Capítulo 1 | Te damos la bienvenida al Internado Valenciano
Cuando el autobús en el que viajaban los estudiantes del programa especial de becados entró en el campus del Internado Valenciano, Alessandra Russo sintió como si estuviese atravesando una puerta a un mundo completamente distinto. El paisaje era hermoso, las zonas verdes eran impresionantes, y la mayoría de los edificios ostentosos estaban construidos en un estilo neorrenacentista con paredes blancas de estuco, tejados lisos y balcones de piedra y hierro forjado.
No por nada era considerado uno de los campus más bellos del mundo.
Sintiendo un repentino ataque de pánico creciendo dentro de ella, Alessandra miró sus zapatillas lustradas y comenzó a jugar nerviosamente con el brazalete de plata que tenía en la muñeca. Se lo había dado su madre como un amuleto de la buena suerte antes de que ella subiera al autobús.
—Recuerda dormir ocho horas diarias y no olvides comer todas tus comidas —le había dicho su madre, a punto de echarse a llorar—. Llévate bien con todos tus compañeros y has muchos amigos, ¿de acuerdo?
—Te voy a echar mucho de menos, cariño.
Lo cierto era que, a sus diecisiete años, Alessandra jamás había pasado tanto tiempo alejada de su madre. Después de la muerte de su padre, ambas se habían aferrado la una a la otra para evitar derrumbarse, por lo que ahora, sin la compañía de su madre, se sentía un tanto desamparada.
«Basta de cosas, Alessa. Ya no eres una niña pequeña» se riñó a sí misma.
Sentada en la parte trasera del autobús, Alessandra observó a los otros treinta y ocho estudiantes que ocupaban los demás asientos. La mitad de ellos habían comenzado conversaciones sobre lo impresionante que era el campus del internado, mientras que la otra mitad —incluyéndola— parecían inseguros, nerviosos y a punto de echarse a llorar o sufrir un ataque de pánico.
«Bueno, al menos no soy la única que se siente así» pensó.
—Parece como si estuvieras a punto de vomitar —pronunció de pronto la joven de cabello castaño y ojos oscuros que se encontraba sentada junto a ella en el autobús—. Si lo haces, no vayas a salpicar mi uniforme ¿vale? Quiero causar una buena primera impresión.
Alessandra alzó las comisuras de su boca, dándole algo parecido a una sonrisa.
—Descuida, no lo haré.
Pero la joven no pareció creerle, así que entrecerró los ojos y añadió:
—¿Segura? Porque tienes el rostro increíblemente pálido.
—No vomitaré, lo prometo —insistió Alessandra, sintiéndose ahora un poco más relajada que antes—. Yo también quiero causar una buena primera impresión ¿sabes?
La joven sonrió de manera amigable y luego se presentó a sí misma.
—Por cierto, mi nombre es Jimena Costa.
Cuando Alessandra recordó las palabras de su madre sobre hacer muchos amigos en aquel internado, sonrió de manera un poco más genuina.
—Yo soy Alessandra Russo.
—Mucho gusto, Alessandra. Tenía muchas ganas de comenzar una conversación contigo desde que inició el viaje, pero me pareció que no tenías ganas de hablar, así que decidí respetar tu espacio.
—Gracias —le agradeció, y poco después añadió—. Debió ser muy aburrido para ti, ¿verdad?
—Para nada, me la pasé escuchando música en mi celular.
En ese momento, el autobús se detuvo frente a uno de los edificios del área sur del campus y una persona subió a bordo. Se trataba de otro estudiante con el uniforme del internado, el cual llevaba el cabello negro perfectamente peinado y una sonrisa digna de un presentador de televisión.
