xxxvii. goodbye after goodbye
xxxvii.
adiós tras adiós
Realmente creí que podríamos sobrevivir a esta guerra todos nosotros. Fui una ilusa.
Extracto del diario de Aura Potter,
septiembre de 1981
Desde el momento en que Jason apareció en su vestíbulo, pálido y tembloroso, Aura supo que algo había salido terriblemente mal.
Su mejor amigo se dejó caer tan pronto como la vio y Aura tuvo que sostenerle entre sus brazos para evitar que se derrumbara. Jason jadeaba y parecía ser incapaz de dejar de sufrir escalofríos. Aura se sentó en el suelo cuidadosamente, abrazándole y sujetándole con fuerza.
—Jace —susurró—. ¿Qué ha pasado?
No fue capaz de mirarle a los ojos. Aura advirtió que los tenía llenos de lágrimas. Jason tragó saliva antes de balbucear:
—Es S-Se-Selena...
Y Aura lo supo. Un «no» escapó entre sus labios. Esperó a que Jason le dijera que no, que no le había entendido correctamente. Aquello no podía ser verdad.
Pero lo era.
Selena Ross estaba muerta.
El sentimiento que había invadido a Aura tras la muerte de Marlene se multiplicó después de la de Selena.
Era incapaz de comprender cómo Selena, la chica a la que había conocido en el Expreso de Hogwarts, en sus inicios en la escuela, a la que había visto aprender a volar en escoba y jugar el quidditch, en la que había visto crecer poco a poco el interés por la sanación, a la que había nombrado madrina de su hija y de cuya hija era madrina... Estaba muerta.
Y ni siquiera había podido ir a su funeral.
—Mami, ¿lloras? —le había dicho Vega, abrazándose a su pierna con fuerza—. ¿Qué pasa?
Había tenido que explicarle, muy lentamente, que su madrina ya no volvería, al igual que Marlene. Se había ido. Para siempre. Vega tenía un mejor conocimiento de la muerte del que los niños debían de tener a su edad. Aura se detestaba por ello, pero era normal. Estaba creciendo en medio de una guerra, después de todo.
—¿Está con tía Marlene? —preguntó la niña, en voz muy baja. Sus ojos se habían llenado de lágrimas.
Aura sintió su corazón estrujarse.
—Sí, estrellita —murmuró, abrazándola—. Está con tía Marlene.
Todos se reunieron en casa de Aura y Sirius después del funeral. Jason, Lily, Peter, Remus, Dorcas y Mary acudían desde él, igual que Sirius; Aura, James y Ariadne tuvieron que aguardar en la casa a su llegada.
Ninguno había pronunciado palabra. Lily estaba sentada en el sofá, con la mirada perdida. Mary y Dorcas, junto a ella, mantenían la cabeza gacha. Jason estaba inmóvil mirando por la ventana, con Remus justo al lado. El rubio apoyó la cabeza en el hombro del licántropo. James y Ariadne se daban las manos en silencio, Peter permanecía apartado con aspecto abatido y Sirius rodeaba a Aura con sus brazos. El silencio era asfixiante, pero nadie hablaba, porque sabían que lo que vendría luego sería peor.
Aura solo podía pensar en Susan, en Lily, en Jason. Una niña huérfana más, un corazón destrozado más, un padre solo más, todo gracias a la guerra. Y aquello no parecía ir a cambiar en el futuro próximo. Sintió una punzada al contemplar al resto de personas en la sala, porque su mente rápidamente formuló una pregunta que no necesitaba hacerse.
¿Quién de ellos podría ser el siguiente?
—No podemos seguir así.
Las palabras de Sirius le pillaron por sorpresa. Sintió un escalofrío recorrerla al escuchar el tono de voz de su esposo. Era frío. Asustaba. Él se aferró a ella con un poco más de fuerza.
—Hay un traidor en este grupo —dijo él, muy despacio—. Es algo que llevo unas semanas pensándolo, desde que Marlene... —La voz le murió. Tragó saliva. Todos se habían girado hacia él y le contemplaban, muy serios, muy pálidos, muy cansados—. Tiene que ser alguien de nosotros. Solo nosotros sabíamos dónde se refugiaban Marlene y sus padres, solo nosotros sabíamos que Selena estaría en aquella misión. Solo nosotros y Thorne, Moody y Dumbledore, pero me atrevo a decir que ninguno de ellos es el espía. De modo que tiene que ser alguien de este grupo.
