Capítulo 31: Liberación y condena
La mano adversa detuvo su avance justo antes de llegar al pliegue inguinal. De pronto, la llevó a los cabellos rubios del muchacho, agarró unas pocas hebras entre sus dedos y las dejó caer sobre la frente. Jimin temblaba; podía sentir esa mano impertinente proyectando una sombra sobre su rostro, incluso con los párpados juntos. Asimismo, pudo percibir el aire agitarse en el momento en que se levantó del banquillo, al igual que sus pasos, rodeándolo como una fiera silente a su presa. La goma de los guantes tocó su nuca y lo próximo que aconteció fue la nariz del individuo rozando la piel de su cuello e inhalando su perfume, cosa que lo llevó a gritar con los labios sellados como los tenía. Se había corrido la mascarilla un instante solo para eso. «Aléjate, aléjate...». Era todo lo que moraba en su mente.
De súbito, su miedo se volvió pavor: su secuestrador llevó sus manos a su rostro de repente.
―Eres tan hermoso... No puedo creer que te tenga aquí, tan cerca y tan a mi disposición. Soñé muchas veces con este momento. De verdad.
Estaba situado frente a él de nueva cuenta, con la mascarilla bien puesta y la voz completamente distorsionada. Con un gruñido lastimero el apresado meneó la cabeza de un lado a otro, pero no fue capaz de librarse de su agarre, pues su tacto se volvió rudo y también lo tomó por los cabellos, tirando un poco y obligándolo a mantener sus ojos en él.
―Usé cinta adhesiva para no tener que marcar tu bello rostro con una fea y apretada mordaza. ¿Entiendes?
Jimin apretó la cubierta de sus ojos y dio un asentimiento.
―¿De verdad entiendes lo que trato de decirte? ―preguntó, dejando que se notara el asombro en su voz.
El aludido repitió la acción y se contuvo para preservar la calma, acompasar su respiración y no entregarse al llanto ni al desespero absoluto. Su captor suavizó de manera considerable su tacto, mientras contemplaba su pecho, que se movía frenéticamente; esos ojos libidinosos se humectaban en la lujuria más sórdida. Desprendió el botón de su saco, lo que desencadenó una respuesta más abrupta en su respiración. Se sacudió, esperando que la mano del sujeto se apartara, pero lejos de eso, el maldito atrapó el nudo de su corbata y tiró de él, aflojándolo. Cuando desprendió la primera cuenta de la camisa y abrió el cuello, Jimin liberó un gruñido suplicante; su cuerpo estaba frío y húmedo por una capa de sudor, reflejo de su desespero acallado a la fuerza y su ineptitud maniatada por cadenas.
―No creas que nos quedaremos en este pequeño y triste recoveco, no ―dijo, paseando su dedo lentamente alrededor de su nuez de Adán―. Mereces un lugar más grande, más bonito y glamuroso, tal y como lo eres tú. Pero por favor, mírame siquiera, ¿sí?
El chico respiró profundo, haciendo un esfuerzo monumental por no sucumbir ahí mismo. Con el sudor que se empezaba a dejar ver en su rostro, le quitó tensión a sus párpados, los separó y estacionó sus pupilas contra las opuestas, entonces el malhechor arrimó su cara a la de él, invadiendo, desde luego, su espacio personal.
―Aunque lo malo es que tendré que dormirte de nuevo. Ahora, sé un buen chico y...
Poco antes de que pudiera terminar con sus delirios enfermizos, Jimin impulsó su cuerpo hacia delante y le propinó un duro cabezazo. Acto seguido, ágil como un rayo, reveló sus manos libres, habiéndose zafado de una de las esposas al deslizarla por el agujero, perdiendo más de un anillo en el proceso. Llevó sus puños hacia delante y los descargó contra la boca del estómago del abusivo, encestando dos golpes adyacentes que lo desestabilizaron. Aprovechó ese pequeño lapso para desamarrar sus pies. Ya con uno libre, observó al atacante acercándose y con agilidad, levantó la silla, separando la pata del amarre de su pie y lo golpeó con ella, derribándolo.
