Capítulo 5: Familiar
Un gemido fue soltado con mucha fuerza al impulsar sus caderas hacia delante. Jimin besó con adoración el cuello de la chica, su chica, debajo de él, quien le regalaba esos dulces plañidos que tanto lo puyaban, mientras que entraba y salía de ella, una y otra vez.
No era satiriasis solamente, sino que cada milímetro de su complexión era motivo de devoción para él. No existía nada ni nadie más que deseara estrechar entre sus brazos como ella, para amarla en todos los aspectos posibles.
―Más, Jimin... Más... ―dijo, siendo apenas un hilo agudo su voz. Internando sus dedos en las cortas hebras de su nuca, y con su otra mano recorría su espalda de arriba hasta abajo.
El batuqueo se intensificó, así como los jadeos de la fogosa pareja. Hasta que de repente, con un impulso grosero ella se quedó sobre él. Aquella ya no era su chica adorada, sino una figura totalmente negra y solo dos pequeños puntos blancos por ojos. Lo atemorizó al instante.
―Dame placer... Jiminnie... ―Sus manos ahora completamente negras y de largas pezuñas tocaron su cuerpo y rostro.
Jimin inhaló profundo y apretó los párpados. Los abrió un instante después, encontrándose recostado en un pasillo. Se puso de pie y ladeó la cabeza hacia la derecha, luego la izquierda. Aquella era su antigua casa, y él, en sus catorce años.
En ese corredor desolado, se escuchaba el lejano canturreo de un infante. A medida que el deseo de descubrir su origen se volvía más poderoso, Jimin sintió algo chocar contra el pie: un pequeño auto de juguete. De repente, la dulce melodía infantil frenó abruptamente y se transformó en un grito agudo y penoso, que resonó por todo el espacio, asustándolo. Cuando volvió la vista hacia sus pies, el juguete ya no estaba.
Le prestó atención a las puertas; había varias, pero se detuvo y permaneció estático frente a una en particular, en cuyo interior podía escuchar un llanto. Empujó la puerta con desgana, como si supiera lo que hallaría al otro lado y a la vez no. Con una expresión inerte, dio un paso al frente y entró. Era un cuadrado perfecto, un triste dormitorio gris que tenía como único objeto en el centro un colchón, con sábanas y cobertor blancos. En el momento exacto en el que Jimin se dispuso a avanzar, un bulto comenzó a elevarse bajo las telas. Lo sorprendió, lo asustó y el llanto se hizo más prominente. No se detuvo. Agarró las sábanas junto con la frazada en el puño y deslizó hacia un extremo, encontrándose así con una pequeña figura delgada de su misma edad dándole la espalda; desnuda, temblando, sollozando y hecha una bolita.
―¿Ta-Taehyungiee...? ―susurró, expresando preocupación y tristeza de repente en la cara.
―¿Jimin-ssi? ¿Eres tú? ―murmuró, levantando vagamente la cabeza y esnifando.
Taehyung se giró despacio hacia él y al estar cara a cara hipó, empeorando su llanto y ocultando su rostro debajo de sus manos. Los ojos de Jimin se empañaron ante su sufrimiento. Se acercó rápido para envolverlo entre sus brazos, pero el chico lo rechazó y lo arrojó al suelo de un brusco empujón.
―¡¿Dónde estabas?!
―T-Tae...
―¡¿No se supone que eres mi mejor amigo?! ¡¿Dónde estabas cuando más te necesitaba?! ―Perdió la voz casi al expulsar sus últimas palabras.
Su reproche, su miseria, eran desgarradores. Jimin pidió perdón llorando repetidas veces, pero aquello solo pareció retroalimentar la desdicha de su mejor amigo.
Al instante siguiente, la actual apariencia de Taehyung, adulto, fue percibida delante de sus ojos, de pie frente al colchón y bien vestido. El desnudo ahora era Jimin. El hombre joven lo miró con desprecio y caminó unos pasos hacia él, haciendo ruido con esos sofisticados zapatos que acompañaban su traje. Se puso en cuclillas y apresó uno de sus brazos de repente.