—Les doy la bienvenida al Internado Valenciano. Mi nombre es Federico Giordano y soy el vocero encargado del programa especial de becados del que a partir de ahora, todos ustedes formarán parte —comenzó con voz tranquila y alegre—. El edificio que está a mi lado izquierdo es el lugar en donde estarán quedándose durante toda su estadía con nosotros; dentro hay veinte habitaciones, por lo que la mayoría de ustedes tendrá que compartir habitación con un compañero, excepto una persona. Y ya que no tenemos mucho tiempo antes de que comience la ceremonia de bienvenida y yo aún tengo que daros un recorrido de orientación por todo el campus, la persona con la que compartirán habitación será el compañero que está sentado a su lado en el autobús. Sí, tú, él de lentes. Felicidades, tendrás una habitación entera para ti solo. ¿Qué más puedes pedir?
El chico de lentes al que mencionó sonrió tímidamente y agachó la cabeza.
—Bien, ahora voy a darles estas hojas para que anoten sus nombres en el número de habitación que prefieran. Cuando terminen de anotarse pásenlas a sus compañeros de atrás, ¿de acuerdo? Las personas que ya hayan terminado de anotar sus nombres vayan bajando del autobús y hagan tres filas frente al edificio. No se preocupen por sus maletas, ya vendrá alguien que se ocupará de ellas.
Después de un par de minutos, Alessandra estiró un brazo para tomar la hoja y el bolígrafo que los estudiantes sentados frente a ellas en el autobús le pasaron sin decir una sola palabra.
—Espero haberte caído bien, porque a partir de ahora seré tu compañera de habitación —exclamó Jimena, sonriéndole a Alessandra mientras anotaba su nombre en la hoja.
—Creo que esa debería ser mi línea —respondió ella, sonriéndole de vuelta.
Una vez que todos y cada uno de los estudiantes terminaron de anotar sus nombres en las hojas, bajaron del autobús para hacer las tres filas que Federico les había dicho. Solo entonces Alessandra notó que había un total de diecinueve mujeres y veinte hombres en el grupo de becados.
—Atención —habló de nuevo Federico, colocándose al frente del grupo—. Voy a comenzar con el recorrido de orientación ahora, así que síganme y no se separen —hizo una pausa y se rascó la barbilla—. ¿Por dónde empiezo? Ah, sí. El Internado Valenciano fue construido sobre un terreno de más de doscientas hectáreas, por lo que no solo es considerado uno de los mejores internados del mundo, sino que también, es una de las instituciones académicas más grandes de la faz de la tierra.
Juntó las manos detrás de su espalda mientras caminaba, liderando a los demás estudiantes.
—El nombre del fundador del Internado Valenciano era... era... —hizo otra pausa y esta vez se rascó la cabeza—. Ah, qué más da. El punto es que era un viejo decrepito que murió hace mucho, mucho tiempo. Y según los rumores, su cuerpo está enterrado en algún lugar del campus, por lo que les recomiendo no deambular solos durante la noche, jeje. Venga, que eso último es broma.
Alessandra, Jimena y muchos otros estudiantes del grupo intercambiaron un par de miradas aturdidas. ¿Quién era ese chico y por qué estaba dándoles un recorrido de orientación tan malo?
—Bien, como decía, de aquel lado está la biblioteca del campus —continuó, señalando un edificio a lo lejos—. ¿Sí lo ven? ¿No? Bueno, está un poco lejos y justo ahora no disponemos de mucho tiempo, así que ya irán ustedes luego. A un lado de la biblioteca están los edificios de clases, sí, esos que parecen enormes castillos. Por allá, justo a un lado de ese árbol con forma de pen... de... pues ese árbol de allá, está el edificio del director. De aquel lado están los dormitorios de los alumnos que no son becados y por supuesto, la cafetería es ese otro edificio que parece un museo. Bien, creo que eso es todo. Después se les dará un mapa del campus para que no se vayan a perder y así puedan ver todas las otras áreas del campus que omití hoy porque no tenemos mucho tiempo, ¿ok?
Al terminar su veloz recorrido de orientación, Federico dio media vuelta para mirar al grupo con una gran sonrisa en el rostro. Parecía desesperado por terminar con aquello.
—¿Alguien tiene alguna duda? —preguntó alegremente, de forma casual.
