En el nombre del amor
El inmenso oleaje del mar mantenía en alerta a los lugareños, estaban completamente horrorizados por tal salvajismo en las olas. Estaban todos sorprendidos que la marea de su isla se hubiese agitado de un momento a otro, como por arte de alguna magia oscura y siniestra, soltando brutales azotes de agua salada contra las costas. Los niños escuchaban los truenos con pánico, bajo las sabanas mientras las madres trataban de tranquilizarlos. El cielo también estaba en su contra. Parecía obra de un maleficio. Las esposas temían por la vida de sus maridos que trabajaban en la pesca y que aún no volvían de esas aguas tempestuosas.
Para los ambiciosos, esa tempestad era la manera adecuada para demonstrar que ellos eran los más valientes, los que mandaban sobre esas remotas aguas que muchos ansiaban descubrir, ser dueños de algo que no les pertenecía.
Truenos. Rayos. Gigantes olas de agua salada.
No eran casualidad, no era posible que en una temporada de aguas sumisas viniera esto de improvisto.
El hermoso y sin duda misterioso reino marítimo de oro, la increíble Atlántida, en las profundas Fosas de Las Marianas donde las imposibles criaturas habitaban fuera del demoledor ojo humano. Una pelea estúpida e infantil había creado el más absurdo de los enojos del rey Tritón. Su hija Ariel, la más pequeña de todas, había ido a la superficie sin autorización. Y nadie tenía autorización de ir a aquel horrible y destructivo lugar. Y encima, había tenido la osadía de rescatar a un despiadado ser humano.
Todos estaban siendo testigos de la furia que eso había causado en el rey, se había creado el rumor que aquella princesa viajaba mucho a la superficie, y, es más, de allá traía horribles artefactos humanos que coleccionaba como una loca desquiciada. Para ella eran tesoros, para las sirenas y tritones, aparatos hechos para la catástrofe marítima.
Sin embargo, aquella delgada y joven princesa no estaba sola. Había alguien a quien recurría y le entendía a la perfección. Conocía que aquella apartada sirena, a la que llamaban monstruo por tan fríos dones estaba tan fascinada por el mundo de los humanos como ella.
Elsa estaba tan apartada de todo el reino, que acostumbraba a viajar de un lado a otro libremente sin tener que preocuparse de todas aquellas estúpidas reglas puestas por un rey viejo que no pensaba más que lo terribles que eran los humanos. No podía ver más allá de eso, no veía lo ingeniosos y creativos que eran. Aunque... si bien extrañaba a su familia, prefería estar sola, con sus miles de objetos perfectamente conservados por una fina capa de hielo, los tenía en su pequeña cueva como unos trofeos.
Bueno... más bien Ariel se los traía, a pesar de que le fascinaba, aun no se creía capaz de ir a la superficie. Era mejor enviar a la princesa y arriesgarla a ella, de todos modos, aquella pelirroja no podía oposición. Cualquier cosa que se encontraba, la mitad era para la rubia de encantadores ojos azules.
— ¡Es tan injusto! ¡Yo amaba todos mis tesoros, Elsa! — gimoteó en los brazos de aquella pálida sirena — ¡No es justo! ¡Lo odio!
— Vas a recuperar tus...
— ¡Y pulverizó la estatua de ese lindo humano! — chilló, como si su vida fuera a terminarse en ese exacto minuto — ¡Lo detesto tanto!
Elsa deseaba poder calmar a su amiga, pero le era imposible, notaba que estaba alteradamente furiosa. Nadie, ni el rey Tritón, era capaz de calmar a su berrinchuda hija cuando estaba así.
— Quiero verlo, Elsa. ¡Y haré lo que sea para encontrarlo!
— ¿Lo que sea?
— Iré con Úrsula... ella podría ayudarme.
La rubia se horrorizó, pensaba que en cualquier momento la princesa se ocuparía de deshacer la pésima broma de mal gusto que estaba montando, y en cuanto no lo hizo, comenzó a farfullar advertencias — ¡Eso sería suicidio! ¡Es la bruja! ¡No puedes hacer eso ni siquiera por un humano!
— ¡Pensé que me entenderías, Elsa!
— Pues no — cruzó sus brazos sencilla, agitando su cabellera grácilmente — No puedes hacerlo... piensa en tu familia. Tu padre te ama a pesar de todo.
— ¡No! ¡Si me amará no hubiese hecho nada de esto! ¡Iré con Úrsula y no vas a detenerme! — le espetó, mirándola con rabia y resentimiento — ¿Cómo si quiera vas a entender que amo a ese humano? Nunca has salido porque eres una cobarde. Por eso te olvidaste de tu amigo.
Salió nadando con todo lo que daba su cola. Elsa pretendía ir tras su amiga, pero lo que había escuchado la dañó profundamente, nunca pensó que su amiga le diría una cosa que sabía que podía herirla, cuando ella lo único que hacía era preocuparse por ella y apoyarla en todas sus locuras... casi todas sus locuras. Sabía que el tema del niño que conoció cuando era todavía una pequeña curiosa le dolía demasiado, y más, porque posiblemente ese adorable pequeño estaba muerto por aquella enfermedad.
Había sido gracioso cuando la conoció, había gritado tanto que le quemaron los oídos. Él estaba asustado de ver algo así, juraba que estaba soñando.
— ¡Tienes cola de pez! — gritó el niño señalando la cola celeste de la pequeña rubia, que se sentaba en una roca de los manglares — ¡Eres una niña pez! ¿Un pez te comió?
Sentada recta en su lugar, meneó la cabeza sonriéndole — Nop, es mía. ¿No es bonita?
— Guacala — torció su boca en una mueca de asco — Eres pez.
— ¡Soy una sirena, niño bobo!
El peliblanco se enfurruñó con rapidez, apretando su manitas a los costados de su cuerpo —¡No me digas bobo, me llamo Jack, no bobo!
— ¡Y yo me llamo, Elsa, no Guacala! — cruzó sus brazos apartando la mirada de él — Niño bobo.
El niño estornudo y luego tosió con fuerza — ¿Y qué haces ahí? — señaló la roca con su mentón — ¿No tienes papá, o qué?
— Sí tengo... pero no saben que estoy aquí — le sonrió, como si no hubiera pasado nada entre ellos — ¿Cómo es ser humano, Jack? ¿Qué es eso que hiciste hace un segundo?
— ¿Estornudar?
— ¡Si! ¡Justo eso! ¿Es juego? ¿Cómo se juega? — lo atacó con preguntas, acercándose todo lo que podía a la orilla mientras Jack se alejaba mirándola como la cosa más extraña del mundo.
— No es un juego, es una enfermedad. Estoy enfermo — explicó sentándose en el sucio suelo de tierra lodosa gracias a la cercanía del agua. De todos modos, le sonrió — ¿Cómo respiras bajo el agua?
— Igual que tu respiras fuera del agua — cubrió su boca mientras soltaba una risita — ¿Vendrás aquí todas las tardes, Jack? ¿puedes traerme cosas de la tierra?
Al niño se le ensanchó la sonrisa — Solo si prometes traerme cosas del agua.
— No creo que haya muchas, ¡Pero lo prometo!
— ¡Trato hecho! — le estiró la mano metiéndose más al agua para poder alcanzarla, pero la sirenita no se la dio de inmediato — ¿Qué pasa?
— No sé qué haces. ¿Por qué me das tu mano?
Ladeó la cabeza — Los adultos lo hacen mucho... Solo dámela, así sellaremos nuestro trato.
La sirena extendió su mano y la estrechó con aquel niño humano. La emoción no cabía en su marítimo ser, ¡acababa de hacer algo de los humanos! Para ella, era la cosa más extraordinaria del planeta. Y así como prometieron, cada tarde se acercaban a ese mismo lugar e intercambiaban objetos. Elsa notaba que, con cada visita, los estornudos de Jack se hacían más frecuentes y su amigo de cabellos blancos se veía cada vez peor. Pero él seguía yendo, porque no podía faltar al trato que realizó con su amiga del mar... Hasta que una vez, Elsa esperó horas y horas, días y días. Él nunca regresó a su orilla. Elsa se sintió herida, y no volvió nunca más a ese lugar.
Le había dolido recordar eso, que Ariel se lo escupiera fue algo venenoso con ella. ¡Pero ir con la bruja del mar no le sería sencillo! Además, arriesgada. Lo sabía con experiencia mal tomada. Por más enojada que estuviera con su amiga, no la dejaría ir.
Hace tiempo, cuando por fin sus dones habían sido objeto de pánico a los habitantes de ese reino, cuando la desterraron alejándola de su familia por tener un poder con el que no había elegido nacer... Se había querido refugiar con aquella bruja, pidiéndole que le arrebatara esos dones que solo le amargaban la existencia. Deseaba ser una sirena normal, pero aquella bruja a cambio de ese favor pedía la vida de un ser amado. Para ser normal, debía entregarle la vida de su hermana, quien no tenía poderes y poder igualarla. Y la sirena, prefería mil vidas siendo odiada a entregar la vida de su adorada hermana pequeña.
