Capítulo 2: Nítido, borroso
Una sonrisa con la que después exhaló un seco soplo con gracia, fue la reacción de Park Jimin al leer la frase escrita en aquel papel rosado que empuñaba en su mano: El presidente Park Jimin es tan lindo.
―¿Pero qué rayos...? ¿Volví a la secundaria de repente? ―dijo con desaire, ante lo que percibió como un acto inmaduro a primera vista.
Mantuvo su sonrisa sin sentir la más mínima pizca de gracia. Hizo la cabeza a un lado, se irguió, arrugó el papel y lo arrojó con fuerza dentro del pequeño cesto de basura junto a su escritorio. ¿Desde cuándo una chica debía escribirle notitas de colores para adularlo o llamar su atención? Bueno, no es que a estas alturas le sorprendiera, si tenía en cuenta su ajetreado y acalorado historial con las mujeres. Un simple roce, una charla extendida, una cena, un encuentro de una noche o varias y ya se creían con el derecho de demandar cualquier cosa de él, o de demandarlo a él en concreto, mintiendo con un descaro aberrante.
El joven empresario pasó las manos por su cabello y rogó que no fuese otro nuevo episodio de "si no me das lo que quiero, te arruino"; ya había tenido bastante.
Pareja, novia. Park Jimin no podía tener eso. Jun Mi-suk pareció entender aquello a la perfección. Ambos buscaban lo mismo: pasar el rato, divertirse y luego cada quien por su camino. Llevaban poco más de dos años en los que compartieron noches fogosas que le sacarían una sonrisa a cualquiera que se pusiera a recordar en algún momento del día todas esas travesuras subidas de tono, sin embargo no era el caso de Jimin, pues en su mente, en su cabeza, habitaba un rostro femenino que se apoderaba de su psiquis. Siempre pareció estar allí, como su dulce hogar, en sus pensamientos. Con ese largo cabello liso color almendra como sus ojos, tez blanquecina y mejillas rosadas. Sus pupilas no lo miraban en ningún momento, pero él la contemplaba en todo su esplendor, preguntándose tantas cosas.
Su memoria era un caos desmedido desde el accidente que había sufrido hacía ya cuatro años. Aquel que le dejó una lesión en su hombro. Desde ese punto en su vida, todo era caliginoso, y mientras más se esforzaba en recordar con nitidez, más agudo se volvía el dolor, pero no en su hombro, sino en su pecho, punzante como un alfiler, que poco a poco se enterraba contra su carne y lo lastimaba.
Ni siquiera recordaba el nombre de la susodicha, dónde la conoció ni dónde podría estar ahora. No obstante, día a día se esforzaba para dar inicio a su búsqueda. Ni siquiera una sola foto conservaba. A veces se preguntaba si ella era tan solo un sueño, pero luego se cuestionaba el porqué de tanta obsesión. ¿Estaría loco?, volvía a cuestionarse. Todo el mundo lo está, se escudaba. Empero, ese rostro... Ese rostro lo seguía día y noche. Incluso en estos momentos, su cara se dibujaba en cuanto sus párpados se juntaban. Su hilera de dientes se dejaba ver con esa vívida sonrisa, pero en cuanto encontraba sus ojos, la sonrisa se apagaba y su postura decaía, pasando a cubrirse sus ojos con sus manos:
―Ya no me mires así, por favor, Jimin ―le pedía apenada.
―¿Por qué?
―¡¡Detente!!
Su grito rompió el encanto del tenue recuerdo, obligándolo a abrir los ojos y girarse hacia la puerta. Otro fuerte golpe contra ésta.
―Señor Park, soy Lee Dong-min. ¿Puedo pasar?
Jimin se llevó una mano al rostro y restregó un poco sus ojos.
―Claro, Lee. Adelante ―suspiró.
El muchacho ingresó con unos papeles en mano. Los entregó a su superior y éste empezó a revisarlos con un ojo muy escrupuloso.
―Buen trabajo, Lee.
―Pero... ―Aguardó por el punto negativo; siempre había uno o varios.
―Pero los números siguen bajando ―completó con desánimo, y dejó los papeles sobre el escritorio con un tacto pesado.
