3. Beta
CAPÍTULO 3:
BETA
Helia apenas podía respirar. ¿Cuántas veces había soñado con este momento? ¿Cuántas veces había imaginado el rostro de Dardo frente a él? Encontrarse de nuevo con su sonrisa traviesa e ingenua. Sus ojos llenos de luz y vida. Y ahora... ese hombre apenas se parecía a Dardo.
Su piel estaba marcada de cicatrices, algunas viejas y pálidas, otras enrojecidas y recientes. Estaba delgado, pero no parecía frágil. Era puro músculo y supervivencia, con cada fibra de su ser tensada al límite. Su cabello le caía enmarañado sobre el rostro, sucio y largo. Y la barba, áspera, le cubría la mandíbula ocultando parte de sus rasgos.
Sus ojos....
Sus ojos no lo reconocían y Helia tampoco a él.
Helia contuvo el aliento cuando Dardo gruñó. No como humano. Como una bestia atrapada en dos mundos.
Dardo forzó sus ojos y sus codos estuvieron a punto de doblarse. Apenas tendría que quedarle algo de fuerza, Helia estaba seguro de que estaba agotado. Llevaba meses, si no años, viviendo en modo de supervivencia y a base de adrenalina y estaba a punto de colapsar.
—¿Dónde estoy? —preguntó Dardo ronco.
Dardo se tambaleó, sus brazos finalmente temblaron. El peso de su cuerpo desnudo cayó sobre Helia. Sintió su aliento errático contra su mejilla, y sus ojos se entrecerraron y volvieron a abrirse, como si luchara por mantenerse despierto.
—¿Quién eres? —repitió Dardo de nuevo y sus dedos se engancharon a las hebras del cabello de Helia, alzó un mechón y lo llevo bajo su nariz— ¿Te conozco?
Helia tembló, incapaz de hablar.
El cachorro gimoteó en un rincón y Dardo lo miró. Por un momento, sus ojos se suavizaron. Un sólo segundo antes de regresar a Helia.
—Dardo... —Helia susurró su nombre con la esperanza de encontrar algo detrás de esos ojos salvajes. Algo que todavía pudiera reconocerlo.
—¿Ese es tu nombre? —gruñó controlando por el rabillo del ojo al cachorro.
—Es el tuyo. ¿No lo recuerdas?
Los dedos de Dardo se enredaron en su cabello, la furia se reflejó en sus ojos cuando tiró con fuerza de él.
—Dime quién eres.
El cachorro lloró otra vez. Su pequeño cuerpo se encogió sobre si mismo, presionado sus orejas contra su cráneo.
Dardo se crispó. Su respiración volvió a acelerarse.
—Está asustado. No te reconoce, ¿cuánto tiempo llevas en tu forma de lobo?
El agarre en su nuca se endureció.
—Respóndeme.
—Helia. Soy Helia.
—Dame un motivo por el que no deba romperte el cuello aquí y ahora, Helia.
—No voy hacerte daño. Si me dejas ayudarte...
Dardo lo interrumpió con un rugido.
—No hemos pedido ayuda —sus dedos ya no estaban sobre su cabello, sujetaban su nuca, se clavaban en ella.
—Pero la necesitáis —respondió Helia tratando de tranquilizar su propia respiración —. La necesitas. Si tú fallas, ¿quién cuidará del cachorro?
Sus dedos se endurecieron.
—Ni se te ocurra amenazarlo.
—No es una amenaza. Se que estás confundido, y que tendrás muchas preguntas, pero antes tienes que comer y descansar. Si no lo haces por ti, hazlo por él.
Dardo sacudió la cabeza. Miró al cachorro aún en el suelo.
—Si alguien le toca un solo pelo...
—No lo harán —aseguró Helia—. Te lo prometo. Estáis a salvo. Detrás de esa puerta hay comida y agua para los dos. Déjame...
Dardo negó.
—Han usado ese truco muchas veces conmigo.
A Helia se le cayó una parte del alma a los pies. Que Dardo confiara en la manada iba a ser mucho más difícil de lo que hacía pensado. No podía acorralarlo con palabras, al igual que tampoco podía asegurarle que allí estarían a salvo.
¿Cuántas personas en ese infierno le habrían dicho lo mismo que él? ¿Cuántas personas le habían mentido y luego golpeado? ¿Cuántas se habían aprovechado de él? No quería saber la respuesta.
