Capítulo 34: Infierno
Este capítulo contiene escenas de abuso físico y psicológico, así como actos sexuales no consensuados. Se ruega prudencia y discreción.
Los ojos de Jimin divisaron a su fémina favorita, su chica perdida y aún amada. Llamó su nombre con parsimonia. Estaba extenuada sobre una manta en la hierba verde. El sol golpeaba en su rostro, iluminándolo de sobre manera; hacía que su sonrisa fuese más llamativa. Lo tenía encantado. ¿Cómo podía tal paraíso volverse el mismísimo infierno? Muy fácil. No era real. El sol eran sus ojos, le permitían contemplar el panorama, el brillo era su esperanza muriéndose con dolor y esa chica de expresión tan dulce no era más que un tortuoso recuerdo.
Atrapó la tela de su camiseta en su puño y de un arrebato se subió sobre su regazo. No le permitió añadir palabra alguna, pues se apoderó de su boca, ahogándolo muy despacio en besos. Gemía sobre sus labios palabras de amor, que lo quería, que la hiciera suya. Jimin se enceguecía en su lujuria y su desesperado deseo de recibir amor, de creer que ese amor aún era posible para él.
Hana levantó su camiseta; él por inercia alzó los brazos y se dejó manejar a su antojo, perdido en su dulce, cálido y húmedo tacto. Para el momento siguiente ambos se hallaban desnudos, empujando su cuerpo contra el impropio en un ritmo agitado aunque controlado y gimiendo entre ósculos. Jimin rodeaba a su amada entre sus brazos, recorriendo su silueta con ambrosía, tal y como lo hacía ella, sin embargo, algo no andaba bien: la piel de su querida estaba fría y sus besos eran agrios. Con un último chasquido de parte de sus humectados belfos se hizo un poco hacia atrás, entonces ella tomó posesión de su cuello.
―Ha-Hana... para... Debemos parar.
―No quiero ―susurró contra su rostro, apretando su cabello entre sus dedos y moviendo su cadera para que continuara poseyéndola.
Jimin suspiró, perdido en su hedonismo. La chica empujó su cuerpo, aplacándolo sobre el suelo helado.
―Hana... hay que parar...
Un choque estrepitoso se escuchó a continuación. Su mejilla dolió, mas no movió su cuerpo. Estaba claro que algo no andaba bien. Con ese picor en su rostro Jimin entreabrió sus ojos, encontrando solo oscuridad, aunque nada era más oscuro que el ente que se hallaba sobre él, con esos diminutos y penetrantes puntos blancos que tenía por ojos. Mismo que se apoderaba de él, lo plagaba de miedo e intranquilidad.
El peso aprisionaba sus pulmones, dificultándole la tarea de respirar, hasta el punto en que retuvo el aire y con un jadeo liberado su esencia se desprendió de su sexo. Por supuesto que las imágenes habían sido sugestión de su sueño, pero su realidad, era un infierno peor. Fan Bing-bing se sintió hecha, mas no complacida. "Su pequeño" la había llamado Hana. No pretendía que dijera su nombre ni mucho menos, pero... ¿Hana? Era inaudito.
Se quitó de encima y lo observó con reconcomio. Siempre detenía sus ojos en él por un rato, acariciaba su piel suave y lo magreaba por morbo, para su satisfacción personal. Porque era suyo. No importaba a cuantas personas lo postrara por un inmódico precio. Su voluntad le pertenecía, lo doblegaba y la obedecía. Después, bastaba con manipular su realidad como siempre, para dejarlo perdido en su ignorancia. Era suyo. Más suyo que de nadie más. Empero... estaba molesta ahora, por la presencia de ese fantasma del pasado irrumpiendo su acto pecaminoso. Jimin dormía profundamente, con su movilidad más libre y el cuerpo más suelto. Fan lo observó mientras se fumaba un cigarrillo. En la siguiente calada sostuvo la varilla de porcelana entre sus dedos. La miró y quitó el tabaco para dar una inhalación más tosca.
―Mocoso atrevido ―masculló, exhalando el humo hacia un lado, sin despegar sus pupilas de él.
Miró el cilindro en su mano y luego a Jimin. Quería castigarlo. Apretó la colilla entre sus delgados dedos y regresó sus ojos hacia él, acarició su pelo, dejando al descubierto el espacio detrás de su oreja. Dio otra calada y con la brasa quemando el cilindro lo enterró, aunque no fue sobre su piel, no. Lo arrugó con furia contra el cenicero sobre el buró junto a la cama y sonrió de lado, emocionada ante la tarea de sobar sus cabellos.
Se había sorprendido cuando la llamó repentinamente por la tarde, diciéndole que necesitaba platicar con ella. Mayor aún fue su estupor cuando le dijo que dejaría de asistir a las sesiones de los viernes por un tiempo, para cambiar su rutina un poco y que no debía preocuparse. ¿Qué no debía preocuparse? ¡Qué ocurrencia! Desde que era un adolescente rebelde no se había enojado tanto con él. No había cosa que detestara más que perder su dominio para con Jimin.
En ese momento, mostró esa sonrisa tan amable que bajaría la guardia de cualquiera y con calma se dirigió a la cocina con la excusa de ofrecerle un aperitivo. Él no se hallaba entusiasmado ante la idea; quería marcharse pronto en realidad, mas ella insistió. Sin embargo, con una expresión de repulsión tomó una jeringa e inyectó todo el contenido de una sola vez en una manzana roja y dulce y se la ofreció.
―N-no, gracias...
―¿Vas a rechazarme? ―le dijo, mostrando una expresión de tristeza.
Jimin, bueno e inocente ante sus intenciones, no se atrevió a darle una negativa. Además, era su bocadillo favorito, el que le daba su mamá; nunca podría rechazarlo, por lo que tomó la manzana que, aunque con algo de titubeo, se llevó a la boca. Nada más morderla el líquido en su interior se esparció, embadurnó sus labios y dejó varias gotas en el piso.