Antes de poder decir más, la puerta, que aún se hallaba medianamente abierta después de la entrada del joven contador, fue empujada de manera tenue, dándole paso a un tercer invitado inesperado.
―¡Aquí está el té que me pidió, señor Park! ―Jacqueline empujó un poco más la puerta con su espalda para abrirse paso, cargando con ambas manos la mediana taza con un platillo debajo.
Al poder girarse se encontró con los dos muchachos, deteniendo su mirada atenta sobre ella, dejándola atónita por unos segundos.
―¡Ay! ―exclamó con un sobresalto a su postura, que conllevó a derramar unas pocas gotas de té sobre el plato y sus pulgares, con lo que se ganó además una mirada de asombro por parte de los dos hombres, siendo ellos los estupefactos ahora.
»¡No pedí permiso para entrar!
Lee apretó los labios aguantándose la risa, mientras que Jimin llevó sus pupilas al techo.
―Señorita Brown... ―Dirigió una mano a su frente, raspando un poco la piel con sus dedos.
―¡Y tampoco me anuncié!
―Señorita...
―¡Qué vergüenza! No me va a despedir, ¿verdad? Quiero decir, conociendo lo gruñón que suele ser y...
―¡Jacqueline Brown! ―espetó, dando un golpe contra la mesa, obteniendo silencio por fin.
―¿S-sí, señor?
―Sé un amor y termina de traer el té para que puedas irte por donde viniste de una buena vez, ¿quieres? ―dijo, con falsa amabilidad en su tono.
―Sí, señor. ―Se inclinó un poco y se aproximó a paso acelerado a reposar la taza sobre el escritorio.
Notó apenas en ese momento las gotitas de infusión dispersas con las que manchó el mueble y un poco el piso, al retirar sus manos.
―¡Oh! ―Se llevó las manos a la boca, dirigiendo sus grandes ojos a su jefe, quien muy lento levantó sus pupilas, cuan puñales, hacia los suyos.
―Señorita Brown... ―emitió parsimonioso aunque aterrador.
―¿Me va a despedir, señor? ―Sin siquiera darle tiempo a responder, continuó hablando―: ¡Lo lamento! ¿Fue porque no me anuncié? ¡No! Fue por ensuciar con el té, ¿verdad? ―Hizo ademanes con sus manos, sin permitir que el hombre frente a ella interviniera en su discurso desesperado―. ¿O tal vez porque lo llamé gruñón? ¡Lo siento mucho! No puedo evitar ser honesta. ¡Ay Dios, ¿qué estoy diciendo?! ―Se llevó las manos contra las mejillas.
―¡Jackie! ―Soltó con un gruñido bajo esta vez, exhaló bastante aire e invocó lo mejor de su ser para que preservara su calma―. ¿Me recuerdas por qué te pedí a ti que me trajeras el bendito té, teniendo a Rosé para la tarea?
―Bu-bueno... Lo que pasó fue que usted caminaba por los pasillos, pisando firme como un ogro. ―Hizo la mímica con sus pequeños tacones.
Jimin se cruzó de brazos y se llevó de inmediato el puño sobre los labios para no reírse en su cara, cosa que creía poco ético en primer lugar. Dong-min por su parte ya estaba riéndose, aunque con mesura, debajo de su mano. La muchacha solo se enfocó en contar lo ocurrido a su manera como si su trabajo dependiera de ello, y es que en su interior realmente lo creía.
―Yo estaba saliendo del baño ―continuó―, y cuando pasó por delante de mí, sin siquiera verme a la cara, me dijo: "Usted, tráigame un té y llévemelo a mi oficina cuanto antes".
Su superior se vio obligado a apretar, incluso morder los labios para que ni la risilla más mínima se le escapase por inercia en el momento en que oyó a la chica hacer una pobre imitación de él, con una voz ronca y tosca.
―¿Me va a despedir? ―Volvió a su voz cándida.
―Si no te retiras ya mismo... sí te voy a despedir. ―La testeó, a lo que ella hizo una breve reverencia hacia ambos, cruzó casi corriendo la puerta y la cerró detrás de sí.
Ahí mismo, Lee estalló con una carcajada.
―No te rías, desgraciado. ―Lo apuntó con el dedo, sin ser capaz tampoco de poder borrar la mueca en su rostro.
