Un Faro En La Oscuridad
Capítulo 2:
Horas después, Lola se encontraba en la familiaridad de su hogar, su mirada perdida en la pantalla del televisor que zumbaba con un brillo tenue. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar, atormentada por las palabras hirientes de su madre que resonaban como un eco persistente. Siempre se había preguntado por qué su madre la trataba de esa manera, pero la respuesta parecía ser un enigma inalcanzable. ¿No debería una madre ser un faro de apoyo incondicional? A veces, la sensación de que su madre, Marie, no la quería se apoderaba de ella. Sin embargo, también contemplaba la posibilidad de que Marie simplemente fuera dura con Lola para prepararla para un mundo que ella misma no pudo conquistar. Lola ansiaba la libertad de ser ella misma, de descubrir su verdadera identidad.
Habían pasado tres días desde que su padre le había revelado la noticia de su nuevo trabajo en Nueva York. Una maleta vacía esperaba en su habitación, lista para ser llenada con sus pertenencias, incluyendo ropa y otros objetos personales. Mientras empacaba, también se dedicó a organizar en cajas aquellos objetos que ya no necesitaba y que estaban destinados a la donación.
En la sala de estar, Lola se encontraba junto a la estantería de libros, una pila de ellos en sus brazos. Con la visibilidad limitada por la montaña de libros que sostenía, se dirigió hacia la mesa del comedor, tropezando levemente con una caja que bloqueaba parcialmente el camino. Con un esfuerzo titánico, logró depositar los libros sobre la mesa, aunque algunos se deslizaron y cayeron al suelo.
Con manos temblorosas, recogió los objetos caídos, y entre ellos encontró una fotografía. Un papel blanco se deslizó de uno de los libros, revelando una letra "C" escrita a lápiz en la parte posterior de la foto. Volteó la imagen, esperando ver el rostro familiar de su padre, pero en su lugar, se encontró con la imagen de un joven de unos 20 años, luciendo un elegante sombrero de ala ancha. La oscuridad del sombrero contrastaba con su piel clara y resaltaba sus ojos azules, llenos de astucia y encanto. La mirada del joven irradiaba confianza y despreocupación, mientras su sonrisa suave sugería una travesura inminente. Lola se quedó mirando la imagen, sintiendo una extraña sensación de que esa mirada ya la había visto, pero, no recuerda en donde.
Con el corazón latiendo con fuerza, Lola se dirigió rápidamente hacia la mesa, sus ojos buscando el libro del que había caído la fotografía. Después de un momento de búsqueda, sus dedos se cerraron alrededor de un diario de cuero negro, sus bordes adornados con detalles dorados. Un candado en forma de corazón protegía sus secretos. Recordando una escena de uno de sus libros favoritos, Lola sacó una horquilla de su cabello y, con manos temblorosas pero decididas, logró abrir el candado. Estaba a punto de abrir el diario cuando la voz de su madre resonó en la casa. Con rapidez, Lola escondió el diario en su mochila y fingió estar seleccionando libros para su viaje.
—Oh, cariño, ¿ya has terminado?— preguntó su madre al entrar al comedor, su mirada curiosa se posó en los libros en la caja. —¿Estos son para donar?— Marie preguntó, y Lola asintió con seguridad. —En unas horas estaremos en nuestro nuevo hogar—, añadió Marie con un brillo de emoción en sus ojos mientras sellaba algunas cajas.
Más tarde, en la cálida tarde del 15 de Mayo, Lola se encontraba lista para su viaje a Nueva York, con su mochila a cuestas y una maleta a su lado. Se miró en el espejo, vestida de manera sencilla y cómoda, para enfrentar el verano neoyorquino. La idea de experimentar el verano al estilo estadounidense la llenaba de emoción.
Al salir de su habitación, que había sido su santuario durante tantos años, recordó el diario que había descubierto esa mañana. Lo guardó cuidadosamente en su mochila, con la intención de leerlo durante el largo vuelo de horas. Lola decidió no compartir su descubrimiento con nadie, sintiendo que sus padres guardaban secretos sobre su pasado y que su hermano Stephan no siempre la tomaba en serio.
En el avión, Lola se encontró acomodada en el asiento junto a la ventanilla, con su hermano Stephan a su lado, sumergido en su mundo de música. Este era el momento perfecto para adentrarse en la lectura del diario, y eso hizo. Al abrir la primera página, encontró poca información sobre la propietaria del diario, una tal Kate, un nombre que descarta la posibilidad de que fuera de sus padres. ¿Quién era Kate y por qué su diario estaba en su casa? Siguió leyendo y se encontró con un relato sobre un nuevo comienzo en Nueva York en 1997, el año de su nacimiento. Aunque lo consideró una coincidencia, encontró una página en blanco que parecía ser el lugar perfecto para la fotografía que había encontrado. Observó la imagen por un momento, pero el sueño la venció. Mientras dormía, Lola soñó con Nueva York, Kate, el diario y el misterioso joven de la fotografía.
