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Capítulo 40: Serendipia

«Lo siento, he estado muy ocupada con el departamento y otras cosas. ¿Cómo has estado tú, Jimin-ah?». El destinatario leyó el mensaje cuando despertó al día siguiente, sin percatarse de la mueca que apareció en su rostro aún atrapado en lo letárgico y el cansancio. Ni siquiera meditó por un segundo qué responder, solo entró en modo automático y respondió que estaba bien.

Cuando se levantó por fin de la cama todos los músculos que componían su torso dolían, pero más aún su cuello. Se pasó una mano por la cabeza, apartó el cabello de su frente y lo rebatió apenas. Se esforzaba, pero no conseguía recordar con claridad qué fue lo que había ocurrido. «La casa... Esa casa solo me hace daño», maquinó con vaguedad en sus pensamientos. Sus recuerdos estaban muy borrosos y revueltos.

Hoy tampoco se presentaría a trabajar; estaba bastante adolorido, aunque no se privó de llevar su computadora portátil hasta su cama y adelantar pendientes desde ahí, así como realizar los llamados requeridos. Simplemente no podía quedarse inactivo y su autoexigencia podía con él.

Alrededor del mediodía, tocaron el timbre de su puerta, Jimin observó la pequeña pantalla a un costado de la entrada, corroborando que se trataba de un miembro del personal, encargado de las entregas a los diferentes pisos del edificio, entre otras cosas. La muchacha sostenía la comida que él había pedido. Se apresuró para acomodar un poco su cabello, su aspecto (aparecer desprolijo frente a otros no era una opción, mucho menos delante de una mujer) y lo recibió. Tras proporcionarle una gentil propina la despachó. Cerró la puerta y se dirigió a la sección de la cocina, aunque contrajo el entrecejo al sentir un relieve debajo del bowl plástico. Tanteó hasta removerlo. Era un papel rosa pegado con una cinta. Jimin exhaló y su corazón de inmediato bombeó más rápido. Abrió la nota. Para mi presidente favorito, buen provecho. Te prometo que nos veremos pronto, muy pronto. Un escalofrío se apoderó de su espina ni bien acabó de leerlo. Miró tan solo un instante la comida y se apresuró a arrojarla a la basura. Posó sus manos contra la pared y respiró profundo, después se enderezó. Tiró de su camiseta con sus dedos para darse algo de aire, pues sentía pesadez de repente al respirar. Miró la hora y tomó de un arrebato su teléfono.

Jimin-ssi...

―Taehyungiee... ¿Crees que... pueda pedirte un favor? ―preguntó con la voz un poco quebrada.

Unos minutos más tarde, Taehyung arribó a su piso con una réplica de la comida que había pedido su mejor amigo, y había traído una extra para él; lo acompañaría. Con solo verlo Jimin pudo serenarse. Acomodaron todo y empezaron a comer.

―Qué asco. Este sujeto es espeluznante ―dijo el muchacho, luego de haber leído la nota en el papel rosa, y la dejó apartada a un extremo―. ¿Quieres que la lleve a la comisaría?

―¿Con qué fin? Esos idiotas no han encontrado nada en todos estos meses.

―Ya te lo han dicho, ¿o no? Este sujeto cubre bien sus huellas y ni siquiera sabemos si trabaja solo.

―Es increíble la impunidad que tiene. Se mete en mi trabajo, en mi correo, ¡mi puto delivery! ―Enumeró con los dedos―, solo falta que se meta en mi maldita casa.

Taehyung tragó lo que estaba comiendo con una expresión seria, aunque reflejaba angustia.

―Por favor, no digas eso ni en broma.

―Este año está siendo el peor...

―Anímate, Jung-kookie llega en dos semanas y media nada más. Nos iremos a celebrar juntos, también con Nam-hyung y Jwan-hyung.

―¿Jwan? Rayos, recuerdo ese sobrenombre. También recuerdo que solíamos decirte "alien".

―Tú eras quien solía llamarme así. Luego Jung-kookie comenzó a copiarte. ¿Recuerdas que Jin-hyung solía llamarme "Voo"?

―Me suena haberlo escuchado, sí. Qué rabia ―dijo, llevándose una mano a la frente y frotó con suavidad.

―Tómalo con calma. Los doctores te han dicho que está bien estimular tu memoria, pero no forzarla.

―Sí, ya sé. Parece que nunca dejaré de ser un ansioso de mierda ―dijo, apuntando a su amigo con los palillos.

Él respondió agarrando un trozo de carne con los suyos y lo ofreció a su compañero, que lo aceptó y se lo comió. Se sonrieron el uno al otro, y Jimin una vez más se preguntaba qué sería de él si no tuviera a su hermano del alma a su lado.

* * *

Era viernes, con el sol a pleno y el calor que apelmazaba el entorno. Aunque resultaba un poco molesto por momentos, Jimin no deseaba que el verano se marchara; por suerte quedaba un poco más para seguir disfrutando de él.

Y hablando del mencionado, tampoco había hecho acto de presencia en la editorial, aunque por fortuna ya se sentía mejor de sus dolencias. Había puesto música que armonizaba con suavidad toda la sala, mientras realizaba las llamadas pertinentes con su auricular de manos libres, en tanto preparaba las cosas para cocinar; no más pedir comida a domicilio por un tiempo.

