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Capítulo 67: ÚLTIMO IMPACTO: Sacrificio. Mis memorias al 100%

Este capítulo describe escenas de violencia y abuso explícitas, además de tendencias suicidas. Algunas descripciones pueden ser un poco fuertes o desagradables para algunos lectores. No se pretende fomentar ninguna de las acciones descritas. Se ruega prudencia y discreción.


Lo tenemos, amo Rain. Por fin lo tenemos.

―Quiero pruebas. Ya.

El hombre hizo un recorrido corto y repetitivo, como si esperase un parte médico decisivo, hasta que escuchó a su espalda el sonido de su teléfono sobre la pequeña y brillante mesa de roble oscura. Al desplegar la pantalla, con una exhalación torció un poco la cabeza, con ojos llenos de deleite. Su piel delicada, ese cabello rubio, los labios abultados y esa expresión de relajación que lo hacía ver tan angelical al estar profundamente dormido. Incluso con el paso de los años, desde la última vez que lo había visto tan a pleno, Park Jimin seguía viéndose como todo un ángel. Pudo cerciorarse de ello en cuanto un corto video le fue adjuntado, donde se hallaba recostado, bien acomodado para deleite de su jefe, sobre un mullido colchón y una mano acariciaba cuidadosamente esas sedosas hebras rubias, apartándolas de su rostro, poco antes de que fuera amarrado y preservado.

―La mitad del trabajo está hecho. Falta la otra mitad. ¿Y dónde carajos está Fan Bing-bing?

Muerta, señor.

―¿Cómo que muerta?

Uno de nuestros muchachos fue a la mansión para indagar y se encontró primero con su gorila personal muerto en la planta baja, y ella estaba en una de las habitaciones de arriba.

―Me quedaré con las ganas de pulverizar a esa maldita.

Señor. En su lugar hemos traído a una damita muy delicada.

―¿Secuestraron a una chica? ―preguntó, con un tono lleno de hastío.

Estaba con el chico Park, parece tratarse de su novia.

―Con que su novia, ¿eh? ¿Ya la mataron?

Queríamos divertirnos un poco primero, además... no está nada mal, podría ser útil para sus negocios también.

Hubo un breve silencio sepulcral.

―De acuerdo. Pruébenla y si soporta, la traerán a mí junto con Jimin.

Oh, de acuerdo señor. ―Casi se podía notar el derramar de la baba en el habla de ese desgraciado.

―Si Jimin... llega a mí... tan siquiera con una mancha de sangre en una uña... Los mato.

Entendido, señor.

Rain culminó la llamada y arrojó sin cuidado su teléfono a la superficie donde lo tomó. Observó las rosas rojas y atrapó una en su puño, estrujándola contra su nariz y oliendo la dulce fragancia, solo para esparcirlas después, y mientras caían frente a él, reía de manera siniestra.

―Jimin... ―suspiró―, muero por llenarte de rosas... muero por llenarte de tantas cosas... ―Vio el último pétalo caer―. Solo espero no pasarme de entusiasmo y matarte a la primera... Eso sería muy decepcionante... y aburrido ―dijo, agarrando un pétalo que se había quedado detenido sobre el hombro de su camisa y lo lanzó al aire, viendo su descenso hasta el suelo, frente a sus zapatos relucientes.

* * *

Taemin consiguió reaccionar después de la explosión y llamó a una ambulancia, después de cerciorarse que el oficial continuaba con vida. Key por su parte había solicitado otra, entonces se encontraron con el muchacho y su compañero caído en medio de todo ese caos. Pero el joven empresario no pudo emitir palabra alguna, estaba totalmente en shock.

La editorial fue evacuada y el trabajo se frenó hasta nuevo aviso. Las ambulancias arribaron, patrulleros, y por supuesto, la prensa.

En el hospital, el oficial Lee Ji-hoon fue intervenido de urgencia, pudieron salvar su vida, mas no su ojo. Ki-bum recibió suturas, y Mingyu reposo, a causa de fracturas.

El capitán Lee Jin-ki arribó pronto para ver el estado de sus compañeros y también obtener más información para profundizar la búsqueda de los secuestrados.

Al poco tiempo, Kim Taehyung apareció en el hospital, siendo seguido por sus amigos. Miró en cada cuarto, izquierda y derecha, a medida que avanzaba por el pasillo con una marcha avasallante, y al encontrarse por fin con el oficial Key, Jung-kook y Ho-seok fueron los primeros en agarrarlo a tiempo para evitar que se le fuera encima.

―¡¿Te quieres calmar?! ―exclamó Jung-kook, forcejeando.

―¡¡¿Dónde carajos está Jimin?!! ―recriminó a los policías, quienes lo miraban circunspectos, o al menos lo hacía el capitán; Key estaba muy molesto por lo ocurrido.

―¡¿Acaso no ves que el hombre está lleno de hilos?! ―dijo Ho-seok, luchando junto a Jung-kook.

―¡¡Se supone que ustedes lo cuidarían en la calle!!

―Taehyung, cállate ―ordenó Seok-jin, con la mirada tajante y un dedo en alto, entonces su amigo bufó y dejó de luchar.

―Sé cómo te sientes, Taehyung ―habló Key, bajándose de la camilla. Tomó su camisa y se la colocó encima―. Yo también estoy mal con todo esto. Además de que recibí dos balazos, mi compañero que ves en la camilla de allá se muere del dolor y le cuesta respirar porque tiene cuatro costillas fracturadas, eso sin mencionar que mi otro colega y también amigo acaba de perder un ojo.

La voz del oficial fue en ascenso, así como sus pasos firmes hacia Taehyung. En última instancia, su superior lo retuvo, poniendo su brazo de por medio y con solo intercambiar una mirada con él supo que debía detenerse.

―Yo lo entiendo, lo sé... ―expuso Taehyung, con su voz más débil―. Por favor... tienen que encontrarlo... o me volveré loco... ―Sus ojos se aguaban―. Si algo llega a pasarle... me voy a morir...

Kim se llevó las manos a los ojos y se hizo pequeño, perdiendo fuerzas en sus piernas, conteniendo el llanto tanto como podía. Su pena le resultaba insoportable.

―Saquémoslo de aquí. Que tome un respiro, y los demás también ―susurró Yoon-gi a Jin, quien asintió.

―Ayúdanos Nam, ¿sí?

Su amigo asintió y los tres abandonaron la habitación junto con Kim.

―Podrán encontrarlo, ¿verdad? ―preguntó Jung-kook, asustado.

―Ya hemos iniciado una búsqueda física, ahora lo haremos de manera digital, tan pronto como nos lleguen las cintas de las cámaras de seguridad ―dijo el capitán.

―Si Min-jae estuviera aquí... ―murmuró Key, cabizbajo y apretando los puños―, si Min-jae estuviera aquí... Él era excelente con el rastreo.

De repente, el oficial Kim sintió una mano apoyarse gentil sobre su hombro, al girarse encontró el rostro de Ho-seok.