—Sí, ¿por qué eres tan malo dando el recorrido de orientación? —susurró Jimena desde el fondo del grupo, provocando un par de risitas entre el resto de los estudiantes.
Federico, al notar el repentino alboroto en la parte de atrás, frunció ambas cejas.
—¿Tienes alguna duda, joven comediante? —le preguntó directamente a Jimena.
Ella dio un respingo y se escondió detrás de Alessandra, usándola como un escudo humano.
—N.. no. Ninguna —balbuceó.
—Bueno, ya que nadie tiene dudas sobre el recorrido de orientación, ¿qué les parece si vamos a la cafetería para comer antes de la ceremonia de bienvenida? Estoy que me muero de hambre.
Como no hubo ninguna queja por parte del grupo —ya que todos parecían estar realmente hambrientos después de casi seis horas de viaje—, Federico sonrió y les pidió que lo acompañaran al interior de la cafetería que, tal y como él había dicho, parecía un museo; pues estaba adornado con cuadros y estatuas por todas partes. No obstante, por dentro era igual a un restaurante de lujo.
Alessandra no había visto nunca un sitio tan elegante.
—Las mesas están por allá y el mostrador está por acá. No tengan miedo de pedir lo que sea que quieran comer, después de todo, es gratis. Ah, lo que sí les voy a encargar es que no hagan demasiado ruido, ¿vale? Y traten de no incomodar a los demás. De otra forma, me cortarán el cuello.
Luciendo una amplia sonrisa, Federico le dio la espalda al grupo de estudiantes becados y se marchó a otra área del comedor, dejándolos completamente solos. Todos parecían confundidos.
—Bueno, no sé ustedes, pero yo también estoy que me muero de hambre —soltó un de los chicos del grupo, dirigiéndose al mostrador—. ¿Vienen o qué?
Ya que alguien había tomado la iniciativa para dar el primer paso, los demás chicos y chicas del grupo lo siguieron sin pensarlo. Sin embargo, no podían dejar de verse a sí mismos como una manada de treinta y nueve ovejitas que parecían haberse perdido de su rebaño.
Cuando cada uno de ellos tuvo una bandeja de comida en las manos, fueron a ocupar las mesas del fondo con la mirada del resto de los estudiantes no becados sobre ellos. Alessandra no pudo evitar sentir una sensación muy extraña; era como si estuvieran mirando a un montón de animales de circo a punto de dar un gran espectáculo. Algunos de ellos incluso parecían divertidos.
Seguro que para ellos, ver a estudiantes becados recién ingresados era todo un entretenimiento.
—¿Por qué tengo la impresión de que todos nos están mirando como cerdos que van de camino al matadero? —exclamó Jimena, caminando a un lado de Alessandra con una bandeja en las manos.
—Debe ser porque somos becados —divagó Alessandra en voz baja.
—¿Y por qué algunos de ellos se están riendo?
—Bueno...
—Tranquilas chicas, solo ignórenlos. Recuerden que estamos en un internado donde la mayoría de los estudiantes son hijos de padres millonarios —irrumpió una joven de cabello rubio que caminaba detrás de ellas—. Miren, ahí hay un par de asientos. ¿Nos sentamos juntas?
—Claro —respondieron Alessandra y Jimena.
Las mesas del área del comedor eran bastante grandes, por lo que en cada una de ellas podían sentarse hasta doce alumnos. Justo después de que Alessandra, Jimena y la chica de cabello rubio tomaran asiento en una de las mesas, se giró hacia ellas para presentarse a sí misma.
—Soy Annette Serra, por cierto.
—Yo Jimena Costa.
—Y yo Alessandra Russo.
Annette sonrió mientras abría una botella de agua para llevársela a los labios.
—Es un placer conocerlas, chicas —dijo después de beber un trago de agua—. ¿Qué las llevó a solicitar una beca en el Internado Valenciano? —les preguntó para hacer un poco de conversación.
Jimena fue la primera en responder.