―No me importa lo que ellos digan, en su boleta impresa por ellos mismos figuraba ese monto, el cual recibieron en tiempo y forma. Así que si aun así quieren seguir aprisionándonos las pelotas contra la puerta diles que les pondré mi sonrisa más asquerosa y vanidosa en los juzgados ―explayó a su colega y escuchó su réplica―. ¿Demasiado dices? No fue un pago de tres wones, ¿sabes? Ahora voy a colgar y no quiero que me vuelvas a llamar hasta que tengas algo bueno y concreto que comunicarme.

Sin más terminó la llamada, se quitó el aparato de la oreja y bufó, inflando las mejillas. Avivó el fuego en la cocina y probó los fideos, luego condimentó la salsa. Al momento siguiente, sintió su teléfono celular vibrar sobre la mesada. Lo tomó y se encontró con mensajes de texto de parte de su ahijado, Felix, muy entusiasta. Le respondió rápido y tuvo intención de dejar el dispositivo donde estaba, pero se quedó solidificado al momento de encontrar el chat que tenía con Jacqueline. Por un motivo u otro, llevaban casi una semana sin verse, mucho menos platicar. «¿Sería... tan malo... llamarla sin más?», pensaba. Acarició la pantalla con el pulgar; a la comida le faltaba cocción todavía, y siendo horario de almuerzo era más probable que no se encontrara muy ocupada, por lo que se aventuró y oprimió el botón de llamada. Nunca antes el tono de espera se le había hecho tan prolongado.

¿Ji-Jimin...?

―Hola, Jackie.

Hola. ―Su voz se oyó más apacible―. Llevas unos días sin aparecerte por la oficina. ¿Cómo estás?

―¿Hay mucho desorden sin mí por ahí?

Un poco.

Jimin rio por lo bajo al escuchar el tono en su respuesta.

―Pues... La verdad es que... me gustaría estar mejor.

Oh... Siento oír eso. Ha pasado un tiempo desde la última vez que salimos. ―Hubo un conciso silencio―. ¿Quieres... que vayamos a algún lado?, ¿mañana tal vez?

―Creí que no lo preguntarías.

Oh, ¿así que se trataba de una estrategia?

―¿Qué puedo decir? Eres fácil de manipular. ―Sonrió con pillería, y la amplió mucho más en cuanto oyó su risa al otro lado de la línea.

La gente manipuladora da miedo, pero ¿sabes? Contigo no lo siento así.

Él fue quien dejó escapar una risa breve ahora.

¡¿Por qué te ríes, tonto?! Intento hacerte un cumplido. Ah, rayos...

―¿Maldiciones? Jackie, me impresionas.

Es que... mañana... tenía pensado ir de compras temprano.

―Si ya tienes planes veámonos otro día.

¿Y no te gustaría... venir conmigo?

―¿De compras contigo? No lo sé.

Ven conmigo y cómprate algo. Date un mimo.

―¿Mimo? ―la molestó.

¡Sabes a qué me refiero!

―Hace tiempo no me compro algo.

Ahí lo tienes. Ven conmigo mañana.

―De acuerdo.

La llamada culminó y Jimin se sintió renovado, aunque pronto un olor intenso llegó a sus fosas nasales, haciéndolo esnifar. Fue entonces que se dio cuenta de que la comida sobre la llama se estaba quemando, por lo que corrió a rescatarla.

Más tarde, se quedó sentado en posición de indio en el sofá y el televisor con las noticias de fondo. Tenía su computadora portátil sobre las piernas, sus anteojos para que no forzara la vista y tecleaba como un desquiciado; detestaba que se le acumulara trabajo.

El correo llegó a su puerta, horas después, y junto con él, cómo no, llegó un papel rosa. Interceptó al responsable de brindarle la correspondencia; poco faltó para que lo arrinconara contra el muro en pos de un interrogatorio policial, pero nada obtuvo; el pobre muchacho no tenía idea, por lo que tuvo que conformarse. Tocó leer de mala gana, solo para asegurarse de que no fuese una amenaza contra alguno de sus seres queridos, pero para su suerte y su desgracia, solo eran adulaciones perversas hacia su persona. Por supuesto, se comunicó con la policía, no solo para dejarlos al tanto, sino para exigir la presencia de una patrulla que rondara la zona. Asimismo, habló con Min-jae, aunque no tuvo muy buenas noticias: el chico se encontraba en un operativo importante, podría seguir contando con su apoyo si lo llamaba, pero no le sería posible acudir en persona como lo estuvo haciendo con anterioridad.

―De verdad lo lamento, Jimin-hyung. Pero puedo enviar a alguien en mi lugar.

―No, no podría confiar en alguien más para que deambule cerca de mí y mis allegados. Me conformaré con que los patrulleros que demandé, y también pagué, hagan su trabajo y cuiden de mis amigos.

―Y de ti, hyung.

―S-sí... Pero ellos son prioridad.

―Lo entiendo, pero no te descuides tú, ¿okey?

―Avísame cuando vuelvas a estar disponible, por favor, ¿quieres?

―Desde luego. Y no dejes de llamarme si algo ocurre.

―Lo haré, gracias.

Apartó el dispositivo de su oreja y oprimió el botón para finiquitar la llamada, entonces la incertidumbre volvió a poblarlo.

Ulteriormente, esa noche, no tuvo pesadillas, aunque sí le costó trabajo conciliar el sueño, debido al revoltijo de emociones, buenas y malas, que asediaban su mente, motivo por el cual acudió a uno de los calmantes con los que todavía contaba, para así poder callar su cerebro y descansar.