Se retiró, lejos del reino y de su familia, donde aprendió a controlar aquellos fríos temperamentos y los hizo parte de su vida como su más preciado tesoro.
En fin... Trató de encontrar a Ariel, eso era seguro. No quería cargos de conciencia luego. Pero ya no puedo encontrarla y eso le traía una profunda preocupación. No solo por no localizarla, sino porque la cueva de la bruja estaba más cerca de la superficie de lo que había estado en mucho tiempo. Podía ver incluso más claridad, el agua no se veía de ese tono azul negro por la oscura espesura de la profundidad, era más... celeste, más clara y puramente bella. Podía ver especies normales de peces y no esos extraños, aunque simpáticos pejesapos espinosos... eran algo feos, pero ella no se atrevería a decirles algo así, eran muy sensibles y lloraban con facilidad. Además, solían llamarles monstruos, y ella más que nadie sabía que ese nombre era horrible.
El corazón le bombeaba con fuerza extraordinaria, estaba mordiéndose los labios decidiendo si nadaba a la superficie. Hacía mucho no lo hacía, desde que era solo una niña de hecho. ¿Qué tanto había cambiado? ¿por qué no había salido? Veía a los delfines jugar, a un par de tiburones pasarle al lado. El mar se había calmado por mucho a como estaba en la noche anterior, seguramente no había nadie cerca, de todos modos.
— Sube solo un rato, no pasará nada... — se repitió, siendo consciente que más que miedo, la idea de ver el mundo fuera del agua le causaba tremendo entusiasmo.
Sonrió para sí misma, decidida a encontrar un lugar más a la orilla de la tierra, donde podría observar a los humanos más de cerca estando escondida. Conocía una guarida, estaba cerca de unos manglares con un río que desembocaba al mar. Esperaba que estuviera ahí, no podía esperar por llegar y ver cuán cambiado estaba todo. Quería nuevos trofeos, podría ser un objeto brillante o algo más grande. No sabía, pero podía encontrarlo.
Pero algo la detuvo, veía cerca de un barco muy pequeño, como un pez tratada de zafarse de un anzuelo. El pobrecillo estaba desesperado luchando por su vida. Nadó con prisa para socorrerlo y poder quitarle esa cosa, y cuando lo logró, el anzuelo subió a la superficie.
— ¿Estás bien, pequeño? — le preguntó al pez, quien no le respondió para nadar despavorido de ese lugar. Se negaba a ser pescado.
Elsa miró con pesar hacia el barco, y pudo escuchar claramente como un humano decía una grosería que la había ofendido hasta las escamas.
¡Maldita sea! ¿Cómo se suponía que iba a llegar con las manos vacías a su casa? Jackson tenía a su madre enferma y a su hermana tratando de ayudarle con cualquier cosa que podría proporcionarles dinero para comprar medicinas para su querida madre. Él estaba dispuesto a trabajar en esos grandes barcos de pesca, pero no lo aceptaban por que suponían que no iba a soportar ni un día en las crueles aguas de mar abierto. Por lo que se había tenido que conformar con un pequeño y patético barquillo con una caña de pescar y una red que debía remendar cada semana.
Las últimas semanas había logrado vender muy bien su pesca, ya que eran peces grandes. ¡Pero esa estúpida lluvia había alejado a todos los malditos peces! Quería tener el dinero suficiente para esas fechas exclusivamente, porque se acercaba la navidad y ambos hermanos deseaban poder darle a su madre una navidad decente, que ella pudiera pasarla bien con ellos.
Ese día parecía no tener suerte, porque después de que ese pez había escapado de él, todo el que cayera en su anzuelo, se iba. No, más bien era como si se los arrebataran, tal como una fuerza invisible anti-Jackson defensora de peces ricos para comer tratara de arruinarle todo. De hacerle ver como un tonto fracasado. ¡Pero no era culpa de él que no le dieran trabajo en cualquier lugar! Esa gente que tenía negocios eran unos malditos obstinados con respecto a que solo eran negocios familiares.
Se sentó en la tabla del barco, contando su triste pesca del día.
— Maldita lluvia estúpida. ¡Maldito mar estúpido! ¡Malditos peces estúpidos! — gruñó lanzando la cubeta de carnada hacia el mar. Se levantó y recogió el remo para volver al mercado y hacer que su hermana vendiera lo que había recolectado.
Pero entonces aquella cubeta regresó al barquillo, el mar la había escupido de vuelta.
— ¿Pero qué...? — el atónito peliblanco no creía lo que sucedía. Vio... como el mar le regresaba su cubeta de madera... — Imposible, pero... ¿Cómo?
Recogió el recipiente de madera, con harta curiosidad de cómo demonios llegó eso de nuevo ahí. Lo tiró de nuevo, y volvió a ser escupido del mar.
— ¡Oh mierda! — gritó. No era posible algo así. Definitivamente no era normal que eso estuviera pasando. ¿Cómo siquiera estaba pasando?
Opinó que lo mejor, y por mucho más sensato, era volver. Volver y definitivamente nunca volver a esa parte de la costa. Y otra parte de él, la parte estúpida y curiosa de él, deseaba saber que pasaba ahí.
Tomó uno de los remos fuertemente, y lo metió al agua tratando de lograr palpar algo. Quizás se trataba de un pez más grande que quería jugar. Los delfines hacían ese tipo de cosas... aunque ciertamente nunca los vio hacer algo así.
Luego tiró su caña de pescar, si había algo ahí abajo era grande y podría llevarlo como trofeo. Incluso venderlo a los reyes. Le emocionaba pensar eso, podría ser su pase directo para trabajar en el castillo... bueno, eso era hacerse demasiada ilusión, pero si al menos lograba algo... Su anzuelo topó con algo y esto de inmediato se movió con rapidez y de un momento a otro, la caña fue retirada de sus manos. Algo había jalado la caña con extremada fuerza de sus manos.
— Bien, esto no me gusta nada. A la mierda, yo me voy.
Se dio la vuelta para recoger el otro remo y retirarse de ahí. No estaba seguro de qué pasaba, pero lo más seguro era jamás volver en su vida a esa parte de la costa. Lo único en lo que pensaba era salir a salvo de ahí, puesto que no tenía la menor idea de que era lo que estaba ahí abajo, acechándole. Quizá viéndolo como un rico bocadillo de la mañana.
¡El anzuelo se había atorado en la cola de Elsa! ¡Lo dolía demasiado! Salió del agua apoyándose en un extremo del barquillo tambaleándolo hacia un lado mientras se subía. Jack gritó con fuerza, no estaba preparado para ver algo así. Tomó su otro remo y por impulso del terror le golpeó la cabeza a la rubia y le arrojó una red para mantenerla alejada, pero la pobre terminó por desplomarse inconsciente en el barco. Todo su cabello mojado se esparcía por la madera, media cola dentro del barco y el corpiño que traía cubriendo sus pechos redondos parecía estar desajustándose.
Jack dejó de gritar, sin embargo, no tenía idea de cómo reaccionar al ver a ese tipo de criatura otra vez. Creía que fue una imaginación de niño... al menos eso le hacían creer, cuando el andaba por ahí con toda su inocencia pregonando que tenía una amiga sirena y que se intercambiaban cosas. Lo tacharon como un niño loco por varias veces, su mamá le echó la culpa a los constantes resfriados que atacaban al niño. Le hicieron creer que todo era producto de su imaginación. Y por eso no lo dejaron volver a la playa.
Pero ver ahí a esa hermosa sirena, le abrió los ojos con emoción. ¡No estaba loco! ¡Esas criaturas si existían! Y esa preciosa criatura, estaba inconsciente por culpa suya.
— ¡Oh mierda! ¡La maté! — se acercó a la mitad humana y trató de cargarla, arrastrando su cuerpo hacia él, sujetándola con todas sus fuerzas para revisar que su cabeza no estuviera sangrando por el golpe recibido — ¡No te mueras!
Elsa comenzó a quejarse en los brazos de aquel muchacho — Mmm, duele.
— Lo sé, lo sé, de verdad lo siento.
— No... cola... duele — susurró apretando sus ojos con fuerza, moviendo apenas su cola para mostrar porque le dolía — Tu anzuelo me lastimo, bobo.
Bobo... Viniendo de aquella rubia sirena, le parecía muy familiar esa palabra. Sin embargo, ella no le dejó inspeccionarla más, ya que, al componerse, le arremató una bofetada fuerte y sonora, lanzándole una mirada de profunda ira.
