Capítulo 66: Psicopatía, ruido, silencio
Este capítulo describe escenas de violencia y abuso explícitas. Algunas descripciones pueden ser un poco fuertes o desagradables para algunos lectores. No se pretende ofender ni fomentar nada negativo. Se ruega prudencia y discreción.
Cuando el grupo de amigos regresó, después de repartir a cada quien en su respectiva casa, Taehyung cargó en su espalda a su mejor amigo, quien no había parado de canturrear We are the champions desde que abandonaron el bar, aunque ahora solo balbuceaba la letra en coreano, ya que su "cartucho" de inglés se había agotado, pero poco tardaron en transformarse en susurros ilegibles, casi como un bebé al hacer burbujas de saliva.
―Gracias por traerlo, Tae ―dijo Jacqueline.
―¿Cómo no hacerlo?
―¿Puedes bajar por tu cuenta?
―Sí, descuida. Estoy ebrio, pero ni por casualidad tanto como él. Aunque mañana tendré que irme a trabajar con resaca.
―Que sea leve entonces. ―Le sonrió.
―Hasta luego ―susurró, y le devolvió a Calicó, que llevaba en sus brazos desde que volvieron de dejar a Jimin en la habitación.
De regreso a su apartamento, se encontró a Nayeon sentada en la mesa, adormilada y rodeada de copas y cuatro botellas de vino vacías.
―Tae... ―balbuceó, con los párpados caídos y una sonrisa de oreja a oreja―. Llegaste ―dijo, rodeando su cintura con sus brazos y respirando su delicioso perfume.
―Oh, huele mucho a alcohol por aquí ―dijo sonriente.
―Solo para que conste, yo no me bebí todo sola. ―Movió su índice en alto.
―¿Estás muy borracha?
―No mucho, ¿y tú? ¿Por qué? ¿Quieres que tomemos un poco más y tengamos relaciones gritándonos obscenidades sin sentido?
―Oye, no es mala idea. ―Alzó las cejas, sorprendido―. Qué pervertida eres.
―Si es contigo, Tae, quiero ser la más pervertida ―dijo, meneando la cabeza y sosteniéndose solo de su cuello, que rodeaba con sus extremidades, comenzando a creer que se trataba de un soporte, pero cierto era que el equilibrio de Taehyung no era óptimo.
Se sentía dichoso de que ambos hayan podido mantener un vínculo fuerte, pese a sus altibajos. Habían pasado por muchas cosas juntos; eso dio a relucir su verdadero carácter e intenciones hacia el otro, y estaban muy a gusto con los resultados.
―Hay algo que tengo que decirte. ―Dejó de sonreír―. ¿Estás lo suficientemente receptiva, o te lo digo mañana?
―¿De qué se trata?
Taehyung sacó del bolsillo de su abrigo su teléfono celular. Desde que había escuchado en privado la grabación que tomó Jimin para el juicio, se encargó de hacer una copia, misma que eliminaría después de que Nayeon la escuchara; había pactado eso con su mejor amigo. Ella merecía saber la verdad sobre lo que verdaderamente ocurrió con su hermana.
―No va a gustarme lo que voy a escuchar, ¿cierto?
Con la pena colmando su semblante, Taehyung negó con la cabeza.
―Tampoco es una imposición. Si no quieres... la borraré y ya.
―No... ―dijo, después de un breve silencio―. Quiero saber.
El muchacho asintió y ella, presa del pánico, tomó de un arrebato su mano y le preguntó si podía quedarse a escuchar, pues no quería hacerlo sola. Pero para Taehyung eso no era una opción, si se lo pedía debía acompañarla. Sabía que le arruinaría la noche de júbilo que había tenido, que le quitaría la tranquilidad y la plagaría de pena y tormento, por eso estaría a su lado, tomaría su mano y lloraría con ella también.
* * *
Después de asegurar la puerta, Jacqueline se encargó de lavar los platos y ordenar un poco la sala, aunque hacía pausas de tanto en tanto al escuchar a Jimin llamándola desde el dormitorio:
―¡Jackie! ―exclamó, recostado en la cama con su mano sosteniendo su cabeza y una sonrisa ladina―. ¡Estoy aburrido! ¡Ven a jugar conmigo!
La muchacha contuvo la risa y meneó la cabeza. Al terminar, mientras secaba sus manos, Calicó estaba ahí, así que la alzó, besó su cabecita y, al levantar la suya, soltó un pequeño chillido al ver a Jimin de pie frente a ellas.
―Jackie... ―dijo con dulzura, torciendo la cabeza.
―Chimmy, ¡qué susto me diste!
―Lo siento... ―dijo, con un quejido encantador y la tomó por el rostro―. Tan linda... te quiero ―agregó, y abultó sus labios para besarla, aunque Calicó alzó el cuello y acabó estampando sus belfos en la mejilla del animal, que comenzó a restregarse contra su rostro después. Jacqueline rio por lo bajo.
»Oye, nuestra bebé es como esos hijos que no dejan que sus padres puedan tener sexo.
Jacqueline rio ante su comentario hilarante, expuesto de manera despreocupada.
―No voy a dejar que nuestra Calicó sea así de malcriada ―dijo, y tomó a la gatita en sus brazos, le dio un beso en el lomo y la dejó en el suelo. Luego volvió hacia su chica, tomó de nueva cuenta su rostro entre sus manos y esta vez sí consiguió besarla como deseaba.
»Oh, lo siento, debo oler a alcohol...
―Sí, un poco. ―Sonrió.
―Me lavaré los dientes y tendremos sexo, mucho sexo, ¿sí?
―No sé si sea buena idea, estás muy borracho ahora.
―No tanto... ―dijo, y dio media vuelta, trastabillando en el momento que intentó dar un paso―. Bueno, tal vez un poco, sí... ―añadió, frotándose los ojos.
Jimin se sacó las pantuflas y también las medias. Sin detenerse ahí empezó a desabotonarse la camisa, o bueno, lo intentaba, pero su visión estaba tan distorsionada para poder enfocarla en los pequeños botones que solo pellizcaba el aire.
―A ver, te ayudo.
