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xxx. learn about loss








xxx.
aprender sobre la pérdida








Por mucho que sea lo natural, no quita que destroce hasta lo más profundo.

Extracto del diario de Aura Potter,
diciembre de 1979



—¡Mamá, mamá!

Aura levantó la cabeza de sus pergaminos y se giró de inmediato hacia Vega, que venía corriendo entre saltos a saludarla. La niña llevaba apretado en la mano un folio que amenazaba con romper en cualquier momento por la fuerza con la que lo sujetaba.

Dejando a un lado todo su cansancio y frustración, Aura esbozó una sonrisa y se agachó a tomar a su hija en brazos. Ésta le tendió el folio, repleto se manchas de colores sin ton ni son. Aura advirtió entonces que la ropa de la niña había sufrido el mismo destino que el papel.

—¡Qué bonito! —exclamó, sin embargo—. ¿Lo has hecho con papá?

Vega aplaudió, contenta, y señaló hacia la salida del despacho. Tras echarle una mirada a su trabajo, Aura siguió la dirección que su hija le marcaba.

Sirius esperaba apoyado contra la pared, al pie de las escaleras. Aura no pudo evitar dejar escapar una sonrisa.

—¿Así que me has tendido una trampa para que deje de trabajar?

—Prefiero decir para que te tomes un descanso —repuso Sirius, pasándole el brazo por la cintura y obligándola a comenzar a subir las escaleras—. He hecho la cena.

—¿Tan tarde es? —masculló Aura, suspirando.

Llevaba semanas trabajando en una nueva poción: una cura para la viruela del dragón. La comunidad mágica inglesa estaba sufriendo una epidemia y ya habían sido decenas las de magos y brujas ancianos que habían fallecido. Dentro de la Orden, se sospechaba que habían sido los propios mortífagos quienes la habían propagado de forma intencionada, buscando afectar a traidores de sangre. Aura trataba de encontrar algo para combatir la enfermedad, pero lo cierto era que no era tarea fácil.

Había realizado ya varios ensayos clínicos, en colaboración con San Mungo, bajo un pseudónimo, pero ninguno había tenido el resultado deseado.

Era agotador, pero Aura se negaba a parar. Había una razón bastante simple para ello: el riesgo de que sus padres se contagiaran de gravedad era enorme. No pensaba arriesgarse a que nada les sucediera.

—¿Qué has preparado, si puede saberse? —preguntó Aura, mientras subían a la cocina. Vega jugueteaba con el pelo de su madre—. O, más importante, ¿cómo lo has hecho sin quemar la cocina?

—Qué graciosa eres —se burló Sirius—. ¿Te recuerdo que tú eras una pésima cocinera hasta que empezaste a pasar tanto tiempo con tus pociones?

—Al menos, aprendí —replicó su esposa—, ¿cuándo lo harás tú?

—Aún está en proceso —protestó él—. Al menos, invierto mis días libres en algo útil, ¿no?

Cuando Sirius tenía días libres dentro de la Orden, que no era tan a menudo como les hubiera gustado, solía pasarse casi todo el tiempo jugando con Vega, aunque también invertía algo de éste a la casa, dejando a Aura trabajar tranquila la mayor parte del día. Les molestaba no poder tener apenas tiempo para ellos, pero entre la guerra y las pociones de Aura, no podían hacerlo de otra manera.

Llamaron a la puerta, para sorpresa de ambos. Intercambiaron una mirada, con el ceño fruncido. Sus amigos nunca llamaban: se aparecían directamente dentro y gritaban para hacerse oír. Aura dejó a Vega en brazos de Sirius y tomó su varita.

—Voy a ver —resolvió, apretando los labios. Sirius asintió: ya tenían aquello planeado, siempre. Uno se escondía con Vega y aguardaba a saber si había peligro o no para alertar a la Orden, mientras el otro iba directo a ver qué sucedía.

Aura caminó hasta el vestíbulo rápidamente, aunque cautelosa. Varita en alto y ocultándose tras una columna, conjuró la puerta para que se abriera sola. Aguardó, aguardó y aguardó.

Nadie apareció en el umbral. Aura, sintiendo cada músculo de su cuerpo en tensión, se atrevió a acercarse lentamente, con el corazón latiendo a toda velocidad. No podían ser mortífagos, ¿no? No podían haberles encontrado. Pero ¿quién podía ser si no?

Aura se detuvo en el umbral y apuntó directamente al rostro a...

—¿Gwen? —exclamó, sorprendida. Sintió el impulso de bajar la varita, pero se recordó que debía asegurarse de que aquella era la auténtica Gwen antes—. Dime...

—Fui quien te avisó de lo que sucedía con Carrow y Sirius, cuando aún vivías en la otra casa, la de Thea y Alphard, y te ayudó a preparar la poción para eliminar su don, oculos sicarii, y que no tuviera efecto en Sirius ni Vega. Traspasé las protecciones sin problema, igual que ahora. —La voz de Gwen sonaba tan mecánica y vacía que a Aura casi le dio un escalofrío—. Yo... No sé qué más decirte, la verdad. Hola, Aura.