—¿Estás acusando a uno de nosotros? —dijo Mary, con la mandíbula tensa. Los otros también parecían nerviosos. ¿Uno de ellos, traidor?—. ¿O solo es una suposición infundada?
Aura levantó la mirada y supo que lo iba a decir. Se apartó al instante. No habían hablado más de aquel asunto desde la discusión que tuvieron cuando Sirius le confesó sus sospechas. A Aura no quería ni pensar en el asunto. ¿Cómo podía Sirius estar pensando en algo así? ¿Cómo podía pasársele por la cabeza el acusar a uno de sus amigos más cercanos?
—Sirius, no lo hagas —advirtió.
Lo hizo de todos modos.
—Los licántropos han estado participando mucho en los ataques de mortífagos últimamente, ¿no, Lunático?
Remus palideció incluso más. Jason, que seguía apoyado a éste, dirigió a Sirius una mirada furibunda.
—No digas estupideces, Black —bufó el Hufflepuff, con los ojos enrojecidos por la falta de sueño y las lágrimas—. No es momento para esto. No ahora.
—Lo digo en serio, Bones —replicó Sirius—. Llevo pensándolo semanas.
—Sirius, es suficiente —dijo Aura, tragando saliva.
—No —respondió él, sin siquiera mirarla—. No mientras tú, las niñas, James, Ari y Harry estéis en peligro. No mientras...
—¿Crees que podría venderles? —La voz de Remus sonó incluso más herida de lo que esperaba—. ¿A Aura, a James, a Ariadne? ¿A los niños? —Miraba a Sirius dolido. Y enfadado—. ¿Y lo crees porque soy un hombre lobo?
—¿No comprendes mi punto? —espetó Sirius.
—¡Obviamente no! —exclamó Remus, indignado—. ¿Y si yo fuera diciendo que tú eres el traidor porque eres un Black? ¿Qué dirías?
—Yo no vendería a mi esposa y a mis hijas ni a...
—¡Yo tampoco los vendería! —gritó el licántropo. Todos observaban en silencio, en mudo asombro—. ¡Son mis mejores amigos, Sirius! ¡Yo no...!
—¿Y quién sería si no? —Sirius también elevó el tono de voz. Aura le susurró un «basta ya», pero él la ignoró—. No quiero creer que seas tú, Lunático, pero ¿quién de nosotros...?
—¿Papá?
Fue como si Sirius enmudeciera de golpe. Diez pares de ojos fueron hacia Vega, que observaba inmóvil desde la entrada del salón la pelea. Sirius tragó saliva, Aura forzó una sonrisa.
—¿Te has aburrido de jugar, estrellita? —dijo, en un falso tono tranquilo—. ¿Y Nova y Harry?
—Durmiendo —explicó la niña, contemplando la escena con atención—. ¿Papi, estás bien?
Aura hundió el codo en las costillas de Sirius al ver que éste no respondía.
—Claro que sí, estrellita —se apresuró a decir, hablando atropelladamente—. ¿No quieres seguir jugando arriba?
Vega se lo pensó un momento. Súbitamente, sonrió y se volvió hacia Remus con una amplia sonrisa en el rostro.
—¿Juegas conmigo? —preguntó, avanzando directamente hacia él—. Hoy yo tego chocolate.
Sirius tragó saliva.
—No sé si...
—Sirius, es suficiente. —James sonaba enfadado de verdad, como Aura nunca le había escuchado—. Para ya.
—Ve a jugar con el tío Remus, Vega. —Aura le dirigió un asentimiento al licántropo, que permanecía rígido junto a Jason. Respiraba entrecortadamente—. Yo subo ahora.
La sala permaneció en absoluto silencio conforme Remus avanzaba lentamente hasta Vega, quien tomaba felizmente su mano y tiraba de él hacia afuera. El castaño tuvo la prudencia suficiente como para cerrar la puerta al salud; los gritos empezaron justo después.
