xxxi. the great war
xxxi.
la gran guerra
Hace tiempo que no escribía. Han sido meses complicados.
Extracto del diario de Aura Potter,
marzo de 1980
—¡Mamá, papá! —exclamó Aura, bajando del tren y abrazando a sus padres—. ¡Pensaba que nos esperaríais en casa!
—Decidimos venir a daros una sorpresa —respondió Euphemia, sonriendo—. ¿Qué tal el trimestre, chicos?
—Bien —respondieron los tres al mismo tiempo.
Sonó tan sospechoso que ambos padres intercambiaron una mirada. James y Sirius adoptaron expresiones inocentes.
—¿Hay algo que quieras contarnos, Aura? —preguntó Fleamont.
La chica miró a su padre, confusa. No tenía ni idea de qué estaba hablando.
—Horace me contó que has decidido convertirte en pocionera —explicó su padre—. Me alegro de que hayas decidido seguir mis pasos.
—¡Ah, sí! —dijo Aura, sonriendo—. No sabía de qué hablabas. Sí, he estado trabajando en una poción nueva con un amigo y me ha servido para decidirme. Nunca pensé que me dedicaría a eso, pero la verdad es que me gusta.
—¿Qué queréis que haga la poción? —preguntó Euphemia.
James y Sirius la miraron, intrigados. Aura sonrió, burlona.
—No puedo deciros nada.
—A nosotros tampoco nos cuenta nada —protestó James—. Y lleva tres meses así.
Aura le dio un codazo.
—Cuando la terminemos y la registremos en el Ministerio, os lo diré todo, lo prometo. Pero prefiero esperar.
—¿Ha habido más ataques? —preguntó Euphemia, preocupada—. Recibimos avisos y no sabíamos qué pensar de todo aquello.
—Hemos tenido unos cuantos, pero no ha salido nadie herido —la tranquilizó Aura—. No creo que sean un riesgo, los profesores llevan bien la situación. Sirius, ¿qué miras?
Siguió la mirada del chico y vio a Walburga, Orion y Regulus Black no demasiado lejos. Chasqueó la lengua casi de inmediato.
—Sirius... —empezó James, pero él tomó su baúl y se marchó rápidamente.
Aura miró una vez más a la familia Black, que en ese momento observaban a los Potter. Orion no tenía expresión alguna, Regulus parecía ligeramente incómodo, y Walburga los observaba con auténtico odio. Concretamente, la observaba a ella.
Apretó los labios, odiando por sentirse intimidada por aquella mirada. Su hermano la tomó del brazo.
—Vamos. Vamos con Sirius —dijo James.
Aura asintió y apartó la mirada de los Black. Cogió el carrito con su baúl y la jaula de su lechuza y salió del andén con sus padres y James.
En todo momento, fue consciente de la mirada de los Black fija en sus espaldas.
—¿Dónde se ha metido? —preguntó Aura, mirando a su alrededor.
—Allí —indicó Fleamont.
James y Aura divisaron a Sirius entre la gente, sentado sobre su baúl con el ceño fruncido. Parecía estar murmurando algo. Los mellizos intercambiaron una mirada y fueron hacia él, seguidos de sus padres.
—Eh, Canuto. ¿Todo bien? —preguntó James.
Sirius se encogió de hombros, sin levantar la mirada del suelo.
—Siento haberme ido así. No soportaba verlos.
Aura observó cómo su madre pasaba el brazo por encima de los hombros de Sirius, con el mismo afecto con el que siempre actuaba con ella y James.
—No te preocupes, cariño —dijo Euphemia—. ¿Vamos ya a casa?
Sirius asintió y se puso de pie, aún sin mirar a ninguno de ellos a los ojos.
—Vámonos —dijo, evitando también dirigir la mirada a su familia, que pasaba junto a ellos en aquel momento.
Aura, sin embargo, sí los observó, y fue por ello que sus ojos se encontraron momentáneamente con los de Regulus Black.
No fue más que un instante; el chico apartó la mirada de inmediato. Aura se volvió hacia Sirius y su familia.
—Sí, vámonos.
Aura observó en silencio el techo. Tumbada como estaba en el sofá del salón de su nueva casa, no era como si tuviera muchos sitios a los que mirar. James estaba sentado a su lado, en un silencio que, un par de años atrás, hubiera sido impensable que él hubiera podido mantener por tanto tiempo.
