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Capítulo 35: Punto de inflexión

Este capítulo describe escenas de abuso sexual, violencia intrafamiliar, así como actitudes retrógradas y machistas. No se busca ofender de ninguna manera ni mucho menos fomentar conductas nocivas. Se ruega prudencia y discreción.


En la residencia de la familia Brown Lee, la señora de la casa estaba firme en el marco de la puerta del cuarto de su hijo, frente a él, de brazos cruzados y con una expresión de insatisfacción por la demora del muchacho en realizar la acción que demandó.

―Ya te dije que es solo una amiga, mamá.

―No intentes tomarme el pelo, Felix. Sé que es ese muchacho otra vez. Quiero que elimines el contacto de tu teléfono frente a mí, ahora.

―Ya no lo he visto más, ¿qué tiene de malo que hablemos?

―¿Es que no lo entiendes? ¡Envenena tu mente con pensamientos antinaturales! Dios no creo el cielo y la tierra, al hombre y la mujer para que terminaran corriendo a los brazos de su mismo género. ¡Entiéndelo de una buena vez!

Felix bajó la mirada y frunció apenas el entrecejo. Quería gritarle en su cara lo equivocada que estaba y lo ignorante que le parecían sus palabras, pero ¿qué ganaría con ello? Solo castigo y más privación de su libertad. No podía arriesgarse a perder lo poco que tenía.

―Felix, no volveré a repetirlo. Si no lo borras ahora mismo, yo lo voy a hacer.

Su hijo no respondió, tan solo apretó el aparato en su mano y también los labios. La mujer, ya hastiada en demasía, le arrebató el teléfono de su mano, aunque se resistió.

Enough, Felix! Listen to your mother and obey. (¡Suficiente, Felix! Escucha a tu madre y obedece) ―intervino su padre con un tono tajante.

Y-yes, sir. (S-sí, señor) ―dijo, mirándolo de reojo y aflojó su tacto para con el objeto.

La madre se lo quitó de un arrebato y tocó un par de teclas hasta que el contacto fue borrado. Felix se sentía patético... Su hermana no era la única con miedo poblando su alma después de todo. Ya había agotado sus cuerdas vocales tratando de razonar con ellos, y siempre culminando todo en discusión y sus lágrimas en las cuatro paredes de su habitación tornada en gris. Así sentía su vida: cuadrada, cerrada y sin color.

El señor Brown observó con desilusión y desdén a su hijo menor, luego dirigió la mirada hacia su esposa, en tanto le devolvía el aparato al chico, y dijo:

―El padre de la parroquia llamó. Hubo un desacuerdo con el horario de la misa de la tarde, así que se llevará a cabo mañana temprano.

―Oh, esta niña se quedó a dormir en la casa de su amiga ―dijo la señora, tras llevarse una mano a la mejilla.

―Avísale. Para que vuelva temprano ―encomendó su marido, dándole un suave mimo a su hombro.

―La llamaré.

―¡Yo la llamo! ―dijo su hijo con un desespero bien oculto.

―Tú quédate en tu cuarto. Estás castigado.

―Qué sorpresa ―masculló, con sus ojos en otra dirección.

―¿Qué dijiste? ―lo increpó su padre.

―Nada. ―Le sostuvo la mirada.

―Mejor así.

Su madre posó su mano sobre su hombro y levantó su teléfono celular a la altura de su cara.

―Te lo devolveré. Pero antes de que te vayas a dormir lo voy a revisar. ¿Entendido?

El chico no habló.

―Tu madre te hizo una pregunta.

―Entendido.

―Y que no se te ocurra encerrarte en tu cuarto. La puerta se mantiene abierta.

Felix no dio una respuesta verbal, solo asintió.

Al unísono, Kim Dahyun se encontraba en la comodidad de su residencia (herencia de sus abuelos) en la que llevaba establecida desde hace dos años. Estaba con el corazón acelerado y sus mejillas no abandonaban ese tono arrebol mientras servía el té y observaba los deliciosos bocadillos dulces que su invitado había traído, puesto que se trataba de una ocasión especial. No obstante, todo color abandonó su tersa piel y sus grandes ojos se hicieron más notorios en cuanto vio quien la estaba llamando en la pantalla de su teléfono celular. No podía ignorarlo por lo que, con un gran pesar en el alma y también mucho temor, atendió obteniendo una recriminación que llegó en un grito, que hasta la obligó a separar un poco su oreja del aparato. La señora Brown Lee reclamaba por su hija, ya que no le contestaba el teléfono, cosa que era una falta muy grave para ella. Apenas tuvo chance de balbucear unas pocas palabras cuando le cortó abruptamente.