— ¡Eres un estúpido! ¡Tú y tu estúpido anzuelo lastimó mi colita!
Jack también frunció el ceño, olvidando por un segundo que trataba con una criatura inhumana. Porque parecía una muchacha cualquiera reclamándole cosas — ¡Pues tu...! ¡Seguramente tú estás arruinando mi pesca! ¡Tengo una familia que mantener, maldita sea!
Apartó la mirada obstinada de él, cruzando sus brazos mostrando toda la molestia que le causaba — Bueno, no creo que los peces sean buenos trabajando por ti estando fuera del agua.
Aquel hombre trató de no ponerle los ojos en blanco, pero le fue imposible ante ese comentario tan absurdo — No los quiero para trabajar, boba, los quiero para tragármelos.
Los labios rojos de la sirena se abrieron con indignación. Frunció su ceño con el aplastante enojó que le provocó oír aquellas palabras — ¡Asesino!
— ¡Pues son ricos!
— ¡Come algas, bobo!
— ¡No me digas bobo!
¡Es que era todo un cabeza de medusa! Le irritaba con tanta facilidad que no podía evitar pensar en que más que un gran hombre, parecía un caballito de mar rebelde. Tenía todo el comportamiento de uno, lograba hostigarle... Sin embargo, que le molestaba con tanta facilidad que lo llamara bobo, le recordaba al niño, ese que conoció hace tanto tiempo que aseguraba que estaría muerto por esos estornudos feos que le provocaban dolor en su nariz.
Parecía que un Elsa se dio cuenta de eso... ¡Sí! Exactamente eso, no quería decirlo por miedo, además estaba molesta con ese humano. No obstante, mientras más le miraba, más se lo recordaba.
Y estaba tan distinto. Demasiado distinto, parecía que el niño regordete se había extinguido por siempre y para la eternidad, dejando solo a un hombre ahí. Con rasgos fuertes, como si trabajara difícilmente, una apariencia fuerte de cadete, una leve y rasposa barba en su mentón anguloso. Y sus ojos azules no eran suaves, ni desteñían esos brillos inocentes cuando hablaba, más bien mostraba coraje. Valentía y esfuerzo arduo del día a día.
Trató de mover la cola para volver al agua, y alejarse de él. No quería estar ahí, con ese tipo amargado con pinta de pirata. Y lo que ocurrió fue que chilló, torciendo el gesto con dolor al presenciar el punzante molestar del anzuelo, que aun colgaba de su cola y le provocaba sangrar.
— ¡Me duele! ¡Me duele mucho! — gritó apretando con sus manos alrededor de la herida. Alzó la vista solo para mirarle acusatoriamente al muchacho — ¡Es tu culpa!
— ¡¿Mía?! ¡Yo no te dije que te metieras!
— ¡Pero no debes hacer eso! — la voz se le quebró. Aquel anzuelo le provocaba tanto dolor que apenas podía soportarlo. Los ojos se le llenaban de agua que por fin sentía derramarse de sus ojos — Ayúdame...
El pescador sintió pena... y debía admitir que se sentía bastante culpable por ver a aquella preciosa criatura verse tan indefensa y herida por culpa suya.
Así que se agachó, tomando las precauciones para que ella no se alterara más — Ah... Va a dolerte más... pero trataré no ser nada brusco, ¿sí?
En cuanto ella le autorizó dar el primer movimiento, procedió a sacar el gancho y al mismo tiempo a escuchar los lamentos de aquella sirena. Le apretaba la camisa entre los puños para poder soportar el punzante dolor que le provocaba, y de todos modos sentía que poco a poco su vista se nublaba. ¡Iba a morirse! ¡Estaba tan segura!
— ¡Ya está! Ahora solo... — y la sirena volvió a desplomarse desmayada en el barco — ¡Maldición!
La recogió enseguida, dándole leves golpecitos en el rostro haciendo que no de desmayara por completo, los ojos estaban abriéndose y cerrándose para recuperar el conocimiento — ¿Ya?
— Sí, sí. Ya saqué el gancho, puedes volver al agua.
Al escuchar aquello, Elsa no dudo el tirarse a su tan ansiada agua salada. Y fue justo eso lo que le lastimo. ¡Le ardía tocar el agua salada con su cola! Tuvo que subir al bote de nuevo, siseando de dolor.
— ¿Qué... Qué pasa? — encogió su cola, haciendo un gesto de dolor — No puedo meterme al agua.
— La herida está muy reciente, el agua salada solo te lastimará... vas a tener que esperar.
— ¡No! — agitó su respiración — Si espero mucho tiempo, perderé mi cola.
— Pero no tienes muchas opciones...
Elsa se quitó la red de encima, comenzó a ver su cambio... El aterrorizante cambio de su adorada cola de sirena a un par de piernas humanas. La escena le causo escalofríos, no era posible que hubiese pasado tanto tiempo fuera del agua para que eso le pasara.
Movió por primera vez una de sus piernas, observando como una de ellas seguía lastimada y expulsando un poco de sangre. No pretendía decir nada, el nudo de su garganta se lo impedía. Su cola había desaparecido.
Y mientras ella estaba tratando se asimilar su gigantesco cambio, Jack intentaba fuertemente de no ver a la ahora mujer, desnuda frente a él.
Buscó la manta con la que cubría el barquillo en el muelle y se lo colocó, confundiéndola un poco, pues todo para ella era extraño. Sin embargo, seguía sin decir nada mirando sus pequeños pies y esas largas piernas.
Mientras remaba a la orilla, no podía dejar de verla. Es que era simplemente imposible no hacerlo, la belleza de esa sirena no tenía comparación con ninguna de las mujeres bonitas de su pueblo. Ni siquiera la princesa, que realmente era hermosa, podía igualar el tono de porcelana brillante que poseía su piel, y lo tersa que podía apreciarse, con su cabello platinado cubriéndole la cabeza y llegándole como cortina hasta debajo de una fina cintura. Los labios ojos podrían hacerse pasar perfectamente por las rosas más hermosas del reino, incluso la idea de tocarlos le parecía incorrecta de lo preciosos que le parecían. Y su rostro, tan familiar y precioso. Delicado. Esa era la palabra correcta, con una mirada tan afilada como podía serlo dulce también.
— ¿Qué es lo que tanto me ves? — preguntó Elsa alzando una ceja confundida ante la constante mirada del peliblanco — ¿Es que me veo extraña con piernas?
Sacudió la cabeza negando lo dicho por la rubia — No... es solo que te pareces mucho a alguien que conocí cuando estabas pequeño.
Y por primera vez, en todo ese horrible momento, Elsa sonrió, podría ser una sonrisa hipnótica para cualquier hombre que tuviera la suerte de apreciarla — Entonces sí eres él... ¿Jack? ¿De verdad eres, Jack? ¿El bobo que estornudaba muchas veces?
Él se rió — Que bueno que me recuerdes de esa manera.
— ¡Pensé que estabas muerto! — le lanzó escarcha a la cara — ¡Pensé que estabas muy, muy muerto!
— ¡Te dije que solo era gripe! — se carcajeó, quitándose la nieve del cabello — Solo estaba resfriado.
— ¿Y entonces por qué ya no regresaste? — la sonrisa se le borró de inmediato. Estaba triste de repente. Ella cambiaba de humor tan rápido que le daba miedo.
Él suspiró, levantándose del barco para arrástralo un poco por la tierra una vez llegaron a la orilla — Le conté a mi familia sobre ti y me creyeron un loco... Me prohibieron venir, no pude hace nada.
— Oh... Aun así, no es justo, te esperé por días.
— Lo lamento, de verdad — sus botas tocaron la húmeda tierra, embarrándole el lodo por las orillas. Elsa lo miró desde el barco, y él también lo hizo... esperando a que ella le copiara — ¿Qué esperas? Levántate.
Elsa mostró toda su irritación en sus palabras. Jack en serio le recordaba a un tonto caballito de mar — ¡Nunca he caminado, Jack! ¡Ni siquiera sé cómo levantarme de aquí!
Es que debía ser idiota, por supuesto que ella no sabía caminar. Jack se golpeó la frente mentalmente y se acercó a ella — Claro, lo siento mucho — Tomó las piernas de la muchacha y su espalda para poder cargarla — Más tarde te enseñaré... al menos hasta que puedas volver al agua... ¿Puedes recuperar tu cola, cierto?
Elsa asintió, sin dejar de mover sus pies. Le parecían graciosos los dedos pequeños, le comenzaba a gustar apretarlos. Aunque seguía resultándole raro — Solo puedo estar así unos días. Tres, para ser exactos... pero no puedo excederme, o no podré volver a mi hogar.
— Oh — Jack lo pensó en lo que diría a continuación un momento, para no hacerle pensar cosas malas — Entonces, mientras tanto, podrías pasar las fiestas conmigo.
