5. Habla
CAPÍTULO 5:
HABLA
Media hora después, Dardo había acabado metido en el baño junto a Helia. La puerta estaba abierta y daba a la habitación en la que había despertado. Por el rabillo del ojo, Dardo vigilaba al cachorro que dormía sobre la cama en forma de bola. Jamás lo había visto dormir tan tranquilo, sin temblores, sin pesadillas.
—Ha dormido toda esta semana junto a tus pies —habló Helia haciendo que Dardo regresara su atención al espejo.
Le costaba mirarse. En el circo no habían baños, espejos, ni lujos. Allí sacaban una manguera y los barrían a todos con agua, y si no, esperaban a que la lluvía lo hiciera. Tampoco iba vestido, y la mera sensación de la tela contra su áspera piel le hacía querer arrancársela.
—He pedido ropa para ti.
—No la necesito. Estoy acostumbrado a ir desnudo.
—Estoy seguro, pero todos en la manada la usamos. Es una regla.
Dardo le gruñó.
—¿Cuántas reglas más hay? —preguntó de mala gana.
—Unas cuantas más. Te adaptarás pronto a ellas.
—Caleb y tú... habláis como si nos fueramos a quedar aquí para siempre.
Helia lo miró a través del espejo. Se había quitado la bata de médico y ahora usaba una camiseta azul cielo con unos pantalones a conjunto. Su cabello seguía trenzado. Y las manos de Dardo picaron por deshacer el peinado y dejarlo suelto.
—Sois libres. Podéis ir dónde queráis. Muchos lobos prefieren las manadas, pero también hay algunos que se sienten más cómodos solos —Helia pasó una mano por su lado y sostuvo las tijeras plateadas.
El ruido metálico le hizo cerrar con fuerza los ojos. Al abrirlos, Helia estaba tras su espalda. Su cuerpo perfectamente oculto y resguardado. Dardo le sacaba una cabeza, aún delgado era más grande que él, solo hacía falta comparar la anchura de sus hombros.
—¿A qué altura te gustaría? —preguntó Helia.
Dardo se tensó.
—Córtalo todo.
Había accedido a cortarse el pelo sçolo si era Helia el que sujetaba las tijeras. No se fiaba de nadie. Tampoco de él. Pero su lobo se mostraba demasiado... extraño cuando estaba a su lado.
—¿Seguro? Es mucho pelo.
Dardo no respondió. Helia suspiró, acercó una silla y le hizo un gesto para que se sentara en ella. Dardo no se movió.
—Dardo —su nombre en los labios de Helia sonó a súplica.
Por alguna razón, que aún no alcanzaba a entender, le gustaba escuchar ese sonido. Se sentó. Helia se colocó detrás de él y empezó a cortar. Dardo sintió los mechones caer sobre su espalda, notó la ligereza al perder ese peso de encima. Pero lo que realmente lo afectó fue la cercanía del Beta. Su aliento sobre su nuca. El calor de su cuerpo cuando se inclinaba sobre él. Sus manos...
Dardo tomó una gran bocanada de aire. Cerró los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, permitió que su cuerpo se relajara.
—Ahora, la barba —murmuró Helia en silencio. Sus pasos lo rodearon hasta quedar frente a él.
Dardo abrió los ojos en ese momento.
Helia era...
Le recordaba a una de las muchas mariposas que se colaban a veces en su celda. Frágil y bonita. Delicada y tranquila.
Helia era igual.
Dardo se comía esas mariposas. Y quería hacer lo mismo con Helia. Su lobo le dio la razón.
Dardo tragó saliva. Su nuez subió y bajó, y su respiración se agitó cuando en lugar de seguir con las tijeras, Helia tomó una navaja. Lo agarró rápidamente de la trenza, se puso en pie de golpe, y empujó a Helia contra el lavabo.
—Tranq... —Helia se quejó de dolor cuando Dardo tiró de su agarre más cerca. Sus narices casi se rozaban—. Tranquilo, Dardo —tembló—. Es una navaja.
Dardo respiro hondo. Dulce. Pero aún seguía sin poder descifrar su olor, y eso estaba volviendo cada vez más loco a su lobo.
Cambio su agarre, sujetando su rostro con la otra mano mientras que la izquierda se deslizaba por su tranza suave de cabello. Quitó la goma. Los ojos azules de Helia abiertos de par en par.