Todo se había vuelto apagado desde la muerte de Fleamont y Euphemia Potter.
Había pasado ya un mes y medio. Un insufrible mes y medio. El dolor no disminuía.
—Ra —llamó él, en voz baja.
—Dime —respondió su hermana.
James suspiró. Aura se incorporó, intrigada al notar cómo sus manos temblaban sobre su regazo. Se sentó junto a su hermano y las sujetó entre las suyas.
—¿Jem? —preguntó, sin saber si preocuparse.
Su hermano masculló algo ininteligible. Aura le miró, comenzando a asustarse.
—James, ¿qué...?
—Es Ari —soltó James.
Aura solo se preocupó más. Hacía una semana que no veía a Ariadne: no desde que Vega había salido con sus tíos a dar un paseo por el Londres muggle y aquello había terminado en un duelo entre dos mortífagos y James y Ariadne, que había llevado a la aparición de Voldemort.
Él les había ofrecido que se unieran a ellos. No era la primera vez que sucedía; ambos se habían negado. James había logrado sacar a Vega de allí sana y salva, mientras Ariadne retenía a sus atacantes un poco más, pero aquella noche, había sido imposible dormir a la niña.
«Tengo miedo, mamá». Lo había repetido cientos de veces, mientras Aura solo se sentía más y más imponente ante la situación.
—¿Le ha pasado algo a Ariadne? —preguntó Aura, con una nota de histeria en la voz. No podía haberle pasado nada, ¿no? Era imposible. Si algo hubiera ocurrido, James no estaría sentado en su sofá en aquel momento.
—Más o menos —masculló James, quien parecía no saber ni cómo se sentía en ese momento—. Tuvimos una discusión anoche. Creo que ha dormido en casa de Melina.
—¿Por qué...?
James la miró como si fuera a anunciar una muerte.
—Está embarazada.
Su hermana parpadeó, desconcertada. Entendía que James se preocupara ante una noticia así. Que se asustara, que se negara a aceptarlo. Pero había algo raro en el modo en que James lo estaba contando.
—¿Y? —susurró, esperando lo peor.
James inspiró profundamente.
—Va a morir, Ra. —Ante la mirada incrédula de su hermana, asintió. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Aura abrió los brazos y James dejó que le abrazara—. Ari va a morir.
Ella le sostuvo mientras él sollozaba. Mientras Aura trataba de entender qué pasaba y de tratar de encontrar una forma de impedir aquello. Entre balbuceos, James fue explicándoselo todo poco a poco.
Memento mori.
La maldición de sangre que Ariadne tenía, que había matado a su madre y la mataría a ella del mismo modo, si es que daba a luz a una niña.
Si por el contrario era niño, sería el bebé quien moriría. Aura no podía concebir la idea de que Ariadne muriera, pero tampoco sabía cómo afectaría la segunda opción si es que sucedía.
—Pero hay esperanza, James —susurró Aura, sin saber qué decir. Su hermano guardaba silencio—. Ariadne podría no morir. Si es un niño en vez de una niña...
—Aura —cortó él, rompiendo el abrazo para mirarla a los ojos. A ella le rompía el corazón verle así—. Son los dos. Son mellizos.
—Oh, James... —murmuró Aura, secándole las lágrimas a su hermano. Él suspiró.
—Nunca me dijo nada —susurró, dolido—. Antes de la boda, me dijo lo que pensé que sería el último secreto sobre ella, pero ahora... Ahora no sé qué hacer, Aura.
—¿Y qué quiere ella? —quiso saber Aura.
James suspiró de nuevo.
—Dice que morirá irremediablemente por la maldición más pronto que tarde, aunque no sea por esto. Quiere tenerlos, Aura, y yo no sé cómo voy a ser capaz de llevar todo esto.
Aura tampoco sabía. No sabía qué decir, no sabía qué hacer. Volvió a abrazar a su mellizo y ambos permanecieron lo que podían haber sido horas de ese modo, en el sofá, abrazados y esperando a que la tormenta pasara.
Nada les hizo moverse en un buen rato. Ni siquiera la llegada de Jason, que había estado cuidando aquel día a Vega. Ni siquiera cuando Mary y Selena pasaron después de su turno en San Mungo, en compañía de Lily, Dorcas y Marlene. Ni siquiera cuando la propia Ariadne apareció, intercambió una mirada con Aura y abandonó de nuevo el salón.
