9. Soy un desastre
En efecto, Lolarie estaba fuera de sus cabales. Mientras tanto, yo estaba viendo el espectáculo lo suficientemente lejos como para que ella no pudiera reparar en mi presencia mientras me tapaba la boca para silenciar las carcajadas que querían salir de mi garganta.
—Esto es increíble —dijo Kian a mi lado, silbando con diversión—. Qué maravilla.
No sé por qué todavía estaba al lado mío, pero lo permitía solo porque estaba demasiado concentrado burlándose de la desgracia de Lolarie como para ser capaz de soltar uno de sus comentarios odiosos. Antiguamente, habíamos sido amigos. Pero eso era cosa del pasado.
Lolarie estaba gritando improperios en gaélico mientras miraba con pánico y asco el interior de su oficina. Las cucarachas se mantenían al margen y no salían de allí por más que ella intentara sacarlas con su escoba. Y todos los estudiantes estaban mirando con curiosidad, burla y sorpresa, el show que nuestra profe estaba dando.
Magnar me miró negando con la cabeza, estaba intentando regañarme, pero una sonrisita burlona amenazaba con escaparse de sus labios.
—Esta vez te pasaste —se inclinó hacia mí, susurrando con voz divertida.
—Shhh —fue lo único que salió de mis labios.
Entonces, observé como los estudiantes comenzaban a dispersarse. La causa obvia era la llegada de mi abuela, que se abría paso entre ellos con la gracia que la caracterizaba. Su vestido blanco se movía como si estuviera hecho de un material mágico, flotando a su alrededor.
Dio una palmada y todo el ruido de la sala despareció, incluyendo los gritos de Cécile.
—Todos a sus habitaciones ahora mismo —habló a la multitud—. Se acabó el espectáculo.
Un ruido de decepción salió al unísono de todas las bocas, sin embargo, hicieron caso. Todos comenzaron a repartirse hacia sus zonas correspondientes. Incluso Kian me hizo un gesto de despedida con la mano y se fue caminando hacia un grupito de chicos que se alejaban lentamente hacia el sector donde dormían. ¿Por qué se despedía de mí?
Magnar y yo nos despedimos, prometiendo vernos en el gran roble a medianoche.
—¡AMETHYST CORBETT! —gritó Lolarie fuera de sí. Yo ya me había girado dispuesta a ir hacia mi habitación, por lo que tuve que darme la vuelta de nuevo cuando la escuché gritar mi nombre.
Mi abuela me lanzó una mirada desde su posición al lado de Cécile. Me estaba interrogando con la vista y yo me encogí de hombros cómo si no supiera qué estaba pasando.
Los pocos estudiantes que quedaban en el lugar pausaron sus pasos y se volvieron también, ávidos de chisme. Magnar se detuvo, mirándome expectante. Yo lo tranquilicé con un gesto de cabeza, invitándolo a que fuera a su habitación.
—¿Qué desea, profesora? —le dije casualmente, acercándome a ella como quien no quiere la cosa.
—Deshaz el hechizo inmediatamente —pidió, con la mandíbula apretada y lanzándome una fuerte mirada.
Fruncí el entrecejo con confusión.
—¿De qué habla?
—Señorita Corbett —la voz de Morgana sonó paciente—. La profesora Lolarie está segura de que usted fue la responsable de esta travesura —dijo, haciendo un gesto con la mano hacia el interior de la oficina de Cécile.
No quería asomarme, la repugnancia no me dejaba hacerlo, pero tenía que. Incliné la cabeza hacia el interior de la oficina y sentí que mi estómago se revolvió ante la vista de miles de cucarachas unas encimas de otras, parecían hervir dentro del lugar.
Me revolví con asco y quité la vista, mirando a la profesora y a mi abuela.
—Lo siento, pero no sé de qué habla. Lamento que su oficina se vea así pero... no tiene razones para decir que fui yo.
—Eso es verdad —dijo Morgana, dándome una mirada cuyo significado era que ya hablaríamos de eso en privado—. ¿Tienes alguna prueba, Cécile?
—¡No! —aulló ella—. Pero no la necesito para saber que fue ella quién hizo esto. ¿Quién más podría ser si no?
Abrí los ojos con interés y me puse una mano en la barbilla de forma pensativa.
—Oh, no lo sé. ¿Cualquier estudiante en esta mísera escuela? ¡No soy la única con magia en este lugar!
—Amethyst —advirtió Morgana—, no le hables así a tu profesora. ¿Fuiste tú o no?
—¡Por supuesto que no! —mentí—. A ella le encanta inculparme. Probablemente me haya seguido anoche al cementerio y haya despertado a los zombis solamente para lograr su anhelado sueño de expulsarme.
Lolarie abrió la boca con sorpresa y su ceño se frunció como si yo estuviera diciendo calamidades. Fingía demasiado bien, claro, como si no hubiera sido ella.