La fruta se resbaló de sus manos y masticó lento el bocado; su sabor era ácido, amargo y la textura arenosa. ¿Qué estaba comiendo en realidad?, se preguntaba.
―No te atrevas a escupirlo, Jiminnie. Es de mala educación.
El chico sintió un fuerte dolor en su pecho, que acrecentaba la idea de querer llorar, pero no lo hizo. Tragó aquel trozo ya con su visión distorsionada. Pronto sus pupilas se fueron hasta arriba y sus ojos quedaron casi blancos. Cuando su cabeza tocó el piso ya estaba inconsciente.
―No puedes dejarme, Jiminnie. No vas a dejarme ―dijo, y mordió con rabia otra manzana que sostenía en su mano.
Como pudo, Bing-bing lo tomó por los brazos y lo arrastró hasta el sofá en la sala, donde acomodó su cuerpo, descansó sus manos sobre su abdomen y limpió su boca muy bien.
Poco después, a la casa arribó una mujer de mediana edad, muy elegante, de silueta esbelta, amiga y clienta de la señorita Fan. Al recibirla, la mujer recibió su abrigo con cortesía y los ojos de la recién llegada se agrandaron al encontrarse con el muchacho de cabello rubio que con tanta paz dormía en aquel sofá estilo victoriano y edredón en tono vino.
―Por Dios, Bing-bing... ―Se llevó las manos a sus mejillas levemente ruborizadas―, es más hermoso de lo que me mostraste en las fotografías ―dijo, adosando su mano y acariciando con un tacto gentil su cabello.
―Lo sé ―dijo la anfitriona, caminando a su lado. Se detuvo detrás del sillón, cruzó sus brazos sobre el respaldo y sobre ellos reposó su cabeza.
»Mi Jimin siempre ha sido un chico hermoso. Apenas tiene veinticuatro años; en unos meses cumplirá sus veinticinco. Dicen que luego de los veinticinco el humano pierde parte de su masa muscular, así como su atractivo. Pero la verdad dudo que eso vaya a pasarle a mi niño. ―Estiró el brazo y rozó su mejilla con sus dedos―. Se mantendrá por siempre hermoso.
Con un carraspeo de parte de su impaciente invitada, la mujer se enderezó y mostró una sonrisa petulante. Contó el dinero que le fue entregado y asintió con aprobación, entonces llamó a Jason por medio de su teléfono celular, ya que el hombre montaba guardia en el exterior. Cargó a Jimin en brazos y lo llevó escaleras arriba.
―¿Cuánto tiempo me darás?
―Bueno, teniendo en cuenta que lo cedé hace unos treinta minutos, puedo concederte unos cuarenta con él, cuarenta y cinco como mucho. Pero descuida, tocaré a la puerta cuando se haya cumplido el plazo.
La mujer convino aquello con un movimiento de su cabeza y se dispuso a marchar, pero el agarre brusco y repentino de Bing-bing la cohibió.
―Conoces las reglas. Puedes hacer lo que quieras, pero nada de marcas, rasguños o mordidas. Y usa anticonceptivos, no quiero sorpresitas, ni que le pegues ningún virus.
La receptora la miró con desdén y de un tosco tirón liberó su brazo.
―Me has hecho presentar estudios médicos para poder ponerle las manos encima, cosa que he hecho. ¿Por qué no los revisas de nuevo mientras me revuelco un rato con ese niño bonito?
Subió una ceja con lisura y del mismo modo le dio vuelta el rostro, blandiendo su larga cabellera. Con pasos refinados y un movimiento imponente de caderas subió los escalones ante la penetrante mirada de Bing-bing. Parte de ella detestaba la idea de compartir a Jimin, sin embargo, su desasosiego se calmaba en cuanto veía el fajo de billetes en sus manos. Volvió la vista hacia la escalera, cuyos peldaños rechinaban ante el peso de Jason.
―Creí que recibiría personas los viernes.
―Le prometí una cita hace tiempo. Me estaba volviendo loca ―explicó, dando una vuelta a sus pupilas con hastío―. ¿Cómo está todo ahí afuera?
―He vuelto a ver el coche del que me habló a distancia. Solo aparcó por unos minutos y luego se puso en marcha.
―Maldición. ¿Crees que me haya localizado?
―Es difícil saberlo todavía, señorita Fan.
―Maldita sea. ―Se llevó una mano al rostro y apretó los párpados―. Maldito Ji-hoon. Nunca debí dejar que probara a Jimin, ese lunático.
―No es como si hubiera podido evitarlo, señorita. Recuerde que en ese entonces usted estaba sola con el chico.
―Sí, tienes razón. Pero aun así, no pienso dárselo.
―Dudo que hayan dado con su locación, mi lady. Por lo que me ha contado, si una organización de ese calibre ya nos hubiera encontrado, estaríamos en medio de una balacera, cuanto mucho muertos o forzados a huir.
―No ayudas, Jason.
―La franqueza es parte de mi trabajo, señorita. Puedo recomendarle contratar más seguridad.
―No tengo tanto dinero y no contrataré tampoco al primer idiota que vea. Además, el dinero que me proporciona Jimin lo emplearé para largarme de aquí con él. Estás invitado a venir si gustas, Jason.
―Siempre que usted me pague, señorita. La seguiré donde vaya.
La perversa mujer sonrió con satisfacción.
―Tengo una tarea adicional para ti: cuando esa zorra termine con Jimin quiero que tomes las llaves de su departamento y les hagas una copia.
―Entendido, señorita. ―Hizo una reverencia.
