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43. Observando

Tal y como la mayoría habría supuesto si hubieran visto la escena, Shu volteó la cabeza con desinterés.

—Me niego —respondió—. Búscate a otro.

—¿Ni aunque sea una sola vez? —le preguntó Kaitleen, algo desilusionada, incluso si ya se esperaba una respuesta como aquella—. Tampoco te estoy pidiendo que pases todo el rato conmigo...

—Seguro que a más hombres les gustaría invitarte a un baile —insistió Shu mientras señalaba al joven encapuchado—. Como el enmascarado raro, incluso Christa te propuso estar con él.

—Lo sé, pero me gustaría más si fuera contigo, aparte de Yui y mis hermanas, eres uno de los pocos de la mansión con quien hablo.

—Cierto es que te has negado a acercarte a mis hermanos, pero ese no es mi problema...

—No voy a negar eso, pero ¿debo ser yo la que te recuerde que eres tú el que me hacía estar a tu lado gran parte del tiempo? ¿O acaso has olvidado lo que me has dicho antes?

Shu dirigió la mirada al suelo con un leve tinte de tristeza.
—Exacto, te he hecho perder mucho tiempo. Creo que será mejor que pases la noche de otra forma —farfulló, como si quisiera convencerse de algo.

—No me refería a eso... —insistió ella antes de suspirar y rendirse—. ¿Sabes qué? Déjalo, no es como si supiera bailar.

Acabó por rendirse, al final decidió que si no podía bailar con Shu, no bailaría con nadie a menos que se tratara alguna de sus hermanas, en caso de que les apeteciera separarse por un momento de sus parejas, algo que ella misma sabía que era poco probable.

Se fue a paso rápido bajo la mirada de Shu hacia la mesa de bebidas para buscar una copa de algo que parecía champán.

—¿Sabría decirme si esto tiene alcohol? —le preguntó a un sirviente que llevaba una bandeja por la avenida.

—Todas las bebidas del lado derecho están libres de alcohol, señorita —respondió él con formalidad—. La señora Christa fue muy considerada al ofrecer una variada selección.

Kaitleen agarró una copa de lo que parecía ser champán en el lado derecho de la mesa. La examinó mejor antes de darle un rápido sorbo, asintió en aprobación y decidió observar el resto de la fiesta desde ahí.

La hora del baile finalmente llegó. Los músicos comenzaron a tocar una alegre melodía y la gente que quería seguir conversando animadamente despejó el centro del salón de baile para dar paso a aquellas parejas que querían moverse al son de la música.

Parecía la escena de una película, con las largas faldas de los vestidos ondeando con cada paso, los hombres con elegantes portes, luces reflejadas en el suelo y los grandes ventanales y miradas ensoñadas que se negaban a separarse de la otra.

A los pocos minutos se unieron al ánimo festivo Reiji y Rosaura después de que él le ofreciera la mano con aire caballeroso en una inclinación. Ella la aceptó de buen grado, pero no tardó en ponerse tensa, después de todo ella sabía bailar tan poco como todas las chicas que vivían en la Mansión Sakamaki.

«Si hubiéramos nacido en otra época, otra cosa sería», pensó Kaitleen mientras tomaba otro sorbo.

No pudo evitar preguntarse si la horrible excusa de ser humano que fue su padre las habría obligado a ellas y a James aprender a bailar bailes de salón. Pero la respuesta más probable sería una positiva, puesto que no había dudado en intentar imponer su hermana mayor en un matrimonio concertado con la otra excusa de ser humano que, tanto para bien como para mal, también había perdido la capacidad de volver a abrir los ojos.

—¡¡KAITLEEN!! —chilló con insistencia la voz de su hermanita pequeña.

La joven casi se ahogó en su bebida por el susto y tosió.

—¡¿Ayumi?! —exclamó sorprendida mientras la veía tirar de la falda de su vestido con ahínco.

—Te he llamado tres veces, pero no me decías nada —explicó la niña mientras apretaba su muñeca contra el pecho.

