10. Las almas de los muertos son más terroríficas de lo que imaginé
Encontramos a los zombis justo donde los habíamos dejado esa tarde: de pie en el jardín con cara de que morían de aburrimiento.
Sí, ya lo sé, pésimo chiste. Pero tenía que hacerlo.
Tenía que admitir que me daba lástima dejarlos solos a la deriva en un sitio donde nadie los quería cerca, pero ¿qué más podía hacer? Llevármelos a mi habitación no era una opción, no cabían y dudaba mucho que Clover estuviera de acuerdo. Entonces, ¿se suponía que tenía que ir por ahí con un ejército de zombis hechizados pisándome los talones? Tampoco.
Así que no tenía más remedio que dejarlos allí esperando hasta que lo que los movía a existir, o sea yo, regresara. Y era irónico que volviera justo para acabar con su existencia.
En ese momento me hallaba acarreándolos como si fueran ovejas yendo a un corral. En su caso, muertos a su lugar de descanso. Con un pequeño nudo en el pecho, les pedí que rodearan el roble y miraran hacia él. Si me miraban con sus ojitos de zombis indefensos no podía acabar con ellos.
Magnar, Clover y yo tomamos nuestras posiciones bajo la copa del gran árbol. Morgana debía de estar en algún lugar convertida en pájaro, observando lo que hacíamos; quería corroborar que todo saliera bien, y en caso de que no, estar cerca le permitía intervenir.
Apreté el mango de la daga entre mis dedos y cerré los ojos unos segundos, tragando saliva y preparándome emocionalmente para lo que iba a hacer.
Finalmente, los abrí, expulsando una gran bocanada de aire.
—¿Preparados?
Ambos asintieron. Magnar se dispuso a sacar todo de la mochila, pasándoselo a Clover.
Yo tomé la daga y me agaché, dibujando en la tierra fría, el símbolo que Alyster nos había dicho.
Un trisquel, representando las tres facetas de Morrigan.
Una circunferencia alrededor para simbolizar la unidad de las tres.
Tres líneas cruzadas por el medio que representaban las armas y nos representaban a nosotros, los que haríamos el ritual.
Clover colocó una vela negra en cada espiral del trisquel y Magnar las encendió, luego cada uno se puso en su posición. Yo tomé la posición que tenía el cuervo en el símbolo que nos había mostrado Alyster. Como si fuera cosa del destino, toda mi vida ese animal había estado conmigo: en el símbolo de mi familia, en la daga que tenía en mis manos; y ahora en, quizás, el conjuro más importante de toda mi vida académica.
Yo lo representaba. Como había dicho el tío de Magnar, el sacrificio del cuervo era simbólico. Así que era hora de hacer mi sacrificio.
¿El destino ya estaba escrito y de alguna manera me había traído hasta este momento por una razón en específico? No lo sabía, pero si ese era el caso, el destino era cruel. ¿Era todo una mera casualidad? Muy raro.
Asentí hacia Clover, indicándole que podía empezar. Ella me devolvió el gesto y extendió las manos, con las palmas abiertas en dirección a la tierra.
—Espíritu de tierra, oye mi ruego. De raíces nobles y madera sólida haz hecho prosperar este roble, con calma y cuidado haz hecho crecer nuestro árbol sagrado; como ofrenda te entregamos los cuerpos de nuestros antepasados y como favor te pedimos que no los dejes moverse de donde están parados.
La tierra bajo nuestros pies se sacudió. Miré hacia abajo para darme cuenta que estaban brotando zarcillos del suelo. Tallos verdes y hermosos comenzaron a trepar por las piernas de los zombis, asiéndolos para evitar que se movieran de donde estaban. Por supuesto que ellos eran indefensos, pero una vez que liberáramos las almas de los cuerpos, corríamos el riesgo de que algún espíritu malévolo atraído por el uso de magia negra los poseyera. Así que teníamos que atarlos de alguna forma, ¿qué mejor que devolverlos a la tierra de la academia? No teníamos tiempo de ir al cementerio y volver a enterrarlos allí.
Bien. Era mi turno.