* * *
Jimin tenía el cuerpo extenuado en un áspero y frío suelo de concreto. Sus manos estaban esposadas detrás de su espalda, casi cortándole el paso de la sangre, lastimando y amoratando también su piel. Sus tobillos estaban apresados de la misma manera y una gruesa pañoleta actuaba como mordaza. Había desistido de luchar por cansancio así como por conminaciones de sus captores. Sus lágrimas surcaban por el puente de su nariz donde, en forma de gota salada e ingrata, caían al piso a la vez que esnifaba por la nariz repetidas veces.
Perdido en su miseria, no se dio cuenta que se encontraba solo en ese vasto espacio hasta que, en el silencio, oyó unos pasos acercarse a su persona con mucha rapidez. Era Hana, pero Jimin, lejos de alegrarse, se deshizo en llanto, hipando varias veces con un dolor agudo en el pecho que no le permitía respirar con propiedad, mientras apretaba los párpados y hundía su cara contra ese pavimento. Con un rostro triste, la chica se apoyó con sus rodillas sucias primero; sus manos también se hallaban esposadas y maltratadas, pero se las había arreglado para trasladar sus extremidades hacia el frente, así se arrimó y desató ese pañuelo que rodeaba su quijada, luego lo ayudó a enderezarse, dejándolo de rodillas frente a ella.
―Co... rre... ―alcanzó a articular él, preso de un bruxismo involuntario y avasallante.
La chica tocó su cara con su mano y, compartiendo sus lágrimas, meneó la cabeza dándole una negativa.
―Te voy a sacar de aquí... y vas a ser libre. Pero tendré que hacer algo muy malo.
―Hana...
Sin poder ser capaz de decir una palabra más, la muchacha tuvo un espasmo ahí mismo y las lágrimas destilaron como una fina cascada. No contaba con mucho tiempo, por lo que inspiró profundo y sonoro, apretó el pañuelo todavía en su mano y lo colocó sobre el rostro de su novio, de su amor, cubriendo sus ojos.
―¿Qué... haces? ―cuestionó, con tan solo un hilo de voz.
―Ya has tenido que ver demasiada mierda. No quiero que tus ojitos se ensucien más con toda esta porquería.
―Hana, ¿qué vas a...?
Y antes de poder decir más, su novia lo tomó por el rostro y plantó un beso en su frente, uno tierno y lleno de amor, como si estuviese ofreciéndole lo último de su voluntad, su vitalidad y fuerza, dejándolo todo para él nada más. Un beso que no quería terminar pues no quería desprenderse de él por nada, pero ya que Jimin era su fuerza más grande se obligó a hacerlo.
―Perdón, amor... ―murmuró, acariciando su piel con sus belfos―. Te quería solo para mí. Quería que mi futuro tuviera tu nombre... pero lo arruiné.
―Hana, no...
―Te amo, Jimin. Serás siempre mi todo.
Dejó un último beso en su frente, ya que no se sintió merecedora de sus labios y se retiró en ruta a un acto suicida. Con el corazón destrozado a más no poder y sintiéndose morir, Jimin no dejó de humedecer su rostro con sus lágrimas, que pronto mojaron la tela sobre sus ojos. Aclamó por su chica, pero ella no regresó; se esforzó por liberarse, pero no lo consiguió. Todo lo que obtuvieron sus tímpanos en los minutos siguientes fueron gritos, golpes, disparos que lo crisparon en su sitio y le erizaron la piel.
* * *
Con la llegada de los rayos del sol atravesando el cristal de la ventana del cuarto y el insistente canturreo de las aves, Jimin abrió paulatinamente los ojos, sin poder recordar ni un ápice de aquella remembranza que lo visitó en sus sueños más profundos. Le tomó unos segundos discernir que se encontraba en su vieja recámara con esas sábanas índigo y que olían a frutos cítricos.
―Me cago en mi maldita existencia ―gruñó, con la voz demasiado ronca, en tanto se pasaba una mano por el rostro y cabello.
Se removió un poco entre las sábanas y al girar su cuerpo, al otro extremo, se encontró con Fan Bing-bing. Estaba dormida en un sillón individual a unos metros de la cama y con un libro entre sus manos. Jimin por poco grita del susto, por lo que se llevó una mano a la boca. Vio una pequeña bandeja sobre el buró junto a la cama con dos tazas de té vacías, lo que lo llevó a pensar que ella había cuidado de él toda la noche y eso lo hizo sentir muy mal: no quería ser una carga, mucho menos una molestia.
Le dio la espalda y apartó un poco las cobijas, aunque al hallarse desnudo bajo estas volvió a cubrirse de inmediato, rogando que la señorita a su espalda no despertase. Era un hábito suyo dormir sin absolutamente nada encima, lo sabía, pero había sido algo muy atrevido; no estaba en su casa después de todo. «No es mi casa», se repitió varias veces en su cabeza.
La silla donde estaba toda su ropa estaba muy lejos. Incluso si quisiera estirar una pierna y atrapar sus calzoncillos con el pie, no llegaría. No había manera de que saliera de esa cama como estaba, con su psicóloga ahí. Por lo que se acomodó sobre el colchón y cubrió muy bien su cuerpo, para luego hacer sonidos, pretendiendo despertarla, aunque solo lo hizo cuando empezó a llamarla cada vez un poco más audible.
―Jimin, cielo. ¿Cómo te sientes?
―Estoy bien, noona. ¿Te quedaste conmigo toda la noche? ¿Tan mal me puse?
―Estabas con una migraña muy fuerte y levantaste algo de fiebre, por eso quisiste quedarte sin ropa. Cuando por fin pudiste calmarte vine a verte y me pediste que te leyera un poco para poder conciliar el sueño.
―Y-ya veo... Qué pena. Lamento las molestias.
―Ninguna molestia, cariño. ―Sonrió, se puso de pie y se arrimó a darle una pequeña palmada sobre su mano, asomada por encima del cobertor―. Te dejaré para que puedas cambiarte. ―Amplió su sonrisa y se marchó.