Al día siguiente, a media mañana, detuvo su auto en la entrada del edificio donde residía Jacqueline. Allí, a un lado de la puerta principal aguardaba ella; le hizo un gesto con su mano en el momento en que su bocina llamó su atención. Su hermano, que aguardaba a su lado en compañía de su novio, besó su mejilla para despedirse y le hizo un gesto con su mano a Jimin, que con una sonrisa y un asentimiento respondió.

La joven abrió la puerta, subió al auto y se abrochó el cinturón de seguridad.

―Oh, antes de partir tengo algo para ti ―dijo él, girando el cuerpo y tomó algo del asiento trasero.

Lo siguiente que la chica vio frente a ella fue un pequeño ramo de peonias rosa pastel y blancas. Con grandes ojos y sus labios separados lo tomó en sus manos y arrimó los pétalos a su nariz para que la fragancia la inundara.

―Las vi frescas fuera de la tienda, me recordaron a ti y quise traértelas ―dijo, acomodando sus lentes de sol por las patillas y carraspeó apenas.

El rostro de alguien comenzaba a sentir un leve hervor, y no era Jacqueline.

―Jimin, son hermosas. No tenías qué... ―dijo enternecida, ladeando un poco la cabeza.

―Por favor, son solo flores, es un agasajo, la intención es lo que importa. Veo que funcionó. ―Sonrió―, me alegra que te gustaran. Cuídalas bien.

―Las pondré en agua ―dijo, arrimándolas a su rostro de nuevo para olerlas.

―¡Yo las pongo en agua!

Felix se apareció de repente, asomado por el vidrio de la ventanilla del lado de su hermana, haciendo que tanto ella como el conductor dieran un sobresalto ante el repentino susto. Ella lo miró con los párpados bajos, negando con la cabeza, y Jimin solo se limitó a subir sus anteojos de sol, empujándolos por el puente de su nariz y mirándolo con un rostro serio; aquello no le había hecho la menor gracia, cosa que el chico captó de inmediato.

―M-me llevaré las flores y las pondré en agua ―dijo el chico, haciendo un pequeño asentimiento a modo de disculpa.

―Sí. Hazlo por favor ―dijo Jimin, con un tono autoritario.

―Mis padres nunca dejaron que me tiña el cabello. Pero pronto lo haré y lo dejaré rubio platinado como solías tenerlo hace unos meses, Jimin-hyung.

―Si de verdad quieres hazlo.

―¡Quiero!

―Vete ya. Y más te vale traer buenas notas en tus exámenes, ¿de acuerdo?

―¡Lo haré, hyung! ―exclamó mientras se marchaba en dirección a su novio.

―¡No te apropies de mis flores!

―¡Tranquila, no lo dejaré hacerlo! ―aseguró Chris.

―¡Cuento contigo!

Los hermanos se hicieron un gesto entre sí señalando sus ojos y los opuestos repetidas veces, en tanto el coche se ponía en marcha.

―¿Por qué te recordaron a mí las flores? ―preguntó, después de un prolongado silencio.

Jimin viró por unos segundos la cabeza hacia ella y respondió:

―Porque... es una rosa que permanece con sus pétalos muy juntos y cerrados, como si tuviera miedo de abrirse, hasta que poco a poco, los pimpollos se extienden formando una flor muy grande y preciosa.

La mirada de Jacqueline se quedó iluminada y lo contempló obcecada. Sus palabras le parecieron muy bonitas, sin embargo, despertó de su enajenamiento con un pestañeo al momento siguiente, hallándose incrédula.

―¡¿Pero qué cosas dices, Park Jimin?! ―exclamó con una sonrisa, corriendo su rostro levemente enrojecido en otra dirección y escuchándolo reír por lo bajo―. Entonces... ¿Me ves como una flor abierta? ¿Quieres que me abra? ―Arqueó una ceja.

Y Jimin estalló en una fuerte carcajada.

―¡Ajá! Era un comentario pervertido, ¿no es así? ―lo miró con un tierno reproche―. Debí imaginarlo. ―Le dio un giro a sus pupilas y meneó la cabeza.

―De hecho ―carraspeó un poco―, lo decía porque has estado tomando tus propias decisiones y siendo más independiente.

―Oh... ―Su expresión cambió radicalmente, y su rubor ahora era por otro tipo de vergüenza.

―Aunque si lo quieres llevar por el lado sexual...

―Cállate.

―No puedo creer que pensaras eso, y menos que lo dijeras ―rio y negó con la cabeza.

―Qué horror. Entre Felix y tú, me he vuelto una pervertida ―dijo, cubriendo su rostro con sus manos.

―Ya lo eras, solo que acabas de darte cuenta.

―Jimin-ah, ¿te consideras un pervertido?

―¿Tú crees que lo soy? ―Sonrió socarrón y con la vista fija en la carretera.

―Sí.

―Tú eres demasiado directa, ¿verdad? ―Levantó una ceja.

―No puedo mentir, más bien.

―Pues supongo que califico como un pervertido promedio. Me gusta experimentar, por ejemplo...

―Encendamos la radio mejor. ¿Me permites?

―Toda tuya. ―Sonrió―. Haz lo que quieras con ella. ―Ensanchó su mueca.

Había sido un chiste con doble sentido, y le encantó porque ella ni siquiera lo notó. Pasó unas pocas sintonizaciones hasta escuchar una canción que le hizo dar un brinco.

