xx. lyra's brightest star
xx.
la estrella más brillante de lyra
A Aura aún le sorprendía el hecho de que estuviera siendo capaz de sobrevivir.
Solo unas pocas semanas antes, si le hubieran preguntado cómo hubiera estado en esa situación, Aura estaba totalmente segura de que habría estado muy convencida de que no duraría mucho en esas condiciones.
Y, sin embargo, ahí estaba. Aferrándose a la vida como podía. Tratando de encontrar fuerza donde no había, de confiar en que saldría de allí a pesar de que no era capaz de ver ninguna luz en su futuro y aún haciéndose a la idea de que llevaba en el vientre a un bebé que crecía poco a poco.
Aunque las torturas continuaban siendo horribles, Aura conseguía resistir mejor. Regulus la había visitado en más ocasiones, llevándole comida, agua y hablando con ella antes de ser interrumpidos por algún mortífago. Le hablaba de cómo estaban las cosas en Hogwarts, donde seguían buscándola, y que El Profeta la había dado por muerta tras un mes y medio desaparecida.
Un mes y medio. Parecían años los que llevaba allí, y solo unos días al mismo tiempo.
—Te han buscado durante mucho más tiempo que a otros —comentó—. Creen que por la insistencia de Dumbledore. Pero el Ministerio tiene demasiados problemas con los mortífagos como para preocuparse por una chica de dieciocho años desaparecida. Sin embargo, Dumbledore y la Orden siguen buscándote.
El solo imaginar cómo estarían sus padres y James le daban ganas de llorar. Aura asintió lentamente.
—¿La Orden?
Su voz sonaba ronca, debido a los gritos y la sed que solía pasar. Regulus asintió.
—La Orden del Fénix. Una organización que lucha contra Voldemort, fundada por Dumbledore —explicó Regulus—. Hay aurores que son miembros, pero no siguen las órdenes del Ministerio. Creo que mi hermano, el tuyo y tus amigos se han unido. Sé que acabarán sacándote de aquí, he oído algo de un intento de ataque a la Mansión Lestrange.
—¿La Mansión Lestrange? —repitió Aura—. ¿Es ahí donde estamos?
Sonaba esperanzada, pero Regulus negó con la cabeza.
—Ojalá poder decírtelo, pero el encantamiento Fidelio no me deja —suspiró Regulus, con hastío.
—No te preocupes —susurró Aura—. Tampoco es que me vaya a servir de mucho saber dónde estoy.
Regulus negó con la cabeza.
—Lo sé. Lo siento.
—No es tu culpa, Reg... —murmuró Aura.
Él no respondió. Soltó un suspiro y se giró hacia Aura.
—La Orden lo sabe, de todos modos. Intentarán sacarte de aquí en una semana, aproximadamente.
Una semana parecía una eternidad, teniendo en cuenta la de torturas que podían realizar los mortífagos en ese tiempo. Pero, teniendo en cuenta el tiempo que llevaba allí, podía pasar rápido. Aura esperaba que sí.
La perspectiva de ser libre en una semana debería haberla alegrado, pero había algo que la preocupaba.
—Dime que mi hermano y mis amigos no vendrán —murmuró Aura.
Regulus suspiró.
—Te mentiría.
El corazón de Aura dio un vuelco.
—Mierda.
Él asintió.
—Sí, lo sé. Lo si...
—No —cortó Aura—. Nada de lo siento, solo... No.
Regulus casi sonrió ante aquello.
—Suenas como Gwen —masculló, y al instante pareció arrepentirse de aquello—. Me sorprende que después de...
La puerta se abrió con tal brusquedad que a Regulus no le dio tiempo siquiera a reaccionar. Se quedó callado y sentado junto a Aura, muy pálido. Ella miró con terror al umbral.
Si un mortífago descubría a Regulus allí, le matarían.
—Alphard, ¿me explicas qué hace tu sobrino aquí?
Aura soltó un largo suspiro de alivio al reconocer la voz de Anthea. La mujer entró en la sala con el ceño fruncido; Alphard Black iba tras ella. El hombre saludó con tranquilidad a su sobrino.
—Kreacher me dijo que estarías aquí.
Regulus se puso de pie, aún recobrándose del susto. Alphard le palmeó la espalda, divertido.
—Quise darte una pequeña sorpresa.
—La próxima vez, puedes ahorrártela —replicó Regulus, con el ceño fruncido.