Ni bien escuchó la puerta atrancarse, Jimin salió de la cama de un salto, yendo en primer lugar por su ropa interior y pantalones. Ahora se sentía mucho más a gusto, por lo que pudo colocarse su playera y chamarra con mayor tranquilidad. Al salir de la habitación, se miró al espejo del baño un momento y avanzó por el pasillo, posó su mano en el barandal al inicio de las escaleras pero se detuvo en seco antes de dar un paso más. Se asomó al piso inferior, y allí, al pie de los peldaños, divisó el cuerpo de un hombre desplomado.
―Pa...Papá... ―emitió gélido, viendo cómo el líquido rojo oscuro comenzaba a teñir la alfombra debajo.
Desvió sus pupilas y encontró el rostro lloroso de su madre, que lo miraba fijamente. La llamó con un suspiro que a duras penas fue percibido por sus propios oídos, retrocedió y su tobillo se dobló un poco al errarle al desnivel del escalón.
―¡Jimin!
Fan Bing-bing alcanzó a rodearlo con sus brazos, evitando que cayera. El chico miró abajo, luego a la mujer que lo sostenía. Se apartó abrumado de su tacto y se llevó una mano al rostro.
―Por poco te caes, ¿te sientes bien, cielo? Estás pálido.
―Sí. Yo... Estoy bien, solo... necesito irme... ―dijo, y tomó con más firmeza el barandal de las escaleras, bajando con prisa.
―Jimin, espera. ―Lo siguió.
En la planta baja, Fan alcanzó a agarrar su brazo, pero él reaccionó soltándose de manera brusca.
―L-lo siento... No era mi intención.
―Tranquilo, cariño. Tan solo quiero asegurarme de que estás bien para marcharte por tu cuenta. Estarás manejando después de todo.
―Descuida, noona. Estoy bien, solo... un poco cansado y con un leve dolor de cabeza ―dijo, apretando un poco el puente de su nariz con sus dedos.
―Entonces... ¿Te veo el viernes... para nuestra sesión?
Y ante sus palabras, Jimin realzó el rostro y le dedicó la mirada, quedándose ensimismado.
―¿Nos vemos el viernes, Jimin? ―insistió, sosteniéndole la mirada, como si pretendiera hipnotizarlo.
―Ss... Sí... El viernes. Sí.
La mujer sonrió y se acercó para rodearlo con sus brazos. Con una sonrisa maliciosa que él no lograría ver, acarició y olfateó su cabello, regocijándose con el perfume, pues era del champú de su baño. Así debía ser: ella hablaba y él obedecía como el buen chico que era.
Jimin se sintió extraño. Dio una suave palmada contra la espalda de la mujer y se separó de ella. Se aseguró de tener sus pertenencias con él y sin más cruzó el umbral.
En su ruta de regreso, se comunicó con Taehyung y prácticamente le rogó que se vieran a la hora del almuerzo. No entendía por qué, pero tenía un pico de ansiedad muy grande de repente y no quería estar solo. Su mejor amigo pudo percatarse de ello con solo escucharlo hablar acelerado. Se excusó con Nayeon y salió con su coche. Cuando arribó al café donde se encontrarían, su amigo estaba fumando un cigarrillo en la esquina del local, deambulando inquieto en el espacio. Al verlo acercándose arrojó el cilindro al suelo, lo pisó y lo estrechó entre sus brazos. Taehyung notó que su respiración no se acompasaba.
―Estoy bien, solo... Empecé a sentirme así de repente, yo...
―Vamos adentro para que te sientes y te calmes. Comeremos algo y si no te sientes mejor te llevo al hospital ―dijo, sosteniéndolo. Su amigo asintió débilmente.
Después de probar bocado e hidratarse, la piel de Jimin tomó más color y se mostró más desinhibido, por lo que empezó a platicar.
―Así que recordaste algo de ese día...
―Fue fugaz, pero aun así... ―dijo, sobándose la frente con los ojos cerrados.
―Jimin, no creo que seguir visitando tu antigua casa te haga bien. ¿No puedes ver a tu psicóloga en otro lugar?
―Ya te lo dije, quiero privacidad...
―Lo sé, lo entiendo. Pero acudir a tu casa no te hace bien. Me dices que sientes malestar a tal punto que terminas pasando la noche en tu vieja alcoba.
―Tal vez aún no estoy listo para dejar ir mi hogar.
―Yo sé... pero hacer eso no te ayudará. Mírate, estuviste al borde de un ataque de pánico hace un rato.
―Sí... tienes razón. Tengo pensado suspender mis sesiones por un tiempo...
―¿Qué? Suena un poco extremo, ¿no crees? Dudo que sea buena idea.
―Solo será por un tiempo. Quiero probar hacer algo diferente, ver qué resultados me trae.
―Entiendo... Cosas diferentes... ¿Con Jacqueline?
Ante su comentario Jimin se llevó una mano al rostro y rio por lo bajo.
―No debí contarte. ―Meneó la cabeza.
―Tonterías, claro que debiste. Soy tu mejor amigo. ―Sonrió―. Jackie es linda, y muy dulce.
―Sí. Sí lo es... ―repiqueteó con sus dedos sobre la mesa.
―¿Pero...? ―escrutó.
―No quiero que salga lastimada.
―¿Por qué crees eso?
―Porque... ―miró fijo un punto bajo, y a su mente vino la imagen de su padre tendido en el suelo, luego la de su madre. Frunció el ceño con angustia y juntó sus manos sobre la mesa, apretándolas―, parece que todo lo que toco lo destruyo. ¿Y si... la destruyo a ella también? ―subió despacio sus pupilas a las opuestas.
El referido lo observó también, con sus ojos entristecidos y encerrados en su mirada preocupada; le dolía que se sintiera así.
―No lo harás.