―Tal vez yo no sea Min-jae... Pero soy bueno con las computadoras y el rastreo. Ya he ayudado a la policía antes.

―¿Qué necesitas? ―preguntó el capitán.

―Solo denme una computadora y facilítenme las cintas de seguridad. Yo haré el resto ―respondió con total seguridad.

* * *

Como un martillazo constante, Jimin no podía dejar de escuchar los gritos de Hana llamando su nombre. Superpuesto a su voz, podía escuchar la propia, apagada e insensible. Se trataba de él otra vez. «Déjame tomar el control...», le decía. «No», respondía sin más.

Despacio, sus párpados se separaron divisando nada más que manchas que se movían lánguidas, acompañadas por sonidos lentos y graves. Un lado de su cara y cuerpo descansaba sobre una superficie muy suave, por lo que no sintió molestia, pero la cabeza aún le daba vueltas y su corazón bombeaba de manera extraña. Con cada pestañeada, el entorno se volvía más nítido, igual que los sonidos, chillidos.

Había bastante claridad de los focos de luz blanca, así como la luz natural del sol plagando el sitio, y a un extremo, una pieza de gran diámetro. ¿Un avión? No era tan grande como otros que haya visto y seguía viendo doble. ¿Acaso se encontraba en un hangar?

Enderezó la cabeza, portando más lucidez, y a unos metros, en paralelo, sus ojos contemplaron la pesadilla que jamás soñó y se hacía realidad: Jacqueline a manos de todos esos sujetos, apretando la carne de sus extremidades, separando sus muslos, enmarañando su cabello, rasgando y manchando de sudor y tierra su delicado vestido rosa. Sus gritos eran súplicas desesperadas y sus lágrimas reflejo de su agonía. Sus mejillas estaban hinchadas, enrojecidas, y había sangre asomándose por sus labios. ¿Se habían atrevido a golpearla? Del pecho de Jimin emergía un ardor incontenible, su mandíbula estaba tan tensa que creía que sus dientes se partirían.

―¡¡¿Pero qué le están haciendo, cerdos?!! ―bramó iracundo, obteniendo la atención de todos.

Impulsó sus brazos hacia delante como acto reflejo, entonces se percató de las esposas rodeando sus muñecas detrás de su espalda y las cuerdas envolviendo sus tobillos.

―¡¡Quítenle las manos de encima!! ¡¡No la toquen!! ―gritó, con las venas de su cuello a flor de piel, retorciéndose con frustración.

Risas maliciosas fue lo que obtuvo como respuesta y sus ojos se llenaron de lágrimas.

«¡¿Por qué?! ¡¿Por qué esto...?! ¿Pasa otra vez...?» pensó, deteniéndose por un momento, entonces recordó:

Cuando lograron dar con su paradero y el de Hana, esos perversos adefesios disfrazados de hombres la golpearon sin contemplaciones por haber alejado al "producto" por tanto tiempo y haber complicado las cosas en la organización. Pero el castigo no concluiría solo con eso y tampoco sería implementado para ella, sino para él.

Uno de los individuos, el más grande y pesado aplacó el cuerpo trémulo de Jimin.

―Ahora te enseñaré por qué no debiste huir con esa zorra, mocoso insolente. ―dijo, y arrugó la tela de su camisa y camiseta, descubriendo su espalda baja.

―¡¡No, no, no!! ¡¡Por favor!! ―gritó y rogó para que se detuviera, retorciéndose en el suelo polvoriento.

―¡¡Oye!! ―La voz de Hana.

―¡¡Puerco asqueroso!! ―gritó Jimin, mirando fijamente al tipo que sujetaba a Jacqueline.

¡¡¿Quieres cogerte a alguien?!! ―berreó Hana.

―¡¡¿Por qué no me coges a mí?!!

Furibundo por fuerza, pero por dentro se moría.

¡¡Cerdo asqueroso!!

―¡¡Hijo de mil putas!!

La voz de Hana en su cabeza, sus gritos, superpuestos en sintonía. Aquello que su mente había ocultado volvía a salir a flote: El infeliz había tomado a Hana por los cabellos y la arrastró hasta azotar su cuerpo contra el suelo, lastimándole la boca. La tomó por la cadera y la levantó. Rompió su falda de un brusco tirón. Tomó su pene, que por su depravación lo llevaba endurecido un buen rato y la penetró con violencia.

―¡Por favor! ¡Basta! ¡Alto! ¡No! ―suplicó Jimin en vano, hecho un mar de lágrimas y hundiendo su cara hasta que tocó el piso.

―Ji... Jimin... Mírame... ―pidió Hana.

―¡No! ―Sacudió la cabeza.

―Por... favor... Solo... a mí...

Esnifó varias veces, armándose de valor y despacio alzó la vista hacia su rostro demacrado, tratando de ignorar las risas y jadeos perversos de ese tipo asqueroso.

―Está bien... es solo un cuerpo... carne... L-lo que me hace ser yo... no me lo quitarán nunca...

Estaba sufriendo, y el maldito la lastimaba a propósito.

―¿Qué fue lo que dijiste, mocoso? ―preguntó burlón, el malhechor que todavía sostenía a Jacqueline.

Jimin parpadeó saliendo de ese trance. Su rostro estaba tan enrojecido como sus ojos, humectado por las lágrimas y la secreción que se asomaba por sus fosas nasales. No obstante, las risillas de burla se apagaron en cuanto la primera gota de sangre cayó. Jimin temblaba y de su nariz vertía sangre.

―¿Qué carajos...?

―¡Oigan! ¡Recuerden lo que dijo el jefe, ni un rasguño!

El chico parpadeó y viró sus pupilas hacia el hombre que había dicho aquello, entonces tuvo una idea.

―Maldita sea... contrólalo, ¿quieres? ―dijo uno de los malvivientes. Su compañero acató, caminó hasta una mesa y del interior de un compartimento plástico sacó una pequeña jeringa.

―Si la tocan me suicido ―dijo con un tono determinante, haciendo que todos lo miraran y se quedaran estáticos.

―¿Pero qué mierdas estás diciendo, niño?

―¡Jimin! ―aclamó la chica, negando con la cabeza.

―Lo siento, Jackie... ―masculló con sufrimiento y agachó la cabeza, tratando de encontrar el valor suficiente para bajar las banderas de su orgullo y dignidad, y jugar su carta, incluso sin saber si funcionaría, pero lo intentaría.

―Ponlo a dormir, anda.

―Si le tocan un pelo... me suicidaré.

Risas otra vez.

―¿Creen que vacilo, idiotas? ―Se aferraba a su ira para que sus nervios no colapsen, y aun así esa voz continuaba preguntándole por permiso.

»No importa si me duermen o si me amordazan para que no me muerda la lengua. Bastará con dejar de respirar. Y si yo muero... se mueren ustedes ―sonrió, fastidiándolos, desafiándolos.