—¡¿ACASO PIENSAS ANTES DE HABLAR?! —Ariadne tuvo que ponerle la mano en el pecho a James, solo por precaución. Aura jamás había visto a su hermano tan furioso—. ¡Por Merlín, Sirius! ¿Se puede saber qué pretendías con esto?
—¡Estoy intentando protegeros, a vosotros tres, a nosotros y a todos los que estáis aquí! —replicó Sirius, furibundo—. Ya hemos perdido a Marlene y Selena. No quiero que sea nadie más.
—¿Y qué mierda de argumento es que es un hombre lobo? —espetó James—. ¿Acaso no le conocemos lo suficiente como para saber que no podría hacer algo así?
—¡Por esa regla de tres, ninguno de nosotros lo haría! ¡Yo no quiero creer que ninguno de nosotros lo sea! —Sirius negó con la cabeza—. Lily y Mary no pueden ser; son hijas de muggles. Dorcas no le hubiera hecho eso a Marlene. —La nombrada se estremeció al escuchar su nombre—. Eso deja a Jason, Remus y Peter.
—Yo nunca os traicionaría —dijo rápidamente el tercero, verdaderamente asustado—. Ni ninguno de los demás. Sirius, ninguno puede ser...
—Yo no os vendería. —Jason habló con voz lenta, grave—. Ni a vosotros ni a Sel o Marlene. Lo sabéis. Del mismo modo en que sabéis que Peter no lo haría, tampoco Remus. Si empezamos a acusarnos unos a otros, solo empeoraremos esta situación.
—Pero uno tiene que ser el culpable, Jason —replicó Sirius—. Y, por mucho que odie decirlo, que Remus sea un hombre lobo solo hace que sospeche más de él. Sabéis cómo los licántropos han estado ayudando a Voldemort en los últimos meses. La misión de Remus...
—¿Qué misión? —preguntó Ariadne, frunciendo el ceño.
—Le han encargado hacer de espía entre los hombres lobo, planear cuáles son sus intenciones al unirse a Voldemort. Lo descubrí hace unos días. ¿Alguno de vosotros lo sabíais?
Silencio. Aura miró a Sirius, sin poder creer que estuviera diciendo aquello. O que le hubiera ocultado aquella información.
—Yo sí —dijo finalmente Jason. Pero ninguno de los demás habló; nadie lo sabía, a excepción de él.
—¿No es curioso que, además de Jason, nadie estuviera al tanto? —Más silencio—. ¿Por qué no nos lo contó? ¿Para no preocuparnos o para ocultarnos lo que estaba haciendo? Para un espía no es difícil cambiar de bandos, ¿no?
—Dicho así... —empezó Peter.
—No sigas, Colagusano —interrumpió James.
Pero Peter no parecía ser el único en estar dudando. Aura lo veía en las expresiones de Jason y Dorcas también. Incluso Mary vacilaba.
—Es suficiente —dijo entonces, negando con la cabeza. Se apartó de Sirius y contempló a todos los presentes en silencio unos instantes, tratando de parecer lo más severa posible—. Nadie más va a acusar a Remus en mi casa. Es nuestro amigo. Y este no es momento para empezar a sospechar unos de otros. Hemos empezado a Selena y Marlene. —Sentía como si tuviera una herida abierta en el pecho—. Tenemos que mantenernos juntos, no separarnos aún más. No voy a escuchar ni una sola palabra más. —Sus ojos fueron hacia Sirius, ahora más furiosos que antes—. Hablaremos luego.
Salió del salón sin decir más. Nadie fue tras ella, cosa que agradeció. Quería hablar con Remus. Tuvo que detenerse en lo alto de las escaleras a tomar aire. Realmente le dolía el pecho. Y no era el dolor que había sentido otras veces, cuando creía que todo le superaría, que la angustia que sentía la aplastaría y le robaría todo el aire de los pulmones.
Era un dolor diferente, más cercano al que había sentido tras la muerte de sus padres que otra cosa. Solo que esta vez dolía más, como si hubiera crecido con el tiempo y, ante aquellas nuevas pérdidas, hubiera regresado. Aura inspiró hondo, aguardando a que mitigara. No lo hizo.
Finalmente, viendo que aquello no llevaba a ningún lado, fue en busca de Remus y los niños. Quería asegurarse de que él estuviera bien.
