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Capítulo 20: El amor es una perra

Como era costumbre para Jimin cuando se trataba de bailar, ignoró por completo el avance del reloj. No fue hasta que hizo una pausa, expiando sudor por todo el cuerpo, que escuchó de casualidad su teléfono sonar. Era una llamada de Hana. Entonces miró la hora:

«¡¿La una y treinta?!», exclamó en sus pensamientos.

Cariño, no me digas que olvidaste que iría.

―No, no me olvidé. Es que... me quedé haciendo un poco de ejercicio y perdí totalmente la noción del tiempo. ¿Estás cerca?

Estoy llegando.

―Okey, okey. Avisaré a los guardias y te veo en la puerta del elevador.

Está bien, lindo ―dijo, riendo entre dientes―. Te veo abajo.

Cuando la muchacha consiguió el acceso y abandonó su auto, no demoró mucho en encontrarse con su novio.

―Vaya, esperaba verte con traje o alguna camisa, pero tu estilo de gym me gusta.

Jimin rio ante su comentario, sin demorar en aproximarse, estampar sus manos con delicadeza sobre las mejillas de su chica y besar sus labios, como si se tratasen del maná más puro que tanta falta le hacía.

―Espero no estés muy cansado ―dijo, levantando un poco la bolsa que cargaba, donde tenía una gran botella de vino.

―Para ti, y para compartir un trago contigo, jamás estaré cansado, ¿me oyes? ―le respondió, juntando sus belfos una vez más. La rodeó con su brazo hasta su hombro y caminó junto a ella al interior del ascensor.

―¿Cómo estuvo tu día?

―Plagado de trabajo, para bien y para mal. ¿Cómo estuvo la cena?

Jimin bufó y se llevó las manos al rostro, apretando sus ojos con sus dedos, colmándose de agobio de solo recordarlo.

―¿Tan mal estuvo?

―Sabía que iba a ser malo, pero no imaginé que tanto.

Una vez dentro del departamento, Jimin se apresuró a ponerle llave a la puerta. Era una manía que había acrecentado en este último mes; no toleraba saber que su hogar no estaba asegurado.

―Cariño, estás sudando. No tendrás fiebre, ¿o sí?

―Sí, y mi ropa quedó un poco húmeda también. Pero no te preocupes, iré a darme un baño rápido y enseguida vuelvo contigo ―dijo, tomando sus manos y depositando un dulce beso en el dorso―. Siéntete como en casa, ¿de acuerdo?

―De acuerdo. ―Le sonrió con calidez.

El muchacho se llevó una toalla y un par de prendas consigo, y en cuanto el agua de la lluvia cayó, Hana obtuvo su señal para poder inspeccionar un poco el lugar. Miró todos los rincones, revisó cada compartimento u objeto, pero no encontró absolutamente nada que pudiera serle de utilidad para sus fines. Sin embargo, todo cambió cuando vio allí, solitario y escondido, en la mesita arrimada al sillón, un cuaderno de tamaño mediano de tapa dura, aquel en el que Jimin escribía lo que podía recordar de sus sueños. Sin saber en lo más mínimo de lo que se trataba, solamente se limitó a abrirlo y pasar las hojas, aunque, mientras más atención le prestaba a los cortos textos, donde relataba fragmentos de sueños y pesadillas, más se abrían sus ojos y muy despacio se llevaba los dedos sobre sus labios. Leía aquellas frases y palabras sueltas que acrecentaban mucho más su intriga: Mi yo inocente; No puedo liberarme de este dolor; Mi verdadera sonrisa está perdida; ¿Por qué estoy siendo castigado?, entre otras. Algunas con más uso de tinta, tachadas con ira, repetidas o solo rayadas, y por supuesto, el nombre "Hana", escrita miles de veces, con diferentes tipos de presión en el pulso. Tinta azul, negra, verde, roja... Sus pupilas viajaban de un extremo al otro, tratando de entender, de asimilar.

―¿Qué estás haciendo, preciosa?

El susurro rasposo y apagado, ejecutado pausado a milímetros de su oreja, la sobresaltó de manera anómala, provocando que el libro por poco se le escapara de las manos. Al girarse y ver el rostro de su novio sonriéndole de manera traviesa y, debía admitirlo, un tanto siniestra, se apresuró a cerrar el libro y entregarlo casi como una ofrenda.