―Dubu, ¿pasa algo? ―habló Hyungwon, tras abandonar el cuarto de baño. Pasó sus dedos por su renegrida cabellera y se puso en cuclillas al lado de la chica, entonces notó más de cerca su palidez.

La muchacha le comentó la situación: su mejor amiga estaba en aprietos. Él la contuvo, trató de que sus nervios cesaran, aunque no fue muy fructuoso, mucho menos cuando transcurridos unos minutos unos fuertes golpes azotaron la puerta principal. El muchacho se ofreció a abrir la puerta para dar paso a una madre encolerizada que gritaba a diestra y siniestra el nombre de su hija, recorriendo sin pundonor alguno la casa.

―Señora Lee... ―trató de apaciguarla la muchacha.

―¡¿Dónde está Jacqueline, Dahyun?! ¡¡¡¿Con quién?!!!

―E-ella... salió un momento y...

―¡No te atrevas a mentirme, chiquilla! ―Se le acercó intimidante, apuntándola con el dedo―. ¡Dime ya mismo dónde está mi hija!

Dahyun apretó los labios con un semblante triste, no quería decirle la verdad, pero a estas alturas era consciente de que no valdría de nada mentirle; no le creería incluso si lo intentaba con esmero.

―Jackie... Ella... ―Lo pensó por un momento con la mirada en el piso: su amiga no estaba haciendo nada malo, por lo que se mostró más firme―. Jackie es una chica adulta y tiene todo el derecho de salir con quien ella quiera.

―¡¡Mintiéndome!!

―¡Porque usted jamás la dejaría salir con alguien que no fuera yo!

―¡¿Cómo te atreves?! ―bramó con furia, obligándola a retroceder en tanto avanzaba hacia ella―. ¡Te permitimos entrar en nuestra casa! ¡¡Dejo a mi niña venir a la tuya porque confío en ti!!

La mujer estaba sublevada a más no poder, con el rostro enrojecido en cólera. Se atrevió incluso a levantarle la mano a la chica, pero antes de que llegase a tocarla, Hyungwon, que las observaba en la cercanía, se trasladó como un rayo delante de Dahyun, recibiendo él ese golpe atrevido e injusto. Los hombros de la señora Lee subían y bajaban con ese frenesí que todavía la colmaba, aunque al ver el rostro enrojecido del muchacho ante el toque pulsátil, consiguió serenarse un poco.

―¡Hyungwonnie!

―¿Satisfecha? ―Miró a la mujer desafiante y directo al negro de sus ojos―. Voy a pedirle de la manera más atenta que no le vuelva a levantar la mano a Dahyun, mucho menos delante de mí, o me voy a olvidar que es una dama. Ahora haga el favor de retirarse por donde vino. ―Dio un sutil tirón a su cabeza con dirección a la puerta.

―No volverás a ver a mi hija, ¿oíste? Creí que serías una buena influencia para ella, ¡pero no eres más que otra niña atrevida del montón!

―¡No es así...!

―¡Tampoco quiero que vuelvas a pisar nuestra casa! ¡¡Tu amistad con mi hija se acabó!! ―Blandió los brazos, siendo agolpada por la ira nuevamente.

―¡Eso no lo puede decidir usted!

―¡¡Por supuesto que sí!! ¡¡Se trata de mi hija!!

La mujer acomodó de manera ínfima su cabello y a paso acelerado cruzó la entrada. Dahyun se llevó una mano a la boca, descorazonada, mientras que su compañero negaba con la cabeza con sus ojos fijos en la puerta que esa señora ni siquiera tuvo la decencia de cerrar tras su paso. Pero puso mejor cara cuando se giró hacia la joven a su lado y le regaló una suave caricia a su mejilla con su pulgar.

―¿Estás bien? ―le preguntó ella, apenada.

