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Capítulo III


    La luna, en silencio, presenciaba y observaba los sucesos que ocurrían durante las altas horas de la madrugada. Había sido testigo de robos, encuentros románticos y desapariciones, pero nunca hubiera imaginado que los niños escaparían a la luz de su brillo.

    Darcy se aseguró de que Auguste estuviera lo suficiente dormido para salir por la ventana y de ir a tan interesante encuentro. Acarició el cachorro y este le miró con ojos curiosos, Duque, como su hermano le bautizó por su forma tan galante de actuar le vio partir por la ventana. Los vestidos no eran lo suyo, optó por llevar ropa oscura, se disfrazó nuevamente de chico. Tenía el cabello negro, tan corto que apenas le llegaba a los hombros, ella se miró al espejo y definitivamente parecía más a un varón que a una pequeña niña. Su nariz delgada y sus mejillas sonrojadas por el frío no les hacían justicia a esos ojos negros tan agudos y perspicaces y a esa lengua tan afilada como un cuchillo de doble filo.

«Si me atrapan o si pasara algo —pensó Darcy—, no sabrán a quién han atrapado».

    Dio el último toque con un viejo sombrero de Auguste y salió como un felino saltando cada tramo de los techos de la ciudad.

    Wyne hizo mismo, no por curiosidad, sino por una forma de matar su tiempo. Bajó de árbol y se tomó un atajo en medio de los árboles. Mientras, que en los suburbios más ricos de la ciudad Freya se debatía en ir o no, salir no era un problema, pero, aunque le carcomía la curiosidad, sospechaba sobre la idea de ir a un lugar desconocido sola.

—¡Semejante locura! —gritaba ella en su alcoba, sin miedo a despertar a alguien más, porque siempre se encontraba sola. Nadie la podía retener, ya que después de todo, no había nadie que la detuviera y se preocupara por su seguridad. Y con esos pensamientos, se vistió con su vestido azul sin preguntarse si era una buena idea o no.

    En la casa vecina, Raiden saltó sus propios jardines tambaleándose un poco y se despidió de Sauce que le observaba ansioso.

—Tú no puedes ir, harías demasiado ruido, quédate aquí y espera por mí —dijo a su compañero.

    Y así, camino observando de un lado a otro, estaba ansioso por encontrar a esa persona que había tenido menos de dos dedos de cabeza para entrar a su hogar sin ser invitado. Por los techos, el bosque y las calles se encaminaron cuatro mentes tan diferentes como las estaciones del año, pero en casa, abrigado bajo sus sábanas, Akiro, aún estaba adormilado, faltaban 15 minutos para ser medianoche, se encontraba lo suficientemente cuerdo para no acceder a una invitación tan sospechosa como aquella ¿A qué loco se le ocurría ir? Pensaba Akiro mientras cerraba los ojos.

⚜⚜⚜


—¡Ábrete! —gritaba Raiden mientras que intentaba abrir las enormes rejas de la biblioteca.

—Ya has hecho eso y no funciona —dijo la niña rubia que estaba parada a su lado con una muñeca entre sus brazos.

    Raiden respiró profundo e intentó tomar toda la paciencia que podía del oxígeno que entraba en sus pulmones.

—Eso abre por dentro —dijo una nueva voz saliendo de los árboles.

    Raiden, que era el más alto, levantó la cabeza esperando algún nuevo movimiento brusco. Wyne le sonrió y, por alguna razón, su sonrisa lo calmó y le transmitió confianza. Sin embargo, en Freya causó todo lo contrario, apretando más su muñeca, le saludó con una sonrisa forzada y dejando escapar un murmullo de sus labios. Wyne, acostumbrado, hizo caso omiso y siguió tan sonriente como siempre.

—¿También fueron invitados? —mencionó Wyne sacando la carta arrugada de sus pantalones. Raiden y Freya asintieron—. ¿Por qué nosotros tres?

