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¿Acaso ya no podemos siquiera confiar en nuestros amigos?
Extracto del diario de Aura Potter,
enero de 1981
Vega lloraba en brazos de su madre, negándose a separarse de ella.
—¡No quiero quedarme con otros niños! —decía, mientras Aura intentaba dejarla en el suelo—. ¡Quiero ir contigo y papá!
—Vega, no puedes quedarte en la reunión —respondió su madre, mirándola fijamente—. Solo serán un par de horas. Quédate y vigila a Altair y Harry, ¿vale?
Los dos niños descansaban en las cunas que allí habían dispuesto, junto a Susan Bones y Theodore Nott. Los cuatro dormían apaciblemente, por suerte. Los otros niños, algo más mayores, jugaban en corro en el centro de la habitación.
—¡Pero no quiero! —protestó Vega, todavía llorando.
Aura dejó a la niña en el suelo, con un suspiro, y se agachó para quedarse a su altura. Odiaba ver a su niña llorar, pero no podía hacer más que dejarla allí, al cuidado de Mary, junto a los otros niños de la Orden. Las reuniones no eran sitio para ellos. Vega no tenía más remedio que aguardar a que volvieran a buscarla.
Para una niña acostumbrada a no salir de casa y estar casi constantemente en compañía de uno de sus padres, aquella tarea era difícil.
—Vega, pórtate bien —pidió, muy seria. Confiaba en que la niña lo entendiera mejor de aquella manera—. Papá y yo volveremos enseguida.
Al ver que estaba a punto de romper en llanto nuevamente, Aura contuvo un suspiro y, detestándose, dio media vuelta y salió de la sala, tras dirigirle una leve sonrisa a Mary.
Fue capaz de escuchar los sollozos de Vega a través de la puerta cerrada y a punto estuvo de volver, pero se dijo que no podía. Aquella reunión era importante. Si no, ella no estaría allí. Algo grave debía haber pasado.
La tensión era palpable en el ambiente. Los miembros de la Orden del Fénix estaban inquietos, cuchicheando con los más cercanos a ellos y examinando con la mirada al resto. Aura no dudó en ir junto a Sirius, que la envolvió en sus brazos, James, Ariadne, Remus y Peter. Lily, Selena y Jason estaban algo aparte, mientras Dorcas y Marlene permanecían sentadas, muy calladas, una junto a otra. Mary había preferido no acudir y quedarse cuidando a los niños.
Emmeline Vance se acercó a ellos cuatro, seguida por Melina Nott. Las heridas en los rostros de ambas indicaban la complicada guardia que habían tenido dos noches atrás.
—¿Cómo está Samuel? —fue lo primero que Aura preguntó, dirigiéndose a la segunda. Melina suspiró.
—Mejor, por suerte, pero ambos estuvimos de acuerdo en que no era prudente que viniera hoy. —Había resultado gravemente herido en aquella guardia. De los tres era, indudablemente, el que había salido peor parado—. Se ha quedado en casa. Aún le cuesta andar, pero no le quedarán secuelas. Es una suerte que no le reconocieran. No te he dado gracias por la poción multijugos, por cierto.
—No hay por qué darlas —masculló Aura.
Como infiltrado entre los mortífagos, Samuel se veía obligado a cambiar su aspecto en las guardias para no ser reconocido, igual que Melina. No podían arriesgarse. La Orden no podía perder a su espía y los Nott no podían perder su tapadera: si así sucediera, podrían darse por muertos. Ellos y sus dos hijos, más pequeños incluso que Vega. No era una opción para la Orden, ni mucho menos para ellos.
Aún así, continuaban yendo a las guardias, aunque fuera bajo la apariencia de otros. Habían tenido la mala suerte de haber sido heridos en esta ocasión.
—¡Bueno, ya está bien!
La airada voz de Ojoloco Moody hizo que rápidamente todos guardaran silencio y volvieran la mirada hacia éste, Albus Dumbledore y Rupert Thorne, a la cabeza de la mesa. Los miembros fueron congregándose en torno al tablero de madera, lleno de mapas, periódicos mágicos y muggles y otros documentos de información que habían ido recabando en los últimos meses.
Aura no podía evitar mirarlo y pensar que todo aquello parecía inútil, porque ¿qué habían logrado cambiar en el transcurso de la guerra? Parecía ser que nada, aunque podía ser que solo ella lo viera así.
