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Capítulo 8: Un nombre

El resto del fin de semana se fue volando, y Jimin no desperdició ni un solo minuto en seguir ocupando su mente y satisfaciendo sus deseos carnales. Un día con Mi-suk, otro con Rosé. Sin embargo, cuando se trataba de colmar sus pensamientos, Hwang Hana era la única protagonista. Una sonrisa atontada y un tanto pícara se dibujaban en su rostro cada vez que su semblante sonriente aparecía en su mente. Desistió ante la idea de enviarle algún mensaje, ya que no deseaba importunarla ni volverse obsesivo. Le parecía mejor aguardar a que fuese ella quien lo contactara. Dejaría que moviera las cuerdas y él la seguiría.

La semana había iniciado, y en el día de hoy Jimin estaba en medio de la realización de un tiraje fotográfico, vistiendo atuendos formales en púrpura, en negro y también cobalto. En solitario o en compañía de Ahn Hye-jin, una de sus tantas modelos frecuentes. Posaban con la escenografía cuidadosamente preparada a su espalda, algunas frutas para tomas en primer plano, y juntos, muy juntos. No eran tímidos entre ellos; ya habían trabajado a dúo antes, por lo que estaban cómodos compartiendo el mismo espacio, y otros espacios en ocasiones también.

Estaban llevando a cabo el tiraje en el amplio jardín, en la parte trasera del terreno del edificio. No había mucha privacidad, por lo que las personas en la calle podrían curiosear, aunque el panorama y la luz eran perfectos.

―¡Gracias por su trabajo! ―dijo el joven presidente, haciendo una reverencia delante de sus colegas.

Al pasar por su lado, su compañera de modelaje le sonrió de manera pícara y le guiñó un ojo; él le regresó ambos gestos con discreción. Ganas no le faltaban de pasar otro de tantos buenos ratos con ella, aunque sí tiempo. Miró su reloj y terminó de despedirse.

Volvió a su oficina vistiendo su traje regular en color negro, con un vaso descartable de café en una mano, y una carpeta bajo el otro brazo. Y justo cuando comenzaba a sentir parte de la cafeína inundar su sistema, se detuvo en seco al fijar la vista en su escritorio. Sí. Había algo más con lo que Park Jimin parecía tener que lidiar este último tiempo, además de trabajo.

Se detuvo frente a la mesa, con sus ojos fijos en el pequeño papel rosado. Titubeó esta vez, pero no quería pasar por alto lo que pudiera estar escrito, y más aún, dirigido hacia su persona. Lo tomó con un poco de arrebato, lo abrió y leyó para sus adentros: ¿Al jefe Park le gusta jugar sucio? Porque yo muero por jugar sucio con él. El muchacho arrugó un poco la nariz, así como su entrecejo con aversión.

―Qué desagradable... ―murmuró, quedándose cuajado unos segundos.

Lo arrojaría al cesto de la basura como lo había hecho con anterioridad, pero no lo hizo. En su lugar, abrió uno de los cajones de su escritorio y lo guardó allí. Plantó las manos sobre el mueble, presionó un botón del intercomunicador, y habló con su secretaria:

―Jackie. ¿Viste a alguien entrar en mi oficina antes de que yo llegara?

No, señor. A nadie. ¿Está todo bien? ¿Se le extravió alguna cosa?

―No, no. Sigue con tus labores. ―Liberó su pulso del botón, cortando la comunicación, y llevó sus ojos al cajón cerrado.

Se quedó suspendido ahí mismo otra vez, siendo invadido de repente por sus memorias:

―Jimin, ya eres un hombre. Debes tolerarlo y superarlo. ―Su padre, con un tono severo, mientras su hijo frente a él miraba el piso con lágrimas en los ojos―. ¿No eres un Park? ¡Compórtate como tal! ―Lo sujetó por los hombros, dándole una zarandeada―. Tu pobre hermano y esa discapacidad horrible lo tiene postrado en esa maldita cama. Pero tú Jimin, eres mi más grande legado, todo lo que tendré después de mi descenso. ―Reposó su palma sobre la mejilla de su primogénito.

