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11. Nada salió como pensé

—¿Eso qué significa? —en medio de todo el espectáculo de luces y sombras, noté la piel de Magnar palidecer ante la declaración que acababa de hacer Clover.

Yo también le lancé una mirada confusa. Una serie de escalofríos subió por mis brazos y estaba segura de que nada tenía que ver con el poder que estaba brotando de mí en ese momento.

La risa de la diosa volvió a resonar desde todos lados al mismo tiempo.

—Te escucho, Clover Edris.

Magnar y yo la miramos fijamente. El corazón me latía fuerte contra el pecho.

¿Qué era eso de que había sido ella?

Clover abrió y cerró la boca varias veces, insegura. Su rostro se tornó rojo como siempre que la vergüenza tomaba lugar en ella.

No sé si era por la tensión de lo que estaba ocurriendo, pero podía jurar que las sombras se fueron ralentizando alrededor de mí, atentas a lo que sucedía fuera de su remolino de rabia.

De alguna manera, pude contenerlas y logré ponerme en pie, respirando pesadamente.

Los orbes zafiro de Clover se posicionaron sobre mí, la culpa oscurecía el color y su frente fruncida no presagiaba algo bueno.

—Fui yo, Amethyst. Yo estuve en el cementerio. Y yo... ­­—parpadeó—, yo reviví a los muertos.

Sus hombros cayeron como si se hubiera deshecho de un peso gigante. Un peso que me cayó encima como un golpe en toda la cara.

¿Qué acababa de decir?

—Explícate —exigió Magnar con un tono molesto que me sorprendió demasiado. Porque ni siquiera yo me sentía tan enojada al nivel que demostraba su voz­—. Y que no se te pase ningún detalle. Porque que yo sepa, lo que Amethyst vio fue una sombra... y tú no eres una sombra.

Yo estaba demasiado atónita para decir algo. Demasiado... decepcionada. ¿Cómo era posible que ella fuera la responsable de eso? ¿Y por qué de la nada me estaba ayudando?

Y lo más importante... yo había hecho a Lolarie pagar por los platos rotos. La culpa comenzó a hacer estragos en mi estómago.

—Esa noche te vi salir por la ventana de la habitación con el libro de nigromancia que sacaste debajo de mi cama. Así que te seguí, solo que me hice un hechizo para camuflarme con las sombras de la noche. No es tan difícil cuando lo único que haces es estudiar magia. Tampoco lo fue hacer el hechizo. Habías dejado la daga ahí tirada, y supongo que me dejé llevar por el rencor y las ganas de hacer justicia por mi cuenta.

›› Estaba cansada, ¿de acuerdo? Estaba cansada de que Amethyst nunca pagara por romper las reglas. De que gracias a sus padres siempre pueda hacer lo que quiere. De que vaya por la vida creyendo que es mejor que los demás solo porque tiene el poder de hacerlo. ¿Tan poderosos son tus padres? Quería saber si después de eso te sacaban para siempre de la Academia. Pero ya veo que el aprecio que Morgana te tiene sobrepasa todo. Que ella también rompe las reglas —Clover negó con la cabeza, riendo con cierta tristeza—. ¿Ponerme a mí como tu tutora? ¡¿Ese fue tu único castigo?! ¡Vaya difícil que es tu vida, Amethyst!

Cada palabra suya era como una bofetada tras otra. Incapaz de quedarme callada, solté el agarre que tenía sobre las almas y me liberé del remolino de sombras que me rodeaba. Las almas cayeron al suelo, sin fuerzas. El collar chocó contra mi clavícula, su calor quemándome el pecho. No me importó.

—¿Qué estás diciendo? —grité—. No tienes ni idea de cómo es mi vida. Y si estabas tan molesta pudiste haber ido a reclamar, porque si hay alguien que quiere ser expulsada ¡soy yo! ¿Alguna vez te has parado a pensar en por qué hago todo lo que hago? ¡Mis padres no me prestan atención porque están demasiado ocupados en su nube de poder!