―Ay vamos, Jimin. Tienes que admitir que es adorable ―dijo, luego de tomar un respiro, señalando la puerta con su brazo extendido.
―Que sea adorable no quita que sea un maldito grano en el culo ―replicó, apretando los párpados, así como el músculo en su entrecejo con sus dedos.
―¿Y por qué no la despides? ―preguntó, llevando los puños contra su cintura y arqueando una ceja.
―Bueno, ¿y tú no tienes novia? ¿Qué va a pensar ella de que andes llamando "adorable" a tu compañera de trabajo?
―Mi novia se caracteriza por ser una persona inteligente. Jamás se pondría celosa por algo tan banal.
―Bueno, muy inteligente no ha de ser, si te tiene a ti por novio ―comentó, alzando una ceja y torciendo un poco la cabeza.
―Qué cabrón eres ―renegó, sonriendo y negando con la cabeza.
Park y Lee habían sido compañeros desde la escuela secundaria: tareas, deporte, fiestas, conciertos y alguna que otra desvelada jugando videojuegos; se conocían bastante bien, por lo que estando a solas podía relajarse y le permitía un trato de tú a tú. Además, el trabajo de Dong-min había sido impecable hasta la fecha, y los dos solían congeniar de manera óptima, otorgando resultados eficaces para con la editorial. Era un gran aporte.
―Bien, si no necesitas más de mí, me retiro ―informó el empleado, quien se dirigió a la salida en cuanto su colega le hizo un gesto ínfimo con su mano.
Jimin revisó los números del informe una vez más, contrayendo más sus cejas. Tomó la taza y se la llevó a los labios aunque devolvió de inmediato, casi con una escupida, el pequeño sorbo que había dado. El té estaba helado.
Surcó su escritorio y se dejó caer sobre su silla, se acomodó bien y oprimió un botón en el comunicador sobre el mueble.
―Rosé, tráeme un té con mucho tilo, y no me traigas la manzana. Perdí el apetito ―dijo con pereza y soltó el botón.
Se reclinó contra el respaldo de la silla y se meció hacia un costado, luego al otro, hasta que sus ojos dieron con las largas cortinas que cubrían los enormes ventanales. Era un lunes potencialmente denso, sin embargo, no quería que llegara el viernes.
* * *
Día dos de la semana. Jimin detuvo el molesto sonido de la alarma, aunque al ojear su teléfono, todavía algo somnoliento, distinguió entre sus mensajes el de su mejor amigo dándole los buenos días y preguntando cómo estaba; era algo de todos los días, nunca fallaba, y siempre lograba arrancarle una sonrisa por pequeña que fuera.
Miércoles y las obligaciones no serían menos, aunque a Jimin no le importaba eso. Su trabajo era pesado y abundante, pero él lo encontraba terapéutico para su mente, pues la mantenía ocupada, afilada y retroalimentaba su lado creativo. Sin embargo, lo verdaderamente frustrante era no conseguir los resultados ambicionados. Era muy exigente consigo mismo. Pero cuando las cosas no marchaban como lo deseaba, siempre encontraba resarcimiento con la actividad física. Una de ellas era el baile.
Había concurrido a una academia desde muy pequeño, hasta sus veintes, siendo en verdad bueno con la expresión corporal. Su mejor amigo iba con él, más por compartir una actividad juntos que por el hecho de bailar en sí, aunque tampoco lo hacía mal. Recordaba eso. Taemin también estaba allí con ellos. Se acordaba asimismo que en aquel tiempo solían llevarse bien. Cuando todo era mucho más sencillo, feliz y perpetuo. Corrían con libertad por las calles hasta muy tarde por las noches, se apoderaban de los juegos en la plaza del vecindario; compraban chucherías y hacían todo tipo de apuestas con premiaciones y penitencias, con las que se testeaban los unos a los otros constantemente, y acabando siempre con una sonrisa. Pero así como debía hacerlo en aquel entonces, llegaba el momento de decir adiós y tocaba afrontar la realidad.
Esa noche Jimin bailó hasta quedar tendido sobre el suelo de la sala de su vivienda, que era más bien un piso completo donde llevaba alojado poco después del accidente.
