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♡Better Man♡

Encuéntrame quince minutos antes de las tres, postrado en la raíz de un árbol, con un cigarrillo entre los dedos. Regularmente eso es lo que hago, irme a fumar. No tengo la necesidad de dejarlo de lado. Sí. Sé que mis pulmones están a punto de deshacerse, probablemente a causa del humo intoxicante que calma mi nerviosismo día a día.

    —Fumar te hará mal, JungKook.

    Y lo he escuchado tantas veces. Créanme. Desde la tutora escolar, hasta el más simple crío que me encuentro por la calle. Decían preocuparse por mí pero, ¿en realidad lo hacían? Desde que tenía 16 años estaba en cada fiesta, no perdía esas oportunidades. Nunca supe realmente por qué lo hacía, ¿realmente era algo que yo necesitaba? Si en cada lugar del mundo me sentía infeliz, y todo el tiempo me mantuve lejano a las situaciones reales de mi vida, ¿por qué comencé a hundirme en un pozo sin fin mientras me asfixiaba a mí mismo? El hecho de estar rodeado de personas, mientras estas bailaban moviendo sus cuerpos, escuchar la música entrar veraz por mis oídos, y recorrer mi espina dorsal en un sentido eléctrico que me paralizaba y me daba las ganas de seguir bailando... ¿Yo era feliz?

      —¿Y qué? —respondí dejando salir el humo de mis labios—. De todas maneras mis pulmones ya no sirven.

     No tenía amigos, no se me da bien hacerlos. Quizá fue mi manera tan agria de ser, lejana, y un poco demasiado incongruente con las pequeñas acciones que significan poco para todos y todo para mí. Como dije, no tenía amigos... Al menos hasta hacía unos días, meses para ser más exactos. No obstante, ahora que lo poenso bien, no eran exactamente "amigos", todos se iban cuando la mañana llegaba pero decir que eran desconocidos también es poco. Bien pude estar fumando un día, con ellos; bebiendo, tal vez metiéndome drogas hasta quedar tumbado, reírme con ellos y hablar de nuestras miserables vidas, lamentarnos. Tal vez para ti eso sea suficiente, llamarías amigo a alguien que te oye quejarte de la mierda de vida que tienes, sobre cómo te maltratan a la muerte y tus hermanos sufren viéndote sufrir; quizá para ti eso sea ser compañeros de vida, para mí, no. Nadie era mi amigo, porque como ya dije, todos desaparecían cuando el sol daba sus primeras señales de vida.

     Nadie era mi amigo si, al terminar de escucharme, desaparecían. Se llevaban consigo mis problemas, mis palabras, y también las botellas y la droga que nos estábamos metiendo por todos los lugares que puedas imaginar. ¿Y después qué?

     —¿A caso quieres morir?

     Me resigné a observar delicadamente al castaño que estaba sentado a mis pies; son esos ojazos de muñeco que me hacen resentir su presencia, o tal vez es la inocente pregunta a la que me estaba sometiendo. Alcé una ceja, y en vez de enojarme o algo, le sonreí con una sonrisa medio torcida.

       —Ojalá pasara eso.

     Molestar a TaeHyung es una pasión a la que pocos van a poder agarrarle el gusto.

       —Estás loco —habló molesto, y sentí cómo me empuja desde abajo—. Deja de decir esas cosas.

       Él me miró por un segundo más, notando la sonrisa que se postura en mis labios. Eso le enoja, odia que las personas a su alrededor lo jugueteen y lo hagan preocuparse. Debo admitir que en él, eso es algo natural; se prepcupa más por un juguete tirado al medio del camino, que por él mismo siendo atropellado a media calle. Me causa tanta gracia ver cómo se exalta, cómo se preocupa por un alma vacía como la mía. Como si realmente, yo tuviera cualidades dignas de admirar como él. ¿Por qué le preocupa lo que me suceda a mí? O a mi alma, llena de cosas malas, llena de actos impuros que algún día me dejarían completamente tumbado.

     Ni siquiera entiendo por qué me hace caso, eso pienso; morir sería interesante, pero no estoy lo suficientemente mal como para querer eso. Quiero decir, claro que sería más sencillo morir. Ya saben, me tiro de un puente, me disparo en la cabeza, tomo pastillas hasta que se me salgan los órganos... pero lamentablemente, morir implica no hacer algunas cosas exclusivas para los vivos.