―Pareces estar muy seguro.
―Lo estoy. Tú también eres lindo y dulce como ella ―lo reconfortó, causando que resoplara con una sonrisa―. ¿De verdad estarás bien? ―preguntó, invadiendo su semblante en angustia otra vez.
―Sí, yo... Iré a ver a mi kinesiólogo por mi mano y luego iré a casa, descansaré y me distraeré con... lo que sea.
―Cierto. No puedes hacer actividad física, eso incluye poses sexuales.
―Eso es lo que tú crees, amiguito.
―Lo que tu digas, "Casanova". ―Se levantó de su asiento.
―¿A dónde vas? Tenemos que pagar.
―Ya pagué yo hace unos minutos que vino la camarera.
Incluso con esa aclaración breve, Jimin se quedó estupefacto.
―Cielos... ¿De verdad podré volver a mi trabajo tranquilo?
―Me tocará invitarte a comer yo en otra ocasión ―dijo, poniéndose de pie.
―Más te vale ―remató. Estiró su brazo hasta su hombro, dándole una suave palmada, y ambos dejaron el lugar.
De nueva cuenta en su departamento, luego de visitar a su médico, Jimin se dedicó a desobedecerlo un poquito: hizo espacio en la sala y se puso a bailar al son de la música proveniente del estéreo. Utilizó más las piernas, acompañó con la cadera, tronco, cuello y movió con suma gentileza los brazos. No sintió dolor o molestia; con mucha suerte podría liberarse del inmovilizador en unos pocos días.
Tras salir de la ducha, dándose el lujo de pasearse desnudo por la casa, oyó su teléfono vibrar sobre la mesa en la sala. Apartó la toalla y dio un leve sacudón a su cabeza. Los constantes mensajes de Mi-suk se acumulaban. Ya le había aclarado que lo que pasó la última vez que se vieron estaba zanjado, aunque no tenía ánimos de platicar con ella o verla. Por otro lado, un mensaje de Roseanne cautivó su atención. Mencionó que extrañaba verlo en la empresa y preguntó si le gustaría ir a su casa para divertirse un rato, a lo que accedió, y tras prepararse partió para verse con ella.
Tal y como se lo había dicho su mejor amigo, a quien le dedicó unos cuantos improperios con cariño, su muñeca lesionada le dolió durante y después de intimar, pero pudo tolerarlo.
En esa misma semana, Jimin se apareció por la editorial a monitorear sectores, mercadería entrante, proveedores, cantidades y presupuesto. Vestía un fino traje negro que contrastaba con su camisa roja debajo. Se había ocupado además de su cabello, luciendo su rubio más radiante. Su presencia era magistral como de costumbre, como a él tanto le gustaba lucir.
Fue sorprendido firmando unos documentos cuando llamaron a su puerta. Cedido el paso, Jacqueline cruzó la entrada con una gran sonrisa. Depositó la taza de té junto a un plato con una manzana trozada a un lado.
―Cuidado con el té, señor Park. Está muy caliente.
―Jackie, puedes llamarme por mi nombre.
―P-pero... Estamos en el trabajo y...
―No hay ningún chismoso aquí.
―Está bien... Jimin ―se animó a decir y se llevó las manos a la cara después, causando que él resoplara una risilla por lo bajo―. ¿Cómo está tu mano?
―Bien. La semana que viene ya podré librarme de esta porquería ―se refirió al cabestrillo elástico que se asomaba debajo de su manga.
―Qué bueno. ―Sonrió con calidez.
Jimin procuró continuar con el papeleo, pero no pudo evitar sentir que era observado, por lo que levantó la cabeza y preguntó:
―¿Se te ofrece algo más?
―¡N-no, no!
―Bueno, retíra...
―De hecho sí.
―¡Habla entonces, no te me quedes mirándome! Eso me pone de los nervios.
―L-lo siento. Solo quería... mostrarle... ―hizo una pausa, apretó los párpados y meneó la cabeza para corregirse―, mostrarte algo que me dieron en la calle ―dijo, y del bolsillo de su falda sacó un papel rosa.
Jimin no pudo evitar tensarse al verlo, aunque consiguió calmarse en cuanto la chica lo desplegó. Era un panfleto; se lo entregó.
―¿Una feria?
―¡Sí! Pensaba que tal vez... podríamos ir, si quieres.
―Claro, suena bien ―le devolvió el papel―. ¿Cuándo es?
―Ese es el problema ―apretó los dientes―. Solo está los viernes por la noche.
―¿Y eso qué tiene de...?
Se cortó al recordar la sesión con su psicóloga. ¿No le había dicho ya que las suspendería por el momento? No recordaba.
―No hay problema. Vayamos.
―¿Estás seguro? No sé si sea bueno que canceles tu sesión...
―No te preocupes por eso, yo me ocupo. Prefiero salir al exterior que desahogar mis penas en cuatro paredes. Se lo diré a la señorita Fan y entenderá.
―P-pero...
―Y si no lo entiende será problema suyo.
―¿Se-seguro?
―Que sí, Jackie. Pierde cuidado ―aseguró con una sonrisa, y le insistió para que tomara la hoja, cosa que hizo―. De lo que deberías preocuparte es de tus padres. La feria es por la tarde-noche y por lo que me has contado tienes "toque de queda".
―Inventaré algo.
―Chica pecadora. Tal vez te he mal influenciado.
―¡Que no! ―exclamó, empuñando sus manos y dejando ver sus mejillas ruborizadas.
―Solo... no te metas en problemas, ¿de acuerdo? ―le dijo con una mueca en su cara.
―No lo haré. Soy una buena chica.
La semana siguió su curso. Park respetó mejor las indicaciones de su doctor para con su muñeca lesionada, aunque no dejó de bailar; no toleraba la idea de no tener el cuerpo activo. Asimismo, el paso de las horas, lentas y tortuosas, no ayudaba, por lo que la necesidad de liberar adrenalina era mayor.