Todos ellos se marcharon en silencio al ver a los mellizos; habría tiempo para hablar más adelante. No fue hasta que Sirius, Remus y Peter llegaron que finalmente Aura se apartó algo de James y dejó a los otros tres chicos sentarse.
Los cinco se quedaron en silencio. Aura buscó a Sirius con la mirada. Éste tomó asiento a su lado y sujetó su mano izquierda, puesto que Aura mantenía la derecha en el hombro de James.
Aquellas tardes, cuando estaban todos juntos pero no había ni rastro de cómo había sido todo antes, era cuando Aura más extrañaba las tardes en los jardines de Hogwarts que todos ellos habían compartido.
Buscó a Jason y Vega, que aguardaban en el dormitorio de la pequeña. Dejó que su amigo la abrazara. Ambos cantaron un poco a Vega, antes de acostarla. Una vez la pequeña se durmió, ambos dejaron escapar idénticos suspiros de agotamiento.
—Ven aquí —masculló Jason, rodeando con su brazo los hombros de Aura.
Jason y Remus se quedaron a cenar aquella noche: Peter y Lily tenían guardia, Selena y Mary estaban agotadas tras su turno, James y Ariadne tenían que hablar. Aura abrazó con fuerza a su cuñada antes de que ésta se marchara, pero no dijo nada al respecto.
Era un tema que ellos dos debían solucionar antes.
—¿Qué crees que pasará? —preguntó Sirius mucho más tarde.
Ambos se habían acostado después de dormir a Vega, pero no podían ni mucho menos conciliar el sueño. Aura sentía que ya llevaban horas dando vueltas en la cama.
—No lo sé —masculló, sintiendo los dedos de Sirius acariciar suavemente su mejilla—. Ojalá lo supiera. ¿Tú qué piensas?
—Citando a uno de esos muggles de los que alguna vez hablas —empezó Sirius, haciéndola sonreír levemente—, solo sé que no sé nada.
Aura rio por lo bajo.
—Sócrates —murmuró, divertida—. No te creía tan culto.
—Que estemos casados no significa que no pueda seguir sorprendiéndote —se burló Sirius.
Aura se acercó algo más y, con las manos sobre las mejillas de Sirius, depositó un beso en sus labios. Él la abrazó a continuación y Aura soltó un suspiro.
—Si Vega no estuviera... —empezó, pero se calló súbitamente para dejar escapar un grito de protesta—. ¡Sirius, me has hecho daño!
Cuando la presión de lo brazos de Sirius alrededor de su torso no hizo si no apretarse, Aura se asustó. Trató de apartarse, pero la sujetaba realmente fuerte.
Chilló.
—¡Sirius!
Le asestó una fuerte patada y logró que la dejara ir. Aura prácticamente cayó de la cama en su intento por alejarse, pero una mano alrededor de su muñeca la hizo acercarse de nuevo a Sirius.
Solo que ya no era Sirius. Aura chilló nuevamente al ver el rostro de Maya Carrow a centímetros del suyo.
—¿Te ocurre algo, cariño? —preguntó ésta, en un tono burlón que puso los pelos de punta a Aura—. ¿No te ha gustado?
—¿Dónde está Sirius? —replicó Aura, liberando su muñeca de un tirón—. ¡¿Dónde está?!
—Con Vega, ¿dónde si no? —dijo tranquilamente Maya.
La mirada horrorizada de Aura pasó a Sirius, que permanecía inmóvil junto a la puerta. En sus brazos, descansaba Vega, aún durmiendo. La sensación de déjà vu golpeó a Aura. Se puso en pie inmediatamente.
Le bastó una mirada a Sirius para saber que no tenía sentido tratar de hablar con él. Buscó su varita, que debería haber estado en la mesita de noche, pero no había rastro de ella.
—Puede que me lleve a Vega con mis niños —fue diciendo Maya, conforme ella misma se ponía en pie y apuntaba con su varita a Aura—. Después de todo, contigo muerta no es que sirva de mucho, ¿no?
—No te atrevas a acercarte a mi hija —escupió Aura, lanzando la lámpara que descansaba sobre la mesita con tal velocidad que hasta ella misma se sorprendió.