Pero esa sonrisa se desvaneció a medida que el sujeto se aproximaba. Jimin se enderezó como pudo sobre ese colchón, el sujeto se agachó y lo cazó por el cuello de sus prendas, parándolo sobre sus pies. Jacqueline gritó aterrada.

―Si le tocan un solo cabello, haré que Rain los pulverice.

―¡Cállate!

―¡¡No me callo una mierda!! ―Se sacudió, aun cuando el tipo lo mantenía firmemente sujeto de la ropa―. No haré que los mate, sino que los torture...

Jimin se vio todavía más frustrado en cuanto vio los dientes amarillentos de ese sujeto y sintió su aliento de gasolina emanar de sus fauces.

―¿Te estás ofreciendo... por la muchacha?

* * *

―¿Cómo vas, Jung? ―preguntó el oficial Key.

―No muy bien, si sigo teniéndolos respirándome en la nuca ―respondió, torciendo un poco la cabeza y un ligero tronido se oyó en su cuello―. ¿Me darían algo de espacio?

Tanto el oficial como su capitán accedieron y se apartaron.

―Las cámaras de seguridad pierden la ruta del vehículo, ¿lo ves? ―comentó Taehyung, con su mano sobre su hombro y su cabello aplastándose contra el ajeno.

La indirecta de Ho-seok había ido dirigida a todos, pero poco parecía importarle a su amigo.

―Repasemos lo que ya sabemos. Si son hombres de Rain deben tener numerosos cuarteles. Esto podría llevar tiempo.

―No tanto en realidad ―intervino el capitán Lee―. Si lo que quiere Rain es al chico, sus esbirros emplearán la tarea de trasladarlo, ya que él no puede pisar suelo surcoreano así nada más. Será en barco o avión. Eso debería reducir las opciones.

―Bien pensado, Onew.

―Rastrea las que puedas, te diremos qué tan activa es la zona y qué probabilidad hay de que lo tengan ahí.

* * *

Jimin lo sabía, todos esos tipejos eran iguales: pervertidos sin escrúpulos. ¿Qué más daba de quién se trataba? ¿Qué importaba a quién arruinaran? Solo les interesaba un agujero donde meter ese trozo de carne putrefacta que llamaban miembro viril.

―Hazlo ―dijo con la voz temblorosa, mas tuvo el coraje suficiente para alzar la cabeza y mirarlo a los ojos.

―¡¡No, Jimin!! ―gritó Jacqueline, enrojeciendo su cuello y rostro ante la fuerza empleada por sus ya desgastadas cuerdas vocales, y no se calló sino hasta que uno de esos infelices le propinó un bofetón en el rostro.

―¡¡No vuelvas a tocarla, hijo de puta!! ¡¡O te voy a hacer pedazos!! ―gruñó Jimin, removiéndose y tratando en vano de soltarse del agarre del sujeto frente a él.

El hombre lo tomó ahora con ambas manos y le pegó un sacudón a todo su cuerpo, consiguiendo que se detuviera.

―Nos pides algo pero no estás siendo nada amable. Los jóvenes de hoy en día no tienen respeto, ¿eh? ―dijo, paseando sus ojos por sus compañeros y volviendo a Jimin al final.

―Lo siento... ―susurró cabizbajo. Sabía que quería humillarlo y pisar su orgullo no le importaría en estos momentos―. Por favor... no la toquen... ―Sus labios comenzaron a temblar sin que pudiera controlarlo.

―Digamos que cedemos a tu "ofrenda suicida". ¿Tienes idea de lo que nos haría el jefe si sabe que te pusimos un solo dígito encima?

―No diré nada... Siempre que ella esté a salvo.

―¿Y por qué confiaríamos en ti?

―Porque ustedes podrán tener una vida que perder. Yo... tengo un mundo... y no lo arriesgaré por nada ni por nadie. Por favor... hagan lo que se les plazca conmigo... pero ella... ella no. ―La primera lágrima cayó.

El indeseable ensanchó una de las comisuras de su boca, jactancioso, desviando esos ojos libidinosos hacia sus compinches, que no tenían un aspecto muy diferente. Le dio un sacudón al chico y lo arrimó a él, para acercar su nariz y oler su cuello, embelesándose con la fragancia exquisita. Jimin no podía sentirse más repugnado, hasta que cayó en cuenta que sí podría.

―Qu-que n-no vea... ―tartamudeó, ya que sus dientes castañeaban.

El hombre se alejó un poco y lo miró irritado.

―Pides demasiadas cosas...

―¡Por favor! ―pidió con rabia desbordando en sus ojos irritados y su mandíbula apretada.

―Bien, mocoso... Solo porque creo que eres hermoso y que nos entretendrás un buen rato... ―dijo, e hizo un gesto con su cabeza y sus ojos en su compañero.

Otro sujeto se acercó y agarró a Jimin por el brazo. Entre ambos separaron apenas sus pies del suelo para llevárselo de ahí, y el muchacho sintió en ese instante que todo el aire en su interior se le salió de una sola vez. Abrió la boca para respirar pero solo pudo hipar, ahogado por sus propios nervios desbordantes.

* * *

―¡El teléfono de Jimin! ¡¡Ya lo tengo!! ―exclamó Ho-seok, sin conseguir parpadear siquiera, mientras tecleaba los comandos requeridos a toda velocidad.

»Es un viejo terreno abandonado que solía ser una pista de aterrizaje. Estos hijos de puta... ¡No figura en el mapa!

―Eso no importa, conocemos la zona, y se supone que ya estaba limpia, ¡demonios! ―maldijo el oficial.

―Capitán Yang Se-Jong, los tenemos. Envíe tres patrullas con sus mejores oficiales hacia Gadeokdo ―habló Lee al capitán del otro escuadrón, aquel del cual formaba parte Min-jae―. Sí, los límites. Nosotros también nos alistaremos e iremos para allá. ―añadió, y cortó la comunicación―. ¡Key, andando!

―¡Sí, señor!

―¡Esperen por favor! ―exclamó Taehyung, corriendo y deteniéndose en el marco de la puerta.

―Quédense aquí, nosotros nos encargaremos de traer a...

―¡Ni hablar! Se trata de mi mejor amigo. Necesito estar ahí, ¡se los suplico!

―¡No hay manera de que ingresen a la zona...!

―¡No lo haremos! ―Ho-seok se puso de pie―. Solo queremos estar cerca para poder estar con Jimin cuando todo acabe.

―¡Prometemos no estorbar! ¡Por favor! ―insistió Taehyung.

―Estarán a más de diez metros de distancia de las patrullas. Y como llegue a ver a alguno de ustedes metido en escena, haré que los arresten. ¿Quedó claro?

―¡Como el agua!

En efecto, el teléfono de Jimin, con el que habían logrado dar con el paradero, se hallaba sobre una gran mesa a un extremo, apuñalado con una cuchilla, junto con sus demás pertenencias personales y las de Jacqueline.