―¿Q-qué haces? ―preguntó asustado, con sus ojos llorosos y el surco de lágrimas dejando sus mejillas húmedas.
Intentó soltarse de su agarre, pero no tenía ni una pizca de fuerza. Con mucha facilidad, el ahora mayor capturó su otro brazo y aplacó su cuerpo pequeño y desnudo contra el piso helado, sosteniendo una sola mano sus muñecas sobre su cabeza, mientras que su palma libre fue a su cara, oprimiendo su mandíbula y abultando sus mejillas.
―Es hora de recibir tu castigo, pequeño Jimin. Por los terribles pecados que has cometido.
Su voz era un susurro siniestro. Su figura estaba ennegrecida, y sus ojos vacíos y carentes de alma.
―¡No! ―Se removió, sacudiendo la cabeza y soltando el agarre en su rostro―. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué estoy siendo castigado?! ―Golpeó su cabeza contra el suelo, y apretó los párpados, derramando más lágrimas.
―Oh Jiminnie... Tú sabes porqué.
La voz distorsionada de una mujer lo obligó a llevar de inmediato los ojos a una esquinilla del cuarto, divisando así aquella sombra negra que tenía encima con anterioridad, con esos dos puntos blancos fijos en él. Caminó hasta Taehyung, se inclinó y deslizó sus largos dedos por sus hombros, a lo que el muchacho reaccionó y, sin soltar sus manos, adecuó su cuerpo justo debajo de él. Desabrochó su cinturón y desabotonó su pantalón.
―¡Taehyung-ah! ¡Tae, no! ¡¡No!! ―Juntó sus párpados y los apretó con fuerza.
Oscuridad... incluso cuando Jimin había abierto los ojos de golpe, respirando agitado, y la frente al igual que la nuca, húmedas por el sudor. Logró calmarse al visualizar el rostro relajado de Taehyung, que dormía plácidamente al otro extremo del colchón. Solo había sido una pesadilla.
Giró el cuerpo y miró el reloj digital sobre la mesa de noche, dando las cuatro de la mañana. Suspiró con agobio, se descobijó y se levantó.
Fue hasta la cocina a beber agua; sus manos todavía temblaban un poco. Ya no podría volver a dormirse, así que tomó sus auriculares inalámbricos, un cuaderno que siempre tenía a mano en el estante bajo de la mesa junto al sofá, y se recostó a escribir. Le resultaba curioso cómo sus sueños, pesadillas, podían hacerlo sentir tan bien y tan mal de un segundo para el otro. Sabía que había mensajes en ellos, memorias que sus sentimientos retorcían, provocando que viera y sintiera cosas que cualquier individuo experimentaría en sus peores pesadillas. ¿Qué era real? ¿Qué no lo era? No entendía nada al respecto, pero lo poco que conservaba en su consciente al despertar, lo anotaba en su cuaderno, junto a un par de interrogantes y pensamientos.
Respiró con mucho cansancio en su mente. Cerró el libro, lo dejó en su lugar y tomó la manzana sobre el pequeño mueble, que se había traído consigo al sentarse y comenzar a escribir, y le dio un tosco mordisco. Masticando, miró la fruta y después tragó, estirando una de las comisuras de su boca a un solo lado, sin que fuese una sonrisa.
Desde que era muy pequeño, su madre le daba manzanas. Para el desayuno, por la tarde o la noche. Jamás se le olvidaba. Jimin las comía sin recelo alguno y con alegría, pues le parecían dulces y deliciosas, y era su madre quién se las daba después de todo. Pero desde que ella no estaba, el sabor no era para nada similar. No obstante, seguía comiéndolas a menudo, porque le recordaban a su madre, su rostro feliz. Sonrió con nostalgia al recordarla. Las lágrimas, caprichosas, querían brotar de nuevo, pero no se lo permitiría. El día apenas comenzaba y había mucho por hacer. Dio otro bocado a la manzana y cerrando los ojos empezó a ordenar su agenda en la cabeza.
Después de darse un baño y arreglarse para ir a la oficina, luciendo un elegante traje gris, despertó a Taehyung y tras un breve intercambio de palabras, que fue más bien una discusión, puesto que su amigo no deseaba ser una molestia, salieron. Jimin condujo hasta su departamento y esperó por él mientras se aseaba.
