Capítulo 30: Secuestrado
Fan Bing-bing daba una última calada al cigarrillo que sostenía en un alargado soporte de porcelana, sentada en la ventana del dormitorio que conectaba con las yardas verdes del jardín. Exhaló el humo hacia el exterior, para no invadir el cuarto con el aroma. Consumado el cilindro, dejó con cuidado la varilla sobre una mesa pequeña y caminó envuelta en su bata de seda hasta su chico, quien yacía desplomado boca abajo y cubierto por las sábanas. Se sentó a su lado, le dio unas cuantas caricias a su cabello y esbozó una sonrisa que solo en su mente perversa podría catalogar como dulce.
―Señorita. ―Jason se detuvo en el marco de la puerta e hizo una reverencia, tras haber sido convocado con anterioridad.
La mujer desplegó las sábanas y descubrió el cuerpo desnudo de Jimin.
―Llévalo al baño. No hemos terminado ―ordenó, poniéndose de pie.
El mastodonte ambulante se arrimó para cargarlo, aunque se detuvo a admirar su anatomía con descaro.
―Me encanta el cuerpo de este chiquillo. ¿Cuándo piensas compartirlo conmigo?
―Jason, cariño, no te ofendas pero ¿te has visto en un espejo? ―Lo miró de arriba abajo―. Le doblas el tamaño y por mucho. No quiero que rompas mi hermoso juguete. No ahora al menos.
―Siempre dices que algún día me lo darás y ese día nunca llega ―dijo y cargó al joven sobre su hombro sin nada de esfuerzo.
―No comas ansias. Te prometo que cuando llegue el momento lo tendrás tanto como quieras. ―Le guiñó un ojo con discreción.
La ducha se abrió y se ajustó la temperatura del agua. Jason sostuvo a Jimin y Bing-bing se encargó de higienizar su cuerpo muy bien, cada parte, cada pliegue y protuberancia, desde la cabeza, su cabello, hasta la punta de sus pies, dejando que el jabón y el agua recorrieran toda su dermis para que se deshiciera de toda evidencia de sudor y fluidos que pudiera quedar sobre él. Asimismo, se tomó el trabajo de higienizar su boca. Aprovechó además la calidez del agua para masajear su cuerpo y evitar que despertara con entumecimientos o dolor, aunque esto último no siempre surtía efecto; todo dependía de la intensidad de la actividad a la que lo sometiera.
Bing-bing secó a su "bello hermoso", como solía llamarlo por lo bajo para sí misma; secó su cabello y lo peinó tal y como cuando llegó a la casa. Volvió a ponerle sus prendas con mucha parsimonia y cuando lo tuvo listo pidió a su empleado dejarlo en su dormitorio, ya que siempre lo hacía despertar allí, haciéndolo creer que el estrés lo sobrepasó y cayó rendido ante un sueño profundo para descansar su mente, lo que, irónicamente, era una verdad a medias.
Jimin sintió un peso a la altura de su pelvis y sus hombros. Se aligeraba y se concentraba con tenacidad. Experimentó un agite, su corazón latía acelerado y un calor intenso, tanto que hacía visible el sudor sobre su piel; sentía las gotas escurriendo. Percibía murmullos indescifrables que le erizaban la piel y cómo sus piernas eran separadas una de la otra. Apretó los párpados hasta que fue capaz de abrirlos y en el instante en que llevó su vista al frente, allí estaba: ese ente negro, espeso y viscoso encima de él, que lo empapaba con su suciedad, lo cubría de oscuridad y arañaba su pecho con garras filosas que cortaban su piel. Su cuerpo entero tiritaba en pavor a tal punto que incluso sus dientes castañeaban.
―Jiminnie...
La voz era distorsionada y monstruosa, como siempre. Y con ello, por fin pudo abrir los ojos y ser libre de aquella terrible pesadilla. Su respiración estaba sumamente acelerada y sus manos temblaban un poco. Se había despertado "en la comodidad" de su alcoba, la cual le tomó unos segundos distinguir. Se pasó una mano por el cabello y miró su reloj de muñeca: las tres y treinta exactas.