―No... ―Negó lentamente con la cabeza―. ¡No, Jimin! ¡¡No!! ¡¡Jimin, no!! ¡¡Jimin!!

La muchacha tuvo un ataque de nervios ahí mismo, recostada y esposada a un tubo de metal con el que luchaba como su peor enemigo, retorciéndose y lastimándose sin importarle nada, solo salvarlo, de la manera que fuese. Jimin apretó los párpados, sufriendo ante el temor de que su esfuerzo por salvarla a ella se fuese a la mierda, por lo que le gritó:

―¡¡Ya cállate!!

Y con ello Jacqueline lloró desconsolada, alcanzando a esconder su rostro, inútil e impotente, mientras veía a su amor ser arrastrado al equivalente de una guillotina por su causa, llenándola de la miseria más absoluta, y repitiendo "no, Jimin, no" hasta agotar por completo la voz.

«Idiota. ¿Qué demonios vas a hacer incluso si consigues soltarte?», pensó Jimin, sin poder alzar el rostro y así verla, en lo que podría ser quizá... la última vez.

«Así debe ser... Yo ya estoy jodido, ya me han usado como han querido. Pero ella... ella es inocente. Esto... es lo correcto... ¿verdad... mamá?».

A pesar de acceder a ese pacto suicida, Jimin gruñó con impotencia y dolor. Su frustración se intensificaba al escuchar cómo la voz de Jacqueline se marchitaba y su llanto se volvía silencioso por la falta de aliento, solo para liberar un alarido desgarrador después.

Todo comenzó a darle vueltas. Sintió la fuerza empleada contra sus extremidades, cómo su cuerpo era arrastrado y empujado a otro lugar. Por el rabillo de sus ojos, observó cómo una puerta se abría. Al otro lado, sintió cómo su cuerpo parecía elevarse, hasta que su rostro fue brutalmente estampado contra una mesa de madera. La mala suerte quiso que el hueso y la carne de su ceja fueran los primeros en impactar, rasgando la piel y haciendo que la sangre brotara ligeramente.

―¡Son estúpidos! ¡¿Quieren que muramos todos?!

―E-está b-bien... n-no diré nada... n-o di-diré n-nada... Solo... por favor... ―balbuceó trémulo y apretando los párpados.

Una mano grande y sudorosa hizo algo de peso contra su cabeza, revolviendo un poco sus cabellos, haciéndolo suspirar ahogado y asustado. Dedos fríos plegaron hacia arriba su ropa, descubriendo la piel de su cintura, que se movía debido a su respiración irregular.

Dos brazos rodearon su cadera, y el pánico lo colmó al sentir cómo desprendía el cinturón de sus pantalones y la tela comenzaba a aflojarse. Inhalaba y contenía los gritos. ¿Cuántas veces se dijo a sí mismo en su soledad que quien volviera a tocarlo de esa manera lo haría pedazos con sus propias manos? Y ahí estaba sin embargo, apretando sus puños sobre su espalda, hasta hacer doler cada falange de sus dedos y enterrando sus uñas contra su carne. Apretaba los dientes, los labios y los párpados, los cuales rebosaban en agua salada, que poco a poco empezó a escurrir. Iba a ocurrir... de nuevo iba a ocurrir... aquello tan repugnante... otra vez...

Escuchó sonidos y suspiros desagradables. Las áreas más privadas de su cuerpo fueron tocadas de repente, de manera sucia y grosera, haciendo que llevara su frente contra la mesa y suspirara con un agobio terrible, al borde de un llanto atroz. Hasta que la carne adversa penetró la suya. Era tal y como aquella vez, incluso peor. Doblemente desagradable y asqueroso.

Sus alaridos se escucharon por toda la estructura, incluso contando con la puerta cerrada. Alertaron a Jacqueline, sumiéndola más en su dolor y miseria. Murmuró súplicas y con sus ojos llenos de lágrimas e insultó al tipo que se hallaba de pie a unos metros, vigilándola.

―Más te vale cerrar la boca, florecilla... ―dijo, acercándose, inclinándose frente a ella y tomándola por el mentón―, o me obligarás a faltar a mi palabra. ―Apretó su agarre―. Y vaya que me está costando...

La muchacha sacudió su cabeza hasta que el tipo, riendo por lo bajo con burla la soltó. Ella movió su lengua dentro de su boca y realizó una acción que ni en sus sueños más descabellados ocurrió: lo escupió con abundante saliva justo en el rostro.

―¡Cerdo repugnante! ¡¡Todos ustedes me dan asco!! ―gritó con lágrimas de furia.

Los jadeos lascivos, los toscos empujones que lo profanaban, lastimando su orgullo de nuevo y haciéndolo desprender sudor frío, rozaban no la idea de vomitar ahí mismo, sino de cortarse la lengua con sus propios dientes, de golpear su cabeza contra esa añeja madera hasta perder la consciencia.

Cuando el sujeto por fin terminó con su perverso acto, Jimin suspiró, con el cuerpo fatigado y la mente rota, pero el poco ápice de alivio que halló se quebró al escuchar a su espalda "Es mi turno".

¿Qué? ¿Otro? Por supuesto... ¿Qué demonios esperaba acaso?

De nueva cuenta fue ultrajado, arrancándole directo de sus pulmones un aullido de dolor, con el cuerpo tensionado, pero a la vez exhausto para conseguir sostenerse por su cuenta, pero ese no fue un problema para el infeliz que no demoró en estrujarlo entre sus brazos, apretar su nuca y enterrar las yemas contra su cadera, bombeando como un desquiciado, mientras que el pobre chico no era más que llanto y gritos de sufrimiento. Su cuerpo era empujado sin la menor consideración, su vientre, a la altura de su ombligo, golpeaba una y otra vez contra la madera de la mesa, y ésta se agitaba en concordancia con sus quejidos. Una ola de calor lo envolvía, una brasa ardiente lo consumía, desde adentro hacia afuera, paralizando poco a poco sus terminaciones nerviosas. Daño. Sentía mucho dolor, violencia en cada roce, pero mayor era su miedo... miedo de emitir cualquier clase de queja o sonido que hiciera que esos malnacidos cambiaran de parecer y cruzaran esa puerta para ir por Jacqueline.

Jimin... ¿qué mierda es esto? ―Su copia maliciosa se proyectó frente a él para reprocharle severamente―. ¡¡Estás dejando que ocurra de nuevo!! ―le gritó, colérico hasta las lágrimas―. ¡¡¿Acaso pretendes ser la puta de todos estos sujetos?!!

―L-lo... Lo haré... para evitar... que la toquen a ella...

¡¡¿Solo por... ella?!! ¡¡¿Acaso tanto la amas?!!

―Sí... Daría lo que no tengo por ella...

La copia de cabellos azulados por primera vez mostró una expresión que no involucraba un ceño fruncido. Las lágrimas corrían todo el contorno de sus mejillas pálidas, hasta gotear por su mentón. Estaba perplejo, atónito, ante su declaración, en medio de todo ese sometimiento repulsivo.