Al abrir la puerta de la sala de juegos, encontró a los dos pequeños en la cuna. Remus estaba sentado en el suelo, con la espalda pegada en la pared. A su lado, Vega le contemplaba con preocupación. Tan pronto como vio a su madre, corrió hacia ella.
—¡Mamá, mamá! —exclamó, en tono urgente—. ¿Tienes pañuelos y chocolate?
A Aura casi se le escapó una sonrisa. Sin decir nada, pasó junto a Vega y se sentó junto a Remus. Su hija se apresuró a sentarse sobre su regazo.
—No creas ni por un segundo que pienso que seas el traidor —fue lo primero que dijo Aura, al tiempo que acariciaba la cabeza de Vega—. Remus, te juro que...
—No tienes que jurarme nada —murmuró él. Tenía los ojos enrojecidos y se notaba el rastro de las lágrimas por sus mejillas—. Entiendo que Sirius desconfíe. Supongo que los otros desconfiarán igual. No importa.
—Sí que importa, Remus —protestó Aura—. Necesito que sepas que confío en ti. No es momento de que nos separemos, lo acabo de decir abajo. No voy a dejar que te acusen de algo tan grave con un motivo tan absurdo. —Le miró, enfadada, aunque no con él—. Sirius debería saberlo ya. Se lo dije.
—Ya lo sabías ya, ¿no? Le has intentado parar.
—Desde hacía un tiempo —admitió Aura, agachando la cabeza—. Pero no sabía lo de tu misión.
Remus apretó la mandíbula.
—Nadie lo sabía, solo Jason. Se lo dije a Sirius hace unos días, n-no pensé...
—¿Por qué no lo dijiste?
Él esbozó una mueca.
—No quise preocupar a nadie. Y... —Hizo una pausa en la que negó con la cabeza—. Sabes que no me gusta lo de... Relacionarme con los míos, ya sabes. Muchos de ellos viven completamente salvajes. Solo disfrutan... atacando, matando. No quería que supierais que estaba acercándome a ellos. Solo se lo dije a Jason porque tenía que explicarle por qué no estaba durmiendo en su casa últimamente.
—Lo entiendo —murmuró Aura, que había captado a la perfección la repugnancia en su voz—. Pero...
—Sirius no lo hará, no cuando está ya tan seguro de que yo soy el espía. —Remus sonrió débilmente—. Lo sé.
—Hablaré con él —prometió Aura.
—No te preocupes, Arión —suspiró Remus—. Entiendo lo que le ha llevado a pensar esto. Quiere protegeros... Y ya no sabe qué hacer.
Aura agachó la cabeza. Sabía que Remus tenía razón. Eso no excusaba lo que Sirius había dicho, mucho menos delante de todos sus amigos. ¿Más de ellos sospecharían de Remus ahora? Aura no lo dudaba. Peter, Jason, Dorcas... Había visto la duda en sus rostros. Si todos ellos comenzaban a creer que Remus era el espía...
—Remus, no estés triste. —La voz infantil de Vega acabó con el silencio que había caído entre ambos. La niña sonaba verdaderamente preocupada—. Puedo ir a buscar un pañuelo. ¿De verdad no quieres chocolate?
Ambos adultos sonrieron al escuchar lo convencida que sonaba, como si estuviera completamente segura de que el chocolate y un pañuelo solucionarían todo.
—Está bien —terminó aceptando Remus.
—Lo que hiciste fue horrible.
Sirius había mantenido un silencio huraño durante la última media hora. Todos se habían marchado poco antes de cenar y, desde entonces, ninguno de los dos había intercambiado apenas palabra. Habían acostado a las niñas y ellos mismos se habían ido a la cama, pero ninguno de los dos había conciliado el sueño aún.
—Os estaba protegiendo.
—No nos proteges haciéndonos dudar unos de otros. No tienes ninguna prueba sólida de que Remus sea el espía.
—¿Quién si no, Aura?
—No lo sé. Lo único que sé es que no es Remus. —Aura negó con la cabeza. Sonaba decepcionada, más que otra cosa—. ¿Cómo pudiste siquiera considerarlo, Sirius, por Merlín?
