Capítulo 18
Capítulo 18
Las escasas nubes reflejaban a las estrellas, estaban juntas formando figuras inimaginables. La noche era fría, y la brisa azotaba a los arboles bandeándolos de un lado a otro como si fuesen a tumbarse. Aquel jardín tan solitario, con el césped bien cortado y con rosas de diferentes colores que el señor había plantado el día anterior lucia hermoso.
Con la luna redonda, el chico fumaba una pipa que el padre le había comprado para su cumpleaños. Hojeó su diario, deteniéndose en cada página. No necesitaba luz para leer, con el cielo era más que suficiente. Se detuvo en seco sobre un punto importante, había claros reflejos en las palabras que aun no podía recordar.
Se levantó repentinamente al ver que una mano le rozaba en su rostro, esa sensación de suavidad y ternura no la había experimentado como quería. La persona se sentó a su lado y encendió su cigarrillo con gusto, botó humo por la boca y luego le tomó la mano al chico que parecía estar muy concentrado en el rostro de aquel individuo rubio. El chico de cabellos largos se amarró el cabello porque le fastidiaba demasiado y parecía un perfecto sumo, solo que le faltaba ser gordo y japonés.
Tomó el diario del chico y lo revisó constantemente como si fuera una novedad o algo que no había visto jamás. Nunca había leído ese diario y le parecía curioso porque estuvo presente durante todo ese tiempo y no se había dado cuenta. Hojeó las mismas páginas y notó que había más dibujos de lo habitual. Rostros impresionantes, pinturas desbordabas de pasión, garabatos en letras y figuras de acción. Luego de pasar por los dibujos, se detuvo en un escrito que el chico había escrito la semana pasada. Decía muchas cosas sobre un romance, pero no se fijaba bien en la letra sino en el contenido como tal. Asombrado volvió a colocarle el diario en la mano de aquel chico de cabello negro y se quedó un buen rato disfrutando del cigarro.
El japonés había perdido un poco la memoria luego de la celebración de la boda de su padre, recordaba a su amigo y algunas cosas, pero lo demás era muy escasa la información y por eso había decidido volver a escribir en su diario para no olvidar los hechos importantes.
—Black —dijo Sam con un hilo de voz. No parecía escuchar su corazón y siguió adelante para no perder más el tiempo—, tengo que irme por un tiempo. No sé cuánto me tarde, pero estoy seguro que volveré. Tengo que hacer muchas cosas y reflexionar sobre mi vida —mientras Sam hablaba lento, Black escuchaba con mucha atención.
Encendió de nuevo la pipa y contemplo el cielo estrellado. A diferencia de Sam, que estaba con una camisa fresca, Black llevaba un suéter gris.
Sam hizo una pausa larga antes de seguir hablando. Parecía estar triste, no quería llegar a ese punto, pero era su decisión y tenía que ser respetada como fuese. Black no protestó, ni nada. El chico mantenía la cabeza en lo alto, viendo a Orión.
—Sam —dijo al fin—. Me parece bien que lo hagas, si no lo hacías, yo mismo me iba a Japón con la familia de mi madre por unos meses —se detuvo a dejar la pipa apagada a un lado, se levantó de la silla y la colocó en su lugar original—. Te amo demasiado, Samuel Johnson y es tan fuerte mi amor por ti que me es imposible separarme de ti —Sam no podía creerse las palabras de su mejor amigo, tenía la boca medio abierta del asombro, afortunadamente había dejado de fumar, porque si no se iba a ahogar—. A veces las mejores parejas son aquellas que no se dicen te amo a cada rato, que incluso con la mirada y la paciencia demuestran un gran afecto hacia el otro. Yo sé que no te digo todos los días, pero ya eso tú lo sabes y repetirlo es bastante cansón. Prefiero dar detalles en otras cosas que ser empalagoso. Si quieres irte, no te voy a detener. Necesitas emprender tu propio destino. Sé que nos dieron tres meses libre por asunto de limpieza y restauración de la universidad y debes aprovecharlo al máximo. Voy a empezar a dibujar y divertirme como lo hacía contigo, esta vez ambos estaremos separados y quizás nos duela, pero sabremos que cuando nos reencontremos, las cosas serán diferentes.