El sudor escurría y se desprendía muy despacio de su cuerpo con cada exhalación. Miró el techo y sintió al poco tiempo que empezaba a dar vueltas. Cerró casi de manera maquinal los ojos, viéndola a ella, su chica de ensueño, otra vez:
―Fuguémonos, Jimin.
―Es... Está bien.
Tanto la pregunta como la respuesta le trajo un sabor agridulce. Oyó gritos en la negrura que eran sus memorias y luego, un fuerte impacto que lo llevó a abrir los ojos en el acto, dejándolo un tanto alterado.
Su teléfono celular sobre el mueble sonó. Un mensaje, y no era cualquiera. Mi-suk le había enviado por su chat privado unas fotografías de ella con lencería de encaje, lo bastante sugestivas como para hacer desaparecer en él todo ápice de fatiga e incertidumbre en un segundo. Jimin contempló las tres fotos, las amplió e hizo muecas. Le encantaba lo que veía. Y como si le leyera el pensamiento ella añadió texto debajo: «Mi nueva adquisición. ¿La estrenamos juntos?». El muchacho alzó la cabeza y curvó el cuerpo hacia atrás, mordiéndose el labio. Recibió otro mensaje, esta vez con su ubicación, a lo que le respondió en la brevedad: «Ahí estaré», y esbozó una sonrisa ladina. «Sé mi chico malo una vez más, ¿sí?», añadió ella. Su mohín se esfumó al leer eso último, aunque acabó por dejar el teléfono donde estaba para que continuara llenando su batería. Se quitó la sudadera, luego los pantalones y caminó desnudo hasta el baño para darse una ducha rápida.
Mi-suk era práctica y tenía buen ojo para los lugares cuando elegía. El hotel no estaba muy alejado de su zona residencial, y solo por fuera el sitio lucía excelente. Aparcó el coche, acudió a la recepción y preguntó por la chica, tal y como habían acordado. Adquirió las llaves, subió las escaleras y en ese cuarto piso caminó solo unos pasos para llegar a la puerta indicada. Aguardó por su señal para pasar, y al obtenerla, al desplegar la tabla la contempló en todo su esplendor, bien posada sobre la cama, vistiendo una bata de seda con la que cubría su ropa interior. No pudo evitar sonreír al verlo por fin, su chico nunca dejaba de deslumbrarla con su sola presencia.
Alzó su brazo, desvelando un pequeño control, cuyo botón pulsó, entonces el estéreo comenzó a reproducir un cover de la canción Stripped, de Shiny Toy Guns.
―¿Música en inglés? ―indagó, despojándose de su gorra con visera.
―Déjame traducirte, encanto. ―Se puso en puntillas―. Mientras te desnudo... ―susurró, arrimada a su rostro.
Take my hand, come back to the land. Let's get away... just for one day. Sonaba la canción, y Mi-suk le musitaba en coreano cada palabra al oído de su dulce amante mientras bajaba el cierre de su chaqueta de cuero. Él quiso deshacer el nudo de su bata, pero ella apartó su mano y dio una negativa con su dedo, mismo que llevó hasta la tela de su camiseta de tirantes, cuyo extremo desplegó hacia arriba hasta descubrir su ombligo.
―Los niños bonitos primero. ―Lo miró a los ojos.
―Relájate, solo eres un año mayor que yo ―dijo, y él mismo se despojó de la prenda, la soltó y la dejó caer.
La habitación se apreciaba cálida, por lo que no sintió frío en absoluto. Sabía que valdría toda la pena haber salido con poca ropa de la casa, pese al clima nevado afuera.
Luego de mirarse con lujuria, con el ritmo de la música envolviéndolos, se dieron un beso hambriento, no apasionado, sino puramente sexual.
Mi-suk guio a Jimin hasta la cama, donde se dejó caer sentado y ella tomó lugar a ahorcajas sobre su pelvis. Con las estrofas de la canción: Let me see you stripped down to the bone... Let me hear you speaking just for me... La chica desanudó la tira de su bata y las desplegó como las alas de una gran puerta que se desplegaban para él, para dejarlo entrar pronto.
Ese conjunto con ligas rojo como sus labios, como el fuego lúbrico creciendo en el pecho de ambos, era tan difícil de resistir.