Sirius pasó el brazo por encima de sus hombros y le acarició suavemente el brazo. Aura suspiró, preguntándose qué podrían decirles los tres hombres. Si estaban todos allí —ella, los Bones, los McKinnon, todos los ocultos por protección—, debía ser algo grave.
No obstante, nunca hubiera esperado lo que diría entonces Rupert, a quien, por cierto, no había tenido oportunidad de agradecer por la ayuda que le había prestado el día del nacimiento de Altair. Se había marchado demasiado rápido.
—Tenemos un espía entre nosotros. Llevamos meses sospechándolo y hace poco hemos confirmado que es así. Lo que aún no sabemos es quién puede ser.
El anuncio de Thorne fue acogido con exclamaciones de sorpresa por muchos y miradas desconfiadas por otros. Los que más serios permanecieron ya debían de estar al tanto o haberlo supuesto; no fue el caso de Aura, que se quedó helada de la impresión.
Estaba claro que no era una idea absurda que algo así sucediera, pero le costaba imaginar a cualquiera de aquellas personas como un espía para Voldemort. Aunque únicamente hubiera intercambiado un par de palabras con cualquiera de ellos, ninguno de ellos parecía ser capaz de ser un espía. Aunque así eran los traidores, ¿no? Siempre resultaban ser las personas menos esperadas. Sintió un desagradable nudo en el estómago.
Ella debía confiar en aquellas personas. No solo para garantizar su propia seguridad, sino también la de sus hijas. El pensar que alguien de los allí reunidos podía estar amenazando con poner a Vega y Altair en peligro, a James, Harry y Ariadne, bastaba para producirle náuseas.
Aquella noche, ni ella ni Sirius fueron capaces de decir mucho durante la cena. Vega parloteaba sobre su nueva amiga Jess y los otros niños que había conocido, todos ellos hijos de miembros de la Orden. El pensamiento de que alguno de ellos podría ser hijo del espía...
Aura no probó apenas bocado. La inquietud le robó el apetito. No podía dejar de pensar en todas y cada una de las personas pertenecientes a la Orden del Fénix. ¿Quién podría ser el traidor?
—Deja de pensar en eso —advirtió Sirius, levantándose para recoger su plato y el de Vega. Aura suspiró.
—Como si tú no estuvieras haciendo lo mismo —le echó en cara—. No puedo parar, ¿vale? Solo soy capaz de imaginar a todos y cada uno de los miembros, preguntándome quién...
—Solo tenemos que evitar confiar en otros, ¿vale? En todos los que no sean nuestros amigos cercanos, porque sabemos que ellos no pueden ser. —Aura asintió. Eso estaba claro—. De modo que, fuera de ellos... Intentaremos no acercarnos demasiado a ningún otro.
—Está bien —masculló Aura—. Es solo que pensaba que era imposible que alguno de ellos pudiera ser un traidor, ¿sabes? No me imagino a nadie...
—Así son los espías. Quien menos te esperas...
—Lo sé.
Aquella noche, ninguno de los dos descansó bien. Se acostaron en silencio, abrazándose un poco más fuerte de lo normal, después de meter a Vega en su cama —hacía unos meses que le habían trasladado a su propio cuarto— y dejar a Altair en la cuna.
Incluso si la pequeña no hubiera llorado más de la cuenta, no hubieran podido dormir en absoluto. Aura estaba segura de ello.
—La bajaré al salón —dijo finalmente Sirius, tras intentar de todas las maneras posibles que Altair dejara de llorar—. Descansa un poco.
Pero Aura negó, poniéndose en pie.
—No creo que pueda dormir.
—Yo tampoco —admitió Sirius tras unos segundos. Esbozó una sonrisa amarga—. Bajamos juntos, entonces.
Aura asintió. Mientras Sirius bajaba con Altair en brazos, Aura se asomó a la habitación de Vega para asegurarse de que ésta siguiera durmiendo. Su hija mayor tenía el ceño fruncido y abrazaba con fuerza su ciervo de peluche; indudablemente, tenía una pesadilla. Al acercarse un poco más, Aura vio una lágrima que rodaba por la mejilla de Vega y no dudó ni un segundo más. Agitó suavemente a la pequeña y ésta tan solo tardó unos segundos en incorporarse, jadeando.