—Caleb dijo que tú me habías educado —murmuró ronco y lleno de rabia.
—Más o menos —habló Helia.
Dardo frunció el ceño.
—¿Más o menos?
—¿Podemos hablar de esto más tarde? Cuando te hayas duchado y tranquilizado y no quieras arrancarme la cabeza.
A pesar de lo tranquila y laxa que parecía su figura, Dardo sabía que sus pestañas oscuras estaban temblando.
—No.
—Al menos, dame un espacio para respirar —pidió Helia.
No quería. ¿Por qué no quería? Desde que había despertado, desde que había llegado a la manada, su lobo y él no habían podido quitarle los ojos de encima.
Acarició los mechones suaves de su cabello oscuro.
—Habla.
Dardo no acostumbraba a pedir las cosas por favor, ni siquiera acostumbraba a pedir nada. Se había criado en un mundo en el que el respeto, la amabilidad y el cariño no existían. Había peleado por comida, había matado para proteger a su cría. Había hecho daño para sobrevivir, y no había sentido remordimiento alguno. ¿En serio Helia pensaba que iba a porder encajar en esa manada de luz y color?
—Tus padres murieron cuando eras pequeño, te pusieron al cargo de una pareja Alfa, pero pronto empezaste a rechazarlos —dijo Helia, aún tenía la navaja entre sus dedos. Aún podía atacarlo—. Yo... llegué a la manada por ese entonces, el sanador antiguo me acogió como su nuevo aprendiz, y poco después te conocí a ti.
—¿Cómo? —Dardo inclinó la cabeza. ¿Por qué no podía acordarse de eso?
—Viniste a la enfermería después de haberte metido en una pelea con Alfas. Según Caleb, era la tercera vez que ocurría. Hablé contigo, y por alguna razón... empezaste a escucharme. Eras... un niño complicado.
—Sigue.
Helia hizo el amago de separarse, pero sólo consiguió que Dardo diera un paso más hacia él y lo sujetara con más fuerza de las mejillas.
—Me seguías a todas partes, e imitabas todos mis movimientos. Caleb pensó que sería una buena idea que yo sustituyera a la pareja Alfa y te cuidara.
—¿Cuántos años tenías ahí?
—Once, y tú nueve.
—¿Aceptaste cuidar a un niño, cuando tú también eras uno?
—Maduré muy rápido, de todas formas, sólo estuvimos unos cuantos meses juntos, pronto desapareciste.
Dardo apretó los dedos en torno al cabello de Helia. Sus nudillos se pusieron blancos.
—No me acuerdo de eso.
—Lo sabemos.
Dardo entrecerró los ojos.
—¿Y si yo no soy ese lobo? ¿Y si no soy ese tal... Dardo al que buscabais?
—Mira la piel de tu antebrazo.
Dardo lo observó paralizado.
—¿Qué tiene que v...?
—En tu brazo izquierdo —insistió Helia.
Dardo tiró el aire contenido por su nariz. Tuvo que soltarle el rostro a Helia para poder girar el brazo. En su piel pálida se dibujaban un par de cicatrices viejas que se había ganado a base de desobediencia. Sus bordes eran irregulares y de un color gris.
Helia dejó la navaja en el lavado con cuidado, sus dedos rodearon la muñeca de Dardo mandando una corriente de calor a todas las partes de su cuerpo y señaló una cicatriz en su antebrazo que a simple vista no parecía muy diferente a las demás salvo por su color más rojizo. Luego, Helia giró su brazo.
La misma cicatriz. El mismo tamaño.
Su lobo se movió dentro de su cabeza furioso. Dardo apretó los ojos con fuerza para impedir que saliera. Normalmente, no le importaba que lo hiciera. Su cuerpo era más fuerte que el del humano, y siempre había protegido mejor a la cría que él, pero no quería dejar de tocar el cabello de Helia. De oler.... lo que sea que fuera él.
—Es un pacto de sangre. Tus padres te ofrecieron a Caleb cuando eras un cachorro, y que no se haya desvanecido... significa que nunca has dejado de ser parte de esta manada. No puedo entender el infierno que has pasado, pero quiero que sepas que desde que desapareciste, no hemos dejado de buscarte. Dale una oportunidad a la manada.
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