— ¿Fiestas? — inquirió, por fin apartando la vista de sus nuevas extremidades para mirar al hombre que la cargaba — ¿Qué fiestas? ¿Qué es eso?
Jack no la miró, más bien se concentraba de que su camino a casa no se encontrara a ningún conocido o a cualquier persona pasando por ahí, viendo como cargaba a una mujer desnuda a su hogar — Noche buena, es en tres días. Al menos pasarías con nosotros antes de volver a tu hogar. Podrás volver antes de la mañana de navidad.
Ella no había entendido una palabra de lo que Noche Buena significaba.
— ¿Navidad?
— No sé qué es eso...
— Bueno... prácticamente es una fecha para celebrar en familia, pasar con ellos un momento alegre.
— ¿Y es que no pueden hacer eso todos los días?
— Ah... sí, pero no... lo que quiero decir es que es una fecha muy distinta para muchos, ¿sabes? unos no la celebran. Otros comparten tradiciones familiares con otros que vienen de muy lejos... Y también muchos hacen actos buenos por otras personas para redimirse. Y bueno, para mí es tratar de seguir dándole tranquilidad a mamá y a mi hermana, aunque no hacemos mucho en realidad.
Elsa ladeó su cabeza, haciendo que su cabello se deslizara con facilidad hacia su hombro — ¿Por qué no?
— Mi mamá está enferma... no puede desvelarse mucho, mi hermana la atiende más que yo. Ellas viven juntas, yo tengo mi casa aparte, pero ahora iremos a la casa de mi mamá, buscaré algo de ropa de Emma prestada para ti.
— Oh... ¿Qué tiene tu mamá? ¿Está resfriada?
— Me gustaría que fuera solo un resfriado. No sabemos que tiene, ese es el problema. Los doctores del pueblo no tienen mucho por el bajo presupuesto. Y claro, los reyes no ven por los más carentes — susurró, parándose de momento en el lugar donde estaba. Frío. ¿Cómo demonios iba a llegar a su casa sin que nadie lo viera? Su madre o su hermana probablemente tendrían la vaga curiosidad de saber quién carajos era la mujer desnuda que cargaba... — Ahora...
Abrió despacio la puerta de su casa, verificando si había alguien en la sala para no entrar tan resuelto e idear algo con rapidez. Sin embargo, no hizo falta. Convenientemente la casa estaba sola, y en la mesa reposaba una nota escrita por su hermana.
Respiró con tranquilidad, y dejó a Elsa sobre el sofá de la sala — No hay nadie... iré a comprarte algo rápidamente y vuelvo ¿sí?
No dijo nada más, y salió corriendo de la casa, dejando a Elsa en el sofá, sin saber decidir que le parecía la sensación de estar sobre algo acolchonado y calentito.
Observaba su alrededor y el corazón le palpitaba con fuerza dentro de su pecho. Estaba en una casa humana. De verdad lo estaba. Todo era tan distinto a como lo había imaginado miles de veces en su mente antes de dormir. No sabía que eran la cantidad de cosas que estaban ahí, luciendo tan lindas en la estancia, pero moría por saberlo. ¡Había un árbol dentro de la casa! ¿Eso era posible? Se veía muy bonito ahí.
Desenvolvió un poco sus piernas para tocarlas, moverlas, aunque no pudiera caminar. Se sentían entumecidas e inútiles, pero sin duda, después del susto que le causó ver desaparecer su cola azul, la emoción en su ser era totalmente incontrolable. Tenía piernas humanas, pies, y unos lindos dedos pequeños y delicados. Aunque la herida que tenía su cola por el anzuelo, se había transferido a su pierna izquierda, le dolía menos ahora, aunque no conseguía que fuera menos insoportable.
Jack volvió en cuestión de minutos con prendas interiores femeninas, podía tomar prestada ropa de Emma, pero sabía que la interior no podía tomarla así no más. Elsa parecía tener la misma complexión que su hermana, y como él muchas veces hacía esa clase de compras para las mujeres de la casa, no representaba ningún problema hacer eso por Elsa.
— Bien... — la cargó de nuevo para llevarla a su habitación — Avísame cuando te hayas vestido, luego te enseño a caminar. ¿Está bien?
— Jack... — la platinada se sintió insegura, viendo esa ropa tan linda frente a ella, pero sin tener una sola idea de cómo colocársela, así como las mujeres que había visto — ¿Puedes ayudarme?
El rostro se le puso colorado a la sola imagen de verse vistiendo el cuerpo enloquecedor de aquella joven — ¡¿Qué yo qué?!
— Es que yo no sé cómo hacerlo — se cruzó los brazos, dejando caer un poco la manta que la envolvía dejando a la vista sus pechos y parte de su figura. Y no le avergonzaba mostrar nada de ella, de todos modos, nunca había estado así de desnuda, no pensaba que fuera algo que le tenía que provocar vergüenza alguna — Hazlo por... tu acto bueno de navidad para redimirte.
¡Es que maldita sea! ¡Ese debía ser du día de mala suerte!
No la tocó, solo le dictaba lo que tenía que hacer mientras miraba hacia la pared, no quería ser un abusivo. Y a Elsa le fue bien con la falda negra, hasta que tuvo que ponerse el corsé. Elsa solo lo omitió al ver que, si hacía lo que Jack de decía en esa parte, le costaba respirar, así que le dijo que lo había hecho y se puso la camisa, roja de mangas largas, un poco ajustada por el busto, pero no tanto como esa otra cosa.
— No te pusiste el corsé — la acusó mirando la prenda en la cama de su hermana.
— ¡Me aprieta! No puedo respirar bien con esa cosa.
— Es que... debes ponértelo...
— Póntelo tu si quieres, pero yo no lo usaré.
Cruzó sus brazos tan obstinada como siempre. A Jack le causó gracia verla así, parecía tan graciosa como la niña que conoció una vez. Sin duda había cambiado físicamente. Mucho. Pero esa niña inocente de ojos con ilusiones, seguía ahí, a pesar de tanto tiempo.
Le vendó la pierna lastimada por el gancho de su anzuelo, para que dejara de dolerle un poco. Jack se sentó frente a ella, besándole los nudillos de la mano haciendo que la platinada recordara que eso era lo que él realizaba antes de ponerse hablar cuando eran solo unos niños.
— Te ves linda — una sonrisa fácil se deslizó en aquel rostro amigable y tan conocido.
Las mejillas se le coloreaban de carmesí suave — Tu... te ves como un pirata ahora.
Jack se río ásperamente cruzando los brazos, arqueando una ceja con diversión — ¿Es por la barba, cierto?
— Un poco — se rió, un tierno y suave sonido que brotaba de los labios de rosa de la preciosa mujer frente a él. Ella subió una de sus manos, acariciándole la mejilla rasposa por la leve barba creciente — Y estás más alto...
En realidad, a Elsa le avergonzaba decir en voz alta lo atractivo que le parecía, no se atrevería a hacer algo como eso. Sin embargo, era toda la verdad, los ojos profundamente azules la estaban volviendo loca. Le recordaban a su hogar, a esa bella y misteriosa oscuridad del azul del fondo del mar. Podría sentir la rasposa barba lo que restaba de la noche, simplemente porque le gustaba como era esa sensación y porque estaría cerca de su olor, no sabía con qué compararlo exactamente, en el mar no de distinguía algo así, pero le gustaba.
— No creí verte nunca más, ¿sabes? — la sacó de su ensueño, haciendo que alejara la mano de su rostro — el que estés frente a mí me parece una completa locura.
— A mí también... bueno, nunca creí venir aquí a tierra — le contestó, con el mismo entusiasmo con que lo haría una pequeña — Antes de volver a irme, ¿podrías enseñarme tu mundo? ¿Podrías llevarme a otros lugares? Y hacer eso de... ah... La fiesta, ¿cómo la llamaste?
— Navidad.
— ¡Sí! Justo eso, quiero saber cómo es eso — aplaudió moviendo las piernas como si en lugar de ellas estuviera su cola, en cuanto las dejó caer al suelo, se golpeó un poco — Oh... pero debo aprender a caminar.
— Vamos, arriba, debes aprender lo de toda una vida justo ahora.
Usar sus inútiles extremidades era todo un maldito desafío. Poner un pie delante de otro para avanzar, tomada de los brazos de Jackson, por supuesto. Él no la soltaba ni un minuto, ni siquiera cuando ella lo pedía. Sostener su peso en sus piernas no era nada sencillo, sin duda, mucho menos cuando la pierna le dolía al recargarla mucho tiempo. Andadas torpes, caídas hasta ponerle casi moradas las rodillas.
A Elsa le estresaba eso, solo lograba moverse si Jack la sostenía, ella quería avanzar por sí misma. Si estaría los próximos tres días ahí con él, no debía estar por ahí pegada a él como sanguijuela, debía andar ella sola.
