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xxxii. that's not possible








xxxii.
eso no es posible








No sé si podré hacer algo por ayudar a James y eso me aterra.

Extracto del diario de Aura Potter,
julio de 1980



La tensión no había hecho más que crecer y crecer con el paso de los meses.

Pese a saber que su hermano no le contaba todo, resultaba evidente para Aura que Ariadne no estaba bien.

Sus visitas se habían vuelto increíblemente escasas y la azabache no creía que fueran únicamente debido a que no era bueno viajar por polvos Flu estando embarazada.

Ariadne parecía estar increíblemente enferma. Aura había buscado sin descanso en los libros que poseía, tratando de encontrar algo relacionado con aquella horrible maldición, memento mori. No había nada.

Todo lo que hubiera podido poseer con respecto a aquella, había quedado reducido a cenizas junto a su antiguo hogar, la casa de Alphard y Thea.

Aura tuvo que obligarse a desistir tras semanas de investigación sin éxito. No era capaz de pensar en algo que no fuera cómo Regulus y Gwen la habían ayudado cuando había debido buscar sobre el don de Maya y cómo actuaba éste sobre Sirius.

Aún dolía pensar en Regulus. Él le había salvado la vida, arriesgando la suya propia para ello. Le habían ayudado para proteger a Sirius. Había llegado a ser más cercano para Aura de lo que jamás esperó. Estaba en deuda con él.

Luego, había muerto. Con tan solo dieciocho años, asesinado por volverse contra Voldemort. No se sabía quién le había asesinado: a la Orden no le importaba. Había sido un mocoso que había cometido un error y había pagado por ello.

Aura aún recordaba cómo había estallado cuando Rupert Thorne pronunció aquellas palabras en una de las reuniones de la Orden a las que le habían autorizado a ir recientemente.

—¡Tú no sabías nada sobre él! —gritó, en medio de la reunión de la Orden. Todo el mundo le había mirado, impresionados. Pero ella solo era capaz de mirar a aquel hombre—. ¿Y qué si cometió un error? ¡Era un chiquillo, trató de retractarse! ¡Merecemos saber al menos quién le mató!

Sirius había abandonado la sala sin decir nada. Aura permaneció inmóvil, aguardando a la reacción de Thorne. El hombre negó con la cabeza.

—Yo también tenía amigos que trataron de retractarse, pero eso no quitan que fueran lo que fueron: mortífagos —replicó—. Es contra ellos con quienes luchamos. No vamos a invertir tiempo ni energía en investigar el asesinato de un Black. Lo siento, Potter.

Aura se había marchado sin decir palabra, pero con un nudo en  la garganta que se convertiría en llanto en cualquier segundo. Había buscado a Vega en la sala que habilitaban para que los niños estuvieran durante las reuniones y se había tranquilizado, aunque fuera un poco, cuando su hija había corrido a abrazarla nada más verla.

Melina Nott, que cargaba a su hijo en brazos en ese momento, la miró extrañada. Roxanne Bones se levantó de la silla donde estaba sentada.

—¿Ya ha acabado la reunión? —preguntó, sorprendida—. Pensábamos ir dentro de poco, pero Michael no dejaba de llorar y...

—No, no ha acabado —se apresuró a decir Aura, tomando asiento—. Es solo que yo me he marchado.

Ambas intercambiaron una mirada.

—¿Acaso ha pasado algo?

La cara de Aura debió decir mucho, pero ella se limitó a encogerse de hombros.

—He discutido con Thorne.

Melina chasqueó la lengua.

—Sea lo que sea, te digo desde ya que no vas a conseguir nada con él. No he conocido jamás a nadie más terco. Ni siquiera Samuel.

Roxanne asintió y masculló algo por lo bajo. Aura suspiró.

—¿Sabes si le pasa algo a Jason, Roxanne? Apenas le he visto últimamente. Creo que algo raro pasa, pero no sé...

—No nos ha dicho nada a Edgar ni a mí —respondió ésta, quizá en tono demasiado brusco. Se había inclinado a jugar con Victor y Emily, sus hijos mayores—. Supongo que le pasa lo mismo que a todos nosotros.

—Ya, supongo —masculló Aura, pensativa. Vega volvió corriendo a su lado y colocó su mano sobre el vientre de Aura, que comenzaba a mostrar ya signos del embarazo.