Su tío rio.
—Siempre supe que habías sacado el carácter de tu madre.
Regulus puso cara de horror ante aquello. Anthea, sin ánimo de charlas, se arrodilló junto a Aura.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó, con su habitual brusquedad, pero con la preocupación de siempre en el rostro.
—Regulus me está ayudando mucho... —murmuró Aura.
—Eso no responde a mi pregunta —dijo tranquilamente Anthea, tendiéndole un frasco—. Bebe esto.
La mazmorra se veía demasiado pequeña con otras tres personas allí. Normalmente, los mortífagos venían de dos en dos. Si querían humillarla en público, la llevaban a otro lugar.
—Gracias —murmuró Aura, tras dar unos pocos sorbos—, pero...
Kreacher se apareció junto a Regulus.
—Viene Lucius Malfoy, amo —informó.
Anthea y Alphard intercambiaron una mirada. Regulus suspiró, claramente molesto.
—Intentaré venir otra vez antes de que te saquen, pero no sé si podré.
La preocupación en su voz conmovió a Aura. Anthea y Alphard le ayudaban a recuperarse y aguantar con las escasas fuerzas que le quedaban, pero la conversación con Regulus, cuando éste le informaba de cómo iban las cosas en Hogwarts y le hablaba de su hermano y sus amigos era lo que más le consolaba.
—No te preocupes, Reg —dijo Aura, sonriendo—. Y gracias, de nuevo.
Regulus le dirigió una mirada sombría.
—No me las des cuando no las merezco —respondió él, antes de desaparecerse.
La puerta ya estaba abierta. Cuando vio la silueta de Malfoy en el umbral, Aura sintió más furia que otra cosa. Anthea y Alphard se giraron tranquilamente hacia él.
—Malfoy —saludó la mujer—. No sabría que vendrías ahora.
—Yo no sabía que vos estaríais aquí —dijo Malfoy, en tono rígido. Aura había notado cuán diferente era el trato de Anthea con los mortífagos en comparación con el que tenía con ella. Y había visto cómo algunos mortífagos trataban con ella.
Aún no sabía quién era exactamente Anthea, pero no había duda de que era alguien realmente importante.
—El Señor Tenebroso quiere verte —anunció.
Aura tardó un momento en notar que la mirada de Malfoy estaba fija en ella.
—Llévala, pues —asintió Anthea, como si aquello no le importara lo más mínimo.
Lucius Malfoy entró y se dirigió hacia ella con la varita en alto. Aura le escupió y se preparó para la tortura.
Ni siquiera supo de dónde había sacado el valor para escupirle, pero la mueca de asco de Malfoy valió la pena. Sintió la punta de la varita del mortífago justo sobre su mejilla.
—Anda con cuidado, Potter —murmuró, con desagrado.
Tras aquello, la liberó de las cadenas con un movimiento de varita. La chica trató de ponerse en pie, pero casi cayó al suelo después de tanto tiempo sin levantarse. Malfoy la cogió del brazo y la arrastró a la puerta del sótano.
Anthea y Alphard no les siguieron.
Aura estuvo a punto de caerse por las escaleras en varias ocasiones. Si no rodó de nuevo a su celda, no fue gracias a Malfoy, que lo único que hacía era empujarla. La condujo al elegante salón de la casa y la obligó a entrar. Aura frunció el ceño al ver a una docena de mortífagos en el interior. Voldemort no estaba allí.
—¿Qué pasa? —se atrevió a preguntar.
Su voz sonó estridente en mitad del silencio. Aura se sintió una estúpida en el mismo momento en que las palabras abandonaron su boca.
Solo le respondieron carcajadas. Dio un paso atrás, deseando regresar al sótano, pero Lucius la obligó a avanzar. Entonces, advirtió que Voldemort estaba sentado en un sillón, semi oculto en la penumbra. El Señor Tenebroso sonrió.
—Bien hecho, Lucius.
Aura creyó que podría vomitar allí mismo.
—Mi señor. —Malfoy hizo una reverencia y se retiró.
Aura observó a Voldemort, a la espera de enterarse de qué sucedía. Estaba asustada, no lo negaría, pero trataba de no demostrarlo. Aquel silencio no podía ser bueno. Por el rabillo del ojo, advirtió que todos los mortífagos tenían las varitas en la mano y aguardaban, impacientes, a las órdenes de Voldemort.