Ésta se guardó la varita en el bolsillo y le pasó el brazo por encima del hombro a una Gwen tan pálida y demacrada que asustaba. Parecía una muerta en vida. Aura se estremeció al tocarla.

—Por Merlín, Gwen, estás helada —masculló, haciéndola entrar en la casa—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—N-no puedo ir a casa de Ari —dijo Gwen, con la voz tomada—. No sé qué ha pasado, pero... ¿Dónde está Sirius?

—¡Sirius! ¡ABBA sigue siendo mejor que Pink Floyd! —Eran las palabras clave que habían acordado. Nada muy sofisticado, pero no habían puesto demasiado energía en pensar en ellas—. ¡Es Gwen!

—¿Gwen? —Los pasos de Sirius se escucharon bajando rápidamente por las escaleras. Llegó abajo jadeando, con una intrigada Vega en brazos. Gwen se estremeció al verle—. ¡Por Merlín, Gwen! ¿Ha pasado algo?

La rubia agachó la cabeza, asintiendo lentamente. Sirius y Aura intercambiaron una mirada de preocupación.

—Vamos al salón —propuso Aura, guiando a Gwen hasta allí—. Te traeré un chocolate caliente.

—No hace...

—Oh, créeme, sí que hace falta —insistió Aura, tocando las heladas manos de Gwen—. Coge una manta si la quieres, ¿vale?

Tras asegurarse de que Gwen se sentaba y se cubría con una manta, dejando a un lado la fina capa que había usado de abrigo, Aura casi corrió a la cocina. Con la varita, preparó en pocos minutos el chocolate caliente, casi derramándolo al pasarlo de la cacerola a la taza, pero sin preocuparse por ello en el momento.

Algo le decía que Gwen no había pasado por una buena experiencia.

Cuando regresó al salón, la rubia estaba sentada en silencio, con la mirada absorta en el suelo. Sirius, con Vega en brazos, esperaba en tensión. Aura depositó con cuidado la taza entre las manos congeladas de Gwen.

—¿Necesitas algo más? —preguntó, en voz baja—. Lo que sea, en serio.

Ésta negó con la cabeza. Observó por unos segundos la taza de chocolate caliente, antes de darle un pequeño sorbo. Estaba aún muy pálida, rozando el aspecto de enferma. Aura, preocupada, tomó asiento a su lado.

—¿Ha pasado algo, Gwen? —quiso saber, tratando de hablar con tanta suavidad como le era posible.

La rubia soltó un suspiro y levantó la cabeza. Bajo la luz del salón, Aura pudo distinguir el rastro de lágrimas que había en sus mejillas.

—Es Regulus —murmuró. Solo con su tono de voz, dejó claro que algo horrible había pasado. Aura se irguió bruscamente. Sirius, tragando saliva, bajó a Vega al suelo, permitiéndole correr hasta sus juguetes. Gwen titubeó, antes de añadir—: Lo siento muchísimo, Sirius. Él ha... Él ha... —Un sollozo se le escapó de la garganta. Negó bruscamente con la cabeza, dejando el chocolate caliente sobre la mesa y casi derramándolo. Ni Aura ni Sirius le dirigieron una mirada a la taza. Gwen temblaba. Con la vista fija en el suelo, terminó por decir—: Está muerto.

Sirius se quedó totalmente inmóvil. Aura pestañeó. Gwen dejó escapar otro sollozo.

Lentamente, Sirius comenzó a negar con la cabeza, aún con rostro pétreo.

—Él no... —La mirada de Sirius pasó de Gwen a Aura y viceversa—. Reg no puede... ¿Qué...?

—Desertó. —La voz de Gwen apenas era audible—. M-me dijo que no podía seguir ahí dentro, que tenía que dejarlo. Que no podía permitir que Voldemort obtuviera el poder. Q-quiso hacer las cosas bien, arreglar sus errores, y se marchó, no me dijo a qué. Luego... —Las palabras murieron en sus labios, pero Gwen se obligó a seguir hablando—. Lo sentí. Su muerte. Había sentido otras, pero esa fue...

Se dobló sobre sí misma, víctima de los sollozos. Aura la rodeó con los brazos, con el rostro muy pálido. No quería mirar a Sirius, pero lo hizo de todas maneras. Tenía que ver cómo estaba. Tenía que...

Ver los ojos vacíos de Sirius le hizo asimilar que aquello había sucedido de verdad. Regulus Black estaba muerto. Sirius se puso en pie con brusquedad.

—Reggie no... —dijo, con voz tomada. Negó con la cabeza, sus facciones crispándose. Una expresión fría apareció en su rostro—. Él se lo buscó. Él y sus estúpidos alardes de grandeza. No vio nunca más allá de las tonterías de mis padres, no hasta que fue muy tarde. Es un idiota.

—Sirius... —empezó Aura, sabiendo que Sirius no sentía ni una sola de aquellas palabras. Era su manera de protegerse del dolor, de cerrarse por completo a él. Pero eso no significaba que tuviera que permitirle hacerlo.