―Mierda. ¿Me quedé dormido aquí otra vez? ―refunfuñó por lo bajo y abandonó la cama casi de un salto.
Después de encontrar a su psicóloga en su despacho, revisando unos documentos, se despidió de ella. Le agradeció inocentemente por haberle brindado su tiempo y se retiró apresurado.
Tenía unos cuantos pendientes por resolver en su trabajo para así quedarse tranquilo (en realidad no) de no pisar la editorial por un tiempo, tiempo que para nada esperaba que fuera demasiado, porque así de enfermo lo tenía su ansia.
Entró a su oficina, solo para encontrarse en su escritorio otro papel rosa. Como si se dirigiera contra alguien para arremeter tomándolo por el cuello, agarró la nota y la leyó: Eres incluso mejor de lo que me esperaba, mi bello presidente. Espero que nuestra próxima cita sea menos vertiginosa.
Jimin apretó los párpados con furia a la vez que estrujó el maldito papel en su puño y lo estrelló con ira contra la mesa. Sus nervios estaban al borde de un colapso, pero un llamado a su puerta lo mantuvo en sus cabales. Jacqueline, con su permiso, ingresó.
―Aquí traigo el café que me pidió, señor ―dijo con júbilo y una gran sonrisa, hasta que se encontró con ese rostro preocupado―. ¿Todo en orden, señor Park?
El aludido se tomó unos segundos, inspiró profundo inflando el pecho y exhaló con cansancio.
―Todo bien ―dijo, con una sonrisa apenas visible.
―Bueno, le dejaré esto aquí ―dijo, girando el vaso descartable para que pudiera ver el pequeño mensaje que le dejó pegado sobre el recipiente―. Y me retiro.
En cuanto oyó la puerta Jimin exhaló aire por la nariz y subió apenas una de las comisuras de su boca. Tomó el vaso descartable de café y vio la nota amarilla que la chica había pegado: Fighting!!, escrito en coreano y... en inglés... «Un momento». Abrió su otra palma, donde todavía tenía la nota rosa. Por unos segundos se dijo a sí mismo: «No. No puede ser tanta la paranoia que llevo encima». Sin embargo, sí era la misma letra, o terriblemente parecida al menos.
«No. No puede ser cierto. ¿Jackie? ¡¿Jackie?! No... no podría ser tan estúpida de enfatizar el hecho de que estaba dejando una nota a sabiendas de que acababa de recibir una de las del acosador, con el riesgo además de que me percatara de la similitud obvia en la caligrafía... ¿o sí?... ¡¿Pero por qué demonios son casi idénticas?! ¿La estarán amenazando? ¿La estarán engañando? ¿Su actitud jovial e inocente no son más que una fachada? No sería la primera vez...», formuló en sus pensamientos, a una velocidad insana. «El acosador sabe mis movimientos...», continuó cavilando. «Tal vez tiene la ayuda de un segundo o más. Pero ella... tan sencilla... Su familia... ¿Buscaría acaso que baje la guardia en su presencia?»
Con su paranoia en el pico más alto, le encontraba mucho sentido a sus especulaciones. Después de todo, ¿en quién mierda podía confiar además de Taehyung? «En Jackie», hubiera respondido sin más, pero... de repente ya no estaba tan seguro. Su cabeza estaba a punto de explotar.
―¡¡Jacqueline!! ―bramó, no por el intercomunicador, sino a todo pulmón.
La muchacha no se presentaba, por lo que volvió a gritarle, o más bien gruñir con rabia.
―¡Señor! ―respondió por fin, asomando la cabeza por la abertura de la entrada.
―Ven aquí inmediatamente y cierra la puerta. ―Su tono fue severo y autoritario.
La referida acató de inmediato, en tanto Jimin dio un respiro. Su rostro estaba rojo de ira y la vena en su cuello sobresalía con notoriedad. La chica, pálida del susto, estacionó sus pasos frente al escritorio.
―¿Señor Park? ¿Pasa algo malo? Es el café, ¿verdad? ¿Está muy caliente? ¿O es que ya se enfrió?
―Explícame qué significa esto. ―Señaló la nota amarilla con su dedo y un semblante circunspecto.