Notó, una vez más, cómo éste trataba de adentrarse en su mente y, una vez más, ella le repelió con tanta fuerza como era capaz de reunir.
¿Estás segura de esto, Aura? La voz dulce de Voldemort en su mente le produjo arcadas.
No te dejaré. Ni siquiera sabía de dónde sacaba esa fortaleza. Ese valor. Pero aquella era una única tortura de la que podía defenderse, dentro de lo que cabía. No iba a rendirse tan fácilmente.
La sonrisa de Voldemort no anunciaba nada bueno.
—Ahora —anunció éste.
Se temió escuchar a alguien gritar la maldición cruciatus. Puede que incluso la maldición imperius. No sería la primera vez que era obligada a cortarse con un cuchillo bajo los efectos de ésta.
Sin embargo, el hechizo que sonó era uno totalmente desconocido para ella.
—¡Sectumsempra!
Aura gritó cuando el primer corte apareció en su espalda. Escuchó a Bellatrix reír y supo que había sido ella. Cayó al suelo, chillando de dolor, y entonces alguien pronunció el contrahechizo y la sangre se detuvo.
Fueron tan solo unos segundos, se dio cuenta luego. No más de unos segundos los que había estado con el gran corte abierto en la espalda. Y, a pesar de que no habían podido ser más de diez, habían sido los segundos más largos de su vida.
Ni siquiera el horror de la maldición cruciatus era comparable a aquello.
—¿Duele? —preguntó Voldemort, divertido—. Es un hechizo que ha creado un conocido tuyo. Nunca habíamos podido probarlo hasta ahora, pero parece que funciona bien. ¿Cuántos más podrás resistir antes de unirte a nosotros?
La sala se llenó de risas y Aura se estremeció. No estaba segura de poder aguantar demasiado.
La decisión que tenía Voldemort de convencerla a unirse a sus filas no duraría mucho más. Aura era consciente de ello. Terminaría cansándose de esperar y la mataría.
Puede que ese momento estuviera llegando ya.
—¡Siguiente!
Cinco mortífagos más le lanzaron la maldición y usaron luego su correspondiente contrahechizo antes de que Aura perdiera la consciencia. Para entonces, su espalda estaba llena de cortes de cuchillo y los restos de su túnica, empapados en sangre.
Ella había tratado de resistir todo lo posible, pero había llegado a un punto en el que el dolor era demasiado insoportable como para negarse a la oscuridad que la inconsciencia le traía. Ahí no había dolor y eso era lo que Aura necesitaba en ese momento.
—Llevadla al sótano —ordenó Voldemort cuando ella cayó inconsciente—. Repetiremos esto cada tres días hasta que cambie de opinión. Las otras torturas se interrumpirán.
Bellatrix soltó un sonido lastimero, decepcionada por no poder seguir torturando a su "cuñadita", como ella la llamaba. Luego, levantó a Aura con magia y la llevó de nuevo a su celda.
Anthea llegó justo para verla tendida en el suelo, inmóvil y rodeada de su propia sangre. Su expresión permaneció impasible; sin embargo, el horror en sus ojos gritaba lo que realmente sentía.
Bellatrix se la llevó sin demasiada precaución. Anthea le dirigió una mirada a Voldemort. El salón comenzó a vaciarse poco a poco.
—Ella no resistirá —comentó, con voz vacía—. Mucho menos, el bebé. Es imposible que llegue a nacer si ella sigue sufriendo de ésta manera, por muchas pociones fortalecedoras que le des.
Voldemort la miró con rostro sereno.
—En ese caso, que ambas mueran —dijo, impasible.
El corazón de Anthea pareció detenerse al escuchar aquello.
En aquel momento, a Sirius no le importaría en lo más mínimo estar muerto. No si eso significaba que Aura estuviera sana y salva en Hogwarts.
El odio que sentía hacia sí mismo no hacía más que aumentar y aumentar conforme iba recordando todo lo que le había hecho a Aura.
Todo lo que él nunca hubiera querido hacerle, lo que le había prometido no hacerle, pero había hecho igual. Todo por aquella estúpida maldición.
Sirius siempre había bromeado con que su familia estaba maldita, pero aquello se había vuelto demasiado real. ¿Qué otra explicación podía haber para lo que le sucedía, después de todo? La maldita locura de los Black se estaba cobrando su cordura. Sirius estaba seguro de ello.
—Para.