Gwen se puso en pie como un resorte. Aura ahogó un grito al ver sus ojos, antes de un bonito celeste, tornándose a un frío gris acero. Volutas negras, a quien Aura solo se le ocurrió describir como sombras sólidas, comenzaron a arremolinarse alrededor de ella.

También alrededor de Sirius, que dejó escapar una exclamación de asombro. Aura trató de tomar a Gwen del brazo, pero el simple tacto de su mano contra la tela de la camisa de Gwen produjo chispas. Aura fue derribada hacia atrás. Vega chilló al ver a su madre caer.

—¡Gwen! —exclamó Sirius, mientras las sombras lo engullían más y más. Pero la rubia no reaccionaba: parecía ausente. Aura se echó a temblar al advertir que sus ojos estaban en blanco.

—¡Gwen! —exclamó ella misma, tratando de llegar a ésta. Ni una simple muestra de reconocimiento.

Aura se vio obligada a retroceder cuando las sombras comenzaron a extenderse, tomando a una aterrada Vega en brazos. La niña comenzó a sollozar, aferrándose a su madre y a su peluche como si la vida le fuera en ello.

—¡Gwen, tienes que parar! —chilló Aura. Había sacado su varita, pero no tenía idea de qué hacer con ella. Ya no podía ver a Sirius, pero de pronto le escuchó gritar. La joven seguía inmóvil—. ¡GWEN!

—¡PAPÁ! —chilló Vega con toda la fuerza de sus pulmones, mientras sollozaba—. ¡PAPÁ!

Aura obligó a su hija a girarse, ocultando su rostro en su pecho. No quería que viera aquello. Pero la niña volvió a gritar.

—¡PAPÁ!

Gwen jadeó. Cayó al suelo como marioneta a quien le cortan los hilos, quedando arrodillada y con el rostro descompuesto. Las sombras se desvanecieron y Sirius se desplomó, inerte, en el suelo. Aura chilló y corrió hacia él, sintiendo un terror que no experimentaba desde el casi fatal ataque que James y Ariadne habían sufrido meses atrás.

Manteniendo a Vega fuertemente apretada contra su pecho, pese a las protestas de ésta, Aura se arrodilló junto a Sirius, que permanecía bocabajo. Le dio la vuelta con una sola mano, conteniendo la respiración. Cuando vio el pecho de Sirius subir y bajar, se permitió soltar el aire que había estado aguantando. Vega chilló entre sus brazos, tratando de que la soltara. Aura no la dejó.

Poniéndose de pie muy lentamente, se giró hacia una Gwen conmocionada, que seguía inmóvil en el lugar donde se había dejado caer. La taza de chocolate caliente se había roto y el contenido se derramaba sobre la mesa. Nuevas lágrimas surcaban el rostro de la Diggory.

—Gwen... —intentó decir Aura, dando un paso hacia ella. No sabía qué decir a continuación: la rubia se puso en pie con brusquedad.

—Lo siento —dijo, con voz tomada—. Lo siento de verdad.

Salió corriendo de la sala, sin dar tiempo a Aura de decir nada. Vega chilló y lloró de nuevo. Sirius tosió a su lado. Tras un momento de terrible indecisión, Aura se arrodilló junto a Sirius de nuevo.

—¿Qué mierda...? —empezó éste, incorporándose lentamente.

—¡¿Por qué tienes que ser tan idiota, Sirius?! —le gritó Aura, al borde de las lágrimas. Dejó ir a Vega por fin: la niña saltó a abrazar a su padre.

—¡Papá! —exclamó la pequeña, aferrándose al cuello de Sirius.

—Hola, estrellita —murmuró él, acariciando el pelo de Vega, aunque mirando a Aura—. Rory...

—Sé lo que te cuesta admitir que algo te duele, Sirius —espetó ella, en tono duro—. Pero ¿en serio? ¿Tenías que decir eso cuando tu puto hermano acaba de...? ¿Acaba de...? —Aura negó con la cabeza: era incapaz de decirlo—. ¿Y ha sido su maldita novia quien ha venido a decírnoslo?

Sirius le había tapado los oídos a una desconcertada Vega. Aura ni había pensado en aquello. Se pasó las manos por el pelo, sin saber qué hacer. La frustración, la ira y el dolor que sentía eran grandes.

—Soy un idiota —finalmente dijo Sirius, negando con la cabeza—. Aura, lo siento. Lo siento de veras. Yo...

La cierva plateada que apareció en medio del salón le hizo callar de inmediato. Aura se irguió, preguntándose qué iría a decir Ariadne: se quedó helada al oír sus palabras.

Sentimos no poder ir a decíroslo en persona —empezaba el mensaje—. Hemos tenido problemas. Aura, Fleamont y Euphemia tienen la viruela del dragón. James me ha pedido que te avise por él. Estamos en San Mungo, esperando a que nos digan si es grave. Por favor, pase lo que pase, no te arriesgues a venir. No queríamos ocultártelo, pero no queremos tampoco que te pongas en peligro. Te avisaremos de todo, te lo prometo.