Con asco, Jimin removió la cinta de su boca y corrió a las escaleras, gritando por ayuda. Sin embargo, en su camino, el criminal logró agarrarle el tobillo, causando que cayera de bruces. Con temor, pero también mucho enfado, el joven giró su cuerpo y le dio un duro bofetón con su pie, enviándolo escalones abajo. Recuperando la postura y ayudado con sus manos, escaló los peldaños hasta abandonar ese sótano. Arriba, se encontró con un espacio vacío con grandes huecos rectangulares por ventanas, por donde se colaba la maleza del exterior. Miró frenético en todas direcciones hasta regresar la vista a la puerta del subsuelo; la cerró y la atrancó con una silla. Sabía que no duraría mucho, pero al menos le proporcionaría algo de tiempo.
El temblor en su cuerpo no se iba y el miedo solo acrecentaba; no podría enfrentarse a ese psicópata en ese estado. Tenía que escapar cuanto antes. Corrió a la puerta principal y, como era de esperarse, tenía llave. La golpeó y pateó pero no hubo forma de que pudiera abrirla. Con maldiciones e improperios de por medio se asomó por uno de los huecos y gritó por ayuda, pero ni siquiera consiguió visualizar una calle, mucho menos personas. ¿A dónde demonios lo había traído ese lunático? Miró hacia abajo, dándose cuenta de que se encontraba en un segundo piso, debajo de la estructura solo había pilares de concreto que sostenían la base que estaba pisando ahora.
―¡Mierda! ―Dio un golpe a la pared, aunque poco le duró su enfado, puesto que un estruendo lo descolocó.
―¡Presidente Park! ―Un canturreo siniestro―. ¡No vas a poder escapar de aquí! ―bramó, golpeando la puerta con furia.
―Carajo... ―masculló, subiéndose a la abertura y observando el follaje, en busca de algo de donde sostenerse. Bajaría a como diera lugar.
La pobre silla de plástico se partió y la puerta se abrió con tal rigor que golpeó la pared y rebotó. El individuo alcanzó a berrear "no" en cuanto Jimin lo miró un instante y saltó por el hueco de la ventana.
La maleza provenía de un gran árbol; el chico se aferró a sus ramas con fuerza, pero resultaron ser demasiado finas y se partieron, llevándolo a un aterrizaje forzoso contra el césped. Aunque consiguió reducir el impacto al agarrarse a otras ramas durante su descenso, el golpe de su espalda contra la tierra hizo que se le fuera todo el aire de una sola vez. En ese momento, solo pudo pensar en que se había roto más de un hueso.
―Vamos, vamos... ―murmuró para sí mismo. No podía quedarse quieto o ese loco lo atraparía.
Y no estaba para nada equivocado, ya que, apenas consiguió ponerse de pie, un impacto lo hizo girarse. Ese demente había caído de pie como un gato; suponía que podría deberse a que era su zona y la conocía a la perfección. Jimin gruñó y comenzó a correr, dando algún que otro salto para esquivar las ramas y pequeños troncos esparcidos. Apartó la abundante maleza con sus manos, mientras ese auténtico lunático corría tras él y lo llamaba "Jimin-ssi" como si lo conociera, ¿Lo hacía realmente? Le daba escalofríos, lo obligaba a acelerar el paso, jadeando de nervios y perdiendo el aliento con facilidad. Avanzó casi a ciegas entre tanta frondosidad hasta que se encontró con un cercado metálico de rombos frente a él y con el que casi choca de lleno.
―¡Ay no me jodas! ―gruñó, estampando sus palmas contra los gruesos alambres.
Oyó las exclamaciones de aquel desquiciado, próximo a pisarle los talones y crispándole los nervios. Tenía que cruzar fuese como fuese.
