[ten] en versos, susurros sobre la piel
Entre sus bocas danzando la una con la otra, sus cuerpos se unieron en un abrazo y fue JungKook el primero en separarse de aquel beso explosivo. El menor de los dos tomó la mano ajena y lo invitó a ponerse de pie con un gesto caballeroso, para luego envolverlo con sus brazos en su cintura y comenzar a mecerse al ritmo de una melodía lenta.
—¿Por qué bailamos ahora? —susurró YoonGi, siguiéndole el paso suave al contrario.
—Te mereces ser tratado como un príncipe, YoonGi. No son mis intenciones las de besarte y "follarte" como cualquier hombre simple lo haría —declaró JungKook, posando su mano en la nuca del mayor y, con un suave movimiento, echó su cuerpo hacia atrás para sostenerlo entre sus brazos—. Deseo hacerte el amor, si me lo permites y si lo quieres tanto como yo. Tratarte delicadamente y con la suavidad que te mereces.
El aire de YoonGi se escapó en un delicado jadeo, cerrando los ojos un instante y sintiendo su corazón vibrar extasiado en el arte de sus palabras. Se dejó hacer, se dejó mecer al compás de la música y de sus latidos; permitió que JungKook volviese a besarlo, y otra vez, y otra vez. Se entregó a él con tanta paz irradiando de ambos cuerpos que se vio a sí mismo desconcertado, pues nunca habría pensado que la conexión de las almas podría ser tan gloriosa para su existencia.
Mientras sus besos se intensificaban y sus pieles empezaban a anhelar al otro en demasía, sus pasos retomaron un camino hacia la habitación. Ambos se acariciaron, se adoraron en la luz de la luna inmiscuyéndose por la ventana y apreciaron cada rincón de sus cuerpos mientras se acoplaban al deseo feroz que los derretía por dentro. JungKook se despojó con lentitud de su camisa y abrazó a YoonGi besando su cuello, abandonando poemas de amor en su quijada y escribiendo promesas en la parte baja de su espalda. YoonGi, ensimismado en la eterna tranquilidad del otro, suspiró gemidos entre sonrisas, entre pequeños temblores y besos que, con timidez, se atrevía a dejar en la piel del más alto.
—Eres más que hermoso, YoonGi.
YoonGi sonrió y lo tomó de las mejillas, posado sus labios en los del menor.
—Hermoso tú —susurró—. Hermoso tú y todos tus lunares, todos tus planetas y constelaciones. —YoonGi besó sus labios y continuó susurrando sentimientos—. ¿Eres real, acaso? JungKook... Eres tan precioso que podría llorar aquí mismo.
JungKook posó el cuerpo del contrario sobre la cama y esbozó la más bonita sonrisa del mundo, acariciando el cabello negro y tiritando leve ante sus cumplidos. Prefirió mantener la cercanía en silencio, pero, con gritos de su alma, desnudó a YoonGi para bocetar besos sobre la palidez de su pecho y sus hombros. Se deleitó con los suspiros y los sonidos casi cantados del mayor, ardiendo en pasión y loco amor. Sus cuerpos desnudos se acoplaron a las sábanas y sus erecciones se rozaron con la calidez que ninguno de ellos jamás había experimentado alguna vez. La voz de YoonGi se quebraba en quejidos melosos y a JungKook se le hacía imposible contener las sonrisas y los sonidos de placer mientras sus roces se hacían más sentidos con el pasar de los segundos.
Bajo las mantas, agitados, desnudos en piel y alma, volvieron a besarse y a manejar sus cuerpos al ritmo del éxtasis. El mayor permitió que JungKook abriese lentamente sus piernas y posarse entre ellas, adorando el sentimiento acrecentándose en su pecho ante la adrenalina y el placer combinados. Y después de un rato donde su cuerpo fue preparado, entre besos de contención y susurros llenos de cariño, la intromisión a su cuerpo fue apretada pero inmensamente satisfactoria.
—¿Estás bien, cariño mío? —preguntó JungKook en un bisbiseo, abrazándolo mientras se mantenía quieto en su interior, no deseando lastimarlo.
YoonGi asintió con un gemido delicado, envolviendo el cuello ajeno con sus brazos.
—Sí... Sigue, por favor.
Entregándole un beso en su frente, JungKook continuó despacio para acostumbrarlo y, en cuanto escuchó los ruidos suplicantes de YoonGi, esbozó otra sonrisa de complacencia, creando un ritmo intermedio en ellos.
Sus cuerpos ardiendo en el deseo y el placer se combinaron tan bien que YoonGi se deshizo como nunca antes. El éxtasis recorriendo cada centímetro de su existencia le hizo creer que perdería la cordura bajo el peso de JungKook amándolo en cada sentido, en cada trozo de su piel y de su alma. Se aferró a sus brazos marcados y se dejó llevar en la emoción única e indispensable de su excitación. Las manos de JungKook recorrieron el pecho de YoonGi, deteniéndose un momento en sus pezones y luego, con un jadeo, el menor permitió bajar más sus manos por su abdomen plano hasta su erección para acariciarlo al ritmo de sus movimientos.
—JungKook... Ju-... ¡Oh! Dios... —gimió, perdido en el placer, retorciéndose en el calor y el bombeo desesperándolo a cada segundo.
Se fundieron en un abrazo cálido, con besos, roces, entre caricias musicales y suspiros en versos. El canto de sus almas, más unidas que nunca, destiló sobre las pupilas de ambos el brillo que habían estado anhelando durante toda su vida; un brillo que, más indescriptible que las estrellas, se hundió en lo profundo de sus corazones mientras sus cuerpos danzaban en el acto más intenso y puro del ser humano. Y continuaron, pues la sed del otro no se saciaba ni se saciaría nunca, siempre queriendo beber de sus pieles un poco más hasta llenarse la vida de constelaciones ajenas.
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