Sirius guardó silencio. Aura se volvió hacia él y, en medio de la penumbra del dormitorio, le vio suspirar y ocultar el rostro entre las manos. Ella misma soltó un suspiro y se acercó más a él, haciendo desaparecer el espacio que habían creado entre ellos al instalarse cada uno en un extremo de la cama.
—Sé que lo único que quieres es que nos pase nada, Sirius. Pero no lo conseguirás así.
—¿Cómo si no, Aura? —Sonaba más desesperado de lo que había dejado ver hasta el momento—. Tengo que intentar hacer algo, por Merlín. La Orden no está consiguiendo nada. Es cuestión de tiempo que tengamos que mudarnos otra vez. Y ya hemos hablado más de una vez de que no podemos seguir indefinidamente así. Ya hemos perdido a Marlene y Selena. Si alguno más de nosotros...
Aura suspiró. Le rodeó cuidadosamente con sus brazos, apoyando la cabeza en su pecho y permitiéndose escuchar el rápido ritmo de su corazón. Sirius apartó finalmente las manos del rostro y las bajó, despacio, hasta ella, abrazándola con fuerza.
—No puedo permitir que os pase nada, Aura —susurró—. Ni a ti ni a las niñas. Ni a James, Ari ni Harry. No puedo.
—Pero tampoco puedes destruir tu amistad con Remus, Sirius, no por algo así. En el fondo, sabes que no es él.
No obtuvo respuesta.
—Vamos a encontrar la manera de protegernos mejor, Sirius. Pero no va a ser destruyendo nuestro grupo de amigos. Ahora, nos necesitamos más que nunca. Lo sabes.
—Sí —murmuró él, muy despacio—. Lo sé.
Pero daba la sensación de que no le importaba.
Al día siguiente, Aura encontró a Jason durmiendo en el sofá. Al despertarse, gracias a que Vega le saltara encima, éste le contó que había tenido una enorme pelea con Remus, que le había llevado a irse del piso que ambos compartían desde hacía unos cuantos meses. Jason también creía que él era ahora el espía. Sirius había logrado convencerle.
—No quiero creerlo, Aura, pero soy incapaz de mirarle ahora sin dudar —le confesó, sin atreverse a mirarle a la cara—. Sin pensar en que él puede ser el culpable de la muerte de Sel, que podría venderos a ti y a las niñas. No creo que pueda dejar de verle así, no ahora.
Cuando Aura, buscando cambiar de tema, le preguntó por Susan, le dijo que él y Lily aún estaban tratando de decidir qué hacer. Por el momento, la habían dejado bajo el cuidado de los padres de Selena, a quienes les consolaba un poco el tener a su nieta con ellos para sobrellevar la pérdida.
La situación solo fue empeorando conforme septiembre avanzaba. Más muertes, algunas que les pillaban muy de cerca. Demasiado de cerca, de hecho. Y que solo contribuían a que el agujero que Aura sentía abierto en el pecho fuera expandiéndose más y más.
Primero, fue Melina Nott. Atacada por un grupo de mortífagos mientras se adentraba en el Callejón Knockturn para una misión. Su cuerpo apareció dos días después en un barrio muggle; de no haber sido por la varita y por su característico pelo rubio, les hubiera costado identificarla. Fue un duro golpe para la Orden. Aura se atrevió a salir de casa para visitar a Samuel Nott y sus dos hijos, ambos más pequeños que Vega, Michael y Theodore. Sabía que no había palabras de consuelo posibles en aquella situación, pero hizo lo que pudo y le aseguró al ahora viudo que, siempre que necesitara ayuda con los niños, su casa le recibiría con las puertas abiertas y dos niñas siempre dispuestas a jugar.
Edgar y Roxanne Bones, junto a sus dos hijos mayores, les siguieron. Aura apenas era capaz de creérselo cuando lo descubrió. Fue por Jason, de nuevo, quien apareció en su casa con aspecto completamente aturdido y fue incapaz de formular una frase en horas. La más pequeña de los hijos, Jessica, de la edad de Vega, se salvó de forma milagrosa, tras ser ocultada en un armario por su madre. Los otros dos niños no tuvieron tanta suerte.