Estaban a punto de aterrizar cuando Stephan despertó a Lola. Aún adormilada, Lola se acomodó en su asiento, soltando accidentalmente el diario y la fotografía. Con reflejos rápidos, logró atrapar la imagen en el aire, pero el diario cayó al suelo. Stephan, divertido por la torpeza de su hermana, recogió el diario entre risas.
— Siempre tan torpe —se burló Stephan, entregándole el diario a Lola.
Lola respondió sacándole la lengua, a lo que Stephan replicó revolviendo el cabello de su hermana.
— En respuesta, Lola le dio un pellizco en el brazo. — ¡Ay, eso dolió! —exclamó Stephan, frotándose el brazo con una sonrisa.
Antes de que Lola pudiera continuar con su travesura, una azafata anunció la llegada a la ciudad de Nueva York. Rápidamente, Lola levantó la cortina del avión y quedó asombrada al ver las luces de la ciudad reflejándose en su rostro. Miró a Stephan, quien también estaba impresionado por la vista espectacular de la ciudad, con su icónico horizonte. La vista panorámica de los rascacielos de Manhattan, como el Empire State Building y el The Chrysler Building era verdaderamente impresionante. A lo lejos, se podía ver el río Hudson y la Estatua de la Libertad, añadiendo un toque majestuoso al paisaje.
— Es como si hubiera salido directamente de una película —exclama Lola, sus ojos brillando de emoción. La ciudad que se extiende ante ella es vasta y llena de promesas, un laberinto de luces y sombras que parece guardar mil secretos. A través de la ventanilla del avión, Lola se pierde en la contemplación de este nuevo mundo, pensando que en algún rincón de esa metrópolis podrían estar las respuestas que tanto busca.
En su mente, las palabras del diario danzan, recordándole que fue en Nueva York donde la dueña del diario conoció al joven de la fotografía. Ella había llegado a la ciudad como una simple pasante, trabajando como secretaria para un empresario. Lola se pregunta si, al igual que ella, la dueña del diario también se sintió abrumada por la magnitud de la ciudad en su primer encuentro.
Mientras Lola se sumerge en sus pensamientos, la voz de la asistente de abordo se filtra en su conciencia, anunciando el inicio del aterrizaje. Las palabras flotan en el aire, mezclándose con la emoción y la anticipación que llenan el ambiente. Lola se aferra a la esperanza de que, en esta ciudad de sueños y posibilidades, finalmente encontrará la aventura que tanto anhelaba, ¿cuanto podría hallar una niña de tan solo 11 años?
Cuando bajaron del avión, la familia Moreau fueron a buscar sus maletas, pero, tuvieron que esperar, ya que Christian, no encontraba la suya, por lo que Marie, Stephan y Lola, tuvieron que quedarse esperando a que Christian lograra encontrar la maleta.
Lola se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera del aeropuerto con un suspiro audible. Aunque el entorno estaba lleno de emociones y novedades, el aburrimiento le pesaba. De repente, sintió una chispa de energía recorriendo su cuerpo, como si la atmósfera del aeropuerto no pudiera contener su anhelo de aventura.
De pie, con su mochila colgando de un hombro, Lola parecía lista para desafiar la monotonía. —Estoy aburrida—, comentó, pero su expresión revelaba una mezcla de inquietud y entusiasmo. Su madre, inmersa en la contemplación de las vidrieras del freeshop, sugirió —Pues lee un libro—.
Lola giró sobre sí misma, dejando escapar una confesión— Ya me cansé de leer, ahora quiero vivir como en las historias de mis libros—. Su deseo de escapar de las páginas y sumergirse en la vida real palpaba en el aire.
Stephan, intentando entender la lógica de su hermana menor, intervino con humor— A los 11 años, lo máximo que puedes vivir es rasparte una rodilla al caer de un trampolín—. Hizo un gesto simbólico con las manos, mordiéndose el labio inferior ante las ocurrencias de Lola.
Ajena a las palabras de su hermano, Lola, como si hubiera activado un interruptor interno, comenzó a cantar en voz baja «Gasolina de Las Divinas» y a bailar la coreografía de manera disimulada. Stephan no pudo contener la risa al verla imitar las expresiones faciales de Antonella.
En medio de su actuación improvisada, la madre de Lola, Marie, intervino llamando su atención con un tono elevado— Lorena —la niña se detuvo, enfrentando la mirada de su madre, quien insistía en la importancia de la educación y la etiqueta. Lola, en su mundo de sueños y ocurrencias, intentaba ignorar las expectativas adultas, cuestionando si acaso entendían que apenas tenía 11 años.
Lola se dio cuenta de que estaba haciendo el ridículo al cantar y bailar sin pensar en los demás. Mientras intentaba alejarse de la situación incómoda, se chocó con su padre, Christian, quien estaba en una llamada importante relacionada con su nuevo trabajo en la discográfica. Un hombre bien vestido les esperaba con un auto elegante y les habló sobre el papel de Christian como director ejecutivo de la compañía. El hombre elogió sus habilidades y visión para descubrir talentos y planificar lanzamientos emocionantes. Lola se sintió orgullosa y emocionada por esta nueva etapa en la vida de su padre.