―¡Oh! The astronaut. ¡Me encanta esta canción!

―¿El astronauta? ―La voz de verdad le resultaba familiar a Jimin.

―¿La conoces? Kim Seok-jin es el intérprete.

―¿Kim... Seok-jin?

―Sí, es uno de los chicos que canta junto a Jeon Jung-kook.

―Oh, claro, claro...

When I'm with you... there's no one else... ―canturreó en voz baja, meneando un poco la cabeza y mirando por la ventanilla baja, que hacía bailar un poco las hebras de su cabello.

Jimin subió una de las comisuras de su boca; su acento británico le resultaba algo peculiar y encantador en partes iguales.

―¿Ya los habías escuchado?

―Bueno, de hecho... Son amigos míos.

―Estás burlándote de mí de nuevo.

―No, lo digo en serio ―rio entre dientes―. Fuimos juntos a la escuela; nos llevábamos bien...

Y en ese momento su mente viajó hacia el pasado. Pudo armar una mejor imagen en su cabeza. Sus chistes eran muy malos, pero aun así lo hacían reír mucho; su risa era tan escandalosa como contagiosa. Había ocasiones en la que le pedía que le enseñara unos pasos de baile, aunque no era muy bueno, pero de todas maneras se divertía. «Jimin-ssi está contento cuando Jin está cerca. Eso me deja tranquilo», recordó aquello dicho por una voz un poco apagada. «Todos se fueron, pero yo me quedé aquí a esperarte», había dicho Jimin, y ese muchacho, Kim Seok-jin, le respondió con un abrazo. Pudo recordar otros pequeños fragmentos, parvos detalles como una palmada sobre su espalda, un pañuelo que le fue ofrecido, un bocadillo, un dulce, el intento porque los pies de ambos coordinaran en unos simples pasos de baile. «Gracias por cubrirme cuando enfermé. De verdad cantas muy bien». Recordó ese halago. «Así me gusta. Debes sonreír más seguido», le había dicho en otra ocasión, y le ofreció un pequeño pañuelo para que limpiara las lágrimas de su enrojecido y aguado rostro.

―¿Jimin-ah?

Jacqueline lo trajo de nuevo al presente, con un poco de insistencia en cuanto notó cómo su sonrisa se había esfumado y bajo sus gafas oscuras podía ver su entrecejo fruncido en un semblante triste.

―¿Estás bien, Jimin?

―S-sí... Lo siento, ¿qué decías?

―¿Qué ocurrió con tus amigos?

―Eso... Supongo que no soy tan buen amigo después de todo.

―¿Pero por qué dices eso?

―Porque... ―apretó los labios por un momento―. Creo que no me he portado muy bien con ellos. Y... me es difícil. No sé si... podrán perdonarme.

De manera repentina, aunque gentil y suave, sintió su tacto con el que frotaba su hombro.

―Claro que sí. Si de verdad estás arrepentido, si de verdad son tus amigos... podrán tener armonía de nuevo.

―Sí... Supongo que sí... ―Sonrió apenas.

Ella apretó un poco los labios y le brindó unas tenues y pequeñas palmaditas, entonces se acercó y volvió a mover la perilla de la radio, ya que la canción había terminado.

―Oh, ¡Oh! ¡Amo esta canción! ―dijo de repente, al encontrar la pista en la siguiente emisora.

―Esa es la voz de Jung-kookie ―dijo Jimin, manteniendo la vista al frente y alzando las cejas.

Let's make some bad desicions. I want you, ooh baby, all of the time ―cantó, asomando un poco el rostro por la ventanilla otra vez.

―¿Así de mucho me quieres? ―bufoneó.

―¡Es lo que dice la canción! ―esclareció, con las mejillas levemente ruborizadas.

Jimin rio y subió el volumen. Jung-kook siempre había querido dedicarse a la música, componer y ofrecer un buen espectáculo. Ahora su voz sonaba en cada emisora y la gente, fans, lo reconocían a él y sus compañeros. Su amigo lo había logrado; había cumplido su sueño, y una sonrisa, así como un brillo en sus ojos, se instaló en su fisionomía; se sentía muy feliz por él, al punto de llegar a una emoción desbordante.

Una vez en el centro, sugerido por Jacqueline, aparcó el coche y ambos bajaron a la vez. Para entonces, el sol ya estaba en casi todo su esplendor, brillando sobre sus cabezas, por lo que Jacqueline hizo uso de los anteojos oscuros que Jimin le había dado anteriormente. Había una brisa cálida que traía un poco de humedad consigo; el clima de por sí estaba un poco pesado, lo que traería lluvia pronto, seguramente.

La muchacha acomodó sus anteojos de sol y dio un giro con los brazos en alto. Jimin pudo apreciarla mejor en ese momento: vestía un overol corto de finas tiras, y debajo una camiseta de mangas cortas color crema, con pequeñas ondulaciones en las orlas de la tela.

―Hay unas tiendas grandes por allá, ¡vamos a ver! ―dijo, arrimándose a él y tomando su mano para guiarlo.

A Jimin no le gustaba el contacto repentino o sorpresivo, mucho menos si era por la espalda, pero con ella no tenía inconveniente alguno. Sus manos eran suaves y gentiles, y su temperatura era siempre la adecuada; lo envolvía en una manera que le resultaba agradable.

