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xxxiv. our little altair








xxxiv.
nuestra pequeña altair








Necesitábamos esa luz y son ellos quienes nos la han traído.

Extracto del diario de Aura Potter,
septiembre de 1980


Aura estaba más aterrada a cada día que pasaba. ¿Cómo no estarlo?

Altair nacería dentro de poco. Eso era un hecho. Se suponía que entre mediados y finales de noviembre, pero ella ya se olía que se adelantaría. Cada vez que pensaba en lo poco que quedaba, se sentía peor y peor.

Iba a criar otro niño del mismo modo en que estaba criando a Vega: encerrado, sin poder apenas jugar con otros niños, sin poder pasear por la calle como los demás, con su vida amenazada a cada segundo. ¿Tan egoísta era? Aura nunca se había visto así, pero no podía dejar de pensarlo en aquel momento.

Aura amaba a Altair. Amaba la pequeña persona que se estaba creando en su vientre. No podía esperar a tenerle entre sus brazos. Y precisamente por ese amor, no podía dejar de pensar que estaba castigándole antes incluso de que su vida comenzara.

—¡Mamá, mamá! —gritó Vega, irrumpiendo en el dormitorio. Corrió hasta la cama y se subió a ella, junto a su madre—. ¡Harry ha venido! ¡Ven!

La emoción de la niña le hizo sonreír, pese al agotamiento que sentía. Aura se incorporó y su hija le tomó la mano y tiró de ella.

—Soy más rápida que tío James —añadió orgullosamente.

—¿Qué quieres decir con eso, estrellita? —preguntó, divertida, su madre.

—¿Por qué esta niña corre tan rápido? —James apareció en el umbral, de brazos cruzados—. ¿Qué le das de comer?

—Hola, Jem —se limitó a responder su hermana, sonriendo débilmente.

El de gafas, suspirando, fue hasta ella y plantó un beso en su coronilla, tomando asiento a su lado. Vega se subió de inmediato al regazo de su tío, aún sujetando la mano de Aura.

—¿Cansada? —preguntó James, aunque eso era obvio.

—No he dormido mucho esta noche —admitió ella, restregándose los ojos—. Entre el bebé que no me deja tranquila y Sirius y Jason en la misión, apenas he pegado ojo. Y Vega... —Dejó la frase en el aire, pero James lo entendió: la niña había tenido otra pesadilla. Aún no olvidaba la experiencia vivida con él y Ariadne al enfrentarse a aquellos mortífagos.

—¿Yo? —preguntó la niña, extrañada.

—Seguro que Vega quiere ir a ver a Harry, ¿no? —dijo entonces James, levantándola en el aire y haciéndola reír. La dejó en el suelo y él mismo se puso en pie y tomó su mano—. Vamos a verle, seguro que tía Aria nos está esperando. —Y, mirando a su hermana, añadió—: ¿Vienes?

—¿Está mejor? —preguntó Aura.

La sonrisa tranquilizadora de James le hizo respirar algo más tranquila. Ayudó a su hermana a ponerse en pie y los tres salieron de la habitación, con Vega felizmente sujetando las manos de ambos.

—¿Cuándo llega el bebé? —quiso saber la niña. Aura sonrió levemente.

—Muy pronto, estrellita.

La sonrisa de la pequeña se amplió y Aura contuvo un suspiro. James le dirigió una mirada preocupada, pero no dijo nada.

Ariadne abrazó a Aura tan pronto la vio entrar en el salón. Pese a que estaba más pálida de lo que la azabache recordaba, con profundas ojeras bajo los ojos, le sonrió como Ariadne solía hacerlo y le susurró un sentido «gracias» al separarse de ella.

—No hice nada —respondió la Potter, tomándole de las manos.

—Y tanto que lo hiciste —rio la nuevamente pelirroja, divertida—. Mi don... Bueno, era complicado. Pero esa poción lo arregló y solo puedo darte las gracias, Aura.

—No fue nada, Ari, te lo aseguro —dijo ésta, sonriendo—. ¿Cómo estás?

Su cuñada suspiró y se encogió de hombros.

—Es complicado, pero mejor. O eso creo. Aún hay días que se hace difícil, pero... Vamos adaptándonos —terminó por decir, dirigiendo una mirad a James, que jugaba con Vega y Harry—. ¿Y tú? ¿Cómo van las cosas?