―¿Revisando mis cosas? ―indagó, irguiéndose y rodeando a paso lento el extenso sofá.

―N-no... Yo solo... Perdona. ―Agachó la cabeza, y se odió por no tener excusa válida. Ciertamente había sido imprudente.

Jimin se acercó y tomó el cuaderno en mano, mirando a su novia con circunspección en todo momento, desviando sus ojos solo cuando se inclinó delante de ella para dejar la libreta en su sitio.

―Pe-perdona... No era mi intensión esculcar tus cosas. Yo solo...

La muy cínica.

―Estás perdonada. Pero la próxima vez, por favor, pregúntame lo que sea que quieras saber, ¿de acuerdo?

En cuanto se enderezó, ella subió tímidamente la mirada, sorprendida de lo que sus ojos encontraron: su chico estaba vistiendo nada más que ropa interior, y la toalla la llevaba tendida sobre el cuello. No iba a negarlo, era dueño de un físico inmaculado; podría encandilar a cualquiera con facilidad. Y ese rostro, esos ojos rasgados, con los párpados caídos, la curvatura de sus abultados labios, eran la mezcla perfecta entre ternura, sensualidad y picardía, y es que así la miraba ahora, porque sabía que sus ojos estaban en su totalidad solo sobre él, estudiando cada fracción de su anatomía, y le encantaba, porque eran los fanales de Hana, su Hana, contemplándolo.

―¿Te estoy incomodando? ―susurró, sin medir su distancia y viendo que ella no se animaba a devolverle la mirada.

―N-no, no... ―Ladeó unos segundos la cabeza―. Rayos, de verdad eres atractivo ―murmuró, sintiendo cómo su rostro enrojecido ardía.

La embustera por fin decía algo honesto.

―¿Y eso te molesta?

Jimin ensanchó una sonrisa que solo podría descifrarse como triunfante, aunque también estaba enternecido por su cortedad.

―¿Quieres tocarme? ―habló lento y con un tono más serio.

Hana llevó sus ojos bien abiertos hacia los impropios de inmediato, asaltada totalmente ante tan inesperada propuesta.

―¿Qu-que te toque dices?

―Si tú quieres, claro. Puedes hacerlo ―masculló, encimado a su rostro, reduciendo los centímetros que separaban sus cuerpos.

Su novia se mostró obnubilada, respiraba con la boca entreabierta y su pecho se elevaba con notoriedad. Sabía que no la estaba obligando, pero también sabía que se vería sospechoso si Jimin no se sentía aunque sea un poco deseado, por lo que, con manos cuidadosas y dedos temblorosos, se alentó a sí misma a extender los brazos y reposar sus palmas sobre sus hombros. Jimin estaba muy emocionado; no pensó que se animaría. Quería, esperaba, hacerlo bien para que ella no se asustara. Y para su sorpresa, la muchacha empezó a deslizar muy despacio sus manos por el área de su tórax y se estacionó ahí mismo, pudiendo sentir su corazón tan agitado, como un niño inexperto, pero su rostro no expresaba nada de eso, mas sí mostraba deseo. El joven ingirió saliva y levantó despacio sus brazos, arrimando sus manos a los relieves de su clavícula.

―¿Puedo? ―preguntó en voz baja, volviendo a conectar sus miradas.

Ella asintió, entonces él copió la acción que previamente su chica realizó y se detuvo sobre los primeros botones de su blusa. La piel de la muchacha se erizó con su toque; fue como cuando se dieron ese beso en el auto, cuándo él la tenía a su merced sobre la mesa de la cocina en su departamento, cuando le daba esos besos largos e interminables, susurrando palabras de amor. Sin darse cuenta, se dejaba llevar por momentos por la lujuria, y es que este hombre tenía una muy particular, vasta y peligrosa, mas ella solo sentía impulso por su atractivo físico, ¿qué persona no desearía ser tocada y besada por un hombre hermoso como lo era él? Se apoderaba de ella por momentos. Se estaba volviendo a apoderar ahora. No podía permitirlo. No lo haría. Ahora, que él pretendía desprender sus botones, sintió el tacto de ella sobre sus brazos, cosa que lo llevó a frenar en seco.

―Ta-tal vez... sería mejor intentarlo después... con unas copas encima, ¿no?