Sirius miró con fastidio a la joven junto a él.
—¿De qué?
—De culparte a ti mismo una y otra vez.
Bajo la luz de la luna, vestida de blanco y con el pelo rubio cayéndole por la espalda, parecía un ángel. Sin embargo, su expresión severa rompía aquella impresión.
—Claro, lo haré solo porque tú me lo has dicho —respondió, con tanto sarcasmo como fue capaz de reunir. Dio una calada al cigarro que sostenía.
Gwen le dirigió una mala mirada.
—Quiero ayudarte, Sirius, así que deja de ser idiota, ¿quieres?
—No.
—¿Cuántas veces tengo que repetirte que no fuiste tú quien lo hizo, sino que fue...?
—Sí que fui yo, Lyn, y da igual cuántas veces repitas lo contrario.
Ella apretó los labios, fastidiada.
—No sé siquiera para qué me quieres aquí si no vas a escucharme, Sirius —suspiró.
Él se encogió de hombros.
—No sé. Estar contigo me da paz. No tienes absolutamente nada que ver con Aura. No hay ni un recuerdo de ti que relacione con ella. Y eso me gusta.
Gwen le miró con tristeza.
—Vais a encontrarla.
—¿Y qué pasará luego? Ella me odia y está en su derecho a hacerlo. Y está embarazada. —Sirius negó con la cabeza—. Es una pesadilla.
Gwen le tomó la mano y sonrió tranquilizadoramente.
—¿Realmente crees que alguien como ella va a odiarte por algo que no hiciste conscientemente? Sirius, ella lo entenderá, obviamente. Créeme, cuando la salvéis, lo que menos le preocupará será si odiarte o no.
Sirius suspiró.
—No lo sé. —Levantó los ojos al cielo y su vista se perdió entre estrellas y constelaciones. Aquello le llevó de vuelta a las clases de Astronomía con Aura,
Tristemente, señaló con la mano una estrella que siempre reconocía con facilidad en el cielo. Gwen, curiosa, dirigió la mirada a ésta.
—Esa es Vega —comunicó Sirius, en voz baja—. La estrella más brillante de Lyra. La primera estrella que Aura encontró.
—Vega —repitió Gwen, casi con sorpresa. Sirius no apreció aquello.
—Es un nombre bonito —murmuró, bajando la mirada.
Aura siempre había dicho que le gustaba la tradición de su familia de poner nombres de estrellas. Pese a que Sirius odiaba todo lo relacionado con su familia, sabía apreciar la belleza de la astronomía. El cielo nocturno siempre le había fascinado.
Vega era un nombre que nadie antes había usado en su árbol genealógico. Era la estrella que Aura y él compartían.
—¿Crees que a Aura le gustaría Vega como nombre para el bebé? —preguntó, susurrando. Sonaba casi avergonzado y se arrepintió de haberlo dicho.
Gwen, sin embargo, le miró con total sorpresa. Una sonrisa fue apareciendo poco a poco en su rostro.
—¿Sabes? Tengo la sensación de que le encantará.
Sirius sonrió al escuchar aquello. Dirigió de nuevo su mirada al cielo. A su estrella.
—Te echo de menos, Rory —murmuró. Gwen fingió no escuchar nada—. Te sacaré de donde estés, lo prometo.
Luego, tiró el cigarro, tomó la botella de whisky de fuego que tenía a su lado y le dio un largo trago.
Aura despertó al notar que alguien estaba tratando de curarle las heridas de la espalda. Con esfuerzo, trató de incorporarse y le faltó poco para soltar un alarido de dolor. ¡Por Merlín, aquello era espantoso!
—Trata de no moverte demasiado —dijo la voz de Regulus—. Tienen muy mala pinta y no puedo hacer que desaparezcan todas o sospecharán.
Los ojos se le habían llenado de lágrimas después de aquel mínimo movimiento. Soltó un quejido y no le importó en absoluto sonar como una niña pequeña.
—Duele —murmuró ella.
La mirada de Regulus se ensombreció.
—Lo sé —respondió el chico—. Sería mejor si te tumbaras, pero no sé si puedes por el bebé.
Aura suspiró y se llevó la mano a la barriga. Aún le costaba creer que estuviera embarazada de cuatro meses y medio. No se notaba demasiado, pero era evidente que su vientre estaba creciendo.
Aquello solo volvía aquella experiencia mucho más aterradora.