—Esa una acusación muy fuerte, Amethyst —dijo Morgana.
—Justo como la que ella está haciendo —alcé los brazos—. ¿Y saben qué? Si quieren expulsarme, háganlo. Esta noche devolveré a los zombis adónde pertenecen y me iré de esta tonta academia de una vez por todas.
Me di media vuelta y, usando mi apestosa capacidad para teletransportarme, deseé estar en mi habitación.
🔮🔮🔮
Por una vez, ese truco no me había salido tan mal. Solo me había estampado sobre mi cama como si me hubiera lanzado desde el techo. Agradecí el golpe, me lo merecía. Faltaban unas cuantas horas para la medianoche, ya no me daba tiempo de dormir, pero era lo único que quería hacer. Sentía el cuerpo cansado, la mente agotada y no me veía con la fuerza de realizar un conjuro más. Pero tenía que ser capaz. Tenía que demostrarles a todos que era capaz de resolverlo. Y más que eso, demostrármelo a mí misma.
Volteé la vista hacia Clover, quién yacía rendida sobre su cama como si no tuviese ningún tipo de preocupación que la hiciera tener malos sueños. Conociéndola, debía de estar soñando con una biblioteca, rodeada de torres de libros que ella iba desarmando poco a poco solo para conseguirse con Magnar del otro lado, esperándola. Después de una tarde con ambos, ya me había dado cuenta que lo que sentían era mutuo.
Pero juntarlos no era mi principal problema.
¿Y si la cara de sorpresa de Lolarie era real? ¿Y si ella no había sido la responsable y yo me había vengado de forma injusta? Sacudí esos pensamientos de mi cabeza con un movimiento negativo. No. No vas a sentirte mal ahora, Amethyst. Lo hecho, hecho está.
Deslicé la vista hacia mi mesa de noche, donde descansaba mi bola de cristal. Que gracias a Arleta, la profesora de adivinación, y a Clover, había aprendido un par de cosas sobre cómo usarla. Me sentí tentada a tomarla y a ver por mí misma qué era lo que había pasado en el bosque, pero si usaba más energía en eso, iba a estar agotada para la medianoche. Lo vería después. Todo a su tiempo y primero lo primero.
Cerré los ojos, dispuesta a descansar un rato, cuando una energía poderosa me arrastró fuera de mi cama, fuera de mi cuarto, fuera de mí. La sensación fue como si me hubieran desprendido de golpe de mi propio cuerpo, sin darme la oportunidad de resistirme.
Cuando abrí los ojos de nuevo, estaba en la habitación de mi abuela. Los ojos de Morgana parecían ver a través de mí. Miré hacia abajo, mi cuerpo se transparentaba y titilaba como si estuviese hecho de pura energía.
—¿Estoy muerta? —pregunté con creciente pánico en mi voz, observando atentamente a mi abuela.
—No —ella se sentó con tranquilidad en su gran cama con dosel—. Tu cuerpo está durmiendo en tu habitación y tu espíritu está aquí conmigo. Sé lo cansada que estás, así que decidí traer solo una parte de ti. Necesito que hablemos —palmeó un lado de su cama, invitándome a ir con ella—. Ven aquí.
Me acerqué con pasos lentos, pensando en lo que acababa de decir.
—¿Cómo sabes que estoy cansada? ¿Y cómo... puedes hacer esto?
Ella sonrió con suficiencia.
—Amethyst, que no se te olvide que soy Morgana, líder de Las Nueve de Ávalon, hay mucho que puedo hacer —Ávalon, ese era el nombre de la isla de las hadas donde vivía la madre de Magnar, ¿sería ella una de Las Nueve?—. Y además soy tu abuela y te conozco, así que sé todo lo que pasa por esa cabecita rebelde tuya mucho antes de que me lo digas. Ven acá y cuéntame qué fue lo que pasó.
Terminé de acercarme a ella y tomé asiento donde me lo había pedido. A veces, me preguntaba cómo había logrado hacerles creer a todos que no era esa Morgana. Medio hermana del Rey Arturo. Morgana El Hada. Por alguna razón, todos creían que se llamaba así por ella, pero no sabían que era ella en realidad. También me preguntaba por qué se empeñaba en ocultarles a todos lo poderosa que era. Porque sí, todos la respetaban, pero algo me decía que podían llegar a respetarla más si conocieran realmente quién era. ¿Por qué la gran Morgana sería directora de una academia de magia en un pequeño pueblo alejado de todo?
Ni siquiera yo sabía eso.
—Supongo que ya sabes la verdad y no necesitas que te la diga —comenté, evitando verla a los ojos.
—Lo que no sé es por qué lo hiciste y quiero que me lo digas ya mismo. Te dije que estaba cansada de que todos se quejaran de ti, y que demostraras que podías lograr mucho. ¿Por qué te empeñas en actuar de esta manera? ¡Amethyst! —exclamó, con tono cansado—. Si supieras todo el potencial que tienes no lo malgastarías llenando de cucarachas la oficina de una profesora. Eso fue una total falta de respeto.