Las ondas que también llevaba en el pelo bailaban con cada movimiento que hacía, levantaba a la vez el lazo blanco que sujetaba parte de su cabello. Lo notó entonces: su cabellera había crecido y los raspones en su espalda alta habían desaparecido.

No tardó nada en bajar sus ojos, observó los bolsillos en la parte de atrás del overol color chocolate y luego las piernas de la chica en movimiento, encontrando su piel blanquecina suave y las pequeñas curvas que conformaban las extremidades muy atractivas.

Un repentino chispazo lo obligó a sacudir ligeramente la cabeza. «¿Qué estás haciendo, Jimin?». Era su propia voz, aunque diferente. Lo dejó envuelto en preocupación. «¡No puedes tener novia!», oyó de repente las palabras en su testa; no le encontró timbre familiar, ni un rostro que se dibujara en su mente. Detuvo el paso de repente y su mano se deslizó entre los dedos de Jacqueline. Se llevó la palma a la cabeza, justo donde tenía la herida y sintió una punzada. Retiró su mano y vio sus dedos manchados de rojo.

―¿Jimin? ―La muchacha llamó su atención; él alzó la cabeza.

Volvió sus ojos a su mano, viendo así que sus dedos estaban intactos, sin rastro alguno de sangre, entonces suspiró, cerrando sus ojos un momento. Se quedó estático, inmerso en sus cavilaciones. Recordó parte de la charla que tuvo con Felix cuando éste le llevó el colgante de su hermana. Se había quedado suspendido unos segundos en cuanto le hizo la interrogante:

―¿Te gusta mi hermana, hyung?

―Yo... No puedo tener una pareja. Hay... muchas cuestiones personales que debo resolver primero.

―Ay, ¡pero si ustedes han estado por besarse en más de una ocasión!

―¿Y tú cómo sabes eso, pequeño fisgón? ¿Quieres morir?

―Lo siento, hyung. Mira, no sé cuáles sean tus cuestiones pero creo que se hacen muy bien el uno al otro, ¿qué tiene de malo que tengan algo? No tiene que ser formal o público, solo no se hagan daño... o me voy a enojar contigo.

Y se hizo el silencio.

Aquella remembranza se congeló y oscureció.

―¿Te sientes bien? El clima está algo pesado ―insistió su acompañante, deteniendo su mano delante de su rostro para evitar así tocarlo y causarle molestia.

Con una punzada se quitó los anteojos y los enganchó al bolsillo de la camisa. Su testa siguió carburando, perniciosa: «¡No toleraré una novia, Jimin!». Podía percibir que la voz pertenecía a una mujer, pero continuaba siendo tan distorsionada, y no le permitía hallar elucidación. ¿Por qué?, se cuestionaba. ¿Por qué su psiquis lo trastornaba sin otorgarle respuestas? Porque nuestro sistema nervioso es tan competente, idóneo, y tan misericordioso para con nosotros, que crea gruesas barreras para evitar desmoronarnos con la cruda realidad. «Jiminnie... ¿qué hiciste?». Otra mujer; él sí sabía quién era la dueña de aquella voz. Y entonces... el fluido carmesí oscuro dejó gotas en el piso, no por la herida en su cabeza, sino por una más profunda, una que arruinaba sus nervios y los hacía trizas. Le estaba sangrando la nariz.

―¡Por Dios, Jimin! ―exclamó exaltada, quitándose sus anteojos.

―Mierda... ―protestó, llevándose una mano a los orificios y alzó un poco la cabeza.

Su compañera lo guio hasta uno de los bancos que tenían en la cercanía y tomaron asiento. Jimin se encorvó hacia delante, con sus dedos sobre su nariz y la cabeza a gachas mientras la chica esculcó rápido en su bolso en busca de unos pañuelos, que luego le entregó para ponerlos contra su nariz.

―¿Te sientes bien?

―S-sí, descuida. Esto... ya me ha pasado.

―Qué susto.

―Lo siento, no quería preocuparte, mucho menos asustarte.

―Descuida. Me tranquilizaré siempre que estés bien.

Siendo honesto consigo mismo, sí estaba un poco agitado, pero consiguió respirar profundo y calmar su ansiedad.

―Hay una farmacia no muy lejos. Podemos ir y, no sé, que alguien te atienda tal vez ―propuso, luego de unos minutos de silencio.

―No es necesario. ―Llevó la cabeza al frente e hizo un poco de presión con el papel―, ya estoy bien.

―¿Seguro? ―Se encorvó un poco hacia delante.

―Seguro ―reafirmó, limpiándose debidamente, apartó el paño descartable y la miró.

―Si no te sientes bien podemos...

―Estoy bien. ―Dio un asentimiento.

Jacqueline apretó un poco los labios y ese pequeño hoyuelo se marcó en su rostro; Jimin bajó la mirada a la servilleta manchada de rojo, la arrugó entre sus dedos y suspiró.

―¿Sabes? La otra noche que me rechazaste en el auto...

―Ay, ¿tenías que tocar ese tema? ―dijo apretando los dientes y desvió la mirada, apenada.

―Quería disculparme, quizá te incomodé.

―No me incomodaste... Me sorprendiste, es todo. Aunque supongo que la influencia de mis padres me cohibió de ir más allá.

―Bueno, eso me deja más tranquilo ―dejó escapar una risilla nasal―. A decir verdad... tenía miedo de que no quisieras que nos viéramos más.

―Jimin, ¿cómo iba a querer dejar de verte?