—¿Hay bebé? —preguntó, frunció el ceño. Siempre preguntaba lo mismo, desde que Aura y Sirius le habían explicado que pronto tendría un hermano o hermana. Parecía asustarle que fuera a desaparecer o algo así.

—Sí, estrellita. —Aura contuvo la risa—. Hay bebé.

El alivio fue patente en su rostro; a continuación, regresó tranquilamente a su juego.

—¿Todo bien?

Aura volvió la vista a la puerta, en cuyo umbral se hallaba Jason. Asintió con un único movimiento.

—No quiero seguir discutiendo con Thorne —masculló, encogiéndose de hombros.

Melina y Roxanne salieron tras anunciar que irían a ver cómo continuaba la reunión y pedirles que les echaran un ojo a los niños. Jason tomó asiento junto a Aura.

—Hay algo de lo que quería hablarte.

—¿Tiene algo que ver con que hayas ignorado mis cartas por semanas? —preguntó Aura, arqueando una ceja—. Me hubiera preocupado si no te hubiera visto en las reuniones. Tampoco has pasado por casa.

—Han sido unos meses complicados —explicó Jason, con simpleza. A Aura le aliviaba un poco que tuviera el aspecto de siempre—. Llevo días pensando en cómo contártelo.

—¿Cómo contarme qué?

Jason se rascó la nuca, incómodo. Aura frunció el ceño.

—¿Jace?

—Sel está embarazada.

—¿Qué...? —Aura se quedó tan sorprendida que lo que fuera que pretendiera decir quedó olvidado por completo.

Miró a Jason, con los ojos muy abiertos. Él suspiró y Aura supo que aquello no era todo: lo que vino a continuación solo fue peor.

—Y es mío.

Aura se puso en pie por la impresión, solo para volver a sentarse segundos después. Vega la miró, desconcertada, al igual que el resto de niños. Aura no le dio importancia, no en ese momento. Las cientos de preguntas que deseaba formular se arremolinaban en su cabeza. Mantuvo la boca bien cerrada, sabiendo que podría empezar a decir incoherencias en cualquier momento.

No comprendía absolutamente nada de lo que sucedía en ese instante.

—Pero ¿y Lily? —dijo finalmente, jadeando.

—Está bien con ello —respondió Jason, encogiéndose de hombros—. Va a criarlo junto a Sel.

—¿Y Remus? —insistió Aura. La mirada de Jason se ensombreció.

—¿Qué quieres decir?

—¡Creí que vosotros dos...! ¡Pensé...! —Aura no encontraba las palabras correctas—. Os veía tan unidos, llevabais desde Hogwarts compartiendo tantas cosas, creí... Jason, por Merlín, ¡te gustan los hombres! ¡A Sel las mujeres! ¿Cómo ha pasado?

—Simplemente, pasó —dijo él, con un nuevo encogimiento de hombros—. Sabía que reaccionarías así, por eso quise esperar y...

—No, no, Jace —cortó Aura, negando con la cabeza—. En serio, tenemos que hablar de esto. ¿Cómo pasó? ¿Por qué? ¿No pensasteis en...? No sé, me parece increíblemente raro que Sel, teniendo a Lily, hiciera...

—Aura, no sé. —Jason fruncía el ceño—. Solo pasó.

—¡Eso no es posible! —Aura se sentía desorientada. ¿Tan poco conocía a sus amigos? ¿Cómo había pasado algo así?—. ¡Es...!

La puerta se abrió bruscamente y Selena entró, con rostro tenso. Aura se puso de pie de inmediato.

—¡Tenemos que hablar! —exclamó, y el tono de histeria en su voz casi la asustó—. ¿Cómo...?

—Aura —cortó ella, muy seria—, habrá tiempo después. Han tenido que llevar a Ariadne a San Mungo. James...

Aura sintió deseos de chillar. Sus pensamientos se entremezclaban. Aún no comprendía qué había sucedido entre Selena y Jason, no sabía qué estaba sucediendo con Ariadne, necesitaba hablar con James, necesitaba hablar con Sirius...

—¿Mamá?

Vega sujetaba su pierna, mirándola con desconcierto. Aura tragó saliva y puso todo su empeño en serenarse. Se inclinó y tomó a la niña en brazos, sin mirar a ninguno de sus amigos a la cara.

—Vigilad a los otros —masculló, antes de salir a toda prisa de la habitación.

