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10. Florecimiento

Tras aquella traumática experiencia, Laito se encerró en su habitación y tras dos horas se dignó a salir. Definitivamente no volvería a abrir el correo de otra persona, por lo menos no uno de aspecto extraño.

La luna relucía con fulgor en el cielo, no faltaba mucho para el plenilunio.
Yui observaba aquel paisaje desde el jardín, pensando en lo anteriormente ocurrido. No quería ni imaginarse como sería estar en una situación similar a la de Rosaura, ella no se merecía algo así y quería ayudarla de algún modo.

Notó que el extraño encapuchado se situaba a tan sólo unos pocos metros de ella. Parecía estar vigilando con mucho interés algún punto en concreto con unos prismáticos. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?

Se acercó con duda, él notó su presencia, pero no se movió. Esta vez pudo fijarse mejor en su aspecto: su era pelo castaño y de una longitud similar a la de Reiji, sin embargo seguía siendo imposible verle el rostro debido a la capucha.

—Disculpa —lo llamó.

Él no respondió ni hizo movimiento alguno.
—Podrías decirme por lo menos quién eres —más silencio todavía—. Entonces... ¿qué estás mirando?

El chico sacó otro par de prismáticos y señaló en la dirección que miraba. Yui parpadeó un par de veces antes de imitar su acción.
Al menos hubo una respuesta, pensó.

Observó a Ellie y Yumi jugando juntas con la pelota, ante esto Laito se acercó a ellas y tras intercambiar unas palabras se unió al juego, parecían muy alegres los tres.
—Sólo están jugando juntos, ¿qué tiene eso de malo? —preguntó Yui, devolviendo los prismáticos.

—Nada, pero quiero asegurarme de que la situación no se le "vaya de las manos" a ese pervertido.

Se sorprendió, era la primera vez que lo escuchaba hablar.

Un murciélago apareció cerca de ellos. El joven le tendió la mano y lo acercó como si le estuviera contando algo.
—Entendido, mantenme informado, por favor —pidió.

El recién llegado se marchó volando nuevamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Yui, fijando su vista en el murciélago.

—Rosaura está otra vez con ese gafotas de Reiji —respondió —. Solo espero no tener que estampar su cabeza contra el suelo otra vez.

Yui dejó escapar un sonoro respingo, con los ojos como platos le dirigió una mirada cargada con una mezcla de miedo y confusión.

El desconocido sonrió.
—Tranquila, la última vez se lo dejé claro. No creo que sea necesario hacerlo de nuevo.

—No me refería a eso...

Yui se fue con incomodidad, aquella sólo era otra situación extraña con aquel extraño.

Tal y como había dicho aquel murciélago, Reiji estaba esperando a la hermana mayor en su laboratorio.
—Hoy has sido puntual —comentó Reiji al verla entrar —. Ni un segundo tarde. Supongo que esta vez no habrás hablado con ese bueno para nada.

Rosaura se estremeció al recordar el castigo que recibió por chocarse con Shu la última vez.
—No —respondió —, aquello fue un error que no volverá a repetirse.

—Me alegro de oír eso —contestó Reiji, pero él tampoco había olvidado la zurra que había recibido posteriormente.

Reiji le ofreció asiento, ella se sentó en frente de él.

—Por cierto, en cuanto a lo de antes...
—Lo sé. Siento mucho haber causado problemas, lo compensaré de alguna...

—No me refería a eso — la interrumpió Reiji —. Soy yo el que debería disculparse por el comportamiento de mis hermanos, yo iba a destruir personalmente aquella cosa y ellos la abrieron, aunque yo también debería haber sido más rápido a la hora de actuar.

La joven se sorprendió, no se esperaba una disculpa.
—De hecho, yo mismo se lo compensaré con esto. —añadió, llenó una taza con té y se la sirvió, pero ella lo miró con desconfianza.

—Puedes estar tranquila, no está envenenado. Es el mismo que estoy bebiendo yo —sonrió levemente.

Todavía con duda, Rosaura sorbió un poco el contenido de la delicada taza, demostrando que esta vez decía la verdad.