El viernes por fin llegó. Eran exactamente las siete de la tarde, y el cielo se apreciaba anaranjado ante el crepúsculo. Jimin estaba frente al espejo de su dormitorio, acomodaba el cuello de su chaqueta negra con tranquilidad cuando escuchó su teléfono, que descansaba sobre la cama a su espalda. Terminó de acomodar su prenda y se giró a tomarlo. Un muy pequeño frío le subió por la espalda cuando vio que era un mensaje de su psicóloga: «Jimin, ¿estás bien? Estás retrasado. ¿Acaso no vendrás a la cita de hoy?». El aludido tragó en seco, aunque fue rápido para teclear una respuesta clara y convincente: «No iré, noona. Lo lamento, creí que te había dicho antes, pero no acudiré a las sesiones por un tiempo. Me siento bien, no te preocupes». Envió el mensaje y suspiró, inflando sus mofletes y pasándose las manos por el cabello, agobiado de repente. Cerró los ojos y respiró profundo. Su celular vibró de nuevo y, sin mucho ánimo, lo agarró, aunque se le renovó su tranquilidad al ver que se trataba de Jacqueline. Ya le había dado la dirección donde la feria se llevaría a cabo, por lo que solo le informó que estaba en la casa de Dahyun. Continuó por escrito preguntando si le parecía bien que se vieran allá, mas Jimin, luego de mirar el cielo azulado y oscurecido por el gran ventanal de su habitación, le pidió que le enviara la dirección de Kim; él pasaría a recogerla. Después de un pequeño pleito entre mensajes con bastantes exclamaciones, la muchacha accedió y le proporcionó su ubicación a tiempo real.
Una vez que llegó a destino, la chica aguardaba en la entrada con su amiga. Esta vez llevaba puesto un fino vestido rosa salmón con falda doble, adquisición de su compañera, misma que se le acercó a saludar para luego pedir que cuidara bien de su mejor amiga.
―Tranquila, Kim. La traeré de vuelta sana y salva ―le dijo con una sonrisa amable.
Dicho aquello ambos partieron. Abrieron las ventanillas y dejaron entrar a la fina brisa cálida que el movimiento del vehículo provocaba. De tanto en tanto, Jimin desviaba sus ojos y observaba a su acompañante asomar la cabeza fuera de la ventanilla, con los ojos cerrados y dejando que su cabellera, ya bastante larga, ondeara con el viento. Ella interceptó su mirada y sonrió; él devolvió la mueca.
Estacionó el coche en una de las calles a sugerencia de ella, pues el muchacho no estaba para nada convencido, hasta que notó la presencia de varios guardias de seguridad esparcidos de manera esporádica en algunas esquinas, motivo por el cual accedió a aparcarlo allí, entre el montón. Al bajar, compartió un gesto sumamente discreto con Min-jae, mientras que Jacqueline con una gran sonrisa agitó su mano para saludarlo. Alguien parecía no entender el significado de "disimular".
El resto del camino fue guiado por ella. Las luces del gran arco en la entrada destellaron frente a ellos, y al cruzar aquel umbral Jimin pudo haberle jurado a cualquiera que se había adentrado en otra dimensión. Como un niño pequeño mantuvo sus ojos bien abiertos y curiosos en cada detalle, cada rincón.
―¡Jimin! ―lo llamó su compañera, trayendo sus pies de nuevo a tierra―. Allá hay unos puestos de comida, muero de hambre, ¿tú no?
―Sí. Pero hay mucha gente, deberíamos...
―Entonces toma mi mano, así no nos separaremos entre la multitud.
Jacqueline no solo tomó su mano de repente, sino que entrelazó sus dedos para un agarre más afianzado. Aquello fue hecho sin pensar, como un simple acto reflejo, algo que haría con cualquier amigo. Jimin, lejos de incomodarse, simplemente se dejó llevar. Su tacto era agradable y cálido, no sentía malicia o apropiación alguna, mucho menos cuando empezaron a desplazarse, cuando ella giraba su rostro hacia él con una sonrisa e indicaba el lugar al que sugería acercarse.
En lo alto, sobre sus cabezas, había una cortina infinita de luces pequeñas en todo lo extenso del camino donde se situaban los puestos de comida y regalería. La música también resonaba por todo el sitio, por medio de los numerosos parlantes en lo alto. Jimin se conmocionó al escuchar esa voz familiar, era Jung-kook.
―Sí, la canción se llama Wings; Jeon Jung-kook canta. ¿Ya la habías oído?
El aludido movió la cabeza dando una negativa. Nunca había siquiera indagado en la música de alguien a quien pretendía llamar amigo, aunque sea para brindarle algo de apoyo o un simple elogio. Eso lo deprimió.
―Jimin, ¿estás bien?
―S-sí... Todo bien.
Jacqueline continuó dirigiendo los pasos de ambos; Jimin pareció animarse al poco tiempo. Después de degustar diferentes bocadillos de los puestos, presenciaron algunos de los espectáculos de artistas callejeros, desfiles con exóticos bailes y un pequeño espectáculo de circo, aunque se retiraron antes de tiempo: ninguno sintió mucha tolerancia hacia la presencia y maquillaje tan imponente de esos payasos.
Más tarde, se adentraron en la sección de juegos. Allí, probaron su suerte en algunos de azar y se aventuraron en una montaña rusa que se alzaba a lo lejos. Cuando bajaron, agitados, Jimin se quitó su chaqueta y se la ató a la cintura, mientras que Jackie mantenía sus manos sobre su vientre.
―¿Se te revolvió el estómago?
―Un poquito nada más ―dijo, y levantó la vista―. Uy, algodón de azúcar, ¡vamos, quiero uno! ―exclamó, atrapando su brazo en el acto y llevándoselo junto con ella, mientras él reía.