Let me see you stripped down to the bone... Let me hear you crying just for me... continuó la música, y ella estaba con sus manos acariciando el abdomen de su amante, acrecentando el volumen de su respiración.
Jimin la rodeó con sus brazos. Delineó su silueta y palpó ese conjunto de lencería con cada dedo. Fue dominante y egoísta. Se apoderó y la complació, siendo tan malo como ella se lo permitió, como tanto le gustaba. Empujó con rudeza su cuerpo contra el suyo, haciéndola gritar de placer, y cuando se vio embriagado, contagiado por ese profundo éxtasis fue doblemente imperioso y posesivo, entusiasmándose con el acto, poseyendo a esa chica con rabia, frustración y desesperación. Dichas emociones escapaban a su propia comprensión, pero no podía parar, no quería hacerlo. Tal vez sí había algo de malo dentro de él, más allá de los fetiches de la muchacha, pero se decía a sí mismo que todos lo eran.
En el momento en que estuvieron hechos, los dos se desplomaron exhaustos sobre la cama. Ella se quedó de espaldas hacia él, todavía muy agitada.
―¿Estás bien? ―Dirigió despacio sus pupilas hacia su figura.
―Me encantó. Aunque te pasaste un poco esta vez. Me van a quedar unos cuantos moretones ―contestó frívola, abrazándose a sí misma.
―Perdona, creo que me dejé llevar un poco.
―Pierde cuidado, yo te dije que fueras brusco. Pero para serte franca, no pensé que te apasionarías tanto.
―Acércate, te daré unos masajes.
La chica se adosó y acomodó hasta que sintió el vientre ajeno apegarse a su espalda baja. Jimin paseó con parsimonia sus manos por su cuerpo. Fue un tacto mucho más delicado y suave. Asimismo depositó unos besos en las zonas más entumecidas para brindarle calma y relajación.
―Eres bueno con las manos ―murmuró con sus ojos cerrados y ensanchando una sonrisa en su rostro―. Y sí, dije eso con doble sentido.
Jimin sonrió y se abrazó a su cintura; ella infló el pecho y exhaló todo el aire con serenidad. No tardaron en quedarse dormidos, aunque no duraron mucho tampoco, ya que mañana les tocaba trabajar, así que abandonaron el lugar tan pronto como pudieron. Dejó a la muchacha en la puerta de su departamento y solo se marchó cuando la divisó ingresando al edificio.
Esa madrugada, en la oscuridad y amplitud de su dormitorio padeció insomnio, como era habitual en él. Pero aun así cerró sus ojos y lo intentó, y ella volvió a sus pensamientos, por momentos nítida, por momentos borrosa. Sonriendo y mostrando una expresión de seriedad que incomodaba. El impacto resonó en su cabeza con fuerza, obligándolo a abrir los ojos, encontrándose con la claridad de un nuevo día y el canturreo de unos pajarillos en la distancia.
En la editorial marchaba todo sobre ruedas, tan monótono como agotador. El presidente se paseaba por su oficina con el auricular de manos libres, finiquitando un llamado e iniciando otro. Revisaba papeles, corroboraba datos y hacía cuentas rápidas en el aire.
Como era usual, no tardaron mucho en tocar a su puerta. En medio del intercambio verbal que estaba teniendo, ni siquiera se volteó, aunque pasados unos segundos la puerta se abrió un tercio, y Kim Jong-in, socio único de la empresa, asomó su rostro por el hueco.
El jefe dirigió sus ojos hacia él, haciendo una reverencia que fue respondida en la brevedad, y le hizo un gesto con su mano para que entrara y le hiciera el favor de aguardar en silencio. Le señaló el pequeño bar que yacía contra la pared, por si deseaba servirse algo. Abundaban las botellas de alcohol, aunque estaban todas casi llenas, debido a que el joven presidente muy rara vez bebía durante el trabajo. Ahora mismo por ejemplo, caminaba por toda la extensión de su escritorio, llenando su vaso con agua fresca de tanto en tanto.
Para Kai, como todo el mundo a su alrededor solía llamarlo, no era nada extraño el protocolo, pues siempre que se daba una vuelta por ahí estaba extralimitado por sus obligaciones. No esperaba menos, ni le molestaba en lo más mínimo; sabía lo responsable y estructurado que Jimin era, y eso le agradaba.
