Capítulo 10
Capítulo 10
Habían pasado varios días desde el fallecimiento de su madre. Estaba afligido, demacrado y muy triste. No se había bañado y había comido puras golosinas. Estaba desnudo en su cuarto tratando de revivir momentos felices. Samuel había ido por provisiones para la gran fiesta de fin de año que se celebraría en la casa de su novia.
— ¡Black! —exclamó Samuel impactado y viendo como Black dormía desnudo en el piso de su habitación. Estaba todo desordenado y maloliente.
Como su amigo no se despertaba, limpió las cosas con rapidez y luego lo metió en la ducha para hacerlo despertar, y nada. Decidió bañarlo y ponerle ropa nueva. Era difícil bañar a su mejor amigo pues a cada rato se caía. Samuel estaba todo mojado de pies a cabeza y no tuvo más opción que terminar de hacerlo. Le enjabonó todas partes del cuerpo y luego le echó shampoo y acondicionador en el cabello.
Samuel maldijo varias veces seguidas, pues le había caído jabón en los ojos. Luego de haberlo bañado por más de dos horas y todo empapado, busco a tientas en las gavetas, una ropa limpia y fresca para Black. Su amigo era demasiado ordenado, perfectamente estructurado y todas las gavetas tenían código. Le tomo otra hora para averiguar esa contraseña. Black la cambiaba cada semana y Samuel se había olvidado de preguntarle. La contraseña era " rubio", quería matar a su amigo por colocarle tan estúpida palabra.
Busco la camisa y un pantalón que solía ponerse Black para estar en casa. Fue bastante divertido cuando le coloco el interior y las medias. Samuel no dejaba de reírse por estupideces y tenía que controlar sus emociones. Verle el abdomen de Black lo hacía estremecer. Se imaginaba besándolo y acariciándolo con satisfacción. Su mente viajaba por placeres sexuales y le gustaba mucho la idea. Recordó que era ridículo imaginar todo eso y siguió vistiendo a su mejor amigo. Lo colocó en una posición hacia la derecha y le puso la cobija encima.
Samuel se sentó en el borde de la ventana y sacó un cigarrillo. Se preguntaba cuánto tiempo Black estaría dormido. Tenía muchas ganas de besarlo y no podía seguir esperando tanto tiempo. Al sexto cigarro, Black, se levantó y estaba un poco confuso.
— ¿En qué momento me bañé? —preguntó viéndose arreglado en el espejo.
—Pues yo lo hice, idiota. Olías mal y tu habitación estaba hecha un desastre. Dame las gracias al menos —respondió Samuel
— ¿Me bañaste? —preguntó Black que miraba hacia el techo y se sentía extraño—. Te atreviste a tocar mis partes íntimas. Eso es un abuso. Tienes que pedir permiso.
— ¿Cómo carajo te voy a pedir permiso si estabas dormido? Además, no era agradable tu olor. Olías horrible.
—Como sea. Mis partes íntimas son sagradas, eso no se toca.
—Tus bolas me saben a mierda. Ese es tu problema, yo no toque tus bolas. Deja la pendejada. Black, necesitas comer. Yo mismo te preparare algo rápido y estarás bien.
—No estaré bien, Samuel —era la primera vez que Black le decía así a su mejor amigo en un tono serio y frío. Sam se quedó petrificado sin decir una sola palabra—. Puedes irte con tu novia. Mi padre se va a mudar conmigo el día de hoy.
Sam quería explotar con palabras y expresar todo lo que sentía, pero no dijo absolutamente nada.
—Tu novia te espera. Escuche el rugido del auto —añadió Black.
—Necesito un favor tuyo antes de que me vaya.
Black asintió sin saber lo que su amigo diría a continuación:
—Necesito que me prometas que vas a ir a la fiesta —dijo Sam y su amigo se quedó pensativo.
Black aún estaba de luto y no quería ir a ninguna parte. No estaba de humor para celebraciones como esa y solo necesitaba quedarse en su casa sin hacer absolutamente nada. Él negó con la cabeza, no era una promesa que iba a cumplir.