―Sí, esto no es nada. ―Sonrió―. He recibido golpes peores, créeme.

La mujer caminaba con paso firme contra el concreto de la vereda y ahí vio un taxi detenerse y a su hija bajar de éste, entonces los ojos de ambas se encontraron.

E-eom-ma... ―dijo en voz baja, mirándola con ojos grandes en tanto el auto seguía su curso.

El semblante de la señora Brown Lee empezó a esbozar una mueca de repulsión de manera gradual, sintiendo incluso un leve temblor en los labios; no daba crédito alguno de lo que veía: los brazos y piernas al descubierto, ni hablar del escote, ¡inaudito! El maquillaje y su cabello cayendo por su espalda también.

―¡¿Pero qué es lo que ocurre contigo Jacqueline?!

―Mamá, te puedo explicar...

―¿Por qué estás vestida así? ¡Jacqueline, me sorprendes!

―¿N-no crees que me veo bo-bonita? ―preguntó cabizbaja y con timidez.

―¡¿Bonita?! ¡Te ves promiscua! ¡¿De dónde vienes?! ¡Y a estas horas! ¡¡¿Cómo pudiste mentirme así?!! ¡¿Con quién estabas?!

―E-es solo un amigo, mamá...

―¡¿Amigo?! ¡¡¿Estabas con un hombre?!!

Hyungwon y Dahyun se miraron el uno al otro con los ojos bien abiertos al escuchar los gritos cercanos, por lo que se asomaron a la entrada y presenciaron el escándalo que protagonizaba aquella madre enardecida. Lo siguiente que les tocó divisar fue el bofetón terrible que le propinó a su hija, provocando que soltara el osito de peluche que llevaba entre sus brazos. Su amiga se llevó una mano a la boca mientras que su compañero a su espalda dejó los ojos tiesos.

―Jackie... ―musitó, tratando de acercarse, pero Hyungwon posó sus manos sobre sus hombros, negó con la cabeza e hizo un tic con la misma, señalando el auto a unos pocos metros donde estaba un hombre de semblante molesto y brazos cruzados. El padre. Por lo que la chica comprendió y bajó la cabeza rendida.

Jacqueline fue tomada del brazo por su madre con aspereza y fue llevada a punta de tirones al auto donde las esperaba su padre, y sin importarles en lo más mínimo que más de un vecino asomara el rostro por la ventana para ver qué ocurría, el matrimonio subió al coche y se marcharon.

Con un rostro triste y repleto de preocupación, Dahyun caminó hasta donde había caído el osito, lo recogió y desempolvó.

―Se lo guardaré ―dijo, llevando la vista hacia Hyungwon, quien asintió.

Al llegar a la casa, la madre de Jacqueline abrió la puerta trasera del coche y con otro fuerte agarre al brazo de su hija la obligó a bajar de manera abrupta. Del mismo modo se dirigió al interior de la residencia; su esposo las siguió a ambas, y cuando la puerta de la casa se cerró, el interrogatorio, las recriminaciones, dieron comienzo:

―No puedo creer que Dahyun se haya prestado a todo esto. ¡Ni que te haya dado esa ropa tan desfachatada!

―N-no tiene nada de malo... ―se intentó explicar con un tono bajo y lastimero, sin atreverse a mirar a sus padres a los ojos.

―Nos mientes a tu madre y a mí. Sales con un hombre sin siquiera presentárnoslo antes para que lo aprobemos, y para colmo de males te pintas el rostro y te sueltas el cabello así... ¡Como una auténtica ramera!

―No es así, padre. ―Negó con la cabeza a gachas. Aquellas palabras fueron como un puñal directo a su corazón―. Solo quiero verme y sentirme bonita.

―¡Eso no justifica que salgas por la noche buscando hombres!

―¡Te equivocas!

―No me levantes la voz, muchachita.

―Jacqueline, tu teléfono ―ordenó su madre, abriendo la palma frente a ella.

Felix, al escuchar los gritos se asomó por la escalera. La hija mayor negó con la cabeza y sostuvo con firmeza la correa de su pequeño bolso. Pero su madre, ya harta, liberó un suspiro y forcejeó con ella hasta que logró tomar el dispositivo en su mano. La pantalla estaba apagada.