Kaitleen tragó saliva para terminar de aclararse la garganta. Había estado tan sumida en sus pensamientos que ni se había dado cuenta de que le estaban hablando. Se convenció finalmente de dejar de pensar en cosas del pasado y recordar que estaba en una alegre fiesta.
—Oh, perdón. No te había oído. ¿Pasa algo? ¿Qué quieres?

—Le pareció extraño ver que estabas sola, así que vino a ver si estabas bien —escuchó la voz de May explicar mientras se acercaba. Ella, por supuesto, estaba con Kanato.

—Pareces aburrida. ¿Acaso Shu te dejó a tu aire otra vez? —preguntó Kanato antes de fijarse en su hermano mayor en la distancia.

Ya de por sí conocía poco a Kanato, pero Kaitleen había pasado el tiempo suficiente con él para saber que aquella pregunta era genuina y no una retórica para burlarse de ella.

—Tanto se nota, ¿eh? Tampoco me importa mucho —respondió antes de levantar su copa en un irónico brindis y llevársela a los labios.

—Esa bebida está del lado de la mesa que no tiene alcohol, ¿sabías? No creo que te ayude mucho a aguantar la noche —bromeó Kanato.

Kaitleen tragó a tiempo antes de reírse con lo que dijo. May se contagió de la risa.
—Tranquilo, lo sé —dijo Kaitleen tras calmarse—. Incluso si tuviera edad para beber, no me haría falta llegar a ese extremo.

—Ah, comprendo. Menos mal —respondió él antes de reírse suavemente—. A mí tampoco me apasionan exactamente este tipo de fiestas, hay mucha gente y la música puede volverse pesada de oír. Pero Christa tiene buen gusto en cuanto a qué dulces servir, ¿verdad, May?

Ella asintió.
—Sí, me encantan estos macarons, ¡deberías probarlos, Kaitleen! Están ahí mismo, en la mesa detrás de nosotros —dijo May alegremente mientras señalaba detrás de ella con el pulgar.

—Claro —comentó Kaitleen antes de observar nuevamente a Reiji y Rosaura, la cual parecía haber pillado el tranquillo a los pasos de baile gracias a la ayuda y las instrucciones de Reiji—. Por lo menos esos dos parecen pasarlo bien.

—Mira, parece que Yui y Ayato van a unirse también —señaló May mientras veía a la susodicha pareja unirse a la danza, aunque Yui se viera nerviosa—. Espero que Ayato la ayude, pero ¿acaso sabe bailar?

—Puede que Ayato sea un tonto, pero os sorprendería ver que no se le da mal bailar —dijo Kanato—. Aunque admito que me dará pena si le pisa los pies a la pobre Yui, es tan bruto...

«Mira quién fue a hablar...», pensó Kaitleen—. ¿Y vosotros dos? ¿No vais a bailar? —preguntó con curiosidad—. Puedo relevar a Yumi.

—A mí no me importaría —respondió Kanato y miró a May—. ¿Tú sabes bailar?

—La verdad es que no... —confesó ella con un poco de corte.

—No importa, puedo enseñarte. Yumi, nosotros dos vamos a bailar, ¿puedes quedarte con tu hermana Kaitleen por un ratito?

—¡Síi!

A May no le gustó mucho la idea de dejar a Ayumi con Kaitleen solo porque no iba a moverse alrededor de la fiesta, pero la nena parecía entusiasmada con la idea.
—¿A ti te parece bien? —le preguntó a Kaitleen para saber qué pensaba.

—¡Oh, sin problema! —aseguró Kaitleen mientras asentía—. Vosotros salid a bailar, yo me ocuparé de ella. Lo pasaremos bien juntas.

—Muy bien, entonces tengo un favor muy importante que pedirte, Yumi —dijo Kanato antes de agacharse delante de ella y le tendió su osito de peluche—. ¿Podrías cuidar de Teddy mientras tanto?

Kaitleen tuvo que agarrar la copa para evitar que se le resbalara de las manos. ¿Acaso estaba soñando? Aquel peluche era muy preciado para él, no dejaba que nadie a excepción de May y él lo tocara.

Incluso Ayumi se veía dudosa.
—¿En serio? Pero yo ya estoy con Minuette...

—Seguro que Teddy y Minuette estarán felices de estar juntos —le aseguró Kanato y Ayumi agarró el osito con cuidado.