―Me pides mentir...

―Te pido hacer las cosas más llevaderas para ti. Porque yo no crie a mi hijo para ser un marica asustadizo. ―El agarre contra su hombro se hizo más fuerte. Apretaba su carne y dolía.

―Por favor... déjame respirar.

Una última lágrima fue soltada.

Jimin parpadeó, volviendo a su presente con un semblante triste y su mano sobre su hombro lesionado, tras haber sentido una molestia inesperada. Había pasado mucho tiempo, pero todavía no podía escapar de su pasado, uno que a duras penas podía recordar, y la reconstrucción que poco a poco armaba en su cabeza ya lo lastimaba, por lo que se preguntaba: ¿Qué tanta verdad y mentira oscilaba en su vida llena de lujos y carente de sentimientos cálidos? ¿Qué era real... qué no lo era? El quid de la cuestión, su cuestión.

Antes de que pudiera seguir dando rienda suelta a sus pensamientos, unos golpeteos a su puerta extraviaron su atención.

―Adelante ―dijo, enderezando la postura.

Lee Dong-min abrió la puerta con un rostro sonriente.

―Jefe. Tengo el recuento de la semana pasada. ―Alzó una delgada carpeta plástica en su mano.

―Ah, tú siempre tan eficiente, Lee. ―Hizo un gesto con su mano para cederle el ingreso.

El muchacho depositó la carpeta sobre el escritorio, el presidente la tomó y comenzó a ojear los números. El subordinado no esperaba compartir más palabras de lo debido, aunque no pudo evitar quedarse estático al ver el rostro de su superior.

―O-oye, hyung... ―Se permitió no ser tan formal―. ¿Te sientes bien? Te veo muy pálido.

―¿Pálido a qué nivel? ―preguntó, mirándolo por el rabillo del ojo. Era el primero en saber que no se sentía muy bien.

―Nivel suficiente para preguntar. ―Alzó las cejas―. ¿Ya comiste?

Jimin negó lento con la cabeza.

―¿Nada?

Volvió a recibir una negativa.

―Ya sé. Le diré a tu secretaria que vaya a buscarte algo para que desayunes, ¿te parece?

―Me parece bien. Gracias, Lee.

―Por favor cuida de tu salud, hyung. Este lugar se vendría abajo sin ti.

―¿Más abajo que los números? ―dijo, arrojando la carpeta sobre el escritorio.

―¿Tan malo es?

―No... ―Se llevó las manos a su cabello, y exhaló todo el aire de una sola vez―. Los números son estables. Pero podrían ser mejores.

―¿Sabes? Si me permites, claro...

―Ya empezaste a hablar, termina.

―Creo que estamos haciendo mucho gasto en material, cosa que es entendible porque necesitamos algo de calidad. Sin embargo, estuve investigando y creo que encontré un producto bueno y con costos mucho menores. No es mucho, pero creo que podrá ayudar.

―Perfecto. Envíame la información por chat y lo abriré en mi computadora. Lo evaluaré.

―Comida primero. ―Lo apuntó con el dedo, aunque con gentileza. Si bien se daba el lujo de poder tutearlo, no se pasaría de la raya―. Luego trabajo.

El muchacho caminó en reversa hasta toparse con la puerta, dio un giro y salió sin más, aunque Jimin le llamó la atención antes de que se marchara, agradeciéndole su buen trabajo y su atención, a lo que el chico hizo una reverencia y cruzó el umbral.

―Jackie, bonita. Hazme un favor, ¿quieres? ―dijo, ya arrimado al escritorio de la muchacha, quien no pudo evitar sonrojarse un poco ante ese acercamiento repentino―. Toma esto y ve a traerle algo de comer al señor Park, ¿sí?