―Oh, esto es una notita que yo escribí porque sé que ha tenido días difíciles últimamente, así que Fighting! ―Sonrió y cerró de manera tímida uno de sus ojos, con el puño cerrado a la altura de su hombro, aunque su pose así como su postura decayó al momento siguiente.
»Lo siento. ¿Fue muy atrevido de mi parte? ―Inclinó un poco su cabeza.
―¿Y también escribiste esto? ―Le entregó el papel rosa.
Jacqueline abrió los ojos, volviéndolos más grandes de lo que ya los tenía de por sí. Anonadada, tomó el papel y leyó. Lo siguiente que se pudo ver fue cómo en un segundo su asombro y desconcierto se transformaron en miedo.
―Es mi...
―Tu letra. Qué coincidencia, ¿verdad? ―La miró de manera acusadora directo a sus pupilas.
La muchacha tragó saliva y le sostuvo la mirada, sin pestañear.
―¿Usted... de verdad cree que yo le haría algo como esto? ―preguntó, sin apartar sus ojos de los impropios.
Jimin se remojó los labios y los mordió con amargura; tenía deseos de morderse su propia lengua hasta cortarla. Negó con la cabeza y sus ojos se cristalizaron sin permiso, sin control, sin piedad. Trató de contenerlas, pero el dolor que estaba alojado en su pecho, subiendo por su garganta lo privó de ello y con un profundo suspiro su porte se rompió, sin poder hacer más que llevarse una mano al rostro y darle la espalda a la chica, sintiéndose muy apenado, patético por demás y sin dejar de preguntarse ¿por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué nada salía bien? ¿Por qué su ánimo era tan cambiante? ¿Por qué lloraba tanto? ¿Por qué no lo entendía? ¿Por qué...? Mil veces por qué. Y su frustración y desasosiego solo ascendía. Jacqueline amagó a llevarse una mano a la boca, sin saber qué hacer.
―Lo siento. Por favor... no me hagas caso... Solo desvarío.
―Señor...
Con una pudiente inspiración, Jimin se vio en la necesidad de llevarse una mano al rostro en tanto los espasmos volvían a él... otra vez... como antes, hasta que sintió que el paso del aire era mucho más reducido y empezó a perder el equilibrio. Jacqueline se percató de su ataque de pánico y lo sostuvo. Él sin más se dejó caer contra el escritorio y dejó su espalda apoyada en la madera. Ya no se esforzó por esconder sus ojos llorosos e irritados, sus mejillas humedecidas o su nariz enrojecida. Su secretaria se agachó a su lado en silencio, abrazando sus rodillas.
―Lo siento, yo... No ha sido una buena mañana.
―Señor... Si me permite preguntar... ¿Tiene que ver con su... con Nayeon?
―Con todo. Tiene que ver con todo. No ha sido una buena mañana, no he tenido buenos días, semanas, meses... Este año se está convirtiendo en un infierno ―dijo, sorbiendo por la nariz y llevándose ambas manos al rostro para limpiarse las lágrimas que con insistencia lo mojaban.
»Tenía todo en perfecto control... Yo estaba en armonía... No entiendo cuándo fue que todo... todo se vino a la mierda.
―Tal vez... Toda esa armonía y control... no era más que una pantalla. ¿No cree?
―No lo creo. Ahora lo sé.
―Usted dijo que asistía a terapia. ¿No ha podido hablar de esto?
―Terapia... ―dijo, dejando escapar una escueta risa nasal y sonriendo con ironía―, de ahí vengo. ―Hizo una pausa realzando un poco la cabeza y borró el mohín de su cara―. De ahí vengo... ―Paseó la mirada, absorto―. Ni siquiera recuerdo qué hablé con ella. ―La angustia comenzó a invadirlo otra vez.
―Ya veo por qué se alejará un tiempo del trabajo. Tiene que salir, señor. Tomar aire fresco y relajarse ―dijo―. ¡Oh! ―Levantó el rostro de repente―. Acabo de tener una gran idea.