Maya la hizo desvanecerse en el aire, riendo aún con más fuerza que antes.
—¡Eres patética! —exclamó, llena de diversión. Entrecerró los ojos en dirección a ella—. Tanto que puede que ni merezca el tiempo intentar matarte. La profecía no se cumplirá igual si no hay niña, ¿no? El Señor Tenebroso solo necesita que una de las dos desaparezcáis.
Aura a punto estuvo de perder pie al ver a Maya apuntar directamente a Vega con la varita. Su mente chilló «no» y, segundos después, lo hizo su boca.
La maldición cruciatus la derribó tan pronto trató de avanzar hacia su hija. Aura dejó escapar un desgarrador aullido de dolor. Pese a haberla recibido cerca de un centenar de veces durante su encierro, nunca, jamás, podría acostumbrarse a ese dolor.
Sus músculos eran fuego. Su sangre, lava. El dolor era tal que era indescriptible. Cuanto se detuvo, sentía que tenía la garganta en carne viva debido a los gritos.
Maya estaba arrodillada a su lado, con rostro muy serio. La sujetó por la camisa del pijama y la levantó hasta que sus rostros quedaron a centímetros.
Depositó un beso en su frente, esbozando una horrible mueca burlona ante la protesta casi inaudible de Aura.
—Esto no ha acabado —murmuró, en un tono tan bajo que a Aura hasta le costó entenderla. Pasó una de sus manos por su mejilla, apretando súbitamente. Aura notó la sangre correr por su mejilla cuando sus uñas desgarraron su piel—. Parece que ahora tendrás a alguien más de quien preocuparte, Aura.
Aura no sabía si estaba alucinando cuando vio el rostro de Voldemort frente a ella. Ya sin fuerzas para chillar, gimió y trató de liberarse de Maya. Ésta sonrió.
—No lo olvides, Aura Potter.
Jamás, jamás, jamás olvidaría todo lo que sintió aquella noche. Sirius no recordaba haber experimentado tanta impotencia en mucho tiempo.
Los gritos de Aura, sus lágrimas, como ella misma se hería en medio de aquella pesadilla de la que él no podía despertarla. Sirius la agitó, chilló, trató de despertarla con magia. Nada parecía funcionar.
El miedo que sintió fue indescriptible. El terror constante a que Aura no despertara no hacía sino aumentar a cada minuto que pasaba.
Cuando finalmente lo hizo, ella estaba irreconocible.
La mirada vacía que vio en sus ojos azules le hizo saber que nunca, nunca, sabría lo que Aura había visto en esa pesadilla.
Las lágrimas, mezclada con la sangre de una herida que Aura se había hecho en la mejilla, mancharon la camisa de Sirius cuando la abrazó con fuerza. Aura lloró silenciosamente por un largo tiempo.
Parecieron ser horas las que pasaron así. Sirius se sentía perdido, pero sabía que no podía dejar sola a Aura. No en ese momento.
¿Y ella? Ella lloró hasta que se quedó dormida sobre el pecho de Sirius, que también dejó escapar lágrimas en silencio, evitando en todo momento que ella le viera.
Sin embargo, el sueño no le venció a él. No importó lo agotado que estuviera.
Dejó a Aura con delicadeza en la cama al escuchar ruido proveniente de la cuna de Vega. Tan pronto se acercó a ésta, los grandes ojos de su hija se volvieron hacia él.
—Papá —dijo, con una gran seriedad.
Sirius suspiró. Ya había imaginado que su hija no iba a simplemente ignorar el hecho de que su madre se hubiera despertado entre gritos, sin duda despertándola en algún momento.
Era un milagro que no se hubiera echado a llorar.
—¿Qué pasa, estrellita? —preguntó, alborotando cariñosamente el pelo de la niña.
Normalmente, eso le hacía reír, pero aquel día se quedó observándole en silencio, con una expresión demasiado solemne para una niña de su edad.
—¿Mamá mal? —quiso saber la niña, haciendo un puchero.
Sirius trató de esbozar una sonrisa que inspirara calma.
—No te preocupes, estrellita —murmuró, depositando un beso en la frente de Vega—. Duérmete. Mañana mamá estará como siempre.
Sirius desearía poder decir que creía de corazón que aquello sería verdad, pero lo dudaba.