—Realmente, no llegué a informarme mucho sobre el embarazo —admitió—. Solo hacía lo que la señora Pomfrey me indicaba en aquel momento. Me preocupaban más los ÉXTASIS y...
—Y mi hermano —completó Regulus, apartándose un poco—. He hecho lo que he podido para curarte lo peor, pero no sé hacer ningún hechizo que te quite el dolor y, de hecho, ni siquiera puedo hacer magia. Aún tengo el Detector.
Aura soltó un suspiro.
—Oh, mierda. ¿El Ministerio se dará cuenta?
Regulus le quitó importancia con un simple gesto de la mano. No parecía especialmente preocupado por aquello.
—Tienen este sitio protegido con todo tipo de hechizos para que no los detecten, así que lo dudo. De todos modos, creo que debería irme, por si acaso —respondió él, mirando algo nervioso a la puerta cerrada.
Pero ella no quería quedarse sola. Le aterraba la idea de la soledad. Estar sin nadie en la mazmorra era recordar, hasta el punto en que creía que se volvería loca.
—Quédate un poco más —pidió Aura—. Odio estar sola aquí. Bueno, odio estar aquí, a secas, pero me siento mejor cuando me haces compañía.
Regulus sonrió un poco y se sentó en el suelo, junto a Aura.
—Cuéntame cómo están las cosas en Hogwarts —pidió ella—. ¿Cómo está James, dentro de lo posible? Solo dime que no le ha pasado nada, por favor. Solo de pensar en que hay mortífagos en Hogwarts...
—Está bien —respondió Regulus, tranquilizador—. Ha estado mucho con Ariadne Weasley estos días.
—¿En serio? —exclamó Aura, girándose bruscamente hacia el chico.
Aquello le hizo soltar un grito de dolor que silenció al instante. Contuvo las lágrimas que habían aparecido en sus ojos. Regulus la miró, preocupado.
—Aprenderé un hechizo para quitar el dolor para la próxima vez —prometió él—. Siento no poder hacer nada más.
—No lo sientas —respondió Aura, haciendo lo posible por no demostrar cuánto le dolía—. Estás haciendo mucho viniendo a verme y ayudarme, Regulus. Yo no... ¡Oh!
Aura soltó aquella exclamación, interrumpiéndose en mitad de la frase, y llevó su mano a su vientre, sorprendida.
Nunca, en sus sueños más locos, se hubiera imaginado en aquella situación. Fue tan imprevisto que olvidó en tan solo un instante el agudo dolor que sentía en la espalda.
Miró a Regulus, que parecía totalmente preocupado. Una gran sonrisa iba formándose poco a poco en el rostro de Aura.
—Acaba... Acaba de darme un golpe. Una patada o algo así —susurró, sonriendo sin poder evitarlo—. Ella... Guau. —Soltó una risa al decir aquello—. No usaba esa palabra desde los once años, creo. Pero no se me ocurre otra para describirlo.
Regulus soltó una pequeña carcajada. Aura sonrió aún más cuando el bebé dio otra patada.
—Por Merlín, creo que ahora es cuando empiezo a creerme que estoy embarazada —rio. Cogió la mano de Regulus y la puso sobre su vientre—. ¿La notas?
—Yo no... —empezó él, pero se interrumpió al sentir un pequeño golpe—. Sí, la noto. ¿No te molesta?
—No, la verdad —rio Aura, olvidando momentáneamente el dolor, las torturas y todo lo demás—. Mira, Vega, saluda al tío Regulus.
Aquello hizo sonreír ampliamente al chico. Ninguno de los dos parecía recordar en ese preciso momento en la situación en la que estaban; Aura se sentía demasiado feliz para aquello. Regulus sacudió la csbeza.
—Creo que le quitaré el título de tío favorito a tu hermano —se burló. Aura rio.
—No creo que se lo tome bien —murmuró, su sonrisa volviéndose algo más triste.
Extrañaba realmente a James. Estaba deseando poder abrazar de nuevo a su hermano.
—¿Cómo haces para enterarte de todo? —preguntó ella—. Es decir, ¿cómo sabes lo de la Orden, cuando planean sacarme y todo eso?
La expresión de Regulus le decía que guardaba muchos secretos que Aura jamás conocería.
—Tengo contactos —rio él—. No te diré nada más.
—¿Así que alguien de la Orden es un chivato? —preguntó Aura, arqueando las cejas.