―Mamá, ayúdame por favor...
Pensó aquello, pero lo dijo en voz baja. Retrocedió, tomó un respiro y trepó el enrejado; la punta de sus zapatos ayudaba a que se sostuviera. Al alcanzar la parte superior, se encontró con un alambre de púas, aunque poco le importó. Cruzaría. Sin embargo, en cuanto se posicionó para dejar caer su cuerpo al otro lado, las esposas que aún acarreaba en una de sus muñecas, se engancharon y le dieron un tirón que lo hizo gritar. Casi al borde de las lágrimas por el dolor y el espanto que lo asediaba, empujó con ayuda de su otra mano hasta que consiguió zafarse también, dejándose los anillos que decoraban sus dedos. ¡¿Qué más daba?!
Cayó de espaldas. Al enderezarse y sostenerse con los antebrazos, pudo ver al psicópata de pie al otro lado de la reja. Por supuesto, no dudó en trepar. El cerebro de Jimin no demoró un segundo en enviar una descarga que le ordenó ponerse de pie y salir corriendo de ahí.
Después de otro largo tramo de césped logró dar con una calle por fin. Se detuvo un instante, giró y observó su alrededor para lograr discernir donde demonios estaba. Era un barrio precario, con calles agrietadas, un poco de tráfico y poca gente circulaba a pie. «¿Los suburbios?», fue todo lo que su mente pudo procesar.
Los conductores y las pocas personas que caminaban lo miraban desconcertados y con un poco de impacto en sus rostros, pero ya nada le importaba, solo huir de aquel loco.
―¿Jimin? ―indagó una figura femenina dentro de su coche, que aguardaba por una luz verde, y asomó la cabeza por la ventanilla para apreciarlo mejor―. Es Jimin... ¡Jimin! ―le gritó, agitando su brazo.
El referido se giró de inmediato, sin poder creerlo.
―¿Nayeon?
Fue entonces que divisó al sujeto de negro a su acecho. Chasqueó la lengua y espetó "mierda". Corrió hacia el auto de la chica, dio un salto y se deslizó por el capó. La muchacha se apresuró y levantó el seguro de la puerta para que se subiera.
―Arranca ―comandó, cerrando la puerta y llevando su rostro hacia atrás.
―¡Jimin, ¿pero qué fue lo que te pasó?!
―¡Me siguen! ¡Arranca! ―bramó con rabia.
Nayeon llevó sus manos al volante y miró por el espejo retrovisor contra la puerta, siendo invadida por el pánico al ver al tipo de negro.
―¡Vamos, vamos! ―insistió su copiloto, golpeando el tablero.
La chica pisó el acelerador y todavía sin la luz verde se metió entre los autos, entonces el semáforo cambió, por lo que se abrió camino primero que nadie, haciendo oídos sordos a los bocinazos o insultos. Jimin pudo ver cómo la figura de ese desgraciado comenzaba a perderse entre los coches y la distancia.
―Jimin, ¿quieres explicarme qué demonios pasa?
―¿Recuerdas el tipo que te atacó en el estacionamiento? Es él. Él me secuestró. Me ha querido a mí todo este tiempo ―dijo, buscando al sujeto con la mirada.
Lo habían conseguido, lo habían perdido por fin, entonces el muchacho sintió que su alma volvía a su cuerpo.
―Ay Dios... ―suspiró, volviendo la postura hacia el frente, se deslizó en el asiento y se pasó una mano por el cabello.
―¿E-estás bien? ¿Te lastimó?
―No del todo... Pude escaparme de milagro. Llévame a la estación de policía.
―¿No deberías ir a un hospit...?
―Policía primero. Apresúrate.
Nada más fue dicho, y Nayeon acató a su pedido. Creyó que se sentiría más tranquilo cuando tuviera a las autoridades al frente y exponer lo ocurrido, pero... fue todo lo opuesto, el equivalente a un estallido:
―¡¿Cómo puede ser posible que este loco de los huevos haga lo que quiera conmigo y ustedes aún no pueden dar con él?! ¡¿Qué clase de incompetentes son?!