La cierva plateada se desvaneció en el aire. Aura dio dos pasos hacia atrás, cubriéndose la boca con la mano. No, no, aquello no podía estar pasando. Si sus padres enfermaban graves, ¿cuánto tiempo...?

—Aura. —Sirius se había puesto en pie, con Vega en brazos. La niña miraba con los ojos muy abiertos a su madre, probablemente impresionada por la aparición del patronus.

Aura trató de mantener la calma.

—Voy a mi estudio —dijo, con voz tan solo un poco temblorosa. Sirius la miró, desolado—. Lo siento por la cena. Ahora mismo... No.






























De pesadilla. Así definiría Aura los días siguientes.

Cuando, tras horas en San Mungo, James y Ariadne fueron a casa de Aura y Sirius, el encuentro fue desolador. No faltaron lágrimas por parte de ninguno de los dos hermanos, que se abrazaron con fuerza durante tanto tiempo que perdieron la cuenta de los minutos transcurridos. Todo ello, mientras Sirius y Ariadne observaban, imponentes, el dolor de ambos. También ellos dejaron escapar las lágrimas. Ellos también eran de la familia, después de todo; Fleamont y Euphemia también eran los padres de Sirius. Ariadne no había recibido otra cosa que cariño por parte de sus suegros en el tiempo transcurrido.

A Aura no le sorprendió escuchar a James decir que sus padres estaban en un estado delicado: Fleamont se encontraba en peores condiciones, pero Euphemia estaba muy débil. Pero escuchar la confirmación a sus temores por parte de su hermano dolió de igual manera.

Se sentía perdida. Primero, había sido la fatal noticia del destino de Regulus, a la que Aura no creía estar dando la suficiente importancia. Pero era incapaz de pensar en algo que no fueran sus padres.

Durante días, trabajó sin descanso en la búsqueda de una cura. Tenía que encontrarla. La simple posibilidad de no hacer le era impensable. Fue a una reunión de la Orden que convocó precisamente ella y luchó porque le permitieran ir a San Mungo bajo los efectos de la poción multijugos, casi llegando a las varitas con Thorne, que se negaba a permitírselo.

Finalmente, un irritado Ojoloco Moody, tras mandar callar a todos en la sala a voz de grito y dirigir una larga mirada a Aura tanto con su ojo mágico como normal, terminó espetando Dejadla ir, pero acompañada. Melina Nott y Emmeline Vance fueron las encargadas de su vigilancia, mientras que Dorcas se ofreció voluntaria para que Aura tomara su apariencia y así pudiera visitar a sus padres.

También Gwen Diggory le envió un sobre con varios mechones de su pelo. Aura no supo cómo se había enterado, pero le respondió con una carta de agradecimiento de todos modos. No recibió respuesta.

Sabía que se estaba arriesgando. Sabía que podía estar poniéndose no solo a ella en peligro. Pero Aura no iba a quedarse encerrada en su casa, sin poder ver a sus padres, mientras ellos estaban ingresados. Si no le hubieran dado permiso, lo hubiera hecho de todos modos; simplemente, había querido preguntar antes.

Cuando visitaba a Fleamont y Euphemia, a veces en compañía de James, a veces junto a Sirius, en otras ocasiones sola, éstos trataban de actuar como si la situación no fuera tan grave. Aura intentaba creérlo: les leía, reían, recordaban anécdotas infantiles y estudiantiles de los mellizos, les hablaba de Vega, a quien no podía llevar por riesgo a que ambas fueran capturadas juntas. Realmente, trataba de creer que no todo iba tan mal.

Que la salud de sus padres no iba empeorando a pasos agigantados.

En casa, trabajaba, trataba de pasar algo de tiempo con Vega, era obligada a descansar por Sirius, James y sus amigos. Trataba de dejar algo de tiempo para el luto. Una fotografía de Regulus Black había sido colocada en su mesita de noche. Sirius no había comentado nada al respecto cuando la había visto: se había limitado a soltar un suspiro cansado.

No decoraron la casa por Navidad aquel año: solo pusieron un abeto con luces en el salón, y lo hicieron por Vega. Ni Aura ni Sirius se sentían con ánimos para celebrar las fiestas: sin embargo, trataron de enseñarle algún que otro villancico a Vega, que cada vez pronunciaba, aunque mal, más palabras. Jason se presentó un día con un gorro de Papá Noel que le quedaba enorme a la pequeña, pero que Vega se negó a quitarse durante dos semanas.

Aura había empezado a usar la cámara más incluso que antes, porque trataba de llevar a sus padres la mayor cantidad de fotos de Vega posibles durante sus visitas a San Mungo.

Comenzaba a odiar la simple visión de los pasillos del hospital. Melina y Emmeline siempre le dejaban algo de intimidad cuando se acercaba al área de enfermedades infecciosas. Aura, bajo la apariencia de Dorcas o Gwen, caminaba sola hasta la habitación de sus padres.

Era siempre el recorrido más largo, pero empeoraba incluso cuando abandonaba la habitación para regresar a su casa.

La mayor parte de las veces, Aura era incapaz de contener las lágrimas. Se le hacía imposible contenerlas al marcharse, pues no podía evitar el pensamiento de que aquella podía ser la última vez que viera a sus padres.