Después de conseguir su preciada golosina y su compañero una manzana acaramelada, se acercaron al barandal del puente, observaron el mar bajo ellos y se dejaron envolver por la fresca brisa, lo que llevó a Jimin a colocarse de nuevo su chaqueta.
―¡Hacía mucho que no comía uno de estos! ¿Quieres un poco?
―No, gracias ―dijo él, dándole el último mordisco a su manzana y quedándose con el palillo de madera entre los dientes.
―Te gustan mucho las manzanas, ¿eh? No serás un shinigami, ¿verdad? ―bromeó, arqueando una ceja.
Jimin bufó con una sonrisa. Sus repentinos y descabellados desplantes solían ser tan ridículos que se volvían hilarantes.
―¿Tengo pinta de ser uno?
―La verdad no. Tú tienes pinta de... ―lo miró de arriba abajo―, buen chico. Buen chico "flirtero".
―Otra vez con eso... ―Dejó escapar una risa nasal.
―Oye, tú me molestas con la religión, yo te molestaré un poco también.
―Me parece justo ―convino, esbozando una sonrisa y se acercó a un cesto de basura para deshacerse del palillo. Volvió hasta su compañera, pisó uno de los tubos del barandal y apoyó sus brazos en la parte superior, admirando el paisaje nocturno.
»Estaba... muy entusiasmado por venir aquí. Nunca he pisado una feria así en mi vida. Es muy agradable.
―¿Nunca, Jimin? Cielos... Yo creí que la gente adinerada surcaba mar, cielo y tierra ―dijo, incorporándose a su lado y observó también el panorama.
―Mi padre siempre nos llevaba al extranjero, según él para "conocer el mundo"... hasta que mi hermano enfermó.
―Oh... Lamento oír eso ―dijo, y llevó de manera maquinal su mano sobre su hombro para brindarle algo de confort.
Él miró su mano y sintió como frotaba con suavidad sobre su ropa.
―¡L-lo siento! ―apartó rápido su mano―. Sé que no te gusta eso.
―Si te soy sincero... Si viene de ti no me molesta.
Su tono fue tan calmo y honesto, y su mirada tan profunda y directa, que ella no pudo sostenerle la conexión visual por mucho tiempo; se avergonzaba, por lo que se aclaró la garganta y giró todo el cuerpo en dirección contraria al puente. Fue entonces que sus ojos encontraron un puesto donde había infinidad de muñecos y osos de peluche.
―Oh, ¡oh! Jimin ―palmeó su brazo haciendo que se volteara―. Acompáñame a conseguir un osito de peluche.
―¿Un peluche? ―Enarcó una ceja.
―¡Vamos! ―insistió, y con una carcajada lo tomó de la mano y se lo llevó con ella.
Era un desafío sencillo, consistía encestar la pelota en los tres aros de básquet colocados a una altura media. Solo había una chance y si lo hacía sin fallar ganaría cualquiera de los peluches que guindaban en el puesto. Jackie aceptó y le pagó al hombre detrás del mostrador.
―Perfecto. Sostén mi algodón de azúcar ―dijo, extendiendo su brazo hacia Jimin, que estaba a su lado.
―Jackie, apenas hay nieve azucarada en ese palillo. Tíralo.
―No, no. Si me frustro comeré lo que le quede. Me llevaré ese osito color chocolate con patitas rosadas y un corazón en la pancita. ―Plantó su palma sobre la mesa, decidida.
Jimin cerró los ojos y rio, accediendo y sosteniéndole esa pobre golosina casi consumida. Jacqueline hizo sus tres lanzamientos pero no consiguió acertar ni uno, por lo que dirigió una mirada triste con sus labios abultados hacia su compañero, quien apretó los párpados y rio en silencio. Ella tomó su palillo con apenas un poco de algodón de azúcar; lo necesitaba. No obstante, el dueño del puesto le dio un pequeño llavero; eso otorgaba por el intento fallido.
―Inténtalo, Jimin.
―Está bien ―dijo, abriéndose paso y realizando el pago―. Observa y aprende ―agregó, con la vista al frente.
Falló los primeros dos lanzamientos, quedándose solo con un acierto en el último.
―Estoy mirando pero no aprendo nada nuevo ―lo molestó, haciendo que la mirara de reojo y ella sonriera con picardía.
Sin ánimos de dejarlo así por nada, Jimin alzó su dedo y solicitó otra ronda de tiros. Se lo tomó con una seriedad y concentración mayores esta vez, obteniendo tres encestadas limpias.
―Bien Jackie, ¿qué aprendimos hoy?
―¿Qué eres orgulloso?
Él frunció los labios, evitando sonreír; ella hizo lo mismo aunque sin mucho éxito.
―Adelante, elige el muñeco que más te guste ―le dijo el dueño a Jimin.
Paseó sus ojos de un extremo a otro. Había serpientes, ranas, lagartijas, koalas, conejos, entre muchos otros; todos casi del mismo tamaño, aunque con diversas combinaciones de colores. No obstante, él fijó sus ojos en uno de los ositos en el fondo, lo señaló y el señor se lo entregó. Jimin lo miró, lo apretó un poco entre sus manos y sonrió de lado.
―Toma ―le dijo a Jacqueline y la miró, manteniendo esa mueca discreta en sus labios.
La referida abrió los ojos de par en par y por poco se ahoga con ese último bocado de azúcar. Era ese osito color chocolate, con el corazón en la panza que quería.
―¿Para mí? ―Le sostuvo la mirada, con su rostro tomando color.
Jimin asintió y amplió su mohín. Enternecida por su gesto ella sonrió, entrecerrando sus ojos y estrechó el peluche contra su pecho.
―Gracias ―dijo, cándida.