La sala de la reunión había quedado casi vacía. Los periódicos viejos sobre la mesa estaban revueltos y una taza de café se habían volcado sobre algunos de ellos. Nadie la había levantado; el líquido oscuro continuaba extendiéndose por el papel amarillento, mientras algo caía por un lado de la mesa.

Aura no tenía tiempo para preocuparse por la taza. Peter, Remus y Lily estaban en un rincón de la sala, con rostro tenso y hablando en voz baja. Esquivando a los miembros de la Orden aún dispersos por el lugar, Aura se encaminó hacia ellos, temiendo lo que pudieran decirle.

—¿Qué ha sido? —fue lo primero que preguntó. Dejó a Vega, que no dejaba de intentar que la soltara, en el suelo, pero mantuvo su mano sujeta—. ¿Qué ha pasado?

—No lo tenemos muy claro —masculló Peter con pesadez—. Pero James ha dicho algo de una maldición y...

—Nos preguntábamos si sabrías algo —dijo Lily. Mantenía los labios apretados y se veía que llevaba días sin dormir bien; Aura se preguntó si esto se debía a lo que Jason acababa de contarle—. Si ella está enferma, tiene que haber un modo de curarla, ¿no?

Aura agachó la cabeza, sin saber qué responder a aquello. Lily y Peter dejaron escapar un «¿Qué?» en voz baja. Remus se cruzó de brazos. Vega tiró del brazo de su madre, intentando que ésta la dejara marchar.

—Tengo que ir a casa —masculló Aura—. He estado investigando sobre lo que le pasa, pero aún no tengo nada. —Chasqueó la lengua, frustrada—. Podéis venir si queréis, pero si alguno fuera a San Mungo a enterarse de lo que ha pasado...

—Iré yo —dijo al momento Peter, nervioso—. James y Sirius ya están allí, también Thorne...

—¿Thorne? —repitió Aura, sorprendida y con un matiz de desagrado en la voz. Peter se encogió de hombros.

—Ellos tres son los que la han acompañado. No preguntes por qué. —Suspiró—. Iré a tu casa en cuanto pueda. Voy a ver cómo van las cosas allí.

Sin más, se desapareció. Aura se inclinó a tomar a Vega en brazos y la sujetó fuertemente contra su pecho, como cada vez que se Aparecían.

—Llegamos en seguida, ¿vale? —le susurró. La niña se limitó a aferrarse a ella.

Una vez en casa, Aura preparó chocolate caliente para Vega, Lily, Remus y ella misma y, tras dejar a la niña jugando con sus amigos, regresó a su investigación sobre memento mori. Se había dado por vencida días atrás, había aceptado que no encontraría nada.

Pero necesitaba hacer algo. Miró el pergamino y pluma que mantenía sobre la mesa y se debatió sobre si debía escribirle o no a Gwen de nuevo.

Llevaba semanas sin responder a nada. Desde que había enviado una parte de sus cabellos para ayudarla con la poción multijugos, no había vuelto a ponerse en contacto con ella.

Aura no podía evitar sentirse algo inquieta ante aquel silencio.

Cerró con brusquedad el libro que leía, después de tratar de comprender una frase en tres ocasiones. Conocía el contenido de todos aquellos ejemplares de memoria.

No había nada en ellos que pudiera ayudar a Ariadne.

—¿Qué estás leyendo ahora?

Remus le observaba seriamente desde el umbral de la puerta. Aura suspiró; no tenía sentido tratar de ocultar el caos reinante en sus estudio. Se levantó de la silla.

—Ya nada. Vayamos al salón.

Los ojos del licántropo la siguieron mientras recogía torpemente el escritorio y se disponía a abandonar la estancia. Remus la siguió sin decir palabra hasta el salón, donde Lily jugaba con Vega. La pequeña se entretenía con sus muñecos, pero se le notaba cansada. Aura la tomó en brazos tan pronto como corrió hacia ella.

—¿Quieres ir a dormir, estrellita? —le preguntó, esbozando una pequeña sonrisa.

Vega asintió con seriedad. Aura la llevó a la planta superior, donde estaba su dormitorio. Pese a las protestas y los bostezos de Vega, le puso el pijama y recogió la ropa que aquel día había llevado. La niña se dejó cubrir con la colcha y abrazó fuertemente su peluche favorito, el del ciervo.