―Tengo calor, mucho calor... ―Meneó el cuerpo, como un chiquillo fastidiado, pidiendo irse a casa pronto―. Me daré un baño. ―Se quedó quieto―. ¿Quieres bañarte conmigo?
―Primero déjame sacarte esto debidamente ―dijo, desenganchando la corbata con el imán en primer lugar.
―Buena idea, desnúdame. Es excitante...
―¿Pero qué cosas dices? ―Negó con la cabeza con una sonrisa, las mejillas enrojecidas y dejó la corbata a un lado para seguir con los botones de la camisa.
―Te puedo desnudar yo a ti también si quieres ―dijo coqueto, poniendo sus manos sobre su cadera.
La chica trató de contener su sonrisa en ese momento, le estaba encantando todo lo que soltaba, pero si a duras penas podía caminar correctamente ella debía mantener la compostura. Un baño no le vendría mal, eso sería lo primero, quizá así su estado de embriaguez disminuiría. No obstante, al desabotonar el último remache, Jimin tomó sin previo aviso su mano, bajó un poco la mirada y respiró pesadamente.
―¿Jimin? ―dijo preocupada.
El chico se dio la vuelta rápido y, agarrándose de las paredes, acudió al baño. Sin poder avanzar más cayó de rodillas frente a la bañera y ahí mismo vomitó. Jacqueline, ya situada a su espalda se agachó a su lado, apartó sus brazos, que habían caído dentro de la tina y él volvió a nausear. Empezó a fastidiarse y terminó de sacarse la camisa, sintiendo un repentino sofoque, que le dejó una fina capa de sudor en la piel. Allí ella consiguió ver la marca sobre su omóplato, aquellas que habían quedado por las quemaduras del cigarrillo, cuando esa malvada mujer lo estuvo torturando. Desde que la obtuvo, evitaba que ella la viera a toda costa, y ahora... simplemente pareció olvidarlo, o no le importaba, o ambas.
―Odio mi vida... ―susurró, mientras el líquido viscoso todavía se desprendía de sus labios―. ¿Por qué no puedo... dejar de sentir miseria?
La chica pasó saliva con fuerza, pues le resultaba difícil. Acomodó su cabello y frotó con suavidad su espalda.
―Despacio, déjalo ir todo, ¿sí? ―Sus ojos se irritaban sin que lo quisiera.
―Siempre que bebo... olvido mis problemas... pero parte de mí quiere destruirse. Cuando toca vomitar... me acuerdo de esa noche... y todo vuelve...
Nauseó un poco más hasta que se quedó inmóvil, con sus ojos llorosos fijos en la pared. Jacqueline accionó el lavapiés de la bañera y dejó que todo se lo llevara el desagüe.
―¿Por qué sigues aquí? ―preguntó con su voz rasposa.
―Esta es mi casa, tontito ―dijo, sonriéndole con dulzura, mientras limpiaba los colgajos de su boca con un trozo de papel.
―¿Por qué sigo trayéndote miseria?
―Tú no me traes miseria.
―¿Podré hacerte feliz algún día?
―Tú ya me haces feliz ―dijo, con sus ojos cristalizados.
Jimin la miraba fijo, más bien la contemplaba como una reliquia invaluable, y una lágrima caprichosa se filtró por el extremo de su ojo, deslizándose lenta como su agonía, sobre su piel.
―Eres tan linda... que no puedo evitar sentir que no merezco algo tan bello como tú...
―Jimin...
―La viste, ¿no es así? En mi espalda.
La chica asintió.
―Mi alma luce peor... ¿Aun así quieres quedarte? Puedes negarte...
―Jimin. ―Su tono fue firme―. Incluso si a tus ojos eres un desastre, yo te elegí, y volveré a elegirte... porque te... ―Hizo una pausa, absorta―, te quiero ―reformuló.
Él se arrimó a ella y juntó sus frentes, apretando sus párpados con dolor, pero también gratitud, y besó sus labios, una, dos, varias veces.
―¿Quieres... que nos demos ese baño juntos?
―Sí. ¿Por qué no? ―Dejó ver sus dientes.
Jimin la despojó con cuidado de su blusa, y ambos siguieron, quitándose ella su falda y él su pantalón. Jacqueline abrió la ducha, reguló la temperatura y ambos se dejaron empapar por la lluvia cálida.
Al día siguiente, Jimin abrió los ojos y se vio abrazado a su chica, las sábanas removidas como nunca y ella, desplomada en su sueño, entre sus brazos, y su cabeza reposando sobre su torso desnudo. Se aferró más a ella y juntó los párpados para conmemorar lo que aconteció en la noche anterior: La temperatura del agua era la adecuada, pero los besos que se dieron acrecentaron mucho más la corporal, después de que le diera una cepillada a sus dientes (incluso con lo que quedaba de su ebriedad no podía con su genio).
Testearon sus bocas de mil maneras, como un capricho que no querían soltar, una melodía que no deseaban detener, el contacto de sus finas pieles, el músculo húmedo en su interior, interactuando con fervor.
Secaron la cabeza y cabellos del otro y se sonrieron. Quitaron el exceso de agua del resto de sus cuerpos y se dirigieron al dormitorio entre traviesos besos. Jacqueline se desplomó sobre el colchón y el la siguió, manteniéndose sobre su cuerpo, contemplando su desnudez. «Mi chica especial...», le susurró cerca de su oído en cuanto inclinó su cuerpo sobre el suyo y depositó un beso húmedo en la unión de su oreja con su maxilar, erizando la piel de todo su cuerpo en segundos. Siguió con su cuello y a partir de ahí descendió por sus pechos, su vientre, dejando un surco de besos que humectaban su suave piel, excitaban su cuerpo y estremecían su alma. Continuó su descenso hasta que llegó con sus labios a la zona más sensible entre sus piernas. Por sus amargos y traumáticos recuerdos, siempre, con cualquier chica se cohibía de llevar a cabo ese acto, no obstante, Jimin no lo pensó demasiado, solo deseaba hacerlo, porque sabía que a ella le gustaría experimentarlo y él quería otorgárselo, para ella y por ella, sentía que ahora podría, sin sentir repulsión, sino más bien deseo, cariño y devoción. Escuchar sus espiraciones fuertes, sentir sus pequeños espasmos, lo llenaba de una satisfacción mayor.