Aura detestaba ese sentimiento con cada pizca de su ser. Aquella inseguridad, aquella duda que no le abandonaba y le quitaba el sueño por las noches. Cada ve que caminaba hacia la habitación de Fleamont y Euphemia Potter, miles de y si aparecían en su mente.

¿Y si su poción funcionara? ¿Y si ésta curara a sus padres y evitara lo inevitable, según los sanadores? ¿Y si pudiera hacer algo por evitar aquello...?

—¿Meadowes?

Se giró bruscamente, tan sorprendida que olvidó momentáneamente que ocupaba el aspecto de otra persona.

—¡Profesora McGonagall! —exclamó, sin dar crédito—. ¿Qué hace aquí?

La maestra parpadeó, algo desprevenida por su reacción. Aura tardó un momento en caer en la cuenta de que Dorcas no debía haber tenido jamás demasiada relación con la profesora; ella, sin embargo, había tenido que hablar con McGonagall en cientos de ocasiones para tratar de salvar a los chicos de un castigo.

—Vengo de visitar a unos amigos —fue la simple respuesta que le dio la mujer, tras soltar un suspiro. A su mirada suspicaz no se le pasaron por alto las húmedas mejillas de Aura o, como ella creía, de Dorcas—. ¿Cómo van las cosas, Meadowes? He escuchado bastantes cosas sobre ti estos meses.

Era innegable el hecho de que Dorcas estaba tomando cada vez más protagonismo en la guerra. Siempre había sido una excelente duelista y lo había demostrado pronto en las misiones para la Orden. Había dado bastante que hablar últimamente.

—Oh, bien. —Aura carraspeó, sin saber qué decir—. Es decir, nada va bien, pero... Vamos apañándonos.

—¿Cómo está Marlene? —preguntó la profesora, sonriendo levemente.

—Sigue tan incansable como siempre —farfulló Aura—. Es Marlene, después de todo.

No le estaba gustando la experiencia de tener que hacerse pasar por Dorcas; quería que aquella conversación terminara cuanto antes.

McGonagall miró a ambos del pasillo antes de acercarse un poco a Aura y, bajando la voz, atreverse a preguntarle:

—Perdona por preguntártelo de manera tan directa, Dorcas, pero ¿sabes algo de cómo está Aura? Sé que erais amigas y llevo meses sin tener noticias de ella, apenas sé un poco de Sirius, James, Remus y Peter. ¿Está bien, al menos? Y la niña también, espero.

La genuina preocupación en los ojos de McGonagall hizo que Aura sintiera ganas de llorar, otra vez. Llevaba días demasiado sensible, pero el asunto de sus padres le estaba haciendo todo muy complicado.

—Le aseguro que están bien, profesora —susurró, en voz baja—. Están ocultas, pero a salvo.

McGonagall asintió, visiblemente aliviada.

—Es bueno escucharlo —comentó—. Desde el momento en que me enteré de la enfermedad de los padres de Aura, no pude dejar de pensar en ella... Es a ellos a quien acabo de visitar. No sabes cuánto me alegro de que ambas estén bien. Lo que menos necesitan ahora los Potter es más dificultades... —Había una profunda tristeza en su rostro—. ¿James también estará bien, espero? ¿Y los chicos?

—Todos bien, no se preocupe —aseguró Aura. McGonagall asintió de nuevo.

—Gracias al cielo, ¿no es cierto? —Parecía haberse quitado un peso de encima—. Hogwarts es un caos últimamente.

—He oído que cada vez hay menos alumnos.

La profesora asintió, con rostro grave.

—Por desgracia, los niños o se esconden con sus familias o huyen del país. La situación es delicada. Hacemos lo que podemos por mantenerlos a todos a salvo, pero la incertidumbre de estos días es demasiado.

—Me imagino —suspiró Aura.

Sintió alguien abrazándola por detrás y a punto estuvo de gritar, antes de que James le plantara un sonoro beso en la mejilla, sonriendo como el niño travieso que alguna vez había sido.

—Hola, Dorcas —dijo, no sin cierta burla—. Minnie, siempre estoy encantado de verla.

—Potter. —La sonrisa que había aparecido en el rostro de McGonagall era más cálida que cualquiera que Aura hubiera visto en sus años en Hogwarts—. ¿Así que sigues siendo incorregible?

—Entra en la definición de incorregible no cambiar nunca, como muy bien usted me enseñó —rio James.

Por un momento, Aura casi se sintió como si volvieran a sus años en Hogwarts: James haciendo travesuras y ella tratando de excusarle con tontas historias que McGonagall nunca se tragaba, pero sin duda disfrutaba.

Ojalá pudieran volver a eso. Pero era algo que jamás regresaría.

Aura ahora tenía a Vega, por no olvidar el hecho de que se veía obligada a adoptar la apariencia de otra persona para poder visitar a sus padres en el hospital. James podía seguir actuando como el niño que fue, pero estaba claro que la guerra estaba haciendo mella incluso en él. Aquella era de las cosas que más difícil de ver se estaba haciendo para Aura.