Cuando Aura posó su mirada en los grandes ojos suplicantes de Vega, supo lo que ésta quería. Tuvo que contener las ganas de rodar los ojos y reír; se limitó a tomar el libro que descansaba sobre la mesita de noche.

Comenzó a leer sin vacilar un instante El mago y el cazo saltarín. Era el favorito de Vega, de modo que Aura se lo sabía ya casi de memoria: lo leían la mayoría de las noches.

Era bien consciente de lo agotada que su hija debía estar, así que no dejó de observarla con el rabillo del ojo para advertir si se quedaba dormida. Cuando Vega no interrumpía la narración con sus comentarios habituales, significaba que caería rendida de un segundo a otro.

Aura soltó una risa al verla soltar un enorme bostezo.

—¿Por qué no te duermes, Vega? —le preguntó con dulzura—. Mañana podemos seguir leyendo el cuento.

—Pero quiero terminarlo —protestó la niña.

Pero sus esfuerzos por mantener los ojos abiertos no engañaban a Aura.

—Mañana te leeré este y otro más si te duermes ya —propuso, cerrando el libro.

Vega se lo pensó unos segundos.

—Vale —decidió finalmente—. Pero quiero que papá lo lea también y ponga voces graciosas.

Su madre rio y se puso de pie. A ella le gustaban los cuentos teatralizados de Sirius casi tanto como a Vega.

—Trato hecho. Ahora, a dormir, estrellita.

Vega se metió en la cama y Aura la tapó. Depositó un beso en su frente antes de salir de la habitación, dejando una lámpara encendida y la puerta abierta.

—Buenas noches, Vega —le dijo, en apenas un susurro.

Ya con los ojos cerrados, la niña respondió:

—Buenas noches, mami.

Aura bajó las escaleras con el ánimo incluso más decaído; aquellos pequeños momentos con su hija solo le hacían sentirse más temerosa por todo lo que el futuro podía depararles.

Cuando leía un cuento a Vega por las noches, todo parecía normal. Lo que hubiera hecho en cualquier otra situación. Pero la realidad que veían no tenía nada de normal.

Aura no sabía cuánto podría seguir ocultando su terror constante a que algo horrible le sucediera a su pequeña. Aún recordaba a la perfección la reacción de Vega tras regresar con James y Ariadne de aquel enfrentamiento con mortífagos y el propio Voldemort: cómo se habían aferrado a ella, temblorosa, cómo no había dejado de llorar hasta quedarse dormida, las pesadillas que había tenido en los siguientes días.

Aura apoyó la espalda en la pared y suspiró, masajeándose las sienes. No podría seguir soportando aquello por mucho tiempo. Ahora podía salir de casa, pero únicamente para asistir a reuniones de la Orden. Vega ya no salía siquiera a dar un paseo con Sirius, James, Jason o cualquiera de los otros; Aura no se atrevía a dejarla ir. Un nuevo bebé llegaría en cuestión de meses —habían dicho que para principios de noviembre— y no sabía cómo iba a manejar la situación.

—¿Cómo estás?

Aura suspiró. Lily le tendía un vaso de agua que ella aceptó. Negó con la cabeza.

—¿Cómo estás tú?

—¿Jason te lo ha contado? —preguntó la pelirroja. No parecía sorprendida.

—Aún estoy asimilándolo.

—Créeme, yo también. —Lily dudó, puede que durante unos segundos de más, antes de decir—: Pero siempre quise ser madre. Sé que Sel también. No es la forma en lo que lo hubiera querido, pero...

—Entonces, ¿lo acordasteis o...?

La risa seca de Lily le interrumpió. La pelirroja negó, con lágrimas en los ojos.

—Desearía poder contarte lo que verdaderamente pasó, Aura, pero hice un Juramento Inquebrantable —respondió con amargura. Aura solo se preocupó más—. Solo puedo decirte que espero manejarlo de la mejor manera, y también ellos. Jason va a necesitar que lo aceptes sin más, por muy poco que te guste. —Sus ojos verdes observaron con seriedad a Aura—. No accedería a esto si no supiera que es lo mejor para Sel y Jason. Créeme cuando te digo eso.

Aura asintió despacio. Se sentía aún confundida, pero comenzaba a entender qué quería decirle Lily.