— Mira, no es malo que yo te ayude... además, muchos van a envidiarme si me miran así contigo — le sonrió, tomándola del brazo, llegando de nuevo a la sala de la casa donde habían estado paseando de la cocina a la habitación y de regreso al salón — Estas aprendiendo después de todo.
Elsa se sentó, al sofá más cercano con ayuda del muchacho. Apreciando al árbol decorado con cintas y velas alrededor, la luz de estás podían darle brillo al verde del pino, que reposaba cerca de una ventana — ¿Por qué hay un árbol en tu casa?
— Es un árbol de navidad... es tradición tener uno en estas fechas.
— ¿Cuál es el objetivo? — cuestionó sintiéndose ajena a esas costumbres — ¿Por qué es traducción?
— Bueno... las luces de alrededor significan esperanza — explicó señalando — Y...
Su hablar se detuvo en cuanto su hermana abrió la puerta y entró junto con su mamá — ¡Sabemos que estás aquí, Jack! Las luces de las velas se ven desde... — Emma se detuvo, al ver a la extraña muchacha sentada en el sofá junto a su hermano — Y... ¿Ella quién es?
Su mamá precedió a observar a la chica rubia junto a su hijo, le pareció bastante hermosa al principio... un poco desaliñada a la hora de sentarse, pero, en fin, la chica era linda. Las preguntas eran automáticas, de todos modos — ¿Quién es ella, hijo? — sonrió con amabilidad, acercándose a su hijo cubriendo su boca mientras tosía fuertemente — ¿Por qué no nos dijiste que vendrías?
En su silencio, Jack no sabía que responder ante eso. No planeaba quedarse mucho tiempo en casa de su mamá, pero supuso que enseñarle a andar a Elsa le quitó mucho tiempo.
— Vengo de muy lejos, señora — respondió Elsa, provocando que Jack la volteara a ver rápidamente asustado de lo que fuera a decir — Estaré aquí por tres días, soy amiga de Jack.
— ¿De verdad? — Emma alzó las cejas sin creerse nada de eso, más bien, le sorprendía escuchar eso — Es que... Jack nunca nos había hablado de ti.
Elsa le sonrió a Jack secretamente, y volvió la vista a la castaña — Estoy segura que me mencionó alguna vez... Solo estaré aquí hasta las fiestas, luego volveré a mi hogar.
— ¿De dónde vienes, querida?
— Londres — respondió Jackson — Por eso dijo que de muy lejos, y me creo que debe querer descansar. Nos vamos, pero volveremos mañana.
— ¡Sí! Jack recuerda que debes comprar lo que haremos en la cena de navidad, ¿sí?
— Claro, no lo olvido. Nos veremos mañana...
Aquella noche fue extraña para todos. Definitivamente la más extrañada era Elsa, recibir miradas de personas que estaban fuera de sus casas a esa hora de la noche, caminando y disfrutando del clima, incluso del ambiente tan festivo del lugar. No sabía exactamente si era porque para todos en ese lugar ella era una completa desconocida o porque su caminar era extraño que dependía del muchacho a su lado, que la mayoría saludaba a Jack como un amigo más del pueblo.
Las calles estaban llenas de decoraciones como en la casa de la madre de Jack, la diferencia es que todo era aún más exagerando. Era un ambiente hipnótico, de gente corriendo y danzando, niños jugando. Justo como lo había visto aquella rubia desde la distancia por años, tuvo esa alegría tan cerca que la respiraba como suya. Se detenía cada cinco segundos observando pequeños puestos de gente que vendía artesanías y joyería, observando las pequeñas danzas de algunas muchachas casi de su edad. Le provocaba ir con ellas para bailar y cantar. Lo haría si pudiera caminar, o bailar al menos.
— ¿Te gusta? — le preguntó Jack, al notar que los ojos zafiros de la platinada le brillaban de esplendor cada de volteaba a las esquinas — Es muy alegre en estas fechas.
— ¡Es muy bonito, Jack! Quisiera poder ir con todos ellos, bailar, correr... — miró a las muchachas con una sonrisa que se fue apagando poco a poco. En su hogar no tenía nada de eso, no debía acostumbrarse tan rápido. Era mejor observan de lejos. ¿De qué le servía querer aprender a caminar mejor si no se quedaría? — ¿Tu hogar está muy lejos?
— Un poco, ya llegaremos.
La casa era pequeña... más una cabaña que una casa, estaba muy cerca del océano, podía claramente escuchar como la alta marea golpeaba contra la costa. Una fogata que cubría a Jack de la fría noche, no podría afectarle a Elsa, por supuesto, ella estaba acostumbrada a la frescura y a su congelante ser.
Dormir en esa cama le era extraño, suave y caliente. Más blando de lo que acostumbraba. La habitación le brindaba una vista al océano oscuro, reflejando el plateado brillo lunar, el venía a su rostro la fresca brisa salada de su hogar del que nunca en su vida había salido más allá de la superficie. Ahora estaba con ropa humana en un hogar humano. Le entusiasmaba y al mismo tiempo le asustaba.
Lo mejor que podía hacer, era cerrar los ojos y dormir, esperar que le traía el siguiente amanecer.
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La luz del sol filtrándose por las cortinas en su ventana pudieron a ver despertado el peliblanco, sin embargo, la situación fue diferente.
El duro golpe de alguien desplomándose en el suelo le sacó un susto provocándole hacerlo saltar del sofá donde plácidamente dormía. Vio a Elsa, tratando de ponerse nuevamente de pie mientras le regalaba una preciosa sonrisa que le alegraría el día entero.
— ¡Pude caminar yo sola desde la habitación, Jack! — la exaltación no cabía en su delicado ser — Creo que voy a aprender un poco más rápido sin tu ayuda.
— Ah... Que bien, pero ¿Qué haces despierta? Aún es muy temprano.
Al escuchar aquello, las mejillas se le tornaron tenuemente rojizas. Recogió un mechón de su cabello — Es que yo tengo hambre... Además, quiero ir contigo cuando hagas lo que tu hermana te dijo, quiero conocer y estar contigo todo el tiempo posible.
— ¿Y qué quieres comer?
— ¡Oh! ¡Algas nori! O podrían ser unas deliciosas wakame o unas kombu... Viajo mucho para conseguirlas, ¡Pero valen la pena! — su sonrisa era tan enorme, que a Jack le apenaba decirle que no tenía ni idea de lo que hablaba. Ni siquiera sabía que existían otros tipos de algas. Según él, solo eran plantitas marinas y ya.
— Bueno... creo que puedo llevarte a un lugar. No son algas, pero... ¿quieren probar comida de aquí, cierto? La experiencia completa.
Elsa asintió con su cabeza, sonriéndole aun — ¡Eso suene muchísimo mejor! Seguramente es muy deliciosa.
Y aunque la comida si lo estaba, su estómago no pudo resistirlo y tuvo que regresarlo todo. Dándole a Elsa su primera mala experiencia con el vómito.
— Estarás bien — le decía Jack recogiéndole el pelo tomando un poco de distancia para darle espacio en un callejón vacío.
— Eso es asqueroso.
— Come esto — le pasó unas hojitas de menta — Te ayudará a pasar el mal sabor.
Elsa las tomó de la mano de Jack, disgustada con lo que había sucedido. Con sus algas no hubiese pasado nada de eso. Pero debía alimentarse o moriría de hambre.
Tomaba de la mano a Jack y lo jaloneaba cada que veía algo que te intrigara. La sirena se sorprendía con la cosa más mínima que pasaba frente a sus ojos. Un grillo podía ser, pero si le parecía extraño a esa linda y curiosa chica, se detendría para observarlo más de cerca hasta cansarse. Las flores, hasta el momento, le fascinaban más que los corales de los arrecifes, los colores del arcoíris en sus pétalos perfumados con el aroma más dulce y natural le provocaban la sensación más tranquila y relajante. Jack no podía negarle nada, puesto que verla emocionada le era muy tierno de su parte. Podía recordarla como la más obstinada, y aun lo era, no obstante, era la criatura más inocente y apartada de su mundo, que conocerlo era toda una maravilla.
Muchos la miraban extraño, era nueva, desconocida para todos. Sin embargo, su andar algo torpe y sus chillidos emocionados llamaban bastante la atención. Una muchacha preciosa bastante extraña, decían las personas que se le quedaban viendo a la distancia.
