BLACK
Al inicio, cuando tomé un arma y tenía en frente mi objetivo, fue la primera y última vez que tuve la sensación de nervios y miedo. Mis manos temblaban y todo mi cuerpo sudaba frío a pesar del calor que hacía esa tarde.
En ese momento comprendí que, a pesar de que no era para nada bueno lo que hacía, era necesario para la humanidad. Y aquí continúo.
Desde hace ocho años no he vuelto a tener esa sensación, sino que disfruto cada momento. Se ha vuelto una rutina en la cual mis sentimientos son liberados.
Ahora, ya hablando del presente, me encuentro en la habitación de uno de los edificios más bajos de Wedram. Un hotel con cinco pisos de altura ubicado en la parte central del estado, justo en el lugar perfecto para asesinar a algún político corrupto.
Y no a cualquier político, hablo de Breitkopf, uno de los mayores asesinos en masa. Corrupto, asesino y discriminador.
Los edificios han sido desalojados por completo y algunos guardias han sido colocados en los edificios para proteger el área.
El balcón se mantiene abierto, pero con las cortinas cerradas. Los dos guardias que se encontraban vigilando ahora permanecen inconscientes en una esquina de la habitación. Ambos están amordazados e inmovilizados para que no sean un estorbo y no puedan alertar a sus compañeros lo que sucede.
Mientras espero que el acto empiece, camino hacia la ventana para visualizar y tantear por última vez el perímetro.
Observo lo que sucede:
Personas bajo lonas para cubrirse del sol, vestidos con ropa de lujo y accesorios carísimos. Esperan la llegada del presidente y a quienes los guardias se encargan de proteger. Otros ubicados bajo la fuerte luz solar, con pancartas protestantes en mano y siendo víctimas de la policía que los empujan para que no pasen al otro lado.
El mismo gobierno ha causado esto, esta división. El gobierno y la mafia, que son lo que actúan juntos para que el país empeore.
Dirijo mi vista hacia el podio que por el momento está vacío y calculo la distancia. Es perfecta, desde aquí tengo un buen ángulo.
La televisión lleva encendida desde que entré, así que camino hacia ella para ver las noticias. En el aparato se logra apreciar lo que ocurre allá abajo. La cámara enfoca algunos letreros que llevan las personas protestantes:
YA NO SOPORTAREMOS MÁS CORRUPCIÓN
¡AFUERA ASESINO! ¡AFUERA LADRÓN! ¡AFUERA BREITKOPF!
¡JUSTICIA PARA TODOS LOS INOCENTES ASESINADOS!
Con esto, de lo único que me doy cuenta es que la gente está empezando a cansarse. Esas acciones que ellos mismos están haciendo son las que me dan una mínima esperanza para confiar en que todo terminará pronto.
Sé que estoy a punto de formar un caos, causando que muchos de sus aliados vengan detrás de mí y que eso provoque mi constante trabajo para deshacerme de ellos, pero también sé que no me arrepentiré.
—El presidente está en camino.
La voz de la periodista hace que mis pensamientos vuelvan a estar presentes. Me levanto, ya que de forma inconsciente me he sentado al borde de la cama.
—Así es, Marck. Desde lejos se puede contemplar la pequeña caravana de autos que custodian al presidente. Para los televidentes que aún no están enterados, recordemos que, en una entrevista, el presidente prometió hacer públicas sus declaraciones, demostrando pruebas que lo hacen totalmente inocente a las acusaciones que se le imputan.
Me fastidia que hasta a los medios tenga comprado este tipo.
Camino hacia donde se encuentra el estuche que simula un instrumento. En cuanto lo abro, en él aparece un instrumento falso. Busco en el borde el espacio para levantar la tapa y cuando lo hago, observo el pequeño francotirador.
Camino hacia el balcón y, sin correr las cortinas, espero unos minutos hasta que empiece a acercarse la caravana ya que la multitud no permite que avance con rapidez.
Al llegar frente al podio, se bajan de los autos varios hombres con trajes y armas en mano. Unos rodean la camioneta principal y otros corren hacia las calles vecinas.