―Ji-Jimin... ―jadeó. Él alzó la cabeza y dejó que sus ojos se encontraran―. ¿Crees que...? ¿Pu-puedo yo también?
Él asintió despacio y entonces cambiaron de posición. Verse a sí mismo extenuado, expuesto y con una figura sobre él lo ponía muy intranquilo; era otra de esas cosas que buscaba evitar al intimar. Sin embargo, de nuevo, ocupó su mente con ella antes que cualquier otra cosa y poco a poco se relajó, aunque sí se sostuvo con los codos, ya que anhelaba verla, mientras bajaba por su cuello y torso, imitando lo que él había hecho muchas veces, aunque al llegar a su sexo su accionar se empequeñeció en su evidente timidez, por lo que empezó muy lento, con miedo incluso; claramente no era una experta, no lo hacía bien, aunque tampoco era un desastre. De pronto, se animó a llevar sus ojos hacia él.
―Por favor, dime si lo hago mal... porque quiero complacerte.
Él convino aquello y con solo unas pequeñas instrucciones bastó para que el panorama cambiara a favor de ambos.
―¿Así te gusta?
―Tú me gustas.
Su rostro se puso rojo y ya no fue capaz de seguir sosteniéndole la mirada; Jimin rio por lo bajo y a pedido de ella dejó que continuara un poco más hasta que ambos quedaron satisfechos.
Él se irguió y la guio a ella hacia su cuerpo, pidió que situara sus piernas a los lados para que quedaran entrelazados. Y por supuesto que no olvidó la protección, nunca podría. Era una promesa eterna después de todo. Jacqueline se encargó de colocarlo en esta ocasión, y con sus manos frotó, otorgándole placer, que no tardó en transferírselo a ella, mientras se besaban apasionadamente, suspirando sobre los labios del otro, haciendo subir cada vez más su arrobamiento.
Jimin palmeó sus nalgas y apretó un poco para subir su cuerpo y así, poco a poco, acceder a su anhelo, hasta que con un plañido por parte de ambos estaban fundiéndose una vez más. Empezaron a menear despacio sus cuerpos, estimulando sus puntos sensibles en ese lento y sinuoso placer en el que se hundían poco a poco, recorriendo sus cuerpos y gimiendo con ganas. Sus latidos acelerados ante el gradual ardor, secaban sus gargantas, sumiéndose en un afrodisíaco adictivo, mientras que susurraban liviandades que nunca creyeron soltar ante el otro. Con una corriente eléctrica emergiendo desde el sacro y escalando por sus columnas, cambiaron de posición e intensificaron el acto, entrelazando los dedos de sus manos, contemplando la libido en los ojos del otro y desgastando el poco aire que conservaban con cada jadeo.
Jimin amplió la sonrisa en su rostro. Ese había sido el mejor sexo, el mejor amor, de toda su vida.
* * *
Los días continuaron pasando, días en los que creyeron podrían recuperar parte de la paz perdida. Pero... nada podría estar más lejos de la armonía, cuando las sombras abundaban incluso en el día, y los entes del bajo mundo bullían como peste en ella, tragándose todo y a todos por su paso, abriéndose camino para nuevas fechorías.
Fan Bing-bing arrojaba con furia una gran valija sobre la cama, sacudiendo apenas las sábanas y creando miles de pliegues por el peso del objeto. Decir que estaba furiosa era decir muy poco la verdad.
―¿Para qué carajos me traes a la mansión de los Park otra vez? ¡¿Acaso no ves que nos encontrarán en un parpadeo aquí, imbécil?! ―gritó histérica.
―Pasará un tiempo hasta que se den cuenta de que escapaste de prisión ―le contestó Jason―. Tenemos tiempo suficiente para que juntes tus cosas y nos larguemos de aquí para siempre. Así que mueve el culo y junta tu mierda, ve.
―¿Y desde cuándo tú me das órdenes a mí?
―Oh, tonto de mí. No te he dicho todavía.
―¿Decirme qué?
―Dado que yo moví unos cuantos hilos dentro de la cárcel para liberarte, ahora eres tú la que trabaja para mí.
―¿Disculpa?
―Te disculpo, Fan. ―Enderezó la postura y le dedicó una mirada tajante―. Por no agradecer que logré sacar tu maldito ojete de prisión donde sin lugar a dudas te pudrirías.
»Mi soborno a los miembros del jurado no dio resultado para que fueras absuelta. Pude quedarme tranquilo; yo ya estaba libre, pero no me olvidé de ti. Así que ahora que eres mi maldita empleada, empieza por comportarte y cerrar ese pico de urraca que tienes.
―Tú...
―Y prepara bien ese culo promiscuo que tienes. Quiero quitarme un poco de estrés.
Con un gruñido, la mujer arrojó una pila de prendas sobre la maleta abierta, desparramándolas por doquier. Bufó y se llevó una mano a la frente, dando vueltas en círculo.
―¿Qué se ha creído ese idiota? Tratarme como su puta personal, por favor... ―Dejó escapar una risilla nasal con indignación.
De repente, escuchó un fuerte estruendo en la planta baja. Dudó unos segundos; estaba muy molesta como para que otra cosa le importara. No obstante, el silencio que reinó de repente la intranquilizó, por lo que abrió la puerta del dormitorio de los padres de Jimin y salió al pasillo; sus tacones hicieron eco incluso en las escaleras.
Al llegar al descanso y tener un breve panorama del hall, se detuvo en seco, casi cayéndose en el proceso y sus ojos abiertos como los de un pez. El cuerpo de Jason yacía sobre la alfombra, justo en medio de la sala, con sus ojos tiesos como los propios, casi volteados y un charco de sangre que se hacía más grande, tiñendo la tela debajo. ¿Había recibido un impacto de bala en la cabeza? ¡¿Cómo?! ¿Por la espalda? ¡¿Por qué no oyó nada?! Se encorvó un poco, agarrándose de la barandilla de la escalera y dirigió sus ojos hacia la puerta principal; estaba entreabierta.