Iba a tener que, simplemente, aceptarlo. Puede que fuera más sencillo que tratar de entenderlo. Le ahorraría tiempo y energía. Y era lo que sus amigos necesitaban. Suspiró.

—De acuerdo. Hablaré con Jace. Lo aceptaré.

—Gracias —respondió Lily, con un hilo de voz.

Aura asintió nuevamente. Se restregó los ojos, agotada.

—Espero que Peter no tarde mucho más —continuó la pelirroja—. Si Ariadne...

—No sabemos que le pasa —murmuró Aura—. No nos precipitemos llegando a conclusiones incorrectas. ¿Bajamos con Remus?

—Jason está abajo —comunicó Lily, comprendiendo Aura por qué había ido a hablar con ella sobre aquello—. Sel ha ido a San Mungo. Va a ver si le dejan tratar a Ariadne. Mary también tenía turno allí.

—De acuerdo —se limitó a decir Aura—. Vamos.

Ninguno habló demasiado en el salón. Aura preparó chocolate caliente y café. Nadie tenía demasiada hambre, así que no se molestó en sacar nada de comer.

Las horas pasaron lentamente. No llegaban noticias, ni de James, Sirius, Peter, Selena o Mary. Nadie se puso en contacto con ellos. Eso solo aumentaba, cada vez más, la inquietud de todos los que estaban allí.

Cuando un perro plateado apareció en la mesa del centro del salón, los cuatro se pusieron en pie como levantados por un resorte. La voz de Sirius se escuchó en toda la sala.

Han tenido que inducir el parto. Decían que era la única manera de salvar, al menos, a los bebés. —Silencio. Aura se dejó caer en el sofá de nuevo—. Iré informando.

Aura tomó aire. Salvar, al menos, a los bebés. ¿No tenían esperanza alguna para Ariadne? ¿Ya habían asumido que iba a morir? Aura gimió. James. Por Merlín, ¿cómo estaría James?

—Tengo que ir. —Su voz apenas era audible, pero se escuchó en el silencio que había caído sobre ellos—. James...

—Poción multijugos —dijo rápidamente Lily, que había palidecido. Mantenía el rostro tenso—. Irás con mi apariencia, yo me quedaré con Vega. Tienes que ir.

Aura asintió. Jason se puso en pie y le puso la mano en el hombro.

—Voy contigo —se apresuró a decir. Remus se levantó también.

Minutos después, bajo la apariencia de Lily Evans, Aura Potter llegaba a San Mungo e iba en busca de James. No tenía idea de dónde podría estar su hermano, pero sabía que necesitaba encontrarle. Les indicaron la dirección en recepción y, junto a Jason y Remus, se dirigieron a la planta lo más rápido posible.

James estaba sentado en una de las sillas de la sala de espera. Sirius paseaba inquieto de un lado a otro. Peter guardaba silencio junto a James. Aura se detuvo a observar la expresión de su hermano unos instantes.

Ni siquiera lloraba; se había quitado las gafas y las sostenía entre sus manos. Sus ojos solo reflejaban un profundo cansancio. Su expresión mostraba derrota. Sus hombros caídos, desesperación. En conjunto, Aura vio a su hermano roto.

Eso la rompió a ella.

—Jem —murmuró, tomando asiento a su lado. James levantó la cabeza despacio, girándose hacia su hermana.

—Hola, Ra —acertó a decir, con voz vacía.

Aura le abrazó con fuerza y James dejó escapar un suspiro entre sus brazos y se aferró a ella. Aura le sostuvo, dejando escapar alguna que otra lágrima. Escuchó a Peter levantarse, tratando de no hacer ruido. Sirius le puso la mano en el hombro unos segundos, antes de marcharse. Dejaron a los hermanos Potter a solas.

—¿Cuánto tiempo lleva dentro? —quiso saber Aura, tras unos minutos.

James se restregó los ojos enrojecidos. Aura tomó las gafas de su hermano, sabiendo bien que podría romperlas por accidente de un momento a otro.

—No sé, ¿cinco horas? No he podido verla desde que la trajimos aquí —masculló, apoyándose en el respaldo de la silla—. Mary ha ido diciéndome cómo van las cosas. Selena ha entrado a ayudar. Thorne también está dentro, creo que es el sanador a cargo. —Con voz rota añadió—: N-no he podido decirle...

Aura sujetó la mano de su hermano. James suspiró.