―Jimin, cálmate por favor ―pidió su compañera con voz gentil, mas el muchacho alzó un dedo en alto y continuó quejándose.
Tras aquella retahíla de acusaciones, de su descontento por el mal servicio y entender que solo se veía como un idiota impotente que debía tragarse su coraje, se marchó con aversión al área del recibidor, donde Nayeon, quien se levantó del asiento al verlo, había decidido esperarlo.
―No son más que una bola de inútiles ―espetó con rabia, viendo que ella aguardaba porque dijese algo―. ¿Qué estabas haciendo tú en ese lugar?
―Me llamaron diciendo que quedaban un par de pertenencias mías en el bloque de departamentos donde me hospedaba y fui a recogerlas. Cuando llegué el guardia ya tenía todo en una caja afuera. Fue un alivio no tener que entrar, no hubiera podido.
―Ya veo.
―¿Hay... algo que pueda hacer para ayudarte? ―preguntó con timidez.
―Ya hiciste bastante. Gracias.
―No tienes nada que agradecerme. Solo hice lo que tenía que hacer. Además, tú hubieras hecho lo mismo por mí. Lo hiciste, de hecho. Nunca olvidaré eso, de verdad me salvaste.
Jimin sonrió de lado y le dio una palmada al hombro.
―Estamos rodeados de mucha mierda últimamente. ¿Cómo estás tú?
―Yo... Recibí mi merecido, ¿verdad?
―¿Qué dices? ―Separó con amplitud los párpados.
―Por lo que te hice... ―Sus ojos comenzaron a cristalizarse por el agua salada―. Lo que me hizo ese sujeto... Era lo que me merecía... ¿no es así? Era mi deuda a pagar...
Sus labios se hallaban temblorosos y las lágrimas desbordaban por sus cuencas, destilando por su cara y dejando a Jimin petrificado por unos segundos.
―Escúchame bien. ―Afianzó su tacto sobre su hombro―. Nadie merece que le hagan algo así, ¿entiendes? Y tú mucho menos ―dijo, mirándola fijo a los ojos y con sus pulgares limpió el agua de sus mejillas.
En ese momento, Park Bo-gum cruzó las puertas de la comisaría, encontrándose con los dos ahí mismo y suspiró con gran alivio.
―Hyung, ¿qué haces aquí? ―dijo sorprendido, aunque más lo sorprendió ver unas hojas verdes atrapadas en su cabello y se apresuró a quitarlas como un simple gesto amistoso, pero por alguna razón que escapaba a su comprensión, se sintió extraño de repente.
»¿Qué te pasó? ―El tono de su voz se tornó grave sin que lo notase siquiera.
―Oh, esto... ―Se sacudió el cabello, dejando que cayeran las últimas hojas―. Con las prisas, choqué de lleno contra un árbol, ¿puedes creerlo?
―No...
―Pues... eso fue lo que ocurrió.
Jimin bajó la mirada, inspeccionándolo con su ojo juicioso. Fue entonces que notó una de las pantorrillas de su traje azul y la suela del zapato con bastante tierra y césped.
―¿Jimin...?
Nayeon llamó su atención, sacándolo de ese limbo mental, entonces él dio un ligero sacudón a su cabeza; sentía que estallaría en cualquier momento.
―¿Cómo rayos llegaste aquí?
―Y-yo... Llamé a Taehyung y le conté lo que pasó ―expuso la chica, sorbiendo y limpiando su nariz.
―¿Por qué le contaste a Tae? Lo preocuparás inútilmente. ―Le otorgó una mirada de reproche.
―Tae no pudo zafarse del trabajo esta vez, nuestro jefe lo tiene entre ceja y ceja por las veces que se ha ausentado ―explicó Bo-gum―. Por eso vine yo en su lugar, pero dime Jimin, ¿cómo te encuentras? ¿Estás bien? ―dijo, reposando su mano sobre su hombro.