Una lágrima solitaria se deslizó por la mejilla de Helia. Se había prometido a sí mismo no llorar. Tenía que ayudar a Dardo. Necesitaba ayudar a Dardo. Pero ese lobo... parecía haber engullido al pequeño que él solía conocer.
El agarre de Dardo aflojó.
—¿Por qué hueles así? —preguntó Dardo, desconcertándolo.
—No se a que te refieres. No tengo olor. Soy un Beta.
—Hueles a...
El teléfono móvil empezó a vibrar en ese momento. Dardo gruñó, bajó la mirada hasta el bolsillo de la bata que se iluminaba y lo agarró antes que Helia.
Helia lo agarró de la muñeca cuando iba a estampar el aparato contra el suelo.
—Si no respondo, entrarán aquí, y no serán amables..
—Has dicho que estábamos a salvo.
—Lo estáis —aseguró—. Pero Caleb tiene que saber que yo también sigo vivo. Me llamará cada media mientras esté aquí dentro y si no respondo a su llamada...
—¿Quién es él?
—Nuestro líder.
Dardo apretó la mandíbula.
—Yo no tengo ningún líder.
El teléfono seguía sonando.
—Deja que responda, Dardo. Por favor.
—No.
—Hazlo por el cachorro. Ya ha sufrido demasiado.
Como si Helia lo hubiera llamado con sus palabras, la cría se acercó lenta y cautelosa a los pies de Helia. Lloró y se acurrucó.
Dardo gruñó, empujó el teléfono contra el pecho de Helia y lo agarró del cuello amenazante.
—Si me estás tendiendo una trampa, te arrancaré la garganta con mis propios dientes —gruñó Dardo enseñándole la dentadura.
Helia sostuvo su mirada lo más tranquilo que pudo.
—No lo es.
El teléfono sonó de nuevo. Dardo gruñó, pero no lo soltó. Y al ver que no lo iba hacer, Helia respondió a la llamada antes de que se perdiera. Su mano temblaba ligeramente.
—Helia —la voz de Caleb sonó urgente al otro lado—. ¿Todo bien?
Dardo lo miraba fijamente. Sus ojos eran negros y opacos y apenas brillaban.
Helia tomó una respiración fuerte. Usó su escudo y su máscara de tranquilidad.
—Sí —aseguró con voz firme—. Todo está bien.
—¿Seguro? Has tardado en responder.
—Dardo ha cambiado. Está... alterado. Pero estamos bien.
Hubo un silencio al otro lado.
—Voy para allí.
—No —respondió rápido Helia.
Dardo hizo un ruido con la garganta.
Helia cerró los ojos un segundo. Era difícil concentrarse en tranquilizar a Caleb y al mismo con la mano de Dardo alrededor de su garganta. Hacía mucho tiempo que nadie lo amanezaba de esa forma y no era plato de buen gusto. Pero sabía que si se apartaba, que si peleaba con él, Dardo tendría todas las de perder, ya que Caleb entraría en la sala y no le costaría nada reducirlo al suelo y dormirlo.
Eso no ayudaría a ninguna de las dos partes. Necesitaba que Dardo confiara en ellos.
—No es necesario. Dardo se siente confuso, tiene muchas preguntas. No es un peligro.
Otro silencio.
—De acuerdo. Llamaré de nuevo, y si no respondes al primer toque, entraré.
La comunicación se cortó y Helia dejó el teléfono sobre el suelo.
—Le has mentido —dijo Dardo, asiendo el agarre que había perdido en su garganta—. ¿Quién te dice que no voy a matarte y a salir corriendo?
Helia apenas pudo controlar su respiración cuando el rostro del Alfa se acercó al suyo.
—Porque te conozco. Si quisieras hacerme daño, ya lo habrías hecho.
Su lobo lo había protegido por alguna razón. Puede que Dardo no recordara su vida en la manada, pero el lobo tenía que sentir algo. El agarre en su cuello aumentó, y luego...
Dardo se tabaleó. Helia lo vio parpadear, su mandíbula estaba fuertemente apretada. El temblor en su cuerpo fue imperceptible al principio, sus labios se separaron, y entonces, Dardo se desplomó.
Helia lo atrapó antes de que su cabeza se golpeara con el suelo. El cachorro lloró acercándose a él y Helia dejó escapar un suspiro temblorosa.
—Estás en casa —susurró Helia.
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