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Capítulo 40

—¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Tú dijiste que habías cambiado y que solo ibas a boxear  porque querías encontrar algo que perdiste! Fui una idiota por confiar en ti. —El enoja era evidente en las palabras de Alejandra. Durante la madrugada de ese mismo día Rachel llegó del Distrito 7 sin decir una palabra. Lo primero que Ale vio al escuchar todo el escándalo que su amiga montó en su llegada fue a Ray sentada en silencio sobre el sofá con el cinturón en una mano y una cara de total desapego por el mundo que la rodeaba. —¡Di algo! ¿Por qué te quedas callada? —Las lágrimas no tardaron en hacer presencia deslizándose sobre las mejillas de Ale quien ya no soportaba mirar así a su amiga. —Fue hermoso; no lo crees? Ver a Jessica luchar hasta el final pese a saber que no tenía ni la más mínima oportunidad de ganar. Ese deseo por vivir es lo más cerca que he estado de encontrar lo que busco... —El monólogo de Rachel fue bruscamente interrumpido por Alejandra con un grito que le exigía callarse y dejara de actuar como una psicópata según las palabras de la mujer. —Basta, basta por favor. Esta no eres tú Rachel... ¿Qué te sucede? Por favor devuélveme a mí amiga. —Ale cayó de rodillas envuelta en llanto negando con la cabeza rogando que esa mujer que reposaba delante de ella no fuera su amiga que conocía desde su niñez. Su mirada en el suelo la hicieron ver los pies de la mujer que se levantó y caminó hasta reducir la distancia sin percatarse cuando lo hizo. —Alza la mirada  porque sigo siendo yo, nada ha cambiado y no lo hará sí yo no lo permito. Sólo que ahora encontré la verdadera belleza que puede existir en el mundo y me di cuenta que el boxeo es el medio por el que puedo crear esa sensación que solo yo puedo disfrutar. —Alejandra levantó la mirada con miedo topando con una Rachel que nunca antes había contemplado. Sus ojos brillaban con un rojo color sangre y una sonrisa macabra recorría los extremos de sus cachetes dando como resultado una expresión monstruosa. —No tienes que preocuparte más por mí. Me iré de tú casa y me mudaré al centro de la ciudad. Sólo así podré seguir con mi búsqueda. —No hubo mas palabras en el transcurso de la madrugada hasta la salida del sol cuando Rachel terminó de empacar todas su cosas sin distracciones.

—Espera Ray, ¿Qué fue lo que te sucedió? Tú no eras así... No te vayas. —Las tristes declaraciones de Alejandra parecían ser inútiles ante la indiferencia que mostraba la mujer hasta que por breves segundos una ventana de humanidad se abrió en la coraza de hielo que era Rachel. —No lo sé, pero este es el camino que elegí y quiero llegar hasta el final... Escucha amiga, no importa que es lo que pase al final porque siempre seremos mejores amigas. —Rachel Williams salía del pequeño departamento en el que había vivido tantos momentos en compañía de Alejandra y muy en el fondo le dolía tener que abandonar ese lugar que fue su refugio durante muchos años. —Estás segura que está bien que me quede? No quiero abusar, solo estaré un par de semanas. Lo prometo. —Rachel aún recordaba el día en que su amiga le abrió las puertas de su hogar cuando el mundo vio lo peligrosa que podía ser La Bestia. —¡Claro amiga, puedes quedarte todo el tiempo que tu quieras! Sera genial tenerte aquí; imagina todo lo que podríamos hacer y a todos los chicos que podríamos traer. —Las remembranzas del pasado carcomían por dentro la mente de la mujer que escapaba de su hogar para adentrarse en el viaje de una nueva vida de la que no estaba segura cual seria el punto de meta. —Pasa Ray, puedes quedarte todo el tiempo que quieras... 

—Bienvenida preciosa, a partir de hoy este será nuestro palacio y donde tu serás mi reina. —La puerta de una hermosa casa de tres plantas abría paso a una pareja de enamorados que veía con expectación el inicio de su vida juntos. —Umh es muy grande para nosotros dos, no? —Preguntó la mujer un poco incomoda por el cambio pero adentrándose al lugar sosteniendo un par de valijas. —Para nada, podemos buscar mas casas hasta que encontremos la que mas te guste... Aunque creo que esta es perfecta si me lo preguntas a mi. —La sonrisa del novio daba la impresión de alejar con facilidad las incertidumbres del paisaje triste que se daba a tener la nueva casa. —No importa, tienes razón. Esta casa es perfecta. Lo que pasa es que me siento un poco melancólica por dejar el departamento de Ale... Sabes que, ¡Al diablo! Ella no podría entender nuestra forma de ver la vida y de este camino, verdad? —Los brazos de Dorian Mark rodearon por detrás la cintura de su amada recargando su cabeza sobre el hombro de ella besando su cuello. —La mudanza tardara en llegar hasta mañana pero, podríamos ir a estrenar el cuarto principal, no sé, tal vez tu atento novio pidió que primero trajeran la cama. —Caminando con dirección a las escaleras, Rachel freno en seco dejando en duda a Mark. —No, hoy no quiero nada de sexo, Mark. Todavía no hemos hablado de cual será mi nuevo gimnasio y prácticamente acabamos de llegar del Distrito 7. Esta bien si solamente dormimos en paz? —Los suspiros del criminal aceptaron las condiciones que Rachel ponía, ya la noche lluviosa el cielo era prácticamente cubierto por las nubes negras y a falta de cortinas la pareja veía en silencio como las gotas del aguacero golpeaban su ventana como queriendo entrar. —¿Qué ocurre? Te noto preocupada desde hace rato y ya llevas horas dando vueltas en las cama. —Preguntó Mark girándose sobre su novia y tomándola entre sus brazos que se sentían inusualmente cálidos. —Ale reaccionó muy mal cuando me vio llegar a su casa y tengo miedo de como vaya a ser la reacción de mi madre. Voy a entrenar un poco, tal vez eso me ayude a conciliar el sueño...

—Espera, no tienes que alejarte para ir a pensar. Ven aquí y me voy a asegurar de alejar todas las preocupaciones de tu cuerpo. —Mark se levanto junto a su novia tomando de ella su brazo y juntando sus miradas. El calor de las manos de Dorian se había disipado. —Mark te dije que no quiero coger... —Rachel fue interrumpida abruptamente al ver a su novio sujetar un frasco de las infames pastillas que sumieron en miseria al distrito. —¿Qué dices, preciosa? Una no te hará daño.

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