     Mientras estoy vivo, me agrada fumar, así que perdería ese placer al morir.

      ¿Me quiero morir? La respuesta es sí. Pero a veces, solo a veces cuando me hallo a mí mismo pensando en la noche, en mi habitación, desde que evito estar afuera a altas horas y me dedico a descansar, realmente me pregunto... ¿Por qué no me quiero morir?

      —¿Te da miedo que muera? —le pregunto. Observo cómo sus ojos se dirigen a mí, y yo también le dirijo la mirada.

     Pasa un minuto de su arduo silencio. Es exasperante no escucharlo hablar, aunque realmente no es como que alguno de los dos sea el mejor conversador. Solo que él se sobreesfuerza conmigo para no aburrirme, y aunque me encantaría decir que siempre lo logra, lo cierto es que en momentos como ese, aprecio su silencio.

    Calo del primer cigarro del día. Puedo sentir mis pulmones hundirse en el humaral potente, para después dejarlo salir por mi boca.

     —¿Y eso qué? —responde finalmente. Me causa intriga la contra pregunta, y no logro entenderla bien.

      —¿Y eso qué de qué?

     Se exaspera.

     Le sonrío, pero aún no logro obtener de esos ojos bonitos alguna señal de amistía.

     —¿Qué importa si me da miedo que te mueras? —pregunta enojado. La verdad yo solo bromeaba—. Somos amigos, ¿no?

     La palabra me hace esbozar una sonrisa pequeña que dejo salir con miedo.

    ¿Amigos?

     Tres meses atrás, un ser humano —despreciable en su momento— se adueñó del único lugar en la tierra que era considerado mío. Así es, mío y de nadie más. El árbol de la esquina de la calle, famoso por tener un olor a humo combinado con varias colillas de cigarro al pie de éste, donde sus raíces se adueñaban del suelo sin delicadeza alguna. Ahí, un chico pelinegro de piel clara (o sea, yo) se sentaba siempre quince minutos antes de las tres de la tarde a fumar. En años, nunca nadie acudió a ese lugar porque, sinceramente, no era un lindo lugar. El árbol estaba a pocos metros de una gran fogata donde chicos solían estar bebiendo o drogándose (buenos amigos míos), hacia su otro lado, la calle más transitada de nuestra pequeña área. Todo era jodidamente ruidoso, nada calmado, y más que nada, tedioso.

     Por eso, lo consideré mi lugar. Combinaba conmigo, con mi aura y mi delgadez. El lugar gritaba mi nombre, mi presencia, y ya tenía una J grabada en la esquina inferior de sus raíces. Nada me tranquilizaba más que el ruido y el desorden.

     Claro, después de mis siempre mejores amigos, mis únicos mejores amigos, los cigarros.

     —¿Yo? ¿Amigo tuyo?   

    TaeHyung me mira como si su expresión dolida pudiera hacer algo en contra de mi fuerte alma. 

       Jaja. ¡Él siempre es así! Cree que con mirarme con sus ojos de niño bonito, va a lograr hacer que mi corazón se remueva y finalmente le diga lo que quiere oír. Llegó con esa mala costumbre que, por más que deseo quitársela, se aferra a ella. Sí claro, como si esos ojitos tiernos pudieran lograr algo contra mí.

     Cuando una nueva familia se mudó a nuestra calle, la noticia pareció ser una bomba. Todos hablaban de la casa de los Kim, de la manera tan ordenada que estaba, y de cómo inevitablemente, querían ordenar nuestra estruendosa calle. Al poco tiempo de aquella mudanza, todo cambió de repente. Las personas ahí dejaron de ser escandalosas, dejaron de beber. El baldío de los fumadores y drogos se limpió y lo sustituyeron por un parque tonto.

     Claro, yo y muchos seguimos siendo drogadictos fumadores sin detención.

      A la semana de estos actos, en el pie de mi árbol, ya no existía mi colección de colillas de cigarro. No hace falta decir que un tonto llamado Kim TaeHyung arruinó mi preciada colección. Ya no hay respeto por lo de otros.

    Nos enteramos todos que los Kim, en realidad eran parte de una campaña gubernamental dirigida a las partes de la ciudad más rotas. Más desastrosas.