—Dudo que Altair tarde mucho más en llegar —admitió Aura, bajando la mirada a su vientre—. Tengo la sensación, ya sabes. Y estoy aterrada. Ni siquiera podremos ir a San Mungo.

Sirius y Aura habían aceptado aquello hacía ya un tiempo y habían adecuado una de las habitaciones de la casa para cuando llegara el momento. Mary y Selena habían prometido estar allí al momento y que todo iría como en el hospital. Incluso Thorne estaría allí. Pero eso no quitaba la intranquilidad que Aura sentía.

—Lo sé y lo entiendo —masculló Ariadne, pasándole en brazo por encima de los hombros—. Sabes que estaremos aquí si nos necesitas. James...

—Ahora está Harry, Ari —le recordó Aura, sonriendo débilmente—. No olvides cuánto cambia eso.

Su cuñada rio suavemente.

—No podría olvidarlo ni aunque quisiera —opinó, echando una mirada a su esposo—. Vega está ya tan mayor...

—Sí y a la vez no —comentó Aura, sonriendo levemente—. Ha crecido mucho, pero sigue siendo nuestra estrellita. Aún le queda mucho por delante.

—Lo sé, lo sé —rio Ariadne—. Pero sé que estará bien.

A Aura le gustaría tenerlo tan claro como Ariadne. Se limitó a asentir, con una sonrisa en los labios, sin perder de vista ni un segundo a su hija.






























—Es una suerte haber acabado por fin con todo esto —suspiró Jason, dejándose caer pesadamente en uno de los sofás del cuartel general. Sirius, tan cansado como él, le imitó—. No recuerdo una misión tan larga en mucho tiempo.

—Al menos, esta vez estábamos solos —opinó Sirius—. Estoy cansado de soportar a los viejos dándonos instrucciones.

—Ellos saben bastante más que nosotros —replicó Jason.

—No digas que no te hartan.

—No he dicho eso —rio el Hufflepuff, negando con la cabeza—. Nos tratan como críos la mitad de las veces. Pero sí es verdad que tienen más experiencia. Llevan en la Orden años, Sirius.

—Eso no les da derecho a hablarnos como muchos de ellos lo hacen —declaró Sirius, suspirando—. ¿Vas con Sel y Lily ahora o te pasarás a ver a Aura y Vega?

—Quiero ver cómo está Susan antes —decidió Jason, tras un momento de duda—. Puedo pasarme mañana por la mañana. Aura no está llevando el embarazo del todo bien, ¿no?

Sirius soltó una carcajada seca y negó con la cabeza.

—Trata de hacerme creer que sí, pero es obvio que le está costando. No solo por el embarazo, sino por saber que vamos a tener que criar otro niño como a Vega. Además de lo de James y Ari... —Negó nuevamente—. No, no está llevándolo bien.

—Es comprensible —masculló Jason—. Si no fuera por...

Pero la aparición de una cierva plateada frente a ellos le hizo olvidar todo lo que pudiera estar pensando en decir. Ambos intercambiaron una mirada preocupada.

Sirius —habló la voz de Ariadne, que sonaba increíblemente nerviosa—, Aura ha roto aguas. Altair llega ya. Ven en cuanto puedas. Te va a necesitar. ¿Avisas a Jason, por favor? Sel y Mary ya están aquí. También Thorne. Venid cuanto antes.

Sirius se alegró de estar sentado, porque indudablemente hubiera necesitado una silla tras aquel mensaje. Tras unos segundos para tranquilizarse y asimilar la situación, se puso en pie y se volvió hacia Jason.

—¿Vienes?

—Ni lo dudes —respondió éste al momento, levantándose también.

Ambos se desaparecieron, llegando hasta el vestíbulo de la casa de Aura y Sirius. Solo desde ahí se respiraba una gran agitación en el ambiente.

—¡Estamos aquí! —gritó Sirius, prácticamente corriendo al salón.

Allí estaban, sentados en los sillones, Ariadne, Lily, Melina y Samuel. James paseaba nerviosamente de un lado a otro de la habitación. En una cuna, descansaban Harry y Susan, mientras Michael, el hijo mayor de los Nott, dormía en brazos de su madre. Vega permanecía sentada en la alfombra, con el ceño fruncido.