El ceño de Vega no se desfrunció ni siquiera cuando Sirius la volvió a tapar e insistió en que durmiera un poco más. Le dejó su peluche de ciervo para que lo abrazara y aguardó hasta que la respiración de su hija se acompasara.
Sabía que aquella noche no dormiría. Con un suspiro, Sirius se levantó del taburete y regresó a la cama, donde Aura descansaba con expresión tensa. Sirius la rodeó con precaución con sus brazos y ella se acurrucó junto a él.
Con un suspiro, Sirius giró la cabeza y su mirada terminó posándose en la fotografía de Regulus que Aura había colocado allí meses atrás. Una de Fleamont y Euphemia Potter reposaba no muy lejos de ésta ahora.
Aura murmuró algo en sueños, casi asustándole de nuevo. Pasó la mayor parte de la noche vigilando que Aura descansara con normalidad.
Sus pesadillas nunca significaban nada bueno: la última vez que las había tenido, era Voldemort tratando de inmiscuirse en su mente. No hablaba de pesadillas normales, claro. Esas eran distintas. Él también las tenía. Eran, por desgracia, habituales.
¿Pero las pesadillas que dejaban a Aura en aquel estado? Esas no tenían nada de normales.
Estaba furiosa. Furiosa.
Cartas a Dumbledore, lecturas interminables de libros de Oclumancia, intentos fallidos de crear una poción protectora. Fracaso absoluto en tratar de entender qué le pasaba.
Y había terminado siendo aquello. Aura no había podido evitar romper a llorar al descubrirlo. ¿Cómo iba a reaccionar de otro modo?
Era sencillamente lo peor que podría haber sucedido.
—¿Cómo van las cosas?
A punto estuvo de derribar el caldero al escuchar aquella voz. Aura se secó con brusquedad las lágrimas y se giró hacia Ariadne, que permanecía inmóvil en el umbral de la puerta.
Se las ingenió para sonreír como pudo. Era imposible pasar por alto su rostro pálido, enmarcado por un rojo mucho más oscuro que antes, las profundas ojeras bajo sus ojos y, por supuesto, su vientre abultado.
Aura parpadeó unos segundos, no sin algo de desconcierto. Apretó los labios, sin saber qué hacer. No había llegado a saber nada de lo que había sucedido entre Ariadne y James; lo que tenía más presente era a su hermano llorando entre sus brazos.
—Hacía tiempo que no venías —comentó, y se sorprendió al notar la acritud en su voz.
Ariadne también pareció algo desprevenida; arqueó una ceja.
—No sabía cómo ibas a recibirme exactamente. Principalmente, venía a pedir perdón.
Fue el turno de Aura de levantar una ceja.
—¿Y eso por qué? —preguntó, desconcertada.
—Porque te conozco lo bastante bien como para saber que te es difícil olvidar a quien hizo llorar a James —comentó su cuñada, apoyándose en el marco de la puerta, con los brazos cruzados—. Ha bastado con ver tu reacción al verme.
—Bueno —se excusó Aura, apagando el fuego que ardía bajo el caldero con la varita—, me has pillado por sorpresa. ¿Quieres subir al salón?
—Claro —aceptó Ariadne, echando a andar junto a ella tan pronto Aura salió del taller—. ¿Y Vega?
—Remus se la ha llevado —explicó Aura, sin poder evitar una mueca casi imperceptible. No podía evitarlo, la preocupación la consumía cada vez que su hija salía. Era consciente de que no podía evitarlo, pero no significaba que le gustara.
Ariadne asintió lentamente.
—Lo que nos pasó a nosotros no tiene por qué repetirse —masculló, sabiendo a qué se debía la inquietud de Aura.
—Pasó una vez y puede pasar otra —murmuró ésta, negando con la cabeza—. Sé que no puedo tener a la niña encerrada siempre conmigo, pero odio cuando la tengo que dejar ir con otro.
«Tengo miedo, mamá». Aura inspiró lentamente.
—¿Y Jason?
—Llevo semanas sin verle —respondió escuetamente Aura. Pretendiendo como si aquello no le doliera.
—¿En qué estabas trabajando? —preguntó Ariadne, notando sus deseos por cambiar de tema.
Aura lo hubiera agradecido si no hubiera sido porque aquel era otro tema que deseaba no tocar.