«Eran niños, solo niños», pensaba Aura una y otra vez, mientras contemplaba con el corazón roto a un Jason destrozado tratar de peinar correctamente los rizos rubios de su sobrina menor para el funeral de su familia. Jessica llevaba días llorando sin parar, llamando a sus padres y hermanos. Vega, que no soportaba ver a otra niña así, había tratado de animarla de todos los modos posibles, pero había resultado una misión fallida. Aquello había entristecido infinitamente a la pequeña.
—Quiero ayudarla —le dijo a su madre, muy apenada—. Quiero hacerle sonreír.
Y Aura solo había podido darle un beso y decirle:
—A veces, estrellita, tienes que dejar que la gente llore. Nunca es para siempre. Te prometo que, dentro de poco, Jessica sonreirá y jugará de nuevo. —Y deseaba no equivocarse. Lo que era más difícil era que Jason sonriera.
Una tercera noticia horrible llegó antes del fin de septiembre. Cuando Aura supo que el nombre de Dorcas Meadowes se unía a la lista de pérdidas de la Orden, esta vez asesinada por el mismo Voldemort, se dijo que tenía que estar soñándolo. Que tanta tragedia había hecho que creyera que había muerto, cuando no era así. Pero lo era, y tanto que lo era. Y Aura solo sentía que aquel dolor en el pecho la tragaría por completo.
Sirius le dijo que la habían enterrado junto a Marlene. Aura solo pudo asentir. Comenzaba a pensar que no sobreviviría ni aunque no sufriera ningún ataque de Voldemort o sus mortífagos: el dolor que sentía amenazaba con acabar con ella.
—Eso es el amor post mortem —le dijo Ariadne cuando, en una de sus visitas, se atrevió a confesarle aquello. Había cosas que podía decirle a su cuñada que jamás diría a nadie más. Ni siquiera a Sirius, Jason o James. Ariadne tenía un modo de ver las cosas muy distinto al de ellos tres. Era lo que Aura necesitaba en aquellos momentos—. Es la maldición de tu familia, Aura. La he visto también en James. No puedes hacer otra cosa que resistir a ella.
Pero parecía que no podría, que el dolor la sumergiría y ahogaría. Trataba de aferrarse a las alegrías más pequeñas: Vega y su pared de los dibujos, Altair, que ya se ponía en pie y comenzaba a corretear por la casa. Pero, mientras sentía que todo se desmoronaba, era imposible.
Sirius lo intentaba, claro que lo intentaba. Ayudarla, consolarla, estar ahí para ella. Pero Aura se sentía demasiado triste y cansada, y él solo podía preocuparse más y más. Y también desconfiar más y más.
Remus no regresó a su casa después del funeral de Selena.
—Sirius —le llamó ella en una ocasión.
—¿Sí?
Aura llevaba ya un par de semanas dándole vueltas a un asunto importante que sabía que no podrían dejar atrás. Necesitaba decírselo a Sirius, porque él también debía de haberlo considerado. Y, si no lo había hecho, necesitaba que lo hiciera.
—Creo que ha llegado el momento de aceptar que es bastante probable que, tarde o temprano, nos acaben encontrando.
—No sigas.
—Tengo que seguir —replicó ella, sin mirarle a los ojos—. Porque tenemos que ver qué pasará con las niñas en caso de que eso suceda. Necesito saber que podrás buscar ayuda con ellas si lo necesitas, porque no pienso dejar que a ninguna de las dos...
Sirius la hizo callar besándola, pero fue un beso cargado de tanta tristeza que solo dio a Aura más ganas de llorar. Y así lo hizo, mientras dejaba que él la abrazaba, sin saber cómo consolarla, porque él mismo sentía que todo se desmoronaba.
—No quiero que esto siga, Sirius —susurró, la herida del pecho ardiendo más y más—. No puedo.
—Ni yo —respondió él, con la voz rota—. Ni yo.
—Tenemos que salvarlas. —El miedo que se había instaurado en ella tras el asesinato de los Bones se manifestó—. Si algo les pasa...
—Nadie les tocará un pelo —casi gruñó Sirius—. No a nuestras niñas. Tenlo por seguro.
De ese modo, cuando Albus Dumbledore acudió a ellos, así como a James y Ariadne, con la propuesta de un encantamiento que sirviera para ocultarles a ojos de todos, no se lo pensaron dos veces.
