Único 🩸
"Algunas almas están destinadas a encontrarse, incluso si deben atravesar la oscuridad y traicionar el destino para hacerlo."
Las luces del castillo brillaban como luciérnagas en la oscuridad de la noche. La atmósfera estaba cargada de intriga y peligro, donde las máscaras eran excusas para ocultar secretos y el vino un bálsamo para las traiciones inminentes. Entre la multitud disfrazada, la misión de Sunghoon era clara: reclamar a Jake, sin importar el precio.
Lo vio de inmediato, como si su presencia pudiera atravesar cualquier barrera. Jake Sim se encontraba cerca del balcón, con una camisa blanca de seda que se ajustaba perfectamente a su cuerpo esbelto y un chaleco bordado en oro.
Llevaba una máscara que apenas cubría su rostro, pero Sunghoon habría reconocido su silueta en cualquier lugar. Cada pequeño gesto suyo lo desarmaba: el modo en que humedecía sus labios, la forma en que sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su copa.
Era suyo. Desde siempre. Aunque el mundo intentara separarlos.
Sunghoon se deslizó entre los invitados como un depredador, el aire cambiando con su sola presencia. Un hormigueo recorrió la espalda de Jake antes incluso de verlo. Entonces, al girar, sus miradas se encontraron. El tiempo pareció detenerse por un segundo eterno, y el príncipe humano sintió que su corazón martillaba en su pecho.
—¿Qué haces aquí? —susurró Jake, su voz traicionando el temblor que intentaba ocultar.
Sunghoon esbozó una sonrisa ladeada, suficiente para que la punta de sus colmillos asomara, provocando un escalofrío en Jake.
—Vine por lo que me pertenece —respondió el vampiro en un susurro tan bajo que solo Jake pudo oírlo.
Jake dio un paso atrás instintivamente, pero su espalda chocó contra la barandilla del balcón. No había escapatoria. Sunghoon ya estaba allí, invadiendo su espacio personal, sus ojos rojos ardiendo con un deseo apenas contenido.
—Sunghoon, esto es una locura. No puedes... —intentó protestar, pero su voz se apagó cuando el vampiro alzó una mano, acariciando lentamente su mandíbula.
El simple roce de sus dedos lo desarmó. Jake sintió que su cuerpo respondía al toque de Sunghoon como si hubiera esperado toda una eternidad por ese momento. La cercanía entre ambos se volvió insoportable.
El príncipe respiraba rápido, y cuando Sunghoon inclinó su rostro hacia él, el calor que emanaba de su piel lo hizo tambalearse.
—Dímelo, Jake —murmuró Sunghoon, rozando sus labios sin llegar a besarlo—. Dime que no me deseas tanto como yo a ti.
Jake apretó los labios, pero el deseo estaba escrito en sus ojos. Era una batalla perdida desde el principio. El aroma embriagador de Sunghoon, su proximidad, la promesa implícita en cada mirada... todo lo empujaba hacia el borde del abismo. Y lo peor era que Jake quería caer.
—No deberíamos... —susurró, pero sus palabras carecían de fuerza.
Sunghoon aprovechó su debilidad y presionó más cerca, hasta que sus cuerpos se rozaron apenas. La mano del vampiro descendió hasta la cadera de Jake, tirando de él con suavidad pero firmeza, pegando sus cuerpos.
—No me digas lo que deberíamos hacer —murmuró Sunghoon contra su oído—. Dime lo que quieres.
Jake cerró los ojos, tratando de recuperar el control. Pero el perfume de Sunghoon, el toque de sus dedos en su cintura, la voz ronca susurrando contra su piel... todo lo hacía imposible.
Sunghoon bajó su mano hasta la espalda baja de Jake, acariciando lentamente, como si le diera tiempo de detenerlo. Pero Jake no lo hizo. En cambio, sus manos subieron por el pecho del vampiro, sus dedos enredándose en la tela de su chaqueta, buscando anclarse en algo antes de perderse del todo.
—Sunghoon... —jadeó, su voz quebrándose al sentir los labios del vampiro deslizarse por la curva de su mandíbula.