―Estoy bien. ―Le regresó el toque, pero al intentar dar un paso trastabilló.
Al conseguir alivio, su cuerpo se había relajado más de la cuenta, aunque su presión arterial también había descendido, mareándolo un poco. Por fortuna, Bo-gum alcanzó a atraparlo para que no acabara en el piso.
―Te llevaré al hospital para que te revisen.
―No, no. No quiero ir al maldito hospital, solo necesito descansar un poco.
―¡Tuviste que tirarte de un segundo piso! Puedes tener algo roto.
―Bo-gum-hyung, no voy a pisar el hospital ¡y es mi última palabra!
Su tono fue absoluto. Él y su amigo se miraron de manera desafiante y en silencio. En los minutos posteriores, Jimin estaba sentado en una camilla, en el hospital, inhalando profundo mientras un médico lo examinaba con su estetoscopio. Nayeon observaba en silencio y frotaba sus manos con preocupación mientras esperaba que el doctor dijera algo. Bo-gum por su parte, se encontraba más alejado; sostenía una conversación al teléfono.
―Sí, Tae. Él está bien. Estamos en el hospital, está aquí justo detrás de mí. No te preocupes.
Una expresión de dolencia llegó a su rostro cuando terminó de hablar: su abdomen dolía, haciendo que siseara un poco por lo bajo y se llevó la mano a la zona.
Después de intercambiar un par de palabras más el joven abogado terminó la llamada y le dedicó su atención a lo que el profesional tenía para decir: tras haberle pedido a Jimin que dejara su torso al descubierto, palpó la zona de su espalda, y con solo sentir las yemas apoyándose sobre su dermis se quejó por el dolor. Le hicieron los estudios pertinentes, entre ellos, radiografías. Por fortuna no tenía ningún hueso roto, aunque su muñeca había sufrido una dislocación y debido a eso le colocaron un inmovilizador.
Los raspones y cortadas menores fueron desinfectados y vendados. Por otro lado, fue advertido que esos golpes en su espalda tomarían color y lo dejarían adolorido por un tiempo, motivo por el cual le recetaron analgésicos y reposo. Asimismo, la droga en su organismo apenas era perceptible ahora, por lo que le permitieron marcharse, después de llenar los papeles correspondientes. Bo-gum y Nayeon no se despegaron de él en ningún momento. La muchacha se ofreció a llevarlos a ambos. Dejó primero al abogado en su trabajo, donde Taehyung aguardaba en la entrada, impaciente como un niño que anhelaba la llegada de mamá y papá a la casa. Ni bien vio a su mejor amigo corrió hacia él y lo abrazó.
―Por favor, no me apretujes tanto Taehyungiee, me duele ―le pidió, dándole una suave palmada a la espalda.
―¿Estás bien? ―Se apartó un poco y sujetó su rostro―. No te hizo nada ese asqueroso, ¿verdad?
―Estoy bien, Tae-Tae. Por favor, deja de descuidar tu trabajo por mí.
―Yo me encargaré de eso, no te preocupes ―dijo Bo-gum, poniendo su mano sobre la cabeza de su dongsaeng y despeinándolo un poco―. Pero Jimin, tú cuídate, por favor. Nos hemos llevado un susto terrible.
―Lamento eso, hyung. Prometo que me cuidaré.
Taehyung sonrió con más sosiego. Dirigió sus pupilas hacia Nayeon y dio las gracias de manera demasiado formal por cuidar de su amigo, a lo que ella respondió con una sonrisa diminuta y un asentimiento. Por supuesto que le daría una mano, sentía que era lo menos que podía hacer. Tras despedir a los muchachos la chica puso en marcha su auto para dejar al último pasajero en su hogar, no sin antes despedir una pequeña carcajada que no pasó desapercibida.
―¿Qué es tan gracioso? ―preguntó Jimin, cascarrabias.