—No puedo pasar el año nuevo sin ti, Black. Quédate conmigo por favor, mañana será año nuevo y estaremos juntos.
—Cuando estés casado no estarás conmigo, Sam. Esa es la realidad, así que no voy a ir. Me quedare en la casa —decidió Black.
—Aun no sé si casarme. Solo quiero estar contigo, amigo. Así que vente conmigo.
Black fruncía el ceño y algunas lágrimas cayeron en la sabana de su cama. El chico se sentía mal, su madre no estaba y su amigo se iba a casar. Era una realidad que él sabía y no quería seguir insistiendo en el tema. No le apetecía celebrar, ya nada era más importante que su madre. Nadie lo iba a convencer para que fuese y Sam no quería que su amigo fuese ajuro, pero no se sentía cómodo estando solo en esa casa con gente extraña. Además, era incomodo porque le pidió matrimonio a Celia sin consultarlo con nadie.
Debí pensarlo mejor, pensó.
Sam comprendía que Black no deseaba asistir; sin embargo, era la única persona que lo hacía sentir mejor y más seguro. Además, era bastante confiable y sabía cómo actuar en caso de que se emborrachara o hiciese algo ridículo.
Black se imaginaba en casa de la novia de su mejor amigo y no le agradaba lo que veía. Era demasiado irreal y nada bueno. Sam hacía pucheros tratando de convencerlo, pero el chico negó la cabeza por segunda vez.
—Me quedare contigo —concluyó Sam marcando el número de Celia para decirle que se le había presentado un inconveniente y que no podía asistir a esa fiesta. Black no se alegró para nada, seguía un poco mal y estaba agotado de no hacer nada.
—Todo por ese idiota. Sam, en serio no te comprendo. Un día me dices que si, al siguiente que no. Me confundes —dijo Celia hablando alto sin importar que la gente la viese con el teléfono en la oreja.
—Perdió a su mamá, Celia. Estaré con él y punto. No quiero seguir discutiendo contigo sobre esto.
Sam trancó el teléfono y se acercó a Black que aún seguía confundido sin comprender que estaba ocurriendo.
Black se reía. Eso era justamente lo que necesitaba oír de su mejor amigo, hacerlo enojar era el plan perfecto. Sam no le parecía gracioso y se limitó a decirle algo más a Black, que seguía riéndose a carcajadas.
—Al menos te estás riendo.
Sam cuando quería ser chistoso lo llamaba por su apellido y Black se sonrojaba un poco. No era por pena, sino que le gustaba que le dijese así, y más si Sam con su tierna voz lo decía a propósito. Le propuso ir de compras, pues Black no tenía trajes de gala.
—No iré a comprar pendejadas. ¿Quién necesita un traje en año nuevo?
—Levanta tu maldito trasero y vámonos. Tu papá nos espera en el centro comercial —murmuró Sam sin apartar sus ojos de su amigo.
**
Estando en el centro comercial, era lo más extraño. Black no solo estaba mal, aunque había sonreído un poco, pero cada lugar le recordaba a su madre y recordaba todo lo que ella le decía en ese momento.
—Mi pequeño hombrecito. Tu primera corbata —decía su madre mientras Black se medía la corbata anaranjada.
—Mami, me gusta.
—Sí, hijo. Te queda estupenda.
Black no podía seguir caminando. Las lágrimas estaban en su rostro. Sam sabía que le afectaría, pero no era su intención. Sam le agarró la mano y caminaron juntos como si fuesen pareja o algo por el estilo.
El padre de Black estaba sentado en un banquito y cuando vio aquella escena casi le dio un infarto. No opinó nada al respecto para no ser irrespetuoso y se dedicaron a comprar la ropa de Black. Sam sabía que le gustaba aquella corbata que había visto y ya se la había comprado la semana pasada, de hecho, estaba como regalo, pero le faltaba envolverlo y colocarlo en el respectivo sitio.
Black no quería comprar nada. La persona encargada de la tienda, buscaba cada traje y el chico negaba con la cabeza. Al final se decidió por un traje negro completamente y fue el que su padre le compró.