Jimin frotó su frente con rapidez en signo de impaciencia y cansancio. ¿Le diría un disparate que no necesitaba oír? La susodicha bajó sus rodillas contra el piso, acomodando con mucho cuidado su falda larga.
―Por cómo están las cosas sigo debiéndole una cena. Así que lo invito a comer algo afuera.
―¿Estás invitando a tu jefe a una cita?
―¡No es una cita! Solo... estoy saldando mi deuda.
―¿Tienes idea de lo atrevida que es tu propuesta?
―¿E-en serio le parece algo muy atrevido? ―dijo, ruborizando su cara en un instante, bajó la mirada y empezó a jugar nerviosa con sus dedos.
―Estoy bromeando, Jackie. Me gusta molestarte, porque es muy fácil.
―Señor, usted puede estar muy deprimido y todo, pero tiene un pequeño demonio travieso en su interior ―dijo, mirándolo por unos segundos y regresó rápido los ojos a sus dedos.
Ante su comentario Jimin rio. Ella se sintió animada y sonrió.
―Así está mejor. Tiene una linda sonrisa.
Con aquello añadido, los dos se miraron en silencio por un momento.
―¿Cuándo quieres que salgamos?
―¿Qué le parece el viernes por la tarde? Culmina la semana y si nos retrasamos no habrá que levantarse temprano al día siguiente.
―Viernes...
Lo recordaba: la cita con su psicóloga.
―Bueno... No descuide su salud, señor. Tal vez podamos salir cuando termine su ses...
―Salgamos el viernes cuando termines de trabajar. ―La cortó.
―¿E-está seguro? Pero tiene que ver a su terapeuta, no puede...
―Necesito un cambio. Hacer algo diferente y como dijiste: tomar aire fresco. Puedo hablar con mi psicóloga y verla otro día.
―Está bien. No vaya a postergarlo demasiado, ¿de acuerdo? ―Remarcó con su dedo en alto―. ¡Conozco un lugar donde hacen unas tortas deliciosas! Aunque aquí en Corea no merendamos, podemos probar uno y luego cenar algo.
―Suena bien. ―Sonrió apenas.
―¿Podré... salir de esta oficina sabiendo que estará bien?
―Estaré bien, Jackie. Solo necesito un momento. Y gracias.
―No hay de qué, señor ―dijo, poniéndose de pie.
Jimin escuchó la puerta cerrarse y suspiró con algo más de alivio. Su cerebro le pedía levantarse, pero su cuerpo no respondía. Si se había quedado dormido después de hablar con la señorita Fan, ¿por qué se sentía tan cansado? Sin ánimos de querer darle más vueltas a las cosas, se dijo basta por hoy. Ya se encargaría del papeleo pendiente mañana.
Más tarde, Taehyung le envió varios mensajes, preocupado, aunque Jimin no solo respondió con un único mensaje, sino con dos exactas palabras: Estoy bien.
De vuelta en su departamento, las botellas de whisky y otras bebidas alcohólicas, junto a un atado intacto de cigarrillos, aguardaban. No obstante, eligió hacer algo más productivo, así que prenda por prenda se quitó su traje, sus zapatos y se vistió con ropa deportiva. Preparó un pequeño bolso, se puso una gorra y salió nuevamente. Pensó en hacer espacio y ponerse a danzar en la sala como acostumbraba, pero lo mejor era salir. «Aire fresco», repitió la idea en su cabeza, por lo que terminó en el gimnasio al que solía acudir con mayor frecuencia, donde más de una persona lo saludó con una sonrisa; parecían haberlo echado de menos. El bullicio de los aparatos, los cuchicheos de las personas en todo el entorno y la música estaban en perfecta concordia, cosa que lo relajó bastante.
―Vaya, el pequeño Bruce Lee rubio ha regresado ―habló Lee Ho-seok, deteniendo su paso al reconocerlo. Sostenía una toalla entre sus manos, que se llevó al hombro y con la punta secó un poco su rostro humedecido por el sudor.
―¿Cómo has estado, Lee-hyung?
―Yo muy bien. Como sano, duermo bien, entreno diariamente. Tengo mi espíritu saludable y en equilibrio.
