba contra Alicent dispuesta a proteger a sus vástagos.

Esa misma luna, la Casa Targaryen terminó desintegrándose en el fuego de su propio infierno. La princesa Daenys Velaryon fue desterrada por orden de su propia madre a pasar una temporada indefinida al Valle de Arryn en contra su voluntad, su deseo era quedarse junto a sus hermanos donde fuera que estos vayan para protegerlos. Tenían que estar unidos ahora más que nunca, lamentablemente sus súplicas no fueron escuchadas cuando a la edad de siete años fue exiliada donde la familia de su abuela difunta, Aemma, que la recibieron con los brazos abiertos por petición de la princesa Rhaenyra con la única condición de proporcionar un dragón que protegiera los territorios de la Casa Arryn.

Dany vivió casi diez años bajo la tutela de lady Jeyne Arryn, la Doncella del Valle, de ella aprendió sus costumbres y cultura adquiriéndolas como propias, conociéndose a sí misma en el proceso de la adolescencia perdiendo varios de sus recuerdos en el camino y cada noche llorando menos que la anterior. La soledad fue un sentimiento acogedor, de estar rodeada de sus padres y hermanos varones ahora se veía sola admirando la luna.

Gracias a esa misma soledad el vínculo con la leal Maerax, se intensificó. Terminaron por compartir una personalidad un tanto arisca e introvertida, sin embargo, poca veces montó a su dragona por miedo a caer de las alturas muriendo en el intento porque no contaba con nadie que la guiara, visitándola todos los días para que no se convirtiera en una bestia salvaje . Aquella dragona de ojos de fuego se convirtió en el único recuerdo que la anclaba a su linaje Targaryen, muchas cosas habían cambiado tan despacio que no logró darse cuenta que ahora vestía otros diseños y colores, pasaron a ser solo telas azules y celestes por la casa Velaryon en honor a su padre, quien se negó a dejarla ir sin lograrlo, dejando de lado el color negro y rojo sangre que distinguía a los Targaryen. Las joyas comenzaron a verse más sutiles en su piel sumando cada vez más regalos a su joyero personal, su belleza brotó por completo pasando los años ganándose pretendientes que la buscaban intensamente para simplemente admirar su rostro intentando comprar su interés con lujos que aceptaba por interés.

Pensaba en sus hermanos seguido, a veces creía tener el valor suficiente para montar el lomo de Maerax y volver a sus vidas de la misma forma inesperada que los dejó, pero el miedo de lo que podía suceder si se presentaba en Rocadragón le generaba un dolor en el estómago que no la dejaban estudiar sus lecciones. Los nombres de Jace, Luke y Joff se repetían en su cabeza volviéndose difusos con el paso del tiempo, les escribió cartas que nunca envió y terminó guardando bajo su cama ya que cada día que pasaba era proporcional a la distancia creciente entre ellos. Se preguntó más de un centenar de ocasiones si pensaban en ella de la misma forma, guardando la esperanza que Jacaerys conservara los recuerdos de ambos jugando en los jardines de la Fortaleza Roja a ser los reyes de Poniente, una fantasía infantil que los hijos de la heredera podían darse el lujo de soñar. Rezó por sus hermanos cada noche por diez años haciéndolo parte de su rutina nocturna, pidiéndole a los dioses que cuidaran de ellos en su ausencia y en recompensa sería una buena mujer de sentimientos puros, depurando la maldad en su corazón.

La vida en el Valle de Arryn alejada de Desembarco del Rey y su familia de sangre cambió su personalidad desde lo más profundo, como era de esperar. Vivió el duelo de la muerte de Laenor Velaryon encerrada en su habitación cual roedor ajeno a la luz del día, escondida y en soledad absoluta sin comer y durmiendo todo el día a tal punto que lady Jeyne temió por la vida de la princesa a la que prometió cuidar. Otro cuervo llegó poco tiempo después con la noticia del matrimonio de su madre con Daemon Targaryen, el Príncipe Canalla que siempre la miró con desprecio sabiendo lo que su presencia significaba, el adulterio de Rhaenyra con otro hombre. Esa fue la noticia que necesitaba para pudrir el último recuerdo amoroso que conservaba de lo fue en algún momento su familia.