Tan pronto como la niña vio a su padre entrar, se iluminó su mirada. Poniéndose en pie, corrió hacia él.

—¡Papá, papá! —Sirius la cargó en sus brazos, sonriendo—. ¡Ya llega Nova!

—¿Nova? —repitió Sirius, sin entender.

—Melina le ha estado hablando de supernovas para distraerla y ahora no deja de decir que Altair se llama así —aclaró Lily, poniéndose en pie—. Sel, Mary y Thorne están dentro, con Aura. No vas a poder entrar ya, Sirius.

—Tocará esperar, entonces —masculló Sirius, pasándole a Vega a Jason tan pronto como la niña comenzó a gritar «tío Jace»—. ¿Cómo se ha adelantado tanto?

—Aura se lo veía venir —aclaró Ariadne, negando con la cabeza—. Estaba hablándolo conmigo ayer. Pero no creí que fuera a ser ya.

Sirius asintió. Miró hacia los sillones y la simple idea de tomar asiento se le antojó imposible. Se le hacía mucho más fácil permanecer de pie, andar de un lado a otro de la habitación.

Eso hizo.

Bajo la desconcertada mirada de Vega, aún entre los brazos de su padrino, comenzó a dar vueltas por la sala, atravesándola una, dos, tres veces, hasta que perdió la cuenta de éstas. Nadie decía palabra. Como otras tantas veces antes, no tenían más opción que soportar la espera.

—Papá —llamó entonces Vega, con el ceño fruncido. Se aferraba a Jason con fuerza—. Estás triste. ¿Mamá está bien? ¿Tiene pedasilla?

Sirius inspiró fuertemente. Los otros intercambiaron miradas tensas. El mayor de los Black avanzó hasta Jason y éste permitió que tomara a su ahijada en brazos.

—Mamá está bien, estrellita —aseguró Sirius, y el alivio fue patente en el rostro de la niña—. Está con el bebé.

—¿Nova? —cuestionó Vega.

—Altair, de hecho —rio su padre—. Llegarán enseguida, ¿vale? Pero tenemos que esperar.

La pequeña frunció el ceño, pensativa.

Quero chocolate. ¿Tío Remus?

—Buena pregunta. —James se irguió en el asiento—. ¿Dónde están Lunático y Colagusano? ¿Y Marlene y Dorcas?

—Misiones —aclaró Samuel, cruzado de brazos—. No sabemos cuánto tardarán.

—¿Y Theo?

—Con mis padres —aclaró Melina.

Sirius asintió despacio. Él y Aura ya habían hablado de quiénes serían los padrinos de Altair y confiaba en que Remus llegara a tiempo para darle la noticia. Para la madrina, habían escogido a Ariadne: Sirius lo consideraba justo, habiendo sido él padrino de Harry —Melina había sido nombrada su madrina, después de no saber nada de Gwen Diggory por meses—, y Aura no había visto ningún problema con aquello.

Vega pidió que la dejara en el suelo y rápidamente fue hasta Melina y señaló a Michael, que dormía entre sus brazos. Ella rio y negó con la cabeza, diciéndole que podría jugar con él en un rato. Resignada, la niña se volvió hacia su tío James y tiró de su mano, rogándole que jugara con ella.

Jason tomó asiento junto a Lily. Ésta le susurró algo al oído y él asintió. Sirius aún no comprendía cómo funcionaba todo entre ellos dos y Selena; aparentemente Susan vivía con ella y Lily, y Jason hacía visitas diarias a la casa, pero nada más.

Ariadne permanecía en silencio en uno de los sillones, con la mirada fija en la cuna donde su hijo descansaba. Parecía cansada, como todos, pero las ojeras bajo sus ojos azules inquietaban especialmente a Sirius. Fue hasta ella y se sentó en el reposabrazos del sillón.

—¿Todo bien, Weasley? —cuestionó, curioso.

—No exactamente —admitió ella, sin dirigirle ni una mirada—. Thorne me ha dicho algo y... Bueno, nada agradable.

—Él nunca tiene nada agradable que decir —opinó Sirius.

Ariadne asintió lentamente, con expresión resignada.

—Lo sé. Le conozco lo suficiente como para saber eso. —Con una mueca, añadió—: Es mi padrastro. O eso debería haber sido, pero se negó en rotundo. Por eso me criaron mi tío Septimus y mi tía Cedrella.