―Bien por ti ―dijo, contrayendo las comisuras de sus labios y frotando uno de sus párpados tras sentir una ligera sensación de picor. Si no le tuviera estima le arrojaría algo directo a la frente.
―¿Tú cómo has estado? Hacía tiempo no te dejabas ver por aquí.
―Digamos que... han pasado cosas. Para resumir, todo lo que dijiste tú, pero a la inversa. También tuve una pequeña lesión en mi brazo y me alejé del ejercicio por un tiempo.
―Oh, vaya... ―Separó con amplitud sus párpados―. Lamento oír eso. Espero que... pronto puedas estar mejor.
―Yo también lo espero.
―Ven a buscarme si necesitas ayuda con algo, ¿okey?
―Lo haré. Gracias.
―Es mi trabajo, para eso estoy. Y no te sobre esfuerces, ¿entendido?
―Entendido, "capitán Corea". ―Hizo un gesto con su mano, imitando un saludo marcial y siguió su camino.
Después de unas cuatro horas de intenso ejercicio, Jimin estaba más que solo exhausto, el sudor le derrapaba casi como lluvia y pretendía continuar aun así, pero Lee Ho-seok no se lo permitió. «¿Cómo pretendes mantener tu espíritu saludable y en equilibrio si no lo cuidas? Ve a casa y descansa, por favor», le había dicho, y él ni siquiera tuvo aliento para replicarle. Se despidió cordialmente de todos, en especial de Lee y abandonó el gimnasio.
El cielo se apreciaba anaranjado y los últimos rayos del sol se dejaban ver por sectores en las calles que Jimin caminó para dirigirse al estacionamiento cercano, donde siempre resguardaba su vehículo. Una agradable y fresca brisa sopló contra su figura e inundó de alivio ese transpirado cuerpo suyo.
―Aire fresco... ―susurró después de hacer una pausa y siguió su rumbo, sin darse cuenta de que, no muy lejos de sus pasos, entre muchos otros de las personas que aún circulaban las cercanías, dos pies copiaban su ruta.
En el aparcamiento, saludó a los guardias en la entrada. En el trayecto a su coche vio a algunas personas entrando y saliendo de sus autos. No obstante, mientras más se adentraba, más solitaria se hallaba la zona y no pasó mucho tiempo para que empezara a escuchar el eco lejano de unos pasos a su espalda que acompañaban a los suyos. Su vehículo estaba a unos pocos metros, pero esos pasos no se detenían. Aligeró su marcha, un poco nervioso y al quedarse delante de la puerta volteó de repente, sin encontrar a nadie allí. Apenas alcanzó a bufar y menear un poco la cabeza cuando escuchó algo semejante a un pequeño estruendo detrás de él. Se giró una vez más y esta vez vio a un señor de mediana edad que salía de su auto y le sonrió con cordialidad, a lo que él respondió con su mejor sonrisa falsa y dio un ínfimo asentimiento. Regresó la vista al frente, resopló, renegando ante su paranoia inquieta y se dispuso a abrir el maldito auto de una buena vez. Aunque aquella monomanía... no era del todo producto de su mente alterada, debido a que la figura acechante sí moraba en el espacio.
De regreso en su hogar y hecho trizas tanto física como mentalmente, escuchó su teléfono vibrar y para su sorpresa, se trataba de Lee Ho-seok (el número telefónico de los socios del gimnasio se hallaba escrito en una planilla por cualquier emergencia), quien le informaba que se había olvidado su chaqueta y botella de agua. Se la guardaría hasta que vaya a recogerlas. Jimin jadeó con hastío ante su despiste, pero mañana volvería a la oficina así que le quedaría de paso.
Encendió el estéreo y se fue directo a su dormitorio, al baño. Abrió el grifo de la bañera y empezó a desvestirse. Sin esperar a que el agua llegase a tope, se metió sin más, acurrucado sobre la cerámica, abrazó sus piernas y rotó su cabeza, sintiéndose muy pequeño de repente en ese cuarto de baño de espacio generoso. Cerró sus ojos y reposó su frente contra sus rodillas, mientras el agua caliente ascendía, hasta que llegó casi al límite del borde y salpicó bastante hacia afuera cuando extenuó su cuerpo dentro. Poco a poco el vapor tomó todo el lugar, y el agua dejó de verse cristalina, gracias al exceso de jabón y espuma. En esa tranquilidad, ya no sintió más la música, ni el vapor tornando cálido el ambiente. Tampoco escuchó la puerta abrirse de repente, estaba con la nuca apoyada en el cabecero de la tina con sus ojos cerrados y un rostro apacible.
