Capítulo 2
Sin darse cuenta, el tiempo en aquel lugar empezó a transcurrir, la primera semana en el internado había pasado con calma, tal vez demasiado lento, lo cual si no lo sabias llevar, podría ser una verdadera tortura.
Afortunadamente para Megan, el paso del tiempo había sido soportable, ahora ya estaba a punto de cumplir mes y medio en el internado.
Su habitación se hallaba en el ala norte del castillo, en el tercer piso, era un espacio frío, con las paredes de piedra que en determinados sectores la humedad y el moho habían hecho de las suyas, lo cual, en combinación con los viejos muebles de madera y las colchas tejidas que recubrían las camas le daban un aire especialmente añejo, el piso estaba alfombrado en un color rojo vivido y la ventana era decorada por una cortina en un blanco envejecido por el paso del tiempo.
Era de noche y el intenso frío otoñal calaba hasta los huesos, provocando que las chicas en el dormitorio temblaran de frío, por lo que, cubierta de pies a cabeza, Megan se metió en la ducha para darse un baño de agua caliente.
Al terminar cerró la regadera y se dirigió al espejo, limpió la superficie para quitar lo empañado y poder verse en él.
Su cabello azabache se encontraba atado en una cola de caballo para evitar que se humedeciera ya que de lo contrario tendría que dormir con el cabello húmedo, además, su piel rosácea tenia algunas pecas y sus ojos grisáceos tenían visibles ojeras ante la falta de sueño, aún no se acostumbraba a dormir en aquel lugar, la cama dura no la ayudaba en su misión, y además de ello no dejaba de sentirse incómoda ante tener que dormir en ese viejo castillo, que por las noches, interminables ruidos se escuchaban por toda la edificación.
Por supuesto, para Megan esto no era más que el resultado de la antigüedad de la estructura, pues siendo que la edificación databa de la época medieval, era normal que las paredes emitieran una gran cantidad de ruidos debido a la humedad, en especial tomando en cuenta la época del año en la que estaban.
Se terminó de secar y se vistió, se puso una bata rosa pálido con mangas largas y encaje blanco, era amplia y fresca, lo cual realmente no le incomodaba a pesar del frío de la noche.
Salió del baño y miró el reloj de pared que había en la habitación, marcaba las 21:00 horas, era mejor que se acostara o de lo contrario no querría levantarse al día siguiente.
A pesar de que el día siguiente era sábado y tenía el día libre, lo cierto es que prefería no meterse en problemas, ya que si se levantaba tarde es probable que no consiguiera nada de comer en la cafetería.
— Hasta que sales del baño... -dijo Elizabeth con una toalla en la mano.
— Lo siento, no fue mi intención, en verdad se me fue el tiempo -dijo con una pequeña sonrisa.
— Ya, vale tranquila, solo trata de no tardarte tanto para la próxima ¿Si?
— Claro... -asintió de acuerdo a la petición de su compañera.
— Por cierto, hoy me cruce con Marshall en el pasillo y me pregunto por ti... -dijo Elizabeth con picardía.
Megan se sonrojó furiosamente.
Marshall Roberts, el chico más guapo, amable, atento y educado que había visto en su joven vida, medía alrededor de 1,81 metros de estatura, cabello negro, piel de porcelana, ojos aguamarina, nariz perfilada y rostro aguileño.
De solo mentalizarlo no pudo evitar suspirar.
— Megan... Megan... ¿Oye, me estas escuchando? -preguntó Elizabeth desde la regadera.
— ¡Ah! Sí, lo siento...
Elizabeth río divertida.
— Ya, baja de las nubes señorita romántica, en lugar de eso deberías armarte de valor e invitarlo a salir, ¿No crees?
— ¡Elizabeth! -la azabache se quejó con el rostro ahora totalmente rojo a causa del bochorno, a lo que Elizabeth rio aún más fuerte.
— Ya, ya... No te enojes... Pero lo digo en serio, el chico ya tiene a un montón de fanáticas locas detrás de él que al parecer no conocen el significado de "espacio personal".
— Bueno, bueno, lo pensaré ¿Sí? Pero dime ¿Qué te dijo? -preguntó con cierta emoción en la voz.
— Me preguntó por ti, al parecer quería que lo ayudaras con algo, creo que, con una tarea de matemáticas, ya sabes, como se te da bien la materia...
— Oh, claro, tiene sentido...
Escuchó como el sonido de la regadera cesaba, y a los pocos segundos ya Elizabeth estaba fuera del cuarto de baño.
— Creo que le gustas -dijo ella mientras se secaba el cabello con una toalla, para después cruzarse de brazos mientras se recostaba en el marco de la puerta.
— No bromees, el sólo debe verme como una compañera más, una amiga a lo mucho, no hemos congeniado tanto como para que le guste...
Y era verdad, apenas habían tenido oportunidad de hablar un par de ocasiones entre las clases y los descansos, sin contar una vez en la que tuvieron que hacer juntos un trabajo investigativo en la biblioteca.
— Oye, levanta esa autoestima querida, eres bonita, inteligente, amable y educada, a los chicos en les gusta eso...
— Si tú lo dices... -dijo la chica no muy segura, mientras se metía entre las colchas de su cama.
Una vez acabado el tema se fueron a dormir, cayendo rápidamente en los brazos de Morfeo.
Había pasado un rato, Elizabeth ya estaba dormida, y, sin embargo, Megan aún no podía conciliar bien el sueño.
Tenía frío, un frío más allá de lo normal, hasta el punto de hacerla tiritar cual gelatina ante la baja temperatura que calaba hasta sus huesos ¿Cómo era posible que hubiera tanto frío? A ese paso tendría que levantarse en búsqueda de otra manta, y eso era algo que realmente no le apetecía en ese momento.
— Megan...
Escuchó un susurro, y no pudo evitar abrir los ojos de golpe, esperando que se tratara de Elizabeth intentando hacerle una broma pesada, a pesar de que sabía que el carácter de su amiga no iba con ese tipo de juegos, sin embargo, el deseo de una explicación lógica era mayor a su razón en ese momento.
Observó a su compañera, pero rápidamente sus esperanzas se fueron al suelo al observar como esta se encontraba totalmente dormida.
Fruncí el ceño mientras que su corazón empezaba a temblar presa del repentino miedo ante lo desconocido.
¿Quién le había llamado? Solamente se encontraban Elizabeth y ella en esa habitación, o al menos eso quería creer. Quizás solamente se trató de su imaginación, una alucinación efecto de las largas noches sin dormir.
Así que ignorando ese sentimiento de peligro mientras trataba de convencerse de que todo estaba en su mente, volvió a acostarse, esta vez cayendo en un sueño profundo hasta la mañana siguiente.
Si han llegado hasta aquí, muchas gracias.
No olviden dejar su estrellita y sus comentarios para saber qué les está pareciendo la novela. También me encantaría leer sus teorías.
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