1. Dardo
CAPÍTULO 1:
DARDO
El camión de transporte llegó a las ocho de la mañana. Helia ya estaba fuera de la clínica con la bata blanca esperando. Había preparado la habitación y los instrumentos de cirugía, aunque esperaba no usarlos. Caleb también estaba a su lado. Se había avisado a la manada y dado orden para que no salieran a husmear.
—¿Dónde está Félix? —le preguntó Helia, intentando calmar sus nervios.
—Junto a Ruby, aprendiendo a usar sus nuevas prótesis por el bosque. Me ha costado un poco convencerlo para que no viniera. Aún no sé cómo va a reaccionar Dardo a todo esto.
Hayden bajó del camión.
—Buenos días —saludó el humano moreno.
Caleb le respondió mientras que Helia se quedaba tras él con la mirada fija en la puerta metálica del vehículo.
—Hoy no está mucho más tranquilo que ayer —avisó Hayden.
—¿Cuál es su estado? —Helia se armó de valor.
—Furioso —Hayden rodeó el vehículo—. Desnutrido, tiene heridas antiguas y recientes, le falta pelaje y un trozo de la cola. Las puntas de sus orejas fueron cortadas también —Hayden abrió el candado—. Hemos intentado suministrarle calmantes pero es imposible llegar hasta él sin ser mordido. Tuvimos que atarlo.
—¿Atarlo? —Todo lo que Helia escuchaba estaba mal, y empeoró cuando Hayden abrió las puertas pesadas del camión y el olor a lobo lo abofeteó.
—Para separarlo de la cría.
—¿Lo habéis separado del cachorro? —preguntó Helia temblando ante el par de ojos brillantes y furiosos que destellaban en la oscuridad del compartimento.
—Ese no era el plan, Hayden.
—Necesitábamos comprobar su ADN y darle comida. El cachorro no hubiese sobrevivido una noche más.
—¿Son familia?
—No, pero lo ha adoptado como a su hijo.
—¿Y la gente que les hizo esto? —preguntó Helia.
—En la cárcel. Llevábamos meses siguiéndoles la pista, compraban animales exóticos y los usaban de espectáculo hasta que se cansaban de ellos y dejaban de cuidarlos. Hemos encontrado cadáveres disecados y otros animales maltratados.
—Bestias —pronunció Helia en un susurro.
El lobo dentro de la jaula empezaba a sacar los dientes a sus nuevos espectadores. Era negro rojizo, grande a pesar del estado en el que se encontraba y magullado. Llevaba un collar de metal alrededor de su cuello y una correa atada a una de las barras de las celdas.
Helia observó a su alrededor.
—¿Y la cría? ¿Por qué no los habéis vuelto a juntar?
—Porque tiene que comer. Vuestro amigo ha pasado a un estado de alerta. Según los dueños del circo ya no les era rentable porque había mordido a varios clientes y trabajadores, pensaban matarlo anoche y quedarse con la cría. Estaban a punto de hacerlo hasta que intervinimos.
—Hay que volver a juntarlos antes de que pierda su olor —respondió Helia tragándose las ganas de llorar. Tenía que ser responsable. Tenía que serlo. No podía derrumbarse, ya lo hizo durante toda la noche después de que Caleb le diera la noticia.
—¿Has traído al cachorro? —le preguntó Caleb.
—Está en el otro coche.
—Primero entraremos a Dardo y luego al pequeño, si lo ve ahora intentará hacer todo lo posible para llegar hasta él, incluso herirse a sí mismo.
Caleb asintió a sus palabras.
—Tener cuidado con meter los dedos dentro de la celda, sujetarlo de las asas —Hayden se metió dentro del camión, para ser un humano tenía el temple de un lobo.
Ningún humano de la ciudad hubiese podido permanecer tranquilo junto a una bestia Alfa que gruñía de esa manera. A pesar de ser Beta, Helia sentía sus feromonas rotas, y amenazantes y lo obligaban a retroceder y a esconderse. Sin embargo, no lo hizo. Agarró la jaula de metal y ayudó a bajarla del camión. Suni estaba fuera sujetando la puerta y Helia guió el paso a una de las habitaciones preparadas.
—Puedes llevarte la celda lejos en cuanto salga —le dijo Helia a Hayden.
—¿Vas a sacarlo? —Hayden lo miró cómo si fuera una especie de suicida.
—Helia tiene sus propias habilidades, no te preocupes. ¿Cuánto tiempo necesitas? —le preguntó Caleb a su espalda.