May tampoco tardó en demostrar su pasmo.
—¿Estás seguro? —preguntó—. ¡Es muy importante para ti!

Sin decir nada, Kanato se levantó y le tendió una mano.
—Tengo cosas mucho más importantes de las que ocuparme ahora —dijo con una sonrisa que parecía sincera.

May dio un suave respingo y lo miró emocionada mientras aceptaba su mano para irse con él al centro de la pista.

—Allá van —murmuró Kaitleen en voz alta mientras los veía irse. En ese mismo momento, la música cambió al famoso vals de La Bella Durmiente compuesto por Tchaikovsky. Le pareció curioso que comenzaran el baile con un vals como aquel en lugar de continuar con las melodías navideñas, pero acabó por suponer que lo habían hecho así para comenzar con un clásico o para dar una variedad a aquellos vampiros que no solían celebrar la Navidad.

—Oh, ¿oyes esta música, Yumi? Fue hecha para el cuento de La Bella Durmiente.

—¿¡De verdad!? ¿El mismo cuento que tú me contaste? —preguntó Ayumi, sorprendida.

—Sí, y yo podía tocarla en el violín de pequeña —añadió, antes de sentir nostalgia por sus buenos tiempos con el violín—. Hace mucho que no lo hago.

No pudo evitar preguntarse si Shu también podía interpretar aquella tranquila obra con sus habilidades, supuestamente mucho mejores que las de ella.

«¡Deja de pensar en él, pierdes el tiempo!», se dijo mentalmente y sacudió la cabeza para sacarse aquella imagen de la cabeza, pero no pudo evitar mirar la pared donde lo había dejado, él seguía ahí. Juró por un segundo que habían cruzado la mirada, pero estaba demasiado lejos para estar segura de ello, él podría estar viendo otra cosa.

Decidida a no quedarse quieta, Kaitleen terminó su champán de un solo sorbo y dejó la copa sobre la mesa.
—Yumi, ¿quieres volver a la mesa con las tartas? —le preguntó.

Ayumi dio un par de alegres saltos.
—¡Síii! —chilló—. ¡Tienen unas galletas muyyyy grandes!

—¿Oh, de verdad? ¡Pues enséñamelas! —apremió Kaitleen mientras le empujaba suavemente por el hombro, puesto que sabía que iba a negarse a ser agarrada en brazos o a cogerla de la mano para no soltar los peluches—. Pero debes tener muuuucho cuidado para no ensuciar a Teddy ni a Minuette sin querer, ¿vale?

—¡Vale!

Mientras caminaban hacia la mesa de los postres, Kaitleen se dio cuenta de que algunos vampiros la observaban con recelo.

Era obvio que la miraban por ser humana, para los Sakamaki era una situación distinta, pero ella y su familia eran unas completas desconocidas que, de no ser por su conexión con la anfitriona, los hermanos y, sobre todo, de Karlheinz, serían tratadas como comida en el sitio.

Se tensó, pero mantuvo la calma y centró su atención en Ayumi para asegurarse que esta no se metiera en líos.

Como si aquella preocupación fuera una señal, el desconocido se disculpó con Christa y se dirigió a Kaitleen.
—¿Te importa si te acompaño? —preguntó mientras agarraba una copa de uno de los camareros.

—¡Hola, Señor de la Capa Roja! —exclamó Ayumi alegremente, y el joven la saludó con la mano libre.

Era la primera vez que aquel joven se acercaba a ella, causando que ella no fuera capaz de disimular su pasmo, tampoco se esperaba escucharlo hablar.

—Pensé que te vendría bien un poco de compañía, pero puedo irme si prefieres estar sola.

—Oh, no, no. Quédate —dijo Kaitleen apresuradamente al darse cuenta de que se lo había quedado mirando—. Puedes ponerse dónde quieras.

Había visto muy pocas veces al joven de cerca, pero no se sentía insegura a su lado. Parecía un joven cordial y fiable, y se sentía más segura a su lado, ya no sentía el peso de las miradas a su alrededor.

Y a pesar de que nunca le había visto la cara, su presencia tenía un cierto aire atractivo.