Unas botas negras pisaron la cerámica blanca del suelo hacia su dirección. Una de sus cejas se contrajo por inercia, ¿por qué no reaccionaba? El individuo acomodó con saña los guantes negros sobre sus manos, creando sonido ante la fricción del cuero y de manera rauda, llevó esas manos ponzoñosas contra su pecho y hundió su cuerpo bajo el agua. Jimin sintió un burbujeo y enderezó la cabeza, así como su postura; se había quedado dormido e ingirió un buche de agua que lo dejó tosiendo.
―Carajo. ―Quitó el tapón de la bañera, se puso de pie y encendió la regadera para terminar de bañarse.
Ya vestido con algo cómodo se paseó por la sala, en tanto secaba su cabello con una toalla pequeña, que descansó después sobre sus hombros. Halló su teléfono celular sobre la encimera de la cocina y tras ojear las notificaciones y mensajes dirigió sus ojos a la mesita de cristal que se encontraba en medio de los sillones. Volvió sus pasos por la sala de estar y recogió el papel, el mismo donde Taehyung le había anotado el número de Jung-kook. Lo pensó detenidamente apretando sus labios, mordiéndolos un poco con incertidumbre, para al final dejar el trozo de hoja en donde estaba. No encontró valor, ni sentía las fuerzas suficientes en ese momento para entablar una conversación con él, así que aguardaría un poco más.
Al día siguiente, Jimin dobló el cuello de su camisa blanca y acomodó su corbata frente al espejo. Si bien iba a estar unas pocas horas en la oficina, ocupándose solo de la revisión de documentos importantes y pendientes, no quería descuidar su aspecto. Su galanura y coquetería eran el epíteto de su orgullo. «Buena presencia. El amor y el rigor, conducta ejemplar y...». Se quedó mudo ante la retahíla de pensamientos; por unos segundos recitó el mantra de su padre. Lo odiaba.
Circuló en su auto, su tranquilidad era plena hasta que se encontró con la calle del gimnasio repleta de vehículos y gente que transitaba, los cuales Jimin tradujo como "chiquillos vagando", algunos de ellos pinchando los neumáticos de los coches. De ninguna manera dejaría su auto en la cercanía, por lo que con mucho disgusto dio la vuelta y regresó unas calles para dejar su auto en el estacionamiento de siempre y continuar a pie.
―De verdad... ―refunfuñó por lo bajo, chasqueó la lengua y dio un soplido hacia arriba, al mismo tiempo que se llevó las manos a los bolsillos.
Al llegar por fin al lugar recolectó miradas de todo tipo. La mayoría de los entrenadores, quienes ya lo conocían, en especial Lee Ho-seok, hicieron alarde de su apariencia impoluta, con comentarios hilarantes que le sacaron unas risas.
―Gracias por resguardar mis cosas, Lee-hyung. ―Inclinó un poco la cabeza en signo de respeto.
―Eres despistado, mi amigo. ―Le dio una suave palmada al hombro―. Sé más cuidadoso por favor, o un día perderás la cabeza.
―Te creo ―dijo, haciendo un gesto con sus cejas y desviando la mirada.
Volvió sus pasos junto a la pequeña bolsa que le había dado, la cual llevaba enrollada y sostenía entre su brazo y su cadera. No se inmutó de ver al guardia del estacionamiento dormido, aunque sí le pareció un poco extraño. De lo que sí no se percató fue de que su compañero estaba ausente.