―Tú y Taehyung tienen una amistad muy bonita. Son muy tiernos.
―Eso es natural, somos como almas gemelas.
Nayeon borró la sonrisa de su cara y contrajo apenas sus párpados, al igual que sus cejas; aquello se sintió como una puñalada directo a su corazón que sembró dolor en su pecho. Jimin se percató justo después de terminar su oración, por lo que se disculpó, pero ella negó con la cabeza.
―Nayeon...
―Dime...
―Lamento haberte golpeado. Lamento haberte llamado zorra... entre otras cosas.
―Por favor... Lo merecía... Me he portado muy mal contigo.
―No es excusa... ―suspiró―. No es excusa. ―Llevó la mirada hacia la ventana.
Al llegar al fastuoso edificio, la joven estacionó su auto justo en la entrada a pedido de él. Bajó como su estado físico se lo permitió, así como su orgullo, pues no dejó que ella lo ayudara en absoluto. Antes de ingresar se detuvo frente a la ventanilla del coche, ausente de vidrio, y posó su mano sobre el acero.
―Ese loco podría querer lastimarlos de nuevo para llegar a mí. Contrataré protección en cuanto me sea posible, mientras tanto... Ten mucho cuidado, ¿oíste?
―Está bien, Jimin. ―Sonrió―. Parece que ahora ya te caigo un poquito mejor. Tal vez... algún día podamos ser amigos.
―No abuses de mi convalecencia, ¿quieres? ―dijo, dando una palmada contra el auto y se dirigió a la entrada.
Una vez que estuvo por fin en su departamento, se encargó de justificar su ausencia de hoy en la oficina, alegando que se encontraba muy indispuesto, y en parte no era mentira, estaba agotado, adolorido y la zozobra no desaparecía. Miró el atado de cigarrillos sobre la mesa del bar y de un arrebato la tomó, encendió uno, así como encendió también el equipo de música, dejando que la canción Lights sonara bajito y poblara cada rincón con suavidad, en tanto caminó despacio a la cocina para prepararse algo.
Se llevó su comida ya lista frente al sofá y allí la degustó, mientras miraba la televisión. Se sintió lleno y más tranquilo; su cuerpo había dejado de temblar y su cabeza ya no palpitaba. Sin embargo... seguía vacío. Apoyó con cuidado su espalda contra el acolchonado tapizado y suspiró con la cabeza hacia arriba, mirando el techo. Encendió otro cigarrillo y después de la primera calada sus ojos se desviaron hacia la mesa de cristal. Ahí estaba todavía ese trozo de papel. Jimin lo miró por unos segundos que parecieron eternos, hasta que se impulsó hacia él para tomarlo y se quejó por el dolor ante el brusco movimiento. Dio una prolongada inhalación al cilindro de nicotina para después enterrarlo en el cenicero sobre el buró junto al sillón, marcó el número y aguardó nervioso ante el tono.
―¿Hola?
―¿Ju...? ¿Jung-kookie?
―¿Jimin-hyung?
―Ho-hola...
―Hola... ¿Qué...? ¿Qué se te ofrece?
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que escuchó su voz? Era diferente. Era como otro mundo del que ya no se sentía digno de entrar.
Ese dolor en el pecho que ya había adoptado no como un estado de ánimo, sino como un compañero que le recordaba que seguía vivo, ese que le daba la señal de que una vez más no podría con la situación, de que iba a volver a sentirse devastado.
Sus labios temblaban, no le permitían articular bien del todo sus palabras. Se llevó una mano a la boca y sin poder tolerar más su esplín, con las lágrimas cayendo, sollozó.
―Jung-kookie... ―Esnifó―. Sé que no he sido un buen amigo. Sé que te he lastimado y no... no me he pronunciado en todos estos años...
―Jimin...
―Solo quería que supieras que lo lamento mucho, y que cada vez que lo recuerdo me duele. Nunca fue mi intención lastimarte, yo solo... solo...