—No lo sé —. Primero, Helia necesitaba calmarse para hacer las cosas bien, y luego intentar calmar a Dardo—. Tiene miedo. Lo habéis separado del cachorro, y el collar y la celda no ayudan. Sé que era la única forma de poder capturarlo pero lo ha puesto a la defensiva. Tampoco me gusta que nos considere una amenaza.
Helia se acuclilló en el suelo para estar a su altura y el lobo se lanzó hacia él. El metal detuvo su ataque. Ese lobo no se parecía en nada a Dardo. Más bien, tenía pinta de ser un lobo salvaje. Uno sin raciocinio, voluntad y cuerpo humano. Una bestia que había sido herida y que mordía para protegerse, ni siquiera estaba reaccionando al olor de Caleb o al de su manada. Sus ojos eran completamente negros y estaban perdidos. El hocico se levantaba para mostrar sus dientes de nuevo y gruñía y salivaba.
Dardo no estaba al mando ahora mismo de la bestia. Estaba escondido, herido en algún lugar de su mente.
Respiró hondo y dejó que el olor de sus feromonas inundara la habitación. Eran feromonas suaves y calmantes, lo suficiente para que Dardo se sintiera un poco más tranquilo. Funcionó al principio, luego volvió a abalanzarse contra la puerta de la celda.
—Traed a la cría y esperad los tres fuera de la cabaña.
—¿Vas a quedarte solo con ellos?
—Necesito ver sus heridas y el alcance de sus cicatrices. A Suni no la conoce, Caleb es Alfa, y tú lo has encadenado. No se mostrará amable con vosotros.
—¿Y contigo si?
—Soy Beta, inferior a él en rango. Me conoce y no le tengo miedo. No tengo que ser una amenaza para él. Necesito crear un ambiente seguro y tranquilo para que Dardo salga. Llevará un tiempo.
—Lo conseguirás.
Caleb llevó a Hayden y a Suni fuera y Helia se puso manos a la obra. No esperaba poder subirlo a la camilla para revisarlo, podía hacerlo en el suelo y trasladar todo el material. Esa cola no tenía buena pinta, las puntas de sus orejas habían cicatrizado bien así que no se preocupó por ellas. En la celda habían restos de sangre, no pensaba que Hayden y los de su equipo le hubieran hecho daño, más bien era obra de Dardo y de cada vez que se lanzaba e intentaba morder a Helia.
—No sabes quién soy, ¿verdad? —Helia suspiró. La pregunta dolía. Dolía verlo así. Dolía ver lo que los humanos le habían hecho.
Helia se recogió el cabello largo en una cola.
—¿Han intentado hablar contigo?
Dardo gruñó.
—¿Puedes entenderme?
Dardo seguía mirándolo con los ojos de lobo. Irracional. Sus músculos estaban tensos y el animal estaba listo para atacar en cualquier momento. La celda era su nuevo hogar y los lobos protegían sus hogares.
—No voy hacerte daño. Soy cómo tú —Helia cambió una de sus garras y la regresó a la normalidad—. Ves. No tienes que tener miedo. Tengo que tratar tus heridas.
Dardo no respondió y Helia tomó eso cómo un sí. Se acercó con cautela a la puerta de la jaula y esparció algunas más de sus feromonas. Sin ninguna amenaza excepto la presencia de Helia, Dardo pareció relajarse lo suficiente cómo para permitir que Helia metiera una mano en su celda.
—No tengo armas, ¿lo ves? Puedes olerme. Me conoces, Dardo. Conoces este sitio, te gustaba mucho pasar el tiempo aquí.
El animal seguía con sus dientes fuera, pero no gruñía. Helia acercó su mano de forma intencional, intentando mantener su cuerpo fuera de la celda. Suerte que su constitución delgada y larga se lo permitió.
El lobo olió sobre la piel de su brazo. Sus fosas nasales se dilataron y Helia recogió su brazo y cerró la puerta cuando escuchó las pisadas.
Dardo empezó a ponerse nervioso. Más que pisadas, habían quejidos y chillidos agudos. Dardo rugió, se estampó contra los barrotes y la puerta de la celda se abrió en el segundo impacto. Se lanzó sobre Helia con las fauces abiertas.
El collar de hierro detuvo el impacto a pocos centímetros de su rostro, Helia corrió hacia la puerta en busca del cachorro. Era más pequeño de lo que había imaginado y delgado, su olor era tan débil que apenas podía percibir si se trataba de un Alfa, un Omega o un Beta. Abrió su celda pequeña y le arrancó el collar que el equipo de Hayden le había puesto también.