—¿Tíos? —repitió Sirius, desconcertado; Ariadne esbozó una sonrisa de circunstancias.

—Ajá.

Harry estalló en llanto en Susan le siguió casi momentáneamente. Con un suspiro, tanto Ariadne y James como Jason y Lily corrieron hacia la cuna, mientras Melina contemplaba con el ceño fruncido a Michael, confiando en que los lloros de los otros no le despertaran. Vega se acercó a su padre muy seria.

—No me gusta su ruido —dijo, enfadada. Sostenía en sus brazos su ciervo de peluche, ahora algo viejo por el uso que le había dado desde que su tío se lo obsequió—. Vamos fuera.

Le tomó de la mano y tiró de él, y Sirius no tuvo más remedio que seguir a la pequeña fuera. Vega le llevó hasta la escalera y tomó asiento en el primer escalón, muy seria. Su padre le miró, curioso.

—¿Te pasa algo, estrellita?

—¿Nova viene ya?

—Muy pronto, sí —asintió Sirius, contemplándola con fijeza—. ¿No tienes ganas?

—No lo sé —dijo Vega—. Emily dice que el bebé siempre es favrito. Pero yo no quiero. —Levantó la mirada hacia su padre. En sus ojos, de un azul grisáceo que a Sirius le recordaban vagamente a los de su hermano menor, había verdadera preocupación—. No quiero.

Sirius tomó asiento, sonriendo levemente. Vega apretaba los labios y él solo esperaba que no fuera a llorar, porque volvería todo más difícil.

—Que venga un bebé no cambia nada, estrellita. Mamá y papá te vamos a querer muchísimo siempre. No hay favoritos.

—Yo quiero ser favrito.

A su padre se le escapó una carcajada.

—Lo eres, Vega, pero también lo es Altair.

—No me gusta Altair —refunfuñó Vega—. Que no venga, puede quedarse dentro de mamá.

—Te aseguro que, en cuanto veas a Altair, va a ser tu favorita —rio Sirius, permitiendo que Vega se sentara en su regazo—. Y tú vas a ser la suya. ¡Eres su hermana mayor! ¿No tienes ganas de enseñarle cosas? Piensa que va a ser pequeñita, como Harry y Susan. Va a tener que aprender mucho.

—Pero no quiero una hemana —lloriqueó Vega—. Quiero estar sola. Harry y Susan tienen su casa. Nova no. Mamá y tú no vais a quererme.

Sirius suspiró y sonrió débilmente.

—Ser hermana mayor es diferente, Vega —le aseguró—. Pero te gustará. Como mamá y tío James. Vas a poder jugar con el bebé, enseñarle cosas, cuidarle... Te prometo que te va a gustar. Y mamá y yo siempre vamos a quererte. Siempre, ¿vale?

Vega hizo otro puchero y aferró con más fuerza su peluche.

—¿Promesa?

—Promesa —aseguró Sirius, riendo.

Vega nunca había dicho nada con respecto a Altair hasta el momento. No había mostrado preocupación, al menos. Sirius no comprendía de dónde venía aquel miedo de pronto a que el bebé fuera a quitarle el amor de sus padres. Estaba claro que lo que Emily Bones le hubiera dicho había tenido que ver, pero la ocurrencia de decir que el bebé se quedara dentro de Aura... Sirius rio solo de volver a pensar en ello.

Le dio un beso en la coronilla a su hija y le hizo cosquillas que rápidamente hicieron desaparecer su expresión seria, sustituida por el sonido de las carcajadas de la pequeña.

—¡Papá, para! —gritó, entre risas. Pero él no lo hizo.

Más tarde, con Vega más tranquila y aún esperando noticias de Aura —padre e hija se habían quedado en las escaleras mientras los demás aguardaban en el salón—, la niña tiró de la mano de su padre para atraer su atención.

Nuevamente muy seria, Sirius se temió que fuera a insistir en el tema del favorito o algo similar. No sabía cómo hacerle ver a la niña que no iba a pasar nada de eso. Tendría simplemente que ver que sus padres no la reemplazarían una vez estuviera Altair allí, pero mientras esperaban su llegada, no había mucho para hacer.

Sin embargo, Vega estaba preocupada por otra cosa.

—¿Vendrá la señora mala a por Nova?