Jimin la observó extrañado por unos segundos, pero sonrió después, entendiendo y respetando sus palabras. Capturó con dulzura su rostro entre sus manos y le otorgó un beso tan paulatino, instantáneo, y a la vez tan amoroso, que casi la derritió. Casi.

―Iré a cambiarme ―dijo, separándose despacio de ella.

―Abriré el vino.

No se habría derretido, pero sí había quedado hechizada.

―¡Ponte una camisa! ―le gritó desde la sala, mientras servía el tinto en dos copas.

―¿Una camisa?

―La que tú quieras. Me encanta cómo te ves con camisa.

―Me pondré una camisa entonces.

Hana sonrió, riendo entre dientes para sí misma, hasta que algo en su interior la dejó estática. De verdad la había hecho reír, de verdad... de verdad estaba a gusto con su compañía. «No». Dio un fuerte sacudón a su cabeza. No debía olvidar su objetivo y los planes que ya había fraguado al detalle para esta noche. Terminó de llenar las copas de cristal con el vino y se aproximó al equipo de audio con grandes parlantes situado en un rincón.

―Pondré algo de música, bebé.

―Sí, haz lo que quieras, preciosa ―exclamó desde el dormitorio, terminando de vestirse.

Pasó un par de estaciones de radio hasta que consiguió sintonizar un ritmo que atrajo su atención: Love is a bitch de Two feet. No se fijó para nada en el idioma, mucho menos la letra, tan solo subió con un toque delicado el volumen y dejó que su cautivante sinfonía invadiera el lugar. Caminó hasta la barra de madera, que separaba la cocina de la sala y tomó su copa en mano, dándole un gran sorbo, mientras meneaba un poco el cuerpo, dejándose llevar por la seductora melodía. Pronto, sintió una mano haciendo presión contra su vientre y los labios húmedos de su novio acaparando el espacio entre su cuello y su hombro. Ella lo aceptó y extenuó su cabeza hacia un extremo, otorgándole la zona, mientras suspiraba con placer, o eso pretendía simular; tenía que hacer su mejor actuación, incluso con el más mínimo gesto en su cara.

―Estoy de acuerdo con la canción. Porque el amor sí es una perra ―susurró él muy cerca de su oído, acompañándola en los movimientos de su cuerpo y deslizando una de sus manos sobre su muslo.

Hana mantuvo sus ojos cerrados y se mordió el labio con fuerza; no era demasiado lo que tenía que fingir tampoco. Este hombre sabía a la perfección cómo seducir, cómo encender el ambiente.

―¿Está bueno el vino? ―volvió a susurrar, con un tono más sugestivo, y Hana sintió sus piernas flaquear por un segundo.

―Bu-Bueno... M-Muy bueno... ―balbuceó, entreabriendo sus ojos, presenciando cómo una sonrisa traviesa se ensanchaba en el rostro de su chico, en tanto se apartaba de ella para tomar su copa y beber.

El maldito no solo sabía lo que hacía, sino que también era consciente de lo que provocaba en ella.

―¡Mmm! Sí que está bueno.

―No iba a traerte cualquier cosa, bebé ―dijo, habiendo recobrado la compostura y alzando su copa―. De verdad te quedan bien las camisas ―añadió, ladeando un poco su cabeza al contemplarlo.

Se había puesto una en tono salmón pastel, con unos pantalones deportivos negros, e iba descalzo igual que ella.

El joven dejó ver su mueca incluso cuando le dio otro sorbo a la copa. Luego la dejó sobre la barra, para acercarse a su pareja una vez más. La tomó por el rostro, abultando apenas sus mofletes, juntó brevemente sus labios y la rodeó entre sus brazos, dejándose empalagar por el compás atrayente de la música. No obstante, la pista había terminado y otra la sucedió: You in me de KARD. Incluso antes de que los vocales hicieran lo suyo sobre la melodía, los ojos de Jimin se abrieron de par en par, como si sus sentidos reaccionaran a la presencia de un fantasma.