—¡Tus padres no están muertos! Puedes verlos cuando te dé la gana —me devolvió ella, con el rostro completamente rojo—. ¡Así que deja de hacerte la víctima por un segundo! No todo se trata de ti. Te la pasas asumiendo que todo gira en torno a ti. Que todo el mundo quiere dañarte. ¡Lo único que necesitas es un buen escarmiento!

—Pues ya veo que me equivoqué. Porque no todos quieren dañarme, solo tú ¿no? De todas las personas que pensé que querían darme un merecido, jamás se me hubiese pasado por la cabeza que tú eras una de ellas. Sobretodo Clover, porque contraria a la idea que tú tienes de mí, te consideraba mejor que yo. ¡Y ahora resulta que eres de lo más correcta! Pues déjame decirte que si fueras tan perfecta como crees que lo eres, no hubieras hecho lo que hiciste para empezar. Así que no eres mejor que yo, Clover. Sin embargo... tengo que concederte el hecho de que, aunque me odies tanto, estás aquí confesando todo para ayudarme. ¿Por qué?

—Chicas... —la voz de Magnar me llegó de lejos, en modo de advertencia. Sin embargo, ninguna de las dos le hicimos caso.

—No es por ti, eso tenlo seguro. Es por Magnar —confesó—. He visto lo que hay entre ustedes, y no puedo interponerme en eso. Sé que si te pasa algo por mi culpa él jamás me lo perdonaría.

—¡CHICAS! —gritó mi amigo con fuerza, haciendo que ambas nos volteáramos de golpe a verlo. Al principio pensé que se había alarmado con la confesión de amor implícita en las palabras de Clover. Pero no era eso. Señaló hacia un punto a nuestras espaldas, me volví siguiendo su señal y lo que encontré con la vista me dejó helada.

De pie, bañada con la luz de la luna, se hallaba la mujer más hermosa y temible que había visto en mi vida.

La piel blanca de su cuerpo estaba cubierta por un vestido negro que parecía hecho de sombras, la parte baja flotaba como si hubiera espíritus atrapados allí, moviéndose entre las faldas de la diosa. Su torso estaba cubierto por una armadura dorada que se expandía desde el centro de su pecho en forma de plumas finas y se enroscaban hacia abajo adoptando la forma de costillas. En una mano tenía una lanza puntiaguda que la sobrepasaba en tamaño. Y sus ojos... eran negros en su totalidad.

Cuando nos miró con ellos, me sentí atrapada en dos pozos de profunda oscuridad llena de muerte y nada más.

Entonces, sus labios rojos se curvaron en una sonrisa.

—Eso estuvo muy bien —habló. Y por fin su voz parecía salir solamente de ella. Caminó o, mejor dicho, levitó hacia nosotros—. Me encantan las confesiones sinceras. De esas donde no queda nada por dentro. Sería raro que yo diga que... ¿me llenan de vida?

—Sobre todo aquellas que provocan pelea, ¿no? —soltó Magnar.

La sonrisa de la diosa se hizo más grande.

—Niño, no te olvides que también soy la diosa de la guerra. Siempre habrá un poco de odio en una verdad que te han obligado a decir. ¿Cierto, Clover?

—Y ahora que todo está dicho —gruñó Clover, ignorando su pregunta—, ¿no sería ideal que cumpliera su parte del trato?

—Por supuesto. Para eso estoy aquí —Morrigan extendió la mano hacia las almas que habían comenzado a recuperar su brillo y se habían elevado un poco por encima del suelo, donde las había dejado caer debido al calor de la discusión­­. Todas ellas siguieron el curso que guiaba la mano de la diosa, llegaron frente a ella y como si nada, pasaron a formar parte de su vestidura.

¿Qué? ¿Eso era todo? ¿Un simple gesto de la mano y ya?