Reiji volvió a acomodarse en su sillón.
—Además, no has sido tú quien dejó esa cosa infestada de bichos allí. ¿Podría saber la razón de que ese humano pestilente no para de hacerte esto?

Ella lo miró a los ojos con un estupor poco disimulado.
—¿De verdad quieres saberlo? —cuestionó.

—Sólo si no te importa contárselo a alguien.

Ella suspiró.
—De acuerdo, pues lo haré. Supongo que habrá reconocido mi apellido por mis padres ¿verdad?

—Sí, Hideyoshi Murakami, dueño de una empresa, y Elisabeth Murakami, una diseñadora de alta costura con mucha fama.

—Exacto. Pues, cuando yo tenía catorce años, mi padre tenía un colega de la universidad, un tal Keichi Kawayama. Un día, mi padre me llamó para presentarme a aquel hombre y a su único hijo. Él quería que nos prometiéramos para que su empresa obtuviera beneficios. Obviamente me negué, en ese mismo instante entró mi madre y se puso de mi parte griándoles furiosa que nadie iba a ser obligado a casarse con nadie y echó a patadas a los Kawayama, literalmente. Y en cuanto a mi padre le agarró de ambas orejas y le cantó las cuarenta —Reiji parpadeó, perplejo—. A pesar de aquello, Isamu nunca aceptó la anulación inmediata del compromiso, y desde que mis padres murieron ha intentado seducirme, pero como no lo logra hace cosas para llamar mi atención, como esos regalos raros, e incluso intentó cantarme una serenata ¡a las tres de la madrugada! ¿Te lo puedes creer?

Reiji se llevó una mano a la frente.
—De un cretino me puedo creer cualquier cosa —decidió cambiar de tema para aliviar la cuestión —. ¿Es cierto lo que hizo vuestra madre? —preguntó esbozando una pequeña sonrisa.

Rosaura rió alegremente antes de contestar.
—Sí, ella era muy buena, pero tenía muy mal genio y siempre se encargaba de controlar a mi padre cuando hacía algo cruel o estúpido.

—Ojalá hubiera tenido una madre como la tuya, señorita.

Y lo decía en serio, tal vez si su madre hubiera sido distinta, las vidas de Shu y Reiji podrían haber ido a mejor, pero nunca fue así.

Después de jugar con Laito y Ellie, Yumi ahora reía en su habitación.

Sus risas eran lo suficientemente altas como para escucharse desde fuera. Kanato, que pasaba por ahí, sintió curiosidad por saber que le hacía tanta gracia y llamó a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó la niña desde dentro.

—Soy Kanato, Yumi-chan. ¿Puedo pasar?
—¡Espera! —unos segundos después —. ¡Ya! ¡Ya puedes pasar!

Al entrar vio que la niña lo estaba mirando fijamente mientras sostenía un pequeño bate de plástico.

—¿Qué haces con eso? —preguntó Kanato señalándolo.

—Kaitleen dice que lo use solo cuando haga falta —respondió la pequeña, mirando fijamente al joven.

—Créeme, si lo sueltas te aseguro que no te hará falta.

—¡Ah, vale! —lo dejó en el suelo.

—En serio, ¿qué les pasará a estas chicas? —pensó antes de continuar hablando —. Teddy y yo te escuchamos reír desde fuera, así que hemos venido a ver que estabas haciendo.

Yumi le tendió un cuento.
—¿Los tres cerditos? ¿Estabas leyendo esto?

—No, no sé leer, pero miro los dibujos. ¡Y May va a leer conmigo ahora! —exclamó dando saltitos.

—Ya veo —murmuró Kanato, sentándose en el suelo —. ¿Y de qué te estabas riendo?

Yumi abrió el libro por el final.
—De cuando los cerditos le queman la cola al lobo feroz, es muy gracioso y logran vencer al malo.

—Ah, es verdad —sonrió.

La puerta se abrió y May dio un sobresalto al ver a Kanato.
—¡Ups! ¡Perdón! —exclamó —. No sabía que ya estabais jugando aquí, ya me voy.

—¡No! —la niña corrió hacia ella para tirar de su mano —. ¡Vamos jugar y a leer cuentos!

—Pero... —tartamudeó al observar a Kanato, ansiosa por su respuesta.