―Creo que... tenía miedo de que me dejaras. Y no sé... si es bueno sentirme así, no sé si estoy atándote de alguna forma y...

―Wow, wow... Jimin... tómalo con calma. ―Trató posar su mano sobre su hombro pero de manera imprevista, él se giró hacia ella, con dolor reflejado en su rostro.

―Tal vez no soy tan bueno... ¿Aun así... querrías verme?

―¿De qué hablas? Tú eres una buena person...

―Yo...

Intentaba hablarle, decirle aquello tan importante, pero el miedo y la angustia eran demasiadas y sentía que su cuerpo se vencía y su cerebro desmayaba. Estrujó el papel con ambas manos y suspiró de manera pesada, bajando la cabeza.

―Jimin, puedes decirme lo que quieras... te escucharé.

―Lo sé, lo... intento. Pero es difícil... Se trata de... mis padres... mi familia entera en realidad.

―Solo respira. ―Colocó su mano gentil sobre su hombro―, y si sientes que no estás listo está bien.

Él asintió repetidas veces.

―Yo... Creo que yo... ―dejó escapar más aire con un bufido―. Creo que... Soy el responsable.

Jacqueline alzó las cejas y abrió grande los ojos, aguardando por más información.

―Soy el responsable... de que todos murieran ese día.

Y su oyente bajó los brazos, quedándose gélida en su sitio.

―¿Acaso tú... seguirías queriendo verme... aun así?

―¿T-tú... e-estás... seguro... de lo que dices? ―balbuceó, con sus ojos tiesos.

―No del todo, no puedo recordar con claridad... pero es muy probable ―dijo, inspirando profundo ante las inquietas lágrimas que deseaban escapar por sus ojos―. Quiero saber la verdad, pero me asusta. ―Su nerviosismo era notable, frotando el maldito papel entre sus manos, volviéndolo un pobre cilindro.

―¿Pero es que no has tratado esto con tu psicóloga? ―dijo, empañando un poco sus ojos también.

―Sí, pero soy yo quien no recuerda, o tal vez me inhibo a mí mismo, no lo sé. De todas maneras ya no... quiero. No quiero más sesiones de terapia con ella.

―¿Por qué?

―No sé... No me he sentido bien con ella últimamente. Es extraño, no sé cómo explicarlo, porque ni yo mismo alcanzo a comprenderlo ―esnifó.

―Busca otro profesional entonces. ―Regresó su palma a su hombro. Luego, con total parsimonia, acarició de manera ínfima su cabello―. Yo no creo que seas una mala persona, Jimin.

Dicho aquello, la mirada de uno encontró la del otro.

―Pero sí estás sufriendo, mucho, y eso no está bien. ―Negó con la cabeza―. Si tu terapeuta actual no te ayuda, entonces busca a otro. Yo puedo ayudarte, si quieres.

Él agachó la cabeza y asintió; ella suspiró y se puso de pie. Pasó las manos por su rostro, alejando esa pequeña cantidad de agua salada que había conseguido asomarse por las cuencas de sus ojos y se giró rápido hacia él con una sonrisa.

―Ahora, a secar esas lagrimillas de cocodrilo... ―le dijo, inclinada delante de él y con sus pulgares corrió la humedad en su rostro.

Jimin resopló con una sonrisa; le parecían increíbles las cosas que podía llegar a decir a veces, aunque no le molestaba en absoluto, claro que no. Lo tomó por las manos y tiró despacio hasta que él se levantó.

―Te sentirás mejor, ya verás.

Tenerla frente a su persona y tan cerca le produjo, sin siquiera ser enteramente consciente de ello, una sonrisa que reflejaba serenidad. Acarició su cabello y llevó un mechón detrás de su oreja.

―Jackie... eres mi penicilina.

―Vaya, nunca nadie me había hecho esa clase de cumplido. Lo tomaré igualmente. ¿Qué puedo decirte yo? Eres mi... ¿bilirrubina?

―Jackie... ―expresó, sacado de encanto―, la bilirrubina no es buena.

―Bueno, Chimmy entonces.

―¿Chimmy?

―¿Te acuerdas? Como el llavero del perrito que te di.

―Oh, sí...

―Vamos, distraigámonos un poco. Compremos ropa, comamos algo delicioso y... let's make some bad desicions ―le cantó, tomándolo de las manos de nueva cuenta y caminando unos pasos en reversa hasta que consiguió pronunciar más esa sonrisa y hacer que avanzara.

Miraron un par de vitrinas y luego entraron a uno de los locales más grandes; no había mucha gente. Dieron vueltas, eligiendo alguna que otra prenda, y luego se dirigieron al área de los vestidores. Jimin apeló al dicho "las damas primero", por lo que Jacqueline ingresó a los probadores; él tomó asiento en el sofá a unos metros y aguardó hasta que la muchacha salió con un vestido de color negro con los hombros descubiertos y ondas bien marcadas en la falda. Sonrió y extendió los brazos al presentarse delante de su acompañante, quien movió la cabeza negando; el negro no era su color. Después apareció con un overol de mezclilla y un conjunto de dos piezas con falda ajustada en color azulado, al primero él dio otra negativa; al siguiente le hizo un gesto con su dedo para que diera una vuelta y luego meneó su mano horizontalmente dándole un cincuenta de cien, aunque a ella le gustó el overol. En último lugar lució otro conjunto de dos piezas con shorts, en color rosa pastel. Jimin volvió a hacerle el mismo gesto para que diera una vuelta a su cuerpo; ella contuvo una sonrisa ladina con las manos en la cintura y dio un giro, más lento esta vez. Jimin se enderezó en el asiento y sus lentes oscuros se deslizaron, dejando ver encandilamiento en su mirada. Se relamió los labios, pasó saliva y empujó los anteojos con un carraspeo, apartando un poco la mirada, pretendiendo ser discreto, a la vez que levantó su pulgar en alto. «El rosa sí es su color», se decía para sus adentros.