Abrazó a Aura tan pronto la vio, tan desesperada que la madre sintió que se le rompía el corazón.
La misma pesadilla de siempre. La que repetía desde que Voldemort y sus mortífagos les atacaron a ella, James y Ariadne. Aura había perdido la cuenta de las veces que la había sufrido en los últimos meses.
—Papá y yo vamos abajo con Altair —le susurró, mientras acariciaba la espalda de la pequeña, que lloraba entre sus brazos—. ¿Quieres venir?
Vega nunca era capaz de dormir tras sus pesadillas. Sin decir palabra, la niña asintió, aún abrazando a Aura. De modo que ésta se puso en pie, con Vega en brazos, y salió del dormitorio.
—¿Y esto? —Sirius esbozó una sonrisa al verlas bajar a las dos. Estaba sentado en el sofá, con Altair sujeta con un brazo. La más pequeña ya no lloraba, pero no se había dormido. Sirius extendió el otro brazo hacia Vega—. Ven, estrellita. ¿Quieres coger al bebé?
Vega se animó al momento ante la perspectiva de tener entre sus brazos a Nova, como ella llamaba a su hermanita. A los otros parecía haberles gustado el nombre, porque Sirius y Aura eran casi los únicos que llamaban a su hija pequeña por su primer nombre.
Aura dudaba que hubiera muchas parejas que permitieran a sus hijos mayores nombrar a sus hermanos pequeños, pero tanto a ella como a Sirius les había gustado tanto «Nova» que se lo habían puesto de segundo nombre a la niña.
Sin quitar el ojo de encima a sus dos hijas, Sirius se volvió hacia Aura y tomó su mano, dirigiéndole una mirada cansada.
—Parece ser que tendremos otra noche sin dormir.
Sabía cuánto detestaba Sirius que se pasara noches en vela. Aura dormía poco y mal, por lo general, ya fuera por pesadillas, por cuidar a Altair o Vega o simplemente porque le era imposible conciliar el sueño. Sirius, cuyas misiones se habían multiplicado, siempre volvía a casa agotado y dormía de un tirón. Casi siempre que se despertaba, Aura no estaba a su lado, ya fuera por la mañana o en mitad de la noche.
Ella se negaba a usar pociones para dormir mejor y Sirius no sabía qué hacer para que ella descansara un poco. Lo cierto era que el cansancio que iba acumulando se notaba en las ojeras bajo sus ojos, en la palidez de sus mejillas y en lo delgado que su rostro se estaba quedando.
Aura no sabía qué podía hacer. Lo único que tenía claro era que no quería recurrir a las pociones para dormir mejor. Siendo pocionera, podía resultar incluso extraña aquella decisión, pero siempre evitaba emplear éstas a no ser que fuera estrictamente necesario.
—Una más a la lista —masculló, echando un vistazo a Vega y Altair—. Intentemos que ellas duerman un poco.
Pero era raro que la menor durmiera toda una noche del tirón y Vega estaba más activa que nunca, de modo que Sirius terminó jugando con ésta mientras Aura se encargaba de alimentar a Altair y tratar de dormirla aunque fuera unas horas.
—¿Crees que tendremos que mudarnos otra vez? —preguntó Sirius al cabo de unos minutos. Aura le miró, angustiada—. Si la Orden conoce las protecciones de la casa y el espía se lo comunica a Voldemort...
Aura apretó los labios.
—Lo discutiremos mañana. Aunque... puede que sea necesario.
Sirius asintió lentamente. En el último año, habían tenido que trasladarse en tres ocasiones. Vega aún no era totalmente consciente de lo que eso suponía, pero sí hacía muchas preguntas. También sobre por qué no podía salir de la casa. Y ni Aura ni Sirius sabían cómo explicarle todo.
La noche pasó más lenta de lo que esperaban. Aura finalmente logró que Altair durmiera y la dejó en la pequeña cuna que tenían para ella en el salón. Vega se había quedado profundamente dormida abrazada a Sirius, que se sentó junto a Aura en el sofá, con gran cuidado de no despertar a la niña, y rodeó a su mujer con el brazo.
—Si nos mudamos... —empezó ella, en tono cansado—. Vega va a volver a preguntar. Cada vez empieza a entender más cosas. ¡El otro día dijo avada kedavra, por Merlín!
—Es demasiado lista —rio suavemente Sirius—. Se parece a su madre.
