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[one] la voz de un ángel

La noche, aterciopelada en su oscuridad, contempló el nacimiento de las estrellas y bañó sobre las calles de Roma el cántico de los búhos y lechuzas, que con sus ojos grandes y redondos observaron a los transeúntes reunirse fuera de un agraciado bar. Allí la historia arraigó en dos jóvenes corazones, uno roto y otro vacío, anhelantes de esa eufórica calidez que sólo las flores de almas encariñadas podrían crear.

Min YoonGi, viejo en sus costumbres lectoras y amante del arte, dispuso su presencia en aquel bar con licor en mano y un cigarro en la boca. Por tercera vez consecutiva, sus pies lo habían arrastrado hacia el sitio donde gastaba cantidades absurdas de dinero con la única intención de deleitarse las pupilas y los oídos con ese joven que siempre cantaba y sonreía a la altura del pequeño escenario. Le era inevitable; desde que había llegado a Roma por puro gusto y había caído de casualidad a ese bar, la existencia entera se le había enredado con la belleza de aquel muchacho de rasgos definidos y ojos brillantes.

Su propia voz, más bien, se mantenía oculta mientras aplaudía en cada canción que acababa y suspiraba en cada melodía que comenzaba. No tenía el objetivo de hablarle, pues le bastaba con admirarlo desde la cuarta mesa solitaria bajo la oscuridad de las luces, cuando sólo los reflectores iluminaban al muchacho castaño y lo hacían destellar aun más que las estrellas pintando el cielo de los campos. YoonGi iría hasta el bar, pediría la misma mesa que, para su suerte, siempre estaba desocupada, y bebía; a veces licor, a veces café. Para sus irises, el paisaje celestial de aquel joven suponía ser lo más bello que habían contemplado alguna vez. No obstante, además de oírlo cantar con ese tono frágil y endulzado, nada más había escuchado salir de sus labios carmín exceptuando unos cortos y suaves agradecimientos hacia el público.

Sus noches, sin querer, se habían convertido en aquello; en enamorarse sin enamorarse, en emocionarse hasta las entrañas y regocijarse en la dulzura que sabía que jamás tendría. Sin embargo, en su sexto día, cuando la gente parecía ser menos y siempre cambiante, los ojos otoñales conectaron con los de YoonGi y provocó un ligero brinco en el pecho del último mencionado. YoonGi no esperaba ser sentido, YoonGi ni siquiera esperaba ser visto en aquella maraña de personas que aplaudían y disfrutaban la función. Pero allí estuvo, esa conexión de miradas y quizá de algo más, como si su alma le hubiese gritado al otro sin darse cuenta para llamar su atención. Y vio, en los labios del joven cantante, posarse una sonrisa que irradió desde la punta de sus pies hacia el final de su cabeza un escalofrío y sonrojo agitado en timidez.

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