Se pudo fijar mejor en la máscara blanca que combinaba con el resto de su conjunto: además de ocultarle el rostro, sus ojos no podían verse a través del cristal opaco delante de ello, era imposible ver su forma y color.

Lejos de interesarse en eso, Ayumi frunció el ceño al notar algo diferente en él.
—¡Señor de la Capa Roja, tu voz suena muy rara! —dijo mientras intentaba señalar sin soltar sus juguetes.

—Sí, ahora suena más grave, ¿verdad? Me la he cambiado con una poción mágica que me pone la voz diferente por un ratito —respondió el joven con una agradable sonrisa.

Después de todo lo que había visto desde que vivía con los Sakamaki, Kaitleen no supo si sorprenderse con aquella curiosidad o no. Había oído en boca de Karlheinz sobre pociones mágicas con posibles efectos, desde los más inútiles a los más peligrosos, pero nunca antes había visto el efecto de una.

—¿Y por qué? —preguntó Ayumi, curiosa.

—Para no tener que hablar bajito —respondió el joven antes de dar un sorbo a su copa y dirigirse a Kaitleen—. Lo he hecho para mantener mi identidad oculta por esta noche. Normas de mi empleado.

—Qué curioso —respondió Kaitleen sin saber qué más decir antes de beber la misma cantidad que él—. No me imaginaba que la madre de Subaru tuviera ese tipo de normas.

—Oh, no. La señora no es mi empleada, y no me impone instrucciones de ese tipo —dijo él con una suave sonrisa antes de fijar la vista en su copa por unos largos y silenciosos segundos—. Mi empleado es aquel que lamenta no poder estar aquí con su familia, pero que desea más que nada vuestra protección.

Kaitleen se alejó la copa de los labios y dio un respingo al saber de quién estaba hablando.
—Oh, es verdad. Fue mi hermano el que te contrató.

—Él y el líder vampiro —asintió él—. Tampoco me siento muy cómodo mostrando mi identidad, pero el señor James Murakami insistió que me asegurara de ocultar mi rostro ante vosotras y los hermanos, que así habría menos problemas para patearles el trasero.

Kaitleen abrió los ojos como platos al oírlo decir aquello con tanta seriedad, y no supo si reírse o quedarse atónita.

—Te puedes reír —insistió él, como si le hubiera leído la mente.

Al final ella fue incapaz de aguantar la risa y se cubrió la boca con la mano libre.
—Agradezco la intención, pero creo que no deberías decir algo así delante de Yumi.

—¿El qué? —preguntó la niña al escuchar su nombre, dando a entender que estaba demasiado ocupada tratando de ponerse de puntillas para ver la superficie de la mesa.

—Tranquila, me di cuenta de que no estaba prestando atención —dijo él mientras acariciaba la cabeza de la niña.

—Se nota que eres muy cercano a ella —dijo Kaitleen al ver lo alegre que se veía Ayumi con el gesto.

El joven se detuvo enseguida.
—Oh, mis disculpas. Sé que es tarde para decir esto, pero espero que no te sientas incómoda por mis acciones con ella. Puedo entender que la familia tenga reticencia con eso.

—¡No, no qué va! Después de todo has demostrado que eres de fiar —insistió Kaitleen—. Aunque hubiera estado mejor si hubieras avisado antes de sacarla de casa o haberla llevado a jugar con la señora.

—Mis disculpas por eso, fue James Murakami el que me dio autorización para hacerlo. Cuando le informé sobre aquel incidente en la guardería, me pidió que también me ocupara de cuidarla a ella —Kaitleen se rio nerviosa al recordar aquello—. Me gustan los niños, así que fue un gran placer ayudar con eso.

—¿Qué pasa? —preguntó Ayumi, sin comprender exactamente lo que estaban diciendo.

—Nada, Yumi. ¿Qué tal si juegas un ratito con Minuette y Teddy mientras no hacemos nada? —Ayumi asintió y se sentó para entablar una conversación unilateral con los juguetes. Kaitleen volvió a dirigirse al joven—. Es verdad, él llegó a mencionarnos algo así en las llamadas por teléfono —recordó—. Aunque podría haber sido un poco más específico.