Ella tomó el dinero que le ofreció, sorprendida.

―¿Algo en particular?

―Que sea algo nutritivo ―dijo, dando un pequeño golpe con su palma sobre la mesa y se alejó.

―¡E-espera, Lee! ¿Está bien que sea tu dinero?

―No hay problema. Quédate con el cambio y gracias. ―Juntó sus manos a la altura de su pecho, le guiñó un ojo y cruzó la puerta.

Más tarde, Kim Jong-in se presentó en el recibidor, alterando inevitablemente a Jacqueline, quien lo observó en silencio mientras que él en retorno le dio una mirada despectiva, en conjunto con una sonrisa guasona. Dio unos golpes audibles, provocando un ceño fruncido en la secretaria.

―Señor Kim. ―Se puso de pie y avanzó a su lado, poniéndole un alto a su desagradable insistencia contra la puerta.

―Adelante. ―Respondió Jimin al otro lado.

―Te dije que te mantuvieras apartada de mi camino... ―La observó de cabeza a pies con unos ojos desaprobatorios―, Jackie.

Tuvo incluso el descaro de empujarla de manera brusca con su hombro, abrir la puerta e ingresar. Pero antes de que ésta se cerrara ella la detuvo con su mano. Jimin se asomó por un extremo de su monitor, hallando primero la silueta del muchacho.

―Oh, Kai. Qué bueno que viniste. Terminemos de zanjar el asunto con Gucci de una buena vez ―dijo, quitándose los anteojos y haciéndose hacia atrás en su silla, elongando su espalda.

El hombre entró y tomó asiento sin más, sin embargo, el presidente no pudo ignorar a la chica estática en el marco de la entrada.

―Jacqueline, ¿se le ofrece algo?

―¿S-se le ofrece algo a usted, señor? Porque aquí estoy. ―Se señaló con sus manos sobre su pecho.

El joven meneó un poco la cabeza, estupefacto, aunque sí había algo que podía hacer y eso era llevarse el recipiente descartable vacío junto a los palillos. La chica sonrió discreta al ver que no había dejado nada en él. De la misma manera Park le sonrió, entonces ella hizo una breve reverencia y se marchó, mas no cruzó la puerta sin girarse hacia él una última vez.

―Voy a estar aquí, señor. Justo al otro lado de su oficina ―declaró, haciendo ademanes exagerados con su mano.

―Sí, Jackie. Ahí está tu espacio, en la recepción al otro lado de mi oficina.

―Y vendré para auxiliarlo en lo que le haga falta. Puede incluso gritar si quiere, vendré en un parpadeo.

―Lo sé, Jackie. Tengo el intercomunicador a mi lado. Puedo llamarte en cualquier momento, pero ahora lo que necesito es que te vayas. Y continúa practicando con esas páginas, porque revisaré tus avances.

―¡Sí, señor! ―expresó con euforia, llevándose una mano a la altura de la sien, para apartarla rápido después.

Hizo otra reverencia y sin más abandonó la sala, cerrando la puerta. Jimin, todavía extrañado por su comportamiento, se dejó caer su cabeza sobre su palma, masajeó su entrecejo con sus dedos y apretando sus párpados.

―Me va a volver loco.

―¿Por qué no la despides? No es más que una inútil.

Y ante ese comentario, el presidente abrió sus ojos, fijando en él una mirada tan frívola y punzante, que Kim no consiguió sostenérsela por mucho tiempo.

―A lo que viniste. ―Mantuvo su semblante rígido como mármol.

―Tenemos un pequeño problema, y es que estamos con un modelo en falta para la sesión de fotos.

―Eso no es un problema. Lo haré yo entonces.

―Gucci ya ha trabajado con nosotros antes, y... esperaban que pudiéramos ofrecerles un rostro... diferente a lo que están acostumbrados.