Con evidente falta de oxígeno, pulso tembloroso y blanca como un papel, dio media vuelta y subió rápido al segundo piso, resbalando en los escalones más de una vez, alcanzando a sostenerse con las manos y enderezarse. Volvió a encerrarse en el cuarto y comenzó a meter correctamente la ropa dentro de la valija.
―Tengo que largarme de aquí... ―dijo con la voz y el pulso temblorosos.
Pronto, a su espalda escuchó un "clic" que la hizo voltearse frenéticamente. La ventana no solo estaba abierta, sino que unas manos enfundadas con guantes negros se abrían paso dentro, y por fin el rostro sonriente de Lee Dong-min se dejó ver.
―Peekaboo! ―exclamó, con ojos saltones y una sonrisa desquiciada.
Subió una de sus piernas y ya dejó medio cuerpo dentro. Aterrada, la mujer gritó y salió de ahí corriendo, olvidándose de cualquier prenda o fajo de dinero que pudiera rescatar y llevarse consigo. Pronto, las carcajadas del muchacho la acompañaron, la persiguió como un verdadero desquiciado y logró atraparla entre sus brazos justo antes de que consiguiera llegar a las escaleras. Apretó su estómago, cubrió su boca y le chistó al oído.
―Cállate, cariño. Ya está... ―susurró, mientras caminaba en reversa de vuelta al dormitorio.
Allí, cerró la puerta con seguro y la arrojó con desprecio al piso. Fan no lo pensó ni medio segundo; ese loco de remate le haría daño, por lo que se levantó rápido y corrió hacia la ventana, pero de nueva cuenta él la atrapó, la cazó por el cuello de su blusa, y de nueva cuenta la arrojó al piso, y con una mirada frívola se encargó él mismo de cerrar la ventana con seguro.
―No me des problemas, zorra.
―T-tú... M-mataste a Jason... T-tú... ―dijo, trémula, con sus ojos vidriosos.
―Sí ―contestó, añadiendo el sonido de una "p" al final, dándole un toque infantil. Lo hizo muy fresco además, como si le hubieran preguntado respecto al clima.
»Coloqué el silenciador a mi arma de fuego y le disparé dos veces ―explicó, con una expresión rebosante en encanto, levantando dos dedos―, el primero en el talón, para que no pudiera moverse y el segundo justo en la nuca. ―Sonrió.
―¡Estás demente, Lee!
―Y tú estás muerta, Fan. O lo estarás ―dijo, paseando lentamente sus pupilas por el entorno y acarició las puntas de sus dedos.
―Po-por favor... ―rogó, con su brazo extendido y levantándose despacio―, n-no lo hagas. ¡Dime qué quieres! ¡Te lo daré!
―Lo que yo quiero, no puedes dármelo. ―Negó con la cabeza―. ¡Pero hey! Para que veas que no soy tan malo, te daré un regalo ―dijo, quitándose su chamarra de cuero negra―. ¡Ta-da! ―canturreó, extendiendo los brazos.
―¿Qué...?
―¿Acaso no lo notas? ―Arqueó una ceja con desilusión―. Perra estúpida. ¡Lo que llevo puesto! ¡¿No me ves?!
Un saco azul petróleo con un escudo en el lado izquierdo, camisa blanca, corbata a tono con el saco. Pantalones negros y zapatos brillantes del mismo color.
―Como tienes gusto por los mocosos, decidí venir vestido de colegial. ¿Qué te parece? Al igual que Jung-kookie, soy dos años menor que Jimin, debería encantarte. ―Sonrió entusiasta, mas la mujer se hallaba estupefacta ahora mismo.
»Bueno, técnicamente no todo es de mi uniforme original, porque como he crecido la ropa ya no me queda. El saco me aprieta un poco. Pero qué importa, si no lo necesito para coger, ¿o sí?
―¿Q-que qué...?
―¿No es lo que haces tú con los chicos jóvenes? Te los coges. Pues bien, este mocoso te cogerá ahora, bien duro... ―Su semblante se tornó siniestro.
―¡E-espera! ¡Por favor! Po-podemos solucionar esto y quedar en paz.
―¿Paz? ―Alzó la voz y ambas cejas, indignado, casi sintiéndose insultado―. Bonito concepto. Hace tiempo dejé de creer en él ―divagó, llevando las manos atrás de su espalda, desenfundando el arma de fuego que llevaba consigo.
Fan pegó un grito, presa del pánico, y comenzó a rogar. Con un semblante frívolo, Lee cerró un ojo, levantó la pistola y disparó. La mujer chilló y se agarró su brazo. La bala solo la había rozado, abriéndole un poco la piel; su pánico era mucho mayor, por lo que se sobresaltó terriblemente.
―¡Por favor! ¡Por favor, no!
―Si no te callas ahora, te disparo en una pierna. Tú escoges...
La aludida inspiró profundo y se tragó sus lágrimas, su dolor, como pudo.
―Esto te va a encantar... ―Se relamió los labios―. De rodillas.
Ambos se miraron a los ojos; él, provocador y malevolente, ella asustada, aunque desafiante y furiosa. Sabían perfectamente lo que esas palabras significaban.
―¿Quieres que te vuelva a disparar, zorra? ¡Dije que de rodillas! ―espetó entre dientes.
Bing-bing dio un declive a su orgullo y obedeció, pues no quería morir. Habiendo escapado aparentemente de Rain, no estaba en sus planes morir a manos de otro pseudo psicópata.
Lee sonrió con satisfacción, caminó hacia ella y agarró su quijada entre sus dedos, apretando y causándole un dolor que ella no expresó.
―¿Q-qué vas a hacer ahora?
―¿Yo? No voy a hacer nada. Tú eres quien va a hacer. Vas a desprenderme el cinturón, a bajar mi ropa y me la vas a chupar muy, muy bien. ¿Entendido? ―dijo, con un tono sosegado que enfriaba el corazón y erizaba la piel―. Pero primero... quiero que compartas conmigo un poco de información de tu jefe, el tal Rain...
* * *
Jimin bajaba de su automóvil, que acababa de aparcar en el estacionamiento de la editorial. Cerró la puerta, activó la alarma y ojeó por inercia su teléfono celular, cuando un repentino sonido en la cercanía lo hizo alzar la cabeza. Observó, pero no vio nada. Miró al otro extremo y no fue diferente.