—Pociones prenatales —comentó, como quien no quiere la cosa—. Puedo darte antes de que te vayas.
Ariadne se detuvo a observarla, no sin cierta sorpresa. Aura esbozó una sonrisa desganada.
—Dudo mucho que las hayas hecho para mí —comentó Ariadne, sin expresión alguna—. Y no recuerdo a nadie más que conozcamos que esté embarazado en este momento. Ni siquiera mi cuñada; acaba de dar a luz. Las opciones se reducen a... ti.
—Bueno —masculló Aura, suspirando—, supongo que eres la primera en enterarte. No sé cómo decírselo a Sirius. Ni siquiera sé cómo tomármelo.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó simplemente Ariadne.
Aura continuó andando en silencio, hasta llegar al salón y dejarse caer en uno de los sofás. Ariadne la imitó, aunque manteniendo en todo momento la mirada sobre ella. Más que intrigada, parecía preocupada. Aura evitó mirarla a los ojos.
—Me siento estúpida —terminó confesando—. Esto no tendría que haber pasado. Ni Sirius ni yo queríamos. Salta a la vista que tengo que seguir mejorando la poción anticonceptiva.
Ariadne soltó una carcajada por lo bajo.
—Sí, ya —comentó, como quien no quiere la cosa. Aura casi sonrió.
—No es el momento —masculló Aura—. Soy bien consciente de ello. Si este bebé nace, va a ser en mitad de una guerra. Si ya me siento culpable por Vega, no sé cómo haré con uno más...
—Lo sé —murmuró Ariadne. Pese a que ninguna lo dijo en ningún momento, quedó flotando en el ambiente el hecho de que Ariadne podría no llegar a ver a sus hijos crecer.
Aura se colocó nerviosamente el pelo hacia atrás.
—Me encantaría tener otro hijo o hija, sí —continuó Aura, negando con la cabeza—. Pero no es el momento. Ni lo será próximamente.
—¿Pero? —preguntó Ariadne, con el ceño fruncido. Estaba claro por el tono de Aura que había un pero.
Ella comenzó a juguetear con su anillo de boda.
—Pero no sé si habrá otro momento —confesó, no sin sentir remordimientos de conciencia—. Y eso es tanto un sí como un no a todo esto. —Estar contándole aquello a Ariadne, a cualquiera, se sentía completamente incorrecto, pero ella la animó a seguir hablando—. No quiero dejar a Vega huérfana, Ari, ni al otro bebé. No quiero no poder verles crecer, no poder estar ahí para ellos. Ni quiero obligar a otro niño a crecer en una guerra. Nunca quise eso para Vega tampoco y no pude hacer nada por evitarlo. No pensé tanto en todo esto cuando la tuve a ella, pero ahora...
Se secó una lágrima traicionera, pasando del anillo a la pulsera que llevaba puesta: la misma que Jason le había regalado en su decimoctavo cumpleaños, la del tejón dorado. Aura necesitaba distraerse con algo en ese momento.
Ariadne mantuvo un silencio completo y sepulcral durante más de un minuto. Cuando finalmente levantó la cabeza para mirarla, Aura se llevó una sorpresa enorme al ver que también tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Todo lo que has dicho es exactamente como me siento, ¿sabes? —comentó, con una sonrisa trémula. Negó con la cabeza—. Me aterra el dejar a estos niños. Dejar a James. Sé que no estarán solos, pero eso no evita que piense que lo estarán. La idea de no estar para ayudarlos, para ver a estos niños crecer junto a James, para protegerles de esta guerra, todo eso me aterra mucho más que la perspectiva de morir. No quiero ese futuro para ellos, no quiero ese futuro para mí. Pero... —Ariadne buscó las palabras correctas—. Es lo que dices. Puede que no haya otro momento. Creo que este es el único que yo tendré. —Los ojos azules de Ariadne se mantuvieron fijos en ella—. ¿Y tú?
—Con Voldemort detrás de mí y esa profecía existiendo... —Aura tragó saliva. Iba a formular en voz alta algo que nunca creyó ser capaz de decir—. Tengo la sensación de que no sobreviviré a la guerra. Llevo meses con esa sensación, porque sé que da igual cuánto trate de escapar, cuánto me esconda... Él me encontrará. Nos encontrará a Vega y a mí. —Ariadne asentía en silencio. Aura agachó la cabeza—. Y yo no dejaría que nada le pasara a ella. Nunca.