La reconoció al instante, como un recuerdo muy lejano, uno en el que se vio a sí mismo en una pista llena de luces, bailando junto a Hana, girando y girando, riendo a carcajadas. Ella era tan... suelta, divertida, seductora, hambrienta. Y sus manos, tan suaves, parecían tener una atracción poderosa por su piel. Era todo lo opuesto ahora. Reservada, frígida y distante por momentos. «Ten en cuenta que han pasado muchos años, han pasado muchas cosas. Ella también te verá diferente a ti, y por eso es que avanza muy lento, ¿no te parece?», las palabras de la señorita Fan penetraron en sus pensamientos en ese momento, quedándose solamente con la frase "han pasado muchas cosas". «¿Qué cosas?». Trató de rememorar el accidente, pero nada concreto venía a él, todo permanecía nebuloso, aunque en sus sueños, o más bien pesadillas, todo era desagradable. ¿Y si tal vez... en todas esas "cosas" estaba la clave? Probablemente. ¿Y si tal vez en sus memorias perdidas él... la habría dañado de algún modo? ¿Ella recordaría? ¿Sería bueno preguntarle? ¿Abriría una herida innecesariamente? ¿Lo odiaría quizá? ¿Lo... odiaba? Perdido se quedó en sus cavilaciones hasta que la copa de vino fría tocó su mejilla, haciéndolo volver en sí. Hana le sonrió al ver su reacción; él tomó la copa sin despegar sus ojos de ella. Abrió apenas un poco la boca para hablar, pero ella se le adelantó, estrellando con cuidado su vaso con el suyo.

―Hemos tenido un día muy largo. Vamos a olvidarnos de todo y todos por un momento y pasemos un rato agradable, solo tú y yo, bebé.

Jimin se tomó unos segundos analizando todo lo que colmaba en su testa, y terminó cediendo a su pedido. Ya habría tiempo para temas y preguntas serias, ahora solo se relajaría en compañía de su novia que tanto adoraba; era lo que deseaba con locura. Cambió la estación de radio, así como la salida del sonido para que la música acaparara cada rincón de la sala de manera suave. Las luces tenían un regulador de intensidad en el interruptor; Hana se acercó para bajarlo. Jimin dirigió la vista hacia ella, quien lo miraba coqueta, al ver que la iluminación se volvió opaca. Eso sí lo había tomado por sorpresa.

Abrazados a la cintura del otro, se dirigieron hacia donde estaban los sillones. Allí, con los cálices de cristal, a tope de ese refinado vino en la mesita de vidrio en el centro, se quedaron platicando, haciendo bromas tontas, riendo y por supuesto bebiendo. Esa sí era la Hana que recordaba, aquella risueña que se hallaba en sus pensamientos desde hace tanto tiempo. Lo plagaba de paz y armonía. Aunque, pobre de él, no se imaginó siquiera que en todas las veces que la muchacha se levantó para ir por más vino, era su vaso el único que era llenado una y otra vez, mientras que ella solo simulaba beber, dando muy pequeños sorbos. Jimin ya se encontraba no solo borracho, sino que veía doble por momentos, mientras Hana tan solo tenía el gusto de la bebida en sus papilas gustativas.

Ocuparon uno de los sillones individuales. Ella a ahorcajas sobre su regazo, mientras que él, con la espalda apegada al acolchonado mueble y su cabeza levemente inclinada, siguiendo la forma de la parte superior del asiento, rodeaba el dorso y cadera de su chica con sus brazos, y ambos se besaban con hambre.

―Hana... Hana, me encantas... ―bisbiseó entre ósculos y suspiros.

―Y tú a mí, Jimin ―susurró del mismo modo, tomó su rostro y depositó unos castos besos, haciendo resonar sus belfos contra los impropios.

―Vayamos al cuarto ―murmuró cerca de su oído, e hizo un amague para levantarse junto con ella.

―Mm... Terminemos el vino primero ―dijo en voz baja, reteniéndolo con sus manos sobre sus hombros y se puso de pie.

―¿Qué...? Pero si ya estoy pasado de borracho, ¿tú no?

―Solo un poquito, ya no nos queda nada.

La joven agarró las dos copas y se dirigió a paso acelerado hacia la barra.

―Te haces desear... ―dijo con una expresión de pillería, repiqueteando con su dedo sobre el apoyabrazos del sillón. Ladeó la cabeza y observó su figura con afán.

―¿Te molesta?

―No, no... me fascina, pero... me haces sufrir ―dijo juguetón, pasando su pulgar por sus labios, mientras la contemplaba para luego dejar ir un suspiro, en lo que echaba su cabeza hacia atrás en el sitial.