—Jake... —susurró el vampiro, y en ese instante todo dejó de importar: la política, las alianzas, las promesas vacías.
Sunghoon atrapó sus labios en un beso profundo, desesperado, como si el mundo entero dependiera de ese momento. El beso fue una descarga eléctrica que recorrió sus cuerpos, encendiendo cada fibra de su ser.
Jake gimió contra los labios de Sunghoon, sus manos aferrándose más fuerte a su chaqueta mientras sentía que la razón lo abandonaba por completo.
Sunghoon lo empujó suavemente contra la barandilla, su cuerpo firme presionando contra el del humano, marcando territorio. Las manos del vampiro se deslizaron por la espalda de Jake, subiendo hasta su nuca, donde sus dedos enredaron el cabello dorado del príncipe, tirando con suavidad.
—Eres mío —murmuró Sunghoon entre beso y beso—. Lo has sido siempre.
Jake jadeó, sintiendo cómo el fuego del deseo se apoderaba de él, quemando cualquier rastro de lógica.
Cada palabra, cada toque, era una tentación irresistible. Cuando Sunghoon descendió sus labios hacia su cuello, rozando su piel con los colmillos, Jake sintió que el aire se escapaba de sus pulmones.
—Hazlo —susurró, sin saber si la petición era una súplica o una orden—. Bite me.
Sunghoon se detuvo por un segundo, mirándolo a los ojos, como si quisiera asegurarse de que Jake entendía lo que estaba pidiendo. Pero el príncipe no retrocedió. Al contrario, arqueó el cuello, ofreciéndose por completo.
—No hay vuelta atrás, Jake —advirtió Sunghoon, su voz ronca y cargada de deseo.
Jake esbozó una sonrisa temblorosa. —Nunca quise retroceder.
Y entonces, Sunghoon lo mordió.
El dolor fue un latigazo breve, pero rápidamente se convirtió en un placer abrumador. Jake soltó un gemido ahogado, aferrándose con más fuerza al vampiro mientras sentía cómo su cuerpo se encendía con cada gota de sangre que Sunghoon tomaba. Era como si sus almas se entrelazaran, un vínculo eterno sellado bajo la luz de la luna sangrienta.
Sunghoon se apartó apenas, lamiendo la herida con cuidado. Jake temblaba entre sus brazos, su respiración errática, pero sus ojos brillaban con una mezcla de deseo y satisfacción.
—Eres mío —susurró Sunghoon, acariciando su rostro con una ternura inesperada—. Ahora y para siempre.
Jake sonrió, sintiendo que, por primera vez en su vida, estaba exactamente donde debía estar.
Pero el momento se rompió cuando la puerta del balcón se abrió de golpe, revelando la figura furiosa de Choi Beomgyu.
—¡Jake! —gritó, avanzando hacia ellos con furia.
Sunghoon giró lentamente, una sonrisa peligrosa dibujándose en sus labios mientras sostenía a Jake contra su pecho.
—Llegas tarde, Beomgyu —dijo con una calma mortal—. Jake ya es mío.
Y con esa declaración, la noche quedó marcada por un amor que desafiaría reinos, alianzas y cualquier destino impuesto.
Sunghoon se movía a través de la noche como una sombra, llevando a Jake en sus brazos mientras el viento frío lamía sus rostros. La adrenalina todavía corría por sus venas, pero el peso cálido del cuerpo del príncipe humano contra el suyo le daba una paz que nunca antes había sentido.
A kilómetros del castillo, el bullicio del baile de Halloween se desvanecía, junto con las amenazas y expectativas que los habían mantenido encadenados durante tanto tiempo. Ahora solo quedaban ellos dos y el silencio de la noche. El latido acompasado de Jake, todavía acelerado por el mordisco, resonaba en los oídos de Sunghoon como una melodía que reconocía pero que nunca había podido hacer suya, hasta ahora.
Jake levantó la cabeza desde el hueco del cuello de Sunghoon, sus ojos brillando con una mezcla de vulnerabilidad y desafío.
