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[nine] corazón dichoso por él

El olor a café después de una cena más que agradable rellenó las paredes del departamento cálido de JungKook. YoonGi había caído rendido ante la decoración tan pulcra y retro en ciertos rincones del lugar, encantado con los cuadros pintados por manos talentosas. El pelinegro, asombrado, supo que ellos habían sido nacidos desde las manos del joven cantante. Durante el tiempo en que se habían estado conociendo, YoonGi quedaba cada día más alucinado por el arte que era JungKook en sí. Sabía hacer tantas cosas bien que se preguntaba si él no era una especie de Dios en la Tierra, glorificando todo a su paso.

Mientras sus ojos adoraban inconscientemente la silueta y el ser entero de JungKook, éste llevó las tazas de café hacia la pequeña mesa del living y rió por la cara embobada que YoonGi estaba haciendo.

—¿Tienes muchas ganas de tomar café?

—¿Eh? —YoonGi parpadeó y se irguió en el sitio como si estuviese siendo interrogado, aclarándose la garganta al volver en sí—. Ah, no, o sea, sí... Lo siento.

JungKook echó una risa por el comportamiento repentino y adorable del mayor, negando despacio con la cabeza y sentándose a su lado en el sofá, mirándolo con cariño. El menor suspiró con las manos calentitas por el vapor de su taza y luego volvió a desviar sus ojos hacia un punto perdido en la madera añeja de la mesa, respirando el aroma intenso a los granos del café.

—Sé que no es de mi incumbencia, puedes negarte a contarme o decirme que te sientes incómodo con ello... —comenzó JungKook, apretando los labios—, pero quisiera saber... qué fue lo que tu ex te dijo para causar tanto daño en ti. Cuando te conocí, vestías un aura tan triste y desamparada que me dolió verte tan solo en el bar.

YoonGi mantuvo el silencio durante un buen rato, apartando la mirada del menor y fijándose sobre la negrura de su café calentando sus palmas a través de la taza. Con una mueca y una expresión regresando a su decaimiento pasado, se hizo más pequeño en el sofá y tamborileó los dedos sobre la cerámica.

—Me dijo que yo no le era suficiente, que carecía de belleza en mis tiempos más tristes y que lo aburría incluso cuando íbamos de fiestas e intentaba hacer bromas —dijo, con una voz tan baja que apenas pudo escucharse a sí mismo—. Estábamos hablando por teléfono, él... estaba borracho. Siguió insultándome porque le reclamé el que se hubiese acostado con una chica que recién conocía. Continuó diciéndome que yo nunca le había dado lo que quería, que era tan amargado que su vida se había vuelto una completa negatividad. —YoonGi apretó los labios y su pecho se estrujó por el amor que le había tenido a aquel hombre y por el dolor que había sufrido durante esos meses, durmiendo siempre entre lágrimas y suspiros acongojados—. Realmente me sentí la persona más inferior y maldita del mundo... porque creí que hacía las cosas mal, que no lo había amado correctamente y que no lo merecía como alguna vez creí. Sentí que debía pedirle perdón incluso cuando había sido él quien me había destrozado.

El oleaje de emociones golpeó a JungKook, difusas tristezas y rabia pintadas sobre sus irises durante cada palabra evocada desde el mayor. Con su ceño fruncido, el pecho se le encogió de imaginarse la soledad del contrario, la pena en su alma y las lágrimas brotando sin parar de sus bonitos ojos color otoño. Le fue nacida la necesidad de envolverlo con sus brazos y protegerlo del universo entero, acurrucarlo contra su pecho y susurrar sobre su oído canciones de cuna que aliviarían la angustia hundida en su corazón. Y así, con movimientos más suaves que una pluma, dejó la taza de café sobre la mesa y se acercó aun más a YoonGi para acunarle el rostro entre sus manos, haciendo que sus miradas conectasen entre el silencio de las estrellas.