Varias veces pensó en dejar caer su cuerpo al vacío como una salida fácil, nadie lloraría por ella ni iban a recordar su rostro adolescente tampoco hablarían de sus recuerdos ni existirían momentos memorables dignos de ser mencionados, las alturas tentándola a darle fin a la agonía del exilio viéndose tan débil e indefensa al igual que la noche que Aemond Targaryen la pateó en el piso. Sus onomásticos no eran igual de emocionantes ni importantes sin Jacaerys esperando en su puerta a que despertase, los abrazos de Rhaenyra se convirtieron en recuerdos difusos de un calor maternal inexistente al igual que su aroma dulce impregnado en sus vestidos. Lucerys haciéndola perder la paciencia todos los días con preguntas infinitas queriendo saber todo de todo lo que se cruzaba por sus impresionables ojos, o leer cuentos en los aposentos de sus hermanos acurrucados en el lecho de Jacaerys porque Dany y Luke todavía no aprendían a leer.

Mierda, claro que prefería estar muerta antes que seguir existiendo en la sombra de lo que alguna vez fue su vida.

En las noches se escuchaba los rugidos bestiales de Maerax, inquietando a los habitantes del Valle, la bestia desesperada y desconsolada por arrancar del Nido de Águilas aleteando sin dirección, siendo todo el esplendor del paisaje verde insuficiente para volar, deseando aventurarse a nuevos horizontes.

Tuvieron que pasar turbulentos años para la princesa hasta finalmente asimilar que en la isla de Rocadragón no había nada para ella, nadie ansiaba su llegada y el tiempo estaba haciendo su trabajo. Su madre decidió seguir con su vida, siendo esa la única opción para Rhaenyra que también lloraba la ausencia de su princesa, enviando cartas cada vez menos frecuentes y menos detalladas con la excusa de atender sus deberes como heredera y princesa de la isla que demandaban su tiempo finito, ser la madre cariñosa que la caracterizaba ahora con los hijos que le quedaban, en la extensa ausencia de Daenys también se convirtió nuevamente en madre de dos varones de nombre Aegon y Viserys, hijos de su segundo matrimonio con Daemon Targaryen.

Daenys había pasado a un plano menos relevante.

La princesa Velaryon se convirtió en una dama distinguida en aspectos que nunca hubiese logrado de estar viviendo en castillos nobles rodeada de príncipes y los constantes dramas políticos de la corona. Ahora era una mujer con opiniones propias, en ocasiones polémicas, no obstante capaz de defenderse por su cuenta, instruida en defensa, armamento, leyes regentes en el reino gracias a lady Jayne quien la adoptó como pupila por toda una década llena de emociones intensas que nunca hubiese podido experimentar de no ser por aquel exilio. La Dama del Valle le costaba admitir que terminó por encariñarse con las ocurrencias y personalidad de Daenys Velaryon, la princesa olvidada, nombrada así por el pueblo de Desembarco del Rey al haber perdido el rastro por completo de la existencia de la hija de la única nieta del rey. Corrían rumores de su presente incierto, algunas teorías más descabelladas e imposibles como que la dulce Dany había escapado de la ira de la reina Hightower por haber mutilado a Aemond y pagaba sus culpas en el Muro por orden real, que Alicent la había enviado a matar para consolar su enojo o que se terminó convirtiendo en sirvienta en el Valle de Arryn, una prostituta de islas lejanas, prisionera, septa, cautiva, dama de compañía, tantas versiones de una historia que había perdido la seriedad hasta que dejó de ser interesante.

Aquel no fue el único nombre que se ganó al paso de su vida, Daenys también empezó a ser conocida como la Delicia del Valle haciéndole honor a su madre al heredar sus rasgos valyrios innegables de la dinastía Targaryen y la elegancia que emanaba junto a la dulzura que conservaba en su mirada. Los hombres se le acercaban con segundas intenciones embriagados por su manera de hablar correcta y modales finos, sabiendo que jamás ibas a conseguir una dama tan distinguida con sangre de los Conquistadores. Su curiosidad la llevó a tomar decisiones arriesgadas que se llevaría a la tumba, travesuras poco inocentes de las que lady Arryn no se llegó a enterar por el bien de la princesa dejando ingresar a caballeros a sus aposentos en las noches guiada por sus instintos adolescentes poco confiables.

Todavía conservaba las cartas de puño y letra de su madre, más de una sin desenrollarse, quien le enviaba textos extensos rogando su perdón por la decisión que las separó de manera abrupta, invitándola a visitar Rocadragón donde iba a ser bien recibida de la forma que merecía. Fueron contadas las ocasiones en que Daenys Velaryon se dignó a responder, su enojo y resentimiento la llevaron a un oscuro sitio del cual le costó una década escapar. O eso quería creer.