—¿A dónde me llevas? —preguntó en voz baja, su aliento cálido rozando la piel del vampiro.
Sunghoon bajó la mirada hacia él, y una sonrisa perezosa, casi arrogante, curvó sus labios.
—A un lugar donde nunca más tendrás que esconderte. —Apretó su agarre en la cintura de Jake, como si temiera que al soltarlo, todo desapareciera—. Donde nadie podrá reclamarte. Solo yo.
El príncipe sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. Había sido educado para temerle a los vampiros, para rechazarlos, excepto a su prometido claro. Pero Sunghoon era diferente. No solo había conquistado su voluntad; había logrado lo impensable: hacer que Jake se sintiera completo, como si pertenecerle fuera su destino desde siempre. Como si no hubiera ninguna otra verdad más pura que la de estar entre sus brazos.
Se detuvieron bajo un árbol inmenso, cuyas ramas se extendían como brazos protectores. La luna sangrienta brillaba entre las hojas, arrojando una luz carmesí sobre ellos. Sunghoon dejó a Jake en el suelo con suavidad, sus manos todavía aferrándose a su cintura, como si no pudiera soportar la idea de soltarlo del todo.
—¿Y ahora qué, Sunghoon? —murmuró Jake, su voz apenas audible mientras deslizaba una mano por el pecho del vampiro, sintiendo los latidos tranquilos, pero constantes, bajo la piel pálida.
El Rey Vampiro inclinó la cabeza hacia él, sus ojos resplandeciendo con deseo contenido.
—Ahora empiezo a reclamar cada parte de ti —susurró, su voz profunda, como una promesa peligrosa y dulce.
Los labios de Sunghoon encontraron los de Jake en un beso más lento esta vez, pero igual de intenso. Era una danza entre la posesión y la devoción, un encuentro que decía todo lo que nunca se habían permitido confesar en palabras. Jake suspiró contra sus labios, sus manos aferrándose con desesperación al abrigo del vampiro, como si temiera que el momento se desvaneciera. Pero Sunghoon no iba a permitirlo.
El vampiro bajó sus manos lentamente por la espalda de Jake, dejando un rastro de calor a su paso. Cuando llegó al final de su cintura, lo atrajo más cerca, hasta que no quedó espacio entre ellos. Jake sintió cómo su cuerpo respondía a cada caricia, como si su piel se hubiera hecho para ser tocada de esa manera, para encajar perfectamente contra Sunghoon.
—Te advertí que no habría vuelta atrás —ronroneó Sunghoon contra su oído, sus colmillos rozando apenas la delicada piel del cuello de Jake.
—Lo sé —jadeó Jake, inclinando la cabeza para darle más acceso—. Y no quiero que la haya.
Sunghoon dejó escapar un gruñido bajo, satisfecho, mientras recorría con sus labios el cuello de Jake, deteniéndose en las marcas frescas de su mordida. El contacto era casi reverente, como si quisiera asegurarse de que su marca no solo quedara grabada en la piel del príncipe, sino en su alma.
La respiración de Jake se volvió más rápida, su cuerpo temblando bajo el peso de lo inevitable. Sabía que este vínculo no solo había sellado su destino, sino que había desatado algo mucho más profundo: un deseo que había permanecido dormido durante años, esperando ser despertado por el único ser capaz de comprenderlo.
Sunghoon levantó la cabeza, sus ojos oscuros y brillantes, como un abismo que prometía tanto peligro como placer.
—Eres mío, Jake. —La declaración no era una pregunta ni una petición; era un hecho, una verdad incuestionable—. Y no dejaré que nadie más te toque.
Jake asintió, sus dedos enredándose en el cabello del vampiro.
—Entonces tócame tú —susurró, su voz quebrándose en un gemido apenas audible.
Y bajo la luz roja de la luna, Sunghoon lo hizo. Lo tocó como si lo hubiera estado esperando durante siglos, como si cada roce fuera una plegaria, una ofrenda, una promesa eterna de amor y perdición. Porque esa noche, bajo las estrellas y la luna sangrienta, no había política ni alianzas, no había guerra ni traición. Solo quedaban ellos dos.