Una mano pálida se acercó detrás de él y la palma descansó sobre su hombro, provocándole un terrible sobresalto, aunque le volvió rápido el alma al cuerpo al ver que se trataba del oficial Lee Ji-hoon.
―Lo lamento, señor Park. No era mi intención asustarlo.
―¿Seguro? Por poco me infartas ―dijo con un aire de sarcasmo y su mano sobre su pecho―. Woozi, ¿verdad?
―Sí, señor.
―No hacía falta que vinieras hasta aquí.
―Por cómo están las cosas es mejor prevenir. Además, el rango de las cámaras no cubre el total del lugar. En cuanto cruce el ascensor revisaré los alrededores y me reuniré con mis compañeros.
―De acuerdo. Gracias por tu trabajo ―dijo, haciendo una reverencia, que el joven policía imitó.
Al llegar a la recepción, Jacqueline ya estaba ocupando su puesto de trabajo. Una expresión alegre inundó el semblante de Jimin con solo verla a distancia. Cruzó las puertas de cristal, caminó a paso acelerado hacia ella, y sin darle tiempo a nada, ni importarle quién pudiera verlos, le robó un beso, imprudente como un pecado, dulce como caramelo. La dejó con el rostro rojo al instante.
―Oye, no hagas esas cosas... sigues siendo el jefe. ¿Qué va a decir la gente? ―dijo, palmeándose despacio las mejillas, como si eso fuese a quitarle la rojez y el ardor a su piel.
―La gente... puede besarme la parte más oscura de mi...
Por supuesto pretendía continuar, pero Jacqueline estampó su palma sobre sus labios. No había necesidad de decir una grosería de tal calibre tan temprano y en el trabajo.
―¿Fuiste a ver al doctor? ―le preguntó, luego de un suspiro. Lo mejor sería hablar de lo verdaderamente importante.
―Sí. Descartaron la arritmia cardiaca, entre otras cosas y lo han atribuido, junto al sangrado nasal, al estrés. Me recomendaron que me tome unas vacaciones, que me aleje del trabajo y de cualquier cosa que me produzca ansiedad ―dijo, con un tono sarcástico.
No había tenido oportunidad de decirle a sus doctores respecto a su extenso historial de abusos físicos y psicológicos, sin mencionar a su "acosador personal", quien todavía andaba suelto por ahí. Eso era trabajo de su psicólogo, o al menos así lo veía él.
Desistió de decirle a Jacqueline que los doctores le informaron respecto a las graves consecuencias que la falta de control en su estrés podría llegar a provocarle: un infarto, en el peor de los casos. ¿Por qué preocuparla de más? Solo debía ser cuidadoso. Sin embargo, ella no pudo evitar mirarlo afligida; seguramente no tardaría en intuir que algo así podría ocurrir. Sin importarle ya las miradas ajenas sobre ellos, le regaló una caricia a su mejilla.
―Parece que vamos a tener que cuidarte mucho, Chimmy.
―Haces demasiado. No tienes que hacer más.
―Haría cualquier cosa por ti. ―Le sonrió con dulzura, y él respondió con un beso.
* * *
Bing-bing se quedó mirando a Lee Dong-min un tanto desafiante. Él corrió la coladera de la pistola y se la puso contra su frente, disfrutando del sonido de la hebilla del cinturón ser desprendida y el metal chocando contra sus largas uñas.
―Creo que no tengo que decirte lo que pasará si llegas a morderme o intentar cualquier otra estupidez, ¿o sí, vieja bruja?
Con una expresión ceñuda y manos temblorosas, empezó a estimular la suave piel con sus manos y usó su lengua para la punta. El chico aflojó los músculos del rostro y dejó escapar unos suspiros por un momento, aunque no tardó en menear la cabeza con disgusto.
―P-para, para... ¡Detente! ―exigió, y ella, temerosa aunque reservada, acató―. Lo haces como la mierda. ―La miró con un deje de aversión―. ¿Cosas como esta tenía que aguantar el pobre de Jimin? Dios bendito, menos mal que estaba drogado.
―Sé lo que intentas, chiquillo. No me importa que me humilles.
―Pero si tú te humillas sola... ―dijo con un tono sarcástico, abrazando su nuca con sus dedos, apretando duramente sus negros cabellos.
Dio un fuerte tirón y la mujer gritó, entonces arrimó de repente su boca a su sexo, metiéndolo todo de una sola vez, dejándola sin un ápice de aire que circulara por su garganta. La mujer se quejó, se removió y lo aruñó. Él por supuesto se enfureció, aunque su excitación aumentó de repente. Mordió su labio inferior con una expresión de rabia, en tanto comenzaba a embestir con fiereza su cavidad bucal, excitándose más aún con el sonido que provocaba, con sus dientes, raspando un poco su piel, hasta que por fin se halló tan duro como quería, entonces apartó a la mujer y aun sosteniéndola de los cabellos, con ella gritando de dolor y rabia, pateó la valija con rabia y la aventó contra la cama.
―Te humillas sola, perra... ―masculló con tirria, y rápido se adosó a meterse entre sus piernas.
Fan gruñó, tratando de empujarlo, porque su toque la lastimaba y su peso la aplastaba. Lee separó sus piernas de un arrebato y ambos escucharon un pequeño tronido por parte de uno de sus huesos. Desquiciado totalmente, el chico tomó uno de los extremos de su falda y la rasgó; ella gritó. Si el sonido de sus huesos no lo había inmutado, mucho menos lo harían sus alaridos. Apartó la tela de su ropa interior y metió sus dedos dentro de su vagina, solo por testear, pero más para fastidiarla, y le quitó el aliento de una sola vez.
La mujer levantó el torso del colchón y se sostuvo con los codos, se retorció intentando apartarlo, pero él respondió propinándole un puñetazo en el rostro, arrebatándole el aliento y fuerzas. Agarró sus piernas, levantando además su cadera, y sin delicadeza alguna la penetró.
―¡¡Animal!! ―chilló―. ¡¡Poco hombre!! ―le gruñó, posando su mano sobre su pecho, en un inútil intento por alejarlo.