Está bien... Jimin... ―dijo, irguiendo la postura y pasándose una mano por el rostro para limpiar las lágrimas―. Ya no te molestaré. Pero si todo se va al diablo... sabes dónde encontrarme...

La figura se esfumó sin más en un parpadeo y Jimin cerró con fuerza los ojos, tratando de resistir y rogando mil veces por dentro "por favor, que se termine de una vez".

Al otro lado de aquella puerta, Jacqueline se retorcía y gritaba ahogada bajo una mordaza que le fue puesta. El tipo que tenía la tarea de vigilarla yacía ahora en el piso, cubierto de sangre.

A su vez, después de que el último sujeto indeseable abandonó las entrañas de un desfallecido Jimin, quien no pudo sostener más su propio cuerpo y cayó de rodillas frente al mueble de madera, suspirando entrecortadamente, fue tomado por los cabellos causándole dolor. Su cuerpo fue bruscamente girado y lo que encontró no fue para nada agradable.

―¿Qué haces, idiota? Ya está, ya nos divertimos con él.

―Solo un poco más. Mira esa boquita pomposa que tiene... quiero ahogarlo con mi verga... ―dijo, repulsivo, y tomó al chico por la nuca, aproximando su rostro a su pene todavía erecto―. ¡Vamos, hazlo ya niño! ¿O quieres que tu noviecita lo haga en tu lugar?

Jimin quería morirse ahí mismo. Una mezcla de indignación, aborrecimiento y miedo llenaron su estómago, revolviéndolo de nueva cuenta. Sus labios temblaron de pavor y asco, pero ¿tenía otra opción acaso? Solo tenía que ceder y pronto la pesadilla terminaría... para que otra comience después... Rain. No se había olvidado de ello en ningún momento. Poco a poco, con su mandíbula retraída y temblorosa, comenzó a separar su hilera de dientes de arriba y la de abajo.

Repentinamente, un estruendo se escuchó al otro lado de la puerta, alarmando a todos los malhechores ahí, quienes no dudaron un segundo en sacar sus armas. Vieron la perilla de la entrada girar lento y desprenderse del marco apenas, entonces apuntaron. De súbito, la puerta se abrió en un empellón tan violento que se estrelló contra la pared. Los ojos de todos los bandidos se abrieron de par en par al ver un espacio vacío frente a sus ojos. No obstante, los disparos no se hicieron esperar, no por parte de los hombres de Rain, sino por el individuo que había azotado esa puerta. Jimin sí logró verlo al instante, para su fortuna y su desgracia, Lee Dong-min estaba echado en el piso, con sus brazos en alto. Para su suerte y desventura, en cuestión de segundos encajó una bala en el cráneo de los malvivientes que estaban ahí, y como detalle adicional, cerró un ojo y apuntó directo al pene de ese desgraciado que intentaba someter nuevamente a Jimin, volándoselo en el acto. Satisfecho, Lee suspiró, se puso de pie y corrió la coladera con manos temblorosas ante la rebosante adrenalina que tenía encima, no de manera natural, sino la que se había inyectado. Y ¡demonios!, se alegraba tanto en un momento como este de haber hecho su alistamiento militar a una temprana edad. Siempre habían adulado su puntería magistral, era demasiado bueno para tanto, pero su mente perdida no lo acompañaba en lo que pudieron haber sido grandes hazañas en su joven vida.

¡Hyung! ―Corrió y se inclinó delante de Jimin, quien mantuvo sus ojos fijos en él todo el tiempo, preso del shock.

Dong-min posó las manos sobre sus hombros, tanteó sus brazos y halló los aros metálicos que rodeaban sus muñecas.

―Esposas. ―Sonrió―. No han aprendido, ¿eh, hyung?

En un movimiento ágil y fugaz, Jimin logró liberar una de sus manos, misma que empleó como un puño que estrelló de lleno contra su rostro.

―Tienes razón. Los bastardos nunca aprenden ―espetó con desdén.

En ese instante, su organismo se vio inundado por su propia epinefrina, permitiéndole erguirse, subirse y abrocharse la ropa. Caminó y cruzó la puerta. En el pasillo, jadeó y se agarró de las paredes para avanzar, en todo el cuerpo sentía fatiga y dolor, pero de la cadera para abajo sentía como si no hubiera otra cosa más que algo semejante a la gelatina, vibrando y meciéndolo de un lado a otro, a la vez que se esforzaba por enfocar su distorsionada visión y calmar sus náuseas. Tenía que ser fuerte, tenía que llegar hasta ella y ver que estuviera bien.

Salió del corredor hasta el área donde se hallaba ese gran avión, y allí, a lo lejos, distinguió su figura: todavía estaba amarrada a ese tubo y gritó bajo la tela en su boca al verlo, ya no sabía si de emoción, de tristeza o si tal vez quisiera golpearlo. Jimin inspiró un gran caudal de aire y apretó los ojos, insistiendo a sus piernas para que le respondieran. Se inclinó frente a ella y le quitó el pañuelo de su boca primero.

―¡Jimin! ¡Jimin! ―Lo llamó entre lágrimas, con la voz destruida.

―Ya está... ya está... Te voy a ayudar con las esposas, ¿okey? ―dijo, y envolvió los dedos de la chica bajo su palma, los juntó tanto como pudo, aunque no consiguió que el dolor fuera menos. Empujó el metal y su mano hasta que logró zafarlo.

Al tener una mano libre, pudo liberarse de ese maldito tubo y lo primero que hizo fue abrazarse a él y estallar en lágrimas. «Perdón», repetía una y otra vez, desconsolada. Jimin la contuvo un momento. «Lo volvería a hacer, Jackie. No es culpa tuya. Nada lo es», le contestó con su voz rota y apenas perceptible. La apartó, y ella tanteó la sangre ya seca de su nariz, queriendo limpiarlo. Él rodeó sus manos y la incitó a ponerse de pie.

―Jackie... ―Tomó su rostro entre sus manos―. ¿Acaso esos desgraciados...?

―Me... manosearon... todo... el cuerpo... ―murmuró entre sollozos.

Jimin apretó los párpados, indignado, mas ella posó sus manos sobre sus mejillas y realzó su rostro.

―Eso no es nada... comparado con lo que te han causado... Estaré bien...

Él fijó sus ojos en las esposas y volvió a realizar la acción de antes para poder liberarla totalmente y dejar esa porquería en el suelo.

―Gracias ―le dijo, con un tono y rostro muy afligidos.

―T-tus manos son m-más pequeñas y tus dedos má-más delgados. ―Articular las palabras le resultaba difícil―. P-puedes liberarte co-con facilidad... p-pero si no lo haces bien... podrías dislocarte e-el pulgar... así que t-ten cuid...

―Te amo ―le dijo de repente.