—Lo sé —murmuró Ariadne. Aura sostuvo su mano y apoyó la cabeza en el hombro de su cuñada, que fue acariciándole el pelo con suavidad—. Lo sé.
—Estoy aterrada, Ariadne —suspiró la azabache.
—Yo también, Aura. Yo también.
Puede que aquello fuera lo que Aura realmente necesitaba: confiar todo lo que realmente sentía a Ariadne, poner finalmente aquellos sentimientos que llevaba meses cargando en palabras.
Cuando Sirius regresó aquella tarde, trayendo con sí a Vega, Aura se lanzó a sus brazos y, tras un abrazo verdaderamente desconcertante para Sirius, le guió hasta el salón y le pidió que se sentara. Ella misma tomó asiento, tras dejar a Vega jugando con sus juguetes en la alfombra.
Su esposo la observó, sin saber qué esperar. Aura se había obligado a no preparar un discurso previamente a aquello: quería decírselo a Sirius directamente, sin irse por las ramas ni hacerse un lío para tratar de recordar unas palabras que no debían ser preparadas.
Sostuvo las manos de Sirius entre las suyas, tratando de reunir el valor suficiente para hablar. Inspiró profunda y lentamente. Iba a decirlo del tirón, algo totalmente difícil para ella. Abrió la boca y, al notar que iba a empezar diciendo algo que nada tenía que ver, la cerró de nuevo y se obligó a ir directa al grano.
—Estoy embarazada.
Sin cuidado ni tacto alguno: pensó que arrancar la tirita de golpe sería lo mejor. Los ojos de Sirius se abrieron tanto que parecieron a punto de salírsele de las órbitas. Trató de decir algo, pero parecía ser incapaz de encontrar las palabras correctas. Se encontró boqueando como un pez fuera del agua. Aura hubiera reído con ganas en otro momento, pero solo fue capaz fue capaz de sonreír trémulamente.
—Sorpresa —masculló—. Al menos, esta vez te lo he dicho yo.
La mirada de Sirius pasó de Aura a Vega, que jugaba tranquilamente, ajena a todo. Tragó saliva, buscando las palabras correctas que decir.
—Vale —dijo, muy lentamente—. Vale. Yo... Supongo que esta vez me toca elegir el nombre, ¿no?
El intento de broma le salió mejor de lo que esperaba: Aura rio y dejó un beso en su mejilla, negando rotundamente con la cabeza, pero sintiendo que se habían quitado un gran peso de encima. Él la abrazó y Aura se permitió respirar tranquila entre sus brazos.
—¿De cuánto tiempo estás? —quiso saber Sirius, acariciándole el pelo.
—No lo sé exactamente —admitió Aura—. Puede que de cuatro o cinco semanas. Tendré que pedirle a Sel y Mary que vengan a hacerme una revisión.
La sonrisa de Sirius decayó al preguntarle:
—¿Crees que es por el embarazo por lo que tuviste aquella pesadilla?
Aura tragó saliva y asintió lentamente.
—Dumbledore no responde a mis cartas —masculló—. Tuve que investigar por mi cuenta y, siendo sincera, ya me esperaba algo así. La última vez fue igual, las pesadillas y todo.
La mano de Sirius se apretó en torno a la suya. Parecía que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma.
—¿Qué quieres hacer, Rory? —preguntó, en voz baja. Aura se encogió de hombros.
—Lo tendremos y haremos lo mismo que con Vega —respondió ella, con más decisión de la que esperaba—. La Orden nos seguirá protegiendo, lo sabemos. Solo tenemos que seguir haciendo como hasta ahora.
Sirius la observó, con expresión más seria de la que Aura jamás había visto en su rostro. Suspiró y asintió despacio.
—¿Estás segura? —Aura se limitó a responder con un asentimiento de cabeza—. De acuerdo. ¿Y estás bien?
Ella rio por lo bajo.
—Ninguno de nosotros estamos bien, Sirius —dijo lentamente—. Es algo que ambos sabemos. Pero solo podemos esperar mejorar, ¿no crees? Créeme, sería difícil volver a estar tan mal como hemos llegado a estar.
Difícil, pero no imposible. Sirius volvió a asentir y la abrazó.
—Lo sé —susurró—, lo sé.
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