―Eres... la menos indicada... para decir... tales cosas... vieja pedófila de mierda... ―le dijo entre suspiros, entre fuertes estocadas, metiendo y sacando su miembro de su interior. Extasiándose y ahogándose mientras esas estrechas paredes blandas abrazaban su pene, obnubilando su perversidad y cubriéndola de placer morboso.
No fue cuidadoso en absoluto. Se apoderó de su cuerpo con inquina, agitándolo hasta el punto de llevar lágrimas de padecimiento a ella, quien le pedía por favor que se detuviera. Lee notó la sangre que escurría por su cavidad, levantó una ceja y penetró con una furia mayúscula, deleitándose con sus gritos. En cuanto culminó su acto, dejando todo de sí con un orgasmo agrio de por medio, retiró su miembro, aunque lejos estaba de terminar. Se había impuesto a sí mismo obtener una probada de cada uno de sus hoyos, y su recto no pasaría desapercibido. Era ese el punto de intrusión que les había tocado padecer tanto a él como a Jimin. La catalogada como zorra delante de él, había dejado que otros lo profanaran; pensaba darle una cucharada de su propia medicina y lo haría en grande. Por supuesto la mujer intentó luchar al percatarse de sus intenciones, pero bastó con que Dong-min le diera vuelta el rostro de un bofetón para que ya no le diera problemas. Lo hizo. Lo hizo con rabia y muy gustoso de hacerla gritar, sangrar y llorar. Todas esas emociones que a ellos les había tocado padecer. Para él no era un acto perverso, era justicia divina, y le resultaba muy placentero.
―¿Ves...? ―La observó con lascivia―. Lo disfrutas... maldita hija de puta...
―No es mi culpa... ―suspiró entre lágrimas, con una liviandad que no sentía en absoluto―, que estés bueno... mocoso del diablo...
Aquellas palabras, rudas, perturbadoramente familiares, generaron un espasmo nervioso en el rostro de Dong-min por un segundo.
―Cierto... a ustedes, pedazos de pervertidos les gustan los jovencitos... atraparlos bajo su sombra, acorralarlos en un rincón. Los ven pequeños, débiles e indefensos... inferiores... ¡¿Quién es el inferior ahora?! ―embistió con más fuerza.
―¡Estás lastimándome, carajo!
―¡¡No más de lo que nos han lastimado a nosotros!! ¡¡Nos han enfermado!! Pero yo... ya no soy débil... ya no pueden dañarme más...
Entre el éxtasis, su brío, enajenación y lubricidad, vio el rostro de Jimin frente a él. No sufría, estaba calmo. «Házmelo...», le susurró con deseo. «Házmelo bien duro».
Lee jadeó con un deseo desbordante, que lo llenaba de deseo y dolor desde las yemas de sus dedos hasta la punta de su glande, sintiendo que eyacularía ahí mismo. ¿En qué se había convertido? Ya no conseguía denominarlo con certeza. Solo sabía que estaba loco, loco de atar porque delante de sus ojos, debajo de su persona, estaba Jimin, mirándolo fijamente, gimiendo para él y pidiéndole más.
―Sabía... que eres todo un pervertido... hyung...
―Pero qué carajos balbuceas, hijo de puta... ―gruñó Fan, alcanzando a alzar su mano y le dio un duro bofetón.
La imagen de Jimin se esfumó en ese preciso momento en que la ráfaga del cachetazo hizo contacto con su piel. Detuvo sus movimientos y se llevó dos dedos a la boca; el anillo de la mujer le había abierto el labio.
―¿Pero qué hiciste, maldita hija de puta? ―reprochó indignado.
Bing-bing aprovechó ese momento y lo empujó. Se quedó sobre él en la cama, lo tomó por las muñecas rápido y las aplacó contra el colchón. Enredó de manera habilidosa sus piernas contra sus muslos y lo inmovilizó de la cadera para abajo al sentarse sobre su pelvis, importándole muy poco el hecho de tener su pene dentro de su orificio todavía. A Lee le faltó el aire de repente, ya no veía a la mujer sobre él, sino a su abuelo, helándole el corazón y paralizando sus extremidades.
―Todos ustedes no son más que mocosos pretenciosos... ―dijo, moviéndose despacio y deshaciéndose de la intrusión de su pene―. Quieren jugar rudo conmigo, pero no saben que yo nací jugando rudo ―agregó, y enterró sus uñas en la suave piel de las muñecas del muchacho.
Lee jadeó y se removió de dolor. Seguía sin verla. La traumática experiencia, los indeseables recuerdos lo atiborraban, lo hacían sufrir. Se veía abrumado, falto de fuerzas suficientes.
―Desde que tengo memoria he tenido que dormir con un ojo abierto por las noches, mis piernas cruzadas y un cuchillo bajo mi almohada. ¡He nacido entre abusivos! ¡He tenido que saber enfrentarlos o morir! ―escupió con enfado―. Ustedes no son más que niños nacidos en cunas doradas, ¡la vida les dio todo! ¡No es mi culpa que no lo supieran aprovechar debidamente! ―gritó con rabia y un ceño muy fruncido. Luego suspiró y recobró algo de calma. Tenía una idea.
»Les dio todo... ―Torció un poco la cabeza―, incluso belleza inmaculada... tesoros sueltos por el mundo... listos para ser recolectados como finos diamantes por mis manos ―divagó, paseando sus ojos por ese rostro pueril. Su voz era ahora un suave susurro, que se colaba por los tímpanos del muchacho.
»Eres lindo, Dong-min... ―Ya había comenzado―. Sigue mi voz, precioso... y quédate quieto...
De un arrebato, la mujer llevó sus manos al cuello del chico y apretó con todas sus fuerzas. Lee abrió los ojos de par en par y rápido se retorció tratando de zafarse. Fan hundió sus manos contra su cuello y enterró sus uñas en su carne. Arqueó hacia atrás su espalda y cuello para que así las manos del muchachito no alcanzaran a estrangularla; él no podía patearla, sus piernas estaban atrapadas, entrelazadas entre las de ella. Pronto comenzó a despedir arcadas; su piel estaba enrojecida, al igual que su esclerótica, y las venas en su sien y cogote pronunciadas. Las manos de Dong-min cayeron a los lados al momento siguiente, su cuerpo lánguido, mas la mujer no dejó de apretar su cuello... Hasta que de repente sintió un fuerte aguijonazo y fue su cuerpo el que se aflojó. Al bajar la mirada vio a Lee a los ojos y luego el arma de fuego que sostenía con un pulso tembloroso.