Se internó entre los pasillos de circulación, las columnas y los pocos autos que poblaban el sitio, hasta que... otra vez, pasos aislados resonaron a su espalda. Jimin detuvo el andar y ladeó apenas el rostro hacia su hombro, contemplando silencio. Con un ritmo más aligerado se aproximó a su vehículo, aunque, de nuevo, un ruido llamó su atención. Parecía tratarse de un chispazo constante. Giró sobre su propio eje, desconcertado, hasta que el insistente y molesto sonido lo hizo subir la cabeza, notando así que la cámara de seguridad presentaba una rajadura que dejaba ver los cables expuestos y haciendo falso contacto. Al instante siguiente, un escalofrío recorrió su espalda y se quedó tieso unos segundos. Relamió sus labios y se adosó a la puerta de su vehículo. Abrió el lado del copiloto con un movimiento rápido, dejó sus cosas dentro y le dio un empellón a la puerta. Fue en ese momento que escuchó pasos acelerados detrás de él, al mismo tiempo que divisó una figura reflejada en el vidrio aproximarse de esa misma manera.
Apenas tuvo tiempo suficiente para girar el cuerpo y recibir a ese maldito acosador vestido de negro, quien acometió de inmediato estampando una tela empapada contra su cara y oprimió su mandíbula con rudeza. Jimin gruñó bajo ese paño, ladeó su cabeza a los lados, tratando de zafarse, en tanto empujaba el cuerpo ajeno con ambas manos; ya empezaba a sentirse mareado y su atacante era una roca casi inamovible. Sujetó uno de sus brazos en el aire y maniobró su cuerpo, quedándose a espaldas de él. Jimin cerró con fuerza su puño e intentó impactar su codo contra el pecho adverso, pero fue sorprendido por el otro, quien rápidamente retrocedió de manera vertiginosa, arrastrando su cuerpo y ejerciendo más presión en su agarre, en especial en su cara. Sus piernas quedaron extenuadas, mas él continuó forcejeando contra ese brazo que apresaba su cuello y esa mano que apretujaba su mandíbula hasta que no pudo respirar nada más que el líquido que impregnaba la tela contra su piel, que aflojaba su cuerpo al punto en que sus manos se deslizaban y su organismo se apagaba. Solo cuando las manos del sometido cayeron a los lados de su cuerpo fue que lo soltó y dejó caer el resto de su cuerpo.
―Eres duro... presidente ―susurró el individuo entre suspiros.
Fue lo último que Jimin alcanzó a escuchar para que acto seguido sus párpados se juntaran y se sumiera en la inconsciencia absoluta.
En un parpadeo, con la adrenalina colmando su ser, el malhechor encintó sus muñecas, sus tobillos y su boca. Visto y considerando la pelea que le había dado, no le extrañaría que despertase rápido también y con ganas de acometer, por lo que no se arriesgaría; no quería sorpresas. Vigiló los alrededores, lo cargó sobre su hombro y lo depositó en el baúl de su vehículo, aparcado previamente en la cercanía. Se sentó y agarró el volante con rapidez, apretándolo con fuerza, mientras tomaba grandes bocanadas de aire y sin más demora puso el coche en marcha y pisó a fondo el acelerador. Avanzó como un desquiciado por la zona desértica, esquivó las columnas, los autos y en último lugar, pasó de largo la cabina donde aún se hallaba el guardia dormido, o más bien noqueado con una de sus propias picanas, que yacía en el suelo, aunque no visible a simple vista.
Al mismo tiempo, en la editorial Park, Lee Taemin se presentaba en la recepción, frente al escritorio de Jacqueline.
―¡Bu-buenos días, señor Lee sunbae-nim! ―Se puso de pie e hizo una reverencia.
―Buenos días, señorita Brown. ¿No se suponía que el señor Park iba a venir hoy a la oficina? Hay proveedores esperando por una réplica de su parte.
―Sí, señor. Pero... aun no llega. ―Se llevó unos dedos a sus labios, pensativa.
―Qué raro. Jimin es asquerosamente puntual ―dijo por lo bajo, extendiendo su brazo y mirando su reloj. Luego llevó sus pupilas a la secretaria, quien lo miraba con desconcierto―. Lo siento. No era mi intención expresarme así delante de usted.
―No se preocupe. El señor Park suelta blasfemias mucho peores.