     —¿Eso quiere decir que no somos amigos? —Noto la sorpresa en su voz, y lo muy curioso que se halla ante esta cuestión.

     Dejo caer la colilla de mi cigarro, procurando que se deposite exactamente más lejos que de donde está la pierna de TaeHyung. A veces le da miedo que le caiga encima, y también me gusta bromear con eso, pero siempre procuro que no haya manera alguna en la que algo pudiera lastimarlo. Una vez que la punta de mi cigarro ha caído, TaeHyung la observa, y sin mucho que decir, la aplasta rápidamente con una piedrita cerca.

     Le hago una mueca que demuestra mi descontento. Me recargo mejor en el árbol, cruzando los brazos y suspiro.

     —Si sigues desapareciendo mi colección de colillas, creo que no lo seremos.

     La primera tarde que me encontré a TaeHyung ahí... Creo que me molesté. No, de hecho no creo, realmente me enojé. Lo vi recogiendo una por una todas las basuras que alguna vez dejé, ¿cómo podía hacer eso? ¿No sabe que tardé dos horas colocando esa envoltura de dulce en el árbol para que pareciera un adorno en vez de pura contaminación?

     Pero logró humillarme en ese momento. Aún me causa tanta risa. Recuerdo haberle preguntado qué hacía y me respondió, con su voz firme y grave, que "limpiando lo que un pobre hombre malgasta". Yo era ese pobre hombre malgastando su dinero en algo que lo mataba.

    —Ya te dije que mi mamá me manda a hacerlo —reniega. Suelto una risita, y saco el siguiente cigarro. Noto cómo abre sus ojos, sorprendido—. ¿Otro? La última vez dijiste que solo fumarías uno mientras yo estuviera frente a ti.

     Lo enciendo rápidamente y me lo pongo en el borde de los labios.

     —¿Ah, sí? Yo digo muchas cosas.

      Después de esa primera vez, TaeHyung se la pasaba ahí sentado lo que restaba de su día. La verdad, no me he tomado el tiempo de conocerlo verdaderamente; aunque cada vez que hablábamos, él me soltaba datos que por alguna razón, me son difíciles de recordar. Claro, sabía que iba a la escuela, igual que todos, y que cuando regresaba lo primero que hacía era irse a sentar en la base de mi árbol.

     Aunque él decía que también era suyo, pero no es cierto.

     —Me molesta el humo, JungKook.

     El comentario y la falta de alegría en esos ojos bonitos, me hacen bajar los hombros.

     —No te pido que te quedes.

     TaeHyung era mi amigo. Sí. Es, de hecho, mi amigo. Creo que es hora de confesarlo, tal vez sí tengo un solo amigo en este mundo y casualmente es este niño impaciente que me habla diariamente. ¿Quizá debería describirlo para que su presencia no pierda efecto en este escrito? Kim TaeHyung era un chico algo alto, aunque no mucho. Su cabello era ligeramente rizado, y lo podría describir como un tono avellano dulce. En cuanto a la piel... ligeramente bronceada y las pocas veces que lo vi sonreír pude disfrutar una sonrisa cuadrada que dejaba ver unos dientes alineados.

     —Siempre dices lo mismo y cuando intento irme, tiras el cigarro —admite algo cansado de la situación.

     ¿Quieren que les sea sincero? Creo que del estúpido mundo donde yo estaba, él era la única persona por la que he tirado alguna vez un cigarro.

    —Bien —menciono dando la última calada a mi recién iniciado rollo. Saco el humo y lo presiono sobre el árbol, apagándolo—. ¿Contento?

     La verdad no hallo razones en mí mismo para reconocer el significado de mi cigarro apenas empezado, que yace tirado en algún lugar de la raíz de aquel árbol.

    Una temporada de mi vida, solía despertar con personas en mi cama, quizá en la de ellos. O en cualquier cama. No voy a venir aquí y decir que soy tan casto como lo desearían muchas personas; simplemente mi vida fue así, pasar el rato y seguir. No te encariñes con nadie, nadie soporta a un adicto. En aquel entonces, yo no decía nada, tan solo los observaba, y me desvanecía un poco más en la agonía a la que me sometía antes de marcharme de donde sea que despertara.

     Entonces me empecé a apreciar a la gente, pero no a acostumbrarme a ellas. Mucho menos a quererlas.

