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Capítulo 13

¡Hola mundo! ¿Cómo la pasaron en navidad? Ojalá que genial. 

Bueno, ¡aquí les traigo el capítulo! 

(Si quieren que les dedique un capítulo, no duden en pedirlo).

Okey, ya les dejo el capítulo, 

Besos y fuera, 

Camila. 

Capítulo 13

Parecía que me iba desmayar. Todos mis músculos se relajaron en ese toque. No podía percibir si era un sueño o la realidad.

No podía respirar. No porque sus labios no se despegaron de los míos, sino porque no podía creer lo que pasaba. Parecía que había caído en un infinito transe.

Cuando se alejó unos centímetros, sentí como su respiración fallaba al igual que la mía. Su dedo acarició un poco mi mejilla, haciendo que el transe en el que caí se profundice.

—Dios, cállate un segundo—susurró contra mis labios.

Estaba en vuelta en un calor abrazador, cuando se alejó totalmente, sentía que el frío me congelaba de pies a cabeza. Me dio la espalda mientras apoyaba su oído contra la puerta, tratando de escuchar fuera.

Nos quedamos así unos minutos, hasta que se fueron. Hamilton, los criminales, los sucesos y los peligros en que me había metido no aparecieron en mi mente. Estaba desconectada. Solo podía ver la espalda de Finn. No podía razonar nada. En mi interior, me decía que no fue nada. Solo un beso. Seguro da muchos de esos a montones de chicas. Era un estúpida por creer que era especial.

Quería creer que era algo normal. Que a él no le importaba. Pero no podía. Sentía que no. Sentía que necesitaba creer que era especial. Que yo era especial para él.

Luego de irme de la biblioteca, llegué a mi casa sana y salva. Saludé a mis padres y hablamos un rato. Me sentía bien teniendo comunicación con mi familia. Tener comida, techo y familia con la que puedo contar. Sé que es estúpido, pero me siento afortunada.

Hice los deberes, estudié y bañé hasta que se hicieron las ocho de la noche. Me tiré en la cama y me propuse a leer Biología.

Desaprobarás, estudia, concéntrate.

Pero, no podía. No podía concentrarme un maldito segundo.

Desconocido.

Hamilton.

Beso.

Peligro.

Palabras como esas rondaban en mi cabeza sin sentido alguno, con ganas de estallar.

— ¡Magui! —gritó mi madre, desde la cocina—. ¿Me traes la bolsa que dejé en mi cama, por favor?

—Sí—exclamé.

Me acerqué a la puerta de mi habitación y la abrí. Entré al cuarto de mis padres y me dirigí a su cama. No había nada. Fruncí el ceño. Giré mi cabeza recorriendo cada centímetro con mi vista. Nada. Me agaché y me encontré con una bolsa tirada bajo la cama. Pero no era lo único.

Dejé la bolsa a un lado y tomé el libro con ambas manos. Era grande, bastante diría yo. Me levanté y me dirigí a mi cuarto, dejando el pesado libro arriba. Cerré la puerta y le alcancé la bolsa a mi madre, volviendo a la habitación.

Me senté a horcajadas en mi cama y tomé el libro.

“La verdadera historia”.

Se podían ver tres lobos en la foto. Un mestizo en medio y un lobo blanco y otro negro a sus lados. Fruncí el ceño, inspeccionando cada centímetro de este.

—Ahora tienes algo para leer—me dije a mi misma—, y conocerás más tu historia.

Me encontraba en la biblioteca de la escuela, cerca de la bibliotecaria, por si acaso. Recién terminé las clases y esperaba a Finn para su tutoría. Tal vez estaba nerviosa. Muy nerviosa.

Frente a mi estaba el libro que encontré bajo la camas de mis padres. Era la verdadera historia de los lobos, tenía que ser cuidadosa. No podía dejar que cualquiera lo viese. Lo poco que leí hasta ahora, lo sabía. Nada fuera normal.

Alguien se sentó frente a mí, haciéndome sobresaltar. Mi corazón se empezó a acelerar.

No sudes, tranquila. Estate neutral.

—Hola—dijo Finn—. ¿Con qué empezamos? Tengo las preguntas de la clase pasada, podemos compararlas.

Cerré el libro y lo guardé en mi mochila. Saqué mi libro de historia. ¿Desde cuándo teníamos tutoría? ¿Desde cuándo le interesaba historia? ¿Desde cuándo se comportaba así?

—Sí, claro—fruncí el ceño.

—Está bien, en la primera…

Y todo el tiempo así.

—Creo que estará en la página 199—dijo, sin mirarme.

En ningún momento lo hizo. Nunca me miró. Su mirada se clavó en el libro durante toda esta media hora. No mencionó nada de ayer y tampoco comentó cosas como: “¿Te peleaste con el mundo?” “Estás más inteligente que ayer” “Me sonrojas, Dudley”

No me hizo un cumplido. Ni una estupidez. O broma. Ni siquiera sonrió.

¿Qué rayos hice mal?

—Oye—lo llamé. Él hizo un leve movimiento de cabeza—, ¿estás bien?

—Sí—dijo seco.

— ¿Seguro? —insistí—. Pareces enfermo.

—Sí—respondió.

Terminó la tutoría. Finnegan se decidió en guardar sus libros.

— ¿Qué rayos te pasa? —pregunté de la nada. Tenía derecho a saberlo. O eso creía yo.

Él siguió guardando sus cosas en la mochila. Hizo un gran esfuerzo por no mirarme. No solo a los ojos, sino a cualquier parte que me involucre.