—Sabes que no eres ni serás todo lo que te dijo, ¿no? —musitó, acariciando sus pómulos con los pulgares—. No eres ni insuficiente, ni aburrido, ni mucho menos feo. No eres inferior a nadie, ni merecedor de una basura como el tipo que rompió tu corazón. —Con un suave suspiro, JungKook abandonó un beso sobre la naricita ajena, apoyando sus frentes juntas en un acto de pureza y adoración—. Eres... Oh, cariño, eres tanto en este mundo que no sé cómo soy capaz de mirarte a los ojos, porque brillas tanto que a veces siento la necesidad de permitir que mis párpados caigan y sólo sentir el calorcito de tu presencia cerca de mí. Eres hermoso, YoonGi... Eres precioso en todos los sentidos, tan atrayente, tan interesante y magnífico... —Sonrió al ver, desde esa corta distancia, el rostro de YoonGi ruborizarse y su delgado cuerpo tiritar a su lado—. Me deslumbra tu existencia, Min YoonGi, y no sé cómo explicarte lo mucho que mi mundo ha cambiado por tener la dicha de conocerte.

YoonGi sintió que el universo en su pecho se expandía y los cielos se sosegaban únicamente por la suavidad de JungKook, ocasionando otra vez esa burbuja entre ambos donde sólo sus existencias eran válidas y nada más importaba. Sus ojos se bañaron en conmoción y el corazón le fue arrebatado por la dulzura, obligándolo a soltar un suspiro tembloroso que fue arrancado desde el jardín de su amor. Con sus manos pálidas e inquietas, se sostuvo de los brazos del castaño y negó despacio como si no pudiese soportar tanta belleza expresada en una voz tan gentil, tan sutil y cariñosa.

—No... No digas eso... —susurró YoonGi, suplicante—. Me lo vas a robar... Por favor, JungKook.

—¿El qué, cariño...?

—El corazón, Kook. Me estás robando el corazón y yo... Oh, Dios.

Las palabras de YoonGi fueron interrumpidas en cuanto sintió los dedos de JungKook recorrerle la nuca en un acto lleno de parsimonia; tan amoroso e íntimo que los latidos le saltaron a la velocidad de un aleteo de colibrí. El aire se le escapó de los pulmones mientras sentía la punta de la nariz del otro rozarle la mejilla, pudiendo ver la sonrisa que JungKook manifestaba incluso con los ojos cerrados.

—¿Te estoy robando el corazón, Yoonie? ¿Eso está mal...?

YoonGi apretó los labios y permitió escaparse un sonido agudo cuando una de las manos del otro se adentraron a sus cabellos y lo acariciaron con sumo cuidado, como si fuese una pequeña obra de arte que debía ser tratada con la delicadeza del conticinio.

—Claro que no e-está mal, yo... —jadeó—. Joder, ¿qué digo...? Si ya me robaste el corazón con la primera mirada, maldita sea.

La más cortés risa escapó de los labios de JungKook y chocó suavemente contra su boca, ambos perdidos en las constelaciones de sus pupilas. JungKook volvió a tomar el rostro de YoonGi entre sus manos protectoras, delineando con sus pulgares aquellas manzanitas que se dibujaban sobre las mejillas del mismo y adorando con su existencia y más cada expresión bonita que se destilaban a través del rostro más fino de su mundo.

—Lindo... Bonito, precioso, hermoso... —susurró JungKook, entrelazando sus respiraciones—. ¿Tengo tu corazón, bebé? Déjame cuidarlo... Prometo acariciarte todos los días y hacerte sentir el muchacho más maravilloso en esta Tierra que no te merece.

YoonGi no supo siquiera articular palabra que describiera sus emociones en aquel instante. Con el alma sacudiéndosele en algún rincón de su ser y con el corazón retumbando con fuerza sin remedio, las manos buscaron apoyarse sobre el pecho de quien adoraba y sostenerse de allí como si rogara; como si su completa existencia le gritase a JungKook que, por favor, se fundiera con él en la necesidad inconmensurable de sus cuerpos.

Así, con dedos mansos y un agarre firme en su nuca, JungKook deshizo cualquier distancia de su boca y la ajena con un suave cumplido escurriéndose entre sus respiraciones. Lo besó con el anhelo que había yacido entre ambos desde la primera plática, sobrevolando sus existencias con dulces halagos y sonrisas únicas en sus estrellas. Lo besó con tanta ternura y pasión que YoonGi se derritió entre la unión que los marcó para siempre; tan sincera, tan carente de pecado y bañada en pureza. Su besó duró quizá una eternidad, deslumbrando los cielos que amanecerían y arrullando los pájaros cantarines una vez el alba llegase. Y con ese roce de sus bocas, brillante poemario, el destino les entregó la posibilidad de darle el nacimiento de un nuevo planeta guiado por su nuevo amor. 

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