    Pensé que eso jamás iba a cambiar, que yo jamás iba a cambiar.

     —Tú me quieres, ¿verdad, JungKook?

     Entonces viene él, y cambia todo.

     —Mmm...

     Hay un silencio sepulcral después dl ruido que he emitido. No me atrevo a observarlo, aunque él tampoco desea observarme. Pasan unos cuántos segundos. Tal vez es el tiempo que me ha tomado pensar cómo voy a responder a esa pregunta.

      Le observo por un segundo, el sube ligeramente la mirada para verme desde abajo, y por instinto planto mi dedo sobre su frente.

      —Sí.

     Desde que llegó a mí pude sentir como mis pulmones intoxicados podían respirar con tranquilidad. Por más que intenté alejarlo, alejarlo con todas mis fuerzas de una vez por todas, él seguía regresando. Hacía cosas malas para tenerlo lejos, pero, mierda, todos mis errores me llevaban de regreso a él.

    Me sentía bien.

    Un hombre nuevo.

    Un hombre mejor.

    ¿Cómo un pulmón lleno de humo, lleno de oscuridad, puede volver a sentirse limpio? Querer... es poco. Es muy, muy poco. ¿Cómo puedes ser querer sinónimo de desintoxicar?

     —¿De verdad lo haces?

     Su pregunta se gana mi más sincera mirada de incredulidad. La verdad, tengo ganas de decirle que no, y gritar que solo bromeo para evitarme la fatiga.

     Hablo en serio.

     Me gustaría poder decir que no. Creo que me ahorraría un... dolor de pecho más. Es más fácil de esta manera, creyendo que nos queremos pero nunca sabiendo si es verdad, o si nuestras palabras son mentiras para quedar bien. Si te soy sincero, sólo espero el momento en el que él se dé cuenta que no valgo la pena. ¿Por qué pasa los días con un fumador que se la pasa molestándolo? Lo que sea de bueno que este ve en mí, no se compara a lo que alguna vez he visto en él. Yo sé por qué no debe estar sentado a mi lado, pues es que todo lo que le digo o hago en algún momento se echará a perder, porque yo no soy un buen chico. Por muy bien que él me hiciera, yo seguía roto.

    Es el momento de la vida donde piensas más en la otra persona, que en ti mismo.

    —Ya te dije que sí, TaeHyung.

      Nos quedamos un momento callados. Y pienso en lo agradable que es el silencio. Al menos estaría así, por un rato más. Como siempre.

    Retengo el sentimiento. Quiero preguntarle, ¿tú me quieres a mí? Agobiarlo así como me sucede a mí... Pero esa respuesta me atemoriza, así que prefiero guardar silencio.

    Encuéntranos a cuarto para las tres, yo con un cigarro en la mano, él con alguna flor. Postrados en las raíces de un árbol.

[...]

Una mañana de verano, me pareció despertar en la oscuridad. Yo siempre he estado metido en la noche y la madrugada, siempre me he sentido extrañamente perdido en este mundo sin remedio, la vida entera he percibido la ligera capa de oscuridad que atormenta la existencia. Sin embargo, era diferente a otros días; aquella mañana, no solo sentí mi propia agonía, sino que pude sentir la agonía de muchas almas a mi alrededor pero como si no fuera nada tan sólo me levanté de mi lugar.

    Observé a todo el mundo y con algo de tambaleos, me dirigí hacia el árbol. Llegué cinco minutos antes.

    Y un minuto antes de dar cuarto para las tres, pude distinguir a TaeHyung caminar hasta donde yo estaba. Su cabello caía sobre la frente, mientras que usaba ese chaleco negro que a mi tanto me encantaba; él, por su parte, lo rechazaba cada vez que teníala oportunidad. Cuando llegó a mí, puse el cigarrillo entre mis dedos y di una calada para después decirle:

     —Llegaste ligeramente temprano —mencioné gracioso.

     Pero TaeHyung no me respondió. Siguió cabizbajo, y cuando estuve a punto de preguntarle qué sucedía, alzó la vista. Parecía verme, pero mi presencia era completamente invisible ahí. Posó la mano sobre el árbol, a unos centímetros de donde yo estaba; y con lágrimas en los ojos, dijo:

     —Te dije que dejaras de fumar, JungKook. ¿Por qué nunca me escuchaste?

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