Llegado su turno, se probó la primera camisa que había escogido y se expuso delante de Jacqueline. Ella estaba leyendo una revista mientras lo esperaba, y al tenerlo en frente subió la vista separando gratamente sus párpados, sonrió y subió su pulgar. Jimin después se probó otra camisa a rayas, un saco sin botones, una chaqueta de cuero azul oscura, y al dejarse ver con cada una de las prendas, ella repitió la misma acción.

―¿Cómo se supone que elegiré algo si con todo me subes el pulgar?

―Todo te queda bien ―se encogió de hombros―. ¿Por qué no te las llevas todas? No es como si no pudieras.

Él meneó la cabeza y volvió a los probadores. Salió después vistiendo una camisa negra con unos detalles en rojo.

―Uy, bonitas clavículas ―bromeó y cerró un ojo, señalando la zona con sus dedos, al ver que los primeros botones de la camisa los llevaba desprendidos―. La cadenilla de oro le da un toque. ―dijo divertida, juntando su índice con su pulgar a la altura de su rostro.

Él abrió grande los ojos, se miró a sí mismo y luego la miró con una indignación que no sentía en absoluto.

―Tú, ¿qué crees que estás mirando? ―le siguió el juego y prendió los dos botones en la parte superior, ganándose una risa.

Después de seleccionar las prendas y pagar, Jimin notó que Jacqueline le entregaba algo a la cajera, un papel. Miró de reojo desde lejos, pero no dijo nada.

Al salir, todavía con el sol a pleno, la chica tomó su celular, abultó los labios y tomó una fotografía espontánea, Jimin apenas se percató, ni siquiera hizo mueca alguna o reaccionó, tan solo recibió dos flashes contra su cara, luego sonrió. Jacqueline se veía más desinhibida que nunca; la hacía ver radiante y eso le encantaba.

―¿Qué era eso que le diste a la asistente en la tienda?

―¿Eh?

―Vi que lo hiciste en todos los locales que entramos.

La chica bajó la mirada un poco apenada.

―Jackie... ¿Qué tramas?

―Nada, nada en realidad, solo... ―dijo y suspiró―. He comprado unas cosas para el apartamento y el dinero no nos está alcanzando a mi hermano y a mí. Los dos trabajamos pero siempre estamos al límite, es por eso que además de comprarme algo de ropa quería repartir unas hojas de vida y conseguir un segundo empleo para...

―Serás tonta... ―la cortó―. ¿Por qué no hablaste conmigo? Pude haberte dado un aumento en el trabajo.

―¡De ninguna manera! ―chilló, batiendo sus manos a la altura de su pecho.

―¿De qué hablas?

―Aceptar eso sería abusivo de mi parte, y podría crear una mala imagen de ti como mi jefe, y de mí también. ¿Qué dirían mis padres?

―¿Acabas de escuchar lo que dijiste?

―¿Mi-mis padres...?

―Todavía te afecta, eh...

―Supongo que me afectará siempre, quiero decir... son mis padres, siempre me importará la imagen que tengan de mí ―dijo cabizbaja.

―Sí, puedo entender eso... Pero no quiero que pienses que estoy regalándote dinero, te daría más tareas en la editorial para compensar el aumento.

―De momento... veré cómo puedo arreglarme. Si no surge nada, hablaré contigo.

―Eres admirable, Jackie.

―Y tú eres generoso.

Después de caminar un poco, se detuvieron por un bocadillo. La chica decidió acompañar a Jimin en esta ocasión y comprar, al igual que él, una jugosa manzana roja. Eran deliciosas, mas no le parecían la gran cosa, sin embargo, a su acompañante parecían fascinarle, más que cualquier otra cosa dulce. Aunque lo que ella no sabía, y Jimin ignoraba, era que más que un gusto o preferencia, se trataba de algo emocional.

Al verse cansada de mover sus pies, y con las bolsas recargadas sobre su hombro, Jacqueline pidió unos segundos para sentarse. Jimin miró los alrededores, señaló la sección del parque a unos pocos metros y propuso ir allá y sentarse un rato sobre el césped.

―Me gusta la idea, vamos ―convino ella, sonriendo.

El chico se sentó, y a los segundos extenuó el cuerpo sobre la hierba, con las manos detrás de su nuca, dejando a su compañera un poco sorprendida. ¿Debía sentarse a su lado? ¿Piernas como indio? ¿Rodillas flexionadas?, pensaba y pensaba, con sus dedos debajo de su mentón.

―¿Qué esperas? Ven y recuéstate conmigo. ―Sonrió y bajó los brazos―. Ponte en paralelo a mí y apoya tu cabeza sobre mi hombro ―sugirió.