―Desbloquéalo ―ordenó una vez más.

Eom-ma, por favor...

―Hazle caso a tu madre, Jacqueline.

Con mucha pena ella lo hizo. Ambos empezaron a curiosear y revisar, sobre todo las fotos. Y supo que su fin estaba cerca en cuanto su padre abrió los ojos de par en par y su madre se llevó una mano a la boca.

―¿Park Jimin? ¿Te viste con ese sujeto, Jacqueline?

El silencio pobló el espacio y a la pobre chica le temblaban los labios, las manos y las piernas.

―¡Contesta! ―Su padre dio un paso al frente.

―Sí, salí con él.

―¡Eres una cualquiera! ―bramó su madre, y le dio un duro cachetazo.

Felix parpadeó con dolor; la muchacha contuvo las lágrimas y se llevó una mano a la mejilla.

―Nos mientes a tu madre y a mí para verte con un hombre, ¡que resulta no ser otro que tu jefe! ¿Qué te dijo para convencerte? ¡¿Se atrevió acaso a...?!

―¡Él no me hizo nada! ¡Él es una buena persona! ¡Y no soy una cualquiera!

―Así que de eso se trata todo, tú te le insinuaste. Jackie, me sorprendes... ¡Nosotros no te educamos para comportarte como la puta de nadie!

―¡Están entendiendo todo mal! ¡¿Por qué nunca escuchan?! ¡Por qué todo tiene que ser malo solo porque ustedes lo dicen!

―Ese chico de seguro le lavó el cerebro. ―El hombre miró a su esposa.

―Si ya hizo que se vistiera así para él... ―secundó la mujer, observando a su hija de arriba abajo con desaire―, quién sabe qué otras cosas le metió en la cabeza.

―Jimin no me ha metido nada en la cabeza, pero sí tenía razón en algo: ustedes son unos manipuladores.

―¡Nosotros velamos por tu bienestar, mocosa insolente!

―¡No es cierto! ¡Solo les importa que haga lo que quieren porque pensar diferente supone un problema para ustedes! ¡¡Y ya no quiero esto!! ―Blandeó los brazos con hartazgo.

―Jacqueline...

―Estoy harta de vestirme hasta el cuello y los tobillos, de no poder tener amigos hombres, de la iglesia, de la biblia, ¡¡y de su pensamiento retrógrada!! ―Estalló en un grito ante eso último, permitiendo a las lágrimas caer por fin.

―¡¿Cómo te atreves a hablarnos de esa manera?! ―Su padre se aproximó y la tomó del cabello.

―¡Suéltame! ¡Me haces daño!

―Más daño nos estás haciendo tú a nosotros al rechazar a Dios, Jackie ―expuso su madre, ofendida y dolida.

El señor Brown, lejos de soltar a su hija, la llevó casi a rastras por el pasillo junto a las escaleras. Felix, encorvado en los escalones se llevó una mano a la boca y dejó caer una lágrima al escuchar los gritos de su hermana.

―¡Papá, suéltame! ¡Me duele!

El hombre iracundo abrió la puerta del baño de una patada y arrastró a su hija hasta la tina, dejándola de rodillas; ella se sostuvo con sus manos del borde para no golpear con su cara. En tanto la mantenía sujeta por el pelo, buscaba en uno de los compartimentos con furia, hasta que encontró las tijeras que buscaba. La madre observaba desde la puerta. Felix por su lado, se hallaba casi hiperventilando en el pasillo.

―¡Papi, basta! ¡Papi, no! ¡No me hagas esto! ¡No! ―lloró.

El hombre templó más el cabello, causándole dolor, y empezó a cortar las largas mechas y éstas comenzaron a caer en la bañera, acrecentando el llanto y los gritos de la muchacha, que no paraba de suplicar.

―¡Papá, basta! ―gritó Félix.

Había hecho a un lado a su madre, sin importarle ser brusco y se fue sobre su padre por la espalda, tomó con una mano su muñeca y con la otra envolvió su cuello.

―¡Suéltame! ¡No te entrometas! ―Se sacudió.

―¡No lastimes a mi hermana! ―Forcejeó contra él.

―¡La penitencia es la consecuencia de la desobediencia! ―Volvió a cortar el cabello.