―Tranquilo. Eso fue hace mucho tiempo, ya pasó.
―Jung-kookie... ¿Crees que... podrás perdonarme algún día?
―Jimin-hyung, eres un tonto. No podré perdonarte... porque ya lo hice.
Sus palabras fueron un consuelo que lo hizo sonreír, incluso con las lágrimas que desbordaban y entorpecían su visión. Aun así el dolor persistía y rasgaba su corazón.
―Tal vez cuando vaya para allá puedas contarme por qué hiciste lo que hiciste.
―Espero poder recordarlo para entonces...
―Sí, V-hyung me dijo que tenías problemas de amnesia. ¿Cómo te va con eso?
―¿Qué te digo? Como la mierda... Han pasado muchas cosas y... estoy muy cansado...
―¿Quieres contarme?
―¿Tienes tiempo?
―Claro. Será como un cuento antes de irme a dormir.
Jimin suspiró y empezó a relatarle todos los acontecimientos, cada golpe, cada recaída, cada llanto, el mismo que no lo abandonó mientras hablaba con su viejo amigo, y que no tardó en contagiarlo con solo escucharlo sorber por la nariz constantemente, porque lo escuchaba tan herido y vulnerable, que lo hería a él también.
―Wow, de verdad... ―Se escuchó cómo sorbía por la nariz―. Es todo tan jodido... Quisiera estar ahí ahora mismo para poder darte un abrazo, pero todavía me queda un mes para ir a Busan.
―A veces... A veces me siento tan... enojado... que todo lo que quiero es regresarle al mundo lo que ha hecho conmigo. Caminar en línea recta y que nada me importe.
―Por favor, no digas eso. Cuando las personas hacen eso... es cuando empiezan a lastimar a otros... Los termina corrompiendo y se transforman en algo peor que el mal que alguna vez los golpeó. Creo que... Creo que eres mejor que eso, Jimin-ssi.
―Te agradezco que me escucharas.
―Ni lo menciones. Para eso estamos los amigos.
―¿Lo somos?
―De verdad, mira lo que preguntas... Cuando vaya para allá dejaré que me invites a comer y a beber.
―¿Y luego me invitarás tú?
―No, yo no invito. Yo solo como y bebo ―dijo entre risas, contagiando a su oyente.
―Gracias. De verdad me ha hecho bien hablar contigo de nuevo.
―Si vuelves a sentirte mal no dudes en llamarme, ¿okey?
―Está bien.
―Y cuida tu salud, por favor.
Cuando la llamada culminó Jimin dejó su teléfono a un lado, se recostó en el sillón y jadeó, adolorido, pero la paz interior que sentía en ese momento fue plena.
En paralelo, aquel con quien había hablado tan a gusto después de tanto tiempo, suspiraba su nombre en la oscuridad, mientras jugaba con su teléfono celular entre sus manos.
* * *
Lamentablemente, con el mal a su acecho, la paz que Jimin había recolectado no perduró demasiado. Esa noche tuvo pesadillas. Después de una experiencia tal, ¿quién no las tendría? Se vio a sí mismo desnudo y atado con alambres de púa a esa mesa metálica que había visto en ese lugar en el que estuvo cautivo. Sus gritos se ahogaban en ese gran trozo de tela que le había sido puesto en su boca, y de nuevo... ahí estaba ese maniático vestido de negro, con un bisturí en su mano, listo para abrir su carne y embalsamarlo vivo.
En la mañana siguiente, después de darse un buen baño se alistó para ir a la oficina. Terminaría los pendientes de una vez por todas y luego se dedicaría a "descansar". ¿Qué demonios iba a hacer en ese tiempo libre? Ni se lo imaginaba. Por supuesto, no le dijo nada a Taehyung o a Bo-gum respecto a asistir a la editorial, ya que de lo contrario serían capaces de ponerle una camisa de fuerza y dejarlo encerrado en su casa para que se quedara en reposo sí o sí.