—Somos cuatro —le corrigió Freya—, el cuarto está por allá. —Apuntó hacía una columna a su derecha.

    Wyne observó hacia dónde apuntaba y se encontró con un niño asiático que temblaba por el frío. Estaba callado mirando de un lado a otro como esperara que algo saliera de la oscuridad.

—Cuando llegamos, él ya estaba allí —contó el alto sacando sus manos en los bolsillos y extendiéndola hacia él—, por cierto, soy Raiden.

    Wyne se sorprendió de ver a un chico con ropas tan refinadas siendo tan cortés y esto le emocionó aún más. La pequeña niña apretó más su muñeca y levantó la mano en forma de saludo.

—Ella es Freya —habló Raiden por ella—, dijiste que se abre por dentro ¿Cómo hacemos eso?

    El moreno observó la cerradura, era antigua y anticuada, pero uno de sus pasatiempos era abrir cerraduras en la herrería de su tío. Podía forzar desde afuera, pero era tan vieja que podría romperla con un mal movimiento y la única forma de abrirla era por dentro. Miró a su derecha y se le ocurrió una idea.

—¡Oye! ¿Me entiendes? ¿Qué sabes de esto? —gritó al niño que estaba a unos pasos de él.

    Akiro le asustó sus gritos y miró de un lado a otro.

—¿Yo? —Akiro se apuntó con el dedo.

—¡Claro que tú! También te invitaron ¿no?

    Akiro se acercó a los demás con cautela, observando detenidamente a su alrededor. No podía comprender cómo podían estar tan tranquilos en esa situación. Se arrepintió de venir cuando él mismo decidió quedarse en casa. Diez minutos antes, recordó cómo su abuelo lo había tachado de loco por culpa de quien sea que había hecho la carta, y eso le dio el suficiente coraje para hacer una de las cosas más estúpidas.

—No sé nada, solo quiero saber quién escribió la carta —dijo Akiro lo suficiente cerca para describirlos. Una niña rubia con vestido elegante, un castaño, alto con ojos marrones y el chico moreno que no dejaba de gritarle y repetirle las cosas como si no hablara español.

—¿Pueden saltar la reja?

    Los tres se vieron entre sí. Freya negó rápidamente, por la cara de Akiro al ver una reja tan alta como una casa de dos plantas, no le parecía una opción, Raiden dudó mientras la observaba casi ido.

—Por sus expresiones, deduzco que no son capaz de hacer eso —dijo una aguda voz uniéndose al cuarteto.

    Los cuatro se miraron y saliendo de la oscuridad un niño con ropas algo desgastada hizo presencia ante la luz de las farolas. El nuevo miembro se quitó el sombrero y dejó mostrar su rostro con rasgos delicados, su nariz pequeña y labios delgados, que sí hubiera actuado más tiempo con rudeza los niños ya lo hubieron integrado como uno de los suyos.

    Wyne estaba entre reírse o sorprenderse y eligió el primero; Freya suspiró indignada al ver a una de las suyas vestir de esa manera; Raiden sonrió y no dejó de mirarle, pero Akiro se preguntó a qué se debía todo este espectáculo.

—Soy Darcy —saludó estrechándole mano a Raiden, como si primero debiera ganarse la confianza del líder de la manada antes de unírseles.

—Wyne —se presentó el moreno—, ella es Freya, al que saludas es el señorito Raiden y este. —Se acercó y tomó el último abrazándole con un brazo por los hombros—, es chino y no nos entiende, pero no me malinterpretes, me cae bien.

—No soy chino, soy japonés y mi nombre es Akiro —dijo este soltándose del abrazo de Wyne—, y te entiendo perfectamente.

—Muy bien, ¿qué debemos hacer?