—No importa —dijo éste-—. No tengo nada que hacer, así que podemos jugar los tres juntos.

La chica suspiró aliviada. Los dos mayores se sentaron en el suelo mientras que la pequeña cogía algunos juguetes y más libros.

—Me gustaba este cuento de pequeño —comentó Kanato con libro en mano —. Sin embargo, creo que hubiese sido mejor si, en vez de quemarle sólo la cola al lobo lo quemaran vivo por completo, así no volvería a hacer daño a nadie.

May sintió un escalofrío por la morbosa idea, por suerte Yumi no había prestado atención.
—¡Ya he vuelto! —exclamó tras volver con dos ositos de peluche, su muñeca y su conejita

—Dime Yumi, ¿quieres jugar hoy o prefieres leer cuentos? —preguntó la hermana mayor.
—Las dos cosas.

Kanato se fijó que en la estantería, además de cuentos y libros para colorear, también había algunos libros de mitos y leyendas, supuso que estarían escritas para un público infantil.
—Yumi-chan, ¿cuáles son tus cuentos favoritos? —le preguntó.

La niña se giró rápidamente hacia la estantería y buscó varios libros, revisando la portada de éstos, hasta sacar tres en particular.
Los colocó en el suelo delante de él, revelando ser El mago de Oz, Alicia en el país de las maravillas y La bella y la Bestia.
—Estos son mis favoritos. —respondió —. Pero me gusta más este —añadió, señalando el tercero.

—A mí también, recuerdo que Ayato, Laito y yo lo leímos juntos más de una vez de niños. Teddy, ¿tú también te acuerdas?

—Y a mí —opinó May —. También otro similar que me contó mi madre sobre una princesa que fue a buscar a su príncipe, sorteando obstáculos por sí sola.

—¡A mí también! Era uno del que no había muchas versiones —dijo Kanato.

Jamás se habría imaginado que después de tanto tiempo volvería a hablar de cuentos, y menos de aquel que siempre leía con Teddy y después lo interpretaban juntos.

—Yumi, ¿estás preparada?

—¿Eh? ¿Para qué?

May no pudo resistir una sonrisa traviesa.
—Para un... ¡ataque de cosquillas!

Tal y como dijo, empezó a hacerle cosquillas por todo el cuerpo, haciendo las risas imposibles de aguantar. Kanato miraba la escena algo atónito.

Yumi se levantó cuando May se detuvo, para lanzarse sobre ella y contraatacar. La mayor se tumbó al suelo, muy cerca de Kanato. Yumi lo miró.
—¿Tú también tienes cosquillas? —se lanzó encima de él también, pillándolo por sorpresa.

—¡No! ¡Espera! ¡Para! —decía entre risas.

Él también acabó tumbándose y la niña aprovechó para atacar a ambos.

Si antes se escuchaban las risas de Yumi desde fuera, ahora lo hacían con más fuerza las de los tres.

Cuando se cansaron tras un buen rato así, los dos mayores trataron de incorporarse. Se rozaron las manos en el acto, sorprendiendo al otro.

—Perdón... —murmuró May.

Hizo ademán de apartar la mano, pero fue Kanato quien terminó de cogerla entrelazando sus dedos.
—No importa, está bien —dijo.

Se miraron a los ojos por un momento.
Lo único que se le ocurrió hacer a la pequeña Yumi fue observarlos en silencio, por lo menos hasta que se dieron cuenta de lo que hacía y se soltaron.

—Creo que debería irme. —dijo Kanato.
—¿Ya te vas? —preguntó Yumi, triste.

—Sí, pero no te preocupes. Teddy y yo volveremos para jugar.
—Vale... —contestó a regañadientes.

Salió de la habitación, dejando a las dos allí, May continuaba pensando en el extraño comportamiento del vampiro.

¿Por qué había hecho eso? ¿Estaría tratando de engañarla para beber de su sangre? ¿O sólo estaba jugando con ella? ¿Acaso cogerse de la mano habría significado algo para él?

—¡May, quiero que leamos el de los tres osos!
—¡Muy bien! ¡Pues allá vamos!

Tal vez solo se estaba preguntando cosas sin importancia.

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