La conversación con McGonagall apenas duró un par de minutos más y Aura no volvió a tomar parte en ella hasta que se despidieron. Se dedicó a guardar silencio, con la mirada perdida, hasta que la profesora le dijo que se alegraba mucho de verla y ella se apresuró a responder con un «Igualmente». La profesora le guiñó un ojo antes de marcharse, lo que confundió algo a Aura.

—¿Todo bien, Ra? —susurró James, viendo a la mujer alejarse.

Ella solo asintió una vez, tomando la mano de su hermano.

—Entremos antes de que se acabe el turno de visitas —se limitó a decir.

Ni ella misma sabía exactamente por qué su humor había decaído tan rápidamente. Aún sujetando firmemente la mano de James, ambos fueron hasta la habitación de sus padres. Aura inspiró hondo antes de realizar el encantamiento casco burbuja: era necesario usarlo si no querían contagiarse de la viruela del dragón.

La habitación de hospital resultaba tan deprimente como siempre: sin embargo, los rostros de Fleamont y Euphemia se iluminaron tan pronto James y Aura entraron en la sala.

Aura trató de sonreír también.

—Hola —saludó, odiando no poder acercarse a dar un abrazo a sus padres. Ella y James permanecían incómodamente de pie junto a la puerta, como en cada visita—. ¿Cómo va la cosa?

Silencio absoluto. Aura apretó los labios y dirigió su mirada a las pócimas que descansaban sobre la mesilla de noche. Si pudiera encontrar la cura de una vez...

Pero estaba sin ideas. Había estudiado todos los intentos anteriores de remedios para la enfermedad. Cada uno de los registros que tenían sobre la viruela del dragón. Había probado con diferentes mezclas pese a que estaba convencida de que nunca funcionarían. En su casa tenía en aquel momento cinco calderos al fuego con nuevos intentos.

Pero todo acababa en fracaso.

—¿Cómo está Vega? —preguntó Euphemia, esforzándose en incorporarse. Su debilidad era tan evidente que hacía que el corazón de Aura se estrujara.

Les enseñó las fotos. Les contó pequeñas historias de la niña, cómo cada vez se atrevía a explorar más la casa corriendo, como Sirius la montaba a su espalda tanto en forma humana como en forma animaga. Les dio el dibujo —si así se le podía llamar— que había hecho para ellos. James relató la tarde que había pasado la niña con él y Ariadne y cómo habían descubierto cuánto se divertía jugando con humo de colores.

—¿Recuerdas cómo Aura se divertía jugando con los viales de mis pociones, Mia? —rio entonces Fleamont, sacudiendo la cabeza—. Siempre nos aterró que se tirara alguna encima.

—¿Lo hizo? —preguntó James, curioso.

—Era demasiado lista para ello —replicó Euphemia, sonriendo—. Ya desde pequeña sabíamos que seguiría los pasos de su padre, incluso cuando ella no estaba segura.

—No entiendo cómo hubo un momento en mi vida que no supiera que quería crear pociones —admitió Aura, pensativa—. Aunque puede llegar a ser frustrante.

—Forma parte del proceso —admitió Fleamont—. Pero, si sabes sobrellevar la frustración, significa que lo estás haciendo bien, cariño.

El picor que sintió en sus ojos no gustó a Aura. Apartó la mirada al instante, cruzando los brazos.

—No lo suficiente bien —masculló.

James le pasó el brazo por encima de los hombros, ante la imposibilidad de que sus padres pudieran acercarse. Aura apoyó la cabeza en el hombro de su hermano.

—Claro que sí, cariño —intervino Euphemia, con voz más seria. A Aura le costó algo de esfuerzo levantar la mirada para devolvérsela a su madre—. ¿Te olvidas de las pociones curativas que has creado en los últimos meses? ¿Quieres saber cuántos sanadores nos han hablado ya de lo increíbles que son? ¿O la poción matalobos? ¿Todo lo que has ayudado a Remus y a otros licántropos?

No sirve de nada si no puedo ayudaros a vosotros. Aura lo pensó con tal intensidad que creyó haberlo dicho en voz alta. En su lugar, guardó silencio, asintiendo débilmente.

—No puedes salvar a todos, cariño. —La voz suave de Fleamont a punto estuvo de hacerla romper en llanto.

Aura apretó los labios.

—Pero debería —suspiró—. Al menos, debería poder ayudaros a vosotros.

Silencio. Aura negó con la cabeza.

—Es que... Es demasiado frustrante. Necesito encontrar algo, porque si no...

—Cariño. —La voz de Euphemia la detuvo. A Aura no le gustó, porque por su tono sabía perfectamente lo que iba a decir su madre—. Es lo natural que los padres mueran antes que los hijos...

—Pero eso no significa que tenga que ser ahora —replicó Aura, con un hilo de voz.

James se mantenía mudo, con el dolor marcado en el rostro. Aura sabía perfectamente que su hermano se sentía exactamente igual que ella; sin embargo, no diría nada porque no quería presionarla. Porque era de ella de quien todo dependía.