    Wyne y Darcy subieron con destreza y determinación la reja. Uno por la izquierda y el otro por la derecha. Wyne no evitaba resbalar, una reja no era muy parecido a un árbol y sus suelas desgastadas no le ayudaban mucho para darse el impulso que necesitaba, pero antes que se diera de cuenta ya estaba arriba y como todo en la vida, caer siempre había sido más fácil que subir. Dos pares de pies aterrizaron del otro lado y se miraron divertidos de encontrar a alguien que disfrutara de las mismas extrañas aficiones.

—¿Siempre hacen eso? —preguntó Akiro sin poder creerse lo que habían visto sus ojos.

    Wyne y Darcy pertenecían al mismo suburbio, ambos lo sabían sin pensarlo mucho, el tipo de calzado era muy común y la forma en que estaban cosidos eran las pistas necesarias para reconocerse.

—Somos del bajo mundo, pero eso no nos hace ladrones —se defendió Wyne indignado—, sí estamos entrando a un lugar sin permiso... ¡Pero no porque seamos del bajo mundo!

    Darcy soltó una carcajada.

    Abrieron la cerradura y todos entraron. Dos temblando y observando la oscuridad de la catedral, los otros dos alertas de cualquier movimiento y uno tan intrigado que había olvidado eso que le llamaban miedo. Era una arquitectura alta y antigua, una hermosa, arcaica y gótica catedral con las letras «Biblioteca de Burton» en algún tipo de material de bronce con una tipografía carolingia deteriorada por el tiempo. Hace años que la biblioteca había cerrado y la condiciones apenas eran aceptables. Se decía que el bibliotecario había enloquecido al estar rodeado solo de papeles, libros empolvados y quién sabe qué. Los cinco niños entraron y la puerta principal rechinó, las luces estaban encendidas y a diferencia de como sé veía por fuera, les tomó por sorpresa a cuatro pares de ojos lo que encontraron al final de ese oscuro pasillo. Una gigante biblioteca tan alta como un rascacielos creían los niños, las luces de las lámparas variaban entre amarillas, azules, verdes y moradas, en medio, se hallaba un gran árbol tan alto y frondoso, un manzano imponente, sus hojas verdes parecían moverse y sus frutos rojos refulgían, pequeñas luces danzaban alrededor de él, era hipnotizante, hermoso de ver y oler. Un poco más cerca de ellos, se hallaba una mesa lista, cinco platos ya preparados. Un banquete abundante y opulento con frutos, pescado, carnes, dulces y galletas.

    Wyne fue el primero en acercarse y probar una de las galletas seguido de Freya, esta dudó, pero no negaba que un poco gelatina se le apetecía. Akiro no dejaba de mirar a esos dos con reproche y Raiden junto a Darcy eran los últimos en entrar, el primero aún estaba sorprendido ante aquella maravilla, pero la segunda, solo miraba un punto en la oscuridad en la hilera de libros en el tercer piso.

—¿En qué se parecen un cuervo y un escritorio? —dijo una voz grave.

    Wyne soltó asustado la galleta que tenía en manos, Freya corrió aterrorizada detrás de Raiden y Akiro soltó un chillido.

—«En que ambos pueden producir unas cuantas notas, aunque muy deprimentes. ¡Y nunca si se escribe de atrás hacia delante!» —citó Darcy calmada. Sonriendo como si hubiera esperado ese momento por siglos.

—¿Qué tenemos aquí? ¿Un sabiondo? No, no, una sabionda —volvió a decir la voz.

—¿Quién es? —preguntó Raiden mirando de un lado a otro buscando el origen de la voz.

—Un bibliotecario —declaró la voz.