―¡Papá, ya basta! ¡Por favor! ―rogó Jacqueline.

―Por el amor que le tengo a mis hijos, debo implementar un castigo.

―¡¿Pero qué amor?! ―Felix volvió a agarrar su mano en el aire―. ¡No seas ridículo, padre! ―espetó en su cara.

Tras un breve forcejeo más, el hombre empujó a su hijo con una brusquedad mayor. Le dio un bofetón al rostro y lo empujó, causando que cayera de nueva cuenta contra la puerta, golpeándose en el proceso con los artefactos del cuarto de baño. Felix ya no pudo levantarse, no porque le faltaran fuerzas, sino espíritu.

―¡¿Ridículo yo?! ¡Mocoso ignorante! ¡No eres más que un asqueroso sodomita! ¡Un débil marica! ¡Ahora mi hija se rebela contra mi autoridad! ¡¡He fallado como padre!!

―¡Prefiero ser un marica!

―¿Qué fue lo que dijiste? ―Su voz fue más gutural. Viró el cuello para alcanzar la mirada de su hijo.

―Prefiero ser un marica... ―lloró―, antes que ser un asqueroso abusivo que golpea a sus hijos como tú. Sí has fallado como padre... pero no tiene nada que ver con mi orientación sexual o que mi hermana tenga un ideal de vida diferente al de ustedes.

Los adultos hicieron silencio; el llanto de sus niños llenó el lugar, mas no hubo condescendencia.

―¡¿Por qué mierda les cuesta tanto entender?! ¡¿Por qué carajos nunca nos escuchan?! ¿No te estás viendo acaso? Ella está llorando, yo estoy herido. ¡La estás lastimando!

El joven se levantó de un arrebato y pretendió arrimarse a ella, pero su padre lo tomó del brazo, mas él se soltó, mirándolo con desdén y se inclinó a levantar a su hermana.

El señor Brown trató de acercarse a su hija, pero su hijo menor abofeteó su mano en el aire.

―¡Solo eres un chiquillo que no sabe nada de la vida! ¡¡Yo soy tu padre y debes respetarme!!

―¡¡No te respetaré una mierda!! ¡¡Abusivo violento de porquería!!

―¡Felix, no le hables así a tu padre!

―¡Tú cállate, cobarde! ―Apuntó a su madre con el dedo―. ¡No eres mejor que él! ¡Te quedas como una estatua mientras este patán golpea a tus hijos! ¡Porque te tiene adoctrinada con su machismo asqueroso que no te permite entrometerte!

―¡¡Suficiente!! ―berreó el padre, propinándole un bofetón a su hijo.

El hombre prosiguió a tomarlo por la cintura, forcejeó contra sus brazos desde luego, hasta que consiguió neutralizarlo.

―Me ocuparé de él, saca a Jacqueline de aquí ―le dijo a su esposa.

La mujer asintió y levantó a su hija, que se hallaba inmóvil y trémula en el suelo, sentada sobre sus piernas y llorando bajo. Cuando su madre la tocó pegó un alarido, la empujó y salió corriendo de ahí, por lo que la siguió, corriendo detrás de ella.

Felix apartó las manos de su padre e intentó correr también, pero solo consiguió llegar hasta la mitad de la escalera. Allí, el hombre lo sujetó de ambos brazos y a punta de empujones lo metió a uno de los cuartos de huéspedes en el piso de abajo, le quitó su teléfono celular, tomó la llave de la cerradura y aseguró la puerta desde afuera.

Let me out! Let me out, dad!! (¡Déjame salir! ¡¡Déjame salir, papá!!)

Oh, you will go out. Just to attend the Military Service. (Oh, saldrás. Solo para asistir al Servicio Militar)

―¡¡No puedes hacerme esto!!

―Es por tu bien, hijo mío. El mundo es peligroso. Esto te ayudará a tener una visión más clara y prepararte para afrontarlo.

―¡¡Yo ya sé moverme en el mundo!! ¡¡Mi problema es que tú y mamá no me lo permiten!! ¡¡Por su culpa no puedo ser libre!!

Sus gritos desgarraron su garganta y abatieron lo poco que quedaba de su espíritu de lucha. Se deslizó despacio contra la puerta hasta que sus rodillas tocaron el suelo alfombrado.