—¡Ya te dije por qué! Fue ella. Estoy segura que fue ella, abuela. Esta mañana cuando los muertos aparecieron, no movió ni un músculo, ni siquiera parecía alterada.
—Pero si estás tan segura de eso tenías que venir a decírmelo, no hacer lo que hiciste. No puedes tomar justicia por mano propia.
—¿Entonces para qué tenemos poderes?
Morgana resopló con cansancio y me miró seriamente.
—Tuve que darle a Cécile un té calmante y un hechizo para dormir, ¡y tuve que traerla aquí! ¿Por qué tengo que estar ofreciéndole mi habitación a otra profesora solo porque a ti te dio la gana de jugar con magia?
Me tapé la boca con la mano para que no viera mi sonrisa burlona.
—¿Está aquí?
—Sí. Al lado. ¿Por qué será que ni siquiera yo pude deshacerme de esa plaga? ¿Cómo se deshace el hechizo, Amethyst?
Alcé los brazos, con expresión que denotaba ignorancia.
—No lo sé. Yo tuve que averiguar por mi cuenta cómo revertir el hechizo de los zombis, que no me has preguntado porque estás muy preocupada por Cécile, pero que no fue un simple hechizo. Fue uno grande. Y solo se puede revertir con magia negra. Así que si yo pude averiguar cómo solucionar algo que no hice, Lolarie podrá. Es una bruja grande y experimentada, seguro se las arreglará. Y si me lo permites, devuélveme a mi cuerpo.
Morgana alzó una mano.
—¿A qué te refieres con magia negra?
—Lo que oyes —respondí, encogiéndome de hombros—. Esta noche haré el hechizo y después...
—Te irás de esta tonta academia de una vez por todas, ¿no? —su voz sonó herida al recordarme lo que había dicho.
Abrí la boca para decir algo y luego la cerré nuevamente. Yo no quería lastimarla. Estaba consciente de cuanto tiempo había invertido en Naidr, era obvio le dolía el hecho de que yo la insultara.
—No soy buena en esto, abuela. Como tú dices, lo único que hago es jugar con la magia. Todos mis compañeros me odian porque hay favoritismo y no los culpo, yo también suelo odiarme por eso. ¿Cuándo será el día que vas a dejar pasar una de mis travesuras y vas a llamar a mis padres para que vengan a recogerme? Aunque yo no haya hecho lo de los zombis, era motivo suficiente para que vinieran volando desde Londres.
Su expresión dura se suavizó al escucharme soltar esas palabras.
—Así que lo que quieres es ver a tus padres.
Me sentí pequeñita ante su mirada y asentí con cierta vergüenza invadiéndome.
—Sabes que tus padres están muy ocupados y ellos... Amethyst, ellos no saben nada de esto.
La miré sorprendida.
—¿No les dijiste nada?
—No. No quería preocuparlos. Pero si desde el principio me hubieras dicho que querías verlos...
—¿Hubiera servido de algo?
—No —admitió, negando con la cabeza—. Pero si me prometes que a partir de hoy te vas a comportar, que vas a solucionar todo incluyendo el tema de las cucarachas, y que vas a salir bien en tus materias, los convenceré de que vengan pronto.
—¿Qué tan pronto?
—Veré que puedo hacer. Ahora, ven aquí y dale un abrazo a esta anciana —extendió los brazos, sonriendo.
Sonreí también y le correspondí el abrazo.
—De anciana no tienes nada. Podrías pasar por hermana de mamá.
—Bueno, eso es porque puedo cambiar mi apariencia física. Es solo magia. Pero mi edad es más grande de la que puedes imaginarte.
Me separé, viéndola a los ojos.
—Te lo prometo. Gracias por siempre darme oportunidades aunque no las merezca —suspiré.
—Todos merecemos nuevas oportunidades, Amethyst. Que no se te olvide. Siempre podemos cambiar y crecer, ser mejores que ayer y un poco más torpes de lo que seremos mañana. Lo importante es nunca quedarnos atrapados en quienes fuimos en el pasado. Los años me han enseñado eso.
Sonreí ante su sabiduría y me puse de pie. Suficiente charla emocional. Era hora de la acción.
—Gracias abuela. Y, por favor, devuélveme a mi cuerpo que tengo un conjuro que hacer.
—Te acompaño —se ofreció.
Negué efusivamente con la cabeza.
—No. Estaré con Magnar y Clover. No puedes venir.
Morgana esbozó una sonrisa de esas que siempre me decían que se traía algo bajo la manga.
—¿Qué te acabo de decir? Puedo cambiar de apariencia, no se van a enterar que estoy ahí.
✨🔮✨
Solo quiero decir gracias.
Gracias por todo el apoyo que le han dado a esta historia. Gracias a eso, sigo aquí.
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