El encantamiento Fidelio era complicado, pero nada que no pudieran realizar. Requería únicamente de la ayuda de una persona que accediera a guardar el secreto de su ubicación y únicamente se lo revelara a aquellos en los que confiaran: un guardián en quien ponían sus vidas.
La opción obvia era Sirius. Así lo señaló James. Entonces, él propuso que aprovecharan que él sería quien todos esperarían que escogieran para confundir a Voldemort y sus seguidores. Que eligieran a otro, pero sin decirle a nadie que aquel guardián no era Sirius. Y así lo hicieron. Pocos días después, ya se preparaban para trasladarse.
La risa de Vega resonaba por toda la casa. Un sonido extraño, teniendo en cuenta los tiempos en los que vivían.
Aura había hecho lo imposible por mantener a su hija alejada de la tragedia de la guerra. Había cosas que no podía evitar que ella descubriera, pero trataba de mantenerla aparte de los detalles más macabros de aquellos tiempos.
La madre, con ojeras en el rostro y una sonrisa levemente forzada, iba tras la niña, que corría por toda la casa, pretendiendo que su madre la persiguiera.
—¡No vas a pillarme, mamá! —gritó, divertida—. ¡Nova sabe que voy a ganar!
Pero su risa terminó al ver a su madre tropezar con uno de los juguetes que había dejado tirados por el pasillo. Rápidamente, dio media vuelta y corrió hasta su madre.
—¿Estás bien? —preguntó, ya con los ojos llenos de lágrimas.
Aura tenía una mueca de dolor en el rostro.
—Lo siento, estrellita —suspiró, tomando la mano de su hija—. Mamá está demasiado cansada para jugar.
Vega se sentó a su lado, en el suelo, y apoyó la cabeza en el brazo de su madre.
—¿Es porque corro mucho? Puedo correr menos.
Aura sonrió al escuchar a su hija decir aquello. Con cariño, le enjugó las lágrimas.
—Son cosas de mayores, Vega.
—¿Por eso papá tiene que irse tantas veces?
Suspirando, Aura asintió.
—Pero mira el lado bueno, nos vamos a mudar pronto —dijo, tratando de animarla, aunque su tono alegre salió forzado—. Una casa nueva, puede que con jardín. ¿Qué opinas?
—¿Otra vez? —preguntó Vega, frunciendo el ceño—. Pero Nova es demasiado pequeña y aún no conoce mi pared de dibujos. ¿Por qué no esperamos a que crezca?
—Haremos otra pared de dibujos en la nueva casa, te lo prometo —respondió Aura, dándole un beso y abrazándola—. Te gustará la nueva casa. Te lo prometo. Y puede que incluso salgamos a pedir chuches en Halloween si todo va bien, ¿vale?
Solo quedaban un par de semanas para aquel día. Aquello animó a Vega.
—¿Vendrás conmigo, mamá? —preguntó, haciendo un puchero—. Nunca sales conmigo. Podríamos ir disfrazadas y llevar a Nova. Sería divertido.
—Hay cosas que no podemos hacer aún, Vega —dijo Aura, con tristeza—. Pero te juro solemnemente que, algún día, iremos juntas a pedir chuches en Halloween. ¿Vale?
—Yo también lo juro solentemente —asintió Vega, haciendo reír a la madre.
El encantamiento Fidelio se llevaría a cabo en pocos días. Habían escogido dos casas en Godric's Hollow, bastante cercanas una a la otra, para ello. Ambas parejas ya tenían a su guardián; pese a que Aura hubiera escogido en primer lugar a Jason, era cierto que era también una elección demasiado obvia. Y no necesitaba cargar a su mejor amigo con aquella responsabilidad, no en aquel momento.
Lily había aceptado de buen grado ser su guardiana y Aura confiaba plenamente en ella. Peter sería el de James y Ariadne.
—Estaremos bien —le había prometido su hermano, abrazándola—. Podremos dejar de huir de un lado a otro. Estaremos protegidos. Estaremos bien, Ra.
Y, como siempre hacía, Aura confío ciegamente en las palabras de su hermano, creyendo de corazón que estaba en lo correcto.
penúltimo cap!!! :)
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