―Cuídalo bien. Me han dicho que los ositos de peluche son un regalo personal, que generan un vínculo especial y son menos fáciles de olvidar.
Jacqueline sonrió más ampliamente ante sus palabras, pues las recordaba muy bien.
―Sí, supongo que en este último tiempo nos hemos vuelto más cercanos y buenos amigos.
―Estoy de acuerdo. ―Sonrió.
―En ese caso, yo te doy el llavero ―dijo, extendiéndolo hacia él.
―¿Qué se supone que es? ―Lo aceptó.
―¡Es un perrito! Es de color blanco, envuelto en un trajecito amarillo, ¡y mira!, se le ve su lengüita. ―Señaló con su dedo.
―Qué raro.
―Se parece a ti, mira qué cachetoncito es.
―No se parece en nada a mí.
―¿Tienes unas llaves?
―Las de mi auto ―dijo, sacándolas de su bolsillo.
―Permíteme. ―Las tomó y con gran facilidad añadió el llavero al pequeño engranaje y se lo devolvió después.
Miró su reloj de muñeca. Eran las diez y treinta. Jimin preguntó si quería regresar a lo que ella negó con la cabeza. La estaba pasando muy a gusto en ese lugar, en su compañía. Podía ver que él estaba tomando un merecido respiro, pero lo cierto es que ella también lo necesitaba. Era viernes y había dejado dicho a sus padres que se quedaría a dormir en la casa de su amiga, por lo que no habría de qué preocuparse.
Dieron un par de vueltas más, degustaron algún que otro bocadillo dulce, curiosearon los puestos y juegos, y ya alrededor de las once y treinta abandonaron la feria.
―Wow, ¡wow! Nunca había estado fuera de casa tan tarde. Me siento una rebelde.
Ante su comentario Jimin rio. La corrigió y la llamó criminal, a lo que ella se sorprendió y se angustió, lo que provocó una carcajada en él.
―Era una broma, Jackie ―dijo entre risas―. Tienes que aprender a captar las burlas...
―Te gusta molestarme, eso me irrita la cara.
―También tienes que aprender a insultar.
―¿Por qué querría insultarte?
―No se trata de insultarme, solo maldecir. Tienes que poder drenar la frustración.
Jacqueline pretendió responder, pero en el silencio que los rodeaba ahora que caminaban solitarios por la vereda, pudo escuchar su teléfono vibrar. Detuvo el paso y observó la pantalla. Su hermano la estaba llamando y casi le da un paro cuando vio la cantidad de llamadas perdidas de él y su madre. Tragó en seco y, pálida, respondió.
―Sis! Where the hell are you?! (¡Hermana! ¡¿Dónde demonios estás?!)
―Calm down, Felix. What happened? (Cálmate, Felix. ¿Qué pasó?)
En tanto su hermano la informaba de la presente situación los ojos de la muchacha se abrían cada vez más con una interna agitación, y el corazón le bombeaba como un loco. Cortó la llamada con un suspiro casi ahogado.
―¿Todo en orden?
―M-mi madre... Se dio cuenta de que no estaba en la casa de Dahyun y está como loca, esperándome con mi padre allá.
―Oh, Jackie... Démonos prisa entonces. Te llevaré...
―No, no. Me iré en un taxi.
―¡De ninguna manera!
―Por favor... ―Apoyó sus manos sobre su pecho, pidiendo clemencia con la mirada―. Ya sabes cómo son mis padres... No quiero que vuelvan a ser groseros contigo. Será mejor que yo me encargue, ¿sí?
―De acuerdo ―cedió, aunque poco convencido.
La chica interceptó un coche que circulaba por ahí, entonces lo solicitó y Jimin aguardó a su lado hasta que el vehículo aparcó contra el cordón. No tenía buena cara a lo que sabía que le esperaba con sus padres.
―Me voy ya.
―Si llegan a tocarte la cara, yo...
―Tranquilo. Estaré bien.
―Si tú lo dices...
La muchacha sonrió con calidez ante su sosiego y comprensión. Levantó sus talones para tomar más altura y así logró rodearlo con sus brazos de manera gentil alrededor de su cuello en un pequeño abrazo, que perduró menos que un suspiro, y dejó a su compañero más que solo estupefacto.
―Me divertí ―le dijo, con una sonrisa y el rostro enrojecido―, espero que tú también ―añadió, moviendo las patitas de su peluche y tras dar media vuelta corrió hacia el taxi.
Jimin no dijo nada más, tan solo se quedó allí, estático. No entendía nada y entendía todo. Lo ignoraba, sentía que debía hacerlo, pero... era algo tan diferente y el sentimiento se percibía como un recuerdo olvidado: ternura. Le había gustado.
No obstante, a una distancia no tan prudente como la de Min-jae, desde uno de los tantos vehículos alguien, una mujer, que llevaba un pañuelo de manera elegante cubriendo su cabello y unos anteojos oscuros, observaba a aquellos dos riendo en la distancia.
―Jimin... Así que es por esa chiquilla por quien me has cambiado, ¿eh? ―Repiqueteó sus uñas contra el tablero de su coche―. Parece que no has aprendido nada con Hana. Estos niños de hoy en día... No me dejas más opción que actuar con mano dura, cariño.
~ B i t t e r s w e e t ~
https://youtu.be/GrHHIMiqwjA
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¡Hola! Saludé hace un par de horas, pero no importa, la ducación es primero(?).
Capítulo extra de esta semana a pedido de una lectora recurrente @LizbetDiaz1 ¡Gracias! Y gracias a todos por brindarle apoyo a la historia. ¡Se aprecia mil! Sí, soy reiterativa, pero no me gusta tampoco parecer desagradecida.
No encontré la canción con subtítulos en español :') pero intuyo que más de uno por acá sabe inglés. Básicamente habla de una obsesión.
Agárrense los pantalones(?) porque el próximo capítulo se viene fuertecito.
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