Como parte de su nuevo trabajo en la discográfica, a la familia de Lola se le ofreció una casa en Gramercy Park, Manhattan. La nueva residencia es una encantadora casa de estilo clásico con una fachada de ladrillo rojo y ventanas blancas, lo que le da un aire acogedor y cálido. En el interior, encontrarás una sala de estar cómoda con muebles acogedores y una chimenea de piedra que crea un ambiente acogedor. La cocina, de estilo clásico, cuenta con elegantes encimeras de granito y electrodomésticos de acero inoxidable. La casa tiene cuatro dormitorios, cada uno decorado con un toque acogedor. Además, cuenta con un pequeño jardín en la parte trasera y un encantador patio delantero con flores y plantas. En resumen, esta casa en el corazón de Manhattan es un refugio cálido y acogedor para la familia Moreau.
Cuando llegaron a la casa, acomodaron todo en su nuevo hogar. Lola, ansiosa por explorar su refugio en la Gran Manzana, se apresuró hacia su habitación. Al entrar, quedó sorprendida por su amplitud, aunque aún sentía que le faltaba añadirle su toque personal; tal vez, otro color para desafiar la monotonía y hacerla más suya.
Cenaron, agotados por las tensiones del día.
En medio de la cena, Christian, tratando de infundir optimismo en la atmósfera, compartió la noticia de la recomendación de la Manhattan Preparatoria. Mientras hojeaba un folleto, entusiasmado, mencionó las becas disponibles, desencadenando chispas de esperanza en los ojos de Lola.
— Me parece excelente que puedas tener la oportunidad de estudiar en una buena escuela —comentó Marie, pero el entusiasmo de Lola se desvaneció abruptamente cuando Christian destacó la oferta de estudios en artes.
— ¿Artes? —preguntó Lola intrigada, esperando validar la posibilidad de perseguir su pasión. Sin embargo, la esperanza se convirtió en desilusión cuando la firme negativa de su madre resonó en la habitación.
Christian intentó intervenir, defendiendo los sueños de su hija, pero las palabras autoritarias de Marie resonaron más fuerte, llevándose consigo las esperanzas y los sueños de Lola.
— ¿Por qué eres tan injusto con ella? —preguntó Christian, molesto y recordando sus propias luchas por seguir sus pasiones. La respuesta de Marie fue una defensa de sus expectativas y la insistencia en que Lola debía centrarse en una “carrera real”. Las palabras de su madre resonaron como un eco amargo en la mente de Lola, quien, fingiendo una sonrisa, mintió sobre su interés en la literatura para buscar una vía de escape.
En el enfrentamiento, Stephan defendió a su hermana y se retiró a su habitación, dejando un rastro de dramatismo en el aire. La tensión persiste en la casa, mientras los sueños de Lola chocaban con las expectativas inflexibles de su madre, y la familia se veía dividida por el abismo entre la realización personal y las presiones externas.
Lola se encaminó hacia su habitación en la nueva casa, anhelando un momento de soledad. Al entrar, una sensación de desorden la invadió; las cajas aguardaban aún sin desempacar. Con un suspiro, abrió su maleta y buscó entre sus pertenencias el reconfortante abrazo de su pijama liviano. La calidez de la tela era un alivio ante la noche cálida que se avecinaba.
Antes de sumergirse en la comodidad del descanso, sintió la necesidad de liberar su cuerpo de las tensiones del día. Bajo la regadera, el agua tibia caía sobre ella, llevándose consigo no solo el cansancio físico, sino también las preocupaciones que la habían acosado. Mientras el vapor llenaba el pequeño espacio, Lola dejó que el agua le recordara la capacidad de renovación, como si cada gota fuera un borrón en la pizarra de sus pensamientos.
Al salir, la toalla envolvía su figura con la delicadeza de una transición. Cepilló sus dientes con movimientos automáticos, su mente aún enredada en las tensiones familiares que la habían seguido hasta su refugio personal.
Encendió la televisión en busca de familiaridad, una conexión con el mundo que conocía. Aunque los programas eran en inglés, un idioma que su padre le había inculcado desde la infancia, no pudo evitar sentirse momentáneamente ajena a esa pantalla. El inglés, a pesar de su dominio, se volvía una barrera que la separaba de la comodidad que solía encontrar en las voces familiares.
La soledad de su cuarto parecía amplificar las tensiones que la habían acompañado. Mientras se preparaba para descansar, la mirada perdida en el resplandor frío de la pantalla, un anuncio capturó su atención. Una oportunidad parpadeaba frente a ella, un destello de ilusión y esperanza en medio de la incertidumbre que rodeaba sus sueños. Este anuncio, como un faro en la oscuridad, insinuaba un cambio, aunque Lola aún no podía imaginar hasta qué punto transformaría su vida.
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