―Los odio... ―emitió con un hilo de voz y derramando lágrimas.

En tanto todo ese caos se desataba en esa noche, que ya no estaba estrellada o hermosa, sino que se había transformado en una nebulosa y levemente rojiza, escondiendo lluvia, al otro extremo, las cosas no marchaban muy bien tampoco: Jimin había frenado el coche de repente ante la presencia de una silueta oscura en la ruta, que caminó hacia su persona. Apretó su agarre contra el volante y a medida que se acercaba, la figura de Fan Bing-bing se dejó ver. Se inclinó contra la ventanilla mientras él la miraba en silencio y adosó sus labios a su oreja.

―Ven a casa, Jimin. Ven... ―masculló.

Los sentidos del muchacho se obnubilaron y su cuerpo respondió a los tenues vibratos de su voz. Su voluntad se desvanecía cuando se trataba de ella, así había sido siempre; lo tenía aleccionado.

Al conseguir con éxito una vez más que se dirigiera a la casa, hizo la rutina de siempre. Lo drogó con una dosis generosa, oculta en el té y las manzanas que tanto le gustaban y lo preparó para los clientes, o mejor dicho, hombres y mujeres anhelantes de carne fresca y joven, que aguardaban muy pacientemente por su platillo.

Jimin se volvía entonces no menos que un pobre muñeco de trapo, cuyo cuerpo era maniobrado, sacudido y mancillado repetidas veces por manos extrañas que lo tomaban como su propiedad, pues un precio había sido pagado por eso que creían su privilegio.

Fan Bing-bing custodiaba todo con especial cuidado en esta noche y sonreía con deleite al escuchar los pequeños y bajos quejidos de su precioso muchachito mientras que era profanado.

* * *

Después de correr unas tres calles, Jacqueline se había quitado los tacones y continuó su rumbo al descalzo, sin mirar atrás. Había escapado con lo puesto, ni siquiera contaba con su teléfono celular, así que solo corrió al único lugar al que sabía cómo llegar, donde sabía que podía ser bien recibida.

Las gotas de lluvia empezaron a caer y ella ya se encontraba de pie frente a la puerta de la casa de su mejor amiga, quien se la encontró en ese estado tan lamentable, tiritando y abrazándose a sí misma.

―Por Dios, Jackie, ¿qué...?

Con solo escuchar la suave voz de Dahyun, la chica se deshizo ahí mismo y la abrazó, llorando sin consuelo.

―Cielos... Estás sangrando. ¿Te llevo a un hospital?

―No... No podrán curarme lo que tengo nunca.

La chica tragó en seco y ambas entraron a la casa. La muchacha inspiró profundo con una mano en el pecho y consiguió recobrar algo de calma.

En la casa, todavía se encontró con Chae Hyungwon, quien recogía los últimos platos de la mesa, aunque se alarmó al ver a la recién llegada en ese estado.

―Acabamos de cenar. Ven, siéntate.

―Cuanto lo siento, yo... Tienes visitas y vengo a importunar.

―Para nada, Jackie. De hecho... yo ya me iba. ―Depositó los platos en el lavamanos y miró a la anfitriona.

―¿Qué? Hyungwonnie, no...

―Descuida. Quédate con tu amiga, te necesita.

―Pe-pero...

―No te preocupes, linda. Podré quedarme otro día. ―Le sonrió.

Dahyun apretó un poco los labios y asintió. Él alzó su rostro tomándolo por el mentón y despacio, con mucha delicadeza, se arrimó a depositar un beso dulce en sus labios. Jacqueline los observó en silencio a unos pocos metros y sonrió. Su amiga le había platicado respecto a los acercamientos que había tenido con ese muchacho desde hace mucho tiempo, y parecía ser que por fin habían dado el primer salto para formalizar algo entre ambos. Por alguna razón que escapaba a su comprensión, Jimin vino a su mente cuando presenció ese beso. Pensaba que había sido buena idea no haber dejado que la acompañara en su camino de vuelta.

―No lavé los platos, pero separé y guardé las sobras en la nevera ―dijo el chico luego de desprenderse de su boca, aunque mantuvo su frente apegada a la impropia―, pero de verdad creo que tu amiga necesita de ti, así que deja los platos para después, ¿sí?