―Así que son exquisitos, ¿eh? ―dijo, escondiendo su ego herido, mientras jugaba con un bolígrafo entre sus dedos y giraba su silla de un extremo al otro―. ¿Qué hay de Jackson Wang?

―Está en el extranjero.

―Rayos. Bueno, supongo que podemos decirle al soquete de Taemin...

―Taemin está en Seúl, cubriendo el material nuevo que arribó y ventas en la sucursal que tenemos ahí. Tú mismo lo mandaste allá.

―De lo que estoy muy orgulloso ―espetó con un arrebato controlado, soltando la lapicera y poniéndose de pie casi de un salto.

―¿Qué tal Lee Dong-min? Él tiene un rostro muy lindo.

―No es mala idea. Hablaré con él ―contestó, girándose hacia Kai.

―Yo también participaré, pero nos sigue faltando un modelo más.

Jimin chasqueó la lengua y desvió la mirada con frustración. Se llevó las manos a los bolsillos y caminó unos pasos, pensativo.

―Necesitamos un rostro bello y diferente ―susurró.

Después de unos segundos el ceño fruncido del presidente se quebró. Sus cejas se alzaron y sus ojos se abrieron notablemente ante la aparición de una idea espontánea, en compañía de una pequeña sonrisa traviesa.

―Y yo conozco a la persona indicada.

―¿De quién se trata?

―No te lo diré. ―Movió su dedo índice en alto, indicando una negativa―. Dejaré que sea una sorpresa.

Kai se dispuso a retirarse; Jimin lo siguió, y en cuanto la puerta se abrió de inmediato su secretaria se puso de pie detrás de su escritorio, golpeando la madera con sus palmas y haciendo que los dos muchachos llevaran sus pupilas directo hacia ella ante el repentino estruendo.

―¿Todo bien? ―preguntó, con sus ojos bien abiertos.

Kim decidió ignorarla sin más y abandonar la recepción. El jefe, por otro lado, se llevó las manos a la cintura, frunciendo el ceño.

―La que no está bien es usted, señorita. Deje de mostrar esa conducta tan errática. ―le dijo con tono severo―. Déjeme ver en lo que estuvo trabajando ―agregó, pellizcando sus labios con sus dedos un segundo y avanzando hacia su computadora.

―Creo que notará que he podido mejorar un poquito.

Su superior se incorporó a su lado y observó la pantalla, escrupuloso y juicioso.

―Es cierto. Está mejor que antes ―dijo, y se irguió―. Pero "un poquito" no basta, Jackie. ―El tono de su voz fue bajo y muy, muy calmo.

―Lo sé, señor. Me seguiré esforzando.

Y con un asentimiento, su jefe se retiró de regreso a su oficina. De vuelta también en su silla, giró la cabeza hacia su pantalla, notando los mensajes recibidos. Tal y como lo habían acordado, Dong-min le envió la información pertinente. «Gracias por tu buen trabajo, Lee», le respondió. «Por nada, hyung». Hubo unos segundos de silencio hasta que otro mensaje fue enviado: «Hay que juntarnos a beber una noche de estas, como en los viejos tiempos de escuela». Jimin sonrió al leer el texto y no demoró en contestar: «Sí. Reunámonos todos pronto».

Los días siguieron pasando, y las tareas dentro de la empresa continuaban tediosas y constantes, aunque el joven Park mantenía su ojo agudo para que todos y todo se mantuviera estable, y con un óptimo proceder. Asimismo, perpetuaban sus regaños hacia Jacqueline Brown por ejecutar mal alguna de sus muchas tareas.

Hana se contactó con él por medio de mensajes de texto, mas no acordaron ningún nuevo encuentro. Pero al ver que había dado ese paso, Jimin se sintió muy animado.

Ahora se encontraba en su entrenamiento frecuente, desquitando grandes dosis de adrenalina con el saco de boxeo en primer lugar, con puños firmes, nudillos prominentes y patadas potentes, alcanzando a alzar sus piernas a la altura de su cabeza. En cuanto oyó el pitido de su cronómetro inhaló profundo y bebió abundante agua, luego se dispuso a secar el sudor con su toalla y desanudó los vendajes que cubrían sus manos.