Abandonar la vida en el Valle de Arryn era algo inconcebible a ese punto, tampoco es que deseara pasar su último día rodeada de la naturaleza solitaria, sin embargo, era incapaz de imaginar un futuro lejos de su hogar. Ahora su vida entera se adaptó a vivir en ese sitio que al principio odiaba, se obligó a disipar el resentimiento llenando su cabeza con deberes, dejó de mirar sus grandes aposentos como una prisión comenzando a abrirse de a poco a su nueva realidad, esa se convirtió en su única opción si su deseo era seguir viviendo. Terminó encontrando sus propias aventuras y enseñanzas, aprendió el idioma de su linaje como era de esperarse de una princesa de la Casa Targaryen, tenía un maestre personal enviado por la princesa de Rocadragón con la orden de cuidar de Daenys. Montaba caballos pura sangre las tardes soleadas perdiéndose por horas en las montañas descubriendo cuevas. Se instruyó en equitación por los mejores jinetes de la región, armas blancas, filosofía, historia de Poniente tomando de referencia a figuras femeninas importantes, por ejemplo, la reina conquistadora Rhaenys Targaryen, y Alyssane Targaryen, recordada jinete de Ala de Plata, la Reina Buena.

Se podía encontrar a la princesa leer a altas horas de la madrugada sobre las costumbres de la Antigua Valyria antes de su destrucción bajo la tenue llama de las velas casi derretidas.

La describían como la más amable de todas las princesas, comparándola con una bella y suave flor en plena primavera. De una sonrisa cautivadora y voz dulce nunca se le escuchó una mala palabra salir de su boca, había perdido sus rasgos de infancia, pero su mirada seguía reflejando una inocencia cuestionable.

Otras jóvenes se convirtieron en sus primeras amigas, la visitaban con frecuencia y se ganaron una parte de su corazón, pues nunca en su vida había experimentado una vínculo genuino con damas de su edad siempre viéndose rodeada de varones, se había dado cuenta lo sola que estuvo durante su infancia en la Fortaleza Roja. Su tía Helaena Targaryen nunca mostró interés en su sobrina, la ignoraba constantemente prefirieron la compañía silenciosa de sus insectos encerrados en jaulas doradas, y a Daenys no le interesaba hablar de animales ni profecías. Prefería que peinaran sus cabellos largos en trenzas, el grupo de señoritas jugaba a crear situaciones imaginarias que nunca iban a suceder, como casarse con caballeros nobles, más de una vez escaparon en la noche a beber el vino de la cocina o regodearse de delicias finas sin supervisión ni autorización adulta, pero el título de princesa era una ventaja que aprendió a usar en su favor.

En el fondo, seguía siendo la misma princesa mimada criada por Rhaenyra y Laenor, todos ahí la respetaban por su conexión con los reyes y la cuidaban pendientes de sus necesidades en todo momento, similar a un amuleto guardado en el Valle. Tenía acceso a todo lo necesario para una vida plena, lejos de los dramas familiares que rodeaban a los jinetes de dragón, los conflictos internos arrastrados por veinte entre la reina y la princesa, lo ajetreado que era vivir de la corte bajo las miradas que cuestionaban su legitimidad desde su nacimiento. Podía decir que al final no todo resultó tan mal.

¿Por qué iba a abandonar su comodidad justo ahora? Nada la aferraba a la Casa Targaryen más que su dragón, el único recordatorio de su descendencia.

Sus aseveraciones podrían ser fácilmente calificadas de apresuradas por la inmadurez de la edad, pero la princesa prefería vivir en el Valle de Arryn antes que volver a la tierra que celebró su nacimiento. Daenys podía llegar a ser una adolescente impulsiva en pocas ocasiones, pero más de una vez aseguró que prefería morir bajo fuego y sangre antes de torturarse viviendo bajo las órdenes del cuestionado príncipe Daemon Targaryen. Que los dioses libren a sus hermanos varones del semejante infierno tortuoso de convivir con el polémico y desquiciado príncipe.

Daenys Velaryon se convirtió en un agradable recuerdo en el descuidado pueblo de la capital, no se supo más de ella por la corte ni se escuchaba su aguda risa infantil en los oscuros pasillos de la Fortaleza Roja. Maerax no volaba junto a Vermax cubriendo con sus sombras las pobres casas, el rey Viserys había perdido su fiel compañía de la merienda quedando con las bandejas llenas de los postres favoritos de su nieta. Las doncellas comentaron que el monarca seguía terminando aquella escultura de piedra esperando religiosamente que la inquieta princesa irrumpiera por la puerta con su presencia alborotadora para alegrar su tarde. Un espejismo difuso de lo que no volvería, comparándola con un rayo de sol de primavera por las flores que le gustaba cargar en su cabello. En las alucinaciones síntoma de su enfermedad, su mente jugaba con la realidad y Viserys mencionaba su nombre, hasta le conversaba, aconsejándola para el futuro, imaginando que su nieta tomaba su mano marchita y de alguna manera lograba reconfortar su sufrimiento.

La realidad es que la sangre no olvida.

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