Parpadeé, señalando el roble.

—¿No se supone que tenían que cruzar al más allá por medio del roble?

—No todas estas almas fueron buenas, Amethyst, creo que te diste cuenta de eso. Te explico, los zombis fueron buenos porque estaban atados a ti, no tenían voluntad propia y por ende solo hacían lo que tú les pidieras. Te sentiste ahogada cuando atrapaste su magia porque estaban molestas, y un alma enojada es muy peligrosa. Creo que al final... manejaste bien la situación. Como entenderás, no todas pueden ir al mismo lugar. Vendrán conmigo, y luego, cada una partirá a donde pertenezca.

—Pero el conjuro hablaba de unas puertas —puntualizó Magnar—. ¿No son las puertas al más allá?

Morrigan rió. Para ser la diosa de la guerra y la muerte, tenía un muy buen sentido del humor.

—La magia es engañosa. Yo soy engañosa. No puedes fiarte de la muerte, porque nunca sabes cuándo ni cómo llegará. Y el roble... no es la única puerta al más allá. Y no todos los muertos merecen el mismo final.

Abrí la boca para decir algo, pero la diosa se desvaneció frente a nosotros. Rápida y silenciosa.

Entonces, ¿así terminaba todo? Bueno. Supongo que no podía esperar recibir algo más de una diosa.

Resoplé, compartiendo una mirada con Magnar que decía más que mil palabras.

—Magnar... —comenzó Clover, con arrepentimiento.

Me di la vuelta, pues yo en esa conversación no tenía voz. Había comenzado a alejarme cuando escuché la voz de mi amigo rasgar el silencio que se había instalado entre ellos.

—No quiero saber lo que tengas que decirme, Clover.

De acuerdo. Eso no había sido conmigo y logró dolerme. No quería ni imaginarme como se sentía Clover.

Me volví dispuesta a intervenir, acercándome de nuevo a ellos.

—Magnar, no creo que debas ser tan duro con ella. En realidad, tiene razón en todo lo que dijo.

Clover me miró confundida, como preguntándose por qué la defendía. Yo tampoco sabía exactamente qué estaba haciendo. Pero de alguna manera... lograba entenderla.

Estaba cansada, lo único que quería era dormir, y aun así ahí estaba: solucionando los problemas de una pareja que ni siquiera había comenzado.

—¿Por qué la defiendes? Aunque tenga razón, eso no justifica lo que hizo. Pudo haber pasado a mayores. Incluso pudo haber salido herida ella en el proceso. ¿Y si el hechizo hubiera salido mal? ¡Todos pudimos haber estado en peligro!

—¡Pero no pasó! —Exclamó Clover—. ¿Por qué me castigas a mí? Ella es la que se la vive pasándose las reglas por la suela de los zapatos.

—¡Ha roto reglas por mí! ¿Cómo puedo quejarme cuando lo único que ha hecho es estar ahí para mí cuando nadie más lo estuvo? Aunque le salga mal... y aunque se mete en problemas intentando solucionar los míos, nunca me ha delatado. Fuimos juntos al cementerio, juntos intentamos revivir a Cirgyr y ella fue la única que terminó en la oficina de la directora.

—¡Porque ella es la que te arrastra a eso!

—Vaya, gracias —dije, cruzándome de brazos—. Fue un placer defenderte.

Clover me miró por un momento e hizo una mueca.

—Lo siento. Lo siento, Amethyst. Perdóname. A pesar de que me he comportado horrible, estás defendiéndome. Yo... yo no sirvo para esto. Y Magnar... ­­—resopló, cubriéndose la cara con las manos—. Me gustas mucho. Y la razón por la que nunca me atreví a acercarme a ti es porque pensé que ustedes dos tenían algo. Eso y que me da pánico conversar con chicos. Listo. Lo dije.

Por primera vez en la noche, Magnar y yo compartimos una mirada y comenzamos a reírnos como desquiciados.