Solo de pensarlo le hizo sentir peor.

—Aura. James. —La mirada que intercambiaron sus padres no auguraba nada bueno. Fleamont carraspeó—. Los sanadores han estado hablando con nosotros. Hay cosas que...

—No, por favor —susurró James, aún sosteniendo a Aura—. Aún no.

—¿Cuándo si no, James? —replicó Euphemia, tristemente—. No es un secreto que cada día estamos más débiles.

—Aún puedo encontrar algo —dijo Aura, negando con la cabeza—. Aún puedo hacer algo, de verdad. Si las pociones que he dejado en casa funcionan, o si pruebo con otros ingredientes. T-todavía no lo he intentado con la digitalis, tampoco con...

—Aura. —El matiz duro en la voz de Euphemia la hizo detenerse. Aura levantó la mirada y observó a su madre—. No puedes culparte por lo que está pasando o pueda pasar.

—Lo haré irremediablemente —masculló ésta, desviando los ojos—. Solo dejadme seguir intentándolo, ¿vale? Porque seguiré de todos modos.

Se vio obligada a tomarse otra dosis de poción multijugos poco después de eso, permitiendo a sus padres ver brevemente su verdadero —y desastroso— aspecto, antes de convertirse en Gwen Diggory.

La visita no duró mucho más por el simple hecho de no estar permitido. Cuando la sanadora llegó para anunciar que debían marcharse, Aura dejó sobre la mesita de noche una de las tantas fotografías de Vega.

—Os quiero —dijo, en voz baja—. Es por ello que debo intentarlo.

—Y por el mismo motivo, cariño, nosotros no queremos que sigas intentándolo —susurró Euphemia—. Te estás consumiendo.

Aura se restregó los ojos.

—Valdrá la pena. Lo prometo.

Se llevó una buena sorpresa al encontrar a Sirius esperando junto a Melina y Emmeline. No tuvo que hablar: él la abrazó tan pronto vio su expresión. Intercambiando una tensa mirada con James, Sirius puso la mano en el hombro de su amigo; él solo suspiró.

—¿Vega está con Ari? —preguntó, a lo que Sirius asintió—. Iré con ellas un rato, si preferís estar solos.

Aura asintió, notando que James también deseaba pasar tiempo con la niña. Siempre decía que le ayudaba a despejarse. Su hermano se marchó tan rápido que ni le dio tiempo a decir más.

—¿Mañana vendrás? —le preguntó Melina a Aura. Podía ver en el rostro de la otra que odiaba hacer aquella pregunta, pero tenía que hacerlo de todos modos.

—Sí, seguramente —suspiró Aura—. Os avisaré, no os preocupéis.

—No te preocupes tú —respondió Emmeline, sonriéndole tranquilizadora—. Solo danos como media hora para prepararnos antes de venir.

Aura sonrió levemente.

—Lo prometo —asintió—. Gracias, de verdad. Imagino que ya podéis marcharos; apuesto a que Michael está deseando que vuelvas, Melina.

—No creas, a veces pienso que no le importa que esté o no esté —rio la rubia, negando con la cabeza—. Nos vemos, Aura. Hasta pronto, Black.

Emmeline se despidió con un asentimiento de cabeza. Sirius besó con suavidad la frente de Aura.

—Vamos, creo que te vendrá bien una siesta.

Aura quiso protestar, pero se dijo que ya lo haría en casa. No era el momento y el lugar.

Mucho menos cuando notó, con desagrado, a Barty Crouch Jr. observándoles desde el otro lado de la sala de espera.

—¿Qué hace ese imbécil aquí? —masculló Sirius, apretando los labios—. ¿Solo porque papaíto trabaja en el Ministerio no saben que es uno de ellos?

—Vámonos, por favor —fue la simple respuesta de Aura, tomando a Sirius de la mano y arrastrándolo fuera de la sala de espera.

Incluso bajo otra apariencia, se sentía insegura. La mirada de Crouch le había puesto los pelos de punta.

Sirius le tomó la mano y tiró de ella. Escucharon a alguien gritar ¿Gwen? y Aura trató de mantener la calma. Ya iban dos veces que la confundían aquel día.

Es decir, no podía culpar a otros por confundirla, pero de todos modos...

Aura trató de esbozar una sonrisa al girarse hacia Amos Diggory. Por Merlín, ella solo le conocía de haberle visto alguna que otra vez en la sala común de Hufflepuff. ¿Cómo iba a hacerse pasar por su hermana?

La mirada de Amos se detuvo en Sirius, a quien contempló no sin cierto desagrado. Aura carraspeó.

—Hola, Amos. No sabía que estarías aquí.

—Lottie ha tenido que venir a algunas revisiones con Ced —dijo escuetamente—. ¿Y tú?

Sus ojos se detuvieron en las manos unidas de Aura y Sirius. Dándose cuenta de qué sucedía, Aura se apartó instantáneamente de Sirius, pero ya era imposible pretender que nada había sucedido.