Se dirigió a las pesas. Tenía intención de cambiar la carga, ya que la actual era demasiado para él, sin embargo, un muchacho corpulento le llamó la atención antes de que pudiera llevarlo a cabo.

―Disculpa, pero estoy haciendo pesas aún. Solo me detuve un momento para ir al baño.

―Oh, lo siento. Tan solo me acerqué y ni siquiera pregunté.

―No hay problema. Oye, tú eres Park Jimin, ¿cierto?

―Eso depende de quién pregunte.

El joven sonrió.

―Te he visto con el saco de boxeo varias veces. Eres muy bueno.

―Gracias, extraño que aún no me da su nombre. ―Sonrió de lado y apartó la mirada.

―Oh, cuanto lo siento. Me llamo Ho-seok. ―Le tendió su mano.

Y con la sola mención de ese nombre Jimin se congeló ahí mismo, estacionando sus ojos en los ajenos.

―¿Jung... Ho-seok? ―murmuró atónito.

―Oh no, no. Mi apellido es Lee. Lee Ho-seok.

―Oh...

La mirada de Jimin se perdió, su cuerpo flaqueó, se sintió hiperventilar. Todo sonido a su alrededor se eclipsó y las luces a su alrededor giraron sin control.

Un sonido hueco, un grito y mucho bullicio que lo acompañó. Pero Jimin no sintió ni oyó nada más. Solo observó omnipresente: Se vio a sí mismo, junto a alguien más. Se esmeraba en copiar esos pasos de baile, pero aquella silueta que lo acompañaba tenía una soltura magistral.

―Ah... no puedo hacerlo. No me sale. ―Era él mismo quien hablaba, en el suelo y suspirando agitado.

―Tranquilo. Es cuestión de levantarse y volver a intentarlo. ―Le respondió su acompañante, tendiéndole su mano.

Jimin la tomó, no solo con toda confianza, sino con una sonrisa. En tanto se enderezaba, se esforzaba por distinguir su rostro, pero el contraste de las sombras y su figura a contra luz, lo volvían una tarea imposible, mas solo podía divisar su sonrisa, mostrando una deslumbrante hilera de dientes. La misma sonrisa que esa persona le contagiaba siempre.

―¿Te vas?

―Sí, Jimin ―respondió, acomodando una mochila sobre su hombro.

―¿Y por qué yo no me voy?

―Parece que aún debes sanar.

―¿Te voy a volver a ver, hyung?

―¿Hyung? ―Rio entre dientes―. Creí que te resultaba raro llamarme así.

―T-te voy a extrañar. Me vas a hacer falta.

―Fuiste un apoyo muy grande para mí. También te extrañaré.

―Volvamos a vernos cuando salga.

―Sí. ―Sonrió con calidez―. Te buscaré e iré a visitarte.

Era un muchacho delgado, solo un poco más alto que Jimin, y su cabello era castaño oscuro, un poco rojizo. Debajo de la mochila que cargaba logró distinguir una chaqueta gris azulada, con el cuello oscuro. Se giró en dirección opuesta a él y en tanto se alejaba, la poca tela que Jimin pellizcaba se deslizaba entre sus dedos. En tanto se alejaba, en sus ojos se elevaba un fuerte ardor, surcando cada pequeña vena, irritándola y volviendo el rojo más intenso. Y esa fue la última vez que lo vio.

Una pastilla, dos pastillas. Una cama vacía. Ahora Jimin hacía los mismos pasos de baile, pero en solitario. Ya no se caía, ya no fallaba en ningún movimiento, pero aun así algo le faltaba.

«¿J-Hope?», masculló en lo más profundo de su subconsciente.


~ B i t t e r s w e e t ~


https://youtu.be/9A0_Hj1LoGs

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