El cachorro se movió entre sus brazos, no pesaba más de cinco kilos y Helia le acarició tras sus orejas mientras buscaba alguna herida. Por mucho que apreciara a Dardo, no iba a pasar con un cachorro herido, sin embargo, el pequeño estaba ileso a pesar de la desnutrición. Su pelaje brillaba, sus orejas estaban limpias y no había signos de haber sufrido maltrato.
Dardo tendría que haber estado cuidando muy bien de él.
Se escuchó un rugido proveniente de la habitación y el cachorro castaño se agitó en sus brazos, le clavó las uñas y le hizo un par de arañazos en el hombro, rasgando su ropa, mientras intentaba trepar y escapar de él.
—¿Lo has soltado? —más que una pregunta, Caleb hizo una afirmación.
—Me estaba reconociendo hasta que lo ha escuchado —Helia se giró para volver a entrar en la puerta.
Caleb lo sujetó.
—¿Estás seguro de qué no te hará daño, Helia?
—Sí —mintió, debió sonar convincente porque Caleb lo soltó.
En cuanto Helia abrió la puerta, Dardo saltó, la cadena de hierro se rompió con un chasquido y golpeó a Helia.
El sanador cayó al suelo. Dardo cogió a la cría que no dejaba de sollozar y mover la cola de alegría y la puso tras él, les rugió a Caleb y a Hayden y luego mordió a Helia de la bata y lo lanzó contra la mesa de exploraciones.
Helia se quedó sin aliento cuando el metal impactó contra su estómago, apenas le dio tiempo a recuperarse cuando Dardo estaba de nuevo yendo contra él. Helia se agachó de inmediato tomando una postura gacha y sumisa, evitó mirar a sus ojos y se concentró en la madera del suelo.
Pasaron dos respiraciones antes de que Dardo lo golpeara o más bien eso sintió Helia mientras lo arrinconaba en una de las esquinas de la cuadrante habitación.
—¡Helia! —chilló Caleb su nombre.
El lobo le dio la espalda para rugir al Alfa. Las manos de Helia temblaban, el intenso olor de Dardo era demasiado abrumador para él y hasta que no sintió a la pequeña criatura contra sus pies no se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Levantó uno de sus brazos para que Caleb viera que seguía vivo y consciente.
—Estoy bien —habló sin alzar la voz.
Los oídos del lobo fueron hacia atrás.
—No me hará daño. Dejadnos solos.
—Helia, no me hace ninguna gracia dejarte solo con...
—Estoy dentro de su círculo de protección —aclaró, su voz firme, su pecho temblando—. No me hará daño —repitió sin tenerlo tan claro.
Dardo siempre había sido impulsivo, y ahora mismo, no sabía muy bien hacia dónde estaba yendo.
—Necesito hacerlo volver, Caleb. Por favor... —suplicó con su voz.
—Y yo necesito que salgas de esta habitación entero.
—Tengo mi móvil en el bolsillo, si ocurre algo te llamaré enseguida.
—¿En serio estamos planeando dejarlo a solas con él sin ninguna atadura? —Hayden habló y Dardo se erizó y apretó su gigantesco cuerpo contra Helia —. Mis hombres tienen dardos tranquilizantes, puedo hacer que...
—¡No! —chilló Helia. El cachorro saltó a sus brazos—. Nada de armas, Caleb. Lo haré volver, confía en mí. Pero necesito tiempo, no sé cuánto, pero lo necesito.
El cachorro intentó trepar de nuevo.
—De acuerdo. Pero tendrás que enviarme un mensaje cada media hora, en el momento en el que deje de recibirlos entraré y haré lo que haga falta para reducirlo.
—Entendido.
—¿Necesitas algo más? —le preguntó.
—Agua y comida. Y aleja a todo el mundo de aquí.
—Eso ya lo había pensado.
Se cerró la puerta y las últimas voces dejaron de escucharse. Dardo gruñó una última vez antes de dar media vuelta. Agarró a la cría del pescuezo, la dejó en el suelo, y el cachorro busco un sitio bajo sus patas mientras que Helia lo sentía acercarse a él.
Helia cerró con fuerza los ojos.
Tal vez, él fuera la carne, y sólo lo había estado protegiendo de las amenazas para comérselo. Tal vez.
Helia sintió algo húmedo rozar su mejilla y descender por su cuello. Abrió los ojos débilmente y luego se abrieron cómo platos cuando Dardo hundió los dientes en su ropa y tiró de ella hasta romper parte de su camiseta y bata.
Era la comida.
De eso ya no había duda.
Se preparó para ser devorado.
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