No sé si era mi forma de liberar el estrés acumulado o porque realmente me había hecho mucha gracia el comentario de Clover, pero no podía dejar de reírme.

Suspiré varias veces antes de calmarme, apretándome el estómago.

—¿Me estás diciendo que hiciste todo esto por celos? ¡Clover! Entre nosotros no hay nada. Magnar es como mi hermano. ¿Tan difícil era decirme que te gustaba mi mejor amigo?

—¿O decírmelo a mí? —dijo Magnar como si fuera obvio que él tuviera que saberlo primero que yo.

—Ya sé, ya lo sé. Me di cuenta de eso en cuanto pasé un par de horas con ustedes. Me siento ridícula en exceso. Y Magnar... si estás molesto conmigo lo entenderé. Entiendo que tu lealtad debe estar con Amethyst, ella ha estado siempre contigo y yo acabo de llegar. Así que, comprenderé si me delatan con la directora —Clover me miró—. Porque eso es lo que debes hacer, Amethyst. Yo no desperdiciaría una oportunidad para acusarte.

Abrí la boca para decir que, de hecho, mi abuela debía estar presenciando todo desde una distancia segura. Pero no fue necesario. Morgana adoptó su forma humana a un par de metros de distancia, comenzando a caminar en nuestra dirección.

—Eso no será necesario, señorita Edris —dijo mi abuela, haciendo que la mencionada y mi amigo giraran la cabeza con sorpresa—. He presenciado todo.

—¿Cómo? —Magnar frunció el ceño.

—Amethyst me ha dicho que esta noche harían el conjuro, así que decidí estar presente por si algo salía mal.

—Si ha estado todo el tiempo aquí... —empezó Clover.

—Escuché todo lo que dijiste.

Ella sacudió la cabeza.

—No me refería a eso. Si ha estado todo el tiempo aquí, ¿por qué no ha intervenido cuando las cosas comenzaron a torcerse?

—Porque Morrigan tenía razón. Y no puedo protestar contra los deseos de una deidad ­—mi abuela me dio una mirada brillante y luego sus ojos se posaron el Clover, quien tenía la cabeza gacha. Lista para aceptar el castigo—. Espero que sepas que tus actos tienen consecuencia. Eres lo bastante inteligente como para entender qué sigue ahora.

Di un paso adelante, tosiendo. Nunca me había callado ante nadie, no iba a comenzar a hacerlo en ese momento.

—Ejem... abuela —solté, ganándome una mirada estupefacta de dos pares de ojos—. ¿Recuerdas lo que me dijiste esta noche? Acerca de las oportunidades. Yo he recibido muchas de tu parte, incluso cuando no las merezco. Y Clover... ­—la miré, claramente ella no entendía por qué estaba saliendo en su defensa. Pero yo sí lo entendía—. Ella merece una. No actuó de forma correcta. Pero ¿quién de nosotras lo ha hecho? Yo desde luego que no. Y me temo que tú tampoco. Les hemos estado mintiendo a todos aquí y eso no es lo correcto, a pesar de que nuestras intenciones no son malas. ¿No es eso lo que has pasado tanto tiempo intentando enseñarme?

Noté un brillo de orgullo iluminar la mirada de Morgana. ¿Había planeado eso? Porque parecía que acababa de darle la respuesta que ella quería escuchar.

—Amethyst, no tienes por qué... —empezó Clover.

—Sí tengo. No interrumpas, que estoy intentando usar mi influencia con los altos mandos para salvarte el trasero —susurré, guiñándole un ojo.

Morgana sonrió.

—Después de todo, has decidido por fin hacer caso a lo que te digo. Y cómo me lo pides tú, diré la verdad acerca de nosotras. Y acerca de mí. 

✨🔮✨

Espacio para que comenten lo que quieran.

Yo ya estoy frita jsjsjsj

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