Estaban en un restaurante y el señor Lee quería peguntarles que estaba sucediendo con ambos. Sam fue demasiado precavido para no cometer errores en su respuesta, lo pensó detenidamente sin esforzarse mucho. Respiro hondo un par de veces. Él que no parecía estar nervioso era Black que comía en silencio y veía como su padre miraba a Sam de manera despectiva.
—Sam y yo somos novios, papá. ¿Algún problema con eso? —dijo Black con la boca llena de papas fritas—. Más bien amantes, porque aún tiene novia.
El señor Lee se quedó petrificado y sin decir nada.
Aquella confesión de Black era impresionante para Sam. No pensaba que su amigo iba a ser tan sincero con su padre y más en un lugar tan público como ese. Parecía que todo se estaba dando solo sin ningún inconveniente.
Terminaron de almorzar lo que debía ser algo estupendo. El señor Lee se retiró pues tenía que acomodar sus cosas y hacer algunas diligencias. Los chicos se quedaron en el restaurante por dos horas más, tomaron merengadas deliciosas y postres carísimos. Black aprovechaba que su padre le había dejado la tarjeta de crédito y abusó de ella hasta donde le alcanzó.
Sam se preguntaba que le sucedía a su mejor amigo. Aunque Black seguía siendo orgulloso y un poco formal en todo, algo extraño le estaba pasando y necesitaba saberlo enseguida. Era algo que no podía adivinar ni preguntarle directamente, pues Black no lo iba a responder tan fácilmente. Siendo sincero le costaba un poco algunas cosas.
Fue hasta el séptimo trago de frambuesa que Sam le pregunto como si fuera algo normal. Quizá se excedió un poco, pero Black lo miraba fijamente sin responder.
—Bésame, Sam. Hazlo —ordenó Black a Sam.
Sam pensó que era una broma, pero cuando veía los ojos de Black hablaba muy en serio. El chico estaba un poco desconcertado, pero le gustaba la idea de besarlo en frente de muchísima gente que conocían.
El beso fue lo que menos se esperaban. La gente observaba asombrada de la pasión que emergían los dos, el tacto de sus lenguas y el perfecto momento de romanticismo. Black sentía que su cuerpo hubiese fuego, tenía los ojos cerrados concentrado en aquel beso al igual que Sam. Todo fue perfecto.
— ¿Pero, qué demonios haces?
Era nada más y nada menos que la madre de Sam enfadada. Ambos se despegaron y nadie dijo nada. Ese momento perfecto se había esfumado y no les quedaba otra alternativa que quedarse con las ganas de seguir besando al otro.
Black palideció y pestañaba sin cesar. Estaba mareado y era algo muy extraño. Su cuerpo actuaba solo y se cayó de la silla quedándose completamente desmayado. Sam llamó rápidamente a la ambulancia y canceló lo que habían consumido en el restaurante. La madre de Sam ayudó a su hijo a cargar el pesado cuerpo de Black.
Ni los médicos sabían qué demonios tenía. Le habían hecho las mismas pruebas, pero nada parecía estar fuera de orden. Todo estaba perfecto y era muy extraño. Tuvieron que llamar a un médico especialista para atender el asunto.
Black estaba perdiendo completamente el conocimiento, le causaba mucho dolor y los síntomas eran los mismos que tenía el chico.
—Samuel Johnson, ¿es usted pariente del señor Lee? —preguntó el doctor.
Sam asintió.
—El señor Lee padece de Astrocitoma. Es un tumor cerebral. Le daré el numero de un neurólogo amigo mío para que lo atienda. Es excelente en este tipo de casos y podrá tener toda la disposición que necesite a su alcance, señor Johnson.
Sam asintió sin comentar ni preguntar sus dudas. Estaba todo más claro y se sentía bien en ese aspecto; por otro lado, era muy difícil concentrarse con aquella situación. Ambos estaban enfermos y no se podía hacer mucho para salvar la situación.
El doctor le entregó los papeles correspondientes a los tratamientos, récipes y dietas estrictas. Le dijo que lo tenía que cuidar durante esa semana, pues las cosas podían empeorar un poco y no era bueno que Black estuviese solo.
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