—Nada—murmuró.

— ¿Nada? —levanté ambas cejas.

— ¿Terminaste el trabajo de historia?

El profesor nos puso de a dos para hacer un trabajo. Me tocó con él y se exactamente que era el trabajo que necesitaba que para aprobar el semestre. Me miró. Sus ojos se conectaron con los míos. La profundidad de sus ojos escaneaba los míos.

Apreté la mandíbula, mientras asentía lentamente.

Saqué el trabajo, cerré la mochila y deslicé las hojas con todas mis fuerzas.

Seguro que quedé como una histérica-enojadiza. Pero, no me importaba. ¿Quién rayos se creía para besarme y luego ignorarme por completo? Seguro no significó nada para él, pero no había necesidad ni siquiera mirarme a los ojos.

—Aquí tienes—dije, mientras me colgaba mi mochila en un hombro. Me levanté—, tu maldito trabajo.

Salí de la escuela y noté como Finnegan me seguía detrás. Una vez fuera, él me tomó de la muñeca, deteniéndome.

—Para—me pidió, aún sin mirarme—, por favor.

— ¿Qué? —me di media vuelta, soltándome de su agarre con brusquedad.

Al verlo se me heló el corazón. Estaba ya a unos metros de mí, mirando al suelo fijamente. Conecto su mirada con la mía.

— ¿Y bien? —alcé ambas cejas.

— ¿Por qué estás así? —se relamió los labios, nervioso.

Una sonrisa irónica apareció en mi rostro, pero la borré rápidamente. ¿Estaba bromeando?

— ¿Disculpa? —entrecerré los ojos—.  ¿Así cómo?

—Lo siento, nada Magui, olvídalo—dijo.

— ¿Por qué rayos actúas así? —solté de repente—. Está bien, lamento mi tono, mi cara y tal vez mi actitud. Pero, puedo justificarla—dije. Ya no sé si estaba hablando demasiado rápido o exasperada—. Finn, explícame que te pasa. Un día estás lo más bien conmigo y al otro me tratas…me tratas—no sabía cómo decirlo.

Él me hacía confundirme. Hacía que mis nervios actúen en contra de mí. Me sentía incómoda de una manera muy cómoda. No sabía explicar que era. No con palabras.

— ¿Cómo una desconocida? —completó la frase por mí. Una sonrisa pasó por sus labios, llevándola rápidamente hasta lo mas profundo de su ser—. ¿No era eso lo que querías, Magui? Vamos, no soy un idiota. Sé cuando alguien me pide a gritos que me aleje—dijo—. Ayer lo pedías. Querías que me aleje. Querías que fuéramos desconocidos, querías que no te tome importancia. Pues, lo lograste, Magui, felicitaciones. Somos desconocidos, sin nada en común. Estaré fuera de tu vida.

Mi cara y estado de ánimo cayeron al piso. No podía creer lo que decía, como me trataba. Creía que era diferente. Creía que nunca me haría daño. Sí, fue sólo un beso. Nada más. Éramos desconocidos. Tal vez eso era lo que pedía, lo que deseaba. Pero no ahora, no luego de ayer. No lo quería luego de acostumbrarme a estar junto a él.

Eres una idiota—pensé—. Él también lo es. Pero, se fuerte. Fuiste fuerte mil veces, puedes hacer esto una vez más. Solo una vez más.

—Pero—dije. Sin embargo, me tragué mis palabras—. Pero ayer…

— ¿Ayer? —frunció el ceño—. ¿El beso? Dios, fue solo un beso. Fue solo para callarte, Magui. No seas infantil—tragó—. No significó, significa o significará algo.

Sus palabras cayeron como un balde de agua helada, con hielo incluido. Mi propia voz me gritaba maldiciones y lo estúpida que fui todo este tiempo.

Asentí, comprendiendo. No sabía si lanzarle un camión por la cabeza o irme sin más. Apreté la mandíbula.

— ¿Estás tiste? —logró preguntar, luego de un largo momento de silencio.

Negué, aunque si lo esté.

—Estoy enojada—dije, pero sacudí la cabeza—. No, no estoy enojada. Decepcionada.

Él bajó la mirada y no la volvió a levantar, dándome una imagen que no quería ver. Todo mi cuerpo se tensaba. Lo odiaba, odiaba todo lo que me dijo y todo lo que me hizo sentir. Pero la atracción lo superaba.

—Me arrepiento tanto de haberte conocido—susurré.

No era verdad. No, claro que no. No me importaba ya lo que me diga, no iba a cambiar lo que siento. Solo lo dije, lo dije porque quería darle a conocer como me sentía en parte.

—Yo también—me miró.

Mis ojos lo inspeccionaron. No podía dejar de mirarlo y sentir desilusión. Dirigí mi vista hacia un lado y asentí.

—Adiós—murmuré.

Parecía que habían inmovilizado mi cuerpo. Que habían tomado mi alma y la habían sumergido en agua caliente, hasta matarla. No caminé ni tres metros hasta que me llamó.

—Magui—dijo con voz grave, ronca.

Me di la vuelta. Nos conectamos un segundo.

 — ¿Sabes, Finn? —sonreí—. Vete al diablo—dije, con orgullo—. Vete bien al diablo.

Me encaminé hacia The Smurf, para encontrarme con Jack y Bella.

Él no me siguió, ni me detuvo. Y eso es lo que me dolió. Porque, a pesar de todo, no me arrepiento de haberlo conocido. 

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