Amos se acercó a Aura y la tomó por los hombros, apartándola unos metros de Sirius. Éste abrió la boca instantáneamente, dispuesto a decir algo. Aura se apartó de Amos, haciéndole un rápido gesto a Sirius para que no hiciera nada aún.

—¿Qué estás haciendo, Gwen? —espetó Amos, su mirada pasando de Sirius a Aura intermitentemente—. ¿Desapareces por meses y ahora de la nada estás con un Black que, si no recuerdo más, está casado? ¿Y qué te ha pasado? Estás...

—Ahora mismo no puedo hablar, Amos —masculló Aura, intercambiando una tensa mirada con Sirius—. ¿Puede ser en otro momento? Yo...

—Tenemos que irnos, Gwen —dijo Sirius, remarcando el nombre de ésta. Tomó a Aura del brazo, dirigiéndole una mirada retadora a Amos—. Nos veremos, Diggory.

Aura esperaba algún tipo de protesta por parte de Amos, pero éste se limitó a verlos marchar con los labios fruncidos. Tan pronto salió de la sala, miró a Sirius interrogativamente.

—¿Así que le odias? —se limitó a preguntar.

Sirius bufó.

—Todo lo que Gwen me ha contado de él es malo.

—¿Tan cercanos fuisteis? —se sorprendió Aura, que no recordaba un momento de su vida en el que Sirius y Gwen hubieran sido especialmente amigos.

Sirius mantuvo la mirada fija al frente al responder.

—Ella me ayudó a no volverme loco cuando te secuestraron por mi culpa.

Aura ni siquiera se esforzó en repetirle que no había sido culpa suya: sabía que Sirius jamás aceptaría que su participación fue obligada y él no tuvo nada que ver. Tampoco era el momento de empezar una discusión por ello.

—Vámonos a casa ya —resolvió—. No sé cuánto durará la poción. No quiero tener que hablar con nadie más. Voy a intentar algo nuevo con la poción y...

—¿No podrías descansar un poco, aprovechando que Vega está con James? —propuso Sirius—. Yo puedo hacer la cena mientras.

—No podría descansar ni aunque quisiera —replicó Aura, negando con la cabeza. Apretó el paso—. Te juro que estos pasillos se vuelven más largos todos los días. Vámonos ya, en serio. Estoy harta de decirlo.

El resto del camino hasta la salida, el único lugar donde estaba permitido aparecerse, transcurrió en silencio. Aura estaba tan cansada que sentía ganas de llorar, aunque eso también podía deberse a la enorme impotencia y frustración que sentía.

Tenía que hacer algo. Las pociones en su casa, alguna de todas ellas, tenían que funcionar. Estaba convencida de ello. Si lo intentaba un poco más, encontraría la fórmula correcta.

El calor infernal que sintió tan pronto aparecieron en el vestíbulo de su casa la aturdió. Escuchó a Sirius gritar y tomarla rápidamente del brazo. Instantes después, estaban fuera, observando incrédulos su hogar en llamas.

Aquello no podía estar pasando. Aura ahogó un grito al ver la Marca Tenebrosa aparecer encima de la casa. Sirius la obligó a retroceder, con rostro muy pálido.

—S-Sirius —acertó a decir Aura, aferrando su brazo con fuerza—. Mis pociones. Las cosas de Vega. Todo...

—¿Hoy no traes a tu mujer, Black?

El encantamiento salió tan rápido de la varita de Sirius que Aura apenas acertó a verlo. Maya Carrow lo detuvo a la misma velocidad. Su mirada estaba fija en Aura, que cayó en la cuenta entonces de que aún mostraba el aspecto físico de Gwen.

—¿Así que traes a la amante cuando la esposa no está? —exclamó Carrow, estallando en carcajadas—. Vaya, quién lo hubiera dicho. ¿Y la niña? Hubiera sido una pena que estuviera dentro, ¿verdad?

Esta vez, fue de la varita de Aura de donde salió la maldición que, por segunda vez, Carrow paró.

—Eh, eh, tranquila, Diggory —se burló la mortífaga—. Solo vengo a dar un mensaje a Black. Aunque creo que es buen momento para aprovechar e invitarte a unirte a nosotros, ¿qué me dices? Intentaremos que las cosas no acaben como con Regulus Black.

El cómo Carrow se las ingenió para detener las dos maldiciones a la vez continuaría siendo un misterio para Aura en los días posteriores. La mortífaga negó, desaprobadora.

—Solo tengo dos cosas que decirte, Black —espetó, en tono cansado—. La primera es que, si ya estás cansado de tu esposa, me la envíes a mí. La segunda, que deberías preocuparte un poco más por la salud de tus suegros.

—¿Qué mier...? —empezó Sirius, pero Maya ya se había desaparecido.

Aura se aferró a él, mirándole con los ojos muy abiertos.

—¿Qué habrá querido decir...?

El patronus que apareció frente a ellos la silenció. El conejo plateado que ya identificaba como el de Selena se irguió sobre sus patas traseras antes de hablar con la voz de su amiga.

Aura, lo siento, pero tengo malas noticias...
















será halloween pero war is not over aún

disfruten de un cap no feliz en un día poco feliz para los marauders stan ahr

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