El espacio era bastante reducido, pero había un toque hogareño en el lugar: papeles y carpetas sobre la mesa, la mesada de la cocina, y el mueble donde reposaba un humilde televisor, por lo demás, todo se veía limpio y ordenado.
El muchacho recorrió la pequeña sala hasta detenerse en un estante de madera, donde Taehyung tenía unos marcos con fotografías. En el anaquel más alto estaba él, cuando niño, muy sonriente y abrazado a su abuela, mientras que al lado moraba otra donde se lo veía más grande, con su madre, su tío, sus tres hermanos pequeños y la sonrisa ausente. La sección donde estaba el rostro del hombre había sido arrancada con fiereza. Abajo, descansaban otros tres marcos rectangulares: en el primero estaba él con Taehyung en plena adolescencia. El joven se sorprendió al verse a sí mismo: de no ser por aquella vieja foto no hubiera recordado que alguna vez llevó el cabello anaranjado. Trasladó sus ojos a la siguiente, hallándose de nuevo, aunque con el pelo castaño claro. Taehyung por supuesto estaba ahí también, pero en medio de ellos dos había un tercero con el cabello renegrido, la nariz arrugada y enseñaba la lengua con descaro.
―Jung-kookie... ―Una sonrisa se dibujó en su cara.
En el pasado, la casa de Taehyung se situaba cerca del terreno donde vivía Jimin, y Jung-kook lo visitaba ocasionalmente. Se les unía a sus andanzas con los demás chicos en el vecindario, ya fuera de día o de noche, todo el tiempo. Aunque no era fácil deshacerse de él, su compañía siempre era agradable.
Ahora Jung-kook se encontraba en el extranjero, viviendo su sueño de ser un artista musical, tal y como siempre quiso. Se había marchado hace unos años, junto a dos de sus compañeros y grandes amigos "RM" y "WWH". Jimin se esforzó por recordar sus nombres de pila, hasta se frustró un poco, pero no lo consiguió. Lo que sí recordó fue que una vez Jung-kook le pidió que supliera a uno de sus hyungs para cantar, ya que se encontraba indispuesto. Un tímido Jimin de cabello rosado aceptó su ofrecimiento, y el pequeño show que tenían que dar salió de maravilla. Obtuvo grandes adulaciones por parte de muchos. No obstante... después de todo ese júbilo, una vez más... tocaba volver a la realidad:
―¿Primero el baile y ahora también el canto? No me vengas con sandeces, Jimin. ―Su padre le daba un sermón sin siquiera mirarlo a la cara, mientras acomodaba los libros en sus respectivos lugares en la biblioteca de su estudio.
»Toleré tu cosa con lo del baile, pero esto es demasiado. Además, ya haces muchas actividades y no debes sobrecargar tu itinerario con estupideces, hijo. ¿Y qué es ese pelo rosa? Por Dios, ¿no pudiste elegir un color menos...?
Jimin parpadeó lento y respiró. ¿Por qué de repente su mente lo desvió hacia malos recuerdos?, no podía evitar preguntarse.
Corrió vagamente la vista curioseando la tercera foto enmarcada: era un poco más reciente, con un Taehyung ya crecido y una sonrisa prudente en su rostro. Sostenía su diploma de la escuela de leyes en el día de su graduación. En la foto lo acompañaba Park Bo-gum, y en medio de ellos había otro sujeto, cuya apariencia y nombre no conseguía acordarse, aunque le resultaba familiar. No sostenía ningún diploma, pero abrazaba a los dos muchachos muy sonriente.
Retrocedió y paseó la mirada por todas las fotos, deteniéndose en último lugar en aquella que aún le podía sacar una sonrisa, en la que estaban Taehyung, Jung-kook y él. Se preguntaba qué podría estar haciendo ahora ese pequeño bribón, ensanchando la mueca en su rostro. Pero de un segundo a otro en su cabeza, su expresión jovial cambió radicalmente. En una repentina remembranza lo vio caer al piso:
―Hyung... ¡Por favor, no! ¡Basta!