De camino al edificio, Jimin tuvo una breve llamada con la policía, donde le informaron que con las coordenadas que él les otorgó hallaron el lugar donde había estado cautivo, sin embargo, el sitio estaba vacío. Los muebles que describió se encontraban ahí, pero no había objetos de ningún tipo, ni tampoco el mural con sus fotografías que mencionó. Además de eso, la zona del sótano estaba intacta, por lo que no encontraron huellas ni algo que correspondiera al ADN del secuestrador. Aquello lo irritó de sobremanera. Ese desgraciado siempre parecía poder salirse con la suya y desaparecer como un maldito ninja, sin dejar rastro.
Con un semblante serio, se quitó sus lentes oscuros y cruzó la puerta principal del edificio. Desde luego, los rasguños que presentaba, así como el inmovilizador en su muñeca no pasaron desapercibidos. No tuvo que dar explicaciones a cada ojo que su apariencia atrapó, pero definitivamente no pudo pasar por alto a su secretaria, quien por poco pone el grito en el cielo.
―Tranquilízate Jackie, por favor.
―Pero cómo me pide eso, señor. ¿Qué fue lo que le pasó? ―Juntó sus manos contra su pecho, angustiada.
―Nada, yo... Caí.
―¿Se cayó?
―Sí, por unas... escaleras.
―¡Ay señor! ―Se llevó las manos a las mejillas―. ¿Las escaleras dice? ¿Acaso las bajó en reversa?
Jimin la miró frunciendo los labios para no sonreír, pero al cabo de un segundo exhaló aire por la boca y ladeó la cabeza, dejando ir una breve carcajada.
―Pero ¿qué estás diciendo, Jacqueline? ¿Cómo que en reversa? ¿Qué insinúas? ―la increpó con la mirada, aunque volvía a reprimir su sonrisa.
―¡Solo era una pregunta! Solo preguntaba ―dijo, llevándose las manos sobre sus labios.
―Sí, pues deja de preguntar sandeces y vuelve a tu trabajo.
―¡Sí, señor!
Jimin meneó la cabeza y se dirigió a su oficina. Y esa mueca de regodeo que apenas se dejaba ver en su cara se vino abajo en cuanto distinguió a distancia un papel rosa, que resaltaba contra el blanco de su escritorio. Cerró la puerta y casi corriendo lo recogió. El papiro era más amplio que otras veces y al desplegarlo Jimin notó por qué. Era una lista de nombres: Kim Taehyung, Song Nayeon, Lee Dong-min, Park Bo-gum, Jeon Jung-kook. Deja a la policía fuera de esto. Ya me has hecho enfadar, mi estimado presidente Park. Los ojos de Jimin quedaron tiesos ante aquella amenaza. Mientras lo procesaba, Taehyung bajaba de su auto, tras haberlo aparcado en el estacionamiento no muy lejos de su lugar de trabajo. Faltando una calle para llegar, vio a Bo-gum, quien le hizo un gesto con su mano.
Al mismo tiempo, Dong-min volvía a la editorial Park después de haber salido por un café. Tenía nuevos magullones en su rostro y su paso era un tanto lánguido. Para cuando se percató de las sombras que seguían sus pasos fue demasiado tarde. El primer golpe dado por la espalda lo derribó.
Taehyung por su parte, aguardó por la luz roja para cruzar la calle ante la vista atenta de su hyung, aguardando por él al otro lado. Se adelantó entre la multitud, y entonces... el estrepitoso sonido de un derrape sorprendió a todos: un auto giró en la esquina de esa avenida con violencia y a una velocidad que rozaba lo ridículo, con el joven de cabello oscuro en su camino.
Lo siguiente que se oyó fue un estridente bocinazo, gritos, un estruendo, un impacto de bala, y más alaridos.
~ B i t t e r s w e e t ~
https://youtu.be/XbiwADuBblc
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