Hana volteó a mirarlo para asegurarse de que no estuviera observándola, entonces tomó de su bolso unas pastillas diminutas que aplastó con la base de la botella y dejó caer el polvillo que las había vuelto dentro del recipiente de cristal, llenó ambas copas con lo último que contenía el botellón y con una sonrisa gentil y un andar sensual, se aproximó a su novio de nuevo. Se sentó sobre su regazo de nueva cuenta y, después de compartir un beso, ambos, ahí mismo, hicieron fondo blanco a su bebida.

―Esto de verdad es muy bueno ―dijo él, relamiendo sus labios―. Pero oye, tú no estarás tratando de emborracharme y aprovecharte de mí, ¿o sí? ―indagó burlón, corriendo sus pupilas hacia ella.

Nuestro propio subconsciente puede ser tan sagaz algunas veces, que en cierto modo escapa a nuestra pobre comprensión...

―Me atrapaste... ―dijo ella en un canturreo suave, pretendiendo seguirle la corriente, aunque su corazón se había acelerado de repente.

Él tomó la copa de ella y junto a la suya, las dejó a un lado del acolchonado sitial, no importando que pudiera mancharse la alfombra con los restos del vino. Envolvió su cintura con sus brazos, pero ella tomó la iniciativa y conectó los labios de ambos otra vez. Seguidamente, en pro de no cederle el control, empezó a desabotonar su blusa, permitiéndole aflojar el resto luego, entonces ella, sin que él viera o percibiera siquiera su agobio y suspiro por la acción que estaba realizando, terminó de quitársela y la arrojó al suelo con la misma rabia que sentía al no llevarla puesta.

―Eres tan hermosa... ―susurró él, antes de que ella volviera apresurada a besarlo, dejándola estática mientras él bajaba sus manos y recorría su silueta, a la vez que adosaba su rostro al opuesto―. Ni siquiera tendrías que aprovecharte, porque yo te dejo... ―Besó sus belfos con dulzura―. Soy tuyo... puedes hacer de mí lo que quieras. ―Un ósculo simple con un fuerte chasquido―. ¿Sabes por qué? Porque te amo ―musitó, apegado a su boca.

Algo en su interior se removió al escuchar esas palabras, calando dentro de ella muy lentamente. Era desgarrador, era cruel, pero siguió adelante aun así. Respondió a ese beso mientras las luces para su chico se apagaban, su tacto se aflojaba, hasta que finalmente cayó rendido. Hana apretó los labios y muy despacio desprendió su tacto de su rostro, dejando que su cabeza cayera lánguida contra la espalda del sillón.

En cuanto supo que estaba profundamente dormido, la muchacha suspiró con el cuerpo tembloroso. Se puso de pie de inmediato, tomó su blusa y volvió a ponérsela, abotonando hasta la última cuenta. Dio vueltas en círculo con las manos en la cabeza para terminar corriendo al baño a despedir bilis con color y sabor a vino. Estaba asqueada de Jimin, de ella misma y todo lo que había hecho. Tras recobrar compostura, volvió a dónde se encontraba el noqueado chico, lo bajó con sumo cuidado del sillón, lo agarró por debajo de las axilas y así lo arrastró hasta el dormitorio. Sudó gotas gordas, puesto que le fue bastante difícil, pero de igual manera se las arregló para planchar su cuerpo sobre el colchón; él no movió ni un solo músculo, tan solo respiraba con armonía.

Ahora que Jimin se hallaba temporalmente fuera de juego, era el momento de inspeccionar. Revisó y rebuscó de punta a punta todo el departamento, con lo vasto y grande que era. En primer lugar volvió a ojear el cuaderno, por supuesto, aunque no encontró nada relevante para sus propósitos, pero sí muchas más preguntas que respuestas a las numerosas cuestiones en su mente.

Al llegar al estudio, se hizo un festín con los variados documentos que el chico almacenaba allí. Observó cada foto, incluyendo el retrato familiar. Encontró, claro, los papeles del sanatorio, quedándose detenida unos cuantos segundos.

―Por supuesto... ―masculló con el ceño fruncido.

No podría llevárselo, pero sí le tomó una foto con su teléfono celular. Continuó revisando el escritorio, la computadora, donde no halló nada diferente a lo que se encontró en la de su oficina. Ojeó algunas cajas más, volvió a ver alguna que otra fotografía y acabó por caer en la frustración.