—Te quiero, Black —alcanzó a decir Sam.
—No te pongas cursi que no me gusta. No me digas a donde iras, me puedes enviar mensajes de texto si lo deseas, no me moveré de aquí. Tengo que aprovechar que mi padre esta en su luna de miel y me dejo la casa para mí solo. ¿Cuándo piensas irte?
—El próximo domingo sale mi vuelo. Tenemos una semana y pensé en irnos a la playa, tú y yo —anunció Sam sonriente—, ¿quieres ir conmigo o prefieres quedarte? Tú decides.
Black sonrió con gesto de aprobación. Entraron a la casa donde la calefacción era mucho mejor que en la parte de afuera, hacia demasiado frío y no era aconsejable que estuviesen mucho tiempo allí porque podían enfermarse. Ya suficiente estaban teniendo con todo el asunto como para hacerlo mas dramático y trágico. Cerró las ventanas y puso la calefacción. Si el clima seguía así, tenía que curarse y estar mucho tiempo afuera podía hacerle mal.
La casa lucía más sencilla. Habían quitado algunos adornos que no le daban lujo a la sala. Remodelaron la entrada de la casa, ahora no estaba al frente sino en donde yacía el comedor. Black prendió velas por todas partes, le cerró los ojos a Sam y fue a guardar su diario y también a traer una cosa para su mejor amigo. No se lo había dado antes por el tema de "Celia y Melinda".
Se quitó el suéter dejándolo en la cama tirado y salió sin camisa y con medias a la sala donde estaba Sam inquieto. Black le ordenó que no se moviera. Busco rápidamente en el refrigerador unos mini cupcakes que había hecho la noche anterior. Era la primera que vez que experimentaba hacerlos, por fortuna le habían quedado bien, y eran comestibles. Si Sam se intoxicaba con eso, tenía el remedio casero que le hacia su madre cuando algo le caía mal en el estómago.
Formó un círculo con ellos y las letras de chocolate las coloco una a una formando una oración o quizás era una pregunta, se había olvidado de hacerles los signos de interrogación y en su defensa tuvo que buscar un papel y hacerlos así sin decoración. Recortó ambos signos y después volvió a armar la pregunta con claridad. El equipo de sonido ya estaba emitiendo la radio y la quitó porque no era buen momento para oír noticias del día, introduzco su iPod en él y colocó una música suave perfecta para la ocasión.
Le destapó los ojos a su amigo que se hallaba sentado en el mueble. Sam recuperó la vista rápido, y vio que Black estaba en frente suyo, tan cerca que podía sentir el perfume de su y el aliento fresco a menta. Acto seguido le entregó los cupcakes y Sam gritó de la alegría, no tenia palabras para describir su emoción. Asintió repetidas veces y miraba las preguntas una y otra vez.
Se quedaron viendo como las llamas del fuego quemaban débilmente unas notas que Black había escrito en japonés y que para él no tenían un significado real. Entre abrazos y caricias, lograron pasar una noche agradable y tranquila.
El señor Williams le prestó el auto a Sam para que fuesen más cómodos y como Black no podía manejar por su condición, Samuel lo hizo sin inconveniente. El viaje fue rápido, placentero y divertido. No paraban de reírse por cualquier idiotez y estaban radiantes de felicidad. Había esperado ese momento como cuando un pájaro espera que nazca su polluelo o cuando llega el verano y ya no hay mas nieve. No cabía en su cabeza que Black lo haya hecho, sonreía como loco y admitió haberse sorprendido cuando Black le preguntó que le había parecido la sorpresa. El chico llevaba semanas planificando el gran momento, pero como Sam estaba con las chicas no tuvo la oportunidad; sin embargo le salió bien después de todo y las horas de sueño perdidas fueron gratificantes.