La expresión de Regulus se suavizó.
—No, alguien de la Orden sabe que no soy de los malos —respondió él—. Pero no te diré quién.
Aura frunció el ceño. ¿Quién podía ser?
—Por cierto, ¿sabes que Samuel Nott es un infiltrado en los mortífagos para la Orden? —preguntó Regulus, cambiando de tema—. Él y Melina Abbott se han casado. Esperan un hijo para septiembre.
Ella no entendía a qué venía aquello, pero se sorprendió de igual modo al escucharle.
—¿Lo dices en serio? —negó con la cabeza, sorprendida—. ¿Saben el nombre ya?
—Michael —respondió Regulus.
—Es un bonito nombre —opinó Aura—. ¿Cómo sabes eso? ¿Otro de tus espías?
Él rio con ganas.
—No. Soy el padrino.
—¿Qué? —preguntó ella, sorprendida—. ¿Desde cuándo te llevas bien con ellos?
Él se encogió de hombros.
—Conocí a Melina en una de las reuniones de sangre limpia de mis padres —explicó Regulus—. Además, creo que es mi prima tercera o algo así.
—Los Black tenéis demasiados primos —opinó Aura.
Regulus la miró, divertido.
—Lo sé. Estoy emparentado con casi todos los Slytherins de Hogwarts y varios de otras casas. Es algo incómodo. De hecho, es posible que tú y yo estemos emparetados de forma lejana. Mi tía abuela se casó con un Potter.
Aquello último lo dijo más en tono de broma que otra cosa.
—¿Así que estoy embarazada de mi primo lejano? —Aura frunció el ceño—. Vaya.
—Vaya —asintió él.
Regulus se encogió de hombros.
—Puede que solo compartáis apellido. No lo sé, pero recuerdo haber visto el apellido Potter en el árbol genealógico de mi familia.
Ella sonrió.
—¿Eso haces cuando te aburres? ¿Observar el árbol genealógico de tu familia? —preguntó Aura, levantando una ceja—. No parece un pasatiempo muy entretenido.
—No tengo mucho más que hacer cuando estoy en casa —respondió él, encogiéndose de hombros.
Kreacher se apareció y comunicó que Rodolphus Lestrange se dirigía al sótano para comprobar que Aura no estuviera muriéndose. Algo realmente amable por su parte.
—Te veré en tres días, vendré a verte después de la tortura —prometió Regulus, antes de desaparecerse.
Aura suspiró cuando el chico se marchó y se preguntó cómo resistiría otra tortura como la de las horas anteriores. Una patada de Vega la distrajo y la hizo sonreír un poco.
Entonces, recordó algo importante. ¿James y Ariadne Weasley? Definitivamente, su hermano iba a tener que contarle muchas cosas cuando volvieran a verse.
Al menos, tendría que entretenerse pensando en eso y en Vega y esperando a que el tiempo pasara más rápido de ese modo.
Anthea sonrió al escucharle decir que Vega le había dado un par de patadas cuando fue a verla más tarde.
—Y más que vendrán —comentó, en tono cariñoso.
Aura sonrió levemente. Luego, le miró y se atrevió a hacer una pregunta que llevaba bastante tiempo rondando su mente.
—¿Por qué me ayudas? —quiso saber, en voz baja—. Está claro que eres alguien importante dentro de los mortífagos. Es por eso que no entiendo por qué vas contra ellos.
Anthea no dijo nada más en un buen rato. Le dio a Aura una pócima para el dolor, otra fortalecedora y una tercera para recuperar sangre. Hasta que no se levantó y dirigió hacia la puerta, no respondió a la pregunta de Aura.
—Porque no deseo que mi hermano siga destruyendo todo lo que amo y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para que esto acabe.
Aura miró a la mujer, intrigada. Anthea le devolvió la mirada. Al analizar su expresión, Aura se preguntó cómo no había notado el parecido antes.
—Voldemort es tu hermano —susurró.
Anthea asintió lentamente.
—Y estoy preparada para verle derrotado. Incluso si eso significa sacrificar mi vida.
Aura le miró, dándose cuenta de que Anthea creía que ella realmente podría ayudar a derrotar a Voldemort. La mujer salió de la celda y se dispuso a cerrar la puerta. Sus ojos brillaban más de lo normal.
Aura se preguntó si sería por las lágrimas.
—Buenas noches, Aura.
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