Tomé una buena porción de aire antes de soltarlo y abrir la boca para recitar el hechizo. Alcé la daga frente a mí, dándole una mirada a Magnar para que estuviera listo, él me dio un asentimiento tranquilizador.
—El cuervo busca las almas de los caídos, sus alas cubren los recipientes vacíos. Las puertas esperan a la vuelta de los antepasados, dando abrigo a los que aún no han descansado. Oh, Morrigan, diosa de la muerte, acepta mi sacrificio y hazte presente. Te entrego esta daga, con el cuervo tallado, mi objeto personal más preciado. Arderá en llamas y las almas de nuestra ascendencia serán liberadas, listas para tu llegada.
Con fuerza, clavé la hoja de la daga sobre la tierra húmeda, apartándome en el instante en que una bola de fuego salió disparada de la mano de Magnar en dirección al cuchillo. La llamarada se extendió hacia arriba con un resplandor blanco que iluminó la noche y luego, cuando pensé que se apagaría, un montón de figuras luminosas comenzaron a surgir de las llamas, como si hubieran estado ahí todo el tiempo.
Las miré maravillada, eran de diferentes colores, doradas, burdeos, rojas...
—¡Amethyst! —gritó Clover, devolviéndome a la realidad—. ¡Son las almas!
Momento. ¿Así que las almas estaban dentro de la daga y no dentro de los zombis? De algún modo... de algún modo tenía sentido. Aun así, me decepcionó el hecho de que no había forma de poder recuperar a los zombis si lo que los movía a estar conmigo era que sus almas estuviesen en un objeto que me pertenecía.
Eso explicaba por qué me la habían entregado esa mañana. ¿Era posible que desde un principio estuviesen esperando a que los liberara?
Giré la cabeza para verlos, solo para conseguirme con que se habían desplomado sobre la tierra, inertes. Más zarcillos se enredaban por todas sus extremidades, reclamándolos. Haciéndolos parte de la tierra que alguna vez había sido su hogar.
Sentí un dolor oprimirme el pecho al verlos muertos. O sea, ya lo estaban, pero de alguna forma me había encariñado. Después de todo, estaban ligados a mí.
—¡Amethyst, es ahora o nunca! —esta vez fue la voz de Magnar la que me sacó de mis cavilaciones.
Me giré de nuevo hacia el remolino de almas que se elevaba por encima de nuestras cabezas. Se movían muy rápido, como si quisieran salir volando de allí y huir hacia la nada. Si no me concentraba, podían terminar perdiendo el rumbo. ¿Dónde estaba Morrigan? ¿Por qué no había aparecido con mi invocación?
Los nervios comenzaron a apoderarse de mí. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo. Les debía a todos ellos el descanso.
Cerré los ojos y demandé el poder de mi collar. Alyster había reemplazado la cadena rota de plata por una tira tejida con hilos de oro, según él, eso ayudaría a activar la magia del dije. Me había dicho que tenía que canalizar toda mi energía en lo que deseaba, que debía pensarlo con todas mis fuerzas.
Abrí los ojos y enfoqué mi vista en las almas que ya habían subido un poco más, a metros de distancia de nosotros. Deseé que bajaran hacia mí, que toda su energía mágica quedara atrapada en mi collar. Fuera mala o buena, toda esa energía debía concentrarse allí. La piedra era famosa por su capacidad para trasmutar energía, y para eso, tenía que absorberla por un tiempo determinado.
Desde luego, yo no quería cambiar la energía, solo mantenerla quieta. Sin energía mágica, las almas no podían escaparse. Porque estaban incompletas. Porque nadie se escapa si alguien más retiene lo que le pertenece.
Entonces, las almas comenzaron a descender, girando a mi alrededor a una velocidad alucinante, perdiendo su brillo y convirtiéndose en sombras escalofriantes, reclamando lo que les estaba quitando. El dije de amatista se elevó, destellando una luz morada que se hacía más brillante con cada giro. Mientras más vueltas daban alrededor de mí, era como si perdiera mi capacidad de respirar.
—¡Morrigan! —exclamé con voz ahogada—. Por favor, si estás aquí, hazte presente. Por favor. Por favor.
Nada.
—¿Y si decimos otra vez el hechizo? —sugirió Clover.