    Y antes que pudieran protestar. Todo comenzó a dar vueltas ¿O el piso se movía? ¿O los estantes giraban y cambiaban de dirección como las manecillas del reloj? En caso es que, giraba. Las hojas del árbol se agitaron como en una tormenta y delante de ellos apareció una sonrisa juguetona. Los jovencitos se miraron entre sí y definitivamente no estaban locos, veían unos labios y unos blancos dientes flotando como si fuera una aparición. Akiro pensó que estaba alucinando y Wyne estaba cada vez más emocionado. Antes de que alguno dijera algo. Un rostro fue apareciendo, seguido de un sombrero, sus ropas hasta tener un cuerpo entero. Un hombre alto; cabello vino tinto y plateado; un sombrero de copa y una chaqueta bicolor, mitad blanca y roja, pero con unos ojos amarillos tan similares a los de un gato. Y desde algún punto, arriba en la biblioteca, apareció una segunda figura. Un muchacho de cabello blanco y lentes.

    Raiden dio un paso atrás, pero Freya, que no había dicho una sola palabra, le pareció el hombre una criatura tan fascinante y encantadora que sin querer se había acercado lo suficiente para verle mejor. Algo en él le causaba curiosidad y diversión, dejando a un lado su desconfianza.

—Buenas noches, señorita —dijo él quitándose el sombrero de forma cortés—, ¿le apetece una taza de té?

    Y en la mesa salió un brillo dorado y por arte de magia apareció una taza de té.

—¿Quién es usted? —preguntó Wyne fascinado ante aquel truco.

—Mis enemigos me dicen, el insufrible, la mayoría de mis amigos también, pero mis más allegados, Séneca, aunque me conocerán más por el gato ensombrerado —aclaró hablando tan rápido, pero sin trabarse la lengua—, y el de arriba, que sé que has notado —mencionó mirando a Darcy—, en mi mayordomo, Álef.

    Los libreros continuaban girando y las hojas del enorme manzano se agitaban frenéticamente. Algunas espadas medievales salían disparadas en todas direcciones, los libros seguían irradiando luz y había un calor que iba ascendiendo. Pero para asombro de todos, la mesa permanecía intacta.

—¿Qué quiere de nosotros? —dijo Akiro deseando que todo eso se acabará.

—Una fiesta de té, en la carta se los mencioné, ¿lo escribí o no, Álef? —se preguntó Séneca. Para sorpresa de todos, al albino había aparecido al lado de ellos sin ser escuchado ni visto como un fantasma.

—Sí, señor, lo escribió —afirmó el mayordomo.

—Soy un bibliotecario —levantó su guante izquierdo como si buscará algo dentro de él y sin ningún tipo de racionalidad, fue sacando de este un cilindro hasta haber sacado por completo lo que parecía ser un bastón—, tengo la cena preparada desde hace mucho tiempo. Les he estado observando y estoy satisfecho de haber encontrado mentes tan vivas, llenas de sueños, aspiraciones y, sobre todo, esperanza ¿Quién soy? Un reclutador de fantasía y un visionario utópico ¿Qué soy? Un ser hecho con dos cucharadas ideas, una media taza de altruismo y un saco entero de locura, disculpen, con la última se me fue la mano.

    Los ojos de Freya se iluminaron, y Wyne sonreía de oreja a oreja. Akiro dejó de preocuparse y Raiden solo observaba ansioso de saber más.

—¿Con qué finalidad nos recluta? —inquirió Darcy tomando asiento en la mesa.

    Los libros comenzaron a brillar más. Álef sintió un leve escalofrío que le recorría de pies a cabeza. Séneca levantó su chaqueta y sujetó a su cintura, con unas cadenas plateadas, un libro verde con una funda color perla, se encontraba resguardado como una espada en su vaina. Séneca lo tomó y al abrirlo, sus páginas comenzaron a iluminarse como si el sol yaciera dentro de él. Algunas páginas salieron volando de su cubierta y empezaron a revolotear a su alrededor.

—Bienvenidos mis jóvenes devoradores letras al club del libro —mencionó el bibliotecario con diversión—. Recuerden, cada libro aquí posee un alma, toda obra aquí es un espejo. En un libro lees los reglones de miles de vidas, mientras que él lee la esencia de los reglones de la tuya.  

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