A Jack no podía importarle menos escuchar eso. Elsa ni siquiera ponía atención por estar tan ocupada llevándolo de un lado a otro para observar a los perros, un lindo collar azul que la tenía embobada, las flores, la perfumería, las pequeñas hormigas rojas que viajaban en línea hacia su destino. ¡Todo eran tan increíble! Ver la sonrisa de Elsa no se comparaba con nada, lo hipnotizaba. No estaba seguro si era porque las sirenas tenían la magia de hacerlo. O si era simplemente ella, su luz, era infinita inocencia en el cielo que tenía por ojos. Esa risilla traviesa que le provocaba cosquillas en el pecho.
Jack escuchó a las personas del coro, estaba seguro que a Elsa le gustaría — Ven, quiero que los escuches.
— ¿Qué cosa?
Jack llevó a Elsa al lugar donde se presentaban un coro cantando unas canciones navideñas, las personas entonaban tan hermoso que era imposible no acercarse para escuchar tales voces melodiosas.
— Noche de paz, noche de amor. Todo duerme derredor, solo se escucha un pobre portal. De una doncella la voz celestial...
Elsa se maravilló al instante — Oh... cantan muy hermoso.
Miró a su alrededor, varias personas abrazándose con la entonada canción. Parecía algo lindo a sus ojos, como una forma de afecto como los apretones de mano que Jack y ella solían compartir antes. Al menos a eso le recordaba.
Copió lo mismo que vio hacer a una chica, pasó su brazo por la espalda de Jack para juntarse a él y su agradable calor. Sin embargo, Jack se apartó un poco diciéndole que debían seguir con la lista de compras.
Eso la confundió demasiado, ¿es que a Jack no le gustaban ese tipo de afectos? Probablemente solo daba apretones de mano y ya. Sea como sea, le dolió que no quisiera compartir eso con ella. No hizo nada más que seguir con él en silencio.
Jack no quería ser malo con ella, en ningún sentido, solo no quería acostumbrarse a su presencia. Ni ella ni él. Pronto volvería al agua para jamás volver a la tierra, probablemente seguirían viéndose en la orilla o cuando el pescara... Hasta que progresivamente dejarían de verse de nuevo. Eso le dolería, porque estaba siendo adictivo a ver esa sonrisa suya tan inocente, tan pura. Le gustaba ver el tono de su cabello brillar cuando lo movía y sus ojos más claros y relucientes ante la luz del día.
Volviendo a su casa, ya poniéndose el sol a las cuatro de la tarde, ambos volvieron a la casa, exhaustos, aunque Elsa por mucho tenía más energía que Jack.
— Jack... Y si aprendo a caminar mejor, ¿Me enseñarías a bailar? — la cuestión llegó a los oídos del peliblanco, mientras ella se balanceaba en un mismo lugar mirando sus pies calzados por unos pequeños zapatos negros de Emma. Intentado hacer algún movimiento similar a los que había visto hacer a las muchachas en la plaza — ¿Sí? ¿Me enseñarías?
— Pero tú no...
— Por favor — lo miró agitando esas largas, gruesas y oscuras pestañas. Acompañada de una sonrisa pequeña y encantadora — Di que sí, yo podría cantarte algo en agradecimiento. Yo canto muy lindo, va a gustarte, lo prometo...
Jack quiso bromear — No gracias, dicen que el canto de una sirena puede matarte. Prefiero vivir, si no te molesta.
Pero la broma no le hizo una pizca de gracia a la platinada, al contrario, le ofendió muchísimo lo que dijo. Ella le había ofrecido cantarle algo con mucho cariño a él, al único que en su vida le propuso algo como eso, solo si él le enseñaba a bailar, para danzar con él como aquellos jóvenes en las plazas del pueblo, sin embargo, él no había dudado en burlarse de eso. Le azotó el rostro con una congelante bofetada, dándole la espalda mientras se sostenía de algo para no tropezar.
— ¡Eso fue muy grosero, Jack! Debería darte vergüenza burlarte de mí de esa manera — Tenía el ceño fruncido de lo molesta que estaba, ofendida. Podría congelarle el trasero en ese mismo instante. Las ganas le sobraban.
— ¡Solo bromeaba! — sobó su mejilla, no pudo evitar reír ante su inesperada situación — Bien, te enseño a bailar ahora, si quieres.
Cruzó sus brazos, evitando verlo de lo enfadada que se encontraba con él — Pues no, ya no quiero bailar contigo, bobo caballito de mar.
La carcajada de Jack le hizo molestar a un más a la insultada sirena. Le provocaba darle otra bofetada aún más fuerte — Ay, ven aquí, sirena berrinchuda — la jaló del brazo para darle la vuelta con un giro inesperado, poniéndola frente a frente en una clásica posición de baile, le apartó los mechones de su cabello y besó su frente por largos segundos — Será divertido bailar contigo.
Sus labios aun quemaban en la frente de la sirena. Su corazón le latía con la fuerza de la ola de un tsunami. Tan destructor que le devastaba su interior entero. La risita nerviosa, las mejillas carmesíes, ese liguero sentimiento de nerviosismo cuando él la tocaba al enseñarle a bailar. Le calentaba el pecho, revolviéndole el estómago como si tuviera miles de peses nadando sin dirección dentro.
— Bien... pero no te burles, que te congelo en tu lugar.
— Buena advertencia — la sonrisa fácil que se deslizaba por sus labios del peliblanco, le provocaba a esa sonreírle también — Prometo que no me burlare, bonita.
El día siguiente se trató enteramente de eso, bailar, andar por entre los grandes árboles al lado de la cabaña de Jack, mientras escuchaba las olas del mar contra la cosa y el cantar de las aves que estaban deleitando su oído, con cantos que nunca podría escuchar bajo el agua.
Descubriendo con cada paso insectos más pequeños y graciosos a la vista. Otros que volaban suavemente por el aire. Mariposas, las llamó Jack. Parecía ser que esas eran las preferidas de la joven sirena. Jack se dedicaba a decirle los nombres de todas las cosas que ella veía y por las que preguntaba. La observaba con ternura, le encantaba que decidiera andar por ahí sin su ayuda, ella solo quería correr, caminar, aun si se caía y se levantaba con un nuevo moretón en las rodillas. Ella estaba irrevocablemente feliz, y eso, le daba una profunda felicidad al peliblanco. Porque se trataba de una amiga que pensó que no volvería a ver nunca en su vida, y se había convertido en una mujer hermosa... Sirena hermosa.
— ¿Qué pasa? — le preguntó mirándolo desde el suelo, mientras recogía un par de flores amarillas — ¿Soy muy extraña?
— Eres curiosa, nada más... — se agachó a su altura, robándole las flores de las manos para colocárselas a un lado de su cabello ondulado — Me gusta que seas así.
Los pececitos volvieron a nadarle en el estómago, trató de ocultar su sonrisa, pero no podía ser más transparente con Jack — ¿De verdad? Porque yo creí que te estaba molestando con mis preguntas.
— No, me gusta que me preguntes.
Los tonos tan diferentes de azules se mezclaron en cuanto sus miradas se juntaron, ambas tan confundidas. Sin saber si sentir nervios ante sus ojos, o deshacerse de una profunda ilusión, que crecía en sus corazones con cada segundo que pasaba.
La sirena le insistía tanto que deseaba disfrutar cada segundo de su estadía en tierra firme bailando junto a él. Riendo junto a él. Lo quería tan cerca como le fuera posible, porque una vez que volviera al agua, no podrían estarlo nunca más. Jack la cargaba, giraba, le hacía dar pasos al frente y atrás. Ella no paraba de regalarle esta preciosa sonrisa, esa melodía que tenía por risa. Comían en los breves descansos, el estómago de Elsa al parecer, aceptaba bien a los vegetales y no a la carne.
Jack le hablaba de los grandes inventores de la época, de los artistas más famosos. Y cada una de las palabras de Jack se le grababan en la mente tan profundamente para nunca olvidarlos.
Le encantaba como le explicaba las cosas, como sus labios sonreían cuando hablaba y se rían. Como le sonaba la voz cuando se encargaba de sumergirse tanto en un tema que no paraba nada de hablar. Jack era el hombre más inteligente del mundo para ella. Le encantaba que fuera tan entusiasta.
— Bien... yo te enseñé a bailar, ahora, tu cántame algo.
— ¡Oh, es cierto! — pensó muy bien antes de abrir la boca y entonar las notar correctas — Cuando me miras despacio, haces que se pare el tiempo. Solo cerrando los ojos puedo sentir la canción... Disfruto cada segundo y no los cambio por años, porque eres tú la alegría sembrada en mi corazón...
De sus labios de pétalos de rosa salían las más hermosas notas que jamás escucharía en la tierra. Era demasiado delicada como para que fuera una voz real, tan dulce que le apasionaba escuchar cada letra de cada verso. Fascinado. Así se encontraba, incontrolablemente fascinado. Le provocaba cerrar los ojos y sumergirse en ese cantico precioso que le dedicaba una hermosa criatura. Ella le cantó, acariciándole el cabello, llevándole de caricias el rostro. Tal perecía que deseaba hipnotizarlo con esa mirada tan tierna y cálida.
