2. Poción levantamuertos a la orden
A ver.
Nunca había hecho una poción de amor fallida, pero me olía a que esa no era la razón por la que un zombi estaba comenzando a caminar con pasos lentos y aterradores hacia mí.
En realidad no era uno solo. Toda una prole de zombis estaba caminando hacia mí.
Mi estómago dio un vuelco y solté el gotero que aún tenía en mis manos, dando unos pasos dubitativos y nerviosos hacia atrás mientras todos los pares de ojos miraban en mi dirección.
¿Por qué solo se limitaban a ver?
Habían dejado de gritar en cuanto se dieron cuenta de que los muertos vivientes solo estaban interesados en mí.
Qué buenos compañeros.
Tragué saliva, pidiendo ayuda con la mirada a mi mejor amigo. Magnar me devolvió la mirada, con sus ojos cargados de miedo y sorpresa, sin saber qué hacer. De repente recordé lo que me había dicho esa mañana.
"Soñé que nos atrapaba un muerto viviente"
Oh no. Mierda. ¿Magnar había empezado a desarrollar el don de los sueños proféticos o qué? Y si ese era el caso, ¿por qué no lo perseguían a él también?
La profesora me veía con una mezcla de enojo, sorpresa y más enojo acumulado en sus ojos oscuros y redondos. Chispas rojas como la poción levantamuertos salían de su mirada acusadora.
—¿Por qué están caminando hacia ti? —gritó Magnar, al parecer le había costado encontrar su propia voz. Con una expresión de pánico, comenzó a buscar desesperadamente algo que hacer para detener la horda de zombis que se avecinaba hacia mí. Veía hacia todos lados, como si el hechizo le fuera a caer del cielo.
—¡NO LO SÉ! —grité en respuesta con la garganta apretada por los nervios sin dejar de moverme hacia atrás. No quería darme la vuelta y salir corriendo porque sabía que si escapaba la situación iba a empeorar. Primero me iba a ver culpable y segundo, ¿qué pasaba si me alcanzaban? Estaría sola. Aunque era lo mismo porque mi compañía tampoco estaba ayudando mucho.
El zombi más cercano estaba a un metro de mí, con las manos extendidas, listo para devorarme.
Realmente no sabía si quería devorarme. ¿Cómo iba a saberlo? En las pelis siempre devoraban a los humanos. En la vida real, ¿cómo se podía estar seguro de lo que querían? Quizás no comían gente, quizás eran zombis veganos. Pero como no estaba cien por ciento segura, solo me quedaba una cosa por hacer: huir.
O mejor dicho, caminar hacia atrás rogando a todos los dioses para no tropezarme y caer como una estúpida.
La situación parecía ir en cámara lenta de una forma muy retorcida y lo peor era que todos estaban demasiado sorprendidos para hacer algo.
—¡PROFESORA! —Aullé—. ¿Podría hacer algo? ¡Van a devorarme!
La señorita Lolarie sonrió de forma macabra sin mostrar los dientes. Estaba enojada, mucho. Podía sentir su enojo sobre mí y ni siquiera había abierto la boca. Cruzó los brazos en su espalda.
—Si me dices por qué te están persiguiendo a ti, lo consideraré.
Entonces, la explicación vino a mi mente.
El corazón comenzó a latirme a mil por hora y las manos empezaron a sudarme. Esto no tenía que ver con la poción.
Tenía que ver con lo que había pasado la noche anterior.
La pregunta era, ¿cómo?
No tenía tiempo de pensar una respuesta coherente porque estaba muy ocupada tratando de mantener una distancia prudencial de los zombis mientras intentaba formar algún plan para deshacerme de ellos
Ni siquiera había terminado el conjuro, y no había dicho nada equivocado. Mi hechizo había sido especial para Cigryr. ¿Cómo podía voltearse el conjuro y terminar despertando a la mitad de los muertos del cementerio de Wicked Falls?
Era muy raro. Y sospechaba que tenía algo que ver con la sombra que había visto entre los árboles.
Como si se tratase de una estúpida película de zombis, mis piernas se convirtieron en gelatina, mis pies perdieron el rumbo y terminé cayendo de culo sobre el jardín de la escuela.
¿Cómo es que nadie podía hacer nada para ayudarme? Está bien que no les cayera bien solo por ser parte de "la realeza del pueblo" como decía Magnar. Pero todos estaban viendo lo que sucedía con expresiones idiotas sin mover un dedo.
