13. Rotos
Al salir sólo estaba Ayato en el pasillo.
—¿Y los demás? —preguntó Yui.
—Se fueron marchando uno a uno después de que entraras, supusieron que ya no necesitaban saber nada más.
—Ya veo...
Sin dar aviso alguno Ayato abrazó a Yui, sorprendiéndola en el acto.
—Tenía miedo que tomaras en serio todo lo que ella había dicho. De verdad, muchas gracias...
—No podía soportar que dijera esas cosas sobre ti. ¿Tú también habrías hecho lo mismo por mí?
Él asintió.
—Yo te quiero, más que nada, no lo olvides nunca —dijo.
Yui le devolvió el abrazo con más fuerza.
—Y yo a ti.
—¿Puedo entrar ya? —preguntó Yumi ignorando el hecho que estaba presenciando.
Los dos se separaron con algo de incomodidad.
—¡¿No te habías ido?! —exclamó Ayato sin ocultar su fastidio.
—Sí, pero quiero entrar con ellas.
La niña se acercó a la puerta y llamó rápidamente sin parar hasta que alguna de sus hermanas mayores le dejó pasar.
—¡Oh, por fin! ¡Gracias! —chilló con emoción.
Yui no pudo evitar reírse levemente por la ternura de la pequeña.
—Son tan monos a esa edad... —murmuró.
—Monos, adorables y todo lo que tú quieras — farfulló Ayato antes de volver a acercársela —. ¿Volvemos a lo que estábamos?
—Pero...
—No aceptaré excusas, ¡nos vamos!
Al final acabó levantándola en brazos en dirección a la habitación de la chica.
—¡Hagamos lo que tú quieras, Yui, hoy solo quiero estar contigo todo el día!
La tensión de hacía tan sólo un momento se había disipado rápidamente, pero Yui era totalmente consciente de que nadie podría olvidar aquel oscuro momento y que las cosas no iban a quedarse así para todos.
Laito pensó que estaría solo en la sala de juegos, pero se fijó que el vampiro encapuchado de siempre le estaba mirando desde el otro extremo de la habitación.
—¿Qué quieres?
—¿No sería más divertido jugar a los dardos con alguien más? —volvió a preguntar, irónicamente.
Laito lo miró con amargura.
—Sólo has venido a darme el sermón tú también, ¿verdad?
—Bueno, si soy sincero te iba a lanzar tres dagas como ésta de una sola vez —sacó una daga de empuñadura verde, las que estaban asignadas para Laito —. Pero al final Claire se me adelantó.
—¡Déjame en paz! No estoy de humor —contestó con molestia antes de acertar en el centro de la diana.
—¡Buena puntería! —exclamó el joven ignorando el comentario anterior —. ¿Puedo saber qué te aflige tanto?
—En el caso de que te importe, ¿qué ganarías si te lo cuento?
—Tal vez... ¿la satisfacción de aconsejar y ayudar a alguien? Por lo poco que sé, no sueles ser de esta forma.
Laito no contestó, simplemente le dio la espalda con la intención de irse a cualquier sitio con tal de no estar con aquel tipo que no desvelaba nunca su identidad.
—Espera, creo que lo sé, pero si te arrepientes de lo que has hecho, o por lo menos de lo que le has hecho pensar, ¿por qué no le pides perdón a Ellie?
—Se pide perdón cuando pisas a alguien o le tiras un vaso de agua sin querer, pero no creo que sirva de mucho cuando haces creer a una chica que la ibas a violar.
—¿No lo vas a intentar, por lo menos? Ellie es sensible con este tipo de temas, pero si le explicas todo en el momento más propicio te escuchará, créeme —lanzó la daga en dirección a la diana, quedando apenas unos centímetros del dardo de Laito —. ¡Casi!
Tras unos segundos en silencio y con la mirada aún ensombrecida, Laito finalmente contestó:
—Hoy no me quiere ni ver, cuando pueda le pediré disculpas.
—¿Ves? ¡Así me gusta! —exclamó triunfante el encapuchado mientras volvía a coger su daga y revisaba que los daños de la diana no fueran graves —. ¿Te apuntas a una partida? —no terminó de formular la invitación cuando Laito ya se había ido.