—No es nada que no le haya dicho ya —continuó diciendo—. No es nada que ella no sepa. Pero quisiera decírselo otra vez, por si... —Negó con la cabeza—. Dicen que no va a poder... Ella me dijo que, si me quedaba solo con Harry y Felicity...

James parecía incapaz de acabar una oración. Aura se limitó a asentir. James la miró y supo que no necesitaba decir nada más. Trató de sonreír.

—Es raro verte como Evans —se limitó a decir.

Aura le devolvió la sonrisa.

—Es la única manera que tenía de estar contigo.

—Gracias —susurró él.






























Los otros regresaron finalmente, con café para ambos. Las horas de tediosa espera continuaron, esta vez en San Mungo en lugar del salón de Aura y Sirius. Éstos dos tomaron asiento a ambos lados de James.

No llegaban noticias. Aguardaron sin descanso. Aura estaba agotada, pero apartaba el sueño constantemente, casi negándose a pestañear, pese a que los párpados se le caían. Dorcas y Marlene fueron junto a ellos tras regresar de su misión, también Samuel y Melina Nott, que les saludaron con un asentimiento de cabeza. Pese al número de personas allí reunidas, el silencio era asfixiante.

La incertidumbre, el miedo, todos ellos lo compartían. Todos se preguntaban qué tenía el destino aguardando a Ariadne. Algunas lágrimas se derramaron. Aura solo podía pensar que aquello no debería acabar así.

Cada vez que miraba el rostro de James, aquel pensamiento cobraba fuerza. ¿Cómo iba su hermano, tras perder a sus padres pocos meses atrás, perder también a su esposa y quedarse a cargo de sus dos hijos? ¿Cómo iba ella a poder ayudarle?

—No debería ser así —murmuró en cierto momento, inconscientemente. James no la escuchó, pero sí Jason, sentado a su otro lado. Su mejor amigo suspiró y tomó su mano.

Aura se giró hacia él. Asintió una única vez, sin saber exactamente qué pretendía decirle con ello. Jason también asintió.

—¿Familiares de Ariadne Potter?

Quien salió a dar la noticia no fue Selena ni Mary, ni siquiera Thorne. Un hombre bajito y que portaba una expresión muy seria apareció en la sala de espera. James se puso en pie lentamente, aún sosteniendo la mano de Aura.

—Soy su esposo —habló. Todos allí permanecían expectantes y aterrados por lo que el sanador estaba a punto de decir; resultaba evidente que no iba a dar buenas noticias.

—Lo lamento mucho, señor Potter —dijo el hombre. Aura creyó que su corazón se detendría. James se dejó caer sobre su silla de nuevo. Los presentes guardaron un sepulcral silencio—. Siento decirle que la niña no ha sobrevivido al parto. Sin embargo, la madre y el niño están perfectamente.

Aura miró, incrédula, al hombre.

—¿Está usted diciendo que Ariadne ha sobrevivido? —preguntó, muy despacio. El sanador asintió—. Eso no es posible...

En ninguno de los casos que había leído había acabado de aquel modo. La madre siempre había fallecido. ¿Cómo...?

—Felicity... —susurró James. Aura agachó la cabeza.

Las emociones se mezclaban en toda la sala. El alivio porque Ariadne hubiera sobrevivido, la tristeza por la pequeña Felicity... Aura se dio cuenta de que jamás llegaría a conocer a su sobrina. Parpadeó, tratando de contener las lágrimas.

—Es de esperar que la señora Potter se duerma de un momento a otro —continuó el sanador, en tono cauto. Se le veía apenado—. ¿Quisiera antes entrar a verla a ella y al niño, señor Potter?

Como si de una marioneta tirada por hilos se tratara, James se puso en pie y asintió mecánicamente. Dirigió una mirada a Aura, antes de seguir al hombre.

Ésta suspiró y apoyó la espalda en el respaldo del asiento. Sirius ocupó el sitio de James y tomó su mano. Aura dejó que le abrazara.

Ariadne estaba bien. Harry estaba bien. Pero Felicity...

Aura se preguntó qué haría ella si el bebé que esperaban no lo conseguía. Si nunca llegaba a casa, nunca conocía a Vega, si todos los planes que estaban haciendo quedaban reducidos a cenizas.

Oh, James. Oh, Ari.

Ocultó el rostro en el pecho de Sirius y sollozó en silencio.

















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