Cuando terminó la canción, la sirena miró fijamente al océano. Con melancolía, suponía, sus ojos estaban tristes — Jack... ¿Prometes que la noche buena de mañana, será una que no podré olvidar? No creo poder celebrarla estando allá.
— ¿Por qué no llevas la navidad a tu hogar? Podrías empezar nuevas cosas.
Ella le sonrió con tristeza — No vivo con mi familia, Jack... Me echaron de la Atlántida porque temen a mis poderes. Vivo sola en la zona más profunda del mar y rara vez salgo de ahí. La única amiga que tenía me odia por no apoyarla en una locura, por perseguirla subí a la superficie... — volteó a verlo — Por eso quiero que mañana sea especial, para recordarlo toda mi vida.
Suavemente se acercó a ella, acariciándole el rostro con ambas manos. Sonriéndole, intentando que la tristeza que ella sentía se fuera un momento — Prometo que vas a pasarlo bien... Vamos a comer un rico festín, andaremos de un lado a otro, y en lo noche, antes de que vuelvas al agua, bailaremos una última vez.
Esas últimas palabras pronunciadas por Jack, le dolieron en el alma de la sirena. Una última vez. Ultima vez para bailar con él, para estar muy cerca de él, para verlo dormir, verlo sonreí de muy cerca. Esa sonrisa fácil que tenía la volvía una tonta. Las lágrimas le salieron de sus ojos, no pudo controlarlo. Así como Jack no pudo evitar acunarla cerca de su pecho, abrazándola tan fuerte como podía a tan delicado cuerpo.
Porque a él también le habían dolido esas últimas palabras.
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Noche buena estaba finalmente en sus manos, y ninguno de los dos se encontraba tan felices como esperaban. En solo dos días, tan cortos y escasos, unieron el fuerte lazo que lo había unido hace ya demasiado tiempo. Pensaban en que, al volver todo a la normalidad, seguirían viéndose hasta que no fuera así, no les dolería tanto si era progresivo. No obstante, la sola idea de no regresar a ver a Jack, al primero hombre que le mostraba un mundo precioso, que sentía que la apreciaba con mucho cariño, que le gustaba por como hablaba de sus temas favoritos, de su familia, su peculiar olor en el cabello blanco como la nieve que ella creaba. El imaginar que no volvería a sentir como Jack la envolvía en sus brazos con su cálido cuerpo, o que sus labios no volvieran a tocar su frente... Se le volvía una cruel agonía que no soportaría.
Jack se sentó al borde de la cama, donde Elsa tenía la mirada perdida en el techo de madera. El peliblanco le sonrió a medias, acariciándole el cabello sedoso — Te tengo una sorpresa.
— ¿Una sorpresa?
— Sí... creí que te gustaría tener un nuevo vestido — le puso sobre la cama, perfectamente doblada la ropa — Sabes cómo ponértela, luego saldremos juntos, ¿de acuerdo?
— Sí, gracias Jack.
El vestido era de un tono azul marino hermoso, de mangas que le ocultaban los brazos, un corsé que no le apretaba. La falda le parecía suelta, se le vería hermosa cuando bailara con Jack. Se arregló el cabello y procuro no tener alguna mancha en el rostro. Quería verse bonita para Jack, quería verse bonita como humana.
El día se le había pasado volando. Jack la llevó a casa de su madre y su hermana, donde pasarían el día lleno de calor familiar. El deseaba poder transmitirle esa cercanía que no apreciaba en el fondo del océano. Pensar en que era su ultimo día ahí le dolía, y era justo eso que le quería dar un día lindo, que ella pudiera recordar con bastante cariño. Que lo recordara a él con mucho cariño. Su madre la recibió con mucho cariño, y Emma de inmediato hizo amistad, incluso, se tomó un momento para realizarle una trenza en su cabello.
— Elsa, cariño — preguntó la madre del peliblanco, cubriendo su boca al toser — ¿Quisieras ayudar a Jack y Emma a cocinar? Yo no puedo hacerlo porque estoy enferma, pero sería lindo que te unieras con ellos.
— Ah... claro, nunca lo he hecho, pero sería divertido intentarlo — Le sonrió, levantándose de su lugar junto a Jack.
La señora no creyó lo que escuchó, Elsa debía tener la misma edad de su hija y no había cocinado en su vida. Le parecía un chiste. De todos modos, no dijo nada, pues parecía bastante entusiasmada de estar con su hijo. Los observaba, a ella y su hijo, esas sonrisas discretas, cuando ella le tomaba de la mano y susurraba cosas al oído provocándose risas suaves. Sus miradas cómplices, sin decir nada, las miradas que se lanzaban podían decirlo todo. Se preguntaba si de verdad eran solos amigos.
Jack, Elsa y Emma comenzaron a cocinar, el olor de la cena navideña era exquisito para el olfato de la invitada, sin embargo, se iba a limitar a comer las verduras y las salsas, ya que era lo que más le llamaba la atención. Le encantaba lo que había probado hasta ahora.
Mientras esperaban, Emma se dedicó a tocar el pequeño piano de su casa, deleitando la casa entera con su con esa melodía alegré. Jack sacó primero a su madre a bailar un poco, la señora bailaba contenta con su hijo mayor, cantando las canciones al ritmo del piano. Elsa los miraba desde el sofá, con una sonrisa enorme. El peliblanco se lo había prometido que sería una noche linda, para no olvidar, y realmente lo cumplía. Deseaba que esa noche se alargara, que las malditas horas que parecían volar frente a sus ojos azules, se detuvieran y se mantuviera todo en pausa. Solo para que ella pudiera disfrutan un momento más de esa compañía, de la música y las risas. El calor familiar.
— Ahora, tu, señorita — Jack la jaló poniéndola de pie, colocando su mano en la cintura — Quiero bailar contigo.
— Y yo contigo — posicionó la mano sobre el hombro de Jack, como le había enseñado el día anterior. Cuando bailaron ante la luz del atardecer — ¿Te gusta cómo me veo? ¿Me quedó bien con el peinado que Emma me hizo?
— Te ves preciosa, Elsa. Muy hermosa — le besó la frente, moviéndose al suave tono de la música que su hermana tocaba — ¿La estás pasando bien?
Ella asintió — Sí... gracias Jack, de verdad — apartándola la mirada, recostó su mejilla sobre el pecho de Jack — No debo tardar mucho, Jack... debo volver, lo sabes.
Si lo sabía. Por supuesto que lo sabía. ¿Qué pasaría después? Verse unos días, unos meses... Y luego deberían olvidarse por lo pronto, porque simplemente un humano y una sirena no podían...
La abrazó contra él fuertemente — Voy a extrañarte, ¿sabes? mucho.
— ¿No nos volveremos a ver?
— Va a pasar de cualquier forma, Elsa... Lo sabes.
— Yo quiero que sigamos siendo amigos, Jack. No quiero perderte, no quiero.
La música se detuvo, Emma gritó desde la cocina que la cena ya estaba lista. Todos fueron a la mesa, a dar las gracias por estar reunidos y por la nueva invitada. Cenaron contando historias de cuando Jack estaba pequeño, del travieso que se creía pirata. Y la pequeña Emma que creía en las hadas y pasaba la mayor parte del tiempo en los árboles. Elsa contó la historia de que ella toda su vida creía que era una sirena, y su familia pasaba todo el tiempo en la playa. Era la verdad, pero para ellas debían ser solo historias.
En la noche, cuando ellas se fueron a descansar, Jack y ella caminaron a la playa. En silencio, tomados de las manos mientras escuchaban festejar a otras personas.
Elsa tenía el corazón apretado. Su cola volvería en breve, su pierna sanó un poco y no le dolería nadar. Nadar al fondo del mar, donde debía ocultarse porque todos la creían un monstruo. Volvería a ver algunos amigos del fondo, quizá Ariel había vuelto a su hogar, volverían a charlar sobre cosas que les gustaban y podría ver de nuevo a su hermana... Eso si no la rechazaba por ser lo que era.
Las olas del mar no alcanzaban la altura del pequeño muelle donde Jack ocultaba su barquillo, la marea estaba tranquila y en la tierra solo se escuchaba el cantico de los grillos en la profunda oscuridad, esclarecidos únicamente por la luna plateada.
— Elsa... — susurró Jack, tras ella. Ella miró a Jack sosteniendo un pequeño objeto en sus manos — No puede ser del todo una navidad, si no te doy un obsequio.
Se acercó a espaldas de ella, colocándole en el cuello un pequeño collar de plata, con un dije de un lindo copo de nieve decorándole el cuello blanco — Cuando lo vi, pensé en ti y pensé que lo querías llevar de recuerdo.