―T-tú... hijo... hijo de puta...
Su ropa comenzó a teñirse de rojo a la altura de sus costillas, Dong-min, aunque con escasas fuerzas, logró empujarla y ambos cayeron al piso.
Fan se quejó terriblemente, con su mano sobre la zona donde había recibido el disparo. Lee por su parte tosió de manera cruda mientras se masajeaba la garganta y la miraba con odio, poniéndose de pie.
―¿Hipnotizarme? ¿En serio, estúpida? ―La apuntó con el arma de nuevo.
―L-Lee... ¡Lee! ―exclamó con súplica, arrastrándose con sus palmas sobre el suelo, manchándolo todo de rojo.
El estado que acababa de adquirir el muchacho: fastidiado, profanado por otro asqueroso adulto que se creía con poder sobre él, revolviendo su miseria, lo llevaría a no tener misericordia alguna. «Po-por... favor...». Fue todo lo que la mujer alcanzó a decir antes de que su cuerpo cayera inerte al piso, tras recibir un balazo en la frente.
Dong-min parpadeó solo después de contemplarla unos segundos, y con su rostro apático, para nada satisfecho con ese fin, volvió a apretar el gatillo. Una bala para el pecho derecho, luego el izquierdo, otro a sus genitales, y luego... caminó unos pasos, solo para contemplar su fisionomía más de cerca.
―También eres linda... vieja bruja... ―Sus palabras fueron objetivas, mas no sentidas.
Inhaló inflando el pecho y disparó tres veces consecutivas a la cabeza, luego soltó el aire poco a poco. Con cada disparo se repetía en su cabeza: Lo hago para que no me toquen, lo hago para volverme fuerte, lo hago para que no me consuma mi rabia. Así debe ser. Sin embargo, en lo más recóndito de su ser, una voz pequeñita y débil susurraba: Lo hago... porque ya no puedo parar.
Sangre derramada, una vida que no sería percibida como pérdida. ¿Un crimen silente? ¿Justicia divina? ¿Los planetas se alinearon para que sus destinos los lleven a ese momento en concreto? O alguna de esas mierdas esotéricas con la que se nutrían los idiotas, pensaba Dong-min, mientras se disponía a abandonar la casa.
―No utilicé guantes, dejé un regadero de sangre, maté al gorila y a la perra... ―bisbiseaba, caminando a paso pausado por la acera.
Vagaba, no le importaba en lo más mínimo su deterioro físico y mental, ni mucho menos los salpicones de sangre en su ropa y rostro. Aunque... sí se detuvo en cuanto se encontró con una pequeña figura, alguien familiar que no pudo evitar quedarse helado en su sitio al verlo, no porque lo conociera, sino porque su aspecto lo dejó estupefacto.
«Pero si es el pequeño Minho...», pensó Lee, ensanchando una sonrisa macabra en el rostro.
Sin reparos, desenfundó su pistola, que llevaba oculta atrás en su cintura y apuntó al niño con ella. Los ojos de ese pequeño perdieron sus párpados en segundos. Aterrorizado, abandonó ahí mismo su bicicleta y salió de allí corriendo. Dong-min apretó el gatillo, pero solo escuchó un débil sonido, por lo que chasqueó la lengua. Su pistola ya no tenía balas.
―De la que te salvaste, Minho... Pero estoy seguro de que serás un buen niño al crecer ―dijo, y dio media vuelta para tomar otro rumbo.
* * *
―Jimin, es muy agradable verte, aunque debo decir que es extraño verte sin traje. ―dijo Jackson Wang, caminando hacia la entrada de la oficina a la par del presidente de la editorial.
―Lo hicieron bien en mi ausencia, el trabajo ha sido bueno en verdad ―respondió Jimin, llevándose las manos a los bolsillos traseros de sus jeans. Ni siquiera se molestaría en mantener una postura o porte, hoy no.
―Pero... ―indagó el joven modelo, esperando la negativa del jefe.
―Pero me hubiera gustado que la editorial tuviera mejores ingresos y que no se hubiese utilizado material tan caro a despropósito.
―Ah, sabía que no me la dejarías pasar ―Sonrió y negó con la cabeza. Jimin se acopló a su mueca.
―Gracias, de verdad. Lo hiciste bien.
―No problem at all. (No hay problema). ―Estrechó su mano―. ¿Hay forma de convencerte de que vuelvas?
―Estoy... meditándolo todavía. No sé qué haré después de la junta de prensa, tal vez la gente ya no confíe en mí, y no los culparía.
―Eso apesta. Fue tu padre, no tú...
―Muchas vidas se han ido por su causa, la gente involucrada no olvidará así de fácil. Pero por ahora... no lo tomes como un adiós, sino como un hasta luego.
―Eso suena mucho mejor, jefe.
―Cuídate, Jackson.
―Tú también, Jimin. Y por favor permíteme llamarte de tanto en tanto para saber cómo resolver rápido algunas cosas.
El referido rio y asintió mientras dejaba la oficina. A unos metros, en la recepción, Jacqueline lo esperaba con una sonrisa dulce que no tardó en transportarse a sus labios. Caminaron hasta el ascensor y, en cuanto las puertas se cerraron Jimin dio un giro, quedándose frente a la chica, haciendo que sus narices se rocen y el pecho de ambos entre en contacto con cada pequeña bocanada de aire.
―¿Q-qué haces? ―preguntó ella, sonrojada y reprimiendo una sonrisa.
―Voy a besarte.
―¡El ascensor tiene cámaras! Nos pueden ver.
―Que nos vean ―dijo, apoyando su puño contra la pared a lo alto―. Que envidien ―agregó, y dirigió su otra mano al mentón de la muchacha, rozando su piel con las yemas y deslizando su pulgar sobre sus labios.