Y en esa oscuridad íntima, por fin, ambos encontraron lo que habían estado buscando toda su vida: el uno al otro.
El viento nocturno se tornó más suave, como si la misma naturaleza reconociera la unión que acababa de forjarse bajo su testimonio silencioso. Sunghoon y Jake permanecieron juntos, abrazados bajo el cielo teñido de rojo, sus respiraciones sincronizadas, como si fueran un solo ser. En ese instante, supieron que habían cruzado un umbral sin retorno, sellando su destino con algo más fuerte que promesas o palabras: la eternidad.
—No voy a soltarte jamás —murmuró Sunghoon, acariciando la mejilla de Jake con la yema de sus dedos, como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro.
Jake cerró los ojos ante la caricia, permitiendo que la paz se apoderara de él. Durante toda su vida, había sido un peón en juegos políticos, un príncipe rodeado de expectativas y obligaciones. Pero con Sunghoon no había trampa, solo la verdad brutal de su amor inquebrantable.
—Lo sé. —Abrió los ojos y encontró la mirada ardiente del vampiro, ese fuego que había prometido consumirlo sin dejar cenizas. Jake no tenía miedo. Por primera vez, sentía que había encontrado su lugar.
Las consecuencias de su unión serían inevitables. El reino de los humanos jamás perdonaría al príncipe por entregarse al Rey Vampiro, y los ancianos de la corte vampírica no verían con buenos ojos que Sunghoon eligiera un humano como su compañero eterno. Pero nada de eso importaba. Juntos, eran más fuertes que cualquier maldición o prejuicio.
—Habrá guerra —susurró Jake, más como un hecho que como una advertencia.
Sunghoon asintió, su sonrisa perezosa y peligrosa al mismo tiempo.
—Y la venceremos juntos. —Inclinó la cabeza hacia él, dejando un beso suave en su frente—. Yo nací para pelear por lo que amo, Jake. No hay destino ni enemigo que pueda separarnos ahora.
Jake sintió un calor desconocido expandirse en su pecho, como si la promesa de Sunghoon hubiera puesto fin a todas las dudas que alguna vez lo habían atormentado. A partir de esa noche, no importaban los desafíos que vinieran: estarían unidos. Dos almas que habían escapado del destino que otros habían planeado para forjar uno propio, construido sobre la certeza del amor que se habían jurado bajo la luna sangrienta.
—¿Y qué haremos ahora? —preguntó Jake con una sonrisa traviesa, acomodándose mejor en los brazos de Sunghoon.
El vampiro le devolvió la sonrisa, esa que era solo para él, y le acarició el cabello con ternura infinita.
—Ahora vivimos, mi amor. Por siempre. Sin miedo, sin límites.
Jake rió suavemente, inclinándose hacia Sunghoon para robarle un beso más. Era un beso lleno de promesas de un futuro que se extendería más allá del tiempo, un futuro donde no habría despedidas ni soledad. Solo ellos dos, uniendo sus caminos en la eternidad.
Y mientras la luna seguía su curso en el cielo, Jake y Sunghoon encontraron algo más que amor esa noche: encontraron libertad. La libertad de ser ellos mismos, la libertad de pertenecer el uno al otro, y la libertad de enfrentar cualquier tormenta que se cruzara en su camino, siempre juntos.
Porque algunos amores no solo desafían el destino; lo reinventan.
Bajo la oscuridad eterna del cielo, susurros de viento y hojas acompañaron a la pareja mientras desaparecían en la noche, dejando atrás un mundo que nunca más los comprendería, pero que tampoco podría alcanzarlos.
Y así fue como Jake y Sunghoon, el Príncipe Humano y el Rey Vampiro, caminaron juntos hacia la eternidad, donde el tiempo no importaba y la única constante era el latido de sus corazones al unísono.
FIN
Si llegaste hasta aquí, gracias por darle una oportunidad a este OneShot que es un pequeño regalo de Halloween 🎃❤️
🎶Canción: La poderosísima Reina Bite Me / Enhypen
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