Ella sollozó. No podía con las despedidas, porque esa parecía una que no podría soportar — Jack... quiero quedarme contigo.
— Es tu hogar, Elsa.
— ¡Un hogar donde estoy sola todo el tiempo, Jack! — chilló, girando a él dándole la cara — Y si vuelvo yo estaré sola...
— Tú amas tu hogar a pesar de eso — le sonrió, esperando que no se le notara que le costaba hablar — Y amas nadar, amas tu linda cola de sirena. Si te quedas, tarde o temprano vas a extrañas todo eso.
Ella se aferró a él, llorando como nunca antes. Su corazón le palpitaba con fuerza, el dije de copo de nieve le quemaba en el pecho. Se apoderaba de ella — Te quiero Jack — susurró, con el nudo en la garganta doliéndole en el cuello — Te quiero demasiado.
Besó su frente con cariño, sus mejillas mojadas por las lágrimas. La adoraba tanto, que verla llorar era demasiado — Y yo — tragó, sujetándole el frágil rostro. Pesándole demasiado ver sus ojos inocentes derramando lágrimas de profunda tristeza — Te quiero demasiado, mi sirena. Siempre fuiste mi amiga, a pesar del tiempo que no nos vimos... Y no, no quiero verte partir. No quiero perder tu sonrisa de un día a otro, porque tarde o temprano pasará... Pero es tu mundo, despues de un tiempo lo echaras de menos.
Ella se alejó de él, pensando en todo lo que ocurría en ese momento. Estar entre su lugar de toda la vida y entre el hombre del que estaba enamorada. Solo apreciaba las lágrimas que caían por sus mejillas rojas, cubría sus labios con su delicada mano para evitar ser escuchada. No quería que él la viera así, estaban tan vulnerable, no le gustaba que la vieran tan frágil.
— Vete por favor...
El humor del joven pescador no mejoró en lo absoluto. El pecho le dolió al escuchar esas palabras de los labios rojos que le volvían un idiota — ¿Elsa?
— ¡Vete por favor! — chilló — No quiero que me veas así... Solo vete.
Quizá... ella solo no quería despedirse. Eso era lo único que le venía a la mente, pero ¿y él? Estaba ahí, mirándola casi partir y no podía pedirle que se quedara porque sería demasiado egoísta. Sin embargo, tampoco quería dejarla. Odiaba por no decir nada... Simplemente le dolía mucho verla tan triste y liada. Quería abrazarla, mantenerla en sus brazos y nunca soltarla. Quería llevarla a su casa y bailar con ella, hacerla reír y apreciar maravillado aquella sonrisa inocente, que la combinaba con sus mejillas ruborizadas.
— Elsa, no quiero dejarte sola. Déjame estar...
— No — agitó su cabeza, con la voz tan baja que apenas era audible — Quiero estar sola, por favor... Vete ya, por favor.
Tampoco quería despedirse más de la cuenta... Si ella había tenido una decisión, no le quedaba nada más por hacer — Te quiero Elsa...
La sirena no le respondió, simplemente no pudo. Se esforzó por no voltearlo a ver mientras partía a su hogar, a seguir disfrutando de la noche buena con su familia. A bailar y cantar con ellas. No quería pensar en nada de eso pues le partía el corazón.
Miraba al mar. Al gran y profundo océano de agua salada que era su hogar. Donde sus amigos de la profundidad estaban de la esperándola... Donde debía esperar que alguna otra sirena le visitara pensando que ella era una bruja malvada que podía realizar hechizos oscuros. Y bueno, eso no pasaba tan seguido.
La vida en la tierra era tan... brillante, divertida, llena de colores y vida. Ver a todas esas personas le hacía sentir que no estaba sola, y más cuando estaba con Jack... Mucha gente le veía raro, pero no le importaba nada. Jack siempre le observaba de una manera especial, sus ojos azul rey le brillaban haciéndola sentir apreciada.
— Jack... — lloró. A la luz de la luna, las olas siendo testigos de la triste sirena que clamaba no volver a sentirse sola...
Debía volver al agua, poniendo todos los pros y los contras en ambas partes. Su hogar. Su océano. Su cola de sirena... Ella solo tomo la decisión.
Por la mañana, Jackson abrió los ojos por la luz que apareció en su ventana. El sol apareció entre los árboles y las montañas avisando que un nuevo día había llegado a su vida. Pero, sinceramente, no tenía muchas ganas de levantarse. Hacerlo significaba tener que ir a trabajar, ver el océano, esperar que ella apareciera. Sabía que no lo haría, ella no se atrevería a lastimarse de esa forma.
— Pff — bufó — Elsa...
Pensó en su cabello enmarañado en la mañana, de pie, gritándole para despertarlo y que viera como aparecía el sol e iluminaba las flores. Provocando que él se despertara para aprender a caminar mejor y empezar el día más rápido.
Tres golpes sonaron en la puerta de su casa. ¿Tan temprano? No atendería. ¿Quién podría a esta hora? Mínimo solo era otro ridículo anunció real.
Los golpes fueron más fuertes y molestos, constantes, pareciera que no se iban ir hasta que atendiera.
— Mierda — susurró, levantándose de la cama para poder ir a atender — ¡Voy! ¡Voy, mierda, voy!
A toda prisa se aproximó a su puerta, encontrándose con nada más y nada menos, que con Elsa frente a él. Con el cabello un poco desordenado y la falda de su vestido un poco lodosa, pero era ella.
— ¿Elsa?
Una sonrisa pequeña apareció en el rostro de porcelana de la muchacha — Hola...
— Pero... ¡¿Qué haces aquí?! ¡Tú cola! ¡Tu hogar...! — se esforzó mucho para hablar, pues en realidad no sabía si sentirse emocionado o confundido — Elsa... ¿Qué pasó?
Elsa se acercó a él, y así sin más, se aferró con fuerza. Siendo recibida a los segundos por los brazos del muchacho, estrechando con ímpetu a su bella sirena. Las lágrimas de alegría, por sentirse tan querida y necesitaba por alguien, la embargaron al poco tiempo — Es que Jack... — susurró, esforzándose por hablar bien — Prefiero mil veces no volver a ser sirena que a pasar el resto de mi vida sin ti.
Sus palabras petrificaron al de ojos azules, alejándola un poco para mirarle al rostro inocente, al puro brillo de los ojos zafiros — Sacrificaría todo lo que tengo por lo que siento por ti, Jack. Quiero estar bailar más veces contigo, deseo poder vivir a tu lado y si volvía al agua no podría nunca estar en la tierra de nuevo... Lo daría todo por el amor que siento hacia ti y tu mundo. No me dejes ir, Jack... te lo suplico.
Acunó su rostro en sus manos, se atrevió a besarle los labios de pétalo de rosa. Sin preguntarle, el impulso de besarla de ganó el control de sí mismo. El tiempo era enemigo de todos, del amor, sobre todo. Porque podía pasar tanto tiempo desde su infancia de conocer a su preciosa sirena, para encontrarla de nuevo y enamorarse de ella. De su pura inocencia, su curiosidad, su belleza. Los hermosos ojos, su obstinado carácter y su enojo. Besarla, probar sus labios le parecía una necesidad, enarmonado de todo lo que ella representaba. Y la hermosa criatura, con los labios torpes, acariciándole el cabello con sus pequeñas manos de porcelana. La sirena le había entregado su hermoso corazón, su cariño incondicional.
— ¿No vas a extrañar tu cola de sirena? ¿No vas a reprocharlo nunca?
— Nunca lo haría — la platinada lo observó con sus grandes ojos ilusionados, disfrutando la bonita sensación que los labios de su amado le dejaron sobre los suyos. Le regaló una preciosa sonrisa, reflejando el amor que sentía — Es mi regalo de navidad para ti. ¿Te parece?
Alegría, el entusiasmo atravesó como un rayo el cuerpo del peliblanco. Levantándola por los aires, cargándola de la misma forma que lo hizo cuando la sacó del agua. Robando de los labios de su hermosa sirena las risas más dulces. Ella tomó su rostro y pegó sus labios de nuevo, un beso diferente, más alegre y prisionero de una pasión más grande. El momento más feliz de su vida.
— ¿Bailas conmigo, preciosa? — le besó la frente, bajándola para hacerle una reverencia graciosa y tomarla de las manos, besándole los delicados nudillos.
De puntillas atrapó sus labios nuevamente, capturando la sonrisa fácil que le volvía loca —Y que no sea la última vez, Jack. Nunca la última vez.
Esa mañana, el cantar de los pájaros fue su letra y el sonido de las olas del mar su melodía. El sol, su más brillante reflector y el bosque su gran escenario. Aquel nuevo amor les hacía el día mucho más perfecto. La vida mucho más contenta, para bailar y cantar, hasta que el día oscureciera.
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