Si no tuviera nada que temer, no tendría porqué tener tantos hombres custodiándolo.
Justo cuando todos están en posición, el presidente desciende y avanza en medio de un recorrido que está despejado.
A su derecha se encuentran los periodistas, quienes empiezan a formularle preguntas mientras camina; a la izquierda aún sigue la protesta y, sin vergüenza alguna, saluda levantando una de sus manos llena de anillos de oro. En su rostro puede apreciarse una sonrisa patética.
Todos sus guardias están tan tontamente concentrados en su entrada, que no se han percatado que hace falta dos guardias en el cuarto piso del famoso hotel Oasis.
Sí, a pesar de que Breitkopf ha sido uno de los mayores sospechosos de los más crueles crímenes cometidos en Gualoriam, la justicia lo ha absuelto y aun sabiendo eso, las personas siguen de su lado. Lo protegen.
Cuando por fin llega al podio, toma asiento en la silla principal, esperando que el maestro de ceremonias termine su presentación.
Después de unos minutos, el hombre dice:
—Y ya, sin tanto preámbulo, ¡el presidente Breitkopf!
Varios aplausos y gritos se escuchan a la vez. Se pone de pie y camina hacia el micrófono, mientras acomoda su saco azul marino.
A primera vista se ve como un hombre de prestigio. Su vestimenta de lujo le brinda poder, la postura recta autoridad y las arrugas respeto, pero aquí sabemos, todos, lo que en realidad es.
—Y bien —comienza—. Como lo prometido es deuda, llegó la hora de aclarar todas esas acusaciones falsas que la gente mal intencionada ha hecho en mi contra.
Gracias a las bocinas que está utilizando el presidente, puedo captar muy bien lo que dice. En ese pequeño momento en que deja de hablar, se escuchar los gritos de las personas protestantes.
—Lo dije en mi última entrevista —continúa—, haría una conferencia pública para aclarar todo.
—Pero fue una mala idea —comento, con los dientes apretados—, y una buena oportunidad para mí.
Dejo de escuchar las estupideces que tiene por decir para lograr concentrarme. El presidente todo este tiempo que lleva en su puesto ha estado dividiendo a la población de Gualoriam en dos: los poderosos y los pobres, como él mismo los llama.
Y a pesar de que la mayoría está empezando a caer en la pobreza a causa de la inflación, enfermedades y la desgracia total; su fortuna y la de sus aliados —la mafia— va aumentando.
¿Qué han hecho todos ellos por nosotros, por su país?
Nada.
Eso para mí no sirve, y lo que no sirve se desecha.
O se mata, en este caso.
Corrupción, terrorismo y una gran crisis económica. Eso es lo que sobresale en Gualoriam. Breitkopf se ha encargado de privar a la mayoría de libertad.
Genocidios, torturas a las personas de campo que se niegan a colaborar con sus tierras. Esto ya está empezando a cansar a la población rural, pero conmigo ya se terminó la paciencia que todavía tenía guardada en lo más profundo de mi ser.
Sé y estoy segura que cuando todo esto de la conferencia termine y los medios dejen de trasmitir, habrá muchas muertes.
Por eso estoy aquí, para impedirlo, y dos tiros es lo que tengo y no debo fallar. Con eso basta para acabar con la mayoría de los problemas.
Acomodo el francotirador entre mis manos, llevo el dedo índice al gatillo y veo en la mira, apuntando hacia el pecho del presidente.
Dos disparos son necesarios para terminar el inicio de toda una historia.
Hola, soy yo, Iris. Solo venía por aquí para preguntar qué tal les ha parecido el primer capítulo.
Bueno, después de muchos intentos y por fin sacar mis inseguridades sobre esta historia, aquí estoy de nuevo.
Otra noticia es que esta historia ya está terminada —al menos en word— así que he decidido actualizar una vez a la semana, ya que aún tengo que volver a leer los capítulos que voy a publicar —por doceava vez— para ver si hay algún error de tipeo o algo por el estilo.
Espero te guste la historia y la disfrutes tanto como yo la he disfrutado escribiendo. ¡Nos leemos luego!
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