—En mi caso, fue porque quería estar lo más lejos posible de mis padres —admitió mientras dejaba escapar un suspiro—. Son un poco pesados, se la pasan peleando todo el tiempo.
—Oh... eso es terrible. ¿Qué hay de ti, Alessandra?
Alessandra miró la comida en su plato sin demasiado apetito y luego respondió:
—La verdad es que mi madre fue quien me habló sobre el programa de becas que estaba ofreciendo el internado y, después de buscar en internet, vi que este lugar es una de las mejores instituciones académicas de todo mundo. Graduarse en un sitio como este es dar el primer paso para un futuro brillante, además de que te abre muchísimas puertas en el área laboral.
—Ya veo, me agradas. Yo también solicité la beca por algo parecido. Mis padres tienen muchas deudas, por lo que me pareció la oportunidad perfecta para quitarles el gasto de mis estudios de encima ya que la beca es completa al cien por ciento, lo cual es grandioso.
Jimena resopló.
—Oh, genial. He quedado como una bruja sin sentimientos —soltó ella medio en broma.
Alessandra y Anette se rieron.
—Descuida, cada quien tiene sus razones.
—Shhh, no hagan tanto ruido. Recuerden lo que nos dijo el tipo del recorrido —exclamó una joven de anteojos sentada frente a ellas—. Debemos de tratar no incomodar a los no becados.
—Pero bueno, no es como si hubiésemos gritado o algo por el estilo —gruñó Jimena, para luego inclinarse sobre la mesa—. Por cierto, ¿por qué creen que el tipo que nos dio el recorrido lo haya hecho tan mal? Fue como si no tuviese ganas ni interés por mostrarnos bien los alrededores.
—No lo sé, quizás sea porque de verdad estaba muriéndose de hambre y le urgía venir a la cafetería a comer algo —comentó Annette, tomando trocitos de su ensalada de fresas.
—No, te equivocas. Está claro que fue porque somos becados —murmuró la joven de anteojos que les había llamado la atención antes—. Ojalá sea verdad eso de que nos darán un mapa del campus.
Annette frunció el ceño y dejó el tenedor suspendido entre su plato y su boca.
—¿Dices que no le importó darnos un recorrido tan malo solo porque somos becados?
—Sip, eso es exactamente lo que he dicho. También les recomiendo disfrutar mucho de esta comida, porque quizás sea la última vez que comamos algo tan delicioso y en buen estado.
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Alessandra.
—Hablo de que solicitar una beca en este internado fue la peor decisión que pudieron hacer.
—¿Por qué? —quisieron saber las tres.
La joven de anteojos dijo algo más, pero Alessandra dejó de prestarle atención cuando ellos hicieron su aparición. El primero en atravesar la puerta fue un joven alto y delgado, cuyo porte y andar era hermoso y majestuoso. Vestía el mismo uniforme que los demás alumnos del Internado Valenciano, pero él lo hacía destacar de una manera que no era normal; como si estuviera usando el mejor conjunto de una importante colección de moda inspirada en la realeza.
Su cabello era corto y ondulado, y brillaba al igual que un lingote de oro recién pulido. Su piel era muy clara mientras que sus rasgos eran refinados y elegantes. Básicamente era como ver un ángel.
A su lado le acompañaba una joven de la misma edad, con un gran parecido físico; por lo que probablemente compartían lazos de sangre. Ambos tenían los ojos extremadamente claros y poseían una mirada cargada de superioridad; además de un aura de control y poder que los rodeaba.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Alessandra, sin poder apartar la atención de esos dos.
La joven de anteojos siguió su mirada y casi hizo una mueca al ver a quienes se refería.
—Esos son Angelo y Daphne Valentino —respondió, regresando su atención a su plato de porcelana—. Son los hijos de la familia más poderosa y adinerada de toda Italia, Los Valentino.