Sam hizo una parada frente a un hotel lujoso. Estacionó con cuidado. Fue directo hacia la recepción y ya tenían todo preparado, había hecho una media reservación sin confirmar, puesto que no sabía cómo Black iba a reaccionar, pago la diferencia con su tarjeta de crédito y le dieron las llaves de la habitación más un kit de baño. Le hizo señas a Black que parecía estar inconsciente de todo y bajo las maletas con ayuda del botones.
Instalados en el hotel, Black veía el paraíso a su alrededor. Jamás había estado en un lugar tan cálido, diferente y hermoso. No preguntó de dónde Sam sacó dinero para cancelar todo.
Al frente de la habitación el mar se veía apetecible, solitario y cristalino. Era mucho pedir, demasiados sentimientos encontrados. Black no sabía si sentirse triste o mareado, para él era un paraíso sin duda y aun así le traía recuerdos vagos de su madre.
—Mamá, soy un pez —dijo el chico nadando hacia su madre.
—Cariño, eres un pez. Todos somos peces, amor —le respondió la madre sonriente.
Unas lágrimas le rebozaron en el rostro. Recordar cada momento con su madre era espantoso para su corazón, aun así sentía alegría de haber tenido una madre tan gentil y tan buena; sin embargo la extrañaba demasiado y no podía evitar llorar cada vez que aparecía en su memoria. Si de lo poco que le quedaba de recuerdos, la mayoría eran de su madre y eso lo hacía sentir peor. Había querido recuperar algo más alegre y que lo llenase de felicidad. No quería más tristeza.
— ¿Estás bien? —preguntó Samuel.
—Sí.
**
El fuego se hacía eterno en aquella habitación. Los chicos entre besos, caricias y placer, estaban sumergidos en su propio mundo, pecho con pecho, nariz con nariz y boca con boca. No sabían en donde estaban, pues su concentración se debía a los besos. Penetrante fue el momento en que ambos decidieron unirse como uno solo, Black estaba aterrado y Sam también. A los dos les temblaba la barbilla y los pies, se reían a carcajadas sin motivo alguno. Eran felices, como jamás nadie los había visto.
Black sonreía demasiado, incluso el entrecejo permanecía relajado sin estrés. Fueron a la playa tomados de la mano y besándose en público como si fuese lo más normal del mundo. No les importaban lo que opinasen los demás, bastaba con que su familia los veía felices y no interferían en su amor.
Sam no quería que los días se terminasen, estaba demasiado contento de tener a Black para él solo. De nuevo le agobió la idea que había tenido días atrás de marcharse para aclarar su mente, tenía que hacerlo de alguna manera, pues volviendo a la realidad, le iba a pegar muchísimo separarse de él y quizás con estos actos de amor, era difícil despegarse de su mejor amigo y ahora novio.
Se bañaron por última vez en aquella azulada playa, no había casi gente y solo las gaviotas irrumpían buscando alimento. Despedirse era el fin de su semana, Sam estaba vestido deportivo y Black como un universitario. En el aeropuerto más cercano, estuvieron abrazados por más de media hora y al fin la voz índica que el vuelo salía, Black hizo oídos sordos para no saber a dónde iba su amigo y aparento normalidad. Sam repetía incontables de veces que lo amaba demasiado. Black solo asentía sin emitir palabra alguna.
—Te voy a extrañar demasiado, Black —dijo Sam antes de irse, pues la insistente voz de la mujer aquella, le hervía la sangre—. No hagas nada estúpido y si compras un videojuego nuevo me dices cual es.
—No coquetees con nadie y llámame cuando llegues. Te irá bien, Sam —dijo Black con voz serena.
Sam le dio las llaves de su auto, y el señor Lee pasaría por su hijo en pocos minutos. Black vio como Sam se iba con la multitud hacia el vuelo 145, en dirección a Europa. Sam le lanzo un beso en el aire y Black sonrió. Al fin se perdió de vista. Sintió una punzada en el estomago, como si le quitaran el alma por dentro, como si le faltara una mitad y esa mitad era Sam.
El señor Lee apareció a los quince minutos con Yoko.
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