Taemin cerró los ojos un instante y rio, exhalando aire por su nariz de solo imaginarlo; no le costaba trabajo en realidad.
―Avíseme cuando llegue, por favor ―dijo, llevándose las manos a los bolsillos y dio media vuelta para retirarse.
―¡Sí, señor! ―Exclamó con euforia, aunque su mueca se esfumó al girar el rostro hacia la puerta de la oficina de su jefe, sin poder evitar sentir una repentina inquietud.
Al cerrar la puerta de su oficina detrás de él, Taemin recibió un llamado que no demoró en responder.
―Jimin no ha llegado. ¿Estás feliz? ―dijo, con un tono muy calmo, caminando hacia su escritorio―. Sí, sí, tú diviértete todo lo que quieras, pero no seas imprudente, porque no seguiré cubriendo tus mierdas... Kai.
* * *
Con la cabeza lánguida, los párpados de Jimin comenzaron a abrirse despacio. Poco a poco fue enderezándose, sintiendo el olor a antiséptico y una muy ligera sensación de calidez en el entorno. Pestañeó unas pocas veces hasta espabilar con una inspiración violenta y un sacudón que le dio a su cuerpo. Notó su boca encintada, sus manos detrás del respaldo de lasilla a la que se hallaba apresado, rodeadas por un frío metal. «¿Esposas?», pensó, tirando de sus brazos y escuchando el inconfundible chasquido del material. Sus tobillos también estaban sujetos a los pies de esa silla. Eran sogas gruesas, aunque no apretaban, solo retenían.
Agitado, casi al borde de un colapso nervioso, paseó sus ojos por lo que concilió era una habitación ni muy pequeña, ni muy grande, cuyo suelo estaba fundado por azulejos blancos y paredes impecables del mismo color. No obstante, pudo percibir que se trataba de un sótano, al ubicar una empinada escalera de concreto.
Una cama individual yacía al fondo contra la pared, con sus sábanas también impolutas y sobre ella, colgando, había un gran mural de corcho, plagado de fotografías suyas, o mejor dicho, de recortes de las revistas para las que había modelado, desde esa época donde llevaba su cabello rojo, en tono salmón, también negro y azulado, hasta las más recientes con su cabello rubio. Su pecho comenzó a inflarse y encogerse cada vez con mayor vigor. Empujó sus pupilas por inercia hacia una pequeña mesa donde reposaban unos cuantos frascos de cristal, una jeringa y pastillas. Estaba temblando. Y como si el miedo que sentía no fuese poco, en cuanto giró su cabeza hacia el otro extremo, allí lo vio de pie, apoyado contra una mesa de metal, donde oscilaban unos cuantos utensilios, entre ellos sogas, cinta, algodón, entre otros. Él estaba ahí, inmóvil y observándolo, como una mancha negra ante toda esa claridad en el cuarto.
―Por fin despiertas ―dijo, enderezando la postura.
Escuchar su voz distorsionada por ese cubrebocas que llevaba encima solo volvía todo más espeluznante. Arrastró un pequeño banquillo de madera a su paso y tomó asiento a unos metros delante de su cautivo. Incluso con la gorra puesta y ese cabello renegrido sobre sus ojos, pudo distinguir ahora que solo uno de ellos era azul, mientras que el otro se apreciaba oscuro, tanto o más que su cabello. ¿Sería muy arriesgado permitir que lo contemplara así? Aunque al maldito poco parecía importarle, ahora tenía a su merced lo que tanto quería. Se inclinó hacia delante, reposó uno de sus codos sobre su pierna y con lentitud adosó su mano, reposándola sobre el muslo de Jimin, dándole un inmediato sobresalto y sacándole un grito ahogado bajo ese adhesivo de metal plástico que llevaba sobre la boca.
Sin decir nada, sin despegar sus ojos de los impropios, sin dejar que se escuchara su respiración siquiera, deslizó con parsimonia su mano, fundada por un guante de látex negro, en ascenso hacia arriba.
―Te dije que me ibas a obligar a cometer una locura. De una forma o de otra... iba a terminar llegando a ti. Esta es nuestra cita, mi bello presidente...
~ B i t t e r s w e e t ~
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