El joven volvió a beber de su copa.
—El señor se ha vuelto un poco más distraído debido a su oficio y la preocupación por la distancia —comentó antes de esbozar una sonrisa—. Si me permites decirlo, me parece increíble que haya podido llegar tan lejos a pesar de haber dejado los estudios tan joven y salir adelante con lo que aprendió de vuestra madre. Es alguien digno de admiración.

—¡A que sí! —exclamó Kaitleen—. Él insiste en que no habría logrado nada de no ser por los contactos de Karlheinz y los maestros que lo instruyeron para mejorar profesionalmente, pero la verdad es que siempre ha tenido el talento, como si hubiera nacido para eso —sé sujetó la falda—. De hecho, él me hizo este vestido tan bonito. Él siempre acierta con nuestros gustos.

—Eso no lo puedo discutir, lo que llevo puesto es también creación suya —informó el joven mientras enseñaba la capa con orgullo—. Me dio esto a llevar esto para la ocasión y para hacer juego con la señora.

—¿¡De verdad!? Pues te queda genial —exclamó Kaitleen, impresionada, antes de ver a Christa hablar con otra vampiresa—. Oye, me está gustando hablar contigo, pero ¿está bien que dejes a la señora sola? Hoy eres su guardaespaldas, ¿no?

—Tranquila, en el poco probable caso de que ocurra algo, puedo aparecer a su lado sin problema —explicó el joven, refiriéndose a la capacidad de teletransporte—. Además, también soy responsable de protegeros, a ti, a tu familia y a la señorita Yui. Y la verdad, no voy a dejar que seas la única observando desde un punto determinado, eso es lo mío.

Kaitleen supo que se refería a las constantes vigilancias desde lejos. Tenía muchas preguntas al respecto, pero no le pareció el momento de formularlas.
—Ah, entonces bien. Muchas gracias por tu... gran esfuerzo —se limitó a decir antes de alzar su copa—. Felices fiestas.

Ambos chocaron sus copas suavemente en un brindis.

—Felices fiestas —repitió él antes de dar un sorbo más y mirar rápidamente al centro de la sala—. El resto de la familia está bailando al son de la música, ¿no te gusta bailar?

—No es exactamente mi actividad favorita, pero parece divertido —respondió Kaitleen antes de buscar a Shu en la mirada sin éxito—. Tampoco es que tenga a alguien para bailar.

El joven lo comprendió rápidamente.
—A lo mejor ha salido a tomar el aire —comentó.

—O se habrá ido a dormir... —suspiró Kaitleen.

—¿Ocurre algo, señorita? —le preguntó él al darse cuenta de su desánimo.

—Hay algo que me ha estado molestando desde hace tiempo, pero es un rollo y no sé cómo tratarlo con mi familia. Dudo que quieras oírlo.

—A lo mejor te ayudará hablar de ello, no compartiré nada con nadie si me lo quieres decir.

Kaitleen se lo pensó por unos segundos y suspiró. A lo mejor le vendría bien hablar con alguien más o menos imparcial.

—Se trata de Shu, no tengo ni idea de cómo sentirme cuando pienso en él... —comenzó a confesar—. No he olvidado de aquella vez que me acercó un dardo a la cara, encima delante de Yumi, o las veces que me hizo arrastrarlo de un lado a otro como si fuera su vehículo personal. Pero en el fondo no lo veo como una mala persona, o por lo menos no tan malo como parece, y por alguna enfermiza razón lo he medio perdonado —se acordó del beso que él le dio aquella vez y se ruborizó un poco, también pensó en el abrazo que le dio cuando afrontó su fobia al fuego—. Lo digo porque ahora él mismo parece consciente de que lo que hizo estuvo fatal, me dice que esté a su lado y no se comporta como antes. Me parece alguien interesante de conocer...

—Pero cuando intentas hacer algo con él, parece que él se siente forzado a alejarse de ti y acaba por decirte cosas duras para lograrlo —terminó de decir el joven.

Ella lo miró, sorprendida.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—No es difícil de notar —explicó él—. Además, hace no mucho tuve una conversación seria con él. Te ahorraré los detalles diciéndote que lo de él encaja con lo que me acabas de decir.

—¿Entonces...?

—Yo le daría un poco de tiempo. Me revuelve el estómago admitir esto en voz alta, pero te diré que él está experimentando sentimientos que no creía poder sentir y no sabe qué hacer sin tener miedo de hacer algo de lo que se arrepentirá.

—Guau... —dijo ella, impresionada—. Eso tiene sentido, ¿eres psicólogo, o algo por el estilo?

El joven se rio, logrando levantar un poco él ánimo entre ellos.
—Me suelen preguntar cosas así, pero no —dijo él—. Digamos que he conocido mucha gente interesante y me gusta mucho leer sobre análisis de personalidad. Me gusta ver diferentes tipos de perspectivas y sus motivos de existencia.

—Ah...

—Es verdad, yo también he notado que parece temer algo, pero dudo que él me diga lo que le pasa si se lo pregunto —comentó ella—. ¿Sabes tú algo de eso?

—Digamos que me hago una idea, pero creo que será mejor si te lo dice él mismo —respondió él—. Pero vayamos paso a paso, por ejemplo... ¿Sigues queriendo bailar con él?

—Pues... ¿a lo mejor? —dijo Kaitleen con duda antes de sacudir la cabeza—. Sí, me gustaría. Aunque sea solo un rato. Pero él ya me ha dicho que no, y no le voy a obligar. No ahora que él ha dejado de hacerlo conmigo.

—Tú no lo has visto, pero nos ha estado observando desde diferentes partes de esta misma sala gigante —confesó el joven y Kaitleen volvió a mirar a su alrededor—. Creo que le preocupa que otro vampiro se le ocurra ponerte los colmillos encima —para asegurarse de que Ayumi no lo escuchara, se cubrió la boca con la mano libre para susurrar—: Yo no lo haré, obviamente, pero es natural los vampiros sentirse precavido con la gente alrededor de la persona de su interés —miró con recelo a los hermanos Sakamaki bailando con sus parejas—. Odio cuando eso acaba convirtiéndose en posesión, aún estoy pensando cómo tratar eso con el trillizo pálido y el arrogante —señaló discretamente a Kanato y a Ayato.

Kaitleen se rio, nerviosa, al ver que el joven tenía un punto.
—Sí, ellos tienen que aprender a controlar eso... ¿Acaso no hay psicólogos dirigidos a los vampiros? —preguntó en voz alta antes de regresar al grano—. Pero ¿a qué te refieres con eso?

—Ahora verás —el joven dejó la copa vacía sobre la mesa y le ofreció una mano—, pero antes ¿te gustaría bailar una pieza conmigo? Si te apetece, por supuesto. No soy el mejor bailarín del mundo, pero la señora insistió en enseñarme algunos pasos.

Kaitleen casi se atragantó con lo poco que le quedaba de champán y lo miró sin saber si estaba de broma o no.

—¿Qué? —tartamudeó ella—. ¿Así de repente? ¿A qué viene esto?

—Es Nochebuena, tiempo para disfrutar. No deberíamos quedarnos a debatir lo que piensen otras personas. ¿Qué tal si eliminamos las preocupaciones con un pequeño baile? La noche es joven, podríamos comenzar lento y continuar la conversación.

Aquella pregunta podría haber sido hecha perfectamente por Kou. No supo qué pensar, aquello parecía alejarla del objetivo de estar con Shu, pero tal y cómo él había dicho, la fiesta acababa de empezar y era demasiado temprano para quedarse con un solo pensamiento en la cabeza.

Dejó la copa vacía sobre la mesa y recibió la mano enguantada del joven, más grande y fuerte que la de ella.
—De acuerdo, a bailar entonces... —dijo con una pequeña sonrisa—. Espero no pisarte demasiado los pies.

Pero nada más dar los primeros pasos, otra mano agarró la otra libre de ella, sobresaltándola.

—¿¡Shu!? —preguntó ella, sorprendida. Acababa de fijarse en él, por lo que no pudo decir si se había acercado a pie o si se había teletransportado.

Shu la miró con serenidad por unos silenciosos segundos y después dirigió la vista al joven.
—Disculpa, enmascarado, pero esta chica es mía. ¿Te importaría dejarme su primer baile?

Lejos de irritarse o enfadarse, el joven sonrió de oreja a oreja.
—Técnicamente, ella no es de nadie. Pero ya que ella quería bailar contigo de todas formas, ahí la tienes —dijo antes de soltar con suavidad la mano de Kaitleen y acercarse a Ayumi, aún sentada en el suelo—. Yo me ocuparé de la pequeña, conmigo estará en buenas manos.

—¿Qué? —preguntó Ayumi al darse cuenta de que estaban hablando de ella.

—Me alegro de que estemos de acuerdo en algo —dijo Shu antes de acariciar con el pulgar el dorso de la mano de Kaitleen—. Bien, ¿nos vamos?

Mientras caminaba con él al centro de la pista, Kaitleen miró a Shu con pasmo, después al joven, quien acabó por sonreír ladinamente y levantarle un pulgar, demostrando que aquella era su intención desde el principio.

—El plan de darle un empujoncito para animarlo ha funcionado —lo pudo escuchar decir.

—Oh, te referías a esto... —susurró Kaitleen, comprendiendo finalmente la situación. Si bien la invitación a bailar parecía genuina, Shu no pudo evitar sentir que estaban ocupando su lugar y se adelantó al baile.

Shu eligió un espacio que no tenía demasiada gente a su alrededor y se colocó delante de ella.
—Dijiste que no sabías bailar mucho, ¿verdad? Vale, entonces acércate más —le sujetó la cintura con la mano derecha y la acercó más a él, sorprendiéndola—. Dame esa mano —usó su mano izquierda para agarrar la diestra de ella—. Y ahora puedes usar tu otra mano para agarrarme a mí o sujetarte la falda para no pisarla.

Kaitleen pensó que la falda no la molestaría demasiado para bailar, así que decidió colocar la mano libre sobre la cintura de Shu.

Shu no pudo evitar sonreír un poco con eso.
—Muy bien, ahora coloca el pie derecho delante —continuó mientras él hacía lo mismo—. Y ahora haz los mismos movimientos que yo, comenzaremos lento.

—De acuerdo —dijo ella, inspirando para mantener los nervios a raya.

—Ten cuidado de no pisarme, si no te chuparé la sangre como castigo —avisó él.

Kaitleen dio un respingo.
—¡Eh, eso no es justo! —replicó—. ¡Estoy aprendiendo!

Para su sorpresa, Shu se rio suavemente.
—Estoy de broma, no voy a chuparte la sangre en una fiesta como esta, mucho menos delante de vampiros que se sentirían atraídos por el olor —respondió él.

Ella se alivió de oír eso, pero frunció el ceño.
—¡No bromees con eso! No tiene gracia.

—Perdón —dijo él con un murmullo antes de regresar a la seriedad—. Venga, comencemos con el primer paso. Sigue el compás de la música.

Así lo hicieron y a los pocos minutos, Kaitleen fue encontrando el ritmo y la capacidad de seguir los pasos de Shu.

—Sigue así —la animó él antes de dar un nuevo giro con ella—. Ahora a la derecha.

Los giros se volvieron menos incómodos y Kaitleen terminó por perder el miedo de dar o recibir pisotones.

—Oye, sé que no hace falta qué te diga esto, pero no dejes que otro hombre te invite de esta forma —le dijo Shu con calma—. Si quieres bailar, dímelo a mí y sales conmigo.

Kaitleen lo miró, no supo si sentirse enfadada o sorprendida.
—Ya te he dicho que no soy tu propiedad —insistió.

—No he dicho que lo seas. Simplemente quiero hacerte ver que será conmigo con quien mejor lo pases esta noche. Ya lo verás, no dejaré que te arrepientas.

—Entonces, ¿por qué? —farfulló Kaitleen, frunciendo el ceño—. Tú mismo me has dicho que puedo bailar con otras personas.

Shu desvió la mirada y Kaitleen tragó saliva, sintiendo que estaba siendo demasiado dura con él. Pero lejos de hacerlo sentir mal, Shu le agarró la mano con más firmeza, como si quisiera animarla a no sentirse culpable.

—Tienes razón. Así que déjame enmendar mi error.

[Publicado el 16/12/2022]

Continuará...

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