«¿Nada? ¿No hay nada más que ese triste documento del sanatorio mental? ¿Para eso valió todo esto?», pensó, preocupada.

Incluso ese papel no le sería del todo útil, quizá para ejercer presión nada más, tal vez... «o tal vez no».

Revisó con mayor precisión los muebles del estudio, entonces encontró detrás del estante, una pobre caja perdida y repleta de una gruesa capa de polvo. Estiró su brazo cuanto pudo hasta que consiguió tomarla y sacarla de ahí. No se molestó en remover la polvareda, solo la abrió sin más, encontrándose con un único objeto dentro. Una carta que llevaba escrito el nombre "Hana". La chica tragó la escasa saliva que poseía en esos momentos, y sin conseguir dar un solo parpadeo, agarró el sobre entre sus manos y desplegó el papel amarillento dentro. Querida Hana, nos amamos mucho, pero... Era todo lo que se hallaba escrito en ese papel, era el puño y letra de Jimin, una carta inconclusa, y estaba dirigida a ella. Era tan simple, tan vano, pero tan profundo que llenó sus ojos de lágrimas en cuestión de segundos. Sus labios temblaron y empezó a hipar, volviendo su llanto silente. Soltó el papel y apretó los párpados, así como apretó entre sus dedos también el colgante que llevaba en su cuello, el que Jimin le había dado a ella hace tanto tiempo.

Después de desahogarse, ordenó y puso todo en su lugar, incluyendo la carta, la caja. Recorrió toda la sala, mirando con cuidado que todo estuviera prolijo y en su sitio. En último lugar entró al dormitorio viendo a Jimin en silencio. Apenas había movido un poco uno de sus brazos, pero sabía que con las pastillas que le había dado dormiría de corrido hasta la mañana siguiente. Sin embargo, su cometido no había terminado; había llegado lo más difícil de todo.

Parte de ella quería marcharse y dejarlo todo así; parte de ella se sentía una idiota, una estúpida, una maldita hija de puta. Avanzó unos pasos, gateó sobre la cama, abrió y extenuó un poco las sábanas y se quedó al lado de Jimin, mirándolo con mucho recelo y a la vez timidez. Acto seguido se enderezó, apoyándose con sus rodillas, pasó una de sus piernas al otro lado y dejó el cuerpo del chico entre ellas. Respiró profundo, repitiéndose que era necesario hacerlo para que las cosas siguieran funcionando. ¿Qué novio continuaría con una chica que no le otorgaba placer carnal más allá de una caricia o un beso? «Te esperaré todo lo que haga falta». Las palabras de su novio la asaltaron de repente, provocando que se helara ahí mismo y las lágrimas volvieran a sus ojos enseguida.

―¿Por qué me siento una basura? ―murmuró casi sin aliento, producto del llanto, golpeando su muñeca contra su frente y enmarañó unos mechones de cabello entre sus dedos.

«Se ve tan indefenso e inocente... ¿Cómo podría...?», luchó consigo misma, sintiendo un dolor agudo en su cabeza. «Él... Él ha hecho cosas peores, ¿verdad? Él me lo quitó todo y me dejó en una miseria absoluta, ¡¿verdad?! Lo menos que puedo hacer ahora es pagarle con la ley del talión, ¿o no? Ojo por ojo... y diente por diente».

Con sus manos temblorosas a más no poder tomó con cuidado las pequeñas cuentas y uno a uno fue desprendiendo los botones de la camisa de Jimin, luego levantó su torso y lo aguantó como pudo hasta que logró quitarle la prenda. Prosiguió con los pantalones, encontrándolo menos laboroso, ya que solo tuvo que luchar contra el elástico de la cintura, y también la hizo a un lado. No obstante, faltando la última prenda volvió a desmoronarse, escudando su rostro bajo sus manos e hipando, en tanto las lágrimas comenzaban a correr otra vez. Se sentía asqueada de sí misma por cometer un abuso tal contra otra persona, no importándole sus rencores en ese momento, pero luego pensó en el pasado y tomó una determinación.

―Lo siento... ―masculló con sus ojos y su nariz enrojecidos.


~ B i t t e r s w e e t ~


https://youtu.be/cMkrXz9bNQM

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