Jimin vio de nuevo esos ojos grandes y brillantes, ahora rebosando en lágrimas, contemplándolo con la misma dulzura de siempre. No pudo con ello, y la necesidad de liberar llanto también lo atiborró a él.

―Te voy a llevar a casa sana y salva, ¿okey? ―La agarró con fuerza de las manos―. Y comeremos pastel, ¿sí?

Jacqueline rompió en llanto en ese momento.

―Jackie... necesito que lo digas. Por favor...

―Sí... ―lloró.

El chico dejó que sus lágrimas también cayeran, se aferró a una de sus manos y dejó un beso allí.

―Nos vamos de aquí ―dijo, sin soltar su agarre.

Poco faltó para que se dispusieran a marchar, cuando una bala mal intencionada alcanzó a Jimin, rozando su muslo, abriendo la tela y rajando su piel. Gruñó de dolor, hallándose ahora con su rodilla tocando el piso.

―¡¡Jimin-hyung!! ―vociferó Dong-min, acercándose y apuntándolos a ambos con su arma.

―Corre Jackie, ¡corre! ―Fue todo lo que ocupó su pensamiento.

―¡No pienso dejart...!

Con un grito se interrumpió a sí misma, al ser jaloneada de su cabello, directo a los brazos de Dong-min, quien no demoró en rodear su cuello con su brazo y dirigir el cañón del arma a su cabeza.

―Maldita sea, ¡déjala! ―gruñó Jimin, haciendo un esfuerzo por erguirse.

―Eso que me hiciste allá fue muy feo, hyung... Pero... para que veas que no soy tan malo... te daré opciones... ―dijo, bajando el cañón de la pistola al costado de la chica, a la altura de su cintura―. Muerte lenta y dolorosa... ―dijo, y subió la pistola hasta su cuello―. Muerte rápida y agonizante... ―añadió, y subió el cañón hasta la cabeza―. O muerte instantánea. Tú escoges: Lenta-dolorosa, rápida-agónica, o instantánea ―dijo acelerado, subiendo del mismo modo el cañón a las diferentes partes del cuerpo.

―¡Eres un maldito!

―¡¡Y tú un malagradecido!!

―¿Esperabas que te diera las gracias, infeliz? ¡Solo eres otro cerdo!

―¡¡¡Soy tu puto salvador!!! ―berreó a todo pulmón, con la ira en la hiel, enrojeciendo su piel y haciendo sobresalir las venas en su garganta.

»¡Mírate! Aquí, de pie, dispuesto a luchar por ti y por otros. ¡Yo te hice fuerte! ¡¡Yo!!

―Estás fuera de sí...

―Así es este mundo, Jimin... Castiga a los buenos, retroalimenta a perversos, ¿o vas a negármelo? ―dijo―. ¡¡Si quieres sobrevivir a esta realidad agridulce debes ser fuerte!! A los débiles los golpean, les disparan, los secuestran, ¡¡los violan!! Por eso me mostré ante ti como soy... para que sepas quién te liberó. Pero... No solo lo hice por tu salvación, hyung...

―Deja de llamarme así, maldito...

―Lo hice... por mi devoción hacia ti. ―Sonrió―. Maté a ese sujeto de allá ―añadió, señalando con un movimiento de su cabeza―, que estaba por tocar a tu chica. ¡¡Maté a esos cinco pervertidos de mierda que te violaron!! ¡¡Incluso ese asqueroso adefesio que estuvo a punto de violarte también la puta boca!! ¡¡Asesiné a esa zorra de Fan Bing-bing que por años ha estado abusando de ti!!

―¿Que tú que...?

Jimin estampó el dorso de su mano contra su boca y desvió la mirada unos segundos. Simplemente no cabía en su asombro, uno muy negativo. El solo hecho de imaginar el acto, la escena, lo llenaba de pavor y repulsión.

―Todo lo hice por ti, para que fueras el más fuerte. Porque no iba a hacer lo que tú hiciste conmigo... ―Su sonrisa se esfumó y sus ojos se llenaron de lágrimas rencorosas.

―¡¿De qué mierda estás hablando ahora, Cha?! ¡Si quieres desquitarte conmigo hazlo, pero deja a Jackie fuera de esto!

―No te acuerdas... No me sorprende...

―¡¿Recordar qué? Maldición!

―Después de Moonbin... fuiste el único con el que decidí abrirme. Te lo conté todo... Y tú... me dejaste...

El referido negó con la cabeza, sin comprender de qué demonios estaba hablando, hasta que una remembranza azotó su mente:

―¡Tienes que decirle a alguien, Cha! ¡Mira nada más cómo te han lastimado!

―¡¿A quién?! Si mis padres prácticamente comen del dinero que ese sucio viejo les da ―habló un Dong-min adolescente, abrazándose a sí mismo y llorando a moco tendido―. Tengo miedo, hyung... No sé qué es lo que hará conmigo cuando me toque ir a su casa de nuevo... No sé cuánto más pueda soportar todo esto...

―Tranquilo. No te voy a dejar solo en esto. ―Jimin puso una mano sobre su hombro―. Al poco tiempo que llegues a la casa iré para allá. Seré solo un amigo que va de visita, y cuando la oportunidad llegue nos largamos.

El chico esnifó y asintió.

―Hay marcas visibles en tu cuerpo. Así podrás acudir a la policía y contarles a ellos lo que hacen contigo.

―Gracias, hyung, ¡gracias! ―dijo el muchacho con desespero, abrazándolo muy fuerte.

―Para eso estamos los amigos ―respondió, con una pequeña sonrisa, mientras frotaba su espalda con cariño.

Era su dongsaeng después de todo. El único que quedaba de su lista de amigos. Ya había conseguido alejar a los demás por precaución, pero su pequeño Eun-woo estaba sufriendo lo mismo que él; por supuesto que le tendería su mano. No obstante, el destino tenía un plan muy diferente para Jimin: Al día siguiente, por la tarde, poco antes de la hora pactada por los dos amigos, el muchacho se vio encerrado en su propia alcoba, misma que luego fue abierta por Fan Bing-bing quien, a punta de engaños, lo llevó hasta la alcoba de sus padres. Allí aguardaba por él un hombre, y no cualquier hombre, se trataba de nadie más ni nadie menos que el mismísimo príncipe del bajo mundo, Rain, a reclamar por lo que había pagado. Jimin trató de luchar cuanto pudo, con todo lo que tenía, pero no fue suficiente. Y ese día fue brutalmente abusado por otro de tantos demonios carnívoros a los cuales era arrojado como un jugoso bistec.

Luego, con la astuta manipulación de la mujer, ocultó el suceso en lo más profundo de su psiquis, y con ello... olvidó a ese amigo que tan desesperadamente necesitaba de su ayuda. Incluso después de poder salir al aire libre, no era más que un costal de miseria. Y todo terminó de irse por el caño cuando de repente...

―Fuguémonos Jimin ―le había dicho Song Hana.