Cuando Angelo y Daphne atravesaron la cafetería, los alumnos que se encontraban cerca de ellos agacharon sus cabezas para evitar hacer contacto visual con alguno de los dos. Por supuesto, aquello le pareció muy extraño a Alessandra, pero decidió no decir ningún comentario al respecto.
—Parecen ángeles de la realeza —opinó Annette en voz alta, en lugar de solo pensarlo.
La joven de anteojos negó con la cabeza, como si no estuviera totalmente de acuerdo con ella.
—Querrás decir, ángeles perversos —exclamó, haciendo de nuevo esa mueca con los labios—. Ángeles que vienen del mismísimo infierno con el único propósito de crear caos y destrucción.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó Alessandra, desconcertada por sus palabras.
—Ya lo descubrirás por tu cuenta. Por ahora trata de comer, la asignación será en unas horas.
—¿De qué asignación hablas? —preguntó ahora Jimena.
Esta vez la joven de anteojos suspiró con fuerza y casi puso los ojos en blanco.
—¿De verdad se postularon para una beca en el Internado Valenciano sin saber nada de nada?
Alessandra, Jimena y Annette sintieron que se les calentaban las mejillas.
—¿Qué más debemos saber además de que es uno de los mejores internados del mundo? —preguntó Annette, intentando no sonar avergonzada.
—Son tan ingenuas... pero prefiero no arruinarles la sorpresa.
Las tres fruncieron el ceño y bajaron la mirada a sus bandejas con comida sin hacer ninguna otra pregunta. Alessandra por otro lado, después de mirar su plato con ravioles durante unos cuantos segundos, decidió mirar nuevamente al sitio en el que se encontraban los hermanos Valentino.
Se habían sentado en una de las mesas junto a otros tres estudiantes; dos hombres y una mujer.
Desde su lugar, los cinco jóvenes parecían esculturas de ángeles; pues no solo eran muy atractivos, sino que también tenían un aire demasiado elegante. Resultaba difícil apartar la mirada.
Angelo y Daphne eran por supuesto los más bellos de los cinco, pero después ellos el que más llamaba la atención era un joven de cabello marrón y piel increíblemente pálida que parecía totalmente ajeno al resto del mundo. La otra chica también era preciosa, pues tenía el cabello oscuro, un par de ojos increíblemente verdes y una figura de infarto. Por último pero no menos importante, estaba un joven de cabello muy negro y piel morena, cuyo rostro tenía suaves rasgos asiáticos.
—Sí yo fuera tú, no los miraría demasiado —comentó la chica de anteojos—. Podrán tener la apariencia de unos ángeles, pero no cabe duda que vienen del mismísimo infierno.
Alessandra estaba a punto de apartar la mirada cuando, repentinamente, Angelo Valentino giró la cabeza y la encontró mirándolos. Sus mejillas se calentaron inmediatamente, pero por más que trató, no pudo terminar con aquel contacto visual. Angelo tenía un color de ojos que Alessandra no había visto nunca; eran de un azul excesivamente claro. Tenían un aspecto misterioso y taciturno.
Bastaba una mirada para cautivar a cualquiera que los mirase.
Después de varios minutos de solo mirarse, Daphne notó que la atención de su hermano estaba puesta en otra parte y siguió su mirada, frunciendo ligeramente el ceño cuando vio a Alessandra.
—¡¿Estás loca?! ¡¿Acaso quieres morir?! —susurró bruscamente la joven de anteojos, dándole una patada a Alessandra por debajo de la mesa—. ¡Ya es suficiente, deja de mirarlos!
Alessandra dio un respingo y miró a la joven, cuyo rostro mostraba una expresión de horror.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
—¿Te das cuenta de que acabas de firmar tu sentencia de muerte?
—¿Sentencia de muerte?
Cuando Alessandra volvió a mirar de reojo a los hermanos Valentino, vio que Angelo todavía estaba mirándola, y no solo eso; sino que ahora, tenía una pequeña sonrisa perversa en los labios. Fue una sonrisa que le erizó los vellos de todo el cuerpo.
—Joder, estás muerta, chica.
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