Sirius contuvo un suspiro al escuchar aquello. La «señora mala» no era otra que Maya Carrow; pese al tiempo transcurrido, Vega aún seguía aterrorizada por lo sucedido en el ataque que había sufrido al salir junto a James y Ariadne. No eran infrecuentes sus pesadillas. Ni Aura ni Sirius sabían que hacer para solucionar aquello.

—No, nunca —le aseguró Sirius—. No os hará nada a Altair ni a ti nunca, ¿vale? Mamá y yo no le dejaremos.

—Pero era muy mala —dijo tristemente Vega, bajando la mirada.

Sirius le acarició cariñosamente la cabeza y le hizo algunas cosquillas más para distraerla un poco.

—No va a haceros nada —le repitió, sonriendo de la manera más tranquilizadora que era capaz—. Te lo
prometo, estrellita.

Porque Sirius podía jurar que Maya Carrow estaría muerta antes de permitirle siquiera poner la mano encima de sus niñas.

—Vale.

El alivio de Vega no alivió la angustia de Sirius, pero trató de disimular. Detestaba aquello; detestaba que su hija se hubiera visto obligada a crecer en medio de una guerra, que tuviera miedos que no correspondían a una niña por culpa de aquello. Quería darle la vida más feliz y normal que fuera posible, pero aquello era increíblemente difícil.

Vega le sonrió entonces, mostrando sus hoyuelos, y asintió con la cabeza.

—Voy a ser hermana mahor.

Y Sirius no pudo evitar verse a sí mismo, demasiados años atrás, acompañado de un pequeño Regulus y presentándose delante de todos y cada uno de los invitados de una gala de sus padres con las mismas palabras.

«Él es Regulus y yo soy Sirius, su hermano mayor.»

—¿Papá? —La vocecita de Vega no le permitía perderse mucho en el pasado, pero le recordaba que era preso del presente—. ¿Estás triste?

—No te preocupes, estrellita —le tranquilizó su padre.

Pero el nudo que había aparecido en su pecho no parecía marcharse. Sirius jugó con Vega durante lo que parecieron horas, poniendo todo su empeño en distraerla y distraerse. No recibieron más que un par de rápidas visitas de Jason, que les trajo de comer y entretuvo un poco a Vega, antes de regresar al salón a toda prisa cuando Lily le pidió ayuda para cambiar a Susan.

La espera fue lenta y tortuosa, pero cada instante de ella quedó completamente olvidado cuando, ya después del amanecer, Rupert Thorne salió en busca de él.

El hombre le dirigió un asentimiento de cabeza, acompañado de —lo nunca visto en él— una débil sonrisa. Sirius tomó instantáneamente la mano de Vega.

—Ven, estrellita.

—¿Nova? —cuestionó ella.

Sirius asintió. Vega se aferró con más fuerza a su mano y le siguió. Selena y Mary aguardaban junto a la puerta de la habitación que habían acomodado para Aura, llevando la segunda un bulto envuelto entre mantas. Sirius se quedó inmóvil al verlo. Las dos llevaron la mirada hacia él, sonriendo ampliamente pese a su visible cansancio.

—Aura duerme —informó Selena, ahogando un bostezo—. Pero todo va bien.

—¿Quieres...? —preguntó Mary, alargando los brazos hacia él.

La primera vez que Sirius cargó a Altair, no pudo evitar pensar en lo distinto que era de la primera vez que había cargado a Vega. El miedo a dejarla caer no desaparecía, pero aquella vez lo hacía de un modo mucho más experimentado. Sabía todo lo que había aprendido de Vega; pero era consciente de que con Altair aprendería también mucho.

Su hija mayor guardó silencio durante un largo tiempo. Sirius se agachó junto a ella, con el bebé en brazos, y permitió que la niña observara su pequeña carita, arrugada en aquel momento.

Sirius siempre había pensado que los recién nacidos eran feos hasta que había visto por primera vez a Vega. Con Altair le sucedía lo mismo.

—Nova —fue todo lo que dijo Vega, sin sonreír, pero sin la preocupación que antes invadía su rostro—. Es muy pequeña.

—Tú también fuiste así —rio Sirius. De hecho, Vega había sido incluso más pequeña, derivado del tiempo de Aura como prisionera de los mortífagos. La niña frunció el ceño.