Sintió sus ojos hincharse, pero eran las lágrimas rebosantes, tan gruesas y pesantes, como el peso sobre sus hombros, su descarga emocional. Esas lágrimas también estaban en el rostro de Dong-min, quien lo miraba fijamente.

―Lo siento... ―suspiró Jimin, dolido.

―No viniste... Y ese viejo de mierda hizo lo que se le antojó conmigo... Me hizo... pedazos... Como si supiera que intentaría escapar para siempre...

»Todavía puedo sentir las brasas con las que me quemaba la piel. El filo con el que me cortaba... y las agujas con las que cosía las lesiones más graves. ¡¡Riéndose de mí el muy bastardo!!

―No merecías eso... Perdón... Pero yo... ¡también estaba lidiando con mi propia mierda!

―Te perdono, Jimin... Es lo que hacen los amigos, ¿no?

―Cha... por favor... deja a Jacqueline marchar.

―¡¿Y tú crees que yo quiero lastimarla?! ―exclamó iracundo―. Jackie, yo no mentí cuando dije que me caías bien, espero lo sepas ―murmuró cerca del oído de la chica.

―Lee, por favor... detente ya... no hagas más daño.

―Yo... no puedo parar... hasta que tenga lo que tanto anhelo... ―Sus ojos se llenaban de lágrimas de nuevo.

―Si me tomas a mí en su lugar... ¿Te quedarías satisfecho?

―¿Qué...?

―Puedes hacer lo que se te plazca conmigo... Solo prométeme que lo dejarás en paz.

―Jackie...

―¡¡¿Pero qué estás diciendo?!! ―berreó Jimin.

―Si te llevo conmigo... ―Su semblante se oscureció―, voy a torturarte y violarte hasta cansarme. ―Pretendió intimidarla.

La muchacha apretó los párpados, tragó en seco y asintió, a lo que Lee cerró los ojos, con la sola idea de que ojalá alguien como Jacqueline hubiera aparecido en su vida. Alguien que lo amara lo suficiente para sacrificarlo todo por él. Pero ya era muy tarde. Era muy tarde para todo.

―Jackie, eres un tesoro, este mundo no te merece... ―dijo, y depositó un casto beso en su cabeza―. Pero mi ira... y mi deseo de tenerlo a él es más fuerte sobre todo lo que me ha sido negado en esta vida... es más fuerte ―agregó, y con una mirada determinante levantó el cañón de la pistola y lo dirigió hacia Jimin.

»Hyung... Te llevaré conmigo... por las buenas o por las malas.

La chica se removió bajo su agarre.

―Si te disparo en una pierna no podrás huir de mí. Tal vez ya no puedas bailar... pero no importa... yo seguiré queriéndote aun así...

Jimin se heló en su sitio; Jacqueline enterró sus uñas en el brazo que aprisionaba su cuello y lo mordió con todas sus fuerzas, sin vacilar. Dong-min dejó escapar un quejido y la bala fue a parar al techo.

―¡¿Pero qué rayos haces, estúpida?! ―bramó colérico, azotando violentamente el cuerpo de la chica contra el suelo, y cegado por la ira que provocó su intervención, ese intento por "alejarlo de su anhelo", la apuntó con el arma.

Acarició el gatillo con su dedo, pretendía asustarla, pero no tuvo en cuenta que el seguro ya se hallaba defectuoso y mal posicionado, por lo que la pistola se disparó. Tres pares de ojos saltones, corazones en pausa. Jacqueline gritó ante el susto; el berrido de Jimin se acopló. La chica bajó la vista y vio cómo la tela de su vestido rosado comenzaba a tornarse roja.

―¡¿Pero qué hiciste, hijo de puta?!, ¡¡¿qué hiciste?!! ―reclamó Jimin, con sus ojos desbordando en lágrimas.

―Y-yo... no quise... yo...

Jimin se quitó su camisa prácticamente a los tirones, la hizo un bollo y la colocó sobre la herida.

―Haz presión aquí, hermosa... por favor... ―dijo, tomando las manos de la muchacha y poniéndolas en la posición correcta. Ella cerró los ojos, dejando caer lágrimas e hizo lo pedido.

El chico miró a su alrededor, hallando sobre la mesa, con sus pertenencias, su chamarra de cuero y algodón. Corrió por ella, sin importarle en lo más mínimo la presencia de Lee, aunque este se hallaba estupefacto, observando sus acciones. Rodeó la cintura de la chica y ató las mangas oprimiendo un nudo con fuerza.

―Vas a estar bien, Jackie. Cumpliré mi promesa.

Hyung... ―Lo llamó Dong-min con ojos llorosos.

Y Jimin... Jimin perdió la cabeza.

―¡¡Maldito hijo de mil putas!! ―berreó furibundo y con su puño en alto, con el cual le dio vuelta el rostro a ese monstruo que llevaba la cara de un viejo amigo.

Dong-min gruñó, con el cuerpo encorvado por el golpe y despidiendo sangre por la boca.

―Dije que te llevaría conmigo por las buenas o las malas ―dijo, y de nueva cuenta lo apuntó con el arma.

Jimin esquivó la bala con rapidez. Tomó con ambas manos el brazo armado, iniciando un forcejeo frenético. Se enzarzaron, avanzando y retrocediendo. Un disparo accidental rozó el tobillo del chico. Ambos gruñeron ante la pujancia persistente, hasta que Jimin decidió cambiar de estrategia: soltó a Dong-min, pisó su pie y, con un golpe certero de su rodilla directo a sus genitales, lo hizo recular. Aprovechando la oportunidad, apresó el brazo rival y con un codazo en la boca, hizo que soltara la pistola. Sin intención de rendirse, Lee se acercó, pero el otro alzó su pierna y le propinó una patada en el estómago que lo derribó.

La dinámica se invertía: Jimin, agitado, inflando y encogiendo su torso con cada respiro, lo miró con odio, apuntándolo con el cañón del arma. Dong-min rio asombrado, maravillado ante ese giro de tuerca.

―¿Qué vas a hacer ahora, Jimin? ¿Vas a dispararme? ¡¿Sabes siquiera cómo demonios se usa un arm...?!

Antes de poder terminar su oración, el aludido empujó el cargador, que había quedado flojo en el forcejeo, tiró de la coladera y lo apuntó, sujetando el arma de fuego con un tacto firme y una mirada fulminante.

―Así que sí sabes usar un arma... me impresionas cada vez más, hyung. ¿Quién te enseñó a...?

―Hana ―contestó sin titubear.

―Oh, claro... ―Rodó los ojos con fastidio―, la muertita... Tu historia sin fin... ―dijo con cinismo―. ¿Y ahora qué, Jimin? Maniobrar un arma y disparar no son la misma cosa...

Mostraba una sonrisa llena de satisfacción, saber la respuesta le producía mucha emoción. Su desequilibrio mental ya no era evidente, sino un hecho inescrutable.