Se dirigió sin demora al bar y ocupó un vaso redondeado con apenas dos dedos de licor que pronto se llevó a los labios, en tanto aguardaba por la atención de su colega. Sus fanales indiscretos viajaron hasta la figura impropia que le daba la espalda. Llevaba unos pantalones rojo carmín, camisa de un impecable blanco, y ya había logrado ver la corbata negra que portaba. El saco del traje tendía sobre el respaldo de su silla de escritorio.
―No te preocupes, ya está en manos del departamento de producción. ―Jimin continuó enfrascado en esta última llamada importante. Podría estallar la habitación de al lado y él continuaría en lo suyo.
Las pupilas de Kai subieron y bajaron más de una vez, hasta detenerse en la curvatura al final de su espalda y cómo la tela del pantalón lo pronunciaba, más aún cuando el jefe se llevó las manos a los bolsillos, tensando la prenda. Esbozó una sonrisa traviesa y se mordió el labio inferior, después apartó la mirada, bebiendo de una sola vez lo que quedaba en el vaso. Aunque abrió los ojos de golpe cuando escuchó a Jimin liberar un rasposo gruñido. Había culminado por fin su llamada tan tediosa. Se masajeó un poco el cuello y luego deslizó sus dedos sobre su hombro, con una ligera mueca de dolor.
―¿Todo en orden? ―preguntó Jong-in, habiendo dejado el vaso sobre el mueble. Metió las manos en los bolsillos y se aproximó.
―Sí, descuida. Es solo una contractura. ―Se giró hacia él, apoyándose con las manos sobre el escritorio―. ¿Qué te trae por aquí, Kai? Y espero que sea importante y breve, porque me espera un largo recorrido por todo el edificio ―añadió, dando un vistazo rápido a su reloj de muñeca y entrelazó sus brazos a la altura de su pecho.
―Bien, lo diré sin rodeos entonces. ―Imitó su postura―. La producción es ardua, pero las ganancias no superan las expectativas.
Jimin lo supo con solo escuchar la segunda palabra que había dicho.
―Y no dejo de recibir quejas respecto a tu abuso de autoridad ante el liderazgo de la editorial.
De acuerdo. Eso sí no se lo esperaba. Separó los párpados de manera considerable y lo miró fijo de hito en hito, permitiendo que la indignación lo bañara por completo.
―¿Cómo que quejas? ¿De qué estás hablando? ―espetó entre dientes. Fijó una mirada desafiante, sin pestañear ni una sola vez.
―No debes olvidar que somos un equipo, y no está bien que no le permitas a los demás hacer su aporte.
El muchacho asintió con un pronunciado meneo, entendiendo a la perfección.
―¿Ese llorón de Taemin te fue con el chisme? Rechacé sus propuestas de mierda. Sí. ¡Y lo seguiré haciendo, a menos que cambie su maldita cabeza cuadrada de una vez! ―exclamó, dando un pequeño golpe de su palma contra el escritorio.
―¿Por qué te molestan tanto las estrategias de tu padre? La empresa hacía buen dinero...
Park rodeó la mesa y tomó su saco de la silla, colocándoselo.
―Soy perfectamente consciente de que no estamos produciendo las mismas ganancias de antes. Pero yo lo solucionaré. Me ocuparé como lo he hecho todo este tiempo. Así que si no tienes nada más que decirme... ―Volvió a mirar su reloj―, te daré los buenos días. ―Hizo una reverencia―. Y me iré a cumplir con mis deberes.
Caminó hasta la puerta, la cruzó y la dejó abierta de par en par detrás de su paso. Kai no hizo ninguna acotación más. No es como si pudiera decir mucho tampoco, visto y considerando el temperamento del joven jefe y el rechazo y claro disgusto que le generaba la sola mención de su difunto padre. Solo esperaba que se diera cuenta a tiempo de que a veces no bastaba con buenas ideas, buenas intenciones o un poco de dinero para llevar su proyecto a las nubes. A veces... se debían hacer sacrificios. Soltar lazos, besar algunas manos o... algunos traseros.
~ B i t t e r s w e e t ~
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