La aludida dejó que las manijas de las bolsas se deslicen por su brazo, tomó asiento dándole la espalda, la cual postró sobre la hierba y con más cuidado, dejó caer su cabeza sobre el hombro de Jimin, quien rápido acomodó su cabeza también sobre el hombro de ella. Ambos giraron el rostro encontrando el del otro muy cerca, casi rosando sus narices. Apenada, la muchacha llevó rápido el rostro hacia arriba; él no sintió vergüenza alguna, pero la copió por pura inercia, ensanchando una mueca en sus labios.

Al tener sus ojos en ese descolorido cielo azulado y plagado de nubes, pudieron divisar una bandada de pájaros bastante numerosa volar a gran altura, viéndose como pequeños puntos sobre ellos.

―Wow... ―emitieron los dos a la vez, con una pequeña risilla después.

Al momento siguiente, un hombre circuló cerca de ellos, ensanchó un mohín en su semblante al ver a Jacqueline y le susurró "linda" con poca delicadeza, puesto que era su intención que ella lo oyera. La susodicha lo siguió con la mirada y luego se cubrió el rostro con mucha timidez, a lo que Jimin rio.

―¿Acaso nunca te hicieron un halago o comentario atrevido?

―Me han adulado, pero nunca así... Y... ¿atrevido? Definitivamente no... ―Bajó sus manos hasta dejarlas sobre su vientre―. Además, ¿qué sería un comentario atrevido?

―Veamos, un comentario atrevido... Podría ser... que tienes unas piernas muy lindas y sensuales.

―¡¿Cómo?! ―Su rostro se ruborizó―. Eso fue...

―¿Muy atrevido? ―contuvo la risa―. ¿Por qué no lo intentas?

―¿A ti?

―Al menos que tengas a alguien más en mente, como ese tipo anónimo que te dijo linda hace un momento...

―Es un desconocido, prefiero que sea contigo ―estableció―. A ver, lo intentaré... Veamos... Tus ojos... se vuelven una delgada línea cuando te ríes fuerte.

―Vamos Jackie, ¿eso te parece atrevido?

―Yo creo que es muy tierno.

―No es atrevido.

―A ver... podría ser... Tienes un ombligo muy atractivo.

Y Jimin estalló en una carcajada.

―¡¿Qué?! ―rio por lo bajo―. ¿Qué dices? ¿Mi ombligo?

―Sí, ¿por qué no?

―Oye, oye... ―se aclaró la garganta―, ¿y tú cómo y cuándo tuviste chance de ver mi ombligo?

―Cuando derramé por accidente el té sobre tu camisa y tuve que salir corriendo a buscarte otra. Habías empezado a quitártela delante de mí hasta que nos dimos cuenta que yo seguía ahí.

―Oh, así que fue en ese momento... Eres toda una desvergonzada.

―Lo siento.

―Estoy bromeando, tonta.

―¿Quieres decir que no te molesta?

No dijo nada, solo contrajo una mueca alegre. Eso sí había sido atrevido, tratándose de ella. Incluso en la secundaria, sus amigos solían hacer bromas respecto a sus músculos prominentes. Las chicas adulaban aquello en la intimidad también, cosa que le encantaba. Y ahora, de la nada aparecía este ejemplar a elogiarle el ombligo. Le parecía increíble, tanto que le resultaba muy hilarante.

Con la sombra acaparando el lugar, vieron su señal para retirarse. Tomaron las bolsas y caminaron hasta el gran puente, cuyo extremo daba con el mar. Se quedaron apoyados contra los barandales y dejaron que la brisa levemente húmeda y fresca los envolviera. Presenciando el paulatino descenso de ese sol anaranjado, Jimin apoyó los brazos y su mentón sobre ellos, quedándose obnubilado ante el movimiento de las pequeñas olas y el sonido de la masa de agua. «¿Y si... saltara sin más?», un lejano eco difuso promulgaba las palabras en su mente.

―¿Estás bien, Jimin-ah? ―irrumpió Jacqueline, haciendo que despertara de su trance―. Te noto ausente de repente.

―Estoy bien, solo... No quisiera volver a casa.

La joven lo miró unos segundos, pensó y paseó sus pupilas, hasta que habló:

―¿Por qué no salimos en la noche? Vayamos a bailar.

―¿A Bailar? ―enderezó la postura y se giró hacia ella, dedicándole más atención―. ¿Quieres deleitar a las personas con tus pasos de tap?

―No, no, no les voy a hacer eso. ―Rio―. Solo... algo diferente.

―Está bien, salgamos. Pasaré por ti en la noche.

―¡Hecho! ―Palmeó uno de los tubos de metal que conformaba la barandilla del puente con una gran sonrisa.

Dio un giro a su cuerpo, haciendo que hondeara su cabello color caramelo, y con un tarareo suave empezó a caminar. Jimin se quedó contemplándola en silencio. Era tan inmensa la paz que irradiaba a su alrededor que lo encontraba inefable.

Solo sentía que quería dejarse llevar, solo... con su alegría. Cuando lo llamaba, se transformaba en una flor. Las flores que le había dado antes de marcharse juntos... en parte, muy en el fondo, él sentía que ambos estaban floreciendo, tan dolorosa y bellamente.

Tan asustado que su corazón se agitaba, tan o más asustado que ella, cuando lo veía, cuando lo tocaba. El universo seguía en movimiento y él deseaba mandar todo al diablo y ser guiado por el hervor emergiendo en su pecho y acaparando su corazón. Tomarla de la mano y caminar a su lado, pero... Esa era su cuestión personal, "pero".


~ B i t t e r s w e e t ~


https://youtu.be/LNsi_d7Of7g

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