—No —replicó, del mismo modo en que había hecho cuando su madre le había dicho algo parecido con respecto a Harry.

Tanto Selena como Mary rieron. Sirius les dirigió una sonrisa.

—Id a descansar, venga. Podéis usar los dormitorios de invitados y ropa de Aura si estáis demasiado cansadas para apareceros, seguro que a ella no le importa... Habéis hecho mucho. Gracias.

—Lo que sea por vosotros —aseguró Selena, dándole una palmadita en la espalda—. ¿Vas a quedarte con ellas?

—Sí, al menos un rato —repuso Sirius—. Los demás podrán esperar un poco, ¿no?

—No les hagas esperar demasiado, por si acaso —rio Mary—. Pero, sí, supongo que sí.

De ese modo, cuando Aura abrió los ojos, sintiéndose más agotada que nunca antes en su vida, dolorida en su máximo nivel y más feliz y aterrada de lo que había estado al dormirse, fue plenamente consciente de que Vega dormía junto a ella en la cama y Sirius estaba sentado en una butaca junto a ella, con la pequeña Altair en brazos.

Al ver a su esposa despierta, él se puso en pie, sonriendo, y señaló a Vega con la barbilla.

—Quería estar contigo.

Aura rio suavemente y asintió, acariciando con suavidad el cabello de su hija mayor. La menor dormía también, pero algo le decía que aquella paz duraría poco.

—Ya está aquí —susurró, sin dar crédito. Era lo mismo que había dicho cuando Thorne se la había puesto en brazos antes de dormirse. Parecía irreal—. Está aquí de verdad.

—Eso parece. —Sirius le dirigió una sonrisa tan incrédula como la que ella misma tenía en el rostro—. Parece mentira.

Aura rio suavemente.

—Lo sé.

—Estoy aterrado —confesó Sirius, aún eufórico.

—Lo sé, porque yo también —respondió Aura, sin perder la sonrisa—. Pero podremos con ello. Sé que sí. Y Vega... —Rodeó suavemente con sus brazos a la niña, sin despertarla—. Será la mejor hermana mayor. Lo sé.

—Está preocupada —comentó Sirius, frunciendo el ceño. Tomó asiento en el borde de la cama.

—Me lo imaginaba —admitió Aura, sonriendo débilmente—. Tendremos que dejarle claro que nada va a pasar. Pero sé que, en cuanto pase esto, estará tan encantada con Altair como lo está con Harry, Susan y Michael.

—Le llama Nova, ¿sabes? —rio Sirius—. A Altair, digo.

—¿Nova? —Aura soltó una suave carcajada—. ¿De dónde ha sacado esa palabra?

—Melina, creo.

La Hufflepuff sonrió, contemplando a sus dos hijas y a su marido con una amplia sonrisa en el rostro. Sirius negó con la cabeza.

—Esto es una locura.

—Lo sé —asintió Aura, tomando con suavidad a la recién nacida de brazos de su padre—. Pero no es la primera que cometemos.

Sirius, ya en pie, se inclinó a besarla con buen cuidado de no despertar a ninguna de las niñas; la sonrisa de Aura se amplió.

—Podremos con ello, eso está claro —asintió Sirius. Acarició cariñosamente la mejilla de Aura—. Por si hace tiempo que no lo digo, te amo.

Aura asintió, muy despacio. Sonrió y inclinó la cabeza, uniendo su frente con la de Sirius.

—Yo también te amo, aunque creo que estas niñas son una gran prueba de ello. —Ambos rieron en voz baja—. Estarán bien.

—Estarán mejor que bien —aseguró Sirius—. No por nada son nuestras niñas.

La promesa que se habían hecho tantas veces desde que Vega llegó a sus vidas solo se reforzó con aquello; ellas estarían bien, porque ¿cómo no estarlo, si ellos jamás permitirían que nada malo les sucediera?

Eran sus niñas y, hasta el final, se asegurarían de hacer lo mejor para ellas. Era un juramento que no necesitaba ser dicho en voz alta.

—¿Los demás siguen esperando? —quiso saber ella.

—Pueden esperar un poco más —respondió Sirius.

Aura negó, divertida.

—Te quedas un rato entonces, ¿no? —susurró—. Al menos, hasta que Vega se despierte.

Sintió a Sirius sonreír.

—Ni lo dudes.

















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