Jimin se llevó una mano sobre el rostro, cubriendo sus ojos. De repente se sentía triste, y ni siquiera entendía la razón. Del mismo modo, una mano se posó sobre su hombro.
―Jimin-ah... ―Taehyung lo llamó, causándole un sobresalto terrible―. Perdona, sé que no te gusta que te sorprendan por la espalda.
Un poco agitado y con su mano sobre su pecho, lo miró de arriba abajo: estaba descalzo y todavía destilaba un poco de agua de su cuerpo. Llevaba una toalla que cubría su parte baja y otra sobre los hombros.
―¿Intentas seducirme o pescar un resfriado? Ve a vestirte, bobo.
―¿De verdad vas a ser mi niñera todo el día solo porque me asaltaron?
―No. Solo hasta que entres al trabajo.
―Jimin...
―Déjame mimarte un poco, carajo.
―Muy bien. Pero lo aceptaré solo porque eres mi amigo, y no porque me lo "debas", ¿está claro? ―Su tono fue severo y también lo apuntó con el dedo.
Dicho y hecho, tan pronto como Taehyung se alistó para presentarse en el bufete como lo hacía todos los días, ambos salieron, pero no para dirigirse al trabajo del muchacho, sino para volver al bar, ya que el auto todavía se encontraba allí.
―No tienes que esperarme, en serio. Ve a tu trabajo o se te hará tarde.
―Cállate y ve por tu auto. Te esperaré aquí, nos iremos juntos y luego cada quién por su senda.
―O no nos vemos nunca, o nos vemos todo el tiempo.
Taehyung sonrió de lado y dejó a su amigo cerca de la entrada principal del local, mientras se dirigía hacia los guardias del estacionamiento a reclamar su vehículo.
Jimin mantuvo las manos en los bolsillos del abrigo y contempló cómo el vaho salía por la boca con el más mínimo respiro. Sus ojos viajaron hacia un extremo, sobre la pared de ladrillos. Los salpicones de sangre, la sangre de Taehyung, todavía estaban ahí. Con solo recordar que aquel desgraciado le había puesto las manos encima y le había causado daño su mandíbula se tensó, tanto o más que el entrecejo.
Se dio la vuelta, tratando de alejar toda esa negatividad, y fue ese el momento. En ese preciso instante, su mirada se iluminó como nunca en mucho tiempo. En la calle de en frente, saliendo del café, era... ella: la chica, su chica. Con un vaso descartable de latte en la mano y desplazándose. Era ella, era real, y Park Jimin estaba encandilado con su sola aparición.
―¡O-oye! ―reaccionó, avanzando y cruzando la calle.
Un coche casi se lo lleva por delante, de no ser que el conductor tenía un control impecable ante las sorpresas en la calle. Taehyung se dio la vuelta y vio a su amigo corriendo desesperado. Se excusó con los guardias y les pidió un momento, entonces corrió tras él, temeroso de que algo malo hubiera pasado.
―¡Oye! ¡Espera por favor!
Jimin alcanzó a tocar su brazo, provocando no solo que la chica se detuviera, sino que se girara hacia él, un poco asustada.
Escaso de aliento y abrumado por demás, el muchacho dejó sus manos a la vista y retrocedió, dándole su espacio en lo que recobraba algo de espiración para hablar.
―Lo-lo siento... Yo...
―¿Quién eres? ¿Nos conocemos? ―preguntó, con sus ojos bien abiertos.
―Bueno, yo... Esto es tan raro, lo siento. No sé bien qué decir ni cómo...
―Disculpa, pero... me estás haciendo perder tiempo. Debo irme a trabajar.
―Espera, por favor no te vayas. ―Rodeó su brazo con sus dedos, reteniéndola.
La fémina se soltó con brusquedad; su comportamiento la estaba atemorizando. Y gritaría ahí mismo de no ser porque vio a un segundo hombre aproximarse.
―Jimin, ¿qué rayos pasa contigo? ¿Cómo cruzas así la calle? ¡Casi te matan!
―¿Ji... min...? ―dijo ella, con la voz apenas perceptible.