Apretó su boca contra la suya; ella se vio cohibida ante su acto, pero en cuanto su contacto la abandonó se saboreó y se vio más abnegada. Él tomó la iniciativa entonces y le dio un beso más profundo esta vez. Llevó la mano de la pared a su mejilla, y la otra que tenía en su mentón recorrió su cintura y la abrazó, apegándola más a su cuerpo. Entre las respiraciones íntimas y los chasquidos que sus bocas producían al hacer y deshacer el contacto, aceleraba sus corazones, pero para poner punto y aparte a su calentura ascendiente, las puertas del elevador se abrieron, dejándolos en el subsuelo. Ambos rieron por lo bajo y se dieron un pequeño beso, luego salieron del cubículo. Jimin tomó su mano y entrelazó sus dedos. En el camino se saludaron con Taemin, quien iba en sentido contrario; ya no parecía haber fricción entre ellos. Eso tranquilizaba a Jacqueline.
Al desviar la mirada a un extremo, Lee consiguió notar unos salpicones rojos que lo hicieron detenerse. Con el entrecejo arrugado se agachó y lo tanteó con la yema de su dedo.
―¿Sangre...? ―murmuró y viró la cabeza.
Había un rastro. El muchacho volteó por un instante, pero al ver a Jimin a lo lejos, riendo junto a Jacqueline, no deseó importunar; lo resolvería por su cuenta, así que avanzó. Las gotas persistían, y lo que se encontró detrás de uno de los autos le heló la sangre y lo aterrorizó a tal punto que cayó sentado al suelo con la mandíbula abierta. El oficial Lee Ji-hoon estaba tirado, y un charco de sangre se esparcía a la altura de su cabeza.
A su vez, el oficial Key caminaba entre los autos y observó a la pareja desde una distancia considerable pero acertada. Se llevó una mano al comunicador en su oreja y habló:
―Veo a nuestro chico. Está por salir con su novia ―dijo―. Woozi, estás más cerca del vehículo, ponlo ya en marcha.
Esperó por una respuesta inmediata de su compañero, pero ésta no llegó.
―¿Woozi?
Nada. Algo andaba mal, lo sabía, y terminó de confirmarlo en cuanto se encontró con los cuerpos de los vigilantes de seguridad con múltiples balazos y sangre esparcida.
―Mierda. ―Empezó a correr―. ¡Mingyu, contacta al capitán de inmediato y pide refuer...!
Sin siquiera poder terminar de hablar, una explosión ocurrió en la zona, a unos pocos metros de su ubicación, sacudiendo todo el lugar.
* * *
―¿De verdad quieres que vayamos a esa tienda de pasteles? ―preguntó la muchacha.
―Sí, se me antoja un rico pastel ―dijo, abriéndole la puerta del auto―, ¿a ti no? ―La miró.
―Es que... podríamos regresar tarde y...
―Eso no debe preocuparte. Y si alguien presenta una queja yo me ocuparé.
―Oye, no está bien que...
Jimin estuvo atento a su rostro, notó como de repente dejó de hablar, cómo su cabeza dio un tenue movimiento y sus dedos palparon su cuello. Cerró sus ojos con fuerza y ya no los volvió a abrir. Se desplomó delante de él.
―¡Jackie!
Claro que estaba atento. Aquello le permitió atraparla antes de que cayera al piso. Se inclinó incluso, tratando de ver dónde estaba el problema e insistir, esperanzado por una reacción de cualquier tipo.
―¡Jacqueline! ―exclamó desesperado.
De súbito, él abrió los ojos de par en par al sentir un alfilerazo en su cuello que le hizo perder el tacto con la chica y anestesió su organismo. Fue en ese preciso instante en que sintió un alarido por parte de Taemin a una distancia lejana, y segundos después la gran explosión en una zona del estacionamiento todavía más alejada a su posición, pero no por eso menos sonora o catastrófica.
Ignorando el estrepitoso sonido de una frenada a su espalda, suspiró y tanteó con sus dedos hasta hallar el relieve sobre su piel y retiró lo que parecía ser un diminuto dardo. Para cuando lo contempló, su visión fallaba y su cuerpo, carente de fuerza suficiente, cayó, junto a la inconsciente Jacqueline. Su respiración se tornó irregular al escuchar pasos apresurados. Tanteó como pudo hasta que halló la mano de su compañera, a la que se aferró con fuerza. Sus ojos se apagaban y lo último que llegó a ver fue una figura enorme inclinándose sobre ellos.
―¡Vamos! ¡Vamos! ―vociferó un hombre con la voz detonada, golpeando la camioneta luego de que los inconscientes habían sido subidos al transporte.
El conductor derrapó y pisó el acelerador a fondo, echando fuego por esas llantas.
―¡¡Hijos de puta!! ―gritó Mingyu a todo pulmón y disparó repetidas veces.
Balas adversas fueron dirigidas hacia él también y, aunque por fortuna todas dieron contra su chaleco antibalas, lo dejaron en el suelo, ahogado.
Al ver caer a su compañero Ki-bum dio un salto sobre uno de los autos. Descansó sus rodillas sobre el baúl, apuntó con la escopeta que había adquirido del vehículo policial, apuntó a las ruedas y disparó. Falló por muy poco, ya que instantes antes de efectuar su disparo él fue quien recibió un impacto contra su hombro.
Kim inhaló profundo, contuvo la respiración y disparó al individuo que le había tirado primero, haciendo que cayera de la furgoneta. Seguidamente, Mingyu le disparó a otro justo en la cabeza y también cayó, ya que su cuerpo fue empujado por uno de sus compañeros, quien además cerró rápido la puerta. El vehículo dobló vertiginosamente y salió del rango de alcance de sus balas.
―¡¡Mierda!! ―berreó el oficial Kim, arrojando el arma vacía al piso con furia.
Había logrado abollar el metal y romper algunos cristales, mas no detener la camioneta. No podían descuidar sus heridas tampoco, o todo se terminaría de joder.
―¡Kim! ¡¡Kim, responde!!
―Aquí... Aquí estoy, jefe... ―suspiró.
―¡El apoyo va en camino! ¡¿Qué demonios está ocurriendo?!
―Park Jimin... Se llevaron a Park Jimin.
~ B i t t e r s w e e t ~
https://youtu.be/OgjWUce9eWk
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