Jimin pasó saliva y, muy discretamente, su pulso empezó a temblar. Se trataba de su amigo de la infancia, el mismo que había sido dejado a la deriva... ¿Habrían sido diferentes las cosas si él hubiera aparecido para ayudarlo como lo prometió? Quería salvarlo... pero le había hecho tanto daño a él y a quienes amaba... ¿Cómo? ¿Cómo podría ayudarlo? ¿Cómo podría no matarlo en ese instante?

A su lado, su doppelgänger siniestro de cabellos azulados se presentó, mirando con desdén a Dong-min, quien ya no sonreía. ¿En algún lugar de su dañada mente entendería la gravedad de sus actos?

Hazlo, Jimin... ―le susurró cerca de su oído, poniendo su mano sobre su hombro―. Mátalo.

Lo oyó fuerte y claro, y juntó las cejas hasta que dolió terriblemente, sus ojos se llenaron de lágrimas hasta que su visión se perjudicó, dejándole un panorama nebuloso, y sus manos trepidaban como si fuese a desfallecer.

―¡Mátalo!

―¡Jimin! ―la voz de Jacqueline a su espalda―. ¡E-ese n-no eres tú!

El chico suspiró, sin apartar la vista de su adversario; conocía la peligrosidad que encerraba. Inhaló profundamente, expandiendo su pecho, y al ver que Dong-min insinuaba levantarse, Jimin apretó el gatillo. No uno, sino seis disparos resonaron, agotando el cargador. Con la respiración agitada hasta estremecerle el cuerpo, dejó caer el arma ahora vacía, dio media vuelta y corrió hacia Jacqueline.

―Voy a levantarte con cuidado, pero puede que aun así te duela, ¿okey? ―dijo, y procedió a hacer lo dicho.

Un grito audible escapó de la boca de la chica, lágrimas de dolor surcaban su rostro, mientras intentaba hacer presión con su mano en la herida. Jimin, sintiendo la urgencia, se precipitó hacia el exterior y se encontró con los coches estacionados. Entre ellos, corrió hasta dar con uno que tenía las llaves puestas. Abrió la puerta del lado del acompañante y recostó con cuidado a la muchacha, quien se quejaba y sudaba, visiblemente adolorida. Después de rodear la trompa del auto y subirse, cerró la puerta y agarró el volante. Se sentía falto de aire, mantuvo sus manos firmes unos segundos; su mente se desvanecía y las lágrimas inundaban sus cuencas.

―Sí... sí... S-sé conducir... puedo conducir ―balbuceó, reaccionando y dándole un giro a las llaves para encender el motor. Derrapó al acomodar la dirección del vehículo y pisando a fondo el acelerador abandonó el lugar.

A medio camino, maldijo en llanto y golpeó el volante tras haber olvidado por completo su teléfono en el sitio, ya que no tenía idea de dónde estaba, mucho menos dónde hallar un hospital. Jacqueline trató de tranquilizarlo con un susurro, y lo que intentó ser una pequeña caricia, pero solo fue un toque contra su brazo. Jimin tomó su mano, la acercó a sus labios y le dio un beso.

―No te preocupes, vas a estar bien, ¡te lo juro! ―dijo, tratando de contener el llanto.

Ella lo miró, tanto como su distorsionada visión se lo permitió. Para cualquier persona, no sería más que un desesperado por salvar la vida de un ser querido, hecho un manojo de nervios andante. Con el rostro enrojecido, ojos irritados y mojado por las lágrimas. Pero para Jacqueline... se veía hermoso. Él era una persona hermosa para ella, y no quería decepcionarlo. El dolor en su herida era evidente; la mano con la que pretendía hacer presión ya no tenía fuerza, y estaba manchada de rojo, al igual que el asiento; sentía la humedad. Si sus palabras fueran las últimas a dedicarle a su amor... ¿qué podría decirle? ¿Qué podría ser... que lo dejara lleno y pleno? Nada en realidad... ¿Lo intentaría? Claro que sí.

―Chimmy... ―suspiró.

―No hables, ya veo un hospital a la distancia. Falta poco.

―Chimmy... te amo...

Jimin se quebró de nueva cuenta.

―Ya no hables o te hará daño. ―Agarró su mano con fuerza.

―Ya que te amo... te deseo felicidad... ―dijo, y pasó saliva en su boca reseca para continuar―: Sé que tal vez no mañana... o al día siguiente... o el siguiente... Pero un buen día... vas a... respetar mi deseo... ¿verdad?

―Jackie... También te amo...

Aunque no deseaba dejar de ver la imagen inmaculada de Jimin, sus párpados cayeron por su propio peso. La mano que era sostenida por él se volvió flácida de repente, y la otra que apretaba su herida cayó a un lado. Su cabeza también se ladeó, aunque en su rostro había una sonrisa gentil y serena.

―¿Jackie? ―masculló; no podía apartar la vista del frente, ya casi llegaba a la entrada del hospital―. Te amo, ¿sí me oíste? ―Contrajo los músculos en su rostro y las lágrimas salieron incontenibles, asfixiándolo―. ¡Por favor resiste! ¡No te dejaré morir! ¡¡Resiste!!

Una frenada limpia y un derrape abrupto al girar bruscamente el vehículo, que alertó a varios peatones y personal en la entrada del establecimiento. Bocinazos, improperios, pero nada le importó a Jimin. Bajó del coche como alma que llevaba el mismísimo diablo y saltó encima del capó con tal de llegar más rápido al otro lado, a Jacqueline.

Los insultos y gritos contra su persona continuaron, pero para él no eran más que bullicio sin sentido a su alrededor. Con la herida en su muslo, su cuerpo tenso y adolorido, cargó a la muchacha en sus brazos. Aunque sus piernas y cadera aún se hallaban resentidas, sus pies avanzaron de igual manera. Su mundo se desvanecía en sus manos; no había tiempo ni lugar para contemplaciones. Con una furia incontenible, alzó la pierna y pateó una de las alas cristalinas de la entrada principal del hospital, con tal fuerza que la embistió contra el muro, agrietando el vidrio.

―¡¡¡Ayúdenme por favor!!! ―gritó a todo pulmón, sintiendo su garganta desgarrarse.

Dos enfermeros acudieron a sus berridos desesperados; un tercero llegó con una camilla. Acomodaron a la muchacha y se la llevaron a toda prisa. Jimin ya había perdido toda fuerza en su cuerpo, el aliento por completo, por lo que solo mantuvo la mandíbula abierta en tensión, y sin poder pararse sobre sus pies se arrastró unos pasos por el piso.

―Por favor... ―suspiró, hipando y sollozando―. Por favor, sálvenla... ¡Sálvenla! ―Levantó la cabeza, dejando ver su rostro en miseria absoluta, empapado por sus lágrimas―. ¡¡¡Salven a mi Jackie!!! ―gruñó, estrellando los puños contra el suelo.


~ B i t t e r s w e e t ~


https://youtu.be/z1GnsD3mvf4

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