Taehyung perdió el hilo de lo que iba a decir en cuanto sus ojos se posaron sobre la chica. Era tal y como su amigo la había descrito: el cabello y los ojos color almendra, la piel pálida con ese rubor salmón en sus mejillas y esos labios abultados bajo ese color carmín. Se sintió apenado por un momento, pero era realmente atractiva. Podía entender ahora el porqué de su desesperación ante su ausencia.
―¿Reconoces mi nombre?
La referida se llevó una mano al pecho y asintió muy despacio. La angustia se hizo presente en el rostro de Jimin, entonces preguntó directamente:
―¿Cómo te llamas?
La joven lo miró a los ojos con recelo, tragando saliva y sin emitir palabra alguna.
―Por favor... ―Dio un paso al frente.
Taehyung lo frenó poniendo su brazo frente a su pecho. No era bueno que la presionara y mucho menos invadir su espacio personal, cosa que el aludido captó de inmediato.
―Escucha, sé... que este no es el mejor lugar. Sé que es extraño, pero... Te prometo que no estoy jugando. Si existe alguna chance de que tú y yo nos conozcamos de algún modo... todo lo que pido es una respuesta. La ansiedad de no saber me aniquila por dentro. Tan solo quiero saber... Solo eso.
La expresión de Jimin era la de alguien en una agonía silente, pedía clemencia solo con sus ojos, cuyas pupilas paseaba con suma languidez de un lado a otro, contemplando la posible cura a sus males, anhelando que su petición fuese concedida. La chica inspiró profundo, inflando el pecho, y finalmente habló:
―Conocí a alguien llamado Jimin, sí... Él me dio esto ―dijo, desvelando sobre su ropa una refinada cadena dorada con un pequeño dije en forma de corazón del mismo color, que tenía una diminuta piedra brillante en el centro.
Los ojos del joven se abrieron al posar su atención en el colgante. A su mente llegó una imagen de la chica sonriendo y apartando su pelo, y sus propias manos colocando la alhaja. Hizo hacia atrás el cabello y dejó que ella se contemplara frente al espejo. Su ropa, su cabello, su sonrisa, todo él era tan diferente, como si viera a una versión genuinamente feliz de sí mismo, y susurró al oído de la chica «Feliz cumpleaños, Hana». Y con un aleteo de sus pestañas, el agua salada acumulada en sus ojos se derramó.
―¿Hana? ―masculló, con su voz temblorosa.
La muchacha, igual de afligida y pasmada, respiró de manera más audible y asintió. Jimin apretó los párpados y se llevó una mano a la boca. Taehyung le dio unas palmadas en la espalda, tratando de reconfortarlo, pero ni siquiera el propio Jimin entendía por qué las lágrimas lo habían abordado de esa manera, y no se depauperaban.
―Qué pena. Lo lamento mucho ―dijo, limpiando su rostro.
―Descuida. Está bien.
―Hana... ¿Será que podemos vernos en otro momento? ¿En otras circunstancias?
La chica lo pensó unos segundos, y luego abrió su bolso, esculcando un poco con sus dedos hasta sacar un pequeño papel grueso y rectangular, y lo extendió hacia él. Jimin lo miró, y luego a ella.
―Esa es mi tarjeta. Puedes llamarme a ese número y podemos acordar un encuentro si te parece bien... Jimin.
El aludido tomó el papel, sintiendo un cosquilleo, como si hubiese hecho contacto directo con su piel, pero era solo una pequeña hoja gruesa, aunque tenía su tacto, y ahora estaba en su poder. Apreciaba aquello gratamente.
Los tres presentes hicieron una reverencia y se despidieron. La muchacha siguió su rumbo, pero aun en la distancia, casi sin poder percibirla ya, Jimin mantenía la mirada fija en su ruta, ensimismado, embelesado. Su mejor amigo sonrió y dejó caer sus manos pesadas sobre sus hombros, trayéndolo a la realidad e invitándolo a seguir su camino. Estaba verdaderamente feliz de que su compañero hubiera encontrado su anhelo, a la chica de sus sueños, pero en definitiva, nadie podría estar más feliz que Jimin. Aunque... no lo expresaba en su semblante. Tal vez estaba demasiado abrumado por sus emociones, o tal vez...
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