—Amethyst no podrá retenerlas por mucho tiempo —contestó Magnar, consciente del esfuerzo que me estaba tomando mantener todo ese poder a raya.
Abuela. Fue lo único que pude pensar.
Entonces, una voz estridente resonó como si viniera de ningún lado y de todos a la vez. Parecían ser varias que se mezclaban en una sola y provocaban eco en la serenidad de la noche.
—Su intento ha sido bueno, pero su sacrificio no es suficiente.
Logré notar la mirada confundida que compartieron Magnar y Clover.
—¿A qué se refiere con que no es suficiente? —replicó Magnar, mirando hacia todos lados. Buscando de dónde provenía la voz.
—Mi daga... —logré decir, intentando tomar el aire que me arrebataban las sombras girando a mi alrededor. Los zombis habían sido buenos porque estaban atados a mí. Era evidente que sus almas libres no lo eran—, ¿no fue suficiente?
—¡Por supuesto que no! —exclamó la voz femenina, desdoblándose en otras dos—. Algo que ibas a destruir de cualquier forma no puede contar como sacrificio.
—¿Entonces qué quiere? —preguntó Clover, el miedo inundando su voz.
La diosa rió, y su risa sonó como trozos de hielo rompiéndose en mil pedazos. Realmente no sé si fue su risa o mi cabeza. La falta de aire estaba comenzando a aturdirme. Caí de rodillas sobre la tierra, comenzando a ver borroso todo lo que me rodeaba.
Amethyst, resiste. No puedes dejar que te gane. Pelea. La voz de mi abuela se abrió paso por encima de todo lo demás, como un bálsamo reparador de heridas.
No puedo. Pensé. Asumiendo que, si ella podía hablar directamente a mi cabeza, entonces también podía leer mis pensamientos. En el peor de los casos, no era real y estaba alucinando.
—Quiero un sacrificio que valga la pena. Quiero la verdad —escuché decir a la diosa.
Sí puedes. Libera suficiente energía como para que ralenticen sus movimientos, pero no tanta como para que escapen.
—¿Qué verdad? —la confusión de Magnar era notable hasta para mí, que estaba luchando por un poquito más de oxígeno del que me permitían las furiosas sombras que querían su energía de vuelta. Bien. La tendrían. Sintiendo mi cuerpo relajarse, con la sensación de dejarme ir, liberé un poco de la energía que retenía el colgante que me rodeaba el cuello. Las almas se volvieron más brillantes y mi collar se opacó, pero funcionó.
Inhalé con fuerza, escuchando atentamente las palabras de Morrigan.
—Cualquier verdad. Aquella por la que seríamos capaces de morir. La muerte no es un juego, sin embargo, mucha gente la prefiere por encima de decir la verdad. Así que, en lo que a mí concierne, decirla es mayor sacrificio que la vida propia. Díganla o su amiga será consumida por un poder que no sabe manejar.
Todo a nuestro alrededor se quedó en silencio.
Por un momento, temí que ninguno tuviera nada que decir.
¿Qué podía decir yo? Ni siquiera me sentía en la capacidad de hablar.
Entonces, sorpresivamente, la voz de Clover rompió el silencio.
—Fui yo —dijo.
✨🔮✨
La historia tiene más comentarios que lecturas y de alguna forma eso me encanta, no se imaginan lo mucho que me alegra leerlos después de quedarme sin neuronas escribiendo. Sus comentarios me dan los ánimos que necesito para seguir al ruedo con esto.
Y estoy escuchando Torero mientras escribo esta nota JAJAJAJAJ
Y precisamente porque me encanta leerlos, me gustaría saber qué les pareció este capítulo. Yo estaba gritando silenciosamente a las dos de la mañana en mi cuarto, con eso les digo todo.
Estaba esperando subir este capítulo para mostrar este precioso dibujo hecho por BeatriceLebrun de Amethyst, y es que encaja tan bien con lo que sucede aquí que tenía que subirlo justo en este capítulo.
Gracias por tanto arte, Bea, eres lo máximo 💜 Siganla, porque se gasta mucho talento.
O sea, ¿Si ven todo el brillo mágico que desprende el collar? Es espectacular, aprecienloooo
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