Y a mí todavía no se me ocurría ningún hechizo. Estaba intentando hacer memoria de lo que había leído en mi libro de nigromancia pero no se me ocurría nada porque solo había leído algo en particular para la mascota de mi amigo.
Maldije internamente, mirando a Magnar, quien estaba demasiado ocupado buscando algún hechizo en el libro de pociones como para darse cuenta de que ya era demasiado tarde.
Tragué saliva nuevamente.
¿La profesora iba a esperar a que el zombi estuviera con la boca abierta par hacer algo?
Probablemente sí.
El zombi más cercano ya no estaba a un metro, sino a treinta centímetros de mí.
Veinte. Diez.
Y entonces, ocurrió algo.
El zombi se inclinó y me extendió la mano.
¿Qué? ¿Cómo era posible? ¿Quería ayudarme?
Lo miré con los ojos muy abiertos, pero él no cambió de parecer. Seguía con la mano extendida. Fruncí el entrecejo e hice uso de mis uñas largas para pellizcarme con todas mis fuerzas en el antebrazo. Quizás aún estaba dormida después de haber pasado ese susto en el cementerio y todo era un sueño. Pero el pellizco me dolió, haciéndome arrugar la frente. No estaba soñando.
Sin duda, podía ponerme de pie yo sola. Pero algo dentro de mí, esa inclinación hacia el peligro que siempre me acompañaba, quería tomar la mano del zombi y ver qué pasaba. De forma dudosa, estiré la mano y tomé la suya –pálida, podrida y muerta como el resto de él–, esperando a que abriera la boca y diera un mordisco enorme a mi antebrazo. Pero eso no pasó y terminó ayudándome a levantarme.
Cuando me puse de pie, el zombi se arrodilló delante de mí. Y los demás siguieron su ejemplo.
Estaba alucinando.
El pellizco se había sentido real pero tenía que estar alucinando porque la situación se estaba volviendo demasiado descabellada.
Levanté la mirada para ver si los demás estaban viendo lo que yo o era una alucinación porque había sido mordida y estaba teniendo una fiebre por la infección. Pero todos estaban tan sorprendidos como yo.
La mandíbula de Magnar llegaba al suelo y el libro de hechizos se había caído de sus manos. Dudaba que hubiera en él algún hechizo para mandar a dormir a los muertos porque despertarlos estaba prohibido. Así que no creía que hubiera nada útil ahí pero apreciaba su interés. Era el único al que parecía preocuparle la situación. En el fondo se lo agradecía.
Volví a mirar al zombi principal porque lo atajé moviéndose con mi visión periférica, estaba sacando algo de su ropa de los setenta ya descolorida y rota. Era un cuchillo. Solo cuando enfoqué mejor la vista me di cuenta de que no era un cuchillo cualquiera. Era el mío. El cuchillo que había pertenecido a mis antepasados que mi papá me había dado al cumplir quince. Era plateado y tenía un pequeño cuervo labrado en oro en el mango porque era el símbolo de la familia Corbett.
Era, en resumen, el cuchillo que le había dado a Magnar la noche anterior y que obviamente había dejado en el cementerio tirado, porque no existía otra explicación por la que el zombi lo tuviera entre sus huesudos dedos.
Intentando de forma fallida no parecer muy impresionada, tomé la daga que me estaba ofreciendo el señor zombi. Llamarlo solo zombi ahora me parecía una falta de respeto.
—Creo que nos debe una explicación, señorita Corbett —habló por fin la señora Lolarie, aclarándose la garganta y clavándome de nuevo su mirada acusadora.
Claro. Era de esperarse.
La miré, relamiendo mi labio inferior, porque estaba tan reseco que parecía una lija.
—Le juro que no tengo idea de qué es lo que sucede.
—¿Le parece mejor explicarlo en la oficina de la directora?
✨🔮✨
Hola! Espero estén muy bien ❤️
¿Qué tal les pareció el capítulo? ¿Tienen alguna teoría de por que los zombis actuaron como actuaron? ¿Tienen alguna teoría de por qué despertaron si Amethyst nunca terminó el hechizo? ¡Me encantaría leer sus teorías y/o comentarios!
Gracias por llegar hasta aquí 💜
Si les gustó no se olviden de darle a la estrellita ✨
Nos leemos en el próximo capítulo 💜
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