―Lo haré. Gracias. Eres muy dulce.

Con un último beso en su frente y una cordial reverencia hacia Jacqueline, Hyungwon se retiró. Al retornar, la dueña de casa suspiró, borrando todo ese júbilo de su rostro; preocupada por su amiga, desde luego.

―Ay Jackie... ¿Qué fue lo que te hicieron?

―¿Tienes unas tijeras para el cabello? Emparéjame el pelo y te cuento.

―Claro, cielo.

* * *

La señorita Fan se hallaba ahora en su despacho, bebiendo alcohol con desquicio. Estaba muy enojada. Jimin jamás la había rechazado o se había negado a su voluntad antes. Lo estaba perdiendo y si recobraba su memoria no sería en definitiva bueno. Debía juntar el dinero para poder marcharse con él lo antes posible.

―Mi lady. ―irrumpió Jason, e hizo una reverencia.

―Más te vale que sea bueno ―dijo, sin siquiera voltear a verlo y se sirvió otro trago.

―Ya es de madrugada. El chico ya ha tenido mucha actividad, ¿no cree que...?

―No ―sentenció―. Atenderá a todas las personas que se me dé la gana. ―Se giró hacia su subordinado y alzó su vaso―. Así aprenderá a no desafiarme. ―Bebió.

―Con todo respeto, mi lady, la adrenalina del acto podría despertarlo.

―Tonterías, le he dado la dosis hace unos...

La mujer se detuvo en seco cuando fijó la mirada en el reloj colgado en la pared, entonces tomó noción del tiempo transcurrido.

Muy despacio, Jimin empezó a parpadear, y con sollozos comenzó a gimotear, tratando de alejar ese cuerpo ajeno sobre él que lo invadía, con movimientos torpes por parte de sus brazos. Se sentía fuera de sí, ahogado y muy mareado. El tipo no sabía qué hacer, por lo que optó por estampar su mano contra su cara para cubrir sus ojos y evitar que viera su rostro. Incluso en esa situación, su excitación no disminuyó, por lo que, aun estando dentro de él, empujó con firmeza su cadera contra su cuerpo, entonces el chico gritó. No obstante, poco antes de que pudiera recobrar sus cinco sentidos, Bing-bing y Jason irrumpieron. La mujer tenía la jeringa lista, y sin demora alguna la ensartó en el cuello de Jimin, siendo delicada para no amoratar su suave dermis, entonces volvió a sumirse pronto en la inconsciencia.

―¿Me echarán? ―preguntó el hombre.

―No ―contestó Fan, mirándolo con cara de pocos amigos―. No puedo hacer eso porque ya pagaste. Así que vas a terminar lo tuyo y te largas.

* * *

Dahyun había conseguido arreglar el cabello de su amiga, logró que se viera mucho mejor, aunque para su infortunio, el largo pasó de su cadera a un poco más debajo de los hombros. Luego se encargó de limpiar los finos hilos de sangre en los pequeños cortes que tenía en su nuca y la parte alta de su espalda. Después de darle algo para el dolor corporal se quedó a su lado hasta que consiguió serenarse, aunque no cayó en cuenta de que se quedó profundamente dormida. No pudo moverla hasta su cama para cedérsela, así que la arropó en el sofá y la dejó descansar.

Quien no podría dormir en absoluto era Felix. El cuarto donde lo habían encerrado no tenía una ventana que se abriera, tan solo llevaba azulejos por donde se colaba la luz del exterior. Arrojó con rabia cada mueble que pudo contra ellos, pero no consiguió nada más que frustración y hacerse daño a sí mismo. Gritó y pateó la puerta hasta el cansancio, pero nadie le respondió a sus imprecaciones, por lo que en último lugar solo le quedó hacerse un ovillo en un rincón de la revuelta habitación, abrazó sus piernas y reposó su cabeza de lado sobre sus rodillas.

―Chris... Chris, ven por mí... Ven por mí... ―murmuró, dejando que las lágrimas corrieran por encima del puente de su nariz y cayeran sobre su ropa, humedeciéndola.


~ B i t t e r s w e e t ~


https://youtu.be/uNbBZCT_Ww4

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