—¿Qué podemos decirle?
—No lo sé —admitió él—. Tampoco sé cuánto tiempo podremos seguir así.
—Ahora que sabemos que tenemos un espía, puede que estemos hasta en más peligro —suspiró Aura—. ¿Y si tenemos que empezar a mudarnos con regularidad? ¿Qué podemos decirle a Vega? Sabe que algo malo pasa, le quedó claro con el ataque que sufrió con Ariadne y James. Tendremos que darle una respuesta concreta en algún momento. Pero no podemos explicarle la verdad.
—No tenemos por qué hacerlo —trató de tranquilizarla Sirius—. Podemos simplemente decirle que no nos gustaba la otra casa...
—No quiero que nuestras hijas crezca sin tener un hogar, Sirius —susurró ella.
Tras unos segundos, él respondió, esbozando una sonrisa triste:
—Yo crecí sin tener un hogar, Rory, y no porque no tuviera una casa fija. —Ella se sintió culpable al momento. Sirius depositó un beso en la frente de su esposa—. Vega y Altair no necesitan vivir siempre en el mismo lugar para tener un hogar. Nosotros nos encargaremos de que, estemos donde estemos, lo sea, ¿vale? Ya lo sabes. —Le acarició suavemente la mejilla—. Me encargaré de que estos sean los mejores años de nuestras vidas, Aura. A pesar de todo. Estamos juntos, los cuatro. Tenemos a nuestros amigos. Y lo mantendremos así. Te lo prometo.
Aura suspiró y apoyó la cabeza en el hombro de Sirius, esbozando una pequeña sonrisa.
—Me prometiste eso cuando me pediste que me casara contigo —rio ella.
—Y tú dijiste que lo habían sido desde que nos conocimos —respondió él, con sus ojos grises fijos en los suyos. La sonrisa de Aura se amplió.
—No mentía. —Sirius la besó con buen cuidado de no despertar a Vega, que dormía abrazada a su cuello. Aura le revolvió el pelo cariñosamente a su esposo—. Gracias.
Él rio suavemente. Por algún motivo, el sonido hizo que a Aura se le erizara la piel. Le resultaba tan raro escuchar una risa en medio de lo que vivían... Aunque las de Sirius nunca le faltaban. Nunca. Y él siempre trataba que las de ella se dejaran oír de vez en cuando.
—Nos apañaremos —le prometió—. Como siempre hemos hecho.
Entonces, se escuchó un ruidito proveniente de la ventana más cercana. Al dirigir la mirada hacia ella, ambos vieron una lechuza apoyada en el alféizar. Un sobre estaba atado a su pata. Aura frunció el ceño al momento.
—¿De quién puede ser? —murmuró, desconfiada. La Orden no usaba lechuzas; era demasiado arriesgado. Se comunicaban mediante patronus.
A Aura se le pasó por la cabeza que podría ser de Gwen Diggory, pese a que hacía un año que no recibía noticia alguna de ella. Pero no tenía sentido. Gwen hubiera ido a verla; si ya había podido entrar en su casa pese a las protecciones una vez, podría hacerlo de nuevo, ¿no?
—Iré a ver qué es —masculló, apretando los labios.
Se puso en pie y avanzó hasta la ventana, abriéndola con precaución. Sirius siguió todos sus movimientos atentamente. La lechuza estiró la pata para que Aura le quitara el sobre con mayor facilidad. Tan pronto como ésta tuvo la carta en sus manos, se marchó volando.
Aura la abrió despacio y, tan pronto como sacó el pergamino de su interior y lo leyó, perdió el escaso color que había en sus mejillas. Tragó saliva y asintió muy despacio. Sirius, preocupado, se puso en pie, dejando cuidadosamente a Vega en el sofá. En dos zancadas, se colocó frente a Aura y le miró fijamente.
—¿Qué es? —susurró.
—C-creo que tendremos que mudarnos cuanto antes —respondió Aura, sin mirarle. Le pasó el pergamino.
Solo se leía una frase, escrita con tinta oscura y algo emborronada. Parecían haber doblado el papel demasiado pronto, sin dar tiempo a la tinta a secarse correctamente. No obstante, se leía su contenido a la perfección.
Confiar será tu mayor error.
La Marca Tenebrosa había sido garabateada bajo la advertencia.
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