—¡Vale! ¡Pues para otro día, será!
Y él también se marchó.
La luz de la luna en su fase menguante relucía a través de las ventanas.
En silencio, Claire pensaba en la actitud que había adoptado Yui para defender a Ayato, había sido tan decidida que era difícil imaginar que lo hiciese por miedo o para dar razón a un comportamiento abusivo. Pero lo que no podía asimilar era que May aceptara la actitud de Kanato y sus amenazas, a ella le había tocado uno de los más crueles de aquella familia de locos.
Precisamente en ese mismo momento tenía que aparecer aquel ser que suponiendo ser un año mayor que ella llevaba siempre su osito de peluche con el que todavía hablaba como si estuviera vivo.
—Claire-san —la llamó Kanato —ella se detuvo sin verle a la cara—. ¿Sabes dónde está May?
—¿Para qué quieres saberlo? —volvió a preguntar ella, con frialdad.
—Hay algo de lo que quiero hablar con ella.
—¿El qué? —cuestionó con sarna.
Kanato frunció el ceño.
—Aunque seas su gemela, lo que le vaya a decir no tiene nada que ver contigo, así que dime dónde está.
No lo aguantó más, Claire lo agarró por el cuello de la camisa para empujarlo contra la pared, provocando que soltara su osito de peluche. Sin darle importancia al impacto, Kanato la miró confundido.
—Te advierto una cosa, así que escúchame bien —siseó Claire —. No me importa lo que pienses de May o la forma en que la ves, pero no vuelvas a acercarte a ella, ¿entiendes? ¡Jamás!
Kanato se soltó de su agarre y de la misma forma la empujó también contra la pared, todavía con más fuerza y furia.
—¡Sólo eres una estúpida humana! —gritó —. ¡NO ME DIGAS TÚ LO QUE DEBO HACER O CON QUIÉN ESTAR!
Ella trató de recuperarse del golpe para contestar.
—¡Y tú sólo eres un imbécil chupa-sangres que por ser inmortal se cree que puede manipular y maltratar a los demás a su antojo! ¿Pues sabes qué? ¡No te diferencias en nada de los humanos!
Algo se rompió en Kanato, fijando su vacía mirada en ella.
—Ya veo. Si te vas a interponer entre May y yo, tendré que deshacerme de ti —colocó ambas manos en su cuello para estrangularla —. De alguna forma u otra.
Claire sujetó sus muñecas y se sacudió para intentar soltarse antes de quedarse sin aire. Reaccionó rápido y le propinó una patada en la entrepierna, él la soltó de golpe y retrocedió adolorido, cayendo de rodillas al suelo. Ella lo imitó al llevarse las manos al cuello y toser para recuperar el aire.
—Serás... ¡serás...! —soltó Kanato, observándola con odio.
—¡Eh! ¡¿Qué está pasando aquí?!
Al escuchar el alboroto, May llegó a toda prisa y vio a ambos en el suelo, a ella con las manos en el cuello y él en sus piernas. Comprendiendo la situación, se llevó las manos a la boca para ahogar un respingo, observó a ambos con miedo y arrepentimiento.
—Yo... Lo siento mucho, chicos —dijo antes de retroceder unos pasos e irse corriendo.
—¡May, espera! —exclamó Claire poniéndose de pie —. ¡Fui yo quien comenzó la pelea, no es culpa tuya!
—Espero que estés contenta —farfulló Kanato mientras se levantaba y recogía a Teddy del suelo.
—¿Qué? —preguntó confundida.
—Por tu culpa ahora May nos odia a los dos —sollozó antes de girarse a ella rápidamente y enseñarle un par de ojos llenos de lágrimas —. ¡He dicho QUE ESPERO QUE ESTÉS CONTENTA! —gritó llorando antes de desaparecer teletransportándose de allí.
Sola en medio del pasillo, Claire se dejó caer de rodillas el suelo nuevamente, aturdida.
Conocía a May perfectamente, ella sólo se había preocupado por la pelea, jamás odiaría a alguien por algo así.
Pero lo que la dejaba intranquila era la desesperación de Kanato por pensar lo contrario.
Se quedó ahí